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Artistas de la A a la Z

El realismo

En la década de 1880 se da un ascenso del realismo en escultura. Los campos de la literatura y la pintura se habían adelantado ya a esa nueva manera de sentir nacida como respuesta a los cambios sociales. El mundo del trabajo pasa a ser el protagonista. Lejos se encuentra la veneración por la antigüedad y los contenidos religiosos. Es en Italia y Bélgica donde aparecen las primeras esculturas en que el hombre humilde adquiere la definición de héroe. La figura, ahora, se encuentra desarrollando su trabajo cotidiano.

La Mina (Musée Meunier, Bruselas), de C. Meunier. Esta obra refleja la atención que pusieron los artistas en las condiciones de vida del proletariado y el libre tratamiento del material, a raíz de la nueva realidad surgida de la Revolución de 1848, que impuso la Segunda República y el sufragio universal. Las tensiones entre la clase obrera y la burguesía y las nuevas ideas políticas y filosóficas influirán de modo decisivo en la producción artística de la época.

Las víctimas del trabajo (1882), de Vincenzo Vela, se encuentra entre las primeras esculturas representativas del realismo. El recuerdo por la famosa perforación del túnel del San Gotargo queda plasmado en esta obra llena de dramatismo. Ya no hay una mirada de esperanza como la encontrada a lo largo de la historia del arte religioso, sino la cruel realidad del presente.

En esta corriente cabría destacar también las figuras de Jules Dalou (1838-1902) y Constantin Meunier (1831-1905).

La experiencia de Meunier en el duro campo de la minería y la industria le llevó a reflejar esta nueva realidad. Después de unas incursiones en el campo de la pintura, Meunier pasó a trabajar la tridimensionalidad, con obras que llevan a recordar las figuras romántico-heroicas. El protagonista tendrá un nombre: el proletario. De grandes dimensiones y severa plasticidad, sus obras plasman una nueva realidad: la contemporánea. No habrá espacio para la elegancia convencional. Destacan sus relieves del Museo de Bruselas, el grave grupo del Grisú, El abrevadero en la plaza Ambiroux de la capital belga, o el Cargador en el puente de Francfort. En esta línea también se encuentra El viejo campesino de Dalou.

Retrato de Rodin (Musée Rodin, París), de C. Claudel. Esta obra abre las puertas a la viva expresión del ser humano. 

Llega a un punto tal en que el naturalismo escultórico más exagerado cae por su propio peso. Comienzan a respirarse los aires opositores al realismo. El nuevo camino a seguir tendrá dos nombres: Adolf von Hildebrand (1847-1921) y Auguste Rodin (1840-1917). Gracias a ambos la vieja diferencia entre modelado y tallado volverá a revivirse. En el primero está presente la depuración y la claridad de formas; en Rodin, y tal como se estudiará en el volumen siguiente, la complejidad, el apasionamiento y la exageración serán los protagonistas. Al igual que con la obra de Camille Claudel (1864-1943), se habrán abierto las puertas a la expresividad de la forma viva.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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