Punto al Arte: 01 Arte predinástico y del Imperio Antiguo
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Arte predinástico y del Imperio Antiguo

Desde la más remota antigüedad se ha considerado a Egipto como el abuelo venerable de todos los pueblos de la Tierra. Cuando el griego Solón visitó los santuarios del valle del Nilo, los sacerdotes egipcios le recibieron orgullosos de su pasado, declarando despectivamente que, para ellos, los griegos serían siempre unos niños. Herodoto, el historiador viajero, ávido como un hombre moderno de sensaciones arqueológicas, regresó de su viaje por Egipto, el siglo V a.C., vivamente sugestionado con la misma idea de su antigüedad, creyendo ver en los dioses egipcios el origen del Panteón helénico.

El escriba sentado (Musée du Lou-
vre, París).El más bello y popular
de los escribas que ha legado el
arte egipcio. Procede de una tum-
ba en Saqqarah y fue probable-
mente un alto funcionario en tiem-
pos de la V Dinastía.
Más tarde, en la época imperial romana, se visitó el valle del Nilo por pura moda y con la misma superficial afición que despierta hoy entre el turismo internacional. El rico senador, la voluble cortesana, el hombre de ciencia y la muchacha joven, intelectual emancipada, como los viajeros de la actualidad, quisieron conocer aquel país famoso, que era la cuna de la humanidad. El viaje se hacía cómodamente por mar hasta la boca del Nilo, y después se remontaba el río hasta el Alto Egipto; los templos de Filé, asentados en las primeras cataratas, están llenos de nombres, dibujos y escritos de los turistas de la época romana. Escritores como Plinio hablan de las pirámides como de un monumento muy conocido y aun familiar.

En la Edad Media, el Egipto antiguo se reduce para Europa a las pirámides. Los peregrinos, en sus itinerarios de Palestina, las describen sumariamente en su escala obligada de El Cairo para recoger los permisos necesarios para visitar los Santos Lugares. Los árabes, por codicia y curiosidad, violan los enormes monumentos que se levantan cerca de la capital. Tienen también conciencia de su antigüedad. "Todas las cosas temen el tiempo -dice Abd-ul-Latif-, pero el tiempo tiene miedo a las pirámides."

Durante el Renacimiento, Egipto es un completo desconocido, como la misma Grecia; sólo se conocían los obeliscos y las esculturas que los romanos habían trasladado a Italia. Delante de las estatuas de pórfido y los obeliscos de Roma, los eruditos del Renacimiento admiraban su labra maravillosa, el pulimento de las piedras duras, la técnica y su antigüedad, pero no gozaban del secreto encanto del arte egipcio. Ellos fueron los que empezaron a dar vida a la fatal leyenda, creída aún demasiado, de que Egipto era, no sólo el pueblo más antiguo, sino también un pueblo inmóvil, cerrado al progreso, sin la movilidad incesante de las escuelas vivas. Winckelmann, en el siglo XVIII, siguiendo este punto de vista, hoy abandonado, recuerda maliciosamente la frase de Estrabón, según el cual "las Gracias eran divinidades desconocidas en Egipto".

Puede decirse, pues, que Egipto fue descubierto por la expedición francesa dirigida por Bonaparte, en los primeros años del siglo XIX. A imitación de Alejandro, que se hizo acompañar en la conquista de la India por los más ilustres naturalistas, geógrafos e historiadores griegos de su tiempo, asimismo el primer cónsul iba acompañado de los hombres de ciencia más eminentes de Francia, a cuyas investigaciones se deben el primer paso para el moderno conocimiento del Egipto antiguo. Cuando algunos años más tarde de la célebre expedición, la Commission inició la publicación los primeros tomos colosales de la famosa obra Description de l'Egypte, Bonaparte, a quien iba dedicada, estaba en la cumbre de su apogeo y era ya entonces Napoleón le Grand. Los volúmenes, ilustrados con profusión de planos y grabados de sus colaboradores científicos en la campaña de Egipto, constituyen ciertamente uno de los monumentos más perdurables de su gloria.

Lucha entre pigmeos y animales fabulosos en un paisaje nilótico. (Museo Archeologico Nazionale, Nápoles). Fresco del siglo I procedente de Pompeya, que reproduce con caótica ingenuidad un motivo mitológico de las tierras ribereñas del Nilo. 
De aquella expedición de Bonaparte derivan los derechos y la tradición de la escuela francesa de egiptología. A los dos Champollion sucedió el ilustre Mariette, el cual exploró las necrópolis de Menfis, Saqqarah, el Serapeum y la mayor parte de los templos tebanos, y más tarde Maspero y sus discípulos.

Simultáneamente, un Comité de iniciativa privada, el Egypt Exploration Fund, creado en Londres para activar las excavaciones, empezó a colaborar de acuerdo con los franceses donde la labor de éstos era insuficiente, y los Institutos Arqueológicos alemanes e italianos y las universidades americanas tienen también comisiones casi permanentes de excavación.

Ya es de todos sabido que el descubrimiento en Rosetta, el año 1799, por un soldado de Napoleón, de una piedra con una inscripción trilingüe, en griego, en escritura demótica y en jeroglíficos, permitió que Jean-François Champollion interpretase estos últimos, y, con su ayuda, la historia y el conocimiento de Egipto han avanzado enormemente. La cronología de las dinastías se ha aclarado casi por completo, la lectura de las inscripciones y papiros no presenta ninguna dificultad, y cada día se publican nuevos textos; las imprentas académicas disponen hoy de las tipografías jeroglíficas como una cosa corriente, y se traducen los libros sagrados y las obras literarias de las más lejanas dinastías. El viejo mundo egipcio, con sus dioses subterráneos y barcas solares, su moral extraña, de conceptos aún oscuros para nosotros, está renaciendo; su espíritu se incorporará de nuevo a la humanidad, y viviremos más ricos con sus ideas, como hoy circulan asimilados por los conocimientos actuales las ideas, griegas y orientales.

La batalla de las Pirámides, de Louis-Francois Lejeune (Musée National du Chateau, Versailles). Esta obra del siglo XIX evoca la célebre batalla que permitió a las tropas napoleónicas la conquista de Egipto y el descubrimiento de riquezas arqueológicas que sentaron las bases de la egiptología moderna. 
El Egipto antiguo es un inmenso oasis que se extiende a lo largo del río Nilo sobre una longitud de dos mil kilómetros. La estrechez de esta franja de tierra fértil es tal que, pese a su enorme longitud, cubre una superficie de sólo 30.000 kilómetros cuadrados (como la extensión actual de Bélgica). A ambos lados de esta cinta verde fecundada por las aguas del río, se extiende el desierto. Con razón Herodoto, el primer viajero que visitó Egipto y que ha dejado un relato de su viaje, escribió que "Egipto es un regalo del Nilo". Los antiguos egipcios dieron a su país el nombre de Kemi (Tierra Negra) a causa del color oscuro del limo que allí deposita la inundación anual del Nilo, y para diferenciarlo de los desiertos circundantes a los que llamaban Khaset (Tierra Roja). Los hebreos llamaban a Egipto Misraím y los griegos, desde Homero, Aigyptos, de donde viene el nombre con el que hoy se le conoce.

Hasta principios del siglo XIX, los monumentos más antiguos que se conocían de Egipto eran las pirámides, contemporáneas de la IV Dinastía y, por lo tanto, de tres mil años a.C. Por aquella época, Egipto había llegado a producir un tipo monumental perfecto, tenía ideas propias, poseía cierto estilo arquitectónico y un arte nacional. Lo más singular era que no se conocían aún los tanteos preliminares de las pirámides; para llegar a resolver estos monumentos de formas tan simples, pero precisas, no se veían las vacilaciones de ensayos anteriores. La escuela artística de Egipto parecía haber nacido como Minerva, sin los dolores del parto, armada de casco y lanza de la cabeza de Júpiter.

Mapa de Egipto, según el Atlas Geográfico de alldrisi (Biblioteca Nacional Dar-ai-Kutub, El Cairo). El célebre cartógrafo árabe realizó este mapa en el siglo XII, representando Egipto rodeado por el Mediterráneo y cruzado por el río Nilo. 
Y no obstante, desde el año 1869, en el que Arcelin presentó en un congreso de arqueología los primeros sílex recogidos en el valle del Nilo, el problema de los orígenes del arte en Egipto no ha cesado de apasionar. Mariette, creyendo que esto disminuiría el carácter maravilloso de su antiguo Imperio, se negaba a la evidencia, combatiendo a Arcelin en estos precisos términos: "Los antiguos egipcios estaban de acuerdo en asegurar que su arte no había tenido infancia. Los monumentos y objetos artísticos más antiguos son los que llevan el carácter de una civilización más avanzada. Cuando los egipcios vinieron a establecerse en el valle del Nilo, habían llegado al apogeo de su civilización. Los instrumentos de piedra, pues, no pueden sedes atribuidos; pertenecieron todo lo más a la época faraónica, ya que, según Herodoto, los sacerdotes egipcios usaban útiles de sílex para preparar las momias y como instrumentas de cirugía ... ".

A lo que replicaban los prehistoriadores, desde luego, que el empleo de los sílex tallados para el rito funerario de preparar las momias, o para un servicio religioso como era tenida por entonces la cirugía, demostraba paladinamente que había existido un tiempo en que la piedra era el material único, porque es precisamente en las prácticas sagradas donde se perpetúan los recuerdos tradicionales de la antigüedad. El sílex, empleado en los usos religiosos, era el superviviente del pasado prehistórico, que se conservaba en medio de los mayores cambios, progresos y transformaciones industriales.


La piedra de Rosetta (Museo Británico, Londres). Este trozo de basalto negro fue hallado en 1799 por un capitán del ejército napoleónico durante la construcción de un fuerte militar en Rosetta, actual Rashid. Su escritura jeroglí fica, demótica y griega fue de vital importancia para el conocimiento del antiguo Egipto. 

Página ilustrada de la Gramática Egipcia de Jean François Champollion (Biblioteque du College de France, París). A partir de la piedra de Rosetta Champollion descifró la escritura jeroglífica y dio un paso fundamental para la creación de la egiptología. Gran parte de su obra, como su Diccionario egipcio en escritura jeroglífica, se publicó tras su muerte, ocurrida en 1832. 














En la actualidad se siguen con el mayor empeño los descubrimientos de este Egipto prehistórico; él habrá de dar, sin duda alguna, la cronología de las edades humanas más remotas. Mientras que en el resto del mundo antiguo tan sólo pueden fijarse las edades neolíticas por el estudio geológico de las capas de terrenos superpuestos, el país fecundado por el Nilo está destinado a ser el punto de unión entre la prehistoria y los tiempos históricos; él informa también que antes del tiempo de las pirámides, o sea entre cuatro mil y cinco mil años antes de la era cristiana, el hombre mediterráneo estaba suficientemente preparado para emprender la conquista de una civilización superior.

Entonces, como ahora, la geografía física marcaba dos legiones claramente delimitadas: el Bajo Egipto, formado por el delta del Nilo, triángulo de tierra fértil que cruzan los innumerables brazos del río en su desembocadura, y el Alto Egipto, formado por la larga y estrecha franja de tierra entre los desiertos. Los reinos más primitivos, cuya historia aún es desconocida y Sethe ha intentado reconstruir basándose en las leyendas muy posteriores de los llamados "Textos de las Pirámides" (correspondientes a la V Dinastía), debieron ser los dominios de los reyes "Caña", cuyo tótem era la serpiente cobra que más tarde los faraones colocaron en su corona, y de los reyes "Abeja", cuyo tótem era el buitre. Había además los pueblos del León, del Toro, del Chacal etc., de los que se hará referencia al analizar las denominadas paletas predinásticas.

Vasija decorada con unos flamencos (Museo Egipcio, El Cairo). Cerámica datada en el 3600 a.C. procedente de Abydos y perteneciente a la cultura neolítica Negade II del Egipto predinástico. 



   Los primitivos habitantes del valle del Nilo se supone que vivirían desnudos, tatuados y pintados, acaso igual que otras poblaciones neolíticas. Este hábito se conservó mucho tiempo en las clases bajas, así como la costumbre de acentuarse las líneas de las cejas y los párpados con el kohol perfumado, que podemos ver en los frescos de los templos faraónicos. Los grabados y pinturas prehistóricos del Alto Egipto y los dólmenes de la Nubia son parientes próximos de los europeos. La cerámica prefaraónica lleva sólo dos colores: el del fondo, rojizo, y el morado oscuro de la decoración.

En ella van pintadas personas, aves, barcas, gacelas y, entre líneas onduladas, el río, que revelan muchos detalles de la vida de los primitivos habitantes de Egipto. En algunas barcas pintadas en estas vasijas de cerámica, se distingue que llevan en la popa la vela que se usa para remontar la corriente del Nilo aprovechando las brisas constantes del mar al desierto; en otras son visibles los numerosos remos que, a ambos lados de la embarcación, empujan la nave en el sentido de la corriente para descender el Nilo. En los mástiles aparecen emblemas totémicos que repiten los símbolos de los nomos o principados del delta.

Vasija de cerámica de época predinástica (Musée du Louvre, París). Sobre la decoración geométrica que ocupa la mitad inferior se muestra una barca, cuyos numerosos remos aceleran su navegación sobre el Nilo. En la cubierta se observan las figuras estilizadas de un pastor y una danzarina. 



Este pueblo pacífico que vivía con sus bueyes, antílopes, gacelas, cabras, asnos, ocas, patos y palomas, grababa animales en las rocas y los pintaba en sus vasos, junto con luchas humanas y bestias salvajes. En la cultura predinástica del Egipto antiguo las mujeres se representan asimismo desnudas y con el dibujo triangular del pubis. Pero en el ajuar funerario aparecen peines altos de marfil, probablemente usados para mantener el velo en las ceremonias del entierro. Estos peines van también rematados con figuras de animales.


Uno de los objetos de marfil más famosos es el llamado cuchillo de Djebel el-Arak, del lugar donde se encontró, en el Alto Egipto. La hoja es de sílex y su mango, de marfil, es uno de los objetos más preciosos de la sección egipcia del Louvre. Los pequeños relieves que decoran este mango extraordinario representan un combate entre guerreros de cabello largo y otros con la cabeza afeitada. Un rey, con maza, coge al primer prisionero de larga cabellera. Debajo hay dos clases de barcas, las superiores con grandes proas como góndolas; las inferiores, idénticas a las pintadas en los vasos. En el reverso hay un personaje entre dos gigantescos leones que parece recordar la alianza entre un rey y el pueblo del León.

 Proporcionan asimismo información legendaria -por no decir histórica- del Egipto predinástico muchas placas de pizarra con un depósito circular en el centro, que serviría para diluir el kohol y cosméticos de los faraones y magnates. Por esto se las ha denominado con el nombre de paletas, aunque sus dimensiones hacen creer que tenían más importancia que la de objetos de tocador. Además, los asuntos representados en los relieves de estas llamadas paletas son, sin duda alguna, referentes a episodios épicos de conquistas.




Figura femenina de época predinástica (Museo Británico, Londres). Esta estatuilla del eneolítico egipcio, 4000 a.C., procedente de El-Badari, constituye un bello ejemplo de la primitiva estatuaria egipcia, que se caracteriza por la simplicidad significativa de sus líneas. 

  
En una de éstas, cuyos fragmentos se reparten entre el Museo del Louvre y el Británico, el León, que probablemente representa al príncipe de Menfis, es derrotado por una coalición de animales menores representantes de los pueblos del Ibis, del Avestruz, de la Cabra, del Ciervo y del Chacal. Los guerreros que figuran en esta paleta llevan una indumentaria ya casi egipcia. En otra, el mismo León, con la ayuda de los Halcones, derrota a unos bárbaros desnudos y chupa la sangre de uno que seguramente debe de ser el jefe. En las paletas que se encuentran en el Museo del Louvre figuran otros animales totémicos: en una de ellas, chacales y una jirafa rodean el depósito circular central; en otra, de la que sólo se conserva un fragmento, el Toro del Gran Poder (título que más tarde usaron los faraones) aplasta y da cornadas a un enemigo caído. En esta pieza ya se observa el circuito de una ciudad amurallada con el León, su animal patronímico, en el interior.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Las primeras dinastías


Cuchillo de Djebel el-Arak
(Musée du Louvre, París). El
mango de marfil de este cu-
chillo ceremonial de sílex per-
teneciente a la cultura Nagade
 II, ilustra la lucha entre dos
pueblos ante la presencia entre
dos leones de un dios barbado,
al parecer inspirado en un mo-
delo sumerio de la época de
Diemded-Nasr
Separados los primitivos egipcios en pequeños clanes independientes, quedó el recuerdo de este régimen prehistórico hasta los tiempos faraónicos, con los famosos nomos o provincias a lo largo del Nilo. Poco a poco, los pequeños Estados se fueron absorbiendo en dos grandes principados: los del Alto y Bajo Egipto, caracterizados respectivamente por la alta tiara o corona blanca de los antiguos reyes "Caña" y por la corona roja de los reyes "Abeja", hasta que un primer faraón, llamado Menes, reunió ambos gobiernos hacia el 3200 a.C. y se coronó con la doble corona blanca y roja, inaugurando la I Dinastía.

Entre los objetos sagrados que el egiptólogo Quibell descubrió en el templo de Hierakónpolis, el más importante es la paleta del rey Nar-Mer que obedece todavía al tipo de las paletas predinásticas. Los signos que figuran dentro de un recuadro de la parte superior se han leído sin duda alguna Nar-Mer. Este rey se ha supuesto durante mucho tiempo un monarca antecesor de Menes, que era el primer nombre de las listas reales. Hoy, con el auxilio de nuevas inscripciones, se ha llegado a la conclusión de que Nar-Mer es el mismo Menes.

Esta paleta, que conserva el Museo de El Cairo, es el monumento clave del período arcaico. En el anverso, el rey usa la alta corona blanca del Alto Egipto y golpea con una maza a un enemigo arrodillado a sus pies. Enfrente, hay un Halcón que cuenta a los vencidos con seis clavijas (seis mil) y detrás del rey su escudero (el portasandalias). En el reverso, el rey usa la corona roja del Bajo Egipto para inspeccionar, precedido por sus portaestandartes, a los caídos en el campo de batalla. Debajo hay unas jirafas con sus cuellos enlazados y el Toro derribando a una ciudad.
Hay, pues, en esta paleta de Menes o Nar-Mer muchas reminiscencias predinásticas, pero hay también escritura y un gran cambio por lo que se refiere al arte. Aquí aparece ya completamente elaborado el sistema representativo del cuerpo humano al que los egipcios serán fieles durante toda su historia: las cabezas y piernas de perfil, y el torso de frente, luciendo toda la amplitud de los hombros, excepto en las representaciones femeninas en las que -como se verá- los senos son dibujados de perfil.

Tanto Menes como sus descendientes directos ocupaban hasta hace poco en la Historia un lugar mitológico; las fábulas y leyendas de estas primeras dinastías se habían creído pura invención de los genealogistas faraónicos. Y, no obstante, excavaciones recientes han dado a conocer monumentos de este período de los cuales no se tenía ni la más remota sospecha. Margan, excavando cerca de Negadah, creyó haber encontrado la tumba preciosa de Menes, el fundador; y Amelineau y Petrie descubrieron otras sepulturas de monarcas y altos dignatarios de las primeras dinastías anteriores a la época de las pirámides.

Paleta de la caza del León (sus fragmentos están divididos entre el Musée du Louvre, París, y el Museo Británico, Londres). Durante mucho tiempo se creyó destinada a cosméticos, pero su gran tamaño, unos 65 cm, y su extraordinaria decoración hacen dudar de que estuvieran destinadas al uso cotidiano. A la derecha se observa un león asaeteado por el rey, al que siguen sus guerreros con cola de chacal. Se trata de una coalición militar de los pueblos del Ibis, del Avestruz, de la Cabra, del Ciervo y del Chacal, cuyos símbolos totémicos desfilan entre las dos hileras de soldados. 
Flinders Petrie dice que, por los fragmentos que encontró en las tumbas reales de Abydos, pertenecientes a las dos primeras dinastías, pudo calcular que había varios miles de vasos en cada sepulcro. Estos vasos eran verdaderas obras de arte que confirman la tradición recogida por Diodoro de Sicilia, según la cual Menes introdujo el gusto por las cosas bellas en los objetos de uso diario. Debía haber, además de los vasos, camas y mesas ricamente labradas de las que quedan sólo los pies, que son de marfil. Por fin, entre los escombros abandonados por los violadores de las tumbas reales de Abydos, Petrie tuvo la fortuna de recoger un brazo de momia, de la esposa del sucesor de Menes. Rodeando los huesos y la carne apergaminada había todavía cuatro brazaletes de oro y turquesas; el oro batido formaba rosetas, y las piedras talladas, lágrimas y plaquitas con halcones.

Fragmento de la paleta del León vencedor (Museo Británico, Londres). Es de época predinástica y la más ¡mtigua de un grupo de grandes paletas decoradas en relieve que resumen todo el sistema de representación egipcio. La actitud corporal viene dada por el movimiento; la cabeza se representa de perfil, pero los ojos, miran al frente. 
























⇨ Paleta de los Chacales (Musée du Louvre, París). Varios chacales y una jirafa rodean el círculo central, que sirvió para diluir cosméticos o para ungüentos sagrados. En estas paletas empieza a aparecer la formulación plástica del sistema visual egipcio. 

Paleta del Toro (Museé du Louvre, París). Pertenece a la época predinástica y procede de Abydos. Representa el triunfo egipcio sobre un enemigo sometido entre los cuernos del "Toro del Gran Poder", título que adoptaron los faraones. Obsérvese en la parte inferior la ciudad amurallada con su signo jeroglífico, que inicia el inventario de los pueblos conquistados. 
Anverso y reverso de la paleta del rey Nar-Mer (Museo Egipcio, El Cairo). En el anverso, el faraón lleva la tiara blanca del Alto Egipto y su nombre está inscrito en la parte alta, en un recuadro flanqueado por dos cabezas de la diosa Hathor con orejas y cuernos de vaca. Le sigue su "portasandalias" y tiene Arte predinástico y del Imperio Antiguo 23 enfrente un halcón que cuenta seis clavijas, es decir seis mil vencidos. En el reverso de la paleta aparece el faraón con la corona roja del Bajo Egipto, precedido de portaestandartes. El sistema de representación egipcio, con la cara y las piernas de perfil y el torso de frente, ya aparece aquí bien fijado. 
Disco con perros persiguiendo una gacela (Museo Egipcio, El Cairo). Relieve de época tinita procedente de Saqqarah, labrado en esteatita negra con incrustaciones de alabastro. La tumba de Hemaka, un oficial de la 1 Dinastía, durante el reinado de Den, contenía diferentes discos. Se ignora cual era la finalidad de éste, pero el orificio central hace suponer que era una maza discoidal o bien destinada a un juego de azar, ya que las figuras se animan al hacerlo girar.
Una de las obras de arte más importantes de las dos primeras dinastías, que forman el llamado período arcaico, es la estupenda estela del faraón Vadyi, el Rey-Serpiente, que conserva el Museo del Louvre. Su nombre jeroglífico, Serpiente, figura sobre la fachada del palacio con dos puertas y tres torres. La línea ondulante que describe esta cobra es de una gracia inexplicable. Todo ello aparece cobijado bajo Horus-el-Halcón, el dios patronímico del Alto Egipto que se encarnaba en la realeza.

Anverso de la paleta Tehenu (Museo Egipcio, El Cairo). Relieve en piedra, también llamada paleta de las Ciudades, procedente de Abydos y perteneciente al período predinástico tinita, siglo XXXIII a.C. Está dividida en cuatro franjas decoradas con figuras animalísticas en la parte superior y con motivos vegetales en la parte inferior. En el reverso se observa la conquista de una ciudad libia. 
Tanto la supuesta tumba de Menes como las de los otros faraones de las dos primeras dinastías son subterráneas y enteramente distintas a las de los últimos monarcas de la tercera y subsiguientes dinastías, que se entierran en hipogeos elevados. La tumba subterránea corresponde a los adoradores de Osiris, el dios popular y predilecto en los comienzos del Egipto faraónico. El Osiris, Señor de los muertos, el Ounofer o Bienhechor, reina en un limbo pálido, gris, debajo del suelo en el Oeste, hacia el Poniente. Allí van las almas atravesando regiones oscuras, peligrosísimas, que hay que salvar con letanías y el sistro mágico, que espanta el maleficio. Es natural, pues, que las tumbas de los adoradores de Osiris fueran subterráneas, como imagen de la morada que tendrán los mortales cuando terminados sus días pasen al reino de ultratumba.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

De la mastaba a la gran pirámide


Estela del rey Vadyi o "Rey Serpiente" (Musée
du Louvre, París). Relieve calcáreo procedente
de Abydos y perteneciente a la I Dinastía. Mide
1.45 m y constituye la parte superior de una
alta estela que adornaba la puerta del cenota-
fio del rey Vadyi. El dios dinástico Horus, el
Halcón, ha evolucionado hacia el hieratismo de
la divinidad y domina el estandarte. El jeroglífi-
co de la serpiente está inscrito en un patio limi-
tado por un muro con tres torres, el cual pro-
porciona la imagen exacta de los muros de las
primitivas ciudades.

Con la III Dinastía se realiza una gran transformación en Egipto, que se refleja en el sepulcro. Este gran cambio es el motivo de que los historiadores coloquen aquí el inicio del primero de los grandes períodos del Egipto faraónico: el llamado Imperio Antiguo. Debió de ser una reforma religiosa que no trascendió al bajo pueblo -siempre devoto de Osiris-, pero que se impuso entre los grandes, magistrados, funcionarios y, sobre todo, los miembros de la familia real. Sin repudiar enteramente a Osiris, estas clases superiores se entregaron, con un fervor que les llevó a ejecutar grandes obras, a otro concepto religioso, mejor dicho, a otro sistema filosófico: el de Ra. Desde tiempo inmemorial se había ido formando un verdadero sistema cosmogónico en el santuario de On, que los griegos llamaron Heliópolis, centrado en la idea de Ra, el dios solar. Osiris, con su popularidad, era la causa de que se le hubiese relegado a segundo plano, pero hacia el año tres mil antes de Jesucristo un faraón llamado Zoser, de la III Dinastía, aconsejado por su visir Imhotep, se interesó intensamente por el concepto de Ra, mucho más elevado que lo era el de Osiris, y lo impuso a los miembros de su familia y de la corte. Desde entonces el sepulcro ya no fue un antro subterráneo, sino una construcción al aire libre: los faraones fueron enterrados en pirámides, porque aquellas paredes en pendiente, son el símbolo del mundo, dominado por el vértice o cúspide, donde está Ra en su barca solar. La misma pared de la pirámide tiene una pendiente de 51 grados, la más a propósito para deslizarse el alma en su viaje a lo alto para unirse con Ra, y desde allí contemplar el suelo iluminado por sus rayos.

Por esto, a partir de Zoser, y en las dinastías subsiguientes, los monumentos funerarios egipcios son de dos tipos: las tumbas comunes, para los altos funcionarios, que se ha convenido en llamar mastabas, y las tumbas reales, cuyo elemento principal es la pirámide. La pirámide de Zoser, en Saqqarah, es escalonada. Sugiere una mastaba gigantesca sobre la que se ha edificado otra menor, y encima de este piso, otro y otro ... hasta siete. Así este primer experimento de pirámide aparece como una evolución por multiplicación y superposición de la forma de mastaba, que se abandonó recelosamente para los sepulcros reales. El autor de esta innovación fue probablemente el visir Imhotep, arquitecto y médico del faraón Zoser. 

Detalle de la estatua del faraón Zoser (Museo Egipcio, El Cairo). Fue hallada en el "Serdap", en la parte baja de la pirámide escalonada que en honor de este faraón de la III Dinastla levantó lmhotep. El rey está sentado en su trono y lleva el traje ritual, tocado de tela a rayas o "klaft", y la barba postiza que serán, a partir de ahora, signos de la dignidad real. Los ojos incrustados reforzaban seguramente la amenazadora impresión de autoridad.
Por otro lado, no es extraño que hayamos empezado a hablar de tumbas al referirnos al Imperio Antiguo. La obsesión de esta época es la muerte. Todo el arte de aquel período gira alrededor de este eje hasta llegar a la expresión plástica de severa elementalidad que es la pirámide, cristalización de la aspiración hacia lo alto.

Las excavaciones de Mariette en la plataforma de arenas que se extiende por la orilla derecha del Nilo, cerca de Menfis, pusieron al descubierto una de las necrópolis más importantes de la capital del Bajo Egipto.


La famosa pirámide escalonada del faraón Zoser en Saqqarah y, en primer término, las excavaciones del amplio recinto de edificaciones que la rodeaba y la complementaba, formando una verdadera ciudad funeraria. Todo ello se atribuye a lmhotep, llamado “arquitecto de todas las obras del rey" y ejecutor de los planes del mayor de los faraones de la III Dinastia, por lo que logró una extraordinaria trascendencia, hasta el extremo de que su nombre fue divinizado. La pirámide propiamente dicha constituye una estructura de seis pisos en forma de mastaba que llega a más de 60 m de altura.
El aspecto general de esta ciudad de los muertos ya había llamado la atención de la comisión francesa de la campaña napoleónica. "Hasta el pie de las grandes pirámides se distinguen enterradas en la arena una gran cantidad de construcciones rectangulares y casi oblongas, completamente orientadas." Se trataba de las mastabas, que recibieron esta denominación del nombre egipcio mastaba, que quiere decir sofá, puesto que tienen, efectivamente, la forma de un diván.

La exploración de las mastabas de la necrópolis de Menfis ha suministrado los principales documentos para el estudio de las primeras dinastías.

Tabla de Zoser (Asuán, Egipto). Grabado en piedra con escritura jeroglífica y representaciones del faraón. 
La mastaba continúa siendo una sepultura del tipo de cámara, pero además de esta primera cámara, accesible por una puerta única, donde se suponía que tenía que habitar el doble o espectro, reproducido en la pared por medio de pinturas o esculturas en relieve, la mastaba tiene una segunda cámara subterránea, de acceso disimulado en las paredes, a la que se desciende por un pozo y la cual contiene la momia.

Así se procuraba impedir la violación del cadáver, aunque una primera inmortalidad se conseguía ya con el sinnúmero de estatuas y figuras que perpetuaban la imagen del doble. En las salas de los museos occidentales, ellas procuran hoy, con nuevo sentido, la inmortalidad artística de los personajes a quienes hubieron de asegurar su segunda existencia una vez difuntos; por ellas viven todavía, en cierto modo, los altos funcionarios, sacerdotes y generales contemporáneos de los faraones que construyeron las pirámides. Todo el pueblo de la capital dormía en la necrópolis de Menfis: la gente pobre, enterrada en las arenas con sus momias superpuestas a millares; los grandes ciudadanos, en las mastabas, y los faraones, en sus tumbas colosales de las pirámides.

Interior de la mastaba de Mereruka, una de las más notables de Saqqarah. Este visir de Teti, faraón de la V Dinastía, está representado en la estatua pintada que aparece en la hornacina. Las mastabas se dividían interiormente en la cámara de las ofrendas al "Ka" o doble del difunto, la cámara secreta con sus retratos, y la cámara mortuoria subterránea que contenía el sarcófago.
 
Bajorrelieve de la mastaba de Mereruka (Saqqarah). Representa a la esposa del visir del faraón a los pies de éste, oliendo una flor de loto. La mujer de Mereruka tuvo derecho solamente a seis salas de las treinta y dos que éste construyó para su sepultura.

Relieve policromado de la mastaba de Mereruka (Saqqarah). Se halla en el interior del monumento funerario del alto funcionario del faraón, cuyo lujo y profusa decoración dan una idea del poder e independencia que había adquirido la nobleza. Este relieve, como todos los que adornan esta mastaba, es de grandes proporciones.

En las cámaras sepulcrales de las mastabas es frecuente encontrar los muros cubiertos de relieves muy bajos, pero de una prodigiosa finura al describir los cuerpos humanos. Estos relieves policromados cuentan la vida del difunto. La familia, el trabajo, los placeres, toda la sencilla existencia de este pueblo pacifico aparece a los ojos claramente expuesta mediante la típica representación figurativa egipcia (rostro y piernas de perfil, torso de frente) de que hablábamos antes. Este sistema representativo contrasta con la rígida frontalidad de las estatuas exentas, de las que se hará referencia después, y con el hecho de que las representaciones de animales escapan a la norma del sistema. Es evidente que los egipcios utilizaban esta convención figurativa porque preferían -quizá por ser más clara y explícita- la representación del cuerpo humano que resulta de la núsma. Algunas mastabas de la V Dinastía, como la de Mereruka y las de Ti y Pta-Hotep, en Saqqarah, son maravillosas contribuciones de los escultores del Imperio Antiguo al tesoro artístico de la humanidad. Sus delicadísimos relieves no han cesado de deslumbrar.

En la mastaba de Ti hay escenas pastoriles en las que se ven a los vaqueros ordeñando a los animales con las patas traseras atadas, para mayor comodidad, mientras los becerros atados a un arbusto mugen por sus madres; más allá, los segadores y gavilladores, sumergidos en la luz de Egipto, y en otro lugar los cazadores, provistos de arpones, navegando en ligeros esquifes y persiguiendo a los hipopótamos que nadan en el río; todo un mundo de pájaros que cantan ruidosamente se esconde entre los cañaverales y tallos de los papiros que crecen en el agua.

Relieve policromado de la mastaba de Ti (Saqqarah). Se halla en el interior de la tumba y forma, junto a los otros muchos que en registros superpuestos cubren las paredes, una auténtica antología en imágenes de la sociedad de su época. Una serie de escribas semiarrodillados verifican las cuentas del pan entregado al intendente.

Se podrá pensar que tales escenas bucólicas son poco a propósito para el sepulcro de un gran personaje del Estado, pero el amor por los animales y por la vida del campo es una constante en tales monumentos.

Las pirámides han necesitado menos retratos y objetos de ajuar funerario que las mastabas. Los faraones, devotos de Ra en sus grados superiores de iniciación o adopción por el dios solar, no necesitaban tantos medios para defenderse de la destrucción y la muerte.

Relieve policromado de la mastaba de Ti (Saqqarah). Representa la escena del sacrificio de un toro en el matadero. Todas las clases sociales, todos los oficios, están registrados en plena actividad en las paredes de esta tumba, denotando a veces un fino humor y otras una crudeza vulgar.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La pirámide de Zoser



El vínculo religioso establecido por los antiguos egipcios entre la vida y la muerte los indujo a la construcción de edificaciones destinadas a albergar los restos de los difuntos de mayor prestigio social - faraones- para asegurar su buenaventura en el otro mundo. Los primeros edificios erigidos con esa finalidad fueron las mastabas, donde se sepultaba al fallecido junto con sus vísceras, conservadas en recipientes llamados vasos cánopes.

El primero en trascender estas construcciones fue el faraón Zoser, quien ordenó al prestigioso arquitecto lmhotep la construcción de una pirámide de características colosales. Llamado también lmutes, lmhotep ejercía además el cargo de escritor y visir en la corte de Zoser, junto con el de médico y sumo sacerdote de Heliópolis. Por él se sintió tanta admiración que llegó a ser divinizado como dios de la agricultura.

La pirámide de Zoser es la primera gran construcción funeraria que se conserva del antiguo Egipto (2700 a.C), y está emplazada en Saqqarah, la necrópolis de los faraones de las primeras dinastías.

La gran obra sigue los planteamientos teológicos del propio lmhotep, que postulaban la creencia de que la forma escalonada de la construcción servía como acceso directo a través del cual el monarca podría alcanzar el reino de Ra. El arquitecto fue el primero en utilizar bloques de piedra tallados para este tipo de edificación, un sistema que ofrecía más garantías de perdurabilidad que el adobe.

Se trata de una edificación llevada a cabo en diversos períodos, tomando como base una mastaba inicial, que, se supone obra del faraón Sanajt, último monarca de la II Dinastía. La arquitectura primigenia se erigía sobre una planta cuadrada que medía 63 m de lado por 9 m de altura.

lmhotep fue ampliando paulatinamente la estructura original del edificio, y dotó a la mastaba de una planta rectangular, para convertirla luego en la base de una pirámide de cuatro escalones. Posteriormente la amplió en sus lados norte y oeste, agregándole dos escalones más, con lo que el edificio adquirió su forma actual, alcanzando sus lados 121 y 109 m. Los estragos de la erosión no permiten establecer una medida exacta de su envergadura, pero se estima que en su origen la pirámide debió contar con más de 60 m de altura.

La obra de lmhotep forma parte de un complejo funerario de 8 km de largo por 1 km de ancho, dedicado íntegramente a la memoria del faraón Zoser. En torno a la pirámide se situaban las mansiones del Norte y del Sur, construcciones que evocaban el Alto y el Bajo Egipto. Cabe añadir que estas construcciones sólo eran escenográficas, pues no se podía acceder a su interior y su función era la de imitar la residencia del faraón en Menfis.

Entre otros elementos conviene destacar el templo funerario propiamente dicho, a través del cual se accedía a la tumba y a otras dependencias de la pirámide, mediante un corredor de unos 30 m de longitud. Este pasillo desembocaba en el pozo funerario donde se encontraba la tumba del rey, realizada en grandes bloques de granito de Asuán. Además de la cámara del sepulcro hay muchas otras estancias funerarias ricamente ornamentadas a imitación del palacio imperial de Zoser.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

lmhotep, el primer arquitecto

Estatuilla de lmhotep del período tolemaico
(Musée du Louvre. París).
Funcionario de Zoser -faraón de la III Dinastía-. lmhotep fue un personaje que mostró su saber y su talento en diversos terrenos. Aparte de arquitecto. fue también sacerdote, escritor, mago y médico, aunque fueron sus aportes en el campo de la arquitectura los que dieron verdadera fama y prestigio, hasta el punto de que su figura llegó a ser adorada en el templo de Hatshepsut.

De sus obras destaca especialmente la construcción, para el faraón Zoser, de la necrópolis de Menfis, en Saqqarah, que revolucionó por completo el panorama de la arquitectura egipcia. Entre las principales innovaciones de lmhotep deben subrayarse, entre otras, el empleo de la piedra como material de construcción en lugar del adobe, como tradicionalmente se había hecho hasta entonces.

Asimismo, fue la primera vez que se hizo un edificio destinado a acoger el culto funerario, con un área de edificios dedicados a la festividad egipcia del Heb-Sed. Y se consiguió fundir en todo el complejo las dos tradiciones arquitectónicas del Alto y del Bajo Egipto, con elementos que posteriormente tendrían continuidad, como la pirámide y el templo funerario. De hecho, la joya de todo el conjunto es la pirámide. Una muestra de la influencia inmediata que ejerció puede verse en las obras que se llevaron a cabo bajo el mandato del siguiente faraón, Sekhemkhet.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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