Punto al Arte: Obras arte bizantino
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Pantocrátor de Constantinopla



La imagen de la Ascensión de Cristo, generalmente sentado sobre el arco iris dentro de una aureola llevada por ángeles, fue reemplazada desde el siglo IX por Cristo Pantocrátor, dueño del universo. El Pantocrátor de la cúpula de Santa Sofía de Constantinopla fue destruido. Pero en esta iglesia, más que el poder edesial, es el poder imperial el que predomina y se magnifica a través de retratos de emperadores, situados en el nártex y las tribunas. Así, en la tribuna del muro sur aparece uno de los mosaicos más interesantes, el de Cristo Pantocrátor entronizado entre Constantino IX Monómaco y la emperatriz Zoé, obra fechada entre los años 1028 y 1042.


Constantino Monómaco, el último emperador de la gran dinastía macedonia (1042-1055), sostiene un apokombion, una bolsa conteniendo monedas, mientras que la emperatriz porta unos rollos con privilegios, un documento en el que se enumeran las donaciones a Santa Sofía. La escena representa la donación imperial, la ofrenda por parte de los mandatarios a la Gran iglesia.

Los rostros de Constantino y de la emperatriz Zoé, ataviados con trajes de corte, fijan su mirada hacia abajo desde las doradas paredes. En este mosaico destaca el tratamiento minucioso de la ornamentación de los vestidos e insignias de poder que son tratados como obras de orfebrería. El arte de este panel marca también el triunfo del grafismo que se manifiesta a la vez en ciertas miniaturas de la época.

Constantino Monómaco fue el tercer marido de Zoé, y ella lo desposó a los sesenta años. A pesar de su edad, la emperatriz está representada con una gran belleza y elegancia. Incluso a sus sesenta años su rostro muestra pocos signos del paso del tiempo.

El historiador Whittemore ha demostrado que en un principio la figura de Constantino debió representar al primer marido de Zoé, Romano III (1028-1034) ya que tanto el rostro como la inscripción parecen haber sido alterados para ajustarse al mandato del nuevo emperador. Hecho que permite pensar que el mosaico lo mandó ejecutar el mismo Romano y que fue retocado después por instancia de la emperatriz con ocasión de su tercer matrimonio en el año 1042. Además, la cabeza y la mano con la que bendice Cristo parecen confirmar más aún el retocado de este mosaico. Concretamente, la mirada de Cristo dirigida hacia la misma Zoé explicaría más contundentemente que este rostro haya sido reconstruido. Cabe destacar que la cabeza de Zoé fue dañada en el momento de su destierro por Miguel IV (1034-1041), su segundo marido.

Este panel de mosaico en la galeria sur fue probablemente ejecutado entre el 1028 y el 1034, momento en que la emperatriz estaba casada con Romano III. Posteriormente, en el 1041, los rostros fueron borrados, seguramente por iniciativa de Miguel IV y cuando Zoé se volvió a casar se debió poner el personaje de Constantino IX, poco después de 1042. Por tanto, la representación actual abarca una cronología entre 1042-1055.

Cristo Pantocrátor entronizado entre la emperatriz Zoé y Constantino Monómaco IX, situado en la iglesia de Santa Sofía de Constantinopla, se fecha entre 1042 y 1055.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El Palacio Sagrado de Constantinopla

Su planta era una incoherente reunión de edificios en medio de jardines, a semejanza de los palacios de Siria o Persia. Con sus pabellones aislados y sus galerías, ya desde un principio se separaría del tipo de habitación clásica, de la casa romana, que repetían todavía, a pesar de sus grandes dimensiones, los palacios de los cesares en el Palatino de Roma. Más tarde, por sus relaciones con Oriente, el Palacio Sagrado de Constantinopla fue acentuando este carácter. Los emperadores Teófilo y Basilio, que edificaron en el siglo X nuevas dependencias, lo hicieron ya queriendo imitar expresamente la disposición de los palacios califales de Samarra y de Bagdad.


Palacio Sagrado de Constantinopla. Representación del palacio en la decoración de una cajita de marfil de la catedral de Tréveris.

En conjunto, las construcciones y jardines del Palacio Sagrado ocupaban un espacio de aproximadamente 400.000 metros cuadrados, algo más del que comprendían, juntos, el Louvre y las Tullerías de París antes de su incendio. Pero la mirada no podía observar allí las líneas regulares de una pomposa fachada, como en los palacios reales europeos; el espectador debía de quedar desorientado por la multitud de terrazas, cúpulas y galerías que por todas partes aparecían. Sólo el Kremlin puede dar una ligera idea de lo que era el Palacio Sagrado.



Dentro de él se encerraban siete peristilos o vestíbulos, ocho patios y dos pórticos, los cuales le servían de entrada; cuatro grandes iglesias: la de San Esteban, de Nuestro Señor, Santa María del Faro y la llamada Nueva Iglesia; y además otras capillas, oratorios y un baptisterio, en total veintitrés edificios consagrados al culto; salas de guardias, galerías de recepción, triclinios, salas del trono, una biblioteca y otra infinidad de departamentos privados de los emperadores, baños y un pequeño hipódromo, terrazas o criptopórticos y un embarcadero en el mar de Mármara, llamado el Bucoleón por un antiguo grupo de un toro y un león que adornaban la entrada.



Representación del Palacio Sagrado de Constantinopla, según una miniatura de Skylitzés (Biblioteca Nacional, Madrid). Diversos documentas, como esta miniatura, permiten recomponer el puzzle de lo que debió de ser el magnífico Palacio Sagrado.

De los relatos y crónicas de los historiadores queda bien comprendido que el Palacio Imperial se dividía en tres partes, a saber: la Calcé, que era una especie de vestíbulo monumental con oratorios y salas de guardias, al que tenía entrada el público; seguía luego la Dafne, que era propiamente el conjunto de salas destinadas a recepción y a los servicios administrativos; por fin, el Palacio Sagrado propiamente dicho, donde estaban las grandes salas de embajadores, como la Triconca y el Crisotriclinio, y los aposentos privados del emperador.

La Calcé, que era la parte del palacio que daba sobre el Augústeo, tenía varios pisos de ventanas. Es muy posible que reproduzca la fachada de este palacio el relieve de una cajita de marfil, de la catedral de Tréveris, que representa la escena de una traslación de reliquias. La tribuna interior de la Calcé se ve también en una miniatura del manuscrito del historiador Skylitzés, profusamente iluminado, que posee la Biblioteca Nacional de Madrid; en él se reproducen asimismo otras partes del palacio.


El Tekfur Saray (Constantinopla) es el único edificio civil bizantino que subsiste en Constantinopla. Fue en su origen un anexo del palacio de las Blaquernas, edificado cerca del Cuerno de Oro por Constantino Porfirogeneta, y preludia, en su decoración, el primitivo románico italiano.

Interiormente, las dependencias estaban decoradas con fantástico lujo, que no rehuía, a veces, efectismo teatral. Existe un libro curioso, llamado de las Ceremonias, escrito por un emperador dilettante del siglo X, Constantino Porfirogeneta, que informa extraordinariamente sobre los esplendores y pompas del Palacio Imperial. Este libro, completado con otros escritos del mismo emperador acerca de las construcciones de sus antepasados, da, asimismo, idea de las solemnes recepciones, fiestas magníficas, procesiones y comitivas que diariamente tenían por escenario las galerías y triclinios del Palacio Sagrado. La liturgia del ceremonial imponía para cada fiesta del año diferente protocolo.


⇦ Detalle de la fachada del Tekfur Saray, en las ruinas del palacio de las Blaquernas de Constantinopla (Estambul). Este palacio estaba fuertemente amurallado y disponía además de robustas torres defensivas que acentuaban la belleza del edificio a las necesidades militares del emperador.



El embajador o el magnate que llegaba de Occidente atravesaba lleno de asombro aquellas salas donde resplandecían los mosaicos, pisando los tapices de colores de Oriente o las alfombras de rosas deshojadas, entre las filas de gigantes escandinavos que formaban la guardia del emperador. Cuando, por fin, después de haber recorrido infinidad de aposentos, llegaba al gran salón de la Magnaura o al del Crisotriclinio, que eran los más vastos y donde se acostumbraban celebrar las recepciones, su ánimo estaba ya sobrecogido por los sonidos del órgano y las voces de los cantores, escondidos por las galerías, que entonaban antífonas apropiadas al acto. El gran salón de la Magnaura comunicaba con el palacio por galerías, pero estaba fuera de su recinto: era el de más solemnidad y sólo para ocasiones excepcionales. Tenía una fachada separada al lado de la del Senado, en el Augústeo, y conservaba todavía la primitiva disposición basilical, con tres naves y el trono en el fondo; pero se había restaurado mil veces, con una riqueza de aparato escénico que no tenía igual en el mundo.


El Crisotriclinio, en cambio, era de planta genuinamente bizantina, octagonal, con ocho ábsides en los que se apoyaba una cúpula. Uno de los ábsides servía de vestuario del emperador; otro, de oratorio; en un tercero estaban expuestas las joyas del tesoro, las coronas y dalmáticas, reliquias de personajes históricos que las hicieron célebres. En el fondo, dentro de otro ábside, estaba el trono imperial; a sus pies daban guardia dos leones de oro, y detrás de él un plátano, también de oro, extendía sus ramas llenas de pájaros. En los momentos culminantes de las grandes ceremonias, por un mecanismo oculto, los leones empezaban a rugir, y los pájaros a moverse y a cantar, mientras el trono se levantaba en apoteosis de la majestad imperial, el cual se veía en lo alto, velado por el humo del incienso.


Pantocrátor y Teotokos, mosaicos del ábside de la basílica de San Eufrasia, en Parenzo. El arte bizantino repetirá una y otra vez la composición de sus pantocrátores. Arriba, aparece el Pantocrátor bendiciendo con el libro en la mano; abajo, la Virgen está sentada con el Niño y rodeada de ángeles.


Por otra parte, aunque en la Constantinopla turca no quede nada en su lugar del Palacio Imperial, algo es posible comprender de su belleza por los fragmentos y columnas que se encuentran esparcidos por las mezquitas de Estambul y el palacio del Serrallo o Topkapi Saray. En San Marcos, de Venecia, hay abundantes capiteles y antepechos de mármol decorados con relieves, traídos de Constantinopla por las galeras de la República, que deben de proceder de alguno de los palacios imperiales. En la catedral bizantina de Parenzo, en Istria, se conservan aún los arrimaderos con incrustaciones de mármoles y placas de vidrio y nácar, análogos a los descritos de la residencia de los emperadores.


El Palacio Sagrado fue casi abandonado en el siglo XII; los emperadores prefirieron otro palacio, llamado el de las Blaquernas, junto al Cuerno de Oro y las murallas. Era un emplazamiento más resguardado de los vientos, tan enojosos en el Bosforo, y además vecino a los campos abiertos a la caza, que fue el deporte favorito de la Edad Media. Poco se conoce de este palacio de las Blaquernas, llamado en lengua turca Tekfur Saray, cuyas ruinas descarnadas tienen en algunas de sus partes las armas de los emperadores Paleólogos. En los paramentos de los muros exteriores hay combinaciones de sillares de mármol de diferentes colores que producen un efecto de policromía natural, como la fachada del palacio ducal de Venecia. Pero en la ordenación de las puertas y ventanas del palacio de las Blaquernas se nota ya una clara infiltración del espíritu latino, románico, occidental.



La habitación particular bizantina debía de asemejarse más al tipo de casas de Siria y Oriente, con todas las habitaciones en el fondo de un patio, que no al antiguo tipo de la casa grecorromana, con sus dependencias agrupadas alrededor del atrio cuadrado. Generalmente, la casa tenía un pórtico, que daba a la calle; cuando por falta de espacio tenía que suprimirse, se edificaba entonces un salón en el piso alto con una serie de ventanas formando galería o mirador. Muchos palacios de Venecia, edificados en la época de la mayor influencia bizantina, tienen esta disposición: con el pórtico bajo o la galería alta, o bien ambos. La habitación bizantina se estudia bien en Venecia, pues algunos de sus palacios diferían poquísimo de los que se levantaban en Bizancio.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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