Punto al Arte: 06 Arte de Japón
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Arte de Japón

El arte ha tenido en Japón una importancia fundamental a través de los diferentes períodos de su historia y ha conseguido, a pesar de la multitud de estilos y tendencias que han aparecido y desaparecido, a pesar también de la influencia que China y el continente asiático en general ejercieron sobre él, una personalidad inconfundible y un nivel estético muy notable.

Reflexión sobre el amor de Kitagawa Utamaro
(Museo Guimet, París). Imagen de una mujer 
que ocupa toda la superficie de la estampa con 
la actitud soñadora de una joven experimentada
y coqueta.

Las primeras muestras artísticas encontradas, realizadas por unos pueblos nómadas, dan nombre al primer período de Jomon. Son vasijas de arcilla (jomon) que llevan impresas huellas de cordeles a modo de decoración; al final del período hay además unas figurillas de personas y animales, igualmente de arcilla (dogu) a las que se atribuye significación simbólica.

⇨ Dogu (Museo Nacional de Tokio). Figurilla de arcilla, ejemplo típico del período Jomon. Esta pequeña pieza de unos 20 centímetros, se supone que es un amuleto para dar a luz. En su tosca expresividad combina el misterio con la ingenuidad del juguete. Tanto el vestido como el peinado fueron marcados con una espátula, pero, en cambio, las piernas llevan incisa la característica decoración de cuerdas. En su origen estuvo, como casi todos estos dogu, pintado de color rojo. 




Por otra parte, el siguiente período histórico y artístico viene marcado por el paso del nomadismo a una nueva cultura agraria y la importación de metales del continente, dieron origen a un nuevo período llamado Yayoi (hacia 250 a.C. a 250 d.C.) con sus característicos objetos de bronce campaniformes (dotaku). El período protohistórico de Kofun (250-552) dibuja cierta conciencia nacional centrada alrededor de un monarca al que se tributan extraordinarios ritos funerarios y al que se dedica como tumba un montículo entero (kofun) con una serie de cámaras interiores en las que se han hallado los haniwa, excelentes figurillas de arcilla que constituyen sin duda la más interesante aportación del Japón prehistórico.


Templo de Todai-ji, en Nara. Este famoso edificio fue erigido hacia el año 747 por el emperador Shómu como pnmer templo de su reino. Custodiaba un tesoro inmenso de objetos de culto e imágenes, comenzando por el Daibutsu colosal, símbolo del gobierno centralista de este período de Nara. Se destruyó en 1180 a causa de un incendio, durante una de las innumerables guerras de los Fujiwara, y fue reconstruido diez años después en proporciones más modestas, a pesar de lo cual pasa por ser hoy la mayor estructura de madera del mundo. Frente a la escalera, la enorme linterna de bronce dorado. 


Más adelante, el período Asuka (552-646) marca el predominio del budismo, importado del continente, sobre la religión indígena sintoísta. Pero tras la cuestión religiosa iba implicada una cuestión política que dio lugar a una serie de luchas intestinas de las que finalmente salió victorioso el clan de los Soga. Para conmemorar su victoria erigieron el maravilloso Hok-ko-ji, hoy Asuka-dera, primer complejo monástico de Japón, abriendo con él una brillante época artística de exaltación del budismo. El miembro más destacado de este clan fue el príncipe Shótoku, auténtico fundador del budismo nipón y constructor de centenares de templos de características coreanas en un país que hasta entonces se había caracterizado precisamente por no acreditar una tradición constructora. El más importante fue el complejo monástico de Horyu-ji (607), que subsiste casi intacto y que guarda las soberbias imágenes de Tori Busshi, primer escultor conocido. Son el Buda Sakyamuni (606) y la Tríada Shaka. En ellas Buda, con actitud altiva y hierática, vestido con una túnica de rebuscados pliegues que ondean con solemnidad, refleja el espíritu austero del período Asuka. Espíritu que habría de relajarse después como muestra la famosa Kudara Kannon, imagen que guarda también el Horyu-ji y cuyo autor se desconoce.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Santuario sintoísta de Ise

Torii del santuario de lse. 
Erigido en el siglo V, el santuario sintoísta de Ise es una de las construcciones más antiguas e importantes que se conservan en Japón, y exhibe las formas más originales y refinadas de la arquitectura primitiva.


Dentro de la historia del arte japonés ocupan un lugar privilegiado los santuarios dedicados al sintoismo, la religión principal, cuyo origen y fundador se desconoce.


El caso de los dos santuarios de Ise, el Interior y el Exterior, llamados respectivamente, de Naiku y de Geku, es buen ejemplo de estos monumentos sagrados, que a pesar de su diminuto tamaño mantienen elegantes proporciones y se han convertido en un excelente ejemplo de la sutileza de los artistas del país.

En general, mantienen una coherencia global en su simplicidad, pues carecen de cualquier adorno. Su forma simple deriva del diseño de los graneros y depósitos del primitivo Japón. Esta ausencia de complejidad aumenta con el material utilizado: troncos de madera de ciprés (kinokí). La madera es uno de los materiales más usados en la construcción gracias a la abundancia de bosques. Estos troncos componen todas las partes del edificio, excepto para cubrir los techos. La estructura se corona con una gran techumbre de paja.

Ambos santuarios se alzan sobre solares exactamente rectangulares, dispuestos en un eje perfecto de norte-sur, en una zona de densa vegetación. El santuario Interior, que alberga el espejo de la Diosa del Sol, se encuentra sobre una pendiente, probablemente, porque se empezó con unas dimensiones menores y luego se agrandó. A través de una escalerilla se accede al interior.

Ofrendas de sake en el salón Kaguraden del santuario de lse. 
El santuario Exterior está dedicado a la Diosa del Grano, y se parece bastante al Interior, quizás fue su modelo ya que, según la tradición, se erigió durante el reinado del emperador Yuryaku, a fines del siglo V.

Estos edificios sagrados se reconstruyen cada veinte años, si lo permiten las condiciones, conservando concienzudamente todos los detalles, de acuerdo con las técnicas tradicionales. La costumbre de reconstruirlos meticulosamente tiene su punto culminante en la celebración solemne del rito del rejuvenecimiento de la Diosa del Sol, que está documentada a partir del reinado del emperador Temmu. Como no siempre fue posible realizarla, por cuestiones de política interna, en el año 1973 tuvo lugar la sexagésima reconstrucción. Los japoneses pueden tener razón al negar cualquier influencia budista en estos santuarios, ya que dichas influencias son escasas en Ise. Sin embargo, el encierro claustral es propio de los primeros templos budistas. 

Históricamente, los santuarios sintoístas son conjuntos arquitectónicos de colina, a los que no habría sido adecuado aplicar tal cercado.

Los santuarios de Ise tienen, todos ellos, un muro “pantalla-espíritu” taoísta frente a la puerta sacra principal, elemento desconocido, por lo demás, en Japón, pero bastante común en la China tradicional, donde se colocaba en la vía de acceso como barrera que rechazaba los malos espíritus. Es más probable que esta concepción pertenezca al taoísmo, que llegó al Japón primitivo por medio del arte budista.

El santuario de Ise, situado en la costa, al suroeste de Tokio, es una de las joyas de la arquitectura construida en madera.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Los períodos Nara y Heian

En el año 645, con la caída del clan de los Soga, se inicia la reforma del clan Taika que asume el poder y se abre el período Nara (646-794), nombre de la capital del estado. En él se incrementa paulatinamente el centralismo político en la nueva capital que sólo parece pensar en la gloria de los soberanos Taika. De este modo, los Taika deciden acumular todo el esplendor artístico nipón creado hasta la época y a la capital se trasladan pieza a pieza los templos de otras regiones. Así el Yakushi-ji (trasladado hacia el año 717), cuyos tres pisos, que aparentan ser seis por su elevada altura, conservan en su interior relevantes estatuas del período que permiten formarse una idea de la madurez alcanzada por el arte japonés.

⇨ Retrato del monje Ganjin o Chien-chen (Templo de Toshodai-ji, Nara). Obra posiblemente realizada después de la muerte de este ilustre monje, ciego cuando contaba setenta y siete años, que se debe sin duda a un escultor muy allegado a él. La imagen severa y realista que lo representa sentado como el Buda, refleja toda la legendaria serenidad y la riqueza de la vida interior de una de las personalidades más vigorosas y veneradas del budismo nipón. 




Entre ellas destaca la imagen de Sho-Kannon (hacia 710), que prueba la distancia estilística que la separa de las esculturas deTori, realizadas en el período anterior. El emperador Shómu, la figura más importante, gobernó identificando política y religión. Para gloria del budismo levantó el templo de Todai-ji, en realidad sede del gobierno, con el gigantesco Daibutsu (Gran Buda) en bronce, cuya consagración dio lugar a una fiesta nacional sin precedentes; a la muerte de Shómu sus tesoros fueron ofrendados al Daibutsu, originando la colección de Shoso-in. El arte de Nara reflejó estilísticamente la China de los T’ang, en especial la pintura, que adopta no sólo su técnica sino también su temática.

Kyoto Gosho o Palacio Imperial, en Kyoto. Detalle del que fuera residencia de la familia imperial hasta 1868, año en que el emperador y la capital se trasladaron de Kyoto a Tokio. Este edificio que, a pesar de sus enormes dimensiones y las de sus parques, mantiene la sencillez constructiva de la época, es una muestra del arte del período de Heian (794-1185).  

Poco a poco el despotismo del gobierno centralista, el descalabro económico que producía la continua construcción de grandes templos y soberbios bronces, produjo una reacción de marcado ascetismo, que culminó en 759 con la construcción del monasterio deToshodai-ji para el monje chino Ganjin. Ganjin o Chien-chen (según la fonética china) llegó al Japón tras un viaje apocalíptico que duró doce años con más de un naufragio y con la pérdida total de su vista. Ello constituye un relato heroico, uno de los episodios fundamentales de la historia de este período. Ganjin desde su ascético monasterio deToshodai-ji puso fin a la incipiente disipación de la corte y contribuyó a imponer unas formas artísticas que huían del ornamentalismo.

El período Heian (794-1185), aunque en conjunto su arte no resulte tan brillante como el de Nara, es el más importante de toda la historia de Japón por el hecho de haber conseguido una expresión artística nacional. El Heian se caracteriza por la infiltración de los monjes budistas continuadores de las propuestas ascéticas de Ganjin en la estructura gubernamental, y por el abandono de la viciosa y corrupta Nara por Kyoto, la nueva capital llamada entonces Heian.

Torii, en ltsukushima. El arte Japonés de todos los tiempos ha mostrado gran facilidad para asimilar influencias extrañas imprimiéndoles un sello personal, un estilo propio. La religión sintoísta subsistió al lado del budismo de importación y ha mantenido hasta hoy muchos de sus símbolos, como este torii, puerta sagrada que desde 1170 acoge a los fieles que acuden a la isla.  



Los monjes budistas supieron en efecto aprovechar para su acción moralizante la debilidad de la emperatriz Shótoku por el hermoso monje Dokyo al que ella no sólo hizo ministro de la gobernación, sino que intentó renunciar al trono en su favor.


La reacción no se hizo esperar. Comenzó una reforma a ultranza que coincidió precisamente con la infiltración, procedente de China, del budismo esotérico o tántrico. Como muestras arquitectónicas hay que destacar el monasterio de Tóji (796) construido junto a la puerta de Rashómon en Kyoto, y el Kyo-to Gosho o Palacio Imperial reconstruido con sumo cuidado modernamente. Pero muchos monasterios, protegidos y fomentados por el nuevo estado teocrático, se construyeron en la montaña, en recónditos lugares del bosque, para escapar a las tentaciones mundanas y hallar la calma propicia a la reflexión.

Buda Daibutsu, en Kamakura. Monumental escultura de Buda del siglo XIII, que baja su mirada con divina compasión. El templo, que al borde del mar guardaba a este coloso de 11,5 metros, fue destruido por un temporal y desde hace quinientos años permanece a cielo abierto. A pesar de su tamaño y de su aspecto macizo, es una escultura de gran unidad y fascinación estética. 

Pabellón de Oro o Kinkaku-ji, en Kyoto. Perteneciente al complejo budista Rokuon-ji de esta ciudad, fue construido por el emperador Yoshimitsu en 1397, cuando se hizo monje y decidió gobernar desde este monasterio. Está enclavado en un paraJe de una gran belleza natural, realzada por el esmerado cuidado de la prolija jardinería japonesa, que el budismo zen considera un arte fundamental. 

En pintura desaparece la influencia T’ang dando lugar a una técnica y temática típicamente japonesas, el Yamato-e, que expresan las emociones del amor y de la soledad (-e quiere decir pintura y Yamato es el nombre antiguo de Japón). En los primeros años del siglo XI una serie de damas cultivadas e inteligentes dirigen la vida cultural dedicándose a ilustres actividades literarias; como Murasaki, autora de la Historia de Genji o como Sei Shónagon, autora del Libro de la almohada. A medida que avanza el período Heian, el poder del clan reinante de los Fujiwara pierde vigor y aparecen en cambio otras poderosas familias en provincias. En esta descentralización paulatina destaca Itsukushima, en las inmediaciones de Hiroshima, con su templo y su torii (1170) enclavado en pleno mar.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

En búsqueda de mono no aware

Una escena del rollo que ilustra la Historia de Genji (siglo XII), ejemplo del 

estilo "Yamato-e" y a la vez del refinamiento de la vida cortesana. 

La obra Genji monogatari, o Historia de Genji, es uno de los hitos de la literatura japonesa, pues retrata magistralmente la sociedad cortesana de su época y es la primera novela que se conoce de la escritura japonesa, exclusivamente centrada hasta entonces en la recreación de mundos fantásticos a mayor gloria de las leyendas niponas.


Estructurada en 54 capítulos y terminada en el año 1004, el argumento de la historia es de lo más lineal y sencillo, aunque, gracias a las excelentes dotes narrativas de la autora, Murasaki no Shikibu, no por ello la obra deja de estar provista de interés. En ella se narran los sucesivos encantos y desencantos amorosos del joven principe Genji, hijo de una de las concubinas del emperador Ichijo. Genji, a la muerte de se madre, queda bajo la protección del emperador, pero, incapaz de controlar sus pasiones, cae en brazos de otra concubina de Ichijo. De este modo, el resto de la obra nos muestra a un Genji que víctima de sus amores mal escogidos decide, finalmente, apartarse del mundo. Tras su muerte, la novela se centra en las vicisitudes de Karou, hijo de una de las concubinas de Genji, pero no de éste.


Novela de engaños y desengaños amorosos, es una espléndida reconstrucción de la forma de interpretar el mundo que tenía la élite japonesa de la época. En la obra impregnada de la melancolía, algo decadente y afectada, de la opulenta corte, se aprecia la presencia de una tensión que deriva de la aspiración imposible por llegar al mono no aware, la belleza íntima de las cosas, que arrastra a los personajes al sufrimiento y la perdición.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

De la cultura de los samuráis al Japón moderno

El período Kamakura (1185-1333) vivió la hegemonía de la nueva clase militar de los samurais. Fueron decididos protectores de la secta zen, una de las ramas del budismo, traída de China en 1191 por el monje Eisai; con el zen se infiltró la cultura china de los Song. Los samurais reconstruyeron los templos de Nara; Tódai-ji se reconstruyó en 1195 y Kofuka-jí en 1189. Si en un principio el zen fue adoptado sólo por los aristócratas, pronto llegó a todas las clases sociales, lo que supuso para el arte el renacimiento de formas de fácil comprensión, representado en los grandes maestros de la escultura Unkei y Kakei. Sus terroríficos guardianes, realizados hacia 1203 para el monasterio de Tódai-ji forman parte del sensacionalismo que acusa este arte. Los artistas, perdida la protección imperial de siglos anteriores, se agrupan en talleres para realizar una obra cuantitativamente importante, que pierde en contrapartida su calidad estética.


El período Muromachi (1337-1573) representa el esplendor de la cultura de los samurais que, debilitados militarmente por sus luchas intestinas y ávidos de refinamiento espiritual, volvieron los ojos a Kyoto. El clan reinante de los Ashikaga sigue imponiendo el zen que marcará el gusto de la época, sin duda una de las más interesantes. En arquitectura domina el orden estructural y la sencillez, con aparición de edificios modulados, la ostentación del material desnudo, el rechazo de adornos superfluos, características que tanto habían de impresionar a los arquitectos occidentales contemporáneos.

La aldea en la montaña en la niebla de la escuela de Kano. Pintura en la que su autor consiguió, con muy pocos elementos, producir una suave emoción, inspirándose desde luego en el paisaje chino. 

⇦ Máscara para teatro no del período Muromachi. Máscara de formas suaves y delicado colorido, como corresponde a la enigmática belleza femenina evocada por los protagonistas del no, que son interpretados siempre, como es sabido, por hombres. 



Recogen estas normas los templos, reconstruidos devotamente de generación en generación, de Dai-toku-ji (1334), Tenryu-ji (1340), Kinkaku-ji o Pabellón de Oro (1397), Ryoan-ji (1450), Ginkaku-ji o Pabellón de Plata (1490). En pintura el ideal nacional tiene como representante la figura del monje Sesshu, de la secta zen, creador del Sumi-e, pintura monocroma negra que los samurais Kano Masanobu y Kano Motonobu, padre e hijo, enriquecen aportando elementos no religiosos, dando lugar a la escuela de Kano. Si la escuela de Kano sigue inspirándose en el típico paisaje chino, otra, la de Tosa, centrará su atención en temas genuinos de la literatura y la historia de Japón. Pero no sólo la pintura y la arquitectura contribuyen a la idea de un arte nacional, sino otras múltiples actividades: cerámica, ceremonia del té, jardines, poesía, música. Y también con el no (literalmente, habilidad o talento), teatro que evoca el mundo metafísico del zen con poderosos recursos dramáticos, entre ellos el empleo de máscaras que son verdaderas esculturas.

El período de Momoyama (1576-1615) podría resumirse en sus tremendos castillos como símbolo de poder y autoridad. El primer castillo fue el de Azuchi-jo (1576), en las inmediaciones de Kyoto, decorado por Kano Eitoku y erigido por orden del temible Oda Nobunaga que logró acabar con el poder militar de los monjes budistas y consumar el divorcio entre poder político y religioso.

Castillo de Osaka. Levantado en 1 583 por Toyotomi Hideyoshi como símbolo de la victoria definitiva del militarismo sobre el poder religioso organizado, este edificio revela, no sólo el gusto personal de este caudillo, sino también hasta qué punto disponía de recursos. Se sostuvo en pie unos treinta años; la fotografía reproduce la reconstrucción de 1931, realizada cuidadosamente gracias a los planos antiguos. 

Palacio residencial de Katsura, en Kyoto. Edificio realizado en el siglo XVII, cuya elevación del suelo y ligereza de los materiales empleados en su construcción hacen que su estructura parezca flotar en el aire; además, con las ventanas abiertas, el paisaje se filtra en su interior como si se tratara de un simple toldo para protegerse del sol o de la lluvia. Obsérvese la grava que subraya su planta (que sirve para recoger el agua del tejado) y el refinado diseño que forma al combinarse con el césped, la tierra y las piedras gruesas. 

Ninguno de los edificios religiosos de épocas anteriores podía competir, ni en escala ni en fastuosa decoración, con aquellos imponentes castillos de varios pisos.

Entre ellos destacan el de Nijo (1602) en Kyoto, única gran residencia samurai que subsiste en la actualidad, y el de Osaka (1583), construido por orden de Hideyoshi y descrito admirablemente por Gaspar Coelho que fue recibido en él.



⇦ Botella para sake de Furuta Oribe (Museo Guimet, París). Cerámica realizada por el más destacado discípulo de Rikyu, que prosiguió el programa de simplificar la ceremonia del té y de buscar para los objetos que se empleaban en ella, una espontaneidad ideal. Sus cerámicas presentan ese primitivismo, esa indeterminación de formas apenas esbozadas, para marcar un claro contraste con la línea precisa y el rebuscado dibujo de los cé/adon de procedencia china. 



En esta época llegan al Japón los primeros extranjeros europeos, españoles y portugueses, y el país se abre a nuevas ideas que se extienden de extremo a extremo descentralizándolo. Se dibuja una nueva estructura social en la que la burguesía comercial en ascenso se impone económicamente a los samurais. Los castillos pasan de ser una máquina de defensa a una máquina de propaganda; pero en resumen incómodos para la vida de gentes opulentas. Los artistas se encargan de convertirlos en suntuosas y refinadas viviendas, en particular los miembros de la escuela de Kano, descendientes de Kano Masanobu, que como se ha visto había trabajado para los Ashikaga y cuyo más ilustre representante es Kano Eitoku, el de los fondos dorados.


Es la época del objeto, del Maki-e (trabajo en laca), de la artesanía o mingei, del oro y la plata que brillan lascivamente por doquier. En contrapartida surge Sen-no-Rikyu (hacia 1520-1591), con una nueva ceremonia del té que rechaza los automáticos gestos rituales en favor de una “sencillez natural”. Es el artífice de los nuevos utensilios para su celebración, cuya extraordinaria simplicidad, pureza de líneas y tosquedad, tanto habrán de influir en el moderno diseño industrial de Occidente. En arquitectura, frente a la recargada exuberancia de los castillos, la nueva tendencia impulsa la construcción de delicados palacios situados entre idílicos y estudiados paisajes, construcciones de estructura en extremo regular y sencilla. El máximo exponente es sin duda el palacio de Katsura, en las inmediaciones de Kyoto, tan admirado por los arquitectos del siglo XX.

La ola de Katsushika Hokusai (Museo Guimet, París). Una estampa del gran introductor del paisaje en el Ukiyo-e. Es una de sus obras más populares en Occidente, una de las que mejor describe su personalidad y refleja perfectamente su halo poético. 

Las características del período de Edo o Tokugawa (1615-1867) no se diferencian del anterior. Katsura, por ejemplo, obra de dos generaciones que denotan una increíble unidad estilística, no fue terminado hasta 1645. Prosigue especialmente el desarrollo del mingei, que incluye también la cerámica, una de las artes más cotizadas de Japón. El Japón de los Tokugawa se halla dividido en doscientos clanes, cada uno de ellos con un jefe y cada jefe con su castillo. La preponderancia cada vez mayor de los comerciantes e industriales exige empero una nueva clase de arte más a su alcance. Así surge en el siglo XVII, junto a las escuelas de Kano y Tosa, el Ukiyo-e o arte de la estampa, con la personalidad de Harunobu. Y también el kabuki, teatro más realista y divertido que el no, que habrá de convertirse con el tiempo en el teatro nacional japonés.

Bailarina sobre fondo de olas de Harunobu (Museo Guimet, París). Estampa que es muy característica del tipo femenino grácil, de las delicadas "mujeres flor" creadas por el artista. El tema callejero refleja muy bien el mundo del Ukiyo-e, correspondiente al ascenso de una nueva clase social que desplazó a la nobleza militar: la burguesía de mercaderes.   

En el período Meiji (1868-1912) los contactos con Occidente marcan la evolución del arte japonés hacia el arte europeo. En 1884, Fenollosa y Okakura Kakuzo organizan la primera muestra de arte tradicional japonés; luego siguen las exposiciones internacionales: la de Chicago (1893), que tanta influencia habrá de tener en la obra de Frank Lloyd Wright, y la de París (1900), decisiva para la pintura postimpresionista.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El período Tokugawa


Palacio Nijo, en Kyoto. Residencia de la dinastía Tokugawa, fue construido entre 1603 y 1626, y ampliado y renovado en el siglo XIX. La imagen muestra la puerta china del palacio. 

El período Tokugawa es uno de los capítulos claves de la historia japonesa y ayuda a entender el tradicional aislamiento que, por lo menos hasta hace pocas décadas, ha caracterizado a la sociedad de Japón. Esta época, que se prolonga desde finales del siglo XVI hasta bien entrado el siglo XIX, cuando se inicia el período Meiji, también se denomina shogunato Tokugawa o shogunato tardío. Tokugawu le-yasu, el primero de los gobernantes de la mencionada familia iba a llevar hasta sus últimas consecuencias los rasgos de la sociedad, clasista y rígida, que se había gestado durante los siglos anteriores. De este modo, se acentúan las diferencias sociales y se afianza la estructura feudal del país, se sigue una política claramente autárquica con respecto al exterior y se intenta reunificar un Japón que, como ya se ha señalado, se hallaba dividido en numerosos clanes.


Posteriormente, los sucesivos herederos del primero de los Tokugawa intentaron, sobre todo, controlar y centralizar todo la autoridad, pero no tuvieron más remedio que aceptar un difícil equilibrio de poder entre ellos y los jefes de los clanes de las provincias.

Asimismo, y para comprender el largo período que los Tokugawa consiguieron mantenerse como gobernantes, hay que atender a diversas razones. Una de ellas fue su capacidad para evitar cualquier intento de revolución por parte del pueblo y la formación de camarillas en las esferas más altas que amenazaran su estatus. La segunda razón, tan poderosa como la primera, fue su inteligencia estratégica al unir indisolublemente los asuntos de estado a la religión. Para ello, otorgaron numerosos privilegios a las instituciones budistas, lo que, aparte de garantizarles el apoyo de sus dirigentes, les permitía contar con la fidelidad de buena parte del pueblo.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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