Punto al Arte: Obras renacimiento cinquecento
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Castillo de Coria

Conserva torre de planta pentagonal con torrecillas semicilíndricas; reconstruido en el s. XV.

Ubicada al noroeste de la Muralla romana, esta elegante Torre del Homenaje fue traza por el arquitecto Juan Carrera entre 1473 a 1478 por mandato de D. García Álvarez de Toledo, Duque de Alba y primer Marqués de Coria. Un Castillo cuyo emplazamiento actual posiblemente se deba a una fortificación anterior acometida por los Templarios en el siglo XII que predeterminó la configuración actual que presenta planta con figura de pentágono irregular, a modo de tajamar, que sobresale del recinto amurallado.

Completa la torre el denominado popularmente “Castillejo”, pequeño cuerpo almenado intramuros en el que se ubica la puerta en recodo de entrada que, dotada de puente levadizo, era defendida por medio de una torre casamata circular además de un soberbio foso de enormes proporciones trazado por Tomás Bretón en 1473. Rematando decorativamente todo el conjunto fortificado, aparece una cornisa sobre canes que rodea todo el perímetro de las almenas.


Fuentes: Historia del Arte. Editorial Salvat.
             Paneles informativos de Coria.

Procesión en la Plaza de San Marcos


Gentile Bellini inició un estilo típicamente veneciano de pintura narrativa, en el que ha sido llamado el “estilo presencial”. Prueba de ello es su cuadro la Procesión en la Plaza de San Marcos (Processione in Piazza San Marco) perteneciente a un ciclo de tres obras que realizó, junto con otros artistas, para la Scuola Grande de San Giovanni Evangelista.

En las ocasiones festivas o por motivo de la visita de altas personalidades, la plaza de San Marcos desplegaba todo su esplendor y se convertía en el centro de grandes actos. Los diversos edificios se engalanaban con banderas u otros elementos para participar también en la fiesta. El cuadro de Bellini muestra uno de estos actos: los milagros de las valiosas reliquias de la cruz que desde 1393 estaban en posesión de la escuela.

Representa la procesión que se celebró el día de San Marcos, el 25 de abril de 1444. Es el momento justo en que la reliquia pasa ante el comerciante de Brescia llamado Jacopo Salis que observa la curación de su hijo.

Los edificios, las figuras e incluso los objetos más pequeños están representados con gran detallismo y realismo, como los pintores flamencos, pero sin esa obsesión por el simbolismo. En esta procesión las figuras se ubican en un escenario arquitectónico típicamente veneciano, uniendo edificios bizantinos con italianos.

La pintura de Bellini ofrece una perspectiva fiel del aspecto de la plaza en 1496. En el lado izquierdo se ven todavía las Procuratie Viejas medievales, que se reconstruyeron en 1515. La torre del reloj es la predecesora de la actual, la Torre dell’Orologio, que empezó a construirse en 1496. A la derecha también se reconoce la fachada de la iglesia de San Basso, demolida en 1661, y en la Piazzetta dei Leoncini, al lado izquierdo de la basílica de San Marcos, se alza todavía la Casa de los Canónigos de San Marcos. A la derecha, junto al campanario, se aprecia el Hospicio Orseolo, derribado para construir las Procuratie Nuevas. Entre San Marcos y el Palacio Ducal se observa la Porta della Carta.

La misma plaza muestra los típicos aplacados venecianos con ladrillos, que sólo se han conservado en algunos patios interiores. Las pequeñas figuras pueblan toda la superficie, presentado un excelente muestrario de la sociedad veneciana de la época.

Debido a esta representación tan detallada y precisa de la plaza, Gentile Bellini fue conocido como el precursor del paisajismo urbano entre los pintores venecianos del siglo xviii. Bellini desarrolló un estilo con una densa y variada gama cromática y una grandiosidad espacial. De hecho, la perspectiva, a pesar de su importancia en el lienzo, es menos cuidada que la iluminación y el colorido.

Su estilo tan descriptivo y lleno de realismo y frescura, así como una gran capacidad de inventariar, convierten sus cuadros en una fiel muestra de la vida en la ciudad de la laguna
.
Este óleo sobre lienzo con la representación de La Procesión en la plaza de San Marcos, realizada en 1496, y con unas medidas de 376 x 745 cm, se conserva en la Galería de la Academia de Venecia.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La cena en la casa de Leví


Tras las Bodas de Cana, Paolo Caliari, conocido como el Veronés, afrontó el nuevo encargo para el refectorio del convento de los monjes dominicos de los Santos Giovanni y Paolo. Anteriormente, en el mismo lugar se colocó una Última Cena de Tiziano, destruida por las llamas en el año 1571.

Originariamente, la obra representaba la Cena de Cristo, pero el tribunal inquisidor acusó al artista de haber pintado en un cuadro de contenido sagrado escenas y actitudes con figuras muy poco respetuosas. Sin atender a razones, los inquisidores le obligaron a modificar las escenas que consideraban poco dignas. Sin embargo, en lugar de retocar el contenido del cuadro, el artista decidió cambiar el título original y lo llamó La cena en la casa de Leví (Cena in casa de Leví).

El Veronés sitúa la narración visual del tema del banquete en una grandiosa galería de tres aberturas perfectamente equilibra entre figuras y ambientes. El ritmo ascendente de las balaustradas laterales hace que el interés vaya hacia el arco central, de modo que el episodio dominante es el lugar de la mesa donde se sienta Jesús, entre algunos apóstoles y otras figuras. Más allá de la columnata se representa la ciudad, con figuras que asoman por los ventanales de algunos de los edificios. La imagen de la ciudad no otorga una perspectiva sino que su propósito es crear una extensión de las zonas de color del primer plano.


La composición escénica se divide, pues, en tres episodios que se representan en los arcos respectivos. En el centro la figura dominante de Jesús hablando con San Juan. Entre los personajes se ha querido identificar algunas figuras como el mismo autorretrato del artista, representado en el caballero erguido del primer plano, próximo al enano y al negrito. El hombre a la derecha, en un ángulo, con la servilleta sobre el hombro, sería el propio comitente. Bajo el arco de la izquierda tiene lugar una animada conversación. También se muestra animado el grupo de figuras que están bajo el arco de la derecha.

Con esta obra, el pintor transformó el relato evangélico en un acontecimiento mundano de carácter fastuoso. Una multitud diversa y variopinta de personajes se reúnen en el lienzo, desde bufones, enanos hasta borrachos. El Veronés despliega en esta pintura todo el arte de su estilo, por el perfecto equilibrio entre personajes, por la estructura compositiva, y, sobre todo, por el tratamiento cromático. Destaca la expresividad de los movimientos y la riqueza de los trajes, el preciosismo de los adornos y el arreglo de la mesa.

Conocedor como ningún otro pintor del siglo XVI de telas, piedras preciosas y perlas, para el Veronés, lo mismo que para Tiziano, el color era el instrumento más importante de la creación artística. No obstante, a diferencia de éste, la estructura cromática del Veronés siempre esta estrechamente vinculada a los objetos de la composición.

Las ricas telas de seda que aparecen en todos sus cuadros son un pretexto que le permite hacer gala de su arte en los sombreados, sin que los colores se emancipen de los objetos concretos. A él le interesaba sobre todo el efecto decorativo de sus trabajos, concretamente la composición de colores que daba a sus obras su especialísimo toque personal.

Este óleo sobre lienzo que representa La cena en casa de Leví, de 555 x 1.280 cm, se puede admirar en la Galería de la Academia de Venecia.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Moisés hace manar agua de la roca


En Venecia, la gran escuela iniciada por Giorgione y Tiziano es continuada por Veronese y Jacopo Robusti, más conocido como Tintoretto, autor de grandes retratos, de alegorías mitológicas, pero principalmente de temas religiosos. En sus obras se aleja completamente del arte clásico para devenir un artista con clara identidad, al dotar a sus escenas de composiciones complejas y abigarradas.

En su Moisés hace manar agua de la roca (Mosé che fa sea turire l’acqua) encontramos su mayor énfasis narrativo. La pintura aparece cargada de un acentuado componente expresivo y un elevado dinamismo, que acerca o antecede al gusto del barroco. Tintoretto se inició en el estudio de Tiziano y seguramente allí aprendió su pintoresca técnica.

En este espacio, casi como un horror vacui, las figuras se agitan, abalanzándose y retrocediendo en posturas que vienen determinadas, no tanto por la acción que se supone deben representar, sino por la voluntad del propio artista que las maneja a su antojo.

Su afición por los bruscos y a menudos irracionales efectos de perspectiva, los violentos escorzos y las gesticulantes figuras en un agotador movimiento muscular, revelan quizás la pretensión del artista en combinar el colorido de Tiziano con el dibujo de Miguel Ángel.

En general, las obras de Tintoretto manifiestan perspectivas forzadas, al mismo tiempo que espectaculares. Los paisajes se elevan, los escenarios arquitectónicos se hunden verticalmente. Incluso en algunas estructuras se alzan oblicuamente sobre el espectador, induciéndolo hacia el interior de la escena.

El tratamiento que da a la luz, un claroscuro complejo y lleno de contrastes, es otra de las características atribuidas a su lenguaje pictórico. Hay que señalar que Tintoretto creció en el ambiente de devoción de la Contrarreforma y, por tanto, sus pinturas religiosas tienen la fuerza emocional de una revelación.

Sus obras se adecuaron como pocas en su tiempo a las nuevas exigencias de la imagen religiosa. La luz, lejos de ser un estimulante cromático de sensualidad, se traduce en una referencia de contrastes y efectos dramáticos. Su pintura se orienta a conmover más que a agradar.

Partiendo, pues, de una interpretación libre, Tintoretto crea una manera de presentar su universo figurativo en el que se unen las formas distorsionadas de sus figuras con el clasicismo arquitectónico palladiano. Este planteamiento puede observarse claramente en su Última Cena, conservada en el presbiterio de la iglesia de San Marcuola en Venecia.

Moisés hace manar agua de la roca se conserva en Städelsches Kunstinstitut de Francfort y su ejecución puede datarse hacia 1555-1560.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Retrato ecuestre de Carlos V

El Retrato ecuestre de Carlos V, ejecutado por Tiziano en 1548, por encargo de la Reina María de Hungría, hermana del emperador, es uno de los más célebres de la historia y el único retrato a caballo pintado por el artista.

El emperador escogió a su pintor favorito para que perpetuara con su arte el gran triunfo conseguido sobre los protestantes. Tiziano, con la negación de venir a España, pintó al monarca en Augsburgo, en conmemoración de su victoria sobre la Liga de Smalkalda, acaecida en Mühlberg, el 24 de abril de 1547.

Precisamente, el pintor veneciano lo retrata momentos antes de la victoria, cuando Carlos V detiene su caballo frente al río Elba, tras el cual los protestantes se han hecho fuertes. Después de un momento de reflexión, reflejado en e rostro envejecido del monarca, éste decide atravesar el río y vencer.

Situado en medio de un vasto paisaje, el anciano monarca, montado en su caballo negro, lleva una armadura guarnecida de oro y con una banda roja con franjas doradas, los colores de la casa de Borgoña. En el peto aparece una imagen de la Virgen con el Niño, muy habitual en las armaduras de los emperadores desde 1531. La armadura es una valiosísima pieza labrada en oro y plata que se conserva actualmente en la Real Armería de Madrid.

La vivacidad de los colores del metal de la coraza, junto con la manta del caballo y el penacho que remata el casco del emperador, contrastan con la palidez y la cierta melancolía del rostro del protagonista.


Carlos V aparece sereno con la lanza tendida hacia delante con la que crea una diagonal, y con la que indica su necesidad de avanzar. La lanza adquiere en este retrato un doble significado. Por un lado, hace alusión a Longinos y por otro al arma de San Jorge, caballero cristiano por excelencia. En cambio, también es símbolo del poder del emperador como general victorioso. Las connotaciones políticas y religiosas se entrelazan, aunque la primera es significativamente impactante. Carlos I de España y V de Alemania utilizó el arte como propaganda política, ningún otro monarca lo había hecho antes con tanto ímpetu.

Este tipo de representaciones venía de una larga tradición dentro de la iconografía imperial clásica. Tiziano presentó al emperador en un magnífico retrato ecuestre imitando a los grandes emperadores romanos. Cabe mencionar el retrato de Marco Aurelio y, más reciente en el tiempo, el de condottiero Colleoni de Andrea de Verrocchio.

El artista veneciano consiguió una de las mejores realizaciones y uno de los espléndidos retratos a caballo de la Historia del Arte. Él fue el responsable de fundar una iconografía dentro del género pictórico del retrato que alcanzaría su plenitud en el Barroco, con artistas como Rubens y Velázquez.

A pesar de que el cuadro sufrió el incendio del Alcázar de Madrid en 1734, por fortuna pudo restaurarse, pasando en el siglo XIX, con el resto de la colección real española, al Museo del Prado. Es en esta institución donde sigue albergado este óleo sobre lienzo, de 332 x 279 cm de altura.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El influjo imperial de Carlos V

Retrato de Carlos V sentado de Tiziano (Aite Pinakothek, Munich) 
Carlos de Habsburgo (1500-1558) heredó en 1516 el imperio más grande de toda la historia: los ducados austríacos, los Países Bajos, el ducado de Borgoña, el Franco Condado, España, los dominios españoles en Italia y el imperio español en América y ultramar, y se convirtió, de este modo, en Carlos I de España y V del Sacro Imperio Germánico (Alemania).

Educado por su tía Margarita de Austria, mujer culta que intentó inculcar a Carlos el interés por la cultura y las artes, el monarca nunca tuvo gran interés por aquello que no le llevara a ampliar y mantener los límites de su imperio. Sin embargo reunió a varios artistas en su corte, entre los cuales destaca Tiziano, pintor que le realizó diversos retratos.

En política exterior tuvo varios problemas debido a la gran extensión de su imperio. Ello se tradujo en guerras de religión, entre las cuales destaca la batalla de Mühlberg, en la que derrotó a los protestantes y que fue inmortalizada por el pincel de Tiziano. Sin embargo, sus principales conflictos los tuvo con el rey Francisco 1 de Francia -quien también aspiraba a la corona imperial-, con el Papado y con el emperador turco Solimán II el Magnífico.

Ello no impidió que fuera nombrado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en 1529 por el papa Clemente VII, aunque debido a las fuertes presiones abdicó en 1556 a favor de su hijo Felipe II y se recluyó en el monasterio de Yuste, donde murió en 1558.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El David

David (Museo de la Academia, Floren-

cia), Miguel Ángel parece inspirarse en 

Hércules, acaso como símbolo de las 

virtudes cívicas renacentistas: fortezza 

e ira.
La enorme estatua de David confirmó a Miguel Ángel Buonarroti como el artista más prestigioso de su tiempo.

En 1501, la ciudad de Florencia pasó a ser una república, y el 16 de agosto del mismo año, Piero Soderini, el primer canciller de la nueva república, encargó a Miguel Ángel el David. El artista debía esculpir en un enorme bloque de mármol ya trabajado e inacabado, pues anteriormente en el 1460 fue confiado sin éxito a Agostino del Duccio y, posteriormente, a Antonio Rossellino. Por tanto, la pieza, en desuso desde entonces, tenía de por sí unas proporciones que limitaba la libertad de composición. Pero a pesar de la inconveniencia Miguel Ángel muestra, incluso en esta obra primeriza, las características de la dicción manierista.

La poderosa energía gestual concentrada de la figura, la gestualidad terrible, que sus contemporáneos llamaron la terribilitá, la cabeza grandiosa de mirada altiva; la mano robusta y algo exagerada y la perfección anatómica de la musculatura, con una gran tensión vital, hicieron de esta obra la más emblemática del artista.

Esta disposición del cuerpo a la vez reposado y tenso difiere de otras versiones que sobre el rey hebreo se habían hecho. Miguel Ángel presenta una figura desafiante, muy lejos del amable y diminuto héroe infantil realizado años antes por Donatello. Miguel Ángel cambió la perspectiva del mito. Ahora toda la energía del cuerpo es transmitida con un gesto contenido, sin ostentación de movimiento, tan sólo enmarcado por el súbito volver de la cabeza y el brazo doblado hacia el hombro.

El rostro con su expresión pensativa y atenta no representa la acción, sino que espera con actitud enérgica el momento de atacar al gigante Goliat. Su desproporcionada mano sostiene la piedra y la honda cuelga sobre su espalda. El artista refleja el breve instante de reflexión en la cara del héroe que con el entrecejo fruncido muestra una intensa concentración. Miguel Ángel no muestra todavía a un David vencedor sino precisamente el momento que precede al desencadenamiento del acto.

Tanto las medidas colosales como su desnudez hacen referencia directa a la antigüedad. Delante del David es imposible no recordar las atléticas esculturas griegas. Con esta obra, Miguel Ángel logró superar toda la estatuaria antigua conocida, alcanzando la cima del clasicismo.

Este gigante se convirtió en el símbolo de la victoria de los florentinos. El tema de la figura bíblica de David se adecuaba perfectamente a la nueva situación que se iniciaba en Florencia tras las turbulencias políticas de los años anteriores.

Hacia los primeros meses de 1504, el David fue colocado en la plaza de la Signoria, en el centro de la ciudad, junto a la puerta del Palazzo Vecchio, en el sitio que debía ocupar la Judit de Donatello. Al principio, estaba destinado a decorar uno de los contrafuertes de la fachada de la catedral de Santa María del Flore, pero el clamor del pueblo obligó a que una comisión, nombrada al efecto y en la que intervinieron artistas como BotticelliLeonardo da Vinci, decidiera darle un lugar más honorífico.

Actualmente, el David original de Miguel Ángel, de 410 cm de altura y un total de 434 cm con la base, se conserva, desde 1873, en la Galería de la Academia de Florencia mientras que en la Plaza de la Señoría puede verse una copia.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Perseo con la cabeza de Medusa

Perseo con la cabeza de Medusa

(Loggia dei Lanzi, Florencia) de 

Benvenuto Cellini, que convierte 
al personaje heroico en un bello 
adolescente.
En el segundo cuarto del siglo xiv se presenta en la escultura un distanciamiento con la armonía clásica. A partir de este momento, las esculturas aparecen alargadas y contorsionadas dando origen al término maniera, manierismo. Uno de los escultores más notables de esta etapa es Benvenuto Cellini quien, con su obra Perseo con la cabeza de Medusa (Il Perseo), fundido en 1554, refleja su magnífica habilidad como broncista.

La escultura del Perseo se convirtió en uno de los galardones más preciados del poder político de los Médicis sobre la ciudad. Es una alegoría del triunfo de Cosme I de Médicis sobre sus oponentes republicanos, si bien el tema no había sido escogido por él mismo.

Cellini refleja el momento preciso de la decapitación sangrante de la medusa, cuyo cuerpo pisotea. Al contrario que su contemporáneo Giambologna donde las figuras se relacionan unas con otras en giros exagerados, a través de la figura serpentinata, la escultura de Perseo presenta un suave dinamismo reflejado en el ligero contrapposto de la pierna.

Perseo es otro de los jóvenes victoriosos y serenos típicos del Renacimiento que se caracterizan por esa emoción contenida en el rostro enaltecido por el fruncimiento de las cejas. Pero, al contrario que la figura del David de Miguel Ángel, la escultura de Cellini muestra ya al vencedor y no el momento previo de reflexión.

Destaca su hermosa cabeza, que con el trabajo de los cabellos contrasta con la belleza del cuerpo en reposo. De la misma forma, su minucioso casco con las alas de Mercurio, es otra de las partes detalladas de la obra.

Cellini llena de patetismo y horror la escena, a través del rostro sangrante del monstruo sostenido con la mano izquierda. El momento se intensifica, pues el héroe todavía no ha soltado la espada con la que ha decapitado a la Medusa, que con sus ojos petrificaba a todo aquél que la miraba. La sangre que brota a chorros y las serpientes que se retuercen es de un gran realismo.

La figura del héroe griego se levanta sobre un laborioso pedestal, con una gran variedad de adornos. Imágenes de máscaras, guirnaldas y cariátides manifiestan el trabajo de orfebrería del artista. Esta parte del conjunto es uno de los logros supremos del manierismo. Sobresalen las cuatro estatuillas de bronce que representan a Júpiter, Minerva, Mercurio y Dánae, colocadas en sus respectivas hornacinas. Entre estas escenas sobresale, en el zócalo, las elegantes figuras alusivas al mito de Perseo: el relieve de la Liberación de Andrómeda, que es, en sí mismo, un logro capital de la estética manierista.

Detalle del pedestal de Perseo, que reúne una serie de elementos romanos y renacentistas propios de este escultor manierista. 
El Perseo con la cabeza de Medusa, es una obra de bronce de 320 cm de altura, conservado, el original, en el Museo del Bargello de Florencia.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Retrato de mujer (La Muda)


Retrato de mujer (La Muda) de Rafael (Palacio
Ducal, Urbino). óleo pintado en 1507. 

En el breve tiempo que Rafael Sanzio estuvo en Florencia realizó una magnífica serie de retratos entre los que destaca el de esta mujer, conocida con el nombre de La Muda (Ritratto di donna), fechada en 1507, antes de su ida a Roma para trabajar en la decoración del Vaticano.

En la ciudad del Arno Rafael comenzó a imitar a Miguel Ángel, a Fra Bartolomeo della Porta, y sobre todo, como es evidente en esta obra y en sus demás géneros pictóricos, a Leonardo da Vinci.

El esquema está sensiblemente inspirado en el retrato de La Gioconda, pero aquí se ha perdido el misterio de la luz y la enigmática expresión de la sonrisa. A pesar del influjo leonardesco, los retratos florentinos de Rafael representan por sí solos obras maestras de una elevada exquisitez.

El pintor de Urbino presenta sobre un fondo oscuro, sin ninguna visión paisajística, la imagen de una mujer ataviada con ricas vestimentas que denota por supuesto su origen burgués. La minuciosidad del detalle, relegado especialmente en el cuidado de las perlas de las manos y en el traje, da un aspecto más enriquecedor al conjunto.

Si comparamos este cuadro con el de la Maddalena Doni, realizado en 1506, se aprecia como Rafael ya no realiza una interpretación textual de la modelo de Monna Lisa, aunque la posición de sus manos, serenamente plegadas, pueden denotar una cierta reminiscencia.

Aquí, la figura femenina, de medio cuerpo y mostrada casi de frente, contrasta con la oscuridad del fondo. El cuerpo y el rostro de la joven concentran toda la luz visible en la pintura. El volumen, la trama pictórica y el color asumen una nueva importancia en la obra.

Maddalena Doni de Rafael (Galleria deqli
Uffizi, Florencia) Retrato pintado en 1506.

La mirada intensa proporciona una imagen de misterio y, al mismo tiempo, un carácter sereno y más bien infeliz del personaje. Esta mirada penetrante evidencia la madurez de Rafael para captar la interioridad y expresividad de la retratada. A partir de esta obra, Rafael se dirige a una penetración psicológica cada vez mayor y hacia una visión más objetiva de la realidad.

En esta magnífica obra se ha querido ver ciertos paralelismos con Rogier van der Weyden. En sus retratos, el pintor flamenco penetra en el alma del retratado hasta lo más profundo, al mismo tiempo que otorga a sus personajes una minuciosidad y detallismo extraordinarios. Su influjo también se observa en el refinamiento de la ejecución.

El aire exquisito de la joven ha inducido a algunos autores a formular la hipótesis según la cual se trata de una de dama de la corte de Urbino, concretamente de Giovanna Feltria Delia Rovere, la gran protectora de Rafael, viuda de Giovanni Delia Rovere, fallecido en 1501. Otros, en cambio, han intentado reconocer en la figura a una Strozzi o a Isabel Gonzaga. Indistintamente de la identidad del personaje, en su conjunto, este retrato ha sido aclamado por la crítica moderna como uno de los más expresivos y supremos logros de la maestría rafaelesca.

El Retrato de mujer, muy próximo ya a las obras de 1508, se conserva en la Galería de las Marcas, de Urbino, y mide 64 x 48 cm.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La Sagrada Familia


Miguel Ángel ejecuta La Sagrada Familia, conocida como el Tondo Doni, seguramente con motivo de la boda del rico comerciante florentino, Agnolo Doni y Maddalena Strozzi, celebrada a finales de 1503. Es la única obra pictórica de Miguel Angel que pertenece con toda seguridad a sus primeros años. 

En primer término, destaca el grupo principal que se aísla del resto como si de un bloque de mármol se tratara. La composición se articula en forma de espiral configurando a los personajes un movimiento inquieto y revoltoso, que se ve acentuado por su contraste cromático. La disposición triangular de las figuras denotan la típica forma serpentinata, exaltando aún más el volumen escultórico. Sin lugar a dudas, la formación como escultor de Miguel Angel determinó, ya en esta temprana obra, el aspecto de las figuras. 

La Virgen, arrodillada, es representada con unas poderosas piernas que recuerdan los mantos y las vestiduras de las Sibilas de la capilla Sixtina. María levantando los brazos se gira hacia la derecha para recoger, o tal vez entregar, al Niño que le ofrece San José, que está detrás de ella. El Niño, que juega con toda naturalidad con los cabellos de su madre, se encuentra en este famoso "equilibrio inestable". San José continúa el movimiento espiral, balanceando el cuerpo hacia la izquierda, en cuclillas, sin apoyarse de manera segura en ninguna parte. Una pierna la tiene abierta para prestar apoyo al Niño y la otra para sostenerse a sí mismo. 

Este efecto de movimiento, de Inestabilidad de grupo que en cualquier momento puede derrumbarse, caracterizará las figuras posteriores del artista, tanto en pintura como en escultura. 

En un plano medio, hacia la derecha, está el pequeño San Juan Bauista, que envuelto en sus pieles, contempla con admiración el grupo de la Sagrada Familia. Al fondo de a representación, se divisa un paisaje con montañas rocosas y un río que transcurre con calma. Entre la Sagrada Familia y el paisaje hay cinco hombres completamente desnudos en semicírculo, con gestos alegres, apoyados sobre una pared. Uno de ellos envuelve con sus brazos al que tiene delante, mientras a a derecha otro intenta deshacerse del manto que le cubre. 

Este friso de desnudos es el rasgo más controvertido de la obra. ¿Qué significa todos estos jóvenes e belleza clásica tras la Sagrada Familia? La escena ha suscitado varias interpretaciones. Se ha querido ver la imagen del mundo pagano, del que se aleja San Juan, lazo de unión de los dos mundos, para acercarse a la Sagrada Familia, el mundo judea-cristiano. 

Otras interpretaciones, en cambio, aluden a la vida en el Paraíso, donde el hombre esta en contacto directo con la Naturaleza y no requiere vestiduras ni cualquier otro elemento superfluo. No obstante, las figuras desnudas del fondo también puede hacer alusión a los neófitos que esperan para sumergirse en las aguas del río Jordán. Esta última lectura se enfatiza con la presencia de San Juan niño, símbolo del Bautismo. 

Los vivos colores, como el naranja dorado de las ropas de San José  o eel rojo claro carmín del vestido de la Virgen, denotan el influjo de Ghirlandaio, el primer maestro de Miguel Angel. 

La Sagrada Familia, junto al marco que la envuelve, diseñado al parecer por el mismo artista, es un óleo sobre tabla de 120 cm de diá­ metro, hoy conservado en la Galería de los Uffizi de Florencia.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

San Pietro in Montorio

Donato Bramante es considerado el creador del estilo arquitectónico del Renacimiento clásico, por dos obras: el proyecto de la Basílica de San Pedro del Vaticano y el Templete de San Pedro (Tempietto di San Pietro in Montorio), una rotonda períptera encargado y costeada por los Reyes Católicos de España en 1502.

San Pietro in Montorio es un pequeño templo votivo ubicado en el lugar en el que, según la tradición cristiana, fue sacrificado San Pedro, el primer Papa. Consta de dos pisos, al incluir en su interior, bajo el suelo del patio, una cripta circular que cubre la roca del martirio del apóstol.

Se trata de un templo de planta circular rodeado de 16 columnas de orden toscano. Estas columnas, alzadas sobre un alto pedestal o basamento, sostienen un friso con triglifos y metopas con bajorrelieves alusivos al martirio de San Pedro. El pequeño templo está coronado por una cúpula semiesférica sobre tambor rematada a su vez por la esfera y la cruz, símbolos por excelencia de la cristiandad. Sobresale en la parte superior de la construcción, por encima de la balaustrada, la alternancia de hornacinas y capillas rectangulares.

La forma redonda de la planta no era un concepto nuevo, a pesar de que en el Renacimiento adquiere su mayor esplendor. Hay una clara inspiración en los tholoi griegos de Epidauro y Delfos, o en el más cercano templo de Vesta, en Roma. En el siglo anterior ya se habían construido edificios de planta circular, no obstante, el Tempietto era el primer edificio renacentista en el que la cella estaba envuelta por una columna con arquitrabe. Al igual que en los modelos de la antigüedad, el espacio entre columnas se mantiene constante a lo largo de todo el perímetro.

Otra ruptura con la tradición del siglo precedente reside en su interior. Éste es demasiado pequeño. Su diámetro es de sólo unos cuatro metros y medio, de manera que hay poco espacio para albergar cualquier celebración eclesiástica. Este hecho demuestra que la realización de reuniones litúrgicas era completamente secundaria. El contenido real del edificio radica en su exterior. Es decir, el Tempietto se ha construido para contemplarlo, y no para ser utilizado. Es un monumento en el sentido tradicional del término y no una iglesia. El templete deviene un martyrium o capilla conmemorativa, más que un lugar de reunión de los fieles.

La perspectiva es otro de los elementos a destacar. Cuando se accede al templo, por medio de una escalinata, el espectador ve el altar situado enfrente mismo de la entrada, con la crucifixión de San Pedro en su parte inferior. Por tanto, nada más entrar, el relieve se antepone directamente a la altura de los ojos del visitante, enmarcando pues la entrada a la sala.

Bramante renunció a todo elemento superfluo y decorativo en sus construcciones. Buscó una monumentalidad basada en la simplicidad y armonía de las partes. Estos son aspectos bien visibles en la presente obra. San Pietro in Montorio de Roma, erigido en 1503, se convirtió desde el primer día, en el manifiesto de todo el estilo de Bramante.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La basílica de San Pedro

En tiempo de Constantino se había construido en el Vaticano una primitiva basílica de cinco naves. El Papa humanista Nicolás V fue el primero que sintió deseos de derribarla para sustituirla por otra más moderna, y en un volumen anterior se ha hecho mención de cómo, habiendo llamado a Roma a su amigo León Bautista Alberti, éste dio la traza de los cimientos del ábside nuevo. Pero ninguno de sus sucesores se ocupó ya en el proyecto. En los frescos del Pinturicchio, de la Biblioteca Piccolomini, en la catedral de Siena, se ve pintado el interior de la basílica constantiniana de San Pedro, con el mosaico del ábside aún intacto. Julio II decidió que la iglesia romana que se levantase sobre el sepulcro del príncipe de los Apóstoles no tenía que ser una vieja y venerable basílica llena de reliquias, sino un templo colosal, único en el mundo por su riqueza y dimensiones, encarnación de la Iglesia católica triunfante.

⇦ Planta de San Pedro del Vaticano con indicación de las sucesivas campañas constructivas. Las indicaciones de color registran la participación de los distintos arquitectos y constructores de esta magnífica obra. 


Dos años después de haber sido promovido al pontificado, en 1505, convocó una especie de concurso privado para examinar el nuevo proyecto y, según dice Vasari, con sorpresa de todo el mundo predominaron las ideas de un arquitecto llegado de Milán, Bramante, establecido en Roma hacía pocos años, y ajeno a la camarilla de artistas florentinos que rodeaban a Julio II ya desde antes de su elección, cuando sólo era cardenal. Las ideas de Bramante, modificadas en algunos detalles, perduraron como una obsesión en el ánimo de los que le sucedieron en la dirección de la obra. El, por su parte, desde aquel momento ya no pensó en otra cosa que, en la gran iglesia, y los papas le albergaron en el Vaticano hasta que murió, reservándole una habitación en las dependencias del Belvedere.

Bramante había nacido cerca de Urbino en 1444, y allí, en la escuela de Luciano Laurana, el exquisito dibujante del Palazzo Ducale, aprendió una elegancia que no debía abandonar nunca, ni al proyectar edificios gigantescos como la iglesia de San Pedro. De Urbino pasó a Milán hacia 1482, dejando testimonio de su paso en la iglesia de San Sátiro y en Santa Maria delle Grazie, y de Lombardía recibió lecciones de energía y audacia.

Templete de San Pietro in Montorio de Bramante, en Roma. Es la segunda obra del arquitecto en esta ciudad. Recinto pequeño y circular, que señala el inicio del estilo renacentista genuinamente romano.  

La iglesia de San Sátiro era un pequeño templo circular prerrománico, del siglo IX. Bramante lo remodeló exteriormente (respetando su interior carolingio) y, junto a él, construyó la iglesia de Santa María presso San Sátiro, cuyas obras ya estaban iniciadas. Se trata de una iglesia con planta de cruz latina, para uno de cuyos brazos (precisamente el correspondiente al presbiterio y al ábside) no había espacio a causa de la posición de la calle adyacente. Bramante salvó la dificultad insuperable valiéndose de un recurso eminentemente pictórico: sugirió la existencia del espacio gracias a un efecto óptico de perspectiva conseguido con molduras y pintura sobre estuco. El trompe l’oeil, concebido por Bramante, sustituye el espacio real, que no existe, por la ilusión del espacio: es un fantástico espectáculo óptico.

Su otra obra milanesa, Santa Maria delle Grazie, fue también la conclusión de un edificio iniciado por otro arquitecto: Guiniforte Solari, que había construido una hermosa iglesia de tres naves a la que sólo faltaba la cabecera. Cuando, hacia 1492, Bramante recibió el encargo de continuarla, resolvió el contacto entre ambas construcciones utilizando el mismo ritmo geométrico, pero agigantando osadamente los órdenes hasta transformarlo en algo propio, magistral. Así, las tres naves de Solari son coronadas por un alto espacio cúbico sobre el que se alza una cúpula con un elevado tambor. Las tres caras exteriores del cubo están ocupadas por tres elevados ábsides semicilíndricos. Bramante construyó al lado un maravilloso claustro con arcos “a la Brunelleschi”, desde el que se puede contemplar su obra con mucho mayor emoción que desde el bullicioso Corso Magenta contiguo.

Iglesia de Santa María de la Consolación de Cola di Mateuccio, en Todi. La cúpula está construida sobre los cuatro brazos de una cruz griega. Es un buen ejemplo del estilo de algunas iglesias rurales inspiradas en el estilo de Bramante y da una idea de lo que hubiera sido la basílica de San Pedro si se hubiera realizado su plan. 

Después de casi veinte años de trabajo en Milán, en el ambiente difícil creado por Ludovico Sforza, su señor -ambiente que ya obligó a Bramante a huir momentáneamente en 1493, para protestar de las modificaciones que se introducían en su proyecto para Santa Maria delle Grazie-, Bramante se trasladó a Roma, última y trascendental etapa de su actividad.

Serlio ha dejadao escrito que Bramante empezó como pintor; pero se puede asegurar que sólo cerca de los sesenta años, edad que tenía cuando llegó a Roma, acabó de formarse su espíritu. Las ruinas de la antigüedad le hicieron estremecer como si fuera un joven de veinte años, despertando en él un afán ardiente de imitar a los antiguos, no sólo en los detalles, como habían hecho los decoradores cuatrocentistas, sino en su ordenación general y en los procedimientos constructivos. Quedan en Roma dos obras suyas anteriores a los proyectos de la fábrica nueva de San Pedro.

Una de ellas es un claustro de la iglesia de Santa María de la Paz iniciado para el cardenal Carafa en el verano del año 1500. Se trata de una pura superposición de galerías: la inferior, de simples arcos de medio punto; la superior, con columnitas jónicas y pilastras alternadas, sin ningún adorno, ya despojadas de la profusión de guirnaldas, palmetas y medallones con que los arquitectos cuatrocentistas trataban de vestir a lo clásico sus edificios, todavía excesivamente complicados.



Iglesia de San Blas de Montepulciano de Antonio da Sangallo el Viejo. Esta obra también se inspira en Bramante, especialmente en su interior. La cruz griega con cúpula central tenía previstas cuatro torres entre sus brazos, pero de ellas tan solamente llegó a construirse una. 

La segunda obra de Bramante en Roma es el templete de San Pietro in Montorio, que pasa por ser el punto de partida del estilo genuinamente romano del Renacimiento. Es un pequeño edificio circular, rodeado de un pórtico de columnas toscanas; el cuerpo central se eleva más, formando un segundo piso con ventanas y rematado con una cúpula esférica. Aquí, lo interesante es la disposición general y su estructura tan clásica. Este templete, minúsculo por su tamaño, pero inmenso por su perfección, fue erigido en el año 1503, por deseo de los Reyes Católicos, en el lugar donde, según la tradición, había sido crucificado y decapitado San Pedro.

El elegantísimo peristilo circular de dieciséis columnas está colocado sobre un pequeño basamento, y sostiene un friso con triglifos y una diminuta balaustrada que ciñe el cuerpo superior como un cinturón transparente. Es el templo platónico ideal, soñado por el platonismo cristiano de Marsilio Ficino y sus contertulios florentinos del palacio Médicis, tal como lo vemos imaginado en pinturas del Perugino y en los célebres Desposorios de la Virgen, de Rafael.

Estos dos edificios secundarios hablan en todos sentidos de lo que fue la preocupación principal de Bramante en Roma. Porque de su gran obra del proyecto de la iglesia nueva de San Pedro habrá que enterarse haciendo un trabajo de crítica mental, apartando con la imaginación todo lo que fue añadido por los que le sucedieron en la dirección de la obra y agregando las partes que éstos quitaron o modificaron. Afortunadamente, en el archivo de dibujos que los Médicis reunieron en Florencia, quedan multitud de estudios, en los que pueden sorprenderse las ideas de Bramante para la elaboración de San Pedro. Queda también una planta completa en un gran pergamino, dibujado sólo en una mitad, pero que ofrece todos los detalles de aquel conjunto lleno de simetría. La tinta pardusca descolorida marca, en contorno trazado con gran precisión, el plan de un edificio cuadrado con una cúpula central. Cuando se levantan los ojos del pergamino, parece como si buscaran en los aires un gran templo con pórticos, abiertos en las cuatro fachadas, y cinco cúpulas, una de ellas central, mayor, que remata el conjunto.

Basílica de San Pedro, en el Vaticano, Roma. Vista desde el castillo de Sant' Angelo. Cuando Miguel Ángel asumió la dirección de su construcción, suprimió infinidad de detalles, torres, agujas y columnatas del exterior, que aparecían en proyectos anteriores, porque quitaban a la iglesia la simplicidad clásica. 

Esta planta de Bramante, con sus cinco cúpulas, tiene algo de bizantina; recuerda las descripciones de la iglesia de los Santos Apóstoles, en Constantinopla, y la de San Marcos de Venecia. Al cabo de diez siglos se repetía el mismo problema de construir un templo que fuera el mayor de la Cristiandad, y tanto los arquitectos de Santa Sofía como los de San Pedro de Roma adoptaban la idea de la cúpula como motivo predominante. Ya se ha visto que la cúpula de Brunelleschi, en Florencia, se levanta sobre una iglesia de tres naves y que la solución tiene algo de improvisación medieval. Bramante se complace en atacar de nuevo el problema; dando un empuje igual en todos sentidos, parece que racionalmente reclama una planta cuadrada o circular para apoyarla por igual en todo su alrededor. 

La solución de planta concentrada, bizantina, de Bramante para San Pedro de Roma no parecerá tan extraña si se advierte que, viniendo de Milán, había de tener muy presentes algunos edificios semibizantinos de Venecia y paleocristianos del mismo Milán y de Lombardía, y acaso también las iglesias de Ravena. Roma le deparó ocasión grandiosa para desplegar todo su genio. Según él mismo decía, su idea era colocar la cúpula esférica del Panteón sobre el cruce de dos grandes naves con bóveda de cañón, como las de la basílica de Constantino.

Basílica de San Pedro, en el Vaticano, Roma. La fachada de la basílica, vista desde la plaza de San Pedro, fue construida por Carlo Maderno. El estilo clásico predomina en la entrada principal, de una elegante suntuosidad. En primer plano, la explanada de la plaza, que es desde hace muchos siglos escenario de grandes concentraciones religiosas. 

Estas dos naves, formando una cruz griega, terminarían interiormente en cuatro ábsides, y con un pórtico a cada lado formarían las fachadas. En los cuatro espacios que quedaban diagonalmente en los cuatro ángulos de las naves en cruz, habría cuatro cúpulas menores y cuatro salas para sacristías. Para disimular las enormes masas de los pilares y los muros pensaba valerse de grandiosos nichos, como los que podían verse, todavía, en las construcciones romanas.

Aunque la obra no se llegó a ejecutar según esta disposición, parece que los artistas de la época se hicieron cargo perfectamente del proyecto y en pequeño lo realizaron en iglesias rurales que hoy resultan preciosas, porque nos dan un reflejo de lo que hubiera sido San Pedro, de haberse seguido el proyecto primitivo. Así son, con una cúpula sobre los cuatro brazos de una cruz griega, la iglesia de Santa María de la Consolación, en Todi, y la de San Blas, en Montepulciano, ambas vecinas a Roma. La primera fue comenzada por Cola di Mateuccio, natural de Caprarola, en 1508, y la segunda es obra del florentino Antonio da Sangallo, lo cual prueba que las ideas de Bramante eran admitidas sin vacilación.

⇦ Fresco del Vaticano, en Roma. Detalle de un fresco datado hacia 1600 que representa una vista a vuelo de pájaro del Vaticano, y en la que también aparece el castillo de Sant'Angelo y la plaza del Popolo. 



El propio Julio II hizo acuñar una medalla con su retrato en una cara y en la otra una vista de la iglesia, como si estuviera ya terminada, con la leyenda: Templi Petri instauratio. Se colocó la primera piedra el día 18 de abril del año 1506. El propio Papa descendió a la enorme excavación practicada para los cimientos de la nueva iglesia, y después de proclamar allí las indulgencias concedidas a los bienhechores de la obra, regresó en procesión con la cruz alzada a su palacio del Vaticano.

Los trabajos comenzaron por la parte posterior: el ábside y los pilares de la cúpula. Julio II dejó que Bramante derribara todo lo que fuera preciso de la antigua basílica paleocristiana, construida entre el 324 y 330, bajo Constantino. Tan sólo se le impuso la prohibición de tocar el lugar central, donde está la confesión de San Pedro, una especie de pozo que nunca había sido violado y en el que se han realizado recientemente excavaciones en busca del sepulcro del cuerpo del Apóstol. Por mucho tiempo el culto se practicó en lo que quedaba en pie de la antigua iglesia; más tarde se hizo una capilla provisional sobre el sepulcro, hasta que la basílica quedó del todo terminada. Una mínima parte de lo que se creyó digno de conservarse se almacenó, con el mayor desorden, en los subterráneos que quedan entre el pavimento antiguo y el de la actual basílica, mucho más alto.

Allí hay fragmentos de esculturas de las tumbas de los pontífices, de ciertos altares y el sepulcro de Otón II, que estaba en el patio, ante la fachada de la iglesia. Pero toda la decoración de los antiguos mosaicos cristianos, los frescos de Giotto y otras bellas obras del primer Renacimiento cuatrocentista, fueron destruidos sin respeto. El pueblo de Roma y las personas cultas, entre ellas algunos cardenales, no presenciaron indiferentes aquel vandalismo; imponíase la excusa de que la vieja construcción amenazaba ruina, pero, así y todo, se elevaron veces de protesta, sobre todo contra Bramante."El hubiera destruido a Roma entera y el Universo si hubiese podido", dice un escritor de la época. La gente del pueblo, tan aguda y maliciosa en la vieja Roma, decía en sus sátiras que Bramante tendría que quedarse fuera del cielo, porque San Pedro, irritado por haberle destruido su vieja basílica, no le dejaría entrar.

Basílica de San Pedro, en el Vaticano, Roma. Vista del ábside desde los jardines del Vaticano, que fue obra de Miguel Ángel, completando la construcción de Bramante. En realidad, representó la violenta reacción de Miguel Angel contra el espíritu y los ideales renacentistas. En el exterior, sustituyó los motivos austeros y equilibrados por enormes pilastras corintias; la cúpula semiesférica de Bramante se convirtió en una osada empresa que alcanzó ciento treinta y un metros de altura. Trabajó en esta cúpula de 1558 a 1560; treinta años más tarde su discípulo Giacomo della Porta la concluía perfilando el modelo que habían de imitar todas las grandes iglesias occidentales, sin que ninguna de ellas llegara a igualarla. Se ha dicho con justicia que Miguel Ángel concibió, a partir del Renacimiento, no sólo el manierismo, sino también el barroco. 

A la muerte de Bramante en 1514 le fue encargada a Rafael la dirección de la nueva iglesia, por creerse que sería el que más fielmente podía desarrollar el proyecto. Rafael venía también de Urbino, y su carrera en la Corte pontificia, al decir de Vasari, había comenzado con la protección del gran arquitecto. Pero Rafael no era el genio más indicado para una construcción tan gigantesca, y aunque le auxilió el gran arquitecto florentino Antonio da Sangallo, las obras no avanzaron mucho.

Por fin, muerto Rafael y años después Antonio da Sangallo, nadie pareció capaz de llevar a buen término la construcción sino Miguel Ángel, que sobrevivía a todo el mundo, creciendo cada día más su reputación. "Habiendo muerto Antonio da Sangallo el año 1546 -dice Vasari- y faltando quien dirigiese la fábrica de San Pedro, hubo diferentes pareceres, hasta que Su Santidad, inspirado por Dios, resolvió confiarla a Miguel Ángel, el cual rehusó diciendo, para excusarse de esa carga, que no era su arte el de la arquitectura. Finalmente, no admitiendo sus escrúpulos, el Papa le mandó que la aceptase, por lo que, muy contra su voluntad, tuvo que entrar en aquella empresa ... "

Basílica de San Pedro, en el Vaticano, Roma. La nave central de la basílica fue obra de Miguel Angel, cuya intervención en el proyecto consistió en simplificar la planta, siguiendo la idea de Bramante, mediante la eliminación de pórticos y aberturas que reducían la resistencia de los muros. 

Suprimió Miguel Ángel infinidad de detalles del último proyecto de Sangallo, torres y más torres, agujas y columnatas del exterior, que quitaban a la iglesia la simplicidad clásica, pero que, siendo motivo de gastos cuantiosos, parecían complacer a los administradores de la fábrica, concitándose con esto la animosidad de los que veían su provecho en dar largas a la construcción, en cuyos trabajos se llevaba empleado ya cerca de medio siglo. Y para desvanecer toda sospecha de venalidad, Miguel Ángel exigió que en el motu propio en que se le nombraba director de la obra, con entera autoridad para hacer y deshacer, añadir y quitar, se hiciese constar que él servía allí a la Iglesia sin ninguna recompensa y sólo por el amor de Dios. El papa Paulo III, que veía en el glorioso escultor el genio que convenía para terminar la obra, sostuvo siempre a Miguel Ángel contra las intrigas de sus enemigos. "Vuestro cometido -decía el escultor a los administradores en el año 1551- es tener cuenta de que lleguen las limosnas y vigilar que no las distraigan los ladrones; el plan y los dibujos de la iglesia corren, en cambio, de mi cuenta."

La intervención de Miguel Ángel en el proyecto de San Pedro consiste, pues, principalmente, en simplificar la planta, esto es, la idea general de Bramante, quitando elementos accesorios que debilitaban la construcción, pórticos y aberturas que reducían la resistencia de los muros. En cambio, levantó la cúpula a una altura mucho mayor de la proyectada. Bramante había querido repetir la cúpula romana del Panteón, grandiosa por dentro, pero sin visualidad por fuera. Miguel Ángel la sustituyó por una cúpula como la de Santa María de Florencia, y así lo que quitaba al edificio en extensión, se lo daba en altura. Sin duda, lo que caracteriza hoy exteriormente la iglesia de San Pedro de Roma es la cúpula, con su altura colosal de 131 metros, dominando todo el edificio.

Basílica de San Pedro, en el Vaticano, Roma. Vista del crucero de la basílica desde la cúpula. Sobre un cinto de la base de la cúpula está inscrito el famoso mandato de Cristo con letras que miden dos metros de altura: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y te daré las llaves del cielo". 

Miguel Ángel murió en 1564, cuando la cúpula estaba solamente en el arranque, pero dejó un modelo detallado, que se conserva todavía. Su sucesor en la dirección de la obra fue su discípulo predilecto Giacomo della Porta, quien no se contentó con proveer discretamente a las grandes dificultades de la construcción de la bóveda colosal, sino que además alteró con gracia la linterna superior, haciéndola más rica y complicada, ya casi barroca. Esta ligera nota más moderna, en lo alto de la curva superficie gris de la cúpula, cubierta de planchas de plomo, acaba de completar la belleza de aquella magnífica obra.

Vista desde lejos, la cúpula de San Pedro se distingue sobresaliendo de la llanura poco accidentada del Lacio; es lo que caracteriza más el paisaje de Roma. Como la ciudad queda a un lado del Vaticano, el sol en Roma se pone siempre por detrás de aquella cúpula, recortando su silueta en los bellos y diarios crepúsculos luminosos. Cientos de romanos se reúnen cada atardecer, desde hace siglos, en las terrazas de los jardines del Pincio, al otro lado del Tíber, frente al Vaticano, para presenciar este soberbio espectáculo ofrecido por la conjunción de la naturaleza y del ingenio humano.

Es, verdaderamente, una entidad moral dotada de espíritu propio, tan parecida y tan distinta de la cúpula de Florencia y de todas las que se hicieron después, a su imitación.

Basílica de San Pedro, en el Vaticano, Roma. Vista interior de la cúpula de la basílica, que se encuentra justo sobre el altar mayor y la tumba del apóstol Pedro.  

Fue tal el efecto que la cúpula de San Pedro produjo en los artistas, que a partir de la mitad del siglo XVI no hay iglesia, por grande o pequeña que sea, que no quiera tener también su cúpula, en testimonio de admiración de la de San Pedro de Roma. No sólo en Italia, sino en todos los demás países adonde llegó el Renacimiento, en iglesias rurales de ladrillo, revestidas de estuco, o en grandes monumentas como la iglesia de El Escorial, y más tarde también en la de los Inválidos, de París, siempre se repite el mismo tema: una iglesia en planta de cruz con una cúpula sobre un tambor cilíndrico en el crucero.

Además de la cúpula, puede decirse que, a excepción de la fachada, todo el exterior de la iglesia de San Pedro es obra de Miguel Ángel; la que había proyectado Bramante hubiera sido absolutamente distinta, con sus múltiples pórticos y galerías abiertas. En el ábside de San Pedro es donde se comprende el estilo propio de Miguel Ángel como arquitecto. Los altísimos muros curvos de los ábsides rematan en un simplicísimo ático horizontal, que debía dar la vuelta a todo el templo, sostenido aparentemente por colosales pilastras corintias, también de toda su altura. En los espacios lisos se abren balcones y ventanas, de formas civiles, laicas, pero tan grandiosos, que vuelven a dar al edificio el carácter de religiosidad que habría perdido, en otras condiciones, con aquellas aberturas domésticas y mundanas.

⇨ Iglesia de Il Gesu, en Roma. Iniciada en 1568 por Giacomo da Vignola, este discípulo de Miguel Ángel concibió una nave única cubierta por una bóveda de cañón de 18 metros de luz, con cuatro capillas intercomunicadas a cada lado y un transepto alineado con los muros exteriores de éstas.



La obra de Miguel Ángel en San Pedro generalmente queda olvidada detrás de la impresión barroca de la plaza y la fachada, ejecutadas mucho más tarde; pero al dar la vuelta al edificio, si el ánimo no está ya cansado por tantas sensaciones diversas, al ver la iglesia enorme, con sus muros severamente arquitectónicos, y al elevar la vista hasta la altísima comisa, recorriendo con la mirada aquellos lienzos de piedra, únicos en el mundo por sus dimensiones y nobleza, uno vuelve a sentir el mismo efecto de emoción religiosa que producen las catedrales de la Edad Media. Miguel Ángel consiguió, con su espíritu elevado, dar un sentido nuevamente místico a la obra fastuosa que proyectó realizar la Roma pagana del Renacimiento.

En las obras de San Pedro se formaron los arquitectos de la escuela romana. Uno de los discípulos de Miguel Ángel, Giacomo da Vignola (1507-1573), divulgó sus principios en un Tratado de Arquitectura. Vignola es el arquitecto de la iglesia de Il Gesu o de Jesús, en Roma, también con una cúpula y una sola nave con capillas laterales, que aparece como el desarrollo final de la idea iniciada por León Bautista Alberti en la iglesia de San Andrés de Mantua. El crucero, ancho, está iluminado por la cúpula; la bóveda, de medio punto, se contrarresta por grandes contrafuertes entre los que hay espacio para albergar las capillas laterales.

Basílica de San Pedro, en el Vaticano, Roma. La cúpula, concebida por Miguel Ángel, fue terminada casi un cuarto de siglo después de su muerte por Fontana y Delia Porta. Mide 42,5 metros de diámetro y eleva la altura de la basílica hasta los 131 metros. El sol, que se pone por detrás de la cúpula, resalta su silueta durante el crepúsculo, espectáculo que acuden a presenciar cada tarde cientos de personas desde hace varias centurias. 

Iglesia de Il Gesu, en Roma. La fachada fue realizada por Giacomo della Porta, entre 1573 y 1 584 como continuación de la obra comenzada por Vignola. Esta fachada había de servir de modelo durante casi cuatro siglos a todas las iglesias de los jesuitas de Europa. Desarrollando un tema de Alberti, esta fachada soluciona el problema de proyectar al exterior las dimensiones desiguales de una nave central muy alta y dos naves laterales enormemente bajas en comparación. Las extraordinarias volutas laterales son pues, más que un elegante motivo decorativo barroco, una solución estructural. 

⇨ Iglesia de Il Gesu, en Roma. En el interior de la iglesia, una cúpula impresionante se eleva sobre el crucero, iluminando el presbiterio. A ambos lados, unas pilastras adosadas y arcos de medio punto dan paso a las capillas que quedan en la penumbra, en tanto que la nave recibe la luz por los lunetas, las ventanas y la cúpula. 



Este interior, iniciado en 1568, sirvió de modelo a miles de iglesias barrocas distribuidas por toda Europa, cuyas raíces hay que buscarlas en la arquitectura católica de la Contrarreforma. Este movimiento religioso, dirigido por los jesuitas, necesitaba durante el último período del Renacimiento amplias salas sin columnas, aptas para la predicación. El paso decisivo marcado por Il Gesu de Vignola respecto a San Andrés de Mantua, de Alberti, viene determinado por el papel de la cúpula como elemento distribuidor de la luz, que cae a raudales de la misma, en contraste con la iluminación moderada de la nave y del presbiterio. Así, por primera vez, aparece en la organización de un espacio interior este elemento que sería de capital importancia en la arquitectura barroca: la luz.

La fachada de Il Gesu es de Giacomo della Porta, quien fue el introductor de algunos detalles de decoración poco clásicos, que muestran los progresos del barroquismo, pese a que esta fachada es del año 1573. Hay encima de la puerta un escudo del que cuelgan unas guirnaldas, dentro del estilo de Miguel Ángel, aunque más complicado y retorcido. La disposición general de aquella fachada es todavía la propuesta por León Bautista Alberti en Santa Maria Novella de Florencia, que se conservaba por tradición desde el siglo anterior: un cuerpo bajo, con un orden de pilastras, y un cuerpo superior que termina en un frontón. Como el cuerpo bajo es más ancho, porque tiene la amplitud de las tres naves (o de la nave central y las capillas), y el superior no tiene más anchura que la de la nave central, estos dos pisos están reunidos por una curva ondulada que acaba en dos volutas. Así, el cuerpo alto se ensancha ingeniosamente para combinarse con el piso inferior. Esta solución, popularizada por los libros de los tratadistas del Renacimiento, logró singular fortuna.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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