En la década de 1880 se da un
ascenso del realismo en escultura. Los campos de la literatura y la pintura se
habían adelantado ya a esa nueva manera de sentir nacida como respuesta a los
cambios sociales. El mundo del trabajo pasa a ser el protagonista. Lejos se
encuentra la veneración por la antigüedad y los contenidos religiosos. Es en
Italia y Bélgica donde aparecen las primeras esculturas en que el hombre
humilde adquiere la definición de héroe. La figura, ahora, se encuentra
desarrollando su trabajo cotidiano.
Las víctimas del trabajo (1882), de Vincenzo Vela, se encuentra
entre las primeras esculturas representativas del realismo. El recuerdo por la
famosa perforación del túnel del San Gotargo queda plasmado en esta obra llena
de dramatismo. Ya no hay una mirada de esperanza como la encontrada a lo largo
de la historia del arte religioso, sino la cruel realidad del presente.
En esta corriente cabría destacar
también las figuras de Jules Dalou (1838-1902) y Constantin Meunier
(1831-1905).
La experiencia de Meunier en el
duro campo de la minería y la industria le llevó a reflejar esta nueva
realidad. Después de unas incursiones en el campo de la pintura, Meunier pasó a
trabajar la tridimensionalidad, con obras que llevan a recordar las figuras
romántico-heroicas. El protagonista tendrá un nombre: el proletario. De grandes
dimensiones y severa plasticidad, sus obras plasman una nueva realidad: la contemporánea. No
habrá espacio para la elegancia convencional. Destacan sus relieves del Museo
de Bruselas, el grave grupo del Grisú,
El abrevadero en la plaza Ambiroux de
la capital belga, o el Cargador en el
puente de Francfort. En esta línea también se encuentra El viejo campesino de Dalou.
Llega a un punto tal en que el
naturalismo escultórico más exagerado cae por su propio peso. Comienzan a
respirarse los aires opositores al realismo. El nuevo camino a seguir tendrá
dos nombres: Adolf von Hildebrand (1847-1921) y Auguste Rodin (1840-1917). Gracias a ambos la vieja diferencia entre modelado y
tallado volverá a revivirse. En el primero está presente la depuración y la
claridad de formas; en Rodin, y tal como se estudiará en el volumen siguiente,
la complejidad, el apasionamiento y la exageración serán los protagonistas. Al
igual que con la obra de Camille Claudel (1864-1943), se habrán abierto las
puertas a la expresividad de la forma viva.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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