Punto al Arte: 06 La edad de oro del arte bizantino
Mostrando entradas con la etiqueta 06 La edad de oro del arte bizantino. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta 06 La edad de oro del arte bizantino. Mostrar todas las entradas

Constantinopla, la nueva Roma

El establecimiento en Bizancio de familias patricias romanas, la división de la ciudad en colinas y barrios, como Roma, y el decreto en que se ordenaba fuese llamada "Nueva Roma" mantuvieron la creencia de que Bizancio, o Constantinopla, como se la llamó, no fue en su origen más que una gran colonia romana que, por el capricho de un emperador, se estableció en los estrechos que separan a Europa de Asia. Aunque ya Diocleciano se había establecido en Nicomedia y en Split; y Constantino, preocupado por la misma necesidad de poseer una capital en Oriente, se fijaba en la pequeña población griega de Bizancio. Era ciudad oscura, que había tenido hasta entonces participación insignificante en la Historia. Su asiento resultaba favorecido por la vecindad de las canteras de mármol del Proconeso, en la ribera asiática, donde quizá florecieran los talleres de marmolistas que enviaron capiteles y relieves a las más lejanas ciudades del Imperio.

Tras las obras llevadas a cabo por Constantino, una calle central iba del extremo oeste de la puerta de las murallas hasta la gran plaza cuadrada, llamada del Augústeo. Allí estaban los principales edificios de Bizancio. La Mese (que en griego significa “intermedio”) era una vía porticada como la Vía Recta de Jerusalén, y en sus soportales se abrían las tiendas de los orífices, especieros y cambistas.


Jardines de Santa Sofía de Constantinopla (Estambul), contemplados desde un minarete de la Mezquita Azul. La extensa superficie del recinto ajardinado, es una muestra de la grandeza y esplendor que Constantino y Justiniano deseaban para la capital del Imperio romano oriental, al fondo, a lo lejos, aparece la iglesia.  

El Augústeo, o Plaza Mayor, guardó durante toda la Edad Media la disposición que tenía desde su origen en tiempo de Constantino. Alternando con sus columnas, se habían instalado en ella las más célebres obras del arte pagano. Para proveer de esculturas famosas a la nueva capital, se despojaron las antiguas ciudades de Oriente. De Atenas, de Rodas, de Antioquía y de Seleucia habían llegado en abundancia las estatuas; y se conservaba el recuerdo de una opulenta matrona romana que envió graciosamente varias columnas de pórfido para cooperar al pensamiento del cesar cristiano.

Este doble carácter de ciudad helenística y capital cristiana no lo perdió nunca Bizancio en toda la Edad Media; cuando los cruzados, en el siglo XIII, se apoderaron de Constantinopla, pudieron aún destruir el gigantesco Hércules en bronce de Lisipo que se conservaba en uno de los lados del Augústeo. En cambio, una cruz monumental, con gemas, se levantaba en medio del Foro, y la imagen del Buen Pastor parece que había sido adoptada para adornar las fuentes.

Obelisco de Tuthmosis III, en el Hipódromo de Constantinopla (Estambul). Maravilla saber que este obelisco importado de Egipto es sólo una tercera parte del monumento original, que se partió durante el traslado. Asimismo, aparte del valor histórico y artístico del obelisco construido por Tuthmosis III, faraón de la XVIII dinastía, destacan los relieves del pedestal de mármol.  

Obelisco de Tuthmosis III, en el Hipódromo de Constantinopla (Estambul). Teodosio I, en su programa de embellecer Constantinopla, hizo transportar, desde Eoioto. este monumento. Como base, mandó colocar un dado de mármol ésculpido en sus cuatro caras, que subsiste in situ como la pieza más importante de su repertorio. Corre el año 390 y Teodosio preside, junto a unos personajes imperiales de difícil identificación, los juegos.  

Obelisco de Tuthmosis III, en el Hipódromo de Constantinopla (Estambul). En una de las caras del dado mármol que hace las veces de pedestal del obelisco, se representa a Teodosio I ofreciendo una corona, quién sabe si al vencedor de los juegos o a los artífices del monumento.     

A un lado del Augústeo se levantaba el Senado, uno de los más bellos edificios de la capital; en otros dos, se elevaban por detrás de los pórticos las fachadas del Hipódromo y del Palacio Imperial; en el cuarto, en fin, se presentaba de lado la iglesia de la Divina Sabiduría o Santa Sofía, edificada primero por Constantino y reconstruida después con tanto esplendor por Justiniano. De todos los edificios del Augústeo, Santa Sofía es el único monumento que se ha conservado hasta nuestros días: el Senado y el Palacio Imperial han desaparecido sin dejar huella, y del Hipódromo no quedó, en la Constantinopla turca, más señal que la de su emplazamiento gracias al obelisco egipcio traído por Teodosio, con su base cubierta de esculturas. Durante toda la Edad Media se irguió en el centro de la espina. La superficie del Hipódromo forma hoy todavía la plaza del Al-Medián; sólo por él y por Santa Sofía se puede señalar el asiento de los demás edificios de este grupo monumental del centro de la ciudad de Bizancio, cuya posición conocemos por descripciones literarias.

Ruinas del Hipódromo de Constantinopla (Estambul). Los ciudadanos más ilustres tenían al Hipódromo -situado en la que es en la actualidad la parte más antigua de la ciudadcomo uno de los centros de diversión de Constantinopla. Su mayor espectáculo eran las carreras de carros.  
La iniciativa de Constantino fue secundada por los ricos patricios, a los cuales podríamos llamar ya grandes feudatarios, que se trasladaron de Roma a Constantinopla, con sus bienes y familias. Como los nobles barones medievales, más vecinos a la realeza, y los cardenales del Renacimiento, algunos de los primeros magnates bizantinos tenían residencias magníficas que competían con las de la Corona. Una de ellas, de un tal Lausos, era de proporciones colosales: el grupo de su palacio y dependencias ocupaba un barrio entero al lado de la calle transversal de la Mese. Cuando alguno se resistía a expatriarse de la vieja capital, Constantino encontraba la manera más expedita para convencerlo. Probablemente no es auténtica, pero sí muy significativa, la anécdota de que Constantino envió a Persia a doce de sus más ricos generales con la excusa de una campaña; en tanto, hacía venir a Constantinopla sus familias y encargaba a sus arquitectos que reprodujeran en Bizancio los palacios que poseían en Roma, con el mismo número de puertas y ventanas.

Yerebatan Sarayi (Estambul). Cisterna del siglo v, una de las construcciones bizantinas más antiguas que subsisten. Sus 336 columnas de mármol sostienen un sistema de bóvedas esféricas de origen oriental.  



Todos los edificios constantinianos de la nea-Roma han desaparecido. Hoy se cree, sin embargo, que la primitiva Santa Sofía era un templo de planta rectangular, una basílica cubierta de madera. Igualmente tenía forma basilical el Aula del Senado; es natural que se pensara en reproducir, aun embelleciéndola, la Curia del Senado en Roma, que era asimismo rectangular, con simplicísima ornamentación. En Bizancio, el Senado, que continuó funcionando hasta la toma de la ciudad por los turcos, era un puro fantasma: su autoridad se reducía a regular el protocolo y legitimar los cambios de dinastía que se consumaban en el Palacio, y para esto no hacía falta más que una sola gran sala de reuniones sin oficinas.


Acaso las únicas construcciones del siglo IV que se conservan en Bizancio son sus famosas cisternas, cuya disposición no ofrece precedentes en la arquitectura romana. El área del recipiente está dividida en un cuadriculado por medio de hileras de columnas paralelas, sobre las cuales se apoyan ingeniosas bóvedas esféricas, que en seguida sugieren los sistemas de cúpulas del Oriente y hasta de la lejana Persia. A veces las columnas, para levantar más la bóveda, sirven de apoyo a otra segunda serie de columnas que forman un nuevo piso; pero siempre las cubiertas son estos innumerables casquetes esféricos, contrarrestándose unos con otros.


⇦ Yerebatan Sarayi (Estambul). El paso de una escultura realista y de valores plásticos a otra nueva, abstracta y decorativa, queda patente en la evolución del capitel bizantino. Las columnas de esta antigua cisterna se rematan con un capitel corintio cuyas hojas carnosas acusan el naturalismo.    



Los capiteles de las columnas de las cisternas de Constantinopla, aunque sin decoración, tienen asimismo formas que quedarán típicas en el arte bizantino y no son las de los capiteles clásicos, utilizados por el arte romano: una pieza en forma de pirámide truncada, de base cuadrada, se interpone entre el capitel y el arco. Es el llamado pulvino, tan característico del arte bizantino, y que parece recordar un fragmento del arquitrabe de los órdenes griegos. No deja de ser, pues, indicio de un cambio de gustos el que las únicas construcciones que se conservan en Constantinopla de la época de su fundación muestren la originalidad de un nuevo estilo y no sigan para nada las tradiciones latinas.

Poco se puede añadir a la información más bien negativa que es posible encontrar en Constantinopla del carácter del arte áulico o imperial en Oriente en la fundación de la nueva capital. Los edificios de esta época construidos en Palestina por orden de Constantino eran de carácter ambiguo; el único conservado, la basílica de la Natividad en Belén, es análogo a las basílicas constantinianas de San Pedro y San Pablo en Roma, y por lo tanto, de planta y decoración exclusivamente romanas. Pero en otros monumentos, casos del Santo Sepulcro o la iglesia de la Ascensión, donde quizás los obispos no estaban tan sujetos a la inspección de los magistrados y arquitectos imperiales, los edificios tomaron carácter menos latino y más oriental, en fin, más cristiano. Lo mismo debió de ocurrir en Constantinopla. Es probable que allí los funcionarios imperiales continuaran sirviendo de freno para detener los progresos del nuevo estilo durante todo el siglo IV y parte del V, o sea desde el reinado de Constantino hasta el de Justiniano, en el cual se ve triunfar los métodos de construcción y los estilos de decoración que constituyen la esencia del arte bizantino.

Iglesia de San Juan Bautista del monasterio de Stoudion, en Estambul. Ruinas de lo que fue el ábside de este templo construido hacia el año 463. 

Pero si los edificios del tiempo de Teodosio y de sus inmediatos sucesores mantuvieron, en conjunto, las tradiciones romanas, se observa en ellos que va disminuyendo la severidad latina en la disposición general de su planta y que la decoración es cada vez más orientalizada. Teodosio fue un gran constructor; se recuerdan sus iniciativas para facilitar la restauración de viejos monumentos y, sobre todo, para construir iglesias, tanto en Occidente como en las provincias orientales. De época teodosiano quedan en Constantinopla las ruinas del monasterio de Stoudion. Su iglesia, dedicada a San Juan Bautista, era de planta basilical, pero mucho más ancha que las basflicas latinas, de forma que constituía un espacio casi cuadrado que parece pedir que sea cubierto con cúpula.

San Demetrio de Salónica guarda en esta reconstrucción de 1917 las características originales del siglo v. Su planta de cruz con transepto y tres naves anchas y cortas la convierten en un claro ejemplo de transición de la basílica longitudinal romana a la iglesia bizantina de planta central.   

Pero del tiempo de Teodosio quedan en Salónica dos iglesias: San Jorge y San Demetrio, basílica esta última semidestruida por un incendio en 1917 y después reedificada. Su cubierta es plana sin cúpula, y no tienen más bóvedas que las de los ábsides. Otra basílica cerca de Alejandría, consagrada durante el reinado de Arcadio, hijo de Teodosio, se pudo excavar debidamente, y sus ruinas revelan también una planta tradicional rectangular. Pero lo mismo en las basílicas de Salónica que en esta de Alejandría la decoración es bizantina, sin ambages ni remordimientos. En la de Alejandría y en las de Salónica, los capiteles tienen las hojas de acanto espinoso dobladas como si fueran agitadas por el viento. Este tipo de capitel es tan característico, que se le llama capitel teodosiano, y como sólo se empleó sistemáticamente durante los reinados de Teodosio y sus hijos, ha servido para datar algunos monumentos.

Crónica de Santa Sofía, manuscrito (Biblioteca Vaticana) Santa Sofía es el prototipo de iglesia de planta central con cúpula que responde a las nuevas exigencias litúrgicas. Si la iglesia cristiana de Occidente requiere cierta distanciación de los fíeles respecto de los oficiantes, la liturgia oriental impone la misa como centro que agrupa a los creyentes. La escena muestra a Justiniano dando órdenes a uno de sus arquitectos. 

En la época de Teodosio y sus descendientes, los antepechos, los frisos y las orlas están esculpidos con tal abuso del trépano para crear huecos, que dan a la decoración aspecto de celosía taladrada; parece que ha de haber algo detrás. Es el estilo decorativo que trata de producir una ilusión de profundidad que no existe, como los acantos de los capiteles teodosianos quieren infundir una ilusión de movimiento y remolino que tampoco existen ni pueden existir.

Estas manifestaciones de un espíritu nuevo se corroboran, sobre todo, con la vestidura de mosaicos que cubren todas las superficies que admiten decoración en el edificio. Placas de mármol jaspeado, cortadas sus venas diagonalmente, tratan de dar al edificio la impresión de que es etéreo, fluido, ligero. Los mosaicos de fondo de oro desmaterializan las paredes como si fueran nieblas tornasoladas.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La edad de oro del arte bizantino

⇦ Tapa del Evangeliario de San Miguel (Tesoro de San Marcos, Venecia). Es considerado como "obra única" por su magnificencia y la riqueza de materiales empleados. 



Dice un historiador del siglo IV que el mismo Constantino, al llegar a orillas del Bósforo, señaló con la punta de su lanza el recinto de la nueva capital: Constantinopla. Las obras se llevaron a cabo con tanta actividad, que en pocos meses, un plazo inusualmente corto en aquellos tiempos, en marzo del año 330, se celebró ya la ceremonia de la consagración de la metrópoli. No se analizará hasta qué punto estas indicaciones pueden ser exactas; pero es seguro que Constantino, deseoso de contemplar el esplendor de la nueva capital, dejó a su ciudad completamente formada, construidas sus murallas y sus puertas, provista de aguas y dotada de los principales núcleos de edificios monumentales. Era tradición antigua creer que la nueva capital no hizo más que repetir, con más joven belleza, el mismo plan, la misma idea de ciudad, de aquella eterna Roma que quedaba al Occidente y que hasta entonces había sido la cabeza del Imperio. Sin embargo, ya se ha visto como hacía tiempo que Roma no era ya el centro espiritual del mundo y como el Oriente, en los primeros siglos cristianos, rechazando la tutela de Roma y recogiendo de nuevo la tradición helenística, que había de marcar en gran medida la evolución de su arte, formaba un arte propio cristiano y una cultura independiente de la latina.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Justiniano y Santa Sofía de Constantinopla


Santa Sofía de Constantinopla (Estambul). Este templo conserva de las primitivas iglesias cristianas la sencillez exterior, aunque enriquecida por el juego de cúpulas. El tambor cilíndrico en el que se enclava la cúpula central proporciona una impresión de robustez. Constantinopla, Bizancio, Estambul .. . unión entre Oriente y Occidente que queda simbolizada en este conjunto, con la bella iglesia cristiana en el centro rodeada por minaretes y contrafuertes turcos.  

De las basílicas romanas quedan sólo las cubiertas planas y el hecho de que las columnas no sostengan bóvedas, sino arquitrabes o arcos. Mas, durante el largo reinado de Justiniano, se acaban las vacilaciones y se construye con el estilo que, por haber producido sus obras maestras en la capital, se ha denominado bizantino. El más famoso edificio en el estilo es la iglesia metropolitana de Santa Sofía de Constantinopla, todavía en relativo buen estado de conservación. En ella están empleados ya todos los métodos constructivos y los más ingeniosos recursos de la construcción bizantina; es el mayor monumento de este arte singular y, al mismo tiempo, el primero en su género. Como en los tiempos de Constantino, también aquí se debía la obra a la iniciativa personal de un monarca; el emperador se había hecho levantar, en medio de sus construcciones, una habitación provisional a fin de inspeccionar diariamente el estado de los trabajos.

Santa Sofía había costado tesoros inmensos. Justiniano recomendaba a los gobernadores de las provincias que le facilitaran los mármoles y materiales más preciosos. La planta del edificio ya revela que todo él se desarrollará obedeciendo a un nuevo sentido artístico, porque de un simple examen se entiende ver que todas las partes están dispuestas para contener la gran cúpula central, de 31 metros de diámetro, inscrita en un gran cuadrado y sostenida por cuatro pechinas en los ángulos, sobre cuatro pilares. Esto constituye la principal innovación de la arquitectura bizantina y lo que hace famosa la cúpula de Santa Sofía, porque se apoya sobre cuatro puntos únicamente, y no sobre una ancha pared circular, como la bóveda del Panteón de Roma y las de las salas de las termas romanas, que la superaban en diámetro.



Cúpula de Santa Sofía de Constantinopla (Estambul). La severidad exterior del templo es sólo una envoltura del espacio interior, en el que la cúpula parece flotar sobre el halo de luz de las cuarenta ventanas de la base, constituyendo esa bóveda celeste de la que hablaban los poetas de la corte bizantina. La inscripción islámica que hoy la decora se debe al calígrafo del siglo XIX Mustafá lzzet Efendi. 

Santa Sofía (Estambul), la mayor iglesia del orbe, que fue concluida en sólo cinco años y diez meses, oculta bajo pinturas mediocres gran parte de sus mosaicos. Los enormes paneles redondos con los nombres de Alá, Mahoma y de los cuatro primeros califas sustituyen los suntuosos adornos: el baldaquino de oro, esmalte y pedrería; los cortinajes de seda. Esta vista interior muestra la luminosidad que permiten el gran espacio que genera la cúpula y las numerosas ventanas con las que cuenta el templo.    

⇦ Capitel del presbiterio de Santa Sofía de Constantinopla (Estambul) - con el monograma de Justiniano y Teodora-, cuya esmerada labor de trépano lo convierte en un encaje, emparentándolo ya con el arte islámico. 



Las cúpulas romanas se asentaban por sus muros directamente en el suelo, mientras la gran media naranja de Santa Sofía está en el aire, se mantiene sobre sus arcos y pilares por la compresión que contra ellos ejercen las bóvedas adyacentes, unos grandes nichos que empujan contra ella. Así recibe la impresión inversa en dos de los lados, mientras que en los otros dos su empuje está contrarrestado por dos arcos que actúan a modo de contrafuertes. A fin de aligerar el peso de la cúpula, los hábiles arquitectos de Santa Sofía adoptaron el sistema de construirla de tejas blancas y esponjosas fabricadas en la isla de Rodas; dichas tejas eran tan ligeras que se necesitaban cinco de ellas para igualar el peso de una teja ordinaria.

Exteriormente, la gran cúpula central no demuestra la importancia de la obra, pues está disimulada por un tambor cilíndrico hasta una tercera parte de su altura; en este tambor se abre una serie de ventanas que dan la vuelta a la zona inferior del gran casquete esférico y sirven para iluminar la iglesia y, al mismo tiempo, para descargar de peso la semiesfera de la cúpula. En el interior, en cambio, la novedad no puede ser mayor; la vista se pierde en lo alto, hundiéndose en aquel gran espacio; no es la impresión de reposo y estabilidad del Partenón, sino de un mágico equilibrio, como si la cúpula estuviera misteriosamente retenida desde el cielo.

La basílica de Santa Sofía de Constantinopla (Estambul) marca un hito en la evolución técnica y estilística de la historia de arte. En ella culmina el gusto bizantino por el .espacio inmenso que supedita los valores de masa a otros valores de atmósfera luz y color. Su exuberante decorativismo oriental se sustenta en una arquitectura de rigor clásico. Justiniano al inaugurarla exclamó: "¡Oh Salomón, te he vencido!".  

Los mosaicos que la decoraban debían de hacer más impresionante todavía aquel gran casquete esférico lleno de colores; destruidas por los turcos las figuras angélicas y la imagen del Redentor, que se veían en lo alto, sólo en las bóvedas angulares de las pechinas se toleró la presencia de cuatro serafines con alas múltiples. Las delicadas proporciones de esta cúpula, cuya clave está suspendida a 55 metros del suelo, la convierten en una de las mayores glorias de la arquitectura.

Los dos arcos laterales estaban cerrados por las galerías del segundo piso, desde donde la corte y los altos funcionarios presenciaban las ceremonias que se celebraban en el grandioso templo. De todos modos, estas dos paredes que cierran los arcos no sostienen poco ni mucho el peso de la cúpula y están llenas de aberturas. Toda la carga de la gran semiesfera gravita sobre los cuatro pilares, y así no es de extrañar, por tanto, que los arquitectos de Justiniano los construyeran con especial cuidado.

La iglesia de Santa Irene de Constantinopla (Estambul) se eleva en el lugar que ocupó una de las primeras iglesias cristianas. Constituye el ejemplo más importante de iglesia cubierta a la vez de bóveda y cúpula, forma híbrida de transición de la basílica de Occidente a la rotonda oriental. 

Todavía hoy estas galerías laterales de Santa Sofía figuran entre las más bellas joyas que tiene en su tesoro la humanidad. Santa Sofía está además enriquecida con dos pórticos: uno anterior, como galería cerrada, que daba al patio cuadrado, y otro más ancho, como nártex o antesala del inmenso templo, casi intacto, con sus bellísimas columnas y mosaicos.


Para el sostenimiento del culto se destinó la renta de trescientas propiedades y fincas de los alrededores de la capital, y los sucesores de Justiniano continuaron aumentando todavía pródigamente con nuevos donativos estas rentas considerables. La iglesia se construyó en poco más de cinco años, desde el 532 hasta diciembre del 537, año en que se verificó la dedicación, pero más tarde comenzaron las restauraciones. Esta velocidad de construcción del mayor templo cristiano del mundo pareció milagrosa a los contemporáneos. Pero tal rapidez era debida a los medios económicos puestos a su disposición y al sistema bizantino de construcción, consistente en alternar hiladas de ladrillo con capas igualmente gruesas de mortero.

⇦ Miniatura turca del libro de Hünername (Biblioteca de Topkapi, Estambul). En esta obra de 1584 se describe de una manera perfecta el nártex y las dos cúpulas -una oval y otra redonda- de la Hagía Eirene   






Después de Santa Sofía describe Procopio los demás monumentos construidos o reedificados por el propio Justiniano en la capital; primero su estatua ecuestre en medio del Augústeo, luego el templo de Santa Irene y los diversos hospitales. Sigue después un capítulo dedicado al templo de Santa María de las Blaquernas, de Santa Ana, de Santa Zoé y del Arcángel Gabriel, de San Pedro y San Pablo, de los Santos Sergio y Baco, y, por fin, la iglesia mausoleo de los Santos Apóstoles, donde se hallaban los sepulcros de los emperadores y de los grandes santos de la Iglesia bizantina.

La primera de estas iglesias, la de la Santa Paz o Hagía Eirene o Irene, se yergue todavía, vecina a Santa Sofía. Su historia, como la de todos los edificios de Bizancio, es una sucesión de restauraciones y consagraciones. Una iglesia había sido construida por Constantino en aquel lugar, acaso sobre el emplazamiento de un primitivo santuario cristiano de Bizancio, antes de ser convertida en capital. La iglesia de Constantino fue reedificada por Justiniano después del incendio de 532, y ésta parece ser la que se conserva actualmente; pero el nártex tuvo ya que restaurarse en 564, después de otro incendio, y las bóvedas en 740 tras un terremoto.

El nombre de Eirene significa en griego Paz, la hermana de Hagía Sofía, la Santa Sabiduría, que tenía su templo allí vecino. Como construcción, la iglesia de Santa Irene es una obra bien característica de la arquitectura de Bizancio: su planta consiste en una gran nave central, dividida por un ancho arco en dos partes, cubierta cada una con una cúpula sobre pechinas. Las dos cúpulas, iguales en anchura, son de altura distinta; una de ellas está levantada sobre un tambor cilindrico con ventanas, mientras la otra, más baja, se apoya directamente sobre los cuatro arcos.

La iglesia de los Santos Sergio y Baco de Constantinopla (Estambul). Primera de las numerosas fundadas por Justiniano, que es, después de Santa Sofía, el ejemplo más perfecto de homogénea construcción cubierta por cúpula.    

La más alta es hemisférica; la otra, en cambio, es una superficie oblonga achatada por los lados. La nave central está flanqueada por otras laterales, con bóvedas por arista y galerías superiores cubiertas con bóvedas de cañón. Una iglesia de Kassaba (Licia) tiene la misma disposición que Santa Irene; sólo que, en lugar de dos cúpulas, no posee sino una. Esto parece indicar que, en arquitectura, Bizancio tenía tipos bien establecidos, pues se repiten ciertos modelos con mayor o menor alteración en provincias muy alejadas.

Otra iglesia de Constantinopla, la dedicada a los Santos Sergio y Baco, tiene una cúpula sobre planta octogonal dividida en segmentos como tajadas. La galería alta conserva una inscripción que dice fue construida por orden de Teodora, esposa de Justiniano, que allí se declara poseer todas las virtudes. Iniciada el año 527, cuando Justiniano subió al trono imperial, ya estaba terminada en 536, puesto que entonces aparece mencionada con motivo de un sínodo que se reunió en Constantinopla. Al lado de este santuario, con reliquias de los mártires orientales Sergio y Baco, había otro idéntico, pero separado, con reliquias de San Pedro y San Pablo. Este quedó para el rito latino y fue usado por los católicos que no quisieron aceptar el cisma hasta mucho después de la separación de las Iglesias.

Iglesia de los Santos Sergio y Baco de Constantinopla (Estambul). Sus capiteles y cornisas, tallados en mármol, acusan ya un estilo plenamente bizantino. El pórtico que precede al nártex es de época turca.   

La famosa iglesia de los Santos Apóstoles era más popular, más nacional para los “bizantinos de Bizancio”, que la iglesia de Santa Sofía, del Patriarca. El templo de los Santos Apóstoles ha desaparecido sin dejar rastro. Sobre su asiento se levanta la gigantesca mezquita de Murad II.

La iglesia de los Santos Apóstoles, de Bizancio, tiene para la Historia del Arte extraordinaria importancia: ella sirvió de modelo en Occidente más que ninguna otra construcción bizantina con cúpulas, más que la gran iglesia metropolitana de Santa Sofía, con su combinación excesivamente ingeniosa para que pudieran aprender en ella los arquitectos occidentales. En cambio, la planta en forma de cruz del templo de los Santos Apóstoles era un tipo de fácil imitación para quienes no tenían los recursos de que se disponía en Bizancio. La primera copia de la planta de los Santos Apóstoles sería regularmente el templo de San Marcos de Venecia, y de San Marcos se cree derivan las catedrales francesas de Auvernia, como la de Saint-Front de Perigueux.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Pantocrátor de Constantinopla



La imagen de la Ascensión de Cristo, generalmente sentado sobre el arco iris dentro de una aureola llevada por ángeles, fue reemplazada desde el siglo IX por Cristo Pantocrátor, dueño del universo. El Pantocrátor de la cúpula de Santa Sofía de Constantinopla fue destruido. Pero en esta iglesia, más que el poder edesial, es el poder imperial el que predomina y se magnifica a través de retratos de emperadores, situados en el nártex y las tribunas. Así, en la tribuna del muro sur aparece uno de los mosaicos más interesantes, el de Cristo Pantocrátor entronizado entre Constantino IX Monómaco y la emperatriz Zoé, obra fechada entre los años 1028 y 1042.


Constantino Monómaco, el último emperador de la gran dinastía macedonia (1042-1055), sostiene un apokombion, una bolsa conteniendo monedas, mientras que la emperatriz porta unos rollos con privilegios, un documento en el que se enumeran las donaciones a Santa Sofía. La escena representa la donación imperial, la ofrenda por parte de los mandatarios a la Gran iglesia.

Los rostros de Constantino y de la emperatriz Zoé, ataviados con trajes de corte, fijan su mirada hacia abajo desde las doradas paredes. En este mosaico destaca el tratamiento minucioso de la ornamentación de los vestidos e insignias de poder que son tratados como obras de orfebrería. El arte de este panel marca también el triunfo del grafismo que se manifiesta a la vez en ciertas miniaturas de la época.

Constantino Monómaco fue el tercer marido de Zoé, y ella lo desposó a los sesenta años. A pesar de su edad, la emperatriz está representada con una gran belleza y elegancia. Incluso a sus sesenta años su rostro muestra pocos signos del paso del tiempo.

El historiador Whittemore ha demostrado que en un principio la figura de Constantino debió representar al primer marido de Zoé, Romano III (1028-1034) ya que tanto el rostro como la inscripción parecen haber sido alterados para ajustarse al mandato del nuevo emperador. Hecho que permite pensar que el mosaico lo mandó ejecutar el mismo Romano y que fue retocado después por instancia de la emperatriz con ocasión de su tercer matrimonio en el año 1042. Además, la cabeza y la mano con la que bendice Cristo parecen confirmar más aún el retocado de este mosaico. Concretamente, la mirada de Cristo dirigida hacia la misma Zoé explicaría más contundentemente que este rostro haya sido reconstruido. Cabe destacar que la cabeza de Zoé fue dañada en el momento de su destierro por Miguel IV (1034-1041), su segundo marido.

Este panel de mosaico en la galeria sur fue probablemente ejecutado entre el 1028 y el 1034, momento en que la emperatriz estaba casada con Romano III. Posteriormente, en el 1041, los rostros fueron borrados, seguramente por iniciativa de Miguel IV y cuando Zoé se volvió a casar se debió poner el personaje de Constantino IX, poco después de 1042. Por tanto, la representación actual abarca una cronología entre 1042-1055.

Cristo Pantocrátor entronizado entre la emperatriz Zoé y Constantino Monómaco IX, situado en la iglesia de Santa Sofía de Constantinopla, se fecha entre 1042 y 1055.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El esplendor de Ravena

Las iglesias bizantinas de Constantinopla han sido mutiladas y blanqueadas por los turcos, y de muchas de ellas se hace difícil apreciar su belleza, faltándoles, además de la decoración de mosaicos, los ornamentos litúrgicos que las enriquecían; en cambio, en Ravena, la ciudad italiana a orillas del Adriático, que fue capital del Exarcado, se conservan casi intactas inapreciables joyas del arte bizantino. Ravena fue durante tres siglos como un barrio de Constantinopla.

Cortejo de las santas en San Apolinar el Nuevo, en Ravena. Detalle del mosaico donde las santas están separadas entre sí por palmeras cargadas de dátiles. Por su ritmo, libertad compositiva y su perfección insuperable han sido llamadas las Panateneas del Cristianismo, comparándolas con las célebres doncellas del friso del Partenón. 

Su importancia data de la época de Honorio, el hijo de Teodosio. Creyéndose poco seguro en Roma, amenazada por los bárbaros, Honorio trasladó su corte a Ravena, defendida por insanas lagunas y que tenía la ventaja de ser punto, favorable para embarcar, como último recurso, en dirección a los Estados de su hermano Arcadio, emperador de Bizancio. En la época de Honorio se construyeron en Ravena varios edificios importantes, pero sólo se ha conservado intacto el rico mausoleo de su hermana Gala Placidia, con sus decoraciones en mosaico. La visita de esta pequeña construcción causa una fascinación extraña, inolvidable: tan luminosos son los azules dorados de la bóveda, sembrada de innúmeras estrellas de oro.


A la época de Honorio y Gala sigue un período de calma edilicia para Ravena, con los trastornos de la irrupción de los bárbaros hasta que vuelve a recobrar nuevo esplendor durante el reinado del gran ostrogodo Teodorico, y la ocupación bizantina que siguió más tarde.

Detalle del cortejo de las santas en San Apolinar el Nuevo, de Ravena. Los tres Magos, guiados por la estrella, llevan sus ofrendas a la Virgen. En la parte superior se pueden leer los nombres de los Magos, que no llevan corona, sino un tocado que debía de ser habitual en la época de realización del mosaico.     

Nunca satisfechos con la suerte de Italia y otras provincias de Occidente en manos de los bárbaros, los emperadores bizantinos se empeñaron en reconquistarlas, haciendo de Ravena la capital de un exarcado, con jurisdicción nominal o efectiva sobre la Italia Meridional, Sicilia, la costa norte de África y España. Fue entonces cuando Ravena se enriqueció con nuevos monumentos inestimables que aún se pueden contemplar. En sus calles y en los pórticos de las plazas desiertas se ven las columnas antiguas con sus magníficos capiteles bizantinos, que sirven de pilares a las casas. La ciudad imperial del Adriático, hoy pequeña villa provinciana, rebosa de monumentos: conserva aún la iglesia mayor de San Apolinar, en la ciudad; otra gran iglesia, también consagrada a San Apolinar, en el puerto; dos baptisterios y, por fin, la maravillosa iglesia de San Vital, reunida en otro tiempo al palacio de los exarcas.

⇦ San Apolinar el Nuevo, Ravena . Detalle del primero de los tres Magos oferentes que permite comprobar que se trata de uno de los mejores mosaicos de Ravena, realizado casi con seguridad por un artista de Constantinopla. Se fecha en el año 550. 



La gran basílica de San Apolinar Intramuros estaba dedicada primitivamente a San Martín, fue consagrada en 504 y llamada, por espacio de tres siglos, San Martín con Cielo de Oro, porque su techo era dorado. Pero cuando en 856 la basílica del puerto, donde se veneraba el cuerpo de San Apolinar, o sea la actual iglesia de San Apolinar in Classe, fue saqueada por los sarracenos, el cuerpo del santo patrón de Ravena se trasladó, para mayor seguridad, a la iglesia de San Martín, y ésta cambió su nombre por el de San Apolinar el Nuevo, a fin de distinguirlo del de la antigua iglesia de San Apolinar del puerto o in Classe.

Su planta es todavía de basílica latina; consta de tres naves, separadas por hileras de columnas, con el techo de la central formado por una cubierta de madera; las laterales, en cambio, están abovedadas. Los capiteles de las columnas que separan las naves tienen una decoración de acantos espinosos completamente distinta de los capiteles clásicos de las basílicas de Roma, y encima, entre el capitel y los arcos, ostentan el ábaco trapezoidal, o pulvino, que sustituye al arquitrabe en el arte bizantino.

⇦ El Obispo Ursus en San Apolinar "in Classe", consagrada en el año 549, es una de las más interesantes basílicas de Ravena. De los mosaicos que la decoraban, se conservan los del presbiterio. El artífice de esta imagen ha buscado algo más que un retrato fiel: el rostro revela una contenida inquietud interior. Como rasgo común a todos ellos, el colorido, enormemente rico, no imita la naturaleza, sino que intenta dar de la realidad una versión totalmente "bizantina". 



Los mosaicos que hay sobre las columnas de la nave central son acaso las más bellas producciones del arte nuevo que llegaba del Oriente. El espectador, situado en el centro de la iglesia, ve con admiración desarrollarse a cada lado una procesión de figuras de mosaico paralelas: a un lado están los santos y mártires guiados por San Martín, los cuales acuden a adorar al Salvador; en el otro lado las santas y vírgenes, las cuales, precedidas por tres ángeles y por los Reyes Magos, llegan en larga comitiva hasta la Virgen con el Niño, que descansa en su regazo, como si la escena de la gruta de Belén se prolongara místicamente a través de las edades. Santos y vírgenes van vestidos como bizantinos; los mosaicos de San Apolinar son, indudablemente, obra de maestros procedentes de Oriente. Es humanamente imposible describir el encanto de esta iglesia, hoy solitaria, con sus dos largas filas de figuras de princesas y doctores de Oriente, que abren sus grandes ojos meditabundos marchando en procesión.

Es realmente difícil expresar con mayor claridad que en San Apolinar el Nuevo la idea que presidió la elaboración de los templos con planta basilical fue la de mostrar al creyente el camino en su búsqueda de Dios y hacérselo recorrer. Este camino conduce progresivamente desde el mundo exterior, a través de la nave, hasta el ábside. Conforme se avanza hacia el fondo, a lo largo de los alineamientos de columnas, de la serie de arcos y de las hileras de ventanas que iluminan rítmicamente la nave, el visitante siente atraída intensamente su mirada hacia el altar. Los mosaicos resplandecientes con sus dos procesiones de personajes sagrados señalaban la dirección en la que cada paso significa avanzar un grado hacia la Divinidad.

Iglesia de San Vital de Ravena. La ciudad reunió el más impresionante conjunto bizantino de Occidente al convertirse en el siglo v en una ciudad imperial. Este capitel prepara con su esquematización el paso del estilo paleocristiano al bizantino.   



⇨ San Vital de Ravena, construida y decorada entre 526 y 547, es una iglesia de planta central con cúpula y deambulatorio. El octógono de su base mide más de 34 m de ancho. La cúpula se apoya en ocho exedras de dos pisos con columnas, como en Santa Sofía de Constantinopla. Su interior fue restaurado en 1932 y de esta fecha son el pavimento, los zócalos, las taraceas de mármol y el altar, destacando en el presbiterio los riquísimos mosaicos bizantinos. 



La otra iglesia dedicada a San Apolinar in Classe, o sea en el lugar que ocupaba el antiguo puerto de Ravena, fue comenzada en 534 y concluida ocho años más tarde. Consta de tres naves separadas por columnas, muy semejantes a las de San Apolinar el Nuevo, con capiteles de acantos espinosos y abaco trapezoidal; encima, en lugar del friso de los santos y las vírgenes, había en San Apolinar in Classe unos medallones con los retratos de los obispos de Ravena. La iglesia ha pasado largos períodos destechada, de manera que la decoración de las naves ha desaparecido.

Tan sólo quedan los mosaicos del ábside, con una gran cruz en medio de un campo florido, a la que se acercan ovejas guiadas por San Apolinar; las figuras de obispos de Ravena, en el cilindro del ábside, entre las ventanas, y en lo alto, un clípeo con el busto de Cristo y además los cuatro símbolos apocalípticos de los Evangelistas. El campo florido alrededor de la figura de San Apolinar, con su césped verde poblado de pequeños árboles, flores y pájaros, parece reproducir el tranquilo paisaje con pinares que rodea el monumento.


⇦ San Vital de Ravena. Detalle de un mosaico. Teodora y su cortejo identio fican la grandeza con la pompa, mientras que el de la dama del anillo, las sutilezas de su rango, en contraste con la sencillez de las escenas contiguas del Antiguo Testamento. 



La última obra de los exarcas bizantinos en Ravena es la iglesia dedicada a San Vital. Se conserva intacta, si se exceptúan los mosaicos, los cuales en parte quedaron sin terminar y en parte se destruyeron en el Renacimiento. Se trazó la planta de la iglesia de San Vital según el principio bizantino de disponer todos los elementos alrededor de una gran cúpula central, sostenida por pilares y columnas. Construida con anillos de ánforas empastados en gruesos lechos de cemento, es ligerísima y puede apoyarse sobre una pared muy delgada. Las naves, alrededor de la cúpula central, están cubiertas con una combinación de bóvedas que se penetran irregularmente.

Los mosaicos de San Vital de Ravena son los más célebres de todo el arte bizantino. Además de atestiguar el esplendor de la corte de Justiniano son una obra maestra del retrato. El gesto del emperador denota los agobios del poder. 

Mosaicos de San Vital de Ravena. En el ábside del templo aparece Cristo aún imberbe, sentado en el globo del mundo, representado por una esfera azul, y rodeado de ángeles y santos. 

En el ábside se hallan los únicos mosaicos que no han sido destruidos, y por ellos es posible juzgar la gran riqueza que ofrecería el conjunto. Árboles, flores, plantas y animales, sobre el fondo de oro, decoran los plafones, interrumpidos a veces con pequeños medallones con imágenes de profetas y apóstoles. Un arrimadero, también de mosaico, forma un friso con personajes históricos. En un lado está el emperador Justiniano ofreciendo dones a la nueva iglesia, acompañado por el obispo Maximiano, con magnates, sacerdotes y guerreros. En el friso de enfrente, su esposa la emperatriz Teodora, cubierta toda ella de pedrería, ofrece asimismo un vaso magnífico, en medio de la brillante comitiva de damas y eunucos de su séquito. También se ven las cortinas colgantes y la fuente, así como las arquitecturas lejanas. Los personajes están representados con genial maestría; todo el esplendor de la corte bizantina se despliega en estos dos cuadros históricos. 

Es muy posible que los dos plafones de retratos de San Vital se importaran ya compuestos de Constantinopla y fueran pegados a la pared sobre una base de cemento. El mosaico se presta a esta traslación; en Constantinopla había un taller imperial de mosaicos. Es interesante que los demás mosaicos de la iglesia de San Vital revelen la infiltración de temas sirios, como paisajes roqueños, mientras el protagonista del ábside, que es el Cristo sentado sobre el universo representado aquí por una esfera azul de tonos sabiamente degradados, sigue siendo el joven imberbe de las catacumbas.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El retrato escultórico y los marfiles


En el arte que parece ir a la zaga, que es la escultura, los bizantinos debieron de hacer también mucho más y mejor que cuanto pueden revelarnos las pocas obras que se han conservado.

Las descripciones de Constantinopla y otras grandes ciudades bizantinas mencionan antepechos, estatuas imperiales, columnas rostrales, arcos de triunfo. La mayoría han desaparecido, pero las reliquias que se conservan de escultura bizantina demuestran que, por lo menos en Constantinopla, se mantenía la técnica de las escuelas grecorromanas. Se conservan aún algunos retratos de monarcas bizantinos en que no se percibe ningún intento de embellecerlos; casi pecan por extremado realismo. Las facciones se reproducen con todo lo que tienen de peculiar y hasta de vulgar. Pero nunca son insignificantes ni de pobre ejecución. Una estatua gigantesca de bronce, quizá un retrato del emperador Heraclio y la única de las muchas que debieron de levantarse en las plazas de Bizancio, se ha conservado por milagro.

El llamado marfil Barberini (Musée du Louvre), reproduce la imagen de un emperador de identificación dudosa. Sin duda, la desproporción de la cabeza obedece a una preocupación por la fidelidad en el retrato.  

La llevaban los venecianos como parte del botín de la conquista de Constantinopla, el año 1204. La galera que transportaba el coloso de bronce embarrancó en la playa del Adriático junto a Barletta, y los habitantes de esta ciudad la desenterraron de la arena para colocarla en su plaza de mercado.

⇦ La emperatriz Ariadna (Museo del Bargello, Florencia). Este marfil del siglo v representa probablemente la hija de León 1, que casó primero con Zenón y luego con Anastasia l. Aparece enmarcada por águilas romanas y columnas corintias; cubierta de joyas, lleva en su izquierda el globo con la cruz, signo de que rige los destinos del Imperio Romano de Oriente. Los ojos, de una fijeza glacial, y su actitud inmóvil la hacen semejante a un ídolo lleno de poder y misterio. 



El marfil Barberini, llamado así por haber pertenecido a uno de los cardenales de esta familia pontificia y que se conserva en el Louvre, contiene otra importante figuración de un emperador bizantino de esta época, anterior a las luchas de los iconoclastas. Se le considera labrado a finales del siglo V o principios del VI. Es la hoja de un díptico, compuesta de varias placas (cinco, por faltar una del conjunto); la central, que es de grandes dimensiones (34 centímetros de altura), se supone que representa al emperador Zenón (muerto en 491), el cual, vistiendo loriga, con el manto imperial y la diadema, aparece montado en su ataviado corcel, e hinca en el suelo la lanza, que un bárbaro toca en señal de sumisión.

Una Victoria alada aparece junto a la cabeza del emperador, para coronarlo, mientras que entre las patas levantadas del caballo, la Tierra, con el regazo lleno de frutos, sostiene un pie de la figura imperial, que exhibe el calzado militar. En las demás placas aparecen, en lo alto, el Salvador imberbe, con el cetro y en actitud de bendecir, dentro de un nimbo con el Sol y la Luna, que sostienen dos ángeles; a la derecha del emperador, un escudero soporta una estatua de la Victoria, y otra placa en la parte baja, formando friso, representa a bárbaros y genios que aportan presentes exóticos.

El díptico consular de Flavius Anastasius (Victoria and Albert Museum, Londres). Fechado en el 517, revela una precisión escultórica típicamente bizantina. El cónsul aparece sentado en una tribuna cubierta por un frontón triangular; en una mano tiene el cetro y con la otra hace el ademán que ordena el inicio de los juegos o carreras en el Circo.  

Otros retratos revelan la meticulosa burocracia civil y religiosa de Bizancio. La presencia, desde los primeros siglos del Imperio bizantino, de varios retratos de magnates llenos de carácter, como los que figuran en los llamados dípticos consulares, placas dobles de marfil esculpidas en conmemoración del acceso de algún encumbrado personaje a la dignidad consular. Estos magnates son representados, con su túnica bordada de pedrería, en el momento de alzar el pañuelo para dar la señal de comenzar los juegos en el circo. Cada año se celebraba la invención y el buen gusto del nuevo cónsul por la manera como ejecutaba su díptico que, el primer día de su mandato, era entregado en diversos ejemplares a los invitados a la recepción que ofrecía en su casa.

Iglesia de Santa María Pammakaristos de Constantinopla (Estambul). Edificio construido en piedra y ladrillo en el que aparecen las típicas y airosas cúpulas bizantinas. 

Algunas princesas o emperatrices de Bizancio merecieron los honores de su representación escultórica. Son las grandes damas de la edad de oro bizantina, aún con la fortaleza romana, tales como Teodora, Ariadna o Eudoxia, capaces de infundir valor a sus esposos, o ya sirviendo de regentes en casos de minoría de edad, ya gobernando por cuenta de los emperadores en casos de ausencia. El torbellino de intrigas femeninas, conspiraciones de gineceo, que levantó y derribó dinastías en Bizancio, apenas empieza a manifestarse con anterioridad a las querellas iconoclastas.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Punto al Arte