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Artistas de la A a la Z

Realismo y naturalismo en la escultura

La idea artística dominante de aproximación a la realidad en el siglo XIX conlleva un repertorio sumamente restrictivo de la escultura: la figura del hombre y la del animal. El principal punto de interés será la representación del mundo visible. La escultura no sólo no añadirá nada nuevo, sino que no llegará tampoco a crear un espíritu universal como habían hecho tantos pintores de la época. Con la entrada de las influencias naturalistas en el campo escultórico a mediados de siglo, la escultura acabará por violar sus propios principios; unos principios fuertemente deudores de la tradición de finales del siglo XVIII.

Precisamente del neoclasicismo heredará el papel secundario que posee la escultura respecto de la pintura. Las razones de ello podrían atribuirse a dos causas principales: por un lado, la dependencia excesiva de los modelos clásicos y, en consecuencia, la renuncia a aquello relacionado con el naturalismo que se empieza a respirar a principios de siglo.

El forjador (Museo de Arte 
Moderno, Barcelona), de 

Meunier. La pose y la acti-

tud del personaje esculpido 

expresan el nuevo propósi-

to de los escultores de me-
diados del siglo XIX por re-
flejar la realidad de la eme-
rgente clase proletaria.
Se percibe, en general, una voluntad de dirigirse hacia una pureza doctrinaria de estilo. Más que de un arte escultórico cabría hablar propiamente de un arte estatuario, en el que impera, sobre todo, un sentido sublime y solemne.

La figura humana se consideraba la más noble de las formas por ser la creación más elevada hecha por Dios. El mármol, orgánicamente puro, era considerado el medio más apropiado para la expresión de lo ideal. Su granulado imperceptible, su textura suave y su color neutro eliminaban toda posible distracción por parte del espectador en favor de la captación del ideal heroico propiamente neoclásico.

Los aspectos generales del clasicismo quedan claramente definidos en la obra de Houdon, Canova, Thorvaldsen, Sergel y Schadow, donde domina una voluntad por reflejar la grandiosidad y la heroicidad de una manera más fría en relación a otra tendencia más sensitiva encabezada por Houdon y Sergel, y de mayores repercusiones en la escultura retratística del siglo XIX.

La marcha de los voluntarios de 1792, más conocido como La Marsellesa (Arco de Triunfo de la place de I'Etoile, París), de Franc;ois Rude. Grupo escultórico realizado en 1836 para exaltar el valor de los voluntarios que lucharon contra Prusia y Austria en defensa de los ideales surgidos de la Revolución Francesa. La vigorosa expresividad de los personajes y el movimiento del grupo caracterizan la escultura romántica.

Poco a poco llegarán los aires “románticos” que acompañarán esta escultura “clasicista”. Si bien el Romanticismo se manifiesta en la pintura desde la década de 1820, no es hasta bien entrada la década de los treinta cuando la escultura se puede definir corno “romántica”. A menudo se da la fecha del Salón de 1831 como marco de una nueva manera de sentir la escultura.

Se continúa mirando la antigüedad, pero realmente no se desarrolla un nuevo camino. La razón de la poca repercusión de la escultura romántica en la historia del arte debe encontrarse en la revalorización que se da a la unidad de las artes propugnada por el músico Wagner y el pintor Runge. Música y poesía son ahora las protagonistas; la escultura es excluida por no satisfacer la expresión más libre del espíritu romántico. 

⇨ La Danza (Musée d'Orsay, París), grupo escultórico realizado por J.-B. Carpeaux en 1869. Un bailarín de belleza andrógina salta entusiasmado en medio de una ronda de bacantes desnudas, de risa nerviosa y mirada extraviada, entrelazadas con guirnaldas de rosas. De fuerte modelado y expresividad, la obra de Carpeaux abre las puertas a una nueva manera de concebir la escultura.

Únicamente se puede hablar de escultura “romántica” en Francia. Su tema principal fue la narrativa. A aquella serenidad de las formas neoclásicas le sigue ahora la viva expresión romántica o lo que Baudelaire definió como “una manera de sentir”, o “una agitación del alma” en palabras de Thoré.

Persiste la admiración por la antigüedad, complementada por la ayuda de insignes arqueólogos como el duque de Luynes. Miguel Ángel es otro de los puntos de referencia.

Una de las características de la escultura romántica es la importancia concedida al propio vacío como enfatización del dramatismo propio de la obra. Los principales puntos de interés serán el movimiento y a expresión. El material preferido por los escultores románticos será el bronce, por su mayor facilidad de modelado respecto al mármol.

François Rude (1784-1855) es uno de los máximos representantes de la escultura romántica francesa, ejerciendo una fuerte influencia entre los escultores le mediados de siglo. En su conocido alto relieve La marcha de los voluntarios de 1792 (1835-1836) del Arco de triunfo de la Place de l’Etoile de París se percibe un interés común con el espíritu de la obra del pintor Delacroix La libertad guiando al pueblo: reflejar apasionadamente el espíritu combativo de los voluntarios que participaron en la nueva república. Fuerte gestualidad, movimiento expansivo de las figuras y realce del rostro como reflejo del espíritu se respiran en esta obra. Se ha abandonado la claridad de la forma aislada propia del neoclasicismo en favor del entrelazamiento de las figuras. En esta obra, conocida también con el nombre de La Marsellesa, se resumiría la importancia concedida a la narrativa y a los gestos en el Romanticismo en detrimento de la misma forma escultórica.

Jean-Baptiste Carpeaux (1827-1875) fue un fiel seguidor de Rude. En los años sesenta, Carpeaux logró un realismo pictórico lleno de vivacidad. Su obra resume la tendencia de una gran parte de la escultura del siglo XIX, preocupada por reflejar vivamente la expresión de la naturaleza.

Ugolino y sus hijos (Musée d'Orsay, París), de Jean-Baptiste Carpeaux. El gusto de los escultores románticos por el bronce se refleja aquí en la expresividad que Carpeaux logra a partir de este material como trasunto de las emociones de sus figuras. Los rostros muestran un gran interés por la expresión y la gestualidad propios de la escultura del momento y una fuerte deuda con el carácter dramático de la otra tridimensional de Miguel Angel.

Carpeaux fue un artista polifacético; tanto desde el campo de la pintura como del de la escultura, desarrolló un lenguaje muy personal y renovador respecto de la tradición. Su modelo es nervioso e intuitivo. Uno de los aspectos más notables de su obra es el interés por reflejar el juego incesante de luces y sombras. Es en el campo del retrato donde Carpeaux se mantiene más fiel al pasado, recordando a menudo los trabajos de Houdon.

La libertad de ejecución que hallamos en la conocida obra La Danza, de Carpeaux, realizada para la Ópera de París (1865-1869) y hoy en el Musée d’Orsay, conllevó serios problemas para el escultor por parte de los círculos conservadores. Encontramos influencias de la obra La Marsellesa de su maestro Rude, pero ha abandonado ya aquel tono épico en favor de actitudes más relajadas y juguetonas próximas al rococó francés.

En contraposición a esta obra cabe citar la importancia de Ugolino y sus hijos (1861) que, con sus superficies casi esbozadas, anuncia directamente uno de los aspectos claves de la escultura de Rodin. Al igual que éste, también Carpeaux resumió en esta escultura su ferviente admiración por la obra dramática de Miguel Ángel.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Nuevos aires naturalistas

A partir de mediados del siglo XIX ya se percibe un cambio en el tratamiento de la escultura y de los materiales tales como la piedra, el metal y la arcilla.
El mármol como material ostentoso propio del Neoclasicismo dejará paso a éstos por facilitar extraordinariamente la expresión viva. Las nuevas viviendas burguesas requieren un formato de escultura menor. El bronce de adorno será en consecuencia muy solicitado.

León con una serpiente (Museo del Louvre, París), de Antoine-Louis Barye. Grupo escultórico en bronce que refleja el vigor naturalista de la escultura romántica y al mismo tiempo el gusto por lo salvaje y lo exótico, que este artista logra trasmitir con notable tensión y realismo.

Antoine-Louis Barye (1796-1875) es uno de los primeros ejemplos más representativos de los nuevos aires naturalistas. Trabaja generalmente con bronce y suele presentar animales en lucha. Al mismo tiempo recoge el gusto del hombre romántico por los países exóticos al plasmar animales salvajes (Indio montado en un elefante, Tigre devorando un gavial, etc.). Poco más tarde reencontraremos en España este gusto naturalista por el animal en manos de Mariano Benlliure (1862-1947). Gran aficionado a los toros, dedicará buena parte de su actividad a interpretar sus más diversas actitudes.

Tigre devorando un gavial (Louvre, París), de A.-L. Barye. Esta obra que mereció una medalla de segunda clase en el Salón de 1831. Barye se caracteriza por las numerosas esculturas animalísticas, generalmente de bronce. De gran importancia en su carrera como escultor fue su período de aprendizaje con un orfebre, para quien modelaba pequeñas figuras de animales, así como su docencia en el Museo de Historia de París. Entre sus alumnos se encontraba Rodin.

Francisque-Joseph Duret (1804-1865) es otro de los máximos representantes de esta nueva corriente. Sus Pêcheurs, como en el caso del Joven pescador bailando (1833), recogen la alegría y la vivacidad populares, inspirados en el antiguo fauno danzante. Sus esculturas de muchachos jóvenes tienen una gran precisión anatómica y naturalidad, respirando mucha frescura e ingenuidad. Estos Pêcheurs inauguran la corriente pintoresca en escultura, ya extendida en el campo de la pintura y la literatura. Carpeaux seguirá ampliamente esta nueva corriente, logrando un gran realismo lleno de vivacidad.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El retrato

La figura de Napoleón es repetidamente plasmada por los escultores como símbolo de gloria y poder. Posteriormente serán los monarcas los personajes más representados. La mayor parte de las estatuas reales del siglo XIX corresponden a estatuas ecuestres. En Nápoles, Carlos III y Fernando I de Borbón, por Canova; en Munich, Maximiliano I de Baviera, por Thorvaldsen, etc.

La escultura romántica se concentra básicamente en el género del retrato. En particular, la escultura francesa recoge una influencia muy específica: los bronces renacentistas de DonatelloVerrocchio y sus sucesores.

Otro de los elementos representativos de la escultura romántica es la proliferación de retratos de personajes contemporáneos, como respuesta al gusto preponderante de los principales mecenas de la época.

IzquierdaRetrato de Félix Fauré (Museo de Versalles, París), de René de Saint-Marceaux. La escultura romántica tuvo en el retrato de personajes notorios de la época otro de sus temas principales. Saint-Marceaux retrató sobre todo a muchos de los artistas e intelectuales que acudían al salón de Meg, la joven Margueritte de Saint-Marceaux, entre ellos Fauré, Ravel, Debussy, lsadora Duncan y otros. DerechaBusto de Chateaubriand (Musée des BeauxArts, Angers), de David d'Angers. Como en otras creaciones escultóricas románticas, David d'Angers procura reflejar en sus retratos el carácter y los valores morales de sus personajes. En este caso, percibimos la cierta y honda serenidad espiritual del poeta Rene de Chateaubriand.

Busto de Victor Hugo (Musée des Beaux-Arts, Angers), de David d'Angers. Pierre-Jean David, tal era su verdadero nombre, expresa en bustos de aparente estatismo las tensiones interiores de sus personajes no sin dejar en el modelado la huella de su admiración por ellos como encarnaciones de los valores espirituales exaltados por el romanticismo.

La manera más rápida de trabajar viene dada por el medallón. También las estatuillas son muy representativas del momento. Se realizan en serie y en pequeño formato, adaptándose maravillosamente a las características espaciales de la nueva vivienda burguesa. En gran parte de los retratos encuentra un gusto eminentemente naturalista a la hora de reflejar el carácter más íntimo del retratado, interés poco compartido desde el campo de la escultura monumental. Estas obras tendrán como último destino embellecer la ciudad, no siendo más que un discurso oficial en piedra o metal.

Pierre-Jean David (1788-1856), llamado David d’Angers, es igualmente una figura clave para la comprensión del naturalismo en el género del retrato. Desarrolló el camino iniciado en Francia con esculturas de formas estáticas y tranquilas, al mismo tiempo que incorporaba un nuevo elemento: el realismo de sus retratos. Al gusto por la expresión se sumará, así mismo, la veneración por la figura heroica propia del momento. Además de numerosos medallones, ejecutó más de seiscientos bustos de personajes que resumían los valores morales románticos por excelencia: Chateaubriand, Lamartine, Goethe, Victor Hugo, etc.
Autorretrato (Bibliotheque National, París), de Honoré Daumier. La obra escultórica de Daumier se caracteriza por la espontá- nea expresividad que consigue, que en este caso se concentra en el ceño y en la frente despejada para transmitir la «mirada interior» del artista con recursos naturalistas.

⇨ Le gourmet (Bibliotheque Nationale, París), de Honoré Daumier. Este busto del político AlexandreSimon Pataille es una de las obras maestras de Daumier, quien logra expresar con naturalidad el carácter jovial y gozoso del personaje, al que imprime a su vez con sutil ironía su gusto por la caricatura exagerando la carnosidad de la nariz en contraste con las líneas de los ojos y de los labios.



El pintor y escultor HonoréDaumier (1808-1879) es uno de los artistas más representativos del nuevo aire naturalista que dominaba la escultura a mediados de siglo. A partir de 1830 se dedicó a modelar treinta y seis pequeños bustos llenos de interés por la expresión. Los modelos en arcilla le facilitarán extraordinariamente la concentración en los efectos escultóricos. La despreocupación técnica no será un freno a la hora de reflejar su interés en el carácter personal del retratado. Esta faceta es complementaria a sus dibujos de caricaturas aparecidos en los periódicos satíricos del momento. Sus personajes muestran la vertiente más íntima de su personalidad, sin rehuir lo más exagerado. Lejos se encontrará la escultura neoclásica. Posteriormente Daumier modeló obras escultóricas entre las que destaca Ratapoil (1850), en bronce, símbolo de la demagogia bonapartiana.


William Cobbet con Daniel O'Conell (Musée Carnavalet, París), de J. P. Dantan. Lejos de la severidad de la escultura neoclá- sica, esta obra de Dantan de 1835 impone un tono satírico, próximo al espíritu de Daumier, tal como lo hará con otros personajes contemporáneos del mundo de la literatura, el arte y la ciencia.

En los mismos años, Jean Pierre Dantan (1800-1869) realizó caricaturas escultóricas de personajes contemporáneos del mundo de la literatura, del arte y de la ciencia, conocidas bajo el nombre genérico de Dantanorama. La exageración de las formas y la comicidad se reflejan en sus estatuillas de terracota.

Los aires realistas serán cada vez más fuertes. El escultor Eugéne Guillaume (1822-1905) plasmará su admiración por Roma, donde residió durante cinco años después de su gran premio de 1845, en sus retratos apenas idealizados, como en el caso de Marc Seguin (1881).

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La escultura funeraria


El monumento funerario es el marco más adecuado para reflejar el espíritu elegiaco neoclasicista, heredado del siglo anterior. En aquellos momentos están ocupados por figuras recubiertas a menudo de vestimentas alusivas a la Antigüedad, intensificando con ello la voluntad de reflejar la grandeza heroica de la política patriótica del momento. Muchas deudas tendrán con la escultura arcaica griega y la antigua escultura romana.

Si el hombre del Ancien Régime había de garantizar su salvación eterna fundando un servicio a los demás, al hombre del siglo XIX le preocupa sobre todo que su recuerdo se perpetúe; de ahí la proliferación también en el Romanticismo de numerosos monumentos funerarios.
En ellos se resaltan las virtudes del difunto.

El triunfo de Sileno (París), de Jules Dalou. La escultura funeraria del siglo xrx recogerá el espíritu elegíaco del Neoclasicismo. La reverencia al pasado persistirá intensamente, unida al ideal por glorificar la República en Francia, siendo un ejemplo de ello la obra de Dalou, con quien el naturalismo alcanza una de sus notas más altas.

En las dos primeras décadas son más numerosas las escenas de lamentación, pero, poco a poco, hacia 1840, van ganando terreno las figuras yacentes o los relieves donde se hace hincapié en el concepto de separación. Generalmente, el superviviente se recoge ante la tumba del fallecido. Estos relieves deben mucho a la antigüedad; Houdon y Canova fueron los artistas que más contribuyeron a su difusión.

En general, pues, la escultura funeraria del siglo XIX se orienta hacia la exaltación del difunto o la defensa de una causa. En la vertiente más naturalista es en la que se encuentra un mayor interés por el preciosismo que por la monumentalidad, siendo un caso particular la obra de Dalou conocida como Triunfo de la República (1879-1899). El Genio de la Libertad viene acompañado por la Alegoría de la Justicia a la derecha y a la izquierda por el Trabajo, siendo seguido por la Fecundidad.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El realismo

En la década de 1880 se da un ascenso del realismo en escultura. Los campos de la literatura y la pintura se habían adelantado ya a esa nueva manera de sentir nacida como respuesta a los cambios sociales. El mundo del trabajo pasa a ser el protagonista. Lejos se encuentra la veneración por la antigüedad y los contenidos religiosos. Es en Italia y Bélgica donde aparecen las primeras esculturas en que el hombre humilde adquiere la definición de héroe. La figura, ahora, se encuentra desarrollando su trabajo cotidiano.

La Mina (Musée Meunier, Bruselas), de C. Meunier. Esta obra refleja la atención que pusieron los artistas en las condiciones de vida del proletariado y el libre tratamiento del material, a raíz de la nueva realidad surgida de la Revolución de 1848, que impuso la Segunda República y el sufragio universal. Las tensiones entre la clase obrera y la burguesía y las nuevas ideas políticas y filosóficas influirán de modo decisivo en la producción artística de la época.

Las víctimas del trabajo (1882), de Vincenzo Vela, se encuentra entre las primeras esculturas representativas del realismo. El recuerdo por la famosa perforación del túnel del San Gotargo queda plasmado en esta obra llena de dramatismo. Ya no hay una mirada de esperanza como la encontrada a lo largo de la historia del arte religioso, sino la cruel realidad del presente.

En esta corriente cabría destacar también las figuras de Jules Dalou (1838-1902) y Constantin Meunier (1831-1905).

La experiencia de Meunier en el duro campo de la minería y la industria le llevó a reflejar esta nueva realidad. Después de unas incursiones en el campo de la pintura, Meunier pasó a trabajar la tridimensionalidad, con obras que llevan a recordar las figuras romántico-heroicas. El protagonista tendrá un nombre: el proletario. De grandes dimensiones y severa plasticidad, sus obras plasman una nueva realidad: la contemporánea. No habrá espacio para la elegancia convencional. Destacan sus relieves del Museo de Bruselas, el grave grupo del Grisú, El abrevadero en la plaza Ambiroux de la capital belga, o el Cargador en el puente de Francfort. En esta línea también se encuentra El viejo campesino de Dalou.

Retrato de Rodin (Musée Rodin, París), de C. Claudel. Esta obra abre las puertas a la viva expresión del ser humano. 

Llega a un punto tal en que el naturalismo escultórico más exagerado cae por su propio peso. Comienzan a respirarse los aires opositores al realismo. El nuevo camino a seguir tendrá dos nombres: Adolf von Hildebrand (1847-1921) y Auguste Rodin (1840-1917). Gracias a ambos la vieja diferencia entre modelado y tallado volverá a revivirse. En el primero está presente la depuración y la claridad de formas; en Rodin, y tal como se estudiará en el volumen siguiente, la complejidad, el apasionamiento y la exageración serán los protagonistas. Al igual que con la obra de Camille Claudel (1864-1943), se habrán abierto las puertas a la expresividad de la forma viva.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Romanticismo en Italia y España

Quien en Italia mejor representó la pintura romántica fue el veneciano Francesco Hayez (1791-1882). Habiendo recibido formación clásica en Roma, en el año 1820 se estableció en Milán, y allí se puso al frente de un grupo de pintores que se propusieron seguir también la inspiración romántica, y desde 1850 fue profesor en la Academia del Palacio Brera. Fue un buen pintor de historia, elegante y sensible, pero donde su carácter romántico aparece mejor quizá sea en algunas figuras de mujer y en el retrato que hizo de Manzoni, que hoy se halla en la Galería Brera.

⇨ Interior de una iglesia de Jenaro Pérez Villaamil (Museo Lázaro Galdiano, Madrid). En esta obra, el autor consigue fundir el entusiasmo romántico por la arquitectura medieval con el calor vivo de los hombres que llenan ese espacio arqueológico. 



El romanticismo pictórico fue hasta cierto punto en España como una rehabilitación del antiguo y tradicional barroquismo español del siglo XVII. Por eso, un viejo pintor formado en los cánones académicos durante el siglo XVIII, pero de temperamento intensamente barroco, pudo dar de él una interpretación personal en los retratos de su última época, pintados cuando la sensibilidad romántica había ya invadido la Península. Este pintor fue el valenciano Vicente López Portaña (1772 -1850), que había cursado sus estudios en Madrid, en la Academia de San Fernando, con Maella, y regresó a Valencia en 1794, y años después fue director allí de la Academia de San Carlos.

Había sido nombrado pintor de cámara de Fernando VII, en Madrid, al regresar este rey del destierro, en 1814, cuando el artista se hallaba en la plenitud de su talento. La moda femenina de aquellos años y de los de la Regencia se prestaba mucho a lucir las grandes habilidades de López, que era un magnífico pintor de encajes, sedas, plumas y joyas.

⇨ Suicidio romántico de Leonardo Alenza (Museo Romántico, Madrid). En esta obra, la sátira de los amores imposibles, de los suicidios y de los panteones ridiculiza la artificiosa literatura de su tiempo. Con ello, el autor defiende toda su obra pictórica tan jugosa y rica de escenas populares. 



Pero, si fue un gran retratista, que no limitó su talento a exhibir tales incentivos, raramente logró infundir alma a sus modelos. Su arte fue continuado por su hijo Bernardo (1799-1874), y con menos calor romántico por su otro hijo Luis (1802-1865), quien, habiéndose perfeccionado en Roma y París, fue artista más independiente que su hermano.

El pintoresquismo pesó mucho en la pintura española romántica. Contribuyeron, en buena parte, a fomentar esa pintura los dibujantes y pintores franceses o británicos, como el escocés David Roberts, que a partir de hacia 1830 viajaron por España, atisbando aspectos de su paisaje y reproduciendo pormenores de sus costumbres.

Acompañó a Roberts en su primera excursión española Jenaro Pérez Villaamil (1807 -1854), nacido en Ferrol, autor refinado de vistas de paisajes e interiores de monumentos arqueológicos, y que en 1842-1844 viajó, a su vez, por Francia, Bélgica y Holanda. Valeriano Domínguez Bécquer (1834-1870), hermano del poeta Gustavo Adolfo Bécquer, merece aquí también mención por sus evocaciones aldeanas, que son estudios minuciosamente realizados (con un modo de ver romántico) de ambientes campesinos españoles.

IzquierdaRetrato de dama de Francesco Hayez. En los países mediterráneos, el romanticismo encontró su expresión, sobre todo, en el retrato y en las escenas "costumbristas". DerechaLa señora de Vargas Machuca de Vicente López (Museo Romántico, Madrid). Especializado en el retrato de soberanos, aristócratas y militares, López se caracterizó por la minuciosidad obsesiva en los detalles.

Poco manifiesto es el carácter romántico de los retratos del murciano Rafael Tejeo (1798-1856). En cambio, plenamente lo exhiben, con sensual ternura, y como románticos merecen valorarse, los de Federico de Madrazo, hijo de José de Madrazo, que había sido uno de los paladines de la pintura clásica, así como romántica es también, partiendo de aspectos de Delacroix, la pintura de Carlos Luis de Ribera (1815-1891), hijo de otro pintor clasicista. Finalmente, hay que clasificar dentro de la sensibilidad del Romanticismo al sevillano Antonio María Esquivel (1806-1857) y a Joaquín Espalter (1809-1880), nacido en Sitges y que pintó sobre todo en Madrid, después de formarse en el extranjero. Mucho mayor es la importancia, como pintores de retratos y de escenas de costumbres, del madrileño Leonardo Alenza (1807 -1845) y de Eugenio Lucas Pradilla (1824-1870), nacido en Alcalá de Henares. Ambos son también, con el gaditano Francisco Lameyer (1825-1877), los más destacados goyistas del siglo XIX, y en el segundo -artista de gran talento y rica y personal policromía- esta afición a Goya, como la que sintió también por Velázquez, se tradujo en ciertos casos en una identificación tan perfecta, que bordea el plagio de intención dudosa, porque Lucas trabajó (según parece) para un hábil anticuario de Biarritz. Eugenio Lucas expuso en París, en 1854, y al parecer influyó en el viaje que Manet realizó después a España.

IzquierdaRetrato de niña de Antonio María Esquivel (Museo de Bellas Artes, Sevilla). DerechaLa condesa de Vilches de Federico de Madrazo (Museo del Prado, Madrid). Retrato en el que Madrazo expresa toda la belleza, gracia y distinción de la aristocracia madrileña con que el autor se complacía en oponerse al mundo de gitanos, tratantes, capeas y coros de mendigos, cuya autenticidad tan bien expresaron otros románticos españoles. 

La Escuela de Bellas Artes de Barcelona empieza, durante esta época, a producir pintores que serán la base de la escuela pictórica catalana posterior. Destacan ya entonces en ella, además de José Arrau y Barba (1802-1872), que anduvo largamente por Italia, dos nombres que merecen destacarse por su aportación romántica.

Uno es Claudio Lorenzale (1815-1889), buen retratista y que en su juventud estuvo (como se ha dicho ya) en contacto con los Nazarenos en Roma, después de ser discípulo, en su ciudad natal, del retratista al pastel Pelegrín Clavé (1811-1880), también barcelonés y que había aprendido aquella técnica del alicantino Vicente Rodés, profesor en la Escuela de Barcelona. El otro, Luis Rigalt (1818-1894), fue un paisajista delicado y de fina sensibilidad. Fue el maestro que tuvo Ramón Martí Alsina, pintor a su vez de gran personalidad, pero cuyo temperamento se aproximó, más que al romanticismo, al naturalismo de Courbet.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

The Frick Collection

Dirección:
1 East 70th Street.
 NY 10021 Nueva York (Estados Unidos).
Tel: (001) 212 288 0700.

Fachada del Frick Museum, de Thomas Hastings (Nueva York).

Los dos países que más aportaciones al arte realizaron en el siglo XVIII fueron Francia y Gran Bretaña. Y la mayor parte de sus más importantes realizaciones se conservan en los principales museos de sus respectivos países. Sin embargo, el período del Rococó se puso de moda en el siglo XIX, cuando los nuevos ricos empresarios americanos comenzaron a crear sus grandes colecciones. Este es el caso de la Frick Collection, una de las joyas entre los incontables museos de Nueva York, que se puede codear sin vergüenza al lado del Metropolitan debido a la alta calidad de las obras que atesora, muchas de ellas del período reseñado.

El nombre de la colección se debe al industrial Henry Clay Frick (1849-1919), uno de los muchos burgueses de Estados Unidos que, enriquecidos, vieron en el arte una forma de satisfacer sus gustos, a la vez que de dar una pátina de prestigio al trabajo tan terrenal al que se dedicaban. A pesar de sus orígenes humildes y de recibir una escasa educación, su carácter despierto hizo que poco a poco se fuera metiendo en el mundo de la industria del acero de Pittsburgh, hasta convertirse, a la edad de 30 años, en millonario.

Retrato de Henry Clay Frick (Colección pri-

vada). Fotografía de autor anónimo. 
Amante de los libros, su otra gran pasión fue el arte, y en 1880 realizó su primer viaje a Europa con la compañía de Andrew Mellon, que también era empresario y era aficionado al arte.

En 1881, el mismo año en que se casó, compró su primera pintura, una obra de Luis Jiménez Aranda, curiosamente un pintor español, seguidor de Fortuny. Pero no fue hasta mediados de la década de 1890 en que empezó a coleccionar de una forma sostenida. Al principio se concentró en pinturas contemporáneas, que se exponían en los salones, o de la escuela de Barbizon -de ahí el importante conjunto de obras de Corot, Daubigny, Rousseau, etc-. Pero en torno al año 1900, vendió casi todas las pinturas anteriores para concentrarse en los maestros del pasado. Es así como fue configurando la actual colección.

Para ello, vio necesario exponerlo todo en un edificio que fuera digno, y tras un par de emplazamientos, finalmente, entre 1913 y 1914, el arquitecto Thomas Hastings le brindó una casa que evocaba el mundo francés dieciochesco, en relación al núcleo más importante de la colección. Sir Charles Allom se encargó del diseño de interiores que, prácticamente, se conserva íntegro, a pesar de que en 1977 se le añadiera un ala nueva.

Entre las obras que se pueden contemplar, destaca la serie completa de Fragonard sobre La serie del amor, adquirida en 1915, y que es una de las obras maestras de este artista. Pero hay otras pinturas importantes, que se deben a las manos de Watteau, Boucher, Chardin, Greuze, GainsboroughReynolds, Hogarth, Romney, Raeburn, o Lawrence, en cuanto al siglo XVIII. Pero asimismo hay obras de otras épocas, creadas por Cimabue, DuccioMemlingVan EyckPiero Della Francesca, Holbein, Tiziano, Veronés, Tintoretto, El Greco, VermeerVelázquezVan DyckRembrandtHals, Ruisdael, Goya, lngres, David, Constable, TurnerMillet, Manet, DegasWhistler ... y un largo etcétera.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El academicismo de Ingres

El rival de Gros fue Ingres, también discípulo de David. Nacido en Montauban en 1780, se dice que, habiendo visto en Toulouse unas copias de Rafael, sintió desde aquel momento decidida vocación por la pintura; la "religión de Rafael" debía inspirar toda su vida. Por lo demás, la historia de su carrera es poco más o menos la misma de los artistas franceses de su tiempo: primer viaje a París, ingreso en el taller de David y Premio de Roma, sólo que en el año de 1801 el Gobierno no tenía dinero para enviar sus pensionnaires a Italia.

Hasta 1806 no pudo disfrutar de su beca. En Roma -donde prolongó su estancia durante veinte años- pintó sus cuadros más famosos, dentro del más puro estilo académico, y sus dibujos de trazos finos realizados entonces son excelentes. El dibujo, según él, constituye el fundamento de la pintura. "Un buen dibujante siempre podrá encontrar el color que corresponda al carácter de la obra." Para la pintura suya más famosa, La Fuente, dícese que empleó más de cuarenta años, retocándola siempre.

Napoleón visita a los apestados de Jaffa, de Antonie-Jean Gros (Musée du Louvre, París). En 1804, Gros representó un episodio real acontecido cinco años antes. Durante su campaña en Egipto, y con una intención claramente propagandística, Napoleón visitó una colonia de enfermos que habían recurrido al canibalismo y la coprofagia para poder sobrevivir. Impregnado de un aura divina, la figura de Napoleón en el centro del cuadro, de donde emana la mayor luminosidad, el pintor evidencia su repulsa por el trato casi secular y endiosado del emperador, a imagen de lo que el pueblo ve en él, justo en el momento en que, aparentemente ungido por un poder curativo, pretende aliviar a un apestado tocando uno de sus bubones, mientras un oficial detrás de él se tapa con un pañuelo ante el mal olor que desprende la herida. Con este gesto, Gros manifiesta la contradicción entre el idealismo con el que se refleja al emperador y la grotesca realidad. 

Apoteosis de Homero, de Jean Auguste Dominique lngres (Musée du Louvre, París). Siguiendo el gusto neoclásico por reverenciar el mundo griego antiguo, lngres coloca a Homero en el centro del cuadro en el momento en que recibe homenaje de los artistas de Grecia, Roma y la época moderna, en una composición triangular muy armónica formada por tres manchas de color blanca, roja y verde y flanqueada por otras dos opuestas, de rojo y verde. Pintado en 1827, reúne al menos 45 personajes alrededor del poeta heleno, encabezados por una Victoria alada que le corona y con dos alegorías de la !líada y la Odisea sentadas a sus pies. Entre los figurantes destacan también los retratos idealizados de Apeles, Fidias, Rafael y Miguel Ángel, reivindicando las raíces clásicas del autor, así como también los de Poussin y Moliere, que miran al espectador para introducirle en la escena. Se dice que para el templo y el friso que lo decora precisó de un arqueólogo para afianzar la precisión del dibujo tras más de trescientas probaturas en papel. 


A su actitud académica -en absoluta oposición a la de Delacroix- debió Ingres todos los juicios adversos que desde el arte pictórico del Romanticismo se han emitido contra él. Pero es un caso el suyo que reclama revisión. Si proclamó que "el secreto de la belleza reside en la verdad", no por ello merece ser considerado, en lo mejor suyo (que no son únicamente los retratos), como un pintor verista. Sus obras maestras no son desde luego los encargos que realizó sobre temas grandilocuentes, como su amanerada Apoteosis de Homero (en el Louvre), ni el falso exotismo de sus Odaliscas, que es en verdad demasiado convencional. Pero su rafaelismo -que ya se inicia en su autorretrato juvenil del Museo Condé, de Chantilly (1804)- no es justo considerarlo como una simple supeditación a Rafael. Lo que sí intuyó Ingres en los retratos de Rafael fue una lección por él sabiamente empleada: que la línea no traduce la realidad, sino la impresión que ha de recibir quien contempla la obra. Para David contó mucho la anatomía; para Ingres lo único que interesa es el efecto visible. Ambos artistas representan, así, dos puntos de vista distintos, en los logros de toda la fase final del neoclasicismo pictórico.

Baño turco, de Jean Auguste Dominique lngres (Musée du Louvre, París). Pintado en 1862, rotas ya las cadenas de la reacción neoclásica, lngres se especializó en el dibujo del desnudo femenino, repetido en esta obra maestra hasta veinticuatro veces en diferentes posturas. Inspirándose en los sensuales relatos de Lady Montagu, esposa del embajador inglés en Constantinopla, después de acudir a varios baños públicos, lngres fue recopilando en diversos cuadernos más de doscientas descripciones de mujeres entregadas al placer ocioso de cuidar sus cuerpos. La composición circular del marco muestra una visión casi clandestina, como si el autor hubiera estado espiando por un agujero en la pared. Algunas de las modelos son musas ya conocidas en otras obras de lngres, como la Odalisca con Esclava, la Mujer Dormida, la Fornarina de Rafael y tres o cuatro bañistas de otros cuadros del propio autor.

La emperatriz Josefina, de Pierre Paul Prud'hon (Musée du Louvre, París). Inscrito ya en el pictoricismo de gusto romántico, este óleo de 1805 es uno de los innumerables retratos que la emperatriz le encargó a su pintor favorito. Tras formarse en la Academia de Dijon, marchó muy joven a tierras italianas, donde trabó amistad con Antonio Canova. Instalado definitivamente en París en 1787, se dedicó exclusivamente al retrato y a la pintura alegórica, rasgo que se destaca sobremanera en esta escena idealizada y sensual, pero de una frialdad extrema. La suavidad cromática, la elegancia y el encanto se anticipan al drástico cambio que sufriría su obra tras el suicidio de su amante, cuya trágica muerte le sumió en una profunda depresión que expresaba duramente en cuadros cuya temática se centraba en la justicia y la divina venganza.


Un último artista coetáneo de David fue Prud'hon. Nacido en Cluny en 1758, pasó también a París y de allí a Roma después de ganar el Prix. En lugar de interesarse tanto por Rafael como Ingres, Prud'hon se entusiasmó por Leonardo y, sobre todo, por el Correggio. Sus asuntos no son tan históricos ni académicos como los de David y sus discípulos, pero no puede llamársele pintor moderno ni romántico, aunque demostró ya sensibilidad romántica en su retrato de la emperatriz Josefina.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La Francia de Napoleón Bonaparte


Napoleón I con traje de Emperador, de François Gérard 

(Deutsches Historiches Museum, Berlín). 
Napoleón Bonaparte era el segundo de los ocho hijos del matrimonio formado por Charles Bonaparte y María Letizia Ramolino. Su padre era un hombre emprendedor de origen toscano que había sabido hacer fortuna en la ciudad natal de Napoleón, Ajaccio. Se supone que en el ambiente en que se crio Napoleón era habitual cierta ostentación de lujo y se imponía una jerarquía familiar en la que reinaba un padre orgulloso, del que quizá heredara sus delirios el futuro emperador.

Y es que la figura del padre de Napoleón es decisiva para comprender no sólo la psicología de éste sino para entender el curso de su vida. Gracias a las influencias de su progenitor, Napoleón consiguió entrar en la Escuela Militar del Campo de Marte de París, en la que no se mostraría como un alumno especialmente sobresaliente y más bien destacaría por su carácter algo taciturno.

Ya incorporado al ejército, Napoleón siguió una carrera militar tan exitosa como fulgurante. Cuando aún no tenía treinta años ya era un general famoso en toda Europa que además había tenido el buen criterio de casarse con Josefina de Beauharnais, viuda del general vizconde de Beauharnais.

La figura de Napoleón es sin duda una de las más interesantes de la Historia. Fue capaz de modernizar un ejército poco organizado y logró brillantes victorias militares que le permitieron acumular más y más poder. Aunque, seguramente, el inicio del fin llegó el mismo día que se autociñó la corona de emperador con la misma arrogancia que le llevaría a perder todo lo que había conseguido.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Las artes aplicadas

El proceso evolutivo del neoclasicismo influyó también en las artes aplicadas al igual que en la arquitectura, la pintura y la escultura. El estilo neoclásico, que comenzó a perfilarse hacia 1750, tuvo su máxima significación en las artes decorativas de Inglaterra y Francia; en estos dos países se dieron las manifestaciones más notables y se crearon modelos imitados en toda Europa y exportados a Estados Unidos.

Solemne, contenido y a veces algo frío, el estilo neoclásico se caracterizó por la tendencia a las formas geométricas simples con preferencia a los anteriores floreos caprichosos del rococó y por el empleo de decoración austera lineal y plana inspirada en motivos arquitectónicos griegos y romanos. La imitación de la antigüedad clásica buscaba un estilo más racional y noble que pudiera aplicarse al mobiliario, la cerámica, los bronces, la platería o los tejidos.

Antecámara de la Syon House, de Robert Adam (Londres). Creada entre 1762 y 1769, y de evidente gusto neoclásico, el autor emulaba en este salón su peculiar visión del mundo romano. Este especialista en el dibujo de ruinas de palacios de la antigüedad debe su fama sobre todo a su capacidad como arquitecto y decorador de interiores, hasta el punto de dar nombre a un estilo particular de artesanía del mobiliario. íntimo amigo de Piranesi, cuya influencia es capital en la apariencia de sus grabados, presumía de un elegante don para mezclar diseño y color en espléndidas composiciones basadas en yacimientos arqueológicos, como demuestra el fastuoso suelo de la antecámara y los nichos para estatuas. 

Aunque se conocían ejemplos de mobiliario griego y romano por las pinturas de vasos y los relieves, la copia directa no era frecuente entre los artesanos, que preferían basarse en estos modelos actuando con total libertad, impregnando a las piezas de su propia personalidad.

En Inglaterra, el arquitecto y proyectista más importante de las primeras fases del movimiento neoclásico fue Robert Adam, que junto a su hermano James creó el estilo Adam. Avanzaron unos modelos que acabarían destruyendo los restos del rococó, aunque aprovecharan de él la vivacidad y la elegancia. Robert Adam se formó en Edimburgo junto a su padre, también arquitecto, y después estudió en Roma donde conoció a Piranesi y adquirió un vasto repertorio de motivos clásicos. Su estilo, muy personal, es ligero, delicado, y está cerca del rococó por su deleite en la ornamentación. Diseñó fundamentalmente muebles de pared (espejos, entredoses y cómodas) y objetos de adorno (trípodes, urnas). Realizó también diseños para alfombras y platería evidenciando en esta última su afición a las formas derivadas de vasos y urnas antiguas. El estilo Adam se difundió a través de sus Works in Architecture y las publicaciones de sus ayudantes. El arquitecto Carperon llevó su influencia hasta San Petersburgo.

Biblioteca de Luis XVI, de Jacques-Ange Gabriel (Palacio de Versal les). Decorado en 1781 bajo la atenta mirada de Rousseau, quien sería el principal privilegiado de la colección de 1ibros del rey, el interior del salón parece demostrar con la pureza de sus líneas  verticales y la ausencia de decoración rocaille que el cambio de gusto empezó a gestarse incluso antes de la Revolución. El filósofo suizo fue también un consumado músico que encabezó una importante polémica contra los bufonistas italianos. 

La cerámica neoclásica inglesa tiene su máxima representación en los trabajos de Josiah Wedgvvood, fundador en 1759 de las lacerías con el mismo nombre. Sus lozas adquirieron un rango similar al de la porcelana y fueron adquiridas por la familia real inglesa, Catalina la Grande, la reina de Francia y el rey de Nápoles, entre sus más distinguidos clientes. Fue creador de piezas de formas sencillas y elegantes recubiertas de un barniz verde, que recibieron el nombre de Queen's Ware (Cerámica de la Reina), piezas de gres rojo vítreo llamado rosso antico, basaltos negros y los famosos Jasper wares basados en las decoraciones de los vasos griegos. Para decorar estas piezas inspiradas en los modelos clásicos se empleaba a artistas notables como el escultor neoclásico John Flaxman.

En Francia iniciaron su reacción frente a las licencias y frivolidades del arte rococó a partir de 1750 surgiendo el denominado estilo Luis XVI, un estilo sereno, comedido, que prefería las formas geométricas pulcras a los caprichos de estilos anteriores. Los muebles aplanaron los frentes bombé, se enderezaron las curvas de las patas de los asientos, y los zarzillos retorcidos dieron paso a adornos derivados de la arquitectura clásica como la greca, la palmeta o el bucráneo.

Trono de Napoleón I, de François Jacob-Desmalter (Musée du Louvre, París). Esculpido sobre madera exclusivamente para el día de la coronación del 2 de diciembre de 1804 en el Palacio de las Tullerías, el trono presenta una decoración heráldica con la inicial del emperador, el águila imperial y la cadena de la Legión de Honor. El ebanista fue también solicitado para trabajar el mobiliario del Palacio Real que Fernando VIl había mandado construir en Aranjuez.

El período Luis XVI fue la edad de oro de la ebanistería francesa. Excelentes artesanos de origen alemán y también franceses trabajaron para una distinguida clientela que no dudaba en pagar grandes sumas de dinero por muebles y objetos de adorno. El diseñador de muebles cobró gran importancia durante este período; parte del mobiliario clasicista fue proyectado por arquitectos y pintores, como en el caso de Jacques-Louis David. Se publicaron grabados con modelos de muebles y el neoclasicismo influyó también en el diseño de platería, bordados, cerámica y tapices.

En la década de 1770 se sentaron las bases del llamado "estilo etrusco", más deliberadamente "antiguo", que con el tiempo pasaría a ser el estilo Directorio o fase primera del estilo Imperio, un neoclásico tardío estrechamente ligado a los gustos de Napoleón I.

El tránsito del estilo Luis XVI al Imperio supuso la aparición de motivos napoleónicos (las abejas, la "N" gigantesca dentro de una corona de laurel y las águilas) junto a invenciones de estilo egyptiennerie. Perder y Fontaine, autores de Recueil de décorations intérieurs, suministraron muchos diseños de este tipo de mobiliario. Se utilizaron tejidos suntuosos en la decoración de los interiores y la pintura de las paredes se sustituyó por papel pintado.

El estilo Imperio mantuvo la simplicidad geométrica de las formas, inspiradas siempre en la antigüedad, y la unidad del material, con preferencia la caoba, con lo que se facilitó la producción a escala industrial. El mueblista más célebre de la época, Jacob-Desmalter, no era un artesano dedicado a hacer piezas sueltas de mobiliario, sino el dueño y director de una fábrica.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Los seguidores de Caravaggio

El enorme impacto que produjo Caravaggio no sólo en el arte sino en la mentalidad de su tiempo tenía, necesariamente, que ser imitado aunque sólo fuera como receta. Pero así como los parientes y seguidores de los Carracci forman grupo y escuela, los artistas influidos por Caravaggio son tan diferentes entre sí que resulta difícil ponerse de acuerdo sobre su número y calidad.

Es normal, sin embargo, considerar como más importantes a: Orazio Gentileschi (1563-1647?), Orazio Borgianni (1578-1616), Cario Saraceni (1580-1620), Bartolomeo Manfredi (1580-1620), Valentín de Boulogne, llamado el Valentín (1594-1632), Giovanni Battista Caracciolo (muerto en 1637), Giovanni Serodine (1600-1631) y Artemisa Gentileschi (1597-1651).


David y Goliat de Orazio Gentileschi (Galería Nacional de Irlanda, Dublín). Es el más importante de los continuadores de Caravaggio, con cuyo estilo se ha identificado, sobre todo en la utilización de la luz. 


Quizás el más importante de todos sea el más viejo, Gentileschi, quien llegó muy joven a Roma y se puso a trabajar con los manieristas. Y si bien comenzó con un fresco en Santa Maria Maggiore, pronto abandonó ese método para consagrarse a la pintura al óleo, vehículo indispensable para poner en ejecución los principios luminísticos que interesaban al propio Caravaggio. Con todo, Gentileschi no pierde nunca sus cualidades toscanas: línea pura y dura que recuerda a Bronzino, color claro y frío que evita los grandes contrastes. No es pues un “tenebrista” ni se interesa en la intensidad cromática ni en el movimiento intenso.

Borgianni vivió mucho tiempo en Madrid donde pudo conocer la obra del Greco. Artista difícil de clasificar, por un lado es un magnífico dibujante y se complace en los escorzos atrevidos. Por otro, no llega nunca al “brutalismo” de Caravaggio y hasta, a veces, envuelve sus figuras en un halo tembloroso de oscuridad que lo hace parecer avanzado para su época.


La Sagrada Familia de Orazio Borgianni (Palacio Barberini, Roma). Otro seguidor de Caravaggio, que pintó este tema universal utilizando el estilo realista y la oscuridad de los fondos, pero sin llegar al "brutalismo" de aquel. 

Saraceni era originario de Venecia y había llegado a Roma poco después del 1600. Al revés de los otros, éste era un verdadero fanático de Caravaggio aunque no siempre llegara a copiarlo con absoluta eficacia. En ocasiones -como en el Milagro de San Benno (iglesia de Santa Maria dell’Anima, Roma)- la imitación es perfecta: los tipos resultan “vistos” sin idealidad, las formas claras avanzan con relieve plástico ante la oscuridad exagerada que las gana apenas se alejan de la fuente luminosa.



⇨ Judith y Holofernes de Artemisia Gentileschi (Galería Uffizi, Florencia), Discípula de su padre, Orazio, en este cuadro, la influencia caravaggiesca es visible en la intensidad cromática, en sus efectos luminosos y en el movimiento acentuado de estas "medias figuras". Artemisia, que fue una pintora precoz, fue también una artista delicada y fina, aunque con una gran energía que le permitió abordar un tema tan realistamente cruel como el que narra este cuadro. 



Manfredi es el gran imitador consciente de Caravaggio, hasta el punto de que muchas de sus obras han sido consideradas como originales del maestro. Sin embargo, Manfredi exagera el aspecto áspero del caravaggismo descuidando, en cambio, sus virtudes.

Valentín de Boullogne nació en Francia y a los veintitrés años fue a trabajar a Roma. Es un artista capaz de elevarse de los simples temas de la pintura de género hasta los cuadros de contenido religioso. Las grandes telas que quedan en Italia o las del Louvre, atestiguan el talento de este gran orquestador de masas, de este colorista que siente predilección por los tonos sombríos. Es, entre los pintores directamente influidos por Caravaggio, el que alargó más en el tiempo la marca inconfundible del gran renovador.

Caracciolo, más conocido como Battistello, dio comienzo a su actividad artística al tiempo de la estancia de Caravaggio en Nápoles, donde Giovanni Battista había nacido. Si al principio copió el arte del pintor lombardo, pronto debió imitarlo sólo en el diseño y la concepción plástica, ya que el fresco, al que se consagró, no favorece para nada la técnica luminística.

Serodine es un extraño pintor nacido en Ascona. Fue pronto a Roma, donde iba a morir muy joven. Baglione, el cronista, dice que es de los que más querían imitar a Caravaggio. No obstante, su técnica desflecada recuerda a la de Borgianni y hoy parece un anticipo inverosímil del Impresionismo.

Por último, una hija de Gentileschi -Artemisia- fue una pintora culta e “internacional”: nacida en Roma, viajó a Londres, pero vivió y murió en Nápoles. Excelente artista, en general delicada y fina, a veces es capaz -como en la Judith y Holofernes (Uffizi)- de una gran crueldad.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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