Punto al Arte: 03 El arte romano durante los Flavios y los Antoninos
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El arte romano durante los Flavios y los Antoninos

Después de los años de guerra que trajeron la extinción de la Casa de Augusto, otra familia de grandes príncipes amantes de las artes inauguró una segunda época del Imperio romano. De este modo, llegamos ahora, en nuestro recorrido por el arte romano, a la época de los Flavios y los Antoninos. Vespasiano, el primero de los emperadores de la familia Flavia, antes de acudir a Roma había gobernado durante largos años las provincias orientales; Tito, en sus campañas militares, se ocupó principalmente de Oriente, y Domiciano, el tercero de los Flavios, durante su largo reinado tuvo tiempo de llenar Roma de construcciones fastuosas.

Relieve de la columna de Marco Au-
relio
en Roma, donde se halla repre-
sentado el emperador, montado en
una cuádriga, entrando victorioso en
la capital.
 En sus últimos años el joven emperador Nerón había hecho verdaderas locuras arquitectónicas, como transformar en lago el valle entre los montes Celio y Esquilino, llenar la Velia de jardines, con su estatua gigantesca, y expropiar gran parte del terreno de las colinas, habitadas antes por los patricios, para construir en ellas las dependencias de su palacio.

Y, como se verá, para erigir sus grandes y magníficos edificios los Flavios utilizaron principalmente los espacios ocupados antes por la Domus aurea o palacio de Nerón, mientras que de los Antoninos es obligado destacar la gran obra de Adriano, el Panteón.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat. 

Las realizaciones de Adriano: el Panteón

A Trajano le sucedió otro gran emperador hispánico, Adriano, quien sintió una extraordinaria afición por la arquitectura. Consta que él mismo extendía los planos e intervenía en la construcción de sus principales edificios. Un relieve lo representa en el acto de la dedicación de su templo de Venus y Roma, del cual se conservan aún restos colosales. Era un templo doble; en cada fachada (que tenía la forma de un templo decástilo, con diez columnas) se abría una cella con un ábside, donde estaban las estatuas de Venus y Roma. La particularidad de las dos cellas era que estaban cubiertas con bóvedas de cañón con casetones.

En los ábsides se ven todavía estos casetones con los estucos de la decoración. El edificio no debió de carecer de grandiosidad; pero se cuenta que al recibir Apolodoro, el arquitecto del Foro de Trajano, los planos y la carta en que Adriano le pedía su opinión sobre el nuevo templo proyectado, hizo discretamente algunas observaciones no muy favorables para la obra de su imperial discípulo.

Relieves en detalle del friso del arco de Trajano, en Benevento. Construido en los inicios del siglo II, en el que se glosan, con notable dinamismo en las figuras, las virtudes del gobierno de Trajano.  Detalle de la columna Trajana, en Roma. Sacrificio ritual durante la inauguración de un puente sobre el Danubio. De este modo el artista, inspirándose en hechos reales, afirma los logros y la gloria de Roma.    
En la famosa villa construida por Adriano en las afueras de Roma se advierte su predilección por lo exótico, hasta emplear a veces los estilos egipcios y orientales. Las ruinas de la villa Adriana son, aún hoy, gigantescas construcciones medio destruidas; las bóvedas, descarnadas de sus estucos, cubren aún espacios vastísimos. Contenía un teatro, grandes bibliotecas, baños, hospederías, templos de cultos latinos y orientales, y debió de estar llena de estatuas y tesoros artísticos de todo género.

Los campos de ruinas de la villa Adriana han proveído una parte importantísima de las esculturas de los museos de Roma y del extranjero; durante el Renacimiento fueron inagotable cantera de mármoles preciosos. El emperador, que disfrutaba de la paz que habían procurado las campañas de Trajano, su padre adoptivo, debió de reunir en este palacio los originales, o por lo menos copias muy fieles, de muchas obras maestras de la antigüedad.


El Foro de Trajano, en Roma, cuya disposición general puede verse en el dibujo de su planta, fue con mucho el más amplio y espléndido de los foros imperiales. Cuentan que cuando Alarico se apoderó de Roma, en el año 410, al cruzar el gran arco que se abría al recinto, palideció ante tanta magnificencia. De ella quedan sólo los restos de la Basílica Ulpia, de cinco naves, obra de Apolodoro de Damasco, a través de la cual se accedía a las dos bibliotecas -la latina y la griega- dispuestas a ambos lados de la Columna Trajana, según el esquema de las ágoras helenísticas. 


Escenas de la vida de Trajano en la base de la Columna Trajana, himno de gloria al gran emperador hispano, una de las as grandes muestras del arte romano. Por primera vez se está ante una expresión autónoma en todos sus aspectos, aunque anclada culturalmente en un rico pasado. A lo largo de un desarrollo de doscientos metros no se advierte un "vacío"; ni un instante de fatiga inventiva, lo que ya es algo excepcional. El relieve, muy plano de modo que no se altere la línea arquitectónica de la columna, se vale de mil trucos -pieles, corazas, árboles, rocas- para no caer en la monotonía.



Detalle de la columna Trajana, en Roma. Destaca el carácter documental de los relieves, que muestran diversos aspectos de las guerras dacias. Obsérvese que no parece que hubiera en ellos una intención excesivamente glorificadora de las campañas militares, sino más bien la de explicar y hacer comprensibles para todo el mundo los hechos recreados.


Detalle de la columna Trajana, en Roma. Sacrificio ritual durante la inauguración de un puente sobre el Danubio. De este modo el artista, inspirándose en hechos reales, afirma los logros y la gloria de Roma. 

En perfecto estado de conservación, por haberse habilitado para iglesia, ha llegado hasta el presente el famoso Panteón de Roma, reedificado en tiempo de Adriano. Está junto a las antiguas termas de Agripa, de las cuales emergen todavía restos del suelo en las excavaciones de la parte posterior. El pórtico del Panteón, con sus robustas columnas de pórfido, debió de ser el mismo de las termas de Agripa; por esto Adriano respetó el nombre del gran ministro de Augusto en el friso de la fachada. Pero el interior de la sala circular y la gran cúpula, de 43,20 metros de diámetro, parecen ser obra de la época de Adriano, probablemente dirigida por el sirio Apolodoro de Damasco.

La media naranja de la bóveda tiene una abertura redonda en su parte alta, por donde penetra la luz; está construida con nervios y arcos de ladrillo, rellenados de hormigón. Fue el modelo del que aprendieron los arquitectos del Renacimiento; de ella tomó sus proyectos Brunelleschi, el autor de la primera cúpula moderna, la del duomo de Florencia, y se conservan los dibujos de Rafael, deliciosos croquis que el gran pintor y arquitecto hubo de tomar del edificio romano. El Panteón tiene todavía su pavimento antiguo de mármoles, pero se han desprendido los estucos que decoraban los casetones de la bóveda, y además al transformarlo en iglesia se modificaron los nichos laterales, que se convirtieron en altares. Conserva aún su puerta antigua de bronce, que debía de ser dorada, y eran policromados los relieves del pórtico.


Esquema exterior del Panteón de Roma (arriba, a la izquierda), sección vertical (izquierda) y planta (arriba). 

Pero lo más extraordinario del Panteón es el hecho de ser el primer edificio en el que aparece el moderno concepto de la arquitectura como arte creador de espacios interiores. La arquitectura griega estaba concebida para ser vista desde el exterior, donde se reunía el pueblo para asistir al sacrificio litúrgico que se practicaba en el altar situado siempre frente al templo.


El Panteón -en cambio- crea un universo interior en el que el pueblo se concentra para comulgar con los dioses, aislándose del cosmos exterior. Es ya la expresión plástica de una nueva sensibilidad religiosa que será la propia del cristianismo. No es extraño que el Panteón sea el único templo romano que es hoy iglesia.



Las proporciones del Panteón son maravillosas. Esta morada de todos los dioses, en la que los romanos pretendieron centralizar la enorme variedad de cultos de todo su imperio, aparece como una síntesis del cielo y de la tierra. Por eso consiste en una planta circular cerrada por una cúpula. Tanto la altura del espacio interior de la cúpula como el diámetro de la pared circular de la planta es de 43,20 metros. Si se imagina completada la esfera que determina la bóveda, se tendrá el globo completo reposando en la tierra. La esfera que reposa estáticamente en el cilindro tiene un radio de 21,60 metros, que corresponde con exactitud al radio del cilindro y al mismo tiempo a su altura.

Interiormente se han mantenido en el Panteón las líneas de la arquitectura griega, combinadas con las bóvedas características de la construcción romana. La misma mezcla se puede ver en los grandes edificios religiosos de la época siguiente: en el templo de Antonino y Faustina, en el Foro romano, en el templo del Sol, en el Quirinal y en el grandioso templo de Neptuno en Roma, donde está instalada actualmente la Bolsa de Roma. Las altísimas columnas del templo de Neptuno descansan sobre un basamento o podium, con trofeos militares que alternan con figuras femeninas, representaciones de las diversas provincias del Imperio.

Los tipos de las provincias son otra de las creaciones más originales del arte romano, aunque algunas de estas figuras reproducen motivos de los relieves funerarios áticos por su actitud melancólica, sumisa, y manos juntas; sin embargo, otras tienen eminente carácter cívico y con sus atributos hacen alarde de las riquezas naturales de cada región, que aportan como tributo a Roma. Unas visten sencillo manto y ofrecen las espigas o frutos de su país; otras, como la Hispania, se presentan con coraza, como si estuvieran aún armadas para combatir a los pueblos bárbaros al lado de la madre Roma, contra la que lucharon también un día, cuando aún no estaban domeñadas.



En el exterior del Panteón de Roma hay dos elementos que no se integran orgánicamente; el pronaos de Agripa y el edificio circular construido por Adriano. La altura total del Panteón -43,20 metros- es igual a su anchura y el radio de la planta equivale al de la espléndida cúpula, esfera en equilibrio estático dentro de un cilindro. La majestad de su interior, uno de los más armoniosos de la historia de la arquitectura, resulta de la exactitud matemática de sus proporciones. 


El Panteón de Roma fue construido por Apolodoro de Damasco, al parecer bajo la supervisión directa del emperador Adriano, y es quizás el edificio que "'mejor representa la sustancial diferencia entre la concepción arquitectónica romana -arquitectura de espacios interiores- y la griega, pensada desde el exterior. Los casetones de la cúpula, considerada como la más perfecta de la antigüedad, van reduciéndose de tamaño a medida que avanzan hacia el centro, acentuando el efecto e perspectiva. Una abertura circular de nueve metros deja entrar la luz que, a lo largo de las oras, va barriendo con su luminosa pincelada los coloreados mármoles del suelo, incendiándolos con su reverberación. 



Detalle de la cúpula del Panteón de Roma. Toda la estructura del Panteón, una de las más importantes obras de la Roma imperial, está pensada que para que transmita una impresión de grandeza. Asimismo, la cúpula presenta una abertura que deja pasar un haz de luz que llena de luminosidad todo el espacio. Seguramente, cuando Adriano supo que tanto el diámetro de la pared circular de la planta como la altura del espacio interior de la cúpula eran de 43,20 m pensó que tenían razón los pitágoricos al buscar en los números la belleza de las cosas.

El emperador Trajano fue enterrado en la pequeña cámara que había debajo de su columna triunfal; pero además se conservó en su época el tipo de mausoleo imperial iniciado por Augusto, que era un gran edificio circular con cámara interior para el sarcófago. Quedan todavía restos colosales del mausoleo de Adriano, transformado por los papas en el castillo de Sant’Angelo; su enorme masa domina aún hoy la mitad de Roma, en la orilla derecha del Tíber. Para llegar al mausoleo de Adriano había que atravesar un puente adornado con estatuas; la torre gigantesca del sepulcro estaba rodeada por dos pisos de columnas y remataba en una cúspide cónica, en cuyo extremo había una gran piña de bronce dorado que se conserva actualmente en el Vaticano.

Es singular que todo aquel conjunto monumental sirviese sólo para conservar un puñado de cenizas. Los emperadores se mantuvieron fieles al rito funerario de los patricios, que consistía en la cremación del cadáver.



Templo de Antonino Pío y Faustina, en el Foro de Roma. Este el edificio, construido por el emperador en homenaje a su esposa muerta en 141, es el mejor conservado del Foro y en él destaca la altura y la elegancia de las columnas del pórtico. 


Castillo de Sant'Ange!o, en Roma. El mausoleo de Adriano refleja la tendencia romana a las tumbas de planta circular. En la El arte romano durante los Flavios y los Antoninos 101 Edad Media la también llamada Mole Adriana fue convertida en un imponente recinto amurallado. 

Para esto había un rogum, o crematorio especial, en el Campo de Marte. Era un simple recinto sin cubierta, que se ve reproducido en los relieves de la escena de la ascensión de los príncipes difuntos. Según la religión derivada de la filosofía estoica -la predominante en esta época-, las almas de los grandes ascendían al cielo solar después de pasar por los cielos intermedios de los planetas, donde se depuraban de las imperfecciones corporales. En la basa de la columna de Marco Aurelio, éste quiso representar la ascensión de su padre adoptivo Antonino y su madre Faustina, llevados al cielo por un genio de la luz. Asisten a la escena la personificación de Roma y el genius locí del Campo de Marte, donde estaba el crematorio.

El genio, recostado en el suelo como todas las figuras de genios de lugares, se apoya en el obelisco egipcio que estaba entonces en aquel sitio. En el relieve de la ascensión de Sabina, que decoraba un arco de Adriano, el emperador, con alma ya capaz de distinguir el misterio, ve a la emperatriz, su esposa, elevarse de las llamas llevada por el genio de la luz, mientras que Antonino, su hijo adoptivo, no percibe el gran suceso. El genio del Campo de Marte, en cambio, se sorprende de lo que está aconteciendo.


Apoteosis de Antonino Pío y su esposa Faustina (Museo Vaticano, Roma). Relieve que muestra a los personajes que en el Campo de Marte asisten a la cremación; aparecen sentados en la parte inferior del mismo, mientras el centro de la escena está ocupado por la figura alada que se alza en vuelo oblicuo, llevando al cielo las almas de los imperiales difuntos. Un nuevo modo de ver la realidad empieza a perfilarse.

Modestos, pero también en forma de torre cuadrada o circular, son muchos de los edificios funerarios de la Vía Apia. En la inmediación de la ciudad, las vías romanas servían de cementerios, y los monumentos funerarios erigidos en la Vía Apia puede decirse que estaban contiguos y formaban como una especie de inmensa avenida de sepulcros. La Vía Apia romana es famosa porque conserva, descarnados de su decoración marmórea, los macizos que formaban el cuerpo interior de estos sepulcros, y son tan abundantes, que todavía hoy hacen variar románticamente la silueta del paisaje romano.


Pero si la Vía Apia, por ser el camino que conducía a la Campania y a la Italia Meridional, era el cementerio de moda y el preferido de los patricios romanos de esta época, no dejaron de tener también sepulcros las demás vías que atraviesan el Lacio.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Los grandes monumentos de Roma

Muchos de los edificios que Nerón había realizado en su delirio constructor, y que los Flavios encontraron casi abandonados y ruinosos, fueron transformados por los nuevos emperadores en obras de utilidad pública. Por ejemplo, sobre la parte del Palatino que ocupaba la Domus áurea construyeron un nuevo palacio imperial, más reducido y destinado casi únicamente a recepciones.

En el lugar que ocupaban los jardines y el coloso de Nerón, Vespasiano y Tito construyeron el Anfiteatro Flavio, o Colosseo, que es todavía hoy el monumento más gigantesco que conserva Roma. Tiene la forma elíptica, la más a propósito para las luchas de fieras y gladiadores. El anfiteatro es un tipo de edificio que pasa por ser genuinamente romano.

El Anfiteatro Flavio (también conocido como Colosseo), en Roma. Iniciado por Vespasiano y acabado en el año 82 por Domiciano, es un enorme anfiteatro en el que cabían 40.000 espectadores sentados y 5.000 de pie. Más que por sus enormes proporciones, la importancia arquitectónica del monumento estriba en la introducción de nuevas fórmulas constructivas, típicamente romanas, como son el empleo de materiales ligeros en las bóvedas y de muros formados por series de arquerías; innovación técnica, estructural, en la que la función crea la belleza. 

Los antiguos griegos no sintieron afición por esta clase de diversiones, y, sin embargo, la forma del edificio procede de la del teatro griego. En efecto, un anfiteatro no es más que la reunión de dos teatros acoplados, y existen referencias de ciertos teatros giratorios en que las escenas podían desaparecer y, juntándose, convertirse los dos edificios en un solo anfiteatro. La gradería, pues, daba la vuelta a todo su alrededor y estaba dividida en varios pisos.


El Anfiteatro Flavio, el mayor de todos los del mundo romano, tiene cuatro pisos, y el más alto estaba resguardado interiormente por una galería de columnas. Casi todo él está construido de piedra labrada; las bóvedas ya son de mortero concrecionado, y en la planta baja tiene un pórtico monumental del que arrancan las escaleras que conducen a los pisos superiores; una combinación muy hábil de estas escaleras permite la salida en pocos minutos a los cuarenta mil espectadores que podía contener el edificio. Exteriormente, el Anfiteatro Flavio reproduce el mismo tipo monumental del teatro de Marcelo, con su elegante superposición de los tres órdenes arquitectónicos: dórico el inferior, jónico el segundo y corintios los dos más altos, lo que le quita monotonía; por otra parte, los tres inferiores están abiertos con arcadas, que disminuyen la impresión de pesadez de tan enorme masa.

Anfiteatro Flavio, en Roma. tsta es una de las construcciones más importantes que han llegado hasta hoy, no sólo de la época de los Flavios sino de todo el Imperio romano. En la imagen se aprecian los cuatro pisos que lo componen y las arcadas que, en los tres pisos inferiores, fueron ideadas para aportar algo de ligereza a la construcción.  

Frente al grandioso anfiteatro y contrastando con aquel que los romanos han acabado por llamar Colosseo, se levanta todavía un gracioso arco de triunfo, testimonio de las campañas de Tito en Asia. Se terminó seguramente en tiempos de Domiciano, y su excelente situación en lo alto de un promontorio del terreno lo hace aparecer como la verdadera entrada del antiguo Foro romano. Para conmemorar las campañas de Tito bastó un pequeño arco de líneas sencillísimas, y, sin embargo, aquel monumento se erigió para recordar uno de los hechos más importantes de la historia del mundo: la toma y destrucción profetizadas de la Jerusalén rebelde el año 70 d.C.

Exteriormente, el arco tiene poca decoración, sólo unos relieves en el friso y en las enjutas de la entrada, pero en el paso de la puerta hay otros dos relieves que son el testimonio auténtico de los resultados maravillosos que podía conseguir el arte romano en aquella época. Son dos esculturas del género que ha sido llamado relieves históricos. En uno de ellos aparece el cortejo triunfal con la cuadriga y el carro del emperador, precedido de dos figuras: una con casco, la cual sostiene la brida de los caballos, al parecer personificación de Roma, y otra de un genio semidesnudo, hoy decapitado, que debía de ser la misma representación del Senatus o del Populus romano que se encuentra ya en el friso del Ara Pacis.

El arco de Tito en Roma, de la misma época, muestra asimismo una articulación más compacta y pesada, muy distinta de la elegancia helenística. En estas dos obras, tan próximas en el tiempo y en el espacio, el arte romano empieza a encontrar su auténtico camino: la funcionalidad en arquitectura.

En el segundo relieve está representada otra parte del cortejo triunfal: un grupo de sirvientes que llevan los utensilios del templo de Jerusalén como trofeos de guerra: la mesa para los panes de la propiciación, los vasos y trompetas del culto judaico y, por fin, el famoso candelabro de los siete brazos, tal como lo describe Josefo, con su vastago central, del cual arrancan los otros seis, que, a modo de tridente, se encorvan para llegar todos a una misma altura. Lo más interesante de estos dos relieves es la hábil combinación de las figuras de bulto entero del primer término con las dibujadas simplemente en el relieve plano del fondo; entre ambos queda una capa de aire que produce una extraordinaria ilusión de perspectiva.

Esta particularidad, que apenas se notaba en los relieves del Ara Pacis y mucho menos en el friso del Partenón, donde todas las figuras estaban en un solo plano, empieza a manifestarse en el período helenístico, pero no tiene su completo desarrollo hasta Roma, y particularmente en la época de los Flavios. La policromía que sin duda tuvieron los relieves del arco de Tito debió de contribuir no poco a este efecto de ilusionismo y perspectiva. Son obras que contradicen también la vieja teoría de la uniformidad del arte romano imperial y su falta de originalidad, reproduciendo únicamente motivos griegos. No sólo la arquitectura, con los grandes edificios de bóvedas colosales, fue original en el arte romano, sino que prosiguió también la evolución ascendente incluso en la técnica puramente artística.

Relieves internos del arco de Tito, en Roma. Ilustran dos aspectos del cortejo triunfal que tuvo lugar en Roma, el año 71, después de la toma de Jerusalén: El emperador Tito montado en su cuadriga, lo que históricamente es falso, por cuanto se sabe que Vespasiano le acompañó en el triunfo.

En las paredes de un arco que mandó erigir Constantino con materiales más antiguos se han conservado, por ejemplo, varios medallones del tiempo de los Flavios que reproducen escenas de caza y sacrificio de extraordinaria belleza. No se conoce todavía el monumento que decorarían; durante mucho tiempo hubo de suponerse que habían pertenecido a un arco de Trajano o tal vez de Adriano, y hasta se creía reconocer en las figuras algunos de los personajes de la familia de este último emperador; pero los relieves o medallones a los que se hace referencia se han atribuido modernamente al tiempo de los Flavios y muestran aún vestigios de aquella finura helenística de los relieves augústeos con la perspectiva atmosférica que se les añadió después.

Además de los edificios ya citados, los emperadores Flavios construyeron unas termas, conocidas aún hoy por termas de Tito. En honor de Domiciano se erigió una gran estatua ecuestre en el Foro, se restauró el templo Capitolino y se construyó expresamente un edificio en el Esquilmo para que le sirviese de panteón de familia.

Relieve del arco de Tito en Roma. Representa el instante más brillante del cortejo, aquel en que los vencedores exhiben los trofeos más significativos, como el candelabro de los siete brazos. La linea de la composición no es recta, sino ondulada. Las diversas profundidades del rel ieve, sabiamente buscadas, crean la ilusión de un espacio atmosférico, donde las figuras se mueven libremente; de modo tal que al espectador, situado frente al relieve, le parece recibir la comitiva.

Esta misma actividad edilicia tenía que continuarse durante el extenso reinado del glorioso emperador hispano Trajano, nativo de Itálica, quien sucedió a Nerva, su padre adoptivo. Nerva apenas tuvo tiempo de edificar en Roma un Foro imperial, del cual aún quedan restos importantes; pero en los veinte años de gobierno de Trajano, desde el 98 al 117 d.C, todo el Imperio, principalmente Roma, se llenó de edificios suntuosos. Como típico ejemplo del arte imperial en tiempo de Trajano se hace referencia al bellísimo arco triunfal de Benevento, donde comenzaba la vía que conduce a Brindisi.

Este arco se construyó en el año 114 para conmemorar el gobierno paternal del gran emperador, que en la inscripción lleva ya el nombre de óptimo que el Senado le había conferido. Los relieves que decoran exteriormente los muros y la parte inferior del arco están consagrados a perpetuar la gloria de Trajano como príncipe perfecto, justo administrador y padre generoso de los ciudadanos de todo el Imperio. El excelso emperador, a quien, en los relieves de la columna que adornaba su Foro en Roma, se le ve combatir personalmente en las largas campañas contra los bárbaros, aquí está siempre representado en las escenas de paz, no como infatigable general, sino como el supremo magistrado de cuyas manos fluyen los beneficios sobre las vastas regiones cuyo gobierno le han concedido los inmortales. En lo alto del ático del monumento, a la izquierda, hay un relieve en que las tres divinidades capitolinas, Júpiter, Juno y Minerva, contemplan los generosos actos de Trajano y van a abdicar la protección de Roma en su favor.

 El medallón del tiempo de los Flavios, colocado en el arco de Constantino en Roma, de época muy posterior, reproduce una escena de caza. De este modo, aprovechando relieves de otros edificios -cosa que ya practicaban los egipcios- se han conservado numerosas obras de arte.


En todos los demás relieves del arco de Benevento están representadas escenas de concesión de tierras a los veteranos, promulgación de privilegios a las provincias o recepción de comisiones de mercaderes, mientras en el fondo las divinidades menores de los puertos presencian, en forma de dioses desnudos, con áncoras como atributos, las liberalidades del emperador.

Pero los más interesantes de estos relieves para perpetuar el paternal gobierno de Trajano son los dos que decoran el interior del arco de Benevento. En uno de ellos, el emperador efectúa un sacrificio para inaugurar otra era de paz, mientras que en el de enfrente, el pueblo, rodeando familiarmente al cortejo de Trajano, lo aclama por sus múltiples beneficios; los pobres acuden con sus pequeñuelos sobre las espaldas para presentarlos al gran magistrado, que extiende sobre ellos su mano justa y generosa.

En cambio, para glorificación de Trajano como militar y en recuerdo de sus campañas contra los partos y los dacios se levantó el grandioso Foro, al pie del Capitolio. El arquitecto director de la obra fue un sirio, Apolodoro de Damasco, a cuyas órdenes debió de trabajar toda una escuela de insignes artistas escultores, que decoraron el monumento con exquisitas balaustradas y relieves.

El arco de Trajano en Benevento, obra probable de Apolodoro de Damasco, fue construido en el año 114 para conmemorar la nueva vía que uniría Brindisi a la metrópolis. Los relieves que lo adornan resumen la historia de Trajano: en la cara orientada a Roma, las escenas aluden a su política interior; en la orientada a Brindisi, a sus empresas fronterizas.

Del Foro de Trajano proceden un sinnúmero de fragmentos de sorprendente belleza diseminados por las iglesias y los museos de Roma: el águila de Sancti-Apostoli y otros dos medallones aprovechados más tarde para decorar el arco de Constantino. El conjunto del edificio era casi de grandiosidad oriental; un arco de triunfo daba acceso al patio porticado, que constituye el verdadero Foro, con la estatua ecuestre del emperador en el centro. A cada lado de este patio había un hemiciclo y en el fondo la basílica Ulpia, de cinco naves con dos ábsides. Detrás de ésta, dos bibliotecas, y en medio un patio con la columna triunfal, que tiene en sus cimientos una pequeña cámara, actualmente vacía, donde estaba el sarcófago del emperador.

Detrás de la columna había un templo dedicado al emperador divinizado. Todo el conjunto monumental, casi intacto en tiempo de la invasión bárbara, hubo de causar indecible asombro a los descendientes de aquellos germanos que el gran emperador había domeñado.

Hoy el Foro de Trajano es uno de los monumentos más destruidos en Roma; sólo por milagro se ha conservado la columna erigida encima del sepulcro del emperador con el rótulo helicoidal de relieves donde se describen puntualmente sus campañas en la región del Danubio. Ya Dante la vería así aislada: “Allí estaba historiada la alta gloria del príncipe romano”, dice en la Divina Comedia. En aquellos relieves aprendieron, por decirlo así, la grandiosidad de su estilo los más grandes artistas romanos, como Rafael y Miguel Ángel. Este último decía, viendo un cuadro de Tiziano, que los venecianos nunca llegarían a la perfección artística porque no poseían una columna Trajana como la tenían ellos en Roma.

⇦ Planta del Foro de Trajano, en Roma . Poco queda de lo que debió de ser una de las construcciones más espectaculares del Imperio. Aquí se observa el gran tamaño de la sala dedicada a la estatua ecuestre de Trajano y la armónica disposición del espacio.



Realmente, desde cierto punto de vista, la columna de Trajano es también uno de los términos de llegada del arte en la antigüedad. Descansa sobre un pedestal cúbico, decorado con relieves con trofeos militares; después de una basa simple, como una corona de laurel, arranca la hélice de los relieves, los cuales describen paso a paso las campañas del gran emperador, y no puede uno menos de admirar con qué minuciosos detalles están descritos los sucesos; hay que tener en cuenta que el arquitecto Apolodoro de Damasco, director de la obra, había acompañado al emperador en sus expediciones militares; además también que él fue quien dirigió la famosa construcción del puente sobre el Danubio. Es fácil, pues, que se representen con fidelidad hasta los accidentes del terreno y que muchas de las figuras sean retratos, de cuyo parecido podemos juzgar por el del emperador, que está representado no menos de setenta veces en el friso helicoidal.

Las escenas se suceden unas a continuación de otras; no hay un marco de separación para cada combate o cada momento de la acción, pero las figuras están habilísimamente agrupadas, y aunque el ambiente general continúa, fácilmente se comprende el sentido de cada cuadro. Es el mismo estilo continuado de representaciones históricas que se adoptará en el arte cristiano. El rótulo gigantesco de la columna Trajana no es sino la ilustración de la crónica de las campañas, como un libro esculpido en el mármol. En ciertos momentos, las ilustraciones son de un realismo extraordinario, pero se advierte que el espíritu romano está en contacto con el elemento nórdico, romántico, de los pueblos bárbaros, que tenían que infundir su espíritu en los tiempos medievales.

Hay grupos de bárbaros, con gesto dolorido, que discuten la marcha de los acontecimientos en los bosques de Germania, las mujeres participan en la lucha y, por fin, cuando el jefe y alma de la resistencia, Decébalo, muere en la batalla, la Luna se le aparece como una valquiria germánica. Luego se ven las escenas bellísimas de la paz, cuando los jefes bárbaros prestan acatamiento al emperador, que generosamente acoge a los vencidos; las escenas pintorescas del campamento, los cuadros de la vida militar romana, llenos de realidad y naturalismo. Pero en todo el largo friso, que, desarrollado, tiene más de doscientos metros, el protagonista de la acción, Trajano, está siempre presente; él acude en todos los momentos difíciles, ordena en persona las marchas, dirige las construcciones y asimismo interviene en la batalla como un simple soldado. Los relieves de la columna Trajana son el mayor elogio que puede hacerse del gran emperador hispánico; en los trances difíciles de la guerra él está siempre presente e infunde valor y serenidad a las tropas con su augusta persona.

Además de los relieves descriptivos, este período de guerras continuas y de recta administración despertó el gusto por las decoraciones con escenas militares y civiles. Así es, por ejemplo, el relieve naval de la colección Medinaceli. El friso del templo de Vespasiano, en Roma, está lleno de objetos litúrgicos: páteras, hachas para el sacrificio, jarros y cascos militares, alternados con bucranios.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat. 

La escultura, entre el idealismo y el naturalismo

A continuación se tratará de la escultura, aunque se ha tenido que anticipar algo de ella al tratar de la decoración de algunos monumentos, como el arco de Tito y la columna Trajana. En el relieve conmemorativo de la dedicación del templo de Venus y Roma, las figuras del primero y segundo términos ofrecen también la ingeniosa combinación de planos que da la perspectiva a las del arco de Tito. Pero en pocos años se nota un gran cambio de estilo. En la columna triunfal dedicada a Marco Aurelio, los relieves del rótulo helicoidal, que representan las campañas del emperador filósofo, son de mucho menos fuerza artística que los relieves de la columna dedicada medio siglo antes a Trajano. Es innegable que en el arte de los relieves conmemorativos comienza a revelarse marcada decadencia. En cambio, en los retratos continúan los escultores haciendo maravillas durante todo el II siglo d.C. Así el retrato de Vespasiano, tan lleno de naturalismo, y que tan bien sugiere la complexión obesa de los Flavios. Por lo general se hacían representar togados, pues su tipo no se prestaba para el tono heroico ni para revestir la coraza imperial del Augusto esbelto de Prima Porta.

Sumisión de un jefe bárbaro, relieve de la columna de Marco Aurelio, en Roma, donde la cabeza de Marco Aurelio fue sustituida por la de Constantino, en cuyo arco de triunfo se aprovechó el relieve; la crueldad y violencia parecen poner de manifiesto, más que el poder del vencedor, la desgracia y triste condición del vencido. Los relieves de la época aureliana hacen aparecer el mundo dolorosamente contradictorio del emperador filósofo; por una parte, la seguridad del Estado; por otra, la piedad hacia el vencido. 

⇦ Retrato de Trajano (Musée du Louvre, París). Refleja una evidente capacidad de penetración psicológica por parte de su autor, que no sólo ha sabido transmitir la fuerza, la mesura y el equilibrio interior del gran emperador de origen hispano (nació en Itálica, junto a Sevilla), sino que además parece demostrar una gran veracidad en la descripción de su fisonomía. Se trata, al fin y al cabo, de otra manifestación del espíritu narrativo que caracteriza algunas de las grandes obras llevadas a cabo bajo su mandato, como los relieves de su célebre columna. 



Una excelente estatua de Nerva, sentado, se conserva en el Vaticano; repite el tipo del monarca sentado con gesto olímpico. De Trajano y Adriano se conservan más retratos que de ningún otro emperador, a excepción de Augusto. Es el período de mayor prestigio del Estado romano; las provincias, rebosando prosperidad merced a los beneficios de una administración paternal, reclaman para honrarla una imagen del emperador, grande o pequeña. De Antonino se tienen pocos retratos, pero los existentes manifiestan aquella serenidad patriarcal que tanto ensalza Marco Aurelio en sus Soliloquios. En cambio, del propio Marco Aurelio, que hacía alarde de no desear gloria personal, se conserva en Roma la única estatua imperial a caballo que conocieron los artistas del Renacimiento y ha servido de canon o de tipo a todas las modernas estatuas ecuestres.

⇦ Antinoo (Museo de Nápoles). Joven bitinio por quien sintió Adriano morbosa pasión, que se ahogó en el Nilo el año 130. El emperador no se repuso de su pérdida. Fundó una ciudad en el mismo lugar en que su favorito pereciera y quiso honrarle como ser semidivino; pero su culto, asimilado con el de Dionisos y Ganimedes, fue fugaz. La escultura pone de relieve la opulencia ambigua de sus formas, la turbia y triste belleza del rostro, la sensualidad de sus rasgos orientales, tan extraños a las divinidades griegas de quienes toma la heroica y noble postura. 




De categoría casi imperial puede considerarse a Antinoo, el joven bitinio favorito de Adriano. Este oriental, de rara belleza, tuvo precozmente un fin misterioso, al ahogarse en las aguas del Nilo. Al parecer se trató de un sacrificio, con que contaba procurar la felicidad del emperador. El recuerdo de Antinoo persiguió toda la vida a Adriano, y éste mandó edificar a la memoria de su favorito una ciudad en Egipto y fue elevado a la categoría de semidiós. Los escultores imperiales, para labrar su retrato idealizado, crearon un nuevo tipo artístico, que es el último producto original del arte clásico. Sobre un ancho pecho apolíneo colocaron la cabeza sensual de Antinoo con sus rizos báquicos, formando un contraste de robustez y de sensualidad refinada que constituye una verdadera creación. Antinoo se representó de mil maneras: vestido con manto sacerdotal, de pie o sentado, como un dios, o transfigurado, heroizado con corona de amapolas y guirnalda de rosas.


Pero más que los personajes imperiales, a quienes a menudo se retrata con estilo áulico, enfático y algo idealizados, interesan los retratos de magistrados de menor categoría y aun simples ciudadanos. Los escultores romanos hacen maravillas de caracterización, ya que algunos de los retratos se comprende que debían de ser de extraordinario parecido. A veces, los escultores expresan sentimientos de intimidad que parece moderna. En un grupo funerario del Vaticano, la esposa, con modestia y devoción, apoya una mano en el hombro de su compañero, de más edad que ella, mientras con la otra le estrecha la diestra, haciendo alarde de no querer separarse de él ni aun en el sepulcro. Este retrato doble, que se consideró como expresión de las virtudes tradicionales romanas, se llamó “Catón y Porcia”, los dos esposos modelos de la época republicana, pero por el peinado de la esposa se descubre que es del tiempo de Adriano.


El grupo funerario de Catón y Parcia (Museo Vaticano, Roma), obra en extremo sugestiva por el intimismo de la postura y la noble, afectuosa dignidad con que la joven esposa se despide de su viejo marido.


 Dama de la Permanente (Museo Capitalino, Roma). El peinado es sumamente útil para fechar los retratos de los ciudadanos anónimos, más interesantes a veces que los retratos áulicos de los soberanos. Esta dama, erróneamente identificada como Julia, hija de Tito, es de época de Domiciano, puesto que los crinales estuvieron de moda a principios del siglo II.  




En los retratos femeninos la moda del peinado sirve enormemente para fijar su cronología. Es indudable que entonces como ahora había damas que se resistían a cambiar la manera de peinarse; en efecto, se tienen grupos de personas de diferentes edades en que las de una generación van peinadas a la antigua y las jóvenes a la última moda. Mas para personas de representación social el peinado al gusto de la época era una obligación que les imponía el cargo. Además es casi seguro que las modas se originaban en el Palatino, y las lanzaba la emperatriz. En tiempos de los Césares perduró la manera de peinarse de Livia, la esposa de Augusto. Por tanto, se identificarán como retratos del tiempo de Tito o de los primeros años de Domiciano los que aparezcan peinados formando los cabellos como una toca sobre la cabeza. El alborotarse la mata de cabellos formando rizos es ya posterior a la época de los Flavios.

El admirable retrato de la vestal Máxima, encontrado en la casa de las vestales del Foro romano, acaso sea de la época de Trajano, porque lleva el cabello recogido y trenzado que usó siempre Plotina.

⇦ Vestal Máxima (Museo de las Termas, Roma), con los ropajes y el recogido del cabello típicos de la segunda centuria y, presumiblemente, de la época de Trajano.



Pronto cambió por completo la moda; en los reinados de Antonino y Marco Aurelio se adoptó el tocado con el pelo partido y ondulado que llevaron las dos Faustinas. Este ya debió de comenzar mucho antes, porque en el arco de Benevento en algunos frisos con Victorias pareadas, que sostienen guirnaldas, y mientras una de ellas lleva todavía el peinado alto, la otra ya lo usa bajo y ondulado. Pero sólo al llegar al tiempo de Antonino y Faustina este último se hizo universal.


Más difícil es puntualizar la época de los retratos masculinos; a veces podría conducir a equívocos de uno o dos siglos. Para la cronología hay indicaciones en la manera de estar cortado el busto, al que a medida que va pasando el tiempo se le va añadiendo más y más cuerpo; sirve también la manera de estar representadas las pupilas y aun el detalle de llevar barba, considerando que ésta fue de moda durante los reinados de los emperadores filósofos: Adriano, Antonino y Marco Aurelio. Pero todos estos datos están más o menos sujetos a error, porque a veces la cabeza se cortaba en un mármol aparte y ésta ha llegado sin el busto; las pupilas podían ir sólo pintadas, puesto que muchos de estos retratos eran policromados, y la barba nunca fue impuesta ni prohibida: había quienes no pretendían ser filósofos, hasta en la Roma de Marco Aurelio. Por todas estas razones y otras más, habrá que valerse de comparaciones con retratos auténticos y bien datados, y sobre todo habrá que atenerse a lo que nos revela el estilo. Hay algo indefinible en la manera de interpretar la forma que para los iniciados vale tanto por lo menos como una fecha grabada en el mármol.


En la famosa estatua ecuestre de bronce de Marco Aurelio, que Miguel Ángel hizo colocar en la Plaza del Campidoglio de Roma, aparecen los juegos de claroscuro y las pupilas horadadas, características del "barroco romano". El emperador alza el brazo en gesto de paz; en la bondad y serenidad del rostro es fácil reconocer al autor de los "Soliloquios" que escribió: "Dentro de poco estaré muerto y habré desaparecido para siempre. ¿Qué puede importarme si obro ahora como ser inteligente, sociable y que tiene las mismas leyes que Dios?".

En la época de los emperadores Flavios y Antoninos, el arte romano no sólo realizó estas maravillas de realismo y personalidad que son los retratos de individuos anónimos, simples ciudadanos a los que nunca se podrá identificar, sino que se esforzó de manera curiosa en reproducir los rasgos de las diversas gentes del Imperio con su inmensa variedad de caracteres y de razas.


Fuente: Historia del Arte.Editorial Salvat.

Antinoo o la Villa Adriana

Canope de la Villa Adriana, en Tívoli, en el que aparecen con claridad las influencias helenísticas.
Adriano fue uno de los pocos emperadores romanos que no construyó ningún Foro, pero, en cambio, realizó uno de los conjuntos más impresionantes y personales: la villa de Tibur o villa Adriana, en Tívoli, cerca de Roma, una de las más ricas y extensas villas imperiales romanas.

Su cronología ha sido objeto de debate, pues se levantó en diversas fases, iniciándose la primera en el año 118 d.C.



En la más original empresa constructiva de Adriano se evocan algunos de los más célebres lugares y monumentos arquitectónicos que dicho emperador había visitado durante sus viajes por las provincias del imperio. En ella reunió los recuerdos de ciudades y paisajes que más le habían cautivado. Por ejemplo, el conjunto arquitectónico llamado Canope rememora uno de estos viajes, pues el emperador lo nombró así como recuerdo de su visita a la antigua ciudad egipcia del mismo nombre.

El emperador Adriano era también un gran amante del arte griego, hecho que se manifiesta en el término de muchos de los edificios que la forman. Liceo o academia, son vocablos que rememoran la antigüedad griega. Esta reminiscencia por los tiempos pretéritos se enfatiza con la decoración de una serie de ricas esculturas, copias de originales griegos, como las versiones de las cariátides del Erecteón de la Acrópolis de Atenas. Nunca se copiaron tantas estatuas griegas de época clásica y helenística como en la época de Adriano. Su fascinación por la lengua y cultura griega queda completamente reflejada en su obra. Además, la villa también mantiene una decoración riquísima a base de estucos y mosaicos.
Piazza d'Oro de la Villa Adriana, en Tívoli, de planta
mixtilínea. 

Sobre vestigios de una villa anterior, posiblemente de época tardo-rrepublicana, y aprovechando los suaves desniveles, Adriano quiso construir una lujosa villa campestre, un lugar de descanso y reposo que tuviese diferentes construcciones. La villa de Tívoli se extiende sobre cuatro ejes principales, que son los llamados complejos de Roccabruna, el Canope, el Peale y la Piazza d’Oro.

Estos conjuntos reúnen numerosas estructuras arquitectónicas independientes, de muy diversas finalidades, donde un sistema de túneles y pasadizos comunicaban todas las partes que, al mismo tiempo, quedaban perfectamente integradas en el espléndido paisaje. Así, en Roccabruna destaca un edificio en forma de torre cubierto con cúpula, que seguramente estaba destinado para admirar el entorno paisajístico. Sin embargo, la originalidad más extrema de estos complejos radica en las plantas de algunos de sus edificios, que aparecen con la sensación de movimiento y que llegada la hora de cubrirlos imponían soluciones difíciles y sorprendentes. De hecho, gran parte de las estancias se realizaron con trazados complejos y atrevidos que de alguna manera revolucionaron la arquitectura romana. Esta complejidad se aprecia en la planta mixtilínea de la Piazza d’Oro o en el Teatro Marítimo, conocido como la Villa de la Isla, uno de los espacios más emblemáticos por estar rodeado de un canal de agua.

A pesar de que en el siglo XVI fue brutalmente expoliada, La Villa Adriana se yergue todavía hoy como uno de los monumentos más fascinantes, que ha dejado huella en obras de Borromini e incluso en la típica casa de Campo inglesa del siglo XVIII.

El complejo de Antinoo o La Villa Adriana está situado a las afueras de Roma iniciándose su construcción a partir de año 118 d.C.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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