Punto al Arte: Pantoja de la Cruz Juan
Mostrando entradas con la etiqueta Pantoja de la Cruz Juan. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Pantoja de la Cruz Juan. Mostrar todas las entradas

Juan Pantoja de la Cruz (1553-1608)

 


Pantoja de la Cruz, Juan (Valladolid, 1553 - Madrid, 26 de octubre de 1608) Pintor español renacentista, especializado en el retrato cortesano con una estética que es todavía la del manierismo renacentista, formado en los modelos de Antonio Moro y Alonso Sánchez Coello.

Biografía

Muy joven se trasladó a Madrid, donde fue discípulo de Alonso Sánchez Coello, con quien colaboró en algunas obras; en 1587, Pantoja contrajo matrimonio y se independizó como pintor al año siguiente, coincidiendo con la muerte de su maestro (1588). Desde ese momento será el retratista más importante de la corte, aunque hasta 1596 no obtuvo el título de pintor de cámara del rey Felipe II.

En 1598, al subir al trono Felipe III, se convirtió en retratista oficial de la corte. También se consagró como retratista de la nobleza, guardando los mismos convencionalismos según se aprecia en el retrato del Duque de Lerma (1602), Fundación Medinaceli, o en el de Don Diego de Villamayor (1605), Museo del Ermitage, aunque en el retrato de medio cuerpo de un Caballero santiaguista (1601), Museo del Prado, hay una mayor penetración psicológica, quizá por haberse pintado con mayor libertad, junto a un estudio de la luz más avanzado, en la línea del naturalismo.

Pantoja practicó también la pintura religiosa, que en alguna ocasión trató como retrato a lo divino, así en la Anunciación que pintó en 1606, en la que se sirvió de los retratos de la reina Margarita y de la infanta Ana para caracterizar los rostros de la Virgen y del ángel Gabriel. Obras destacadas en este género son Santa Leocadia de la Catedral de Córdoba, fechada en 1603, la Resurrección (1605) del Hospital de Valladolid, con influencias de Orazio Borgianni, y el Nacimiento de la Virgen (Museo del Prado), en la que asimila los juegos de luz y el naturalismo de Navarrete el Mudo sin abandonar la seca precisión flamenca. Esta obra, en la que aparecía también retratada la madre de la reina, fue pintada con destino al oratorio privado de la reina en el palacio de Valladolid, con motivo del traslado de la capital a aquella ciudad, a la que se había trasladado Pantoja acompañando a la Corte.

Hay noticias documentales que aluden a bodegones pintados por él, a imitación de los que llegaban de Italia, y como pintor al fresco consta su participación en las decoraciones del Pardo, perdidas. Al morir dejó sin concluir las pinturas del techo de la Sala de los Retratos del Palacio del Pardo, en las que trabajaba ayudado por su hijo y en colaboración con Francisco López, con quien tenía ciertas desavenencias sobre lo que correspondía a cada uno, por lo que en el testamento pedía se tasasen, asegurando que su participación había sido mucho mayor. No obstante, la colaboración con el mismo pintor debió de ser frecuente, pues tenían también contratado en comandita el retablo de San Agustín de Valladolid, y sus heredros concertaron con López la finalización de lo que Pantoja había dejado sin terminar en el Pardo. También aparecen estrechamente vinculados con él Santiago Morán, quien a su muerte le sucedió en el cargo de pintor del rey, y sus discípulos más directos, Rodrigo de Villandrando y Bartolomé González.

Con motivo del IV Centenario de su muerte, el Museo del Prado presentó en 2008 una selección de sus obras, que en su mayoría se mantienen almacenadas por limitaciones de espacio.

Obras comentadas


Alejandro Farnesio de Juan Pantoja de la Cruz

 

Retrato del famoso capitán general de los Tercios españoles de Flandes, nieto del papa Paulo III y del emperador Carlos V. Por su actitud y gesto vanidosos, refleja más bien al militar vencedor en Maastricht y Oudenaarde, al capitán de los tercios que rindieron y saquearon Amberes en 1585, que al diplomático cuya astucia logró sus mejores victorias. El tono adulador del pintor, preocupado por expresar la buena planta del personaje, limitan la penetración psicológica de este retrato cortesano.

Monasterio de El Escorial (San Lorenzo de El Escorial).

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Retrato de Felipe II de Juan Pantoja de la Cruz

La imagen fue mejor representa los últimos años de Felipe II, y uno de sus más famosos retratos, es la obra pintada en la década de los noventa por Juan Pantoja de la Cruz y conservada hoy día en la Biblioteca de El Escorial.

Pantoja, convertido en estos años en el retratista cortesano por excelencia, en el Retrato de Felipe II presenta una de sus obras maestras al captar a la perfección el concepto de majestad, basado esencialmente en el retraimiento, que se estaba convirtiendo en emblemática de la Casa de Austria. Esta reducción de la imagen a emblema, alcanza en la actitud misma de Felipe II caracteres de paradigma.

Una imagen rígida, solemne y distanciada, que convierte al retratado en un puro signo emblemático y en la representación pictórica de una idea abstracta. Se trata de una trayectoria común a la pintura de corte europea de fines del siglo XVI, a lo largo del cual se tiende hacia la representación de una imagen del soberano cada vez más fría, distanciada y majestuosa.

Juan Pantoja de la Cruz, seguidor y discípulo de Sánchez Coello, formuló toda una idea del retrato en paralelo con las tendencias imperantes: un mayor hieratismo y sentido abstracto y ceremonial de la figura. El deseo de Felipe II de alcanzar, por medio de la pintura, una imagen que respondiera lo más perfectamente posible a una visión de majestad, que él cultivaba de forma muy minuciosa, se consigue perfectamente en el presente lienzo. Es su obra más célebre. En ninguna pintura mejor que en ésta llegó a alcanzar un mayor sentido expresivo la rigidez y la estereotipación de unas posturas, la inexpresividad y blancura de un rostro.

Aquí, ha desaparecido la insistencia en el lujo y en las joyas y se hace ostentación de lo contrario por medio del despojo y austero traje negro, del que sólo se destaca el Toisón de Oro, y que actúa como elemento emblemático de la imagen exterior que de sí misma pretendía dar el soberano en los últimos años de su vida. Pantoja propone un retrato en el que la majestad del retratado se logra a través de la insistencia en los rasgos congelados de su rostro y en el estatismo de la .postura.

El pintor sitúa la figura, ya anciana, de pie y sobre un fondo oscuro, con los habituales motivos de la silla, la columna y los cortinajes, elementos todos componentes de la retratística de aparato. Es precisamente esta insistencia en lo plano, lo geométrico y lo escueto lo que presta riqueza significativa a una obra que trata de expresar la oculta y distanciada majestad del Rey de España.

La diferencia de este óleo sobre lienzo de 1590, con el realizado por Tiziano, en el que aparece vestido de armadura, es obvia. De la representación victoriosa y guerrera del monarca se ha pasado al recogimiento y la interiorización; del rey que guía majestuosamente a sus tropas, al monarca escondido en los laberintos de El Escorial. Con Pantoja se está ante el desplazamiento del personaje a un mundo abstracto e irreal.

Retrato de Felipe II, de 181 x 94 cm conservado en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, es uno de los mejores ejemplos de esa imagen del "rey oculto" de la que tanto la historia ha hecho referencia.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Punto al Arte