Punto al Arte: 02 El arte griego arcaico
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El arte griego arcaico

Este capítulo recorre la historia del arte griego, a la que ha establecido como origen aproximado el año 1000 a. C., cuando se produce la invasión por parte de los dorios y se inicia un cambio de mentalidad en los habitantes de lo que será Grecia, que comienzan a dejar atrás las brumas de la concepción mitológica del mundo por la diáfana razón.

Koré con jítón y manto
(Museo de la Acrópolis,
Atenas). 
Este proceso mental y las tensiones entre dóricos y jónicos tendrán una poderosa influencia en el devenir del arte griego -muy influenciado por la prestigiosa cultura micénica-, que en esta época que se ha convenido en denominar arcaica deja algunas de sus manifestaciones más bellas. Es el caso de las espléndidas esculturas de figuras, la masculina, llamada kuros (kúroi, en plural) y la femenina, llamada koré (kórai, en plural), obras idealizadas en las que se descubren las normas y valores de la sociedad griega de ese tiempo, que sólo permitía que tuvieran un retrato los dioses o los héroes, aunque esta ley no siempre se respetaba y para muchos mortales era posible disponer de esos retratos que les acercaban a su ilusión de inmortalidad.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Del arte prehelénico al arte griego

La civilización griega es la primera de las grandes culturas que han florecido sobre suelo europeo, la que generó unas formas de vida y de pensamiento de las que, siquiera remotamente, el hombre de la actualidad todavía participa y que, al haberse proyectado más allá de sus propios límites, constituye la fuente de lo que se ha dado en llamar "clasicismo", ese punto de referencia al que la historia del mundo occidental suele regresar periódicamente para reencontrarse con sus orígenes.

Altar de Hera en el Heraion de Samos. En este templo de la isla de Samos se adoraba a Hera, diosa de los matrimonios y los nacimientos. El altar estaba en el centro de un recinto rodeado por ocho columnas de lado a lado y veintiuna a lo largo. Fue construido hacia el año 540 a.C. como el primer templo jónico gigantesco, pero fue destruido por un terremoto. 
Es evidente que la civilización griega es fruto de la interacción de múltiples factores y de estímulos diversos, que condicionan su desarrollo. No obstante, a partir de estas circunstancias se generaron en Grecia unas actitudes y unas formas de vida que constituyen lo más genuino de sus esencias y que permiten distinguir su civilización de las que la precedieron y de las que con ella convivieron.

La referencia al hombre como medida de todas las cosas y la confianza en la libertad que se desprende del reconocimiento de su condición de ser racional, son valores que pueden percibirse tras cualquiera de las manifestaciones de la cultura griega, ya sean de índole intelectual o material, incluyendo entre estas últimas la arquitectura y las artes plásticas.

Seguramente hay que buscar en el ambiente, el paisaje o las características geográficas del mundo griego una de las razones que permiten explicar esta manera de ser y de hacer. La diversidad geográfica, la presencia del mar, la dispersión de la población, etc., imponen unas condiciones de vida poco uniformes, al mismo tiempo que, para garantizar la subsistencia, obligan al mutuo intercambio y, por consiguiente, favorecen la existencia de unos intereses compartidos que, en situaciones extremas, como ante el enemigo exterior, hubo que defender mediante la unión de todos los griegos.

También hay, no obstante, unas razones históricas que pueden intuirse a través del fondo de verdad que subyace siempre tras cualquier interpretación mitológica y que, en la actualidad, han sido esclarecedoramente iluminadas merced al progreso de la ciencia histórica y de la arqueología.

Es sabido que la mitología griega alude constantemente al mundo minoico, evidenciando que los griegos antiguos se sentían ligados a él como a un remoto antepasado. Hoy se sabe que la cultura cretense se extendió por las islas circundantes y se implantó en la Grecia continental y en otros puntos del mar Mediterráneo. La cultura micénica es en buena parte deudora de la civilización cretense o minoica, especialmente por lo que respecta a la plástica. En ella se vivieron las circunstancias y los personajes que dieron lugar a la epopeya homérica, que para los griegos antiguos estaba más cerca del mito que de la historia.

Santuario de Artemisa Orthia, en Esparta. Vista parcial de las ruinas del santuario dedicado a esta diosa de los espartanos que regía la fertilidad, la caza y la guerra. El templo data del siglo VI a.C. y estaba construido sobre otro más antiguo del siglo VIII a.C. 
El momento que realmente marca el inicio de la historia griega propiamente dicha, la frontera entre un mundo de dioses y de héroes y un mundo de humanos, cabe situarlo alrededor del año 1000 antes de Cristo, cuanto se registra lo que se ha dado en llamar la invasión doria. La civilización micénica llega bruscamente a su fin y a partir de entonces la historia recomienza. A lo largo de tres siglos se asienta progresivamente un nuevo sustrato humano y cultural que sustituye la cultura del bronce por la del hierro y que deja atrás las formas naturalistas y ondulantes que caracterizaron la civilización micé­nica, desarrollando otras muy diferentes, caracterizadas por la tendencia a la esquematización geomé­trica y a la rigidez.

Precisamente, los mismos griegos empezaban a calcular su historia a partir de la fecha de la primera Olimpiada, esto es, el año 776 antes de Cristo. Así pues, es a partir de este nuevo sustrato cultural aportado por los dorios cuando se puede dar comienzo a la historia del arte griego propiamente dicho, cuya primera etapa es el período que se ha dado en llamar geométrico.

Templo de Apolo en Selinonte (Sicilia). Construido hacia el año 530 d.C., este templo dórico es el mejor conservado de los levantados en la región y sus ruinas son las mejor conservadas. Las sucesivas fases del templo griego son el resultado de una evolución natural. El megarón primitivo se convierte en la cella de llissos, abrigado por un pórtico de cuatro columnas. Más tarde se alarga la cella -templos de Assos y Selinonte y nace en torno a ella una columnata lateral protectora de lluvias. 
Hay que tener en cuenta, no obstante, que la ocupación del país por los dorios no fue uniforme ni completa y que persistió el recuerdo de lo que la había precedido, quedando fijado en forma de relato mitológico y literario, del mismo modo que, a lo largo de gran parte de la historia griega, se mantendría un claro dualismo entre dorios y jonios, los cuales serían los herederos de los pobladores primitivos de la Grecia prehelénica que, expulsados de sus acrópolis fortificadas, tuvieron que emigrar al Asia y a las islas vecinas. Así, las poblaciones griegas de Asia y de las islas tuvieron siempre una particular disposición para la belleza, que era distinta y más acomodada a las tradiciones prehelénicas que la que manifestaron las razas dorias puras de la Grecia continental.

Prestando atención ahora al proceso evolutivo seguido por el arte griego después de la invasión doria, puede verse que en lo arquitectónico desaparecen por de pronto las grandes acrópolis amuralladas que caracterizaron la civilización micénica.

Templo de Apolo en Corinto. Perteneciente al orden dórico, fue construido en el siglo VI a.C. Su imagen desprende una impresión de arcaísmo acentuado por las robustas columnas, muy próximas entre sí. 
Es posible pensar que a las acrópolis micénicas abandonadas continuarían acudiendo las gentes, movidas por la piedad que inspiraba el antiguo culto localizado en cada una de ellas. Tanto en los palacios de Creta como en los del continente existía un gran patio central y que en éste había un altar, aproximadamente delante del megarón, o sala para las reuniones, que daba también a este patio. Cuando Micenas, Esparta y Tirinto quedaron abandonadas, las gentes de la ciudad baja utilizaron para las ceremonias del culto el megarón

Esto denota ya un cambio, por cuanto el culto prehelénico utilizaba símbolos como el hacha y el pilar. Al llegar los dorios, el principio femenino, que parece ser la divinidad simbolizada por el hacha, se manifestó en forma humana, y recibió un primitivo culto a Hera, de la que pronto debían hacerse todo género de representaciones plásticas. Además de estas figurillas de tierra cocida, los arqueólogos italianos encontraron en la isla de Creta una imagen primitiva de una divinidad sentada encima de un basamento con leones: se diría que era la personificación con figura humana de la Dama de los Leones, que antes había sido simbolizada por una simple columna. Entre los griegos era tradicional que el más antiguo templo de su patria fuese el dedicado a Hera, en Argos; y en Olimpia, el templo más viejo era, no el del señor del Olimpo, que al principio se satisfacía con un solo altar, sino el de su consorte Hera. Otros santuarios venerados de la primitiva Grecia estaban dedicados también a una divinidad femenina.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Orígenes y evolución del templo griego

Sin duda alguna, el afortunado modelo del templo griego evolucionó del megarón prehelénico. Al humanizar la divinidad, tenía que adjudicársele habitación humana, y nada más natural que se le concediera el megarón del palacio, el lugar principal de la vida colectiva. Las excavaciones efectuadas en la planta del megarón de Tirinto han puesto de manifiesto el origen de los más antiguos templos griegos. El culto, pues, debió de comenzar en el megarón, la sala principal del palacio. Cuando más tarde cayó en ruinas la vieja construcción del alcázar, sobre el emplazamiento mismo del megarón se edificó un pequeño templo cuyos restos, superpuestos al megarón, pueden verse en las ruinas.

Heraion de Argos, en el Peloponeso. Vista parcial de las ruinas de los cimientos del templo clásico dedicado a Hera, que data del siglo V a.C. 
Todavía el lugar más importante debió de ser el altar, respetuosamente conservado en el mismo sitio, fuera en el patio, como en la época prehelénica; por esto, la base de la estatua estaba a un lado para que formara línea recta con la puerta y el altar. Desde allí, la diosa podía presidir los sacrificios que se hacían fuera, en el altar del patio.

Más tarde el templo del megarón de Tirinto hubo de reconstruirse totalmente en la propia acrópolis, y de este segundo templo se conserva todavía un capitel, que es uno de los más antiguos del llamado estilo dórico. Al fin los devotos llegaron a cansarse de subir al viejo santuario, en lo alto de la colina del alcázar deshabitado, y el culto se trasladó al llano, en la vecina ciudad de Argos, que había heredado de Micenas su carácter de capital de la región.

Templo de Poseidón en el cabo Sunion. Construido hacia el año 440 a.C., siguiendo el orden dórico, es de planta períptera. El friso en mármol con escenas de la gigantomaquia y el arquitrabe de influencia jónica documentan una clara evolución y hacen pensar en un artista abierto a las corrientes jónicas. 
Otro ejemplo patente de esta sucesión del culto en los santuarios griegos es la que ofrece la Acrópolis de Atenas, que, habiendo sido en primera instancia una fortaleza prehelénica en los tiempos legendarios de Erecteo y Enomao, vio levantarse luego en su plataforma un primer templo arcaico, después el llamado Hecatompedón y por último el Partenón, construido en el siglo V antes de la era cristiana.

El megarón prehelénico sufrió, sin embargo, grandes transformaciones, las cuales acabaron por hacerle apenas reconocible. La planta siguió conservando su cella, o naos, así como la antesala, o pronaos, que tenía también el megarón; mas pronto apareció un tercer elemento posterior, una cámara que se hallaba detrás de la cella y se designaba con el nombre de opistódomos. Por último, el megarón se veía englobado dentro de un palacio que contaba muchas dependencias; no tenía más que una fachada, que daba al patio, pero al quedar el templo aislado, era natural que se decorara con otra hilera de columnas detrás del edificio y hasta con un pórtico o galería cubierta que daba la vuelta a las cuatro fachadas.

Templo de Hera en Olimpia. Fechado en el siglo VII a.C. éste es el templo más antiguo de Olimpia. La vida se hace más compleja y el templo refleja esa complejidad. La cella se divide en tres naves, el estilóbato multiplica sus peldaños y sobre ellos se alzan asombrosos bosques de columnas. 
Algunas veces, el templo carecía de esta columnata exterior, y entonces se le ha llamado, en latín, in antis, porque en sus fachadas se veían únicamente las dos columnas del pronaos, lo mismo que en el megarón prehelénico. Los dos muros de la cella terminaban en dos estrechas fajas de piedra, llamadas antas. Otras veces, la columnata decoraba tan sólo las dos fachadas principales con cuatro columnas, y el templo se llamaba entonces tetrástilo; cuando la columnata corría también por las fachadas laterales, había en las dos fachadas principales seis columnas.


Los templos dóricos de la Magna Grecia, conservaron por más tiempo los caracteres arcaicos. Los dos de Paestum, el de Hera I, llamado "La Basílica" (hacia 550 aC.), y el de Hera II o de Poseidón (hacia 450 a.C.), ambos construidos en piedra calcárea, aparecen palpitantes de color, severos y elegantes en sus proporciones. En Hera II, el éntasis se atenúa, mientras las columnas responden a los cánones: seis en la fachada, catorce en los laterales. Hera I presenta una curiosa anomalía: columnas impares en las fachadas -nueve- y pares -dieciocho- en los laterales. 
A veces, la forma in antis, que es la más simple y la más parecida al megarón prehelénico, indica antigüedad. Así, por ejemplo, era in antis un templo primitivo de la Acrópolis de Atenas, del que se han encontrado los cimientos; pero más tarde se le rodeó de una hilera de columnas, con lo cual se convirtió en templo hexástilo. También demuestra la antigüedad de un templo el diámetro de sus columnas, más gruesas y menos separadas en los edificios más antiguos y que con el tiempo van distanciándose y alargándose. Basta comparar las reproducciones que publicadas, acompañando el texto, de los restos de los templos de Corinto y de Sunion para advertir la diferencia de diámetro y separación de las columnas entre un templo del siglo VI y otro de fines del siglo V antes de Cristo.

Otra señal de antigüedad en la planta de un templo griego es la longitud de la cella, que aparece larga y estrecha en los edificios primitivos, porque de esta manera era más fácil de cubrir con vigas transversales. A veces, la cella está dividida en dos naves por una fila central de columnas, y cuando ya es más ancha, una hilera de columnas a cada lado divide el espacio interior del templo en tres naves, con la particularidad de que a veces las laterales son de dos pisos. Un templo así, con tres naves, era ya el de Hera, en Olimpia; pero acaso el mejor conservado sea el de Paestum, en la Italia meridional.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Los órdenes arquitectónicos: el dórico

Ahora que se tiene alguna idea de la disposición general de la planta y aspecto exterior del templo griego, se pasará a estudiar sus diferentes tipos o estilos, que se llaman órdenes porque se repiten en todos sus detalles con cierto orden canónico. Uno es el orden dórico, preferido por los griegos del continente; otro el orden jónico, adoptado preferentemente por los griegos de Asia. Más tarde apareció un tercer estilo, el orden corintio, que tan sólo se diferencia del jónico por la forma del capitel. En los dos primeros fueron construidos todos los grandes edificios nacionales de Grecia.

Capitel de "La Basílica" de Paestum. El templo griego primitivo sólo utilizó la piedra en los basamentos del edificio, el resto era de madera. El orden dórico se limitó a reproducir en piedra el antiguo templo de madera. La columna acanalada se apoya directamente en el estilóbato, y el capitel, compuesto de equino y ábaco, sostiene el arquitrabe. 



En primer lugar se analizará el orden dórico. En este orden el edificio se levanta sobre un basamento que se llama estilóbato. Se sube a él por medio de una escalinata que a veces tiene los peldaños excesivamente altos y para llegar al nivel del templo ha habido necesidad de duplicar el número de estos peldaños o de formar una rampa en el centro de la fachada. Sobre el estilóbato se levantan las columnas del pórtico, sin basa de ningún género y a canaladas, con dieciséis o veinte estrías verticales que se cortan en arista aguda. Estas aristas terminan en lo alto en una serie de ranuras que forman lo que se  llama collarino, y encima se apoya el capitel cuya forma es harto característica: una simple moldura convexa, llamada equino, como un almohadón, que recibe el peso de las partes superiores del edificio y lo transmite al soporte vertical. La forma del equino cambia según las épocas: aplanado en un principio, después se va elevando graciosamente. La columna también es más gruesa y baja en los templos primitivos; con el tiempo fue haciéndose más esbelta y se aumentó en ella el número de estrías. Es curiosísima la enseñanza que da el ya citado viejo templo de Hera, en Olimpia; en un principio fue construido con columnas de madera, que luego iban substituyéndose por columnas de piedra a medida que la acción del tiempo las destruía. Pues bien, estas columnas de diferentes épocas del templo de Hera son también de distinta anchura y su capitel de diversa forma, y así resulta que aquel templo es un verdadero muestrario arqueológico de columnas.

Capiteles dóricos del templo de Zeus, en Olimpia. Entre las ruinas de este templo, construido hacia el año 465 a.C. por Liban de Elis, se encontraron estos capiteles de las columnas destruidas. 
Encima de las columnas se apoya la faja horizontal llamada entablamento. En un principio era también de madera; una primera viga horizontal corría a lo largo de las columnas, otras vigas atravesadas cubrían el pórtico, y encima se apoyaban las piezas inclinadas que sostenían el tejado. Estos tres elementos se mantienen en el templo construido de piedra. La viga horizontal se convierte en uno o dos bloques pareados de piedra que van de columna a columna, sin decoración, formando una zona lisa en el orden dórico, que se llama arquitrabe. Encima se extiende una faja llamada friso, dividida en recuadros, decorados la mitad con estrías verticales que vienen a recordar las cabezas de las vigas de madera del pórtico y se llaman triglifos. Los otros recuadros, en el templo de madera, debían de quedar abiertos; por allí se escapa un personaje de una comedia de Eurípides, pero más tarde se cerraron también con bloques cuadrados, pintados o esculpidos, llamados metopas. Esta alternancia de triglifos y metopas en el friso es una de las cosas más características del orden dórico. Encima del friso avanza la cornisa, para defender de la lluvia las partes inferiores; el agua del tejado queda retenida por un cimacio. La cornisa dórica, con su sombra, señala una gran línea horizontal en lo alto de la fachada. En conjunto, la decoración escultórica se reduce sólo a las metopas; todo lo demás no tiene más pretensiones de belleza que la que resulta de la disposición ordenada de sus partes.

Columnas dóricas del templo de Hera, en Olimpia. Vista parcial de las ruinas del Heraion construido hacia el siglo VIl a.C. 

El templo estaba cubierto por medio de vigas apareadas, y cuando el ancho de la cella era demasiado grande, estas vigas tenían otra horizontal que las unía formando tirante. Encima de las vigas descansaban directamente las tejas, que eran de barro cocido en un principio y más tarde se labraron de mármol; las había de dos modelos diferentes, a saber: unas planas, formando canal, y otras en forma de cobija, para cubrir los intersticios entre teja y teja. En las dos fachadas principales del templo, el tejado marca la doble pendiente, donde queda un triángulo que se llama frontón, el cual acostumbra también decorarse con variedad de esculturas. Los frontones tienen más o menos pendiente, según las épocas, y sus tres ángulos están decorados con varias piezas de mármol esculpido o de cerámica llamadas acroteras. En un principio, las acroteras fueron simples, como unas de formas geométricas y cerámica que remataban el frontón poco inclinado del templo de Hera en Olimpia; más tarde ofrecen gran variedad de formas, y es frecuente que ostenten dos figurillas femeninas. Las acroteras de los ángulos solían tener forma de grifos o de pequeñas victorias.

Triglifos y metopas del Tesoro de los Atenienses, en Delfos. En la fachada este de este pequeño templo, construido hacia el año 490 a.C., hay un friso donde alternan triglifos y metopas -traducción de las cabezas de viga y espacios vacíos entre ellas; sobre el friso corre la cornisa a doble vertiente, que encuadra el frontón triangular. 

Hoy no se tiene ninguna duda de que al principio el templo dórico debía ser de ladrillo en sus paredes y de madera en sus partes superiores. Al hacerse la excavación del ya citado antiquísimo templo de Hera, en Olimpia, no se encontró una sola piedra que se pueda creer que perteneciese a un entablamento; a partir de los capiteles de las columnas, debía de comenzar seguramente una estructura más ligera, a base de madera y cerámica.

Como todos los templos griegos han llegado con la cella destechada, ha interesado mucho la forma de iluminación del santuario. Mucho se ha hablado también de ventanas altas o de una línea de aberturas que levantaran la cubierta de la nave central, pero todos estos recursos ingeniosos de la arquitectura no tienen ninguna verosimilitud; lo más probable es que, o bien tuvieran la cella abierta a la manera de un patio -y así eran realmente los templos muy grandes, en los que no había manera de salvar con vigas la anchura de la cella-, o bien fueran completamente cerrados, y entonces no recibiría más luz el santuario que la que entraba por la puerta; estos últimos eran los más numerosos. El templo griego tenía una cella semioscura, llena de exvotos, y en el fondo se levantaba la estatua o simulacro de la divinidad. Los devotos raramente tenían acceso al interior del santuario; era habitación o sagrario y no lugar de ceremonias y ritos del culto público.

Templo de Cástor y Pólux, en Agrigento (Sicilia). El templo dedicado a estas divinidades, llamadas también los Dioscuros, es de estilo dórico y sus restos son muy escasos: algunas columnas acanaladas sobre el estilóbato. Pero junto al templo hay vestigios de altares, redondo uno y cuadrangular el otro, ceñidos por un muro dentro del cual se han hallado numerosas figurillas votivas, lo que confirma un culto arcaico al aire libre. 
Los sacrificios se celebraban en el exterior, junto a un altar, enfrente de la puerta. Todos los templos griegos tenían este altar que ha desaparecido en la mayor parte de los casos.

El templo estaba siempre policromado tanto en el exterior cuanto en el interior. A partir del siglo V a.C., los templos se hicieron en general de mármol; pero aun entonces se estucaban con una capa finí­ sima de cal y mármol a fin de disimular las juntas, y por tradición se aplicaba el color para hacer resaltar los elementos constructivos.

Templo de la Concordia, en Agrigento (Sicilia). Erguido sobre un estilóbato de cuatro gradas, traduce maravillosamente el ideal de maciza gravedad y el carácter cerrado del orden dórico. La línea recta predomina; verticales y horizontales se armonizan y contrapesan en un equilibrio perfecto. Es ésta la característica esencial del templo dórico: la búsqueda del contraste violento y la yuxtaposición de elementos verticales (columnas y triglifos) a los horizontales (graderío y arquitrabe). El frontón triangular, con sus líneas oblicuas, impide que la horizontalidad establecida por las hileras de columnas, el arquitrabe y el friso aplaste la verticalidad del conjunto. El templo dórico se convierte así en un cosmos cerrado, cortado del mundo exterior por su propio equilibrio e interna mesura.
Así, del capitel sólo se pintaba el rojo del collarino. El arquitrabe estaba casi siempre libre de policromía, el listel era azul y los triglifos siempre azules con sus estrías negras; el fondo de las metopas también pintado, y lo mismo ciertos elementos de la cornisa, con palmetas y grecas combinadas. Las acroteras eran también de vivos colores, y el fondo del frontón se pintaba de negro o rojo. En el interior de la cella, la decoración policroma debía de estar principalmente en el friso y en el techo, para esconder las vigas de la cubierta, dispuestas de una manera en extremo pobre.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El orden jónico

A continuación se trata el segundo estilo, el predilecto de los griegos de Asia, llamado en su conjunto orden jónico. También en éste el templo se levanta sobre un pedestal o estilóbato. La columna ya no apoya su fuste directamente sobre el suelo, sino que tiene una basa, con una serie de molduras circulares. La basa de la columna jónica es muy variada. Los tratadistas alejandrinos y romanos, al escribir sobre estos órdenes griegos, la fijaron arbitrariamente en una combinación de tres molduras: dos cóncavas, llamadas toros, y una convexa o escocia. Pero en los templos principales de Jonia, la basa es mucho más complicada, con una serie de molduras muy abundantes superpuestas. A veces, como en el templo de Éfeso, antes de la basa hay un pedestal cuadrado en que se apoya toda la columna. El fuste es cilíndrico y con estrías que se reúnen en bisel, no cortadas vivamente, como en el orden dórico. Las estrías acaban en una convexidad esférica y encima se apoya el capitel. Este tiene una faja decorada con las llamadas ovas, y a cada lado se retuercen dos molduras espirales o volutas. Las volutas son la parte más característica del capitel jónico, como el equino lo es para el orden dórico. Dan forma y belleza a la columna.

Columna jónica del santuario de Olimpia. Los jonios, establecidos en las riberas de Asia Menor, crean un orden arquitectónico elegante y ligero. Contrastando con el orden dórico, pueden apreciarse algunas de las principales diferencias entre ambos, tales como el desarrollo de la basa, el fuste acanalado, el capitel que forma dos volutas o el friso continuo que permite un mejor desarrollo de la escultura.



El entablamento es parecido en sus líneas generales al del estilo dórico, pero tiene alguna mayor ligereza y variedad en sus elementos. En primer lugar, el arquitrabe no es liso, sino que está dividido en tres fajas por una simple moldura reentrante. El friso no tiene el cuadriculado geométrico de las metopas y triglifos, sino que es una zona franca en que se desarrolla libremente la decoración escultórica. La cornisa avanza menos que en el orden dórico, y son característicos unos dentellones y una moldura con ovas. El cimacio es siempre de piedra y termina en una gola con palmetas esculpidas.


Columnas del templo de Nike Aptera, en la Acrópolis de Atenas. Ilustrativas de la armoniosa belleza del orden jónico, las columnas formaban parte de este pequeño templo construido hacia el año 425 a.C., para conmemorar la victoria de Alcibiades en la guerra del Peloponeso. 
Poco se conoce todavía sobre los orígenes de este segundo estilo griego, que debió de tener otro principio que el megarón prehelénico, el cual, evolucionando, constituyó el estilo dórico, pues nos faltan los ejemplares primitivos. El capitel con volutas es oriental; se encuentra en abundancia en muchos relieves asirios, y también en Chipre y en Fenicia. Las primitivas volutas de los capiteles jónicos son simplicísimas, con pocas vueltas en su espiral, y así son también los citados capiteles orientales. Un templo jónico primitivo descubierto en Neandria dio a conocer varios capiteles antiguos en los que las volutas, poco enroscadas, se apoyan sobre unos graciosos remates de hojas, análogos a los de las columnas persas.

Es interesante observar como las formas del capitel jónico primitivo van evolucionando gradualmente hasta llegar a convertirse en el maravilloso capitel jónico de la época clásica. Es extraordinario asimismo ver como una composición de formas, todas ellas insignificantes de por sí, consigue, al juntarlas de manera tan atinada, un resultado estético que puede calificarse de insuperable.

Columnas jónicas del templo de Éfeso. Otro ejemplo de columnas de orden jónico de las pocas que han quedado de este templo. 
Algunos de los santuarios jónicos de Asia tienen la disposición especial de patio a cielo abierto, que es ya familiar de los pueblos semíticos. Eran de dimensiones colosales; el templo de Éfeso tenía doble hilera de columnas alrededor de la cella, y hasta es probable que ésta no fuera un lugar cubierto, sino un patio como el del templo análogo en Mileto.

El estilo jónico evolucionó de la misma manera que el dórico. Es curioso comparar las columnas del templo primitivo de Éfeso con las que se construyeron de nuevo posteriormente, con motivo de su restauración, en el siglo IV; las más antiguas tienen mayor robustez y el capitel está más ensanchado.

Columnas jónicas de la palestra de Olimpia. Estas columnas aún rodean el recinto de la Palestra, construida a finales del siglo III a.C., que era el lugar donde se alojaban los atletas y en cuyo patio central se entrenaban. 
No puede hacerse una separación de estilos según áreas geográficas bien determinadas. Aunque en un principio se limitaron a la región de su origen, después de las guerras médicas el orden jónico fue adoptado por los griegos del continente, y templos dóricos se encuentran también en Asia. El entusiasmo de la victoria fundió las dos razas y las familiarizó con los dos estilos; hasta algunas veces los diversos órdenes se combinaron en un mismo edificio. Por ejemplo, en los Propileos, puerta monumental de la Acrópolis de Atenas, las columnas de las fachadas exteriores son dóricas y las del interior, jónicas.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La escultura: Kúroi y Kórai


Mientras la arquitectura iba elaborando estas formas tan precisas, los escultores luchaban rudamente con las dificultades de la técnica. El secreto de la admirable belleza, jamás superada, que consiguieron las obras de la estatuaria griega consiste en la fijeza de los tipos. Los escultores avanzaron paulatinamente sin salir nunca de un reducido número de tipos bien definidos. Las escuelas dóricas de la Grecia continental se fijaron más bien en el tipo masculino y lucharon trabajosamente para interpretar la anatomía de las formas humanas en su imagen típica del atleta, hombre joven desnudo, primero rígido y después animado de movimiento, con las piernas un poco separadas.

Apolo del Piombino (Musée du Louvre, París). Llamado así porque se encontró en 1832 en el mar, cerca de Piombino -frente a la isla de Elba-, es un bronce de algo más de un metro de altura, con características arcaizantes que permitirían fecharlo en el siglo VI a.C. aunque para otros se trata de una reinterpretación tardía. El pequeño Apolo, si es que lo fue, debería llevar originalmente en la diestra un arco y una flecha. El hermoso rostro, que los cabellos recogidos aureolan, aparece lleno de nobleza y serenidad.



En los primeros días del arcaísmo, se ve aparecer al hombre en una inmovilidad grotesca; mas poco a poco se mueve y gana en inteligencia y expresión. Son innumerables las figuras de este tipo que se encuentran en Grecia y en muchos museos de Europa. En un principio se creyó que eran representaciones de Apolo. Actualmente se cree que cada una de estas estatuas masculinas de la Grecia primitiva es un retrato "heroico", un retrato idealizado, para poner sobre un monumento. Son retratos de atletas jóvenes, porque se representan imberbes e impúberes, y algunos de ellos llevan larga cabellera, lo que demuestra que no han llegado a la mayoría de edad, puesto que el efebo griego no se cortaba la cabellera hasta llegar a la completa madurez. A veces, el cabello de los Apolos arcaicos o kúroi (plural de kuros, palabra que en griego significa el mancebo) no cae suelto sobre la espalda, sino recogido o trenzado en varios bucles sobre los hombros.

Kuros de Milos y de Sunion (Museo Nacional de Atenas). El arte griego, excepcional equilibrio de intuición, racionalidad y sentimiento, supone un paso decisivo en la evolución artística de la humanidad. Por primera vez el hombre, enfrentado consigo mismo, acepta el riesgo del realismo. El ídolo, perdido su carácter mágico, se convierte en estatua, conexión orgánica, funcional de las diversas facetas de una imagen: en esta total aceptación del hombre está la verdadera grandeza del arte griego. Los kúroi, jóvenes atletas en la plenitud de su gracia adolescente -esculturas de carácter funerario, pero, más a menudo, exvotos por una victoria- son los primeros balbuceos de un nuevo modo de mirar. Los cabellos son todavía rígidos, así como la postura. Pero la pierna avanza con gesto humano y una débil sonrisa ilumina el rostro. Las esculturas corresponden a esta primera época, hacia 550 a.C. 
Kuros de Anavyssos (Museo Nacional de Atenas). Monumental escultura en mármol de 1,94 metros, que fue hallada en Anavyssos, en 1936. Dos años más tarde se encontró la base, en cuyo segundo peldaño estaba escrito: "Permanece triste y en pie junto a la estela del fallecido Kroisos, luchador de primera línea a quien el tempestuoso Ares ha arrebatado". Kroisos murió hace dos mil quinientos años, pero su noble figura, que avanza hacia la muerte con la sonrisa jónica en sus labios jóvenes, nos entristece todavía; tal como aconseja el dístico.



Pero lo que justifica la calificación de retratos heroicos que se le han dado a las figuras antes llamadas Apolos arcaicos es que siempre ciñen sus sienes unas bandas o cintas, coronas simbólicas que los griegos llamaban stéfanos y que son la señal distintiva de su carácter heroico semidivino. Para explicarse esta necesidad de ser algo más que simples figuras de atletas los personajes representados en las primitivas estatuas dóricas, no hay más que recordar la singular repugnancia que sienten todos los pueblos primitivos por la representación figurada. Un retrato sirve para prolongar la permanencia y, en cierto modo, eternizar la vida del ser que representa, y sirve también para alejar o producir maleficio a quienes lo contemplan.

En Egipto, muchos faraones se ensañaron en destruir las facciones de sus antecesores o borraron sus nombres y los suplantaron con los propios. En la Grecia primitiva predominaba el mismo concepto entre los dorios; una ley o costumbre no codificada prohibía la representación de personajes que no fueran de carácter divino o semidivino, o sea que se tratara de héroes. Esta ley a menudo se transgredía y hasta llegó a olvidarse completamente en el siglo V a.C. Pero debió de respetarse estrictamente en los siglos VIII y VII, y esto explica la abundancia de figuras de atletas impúberes, a los que antes se solía designar como Apolos arcaicos.

Caballero Rampin (el cuerpo en el Museo de la Acrópolis de Atenas y la cabeza original en el Musée du Louvre). La invasión doria es un revulsivo en la historia de Grecia, que aporta formas de sociedad distintas y muy originales. El convencionalismo de las primeras obras evoluciona hacia prototipos cada vez más representativos. El Caballero Rampin, miembro de la dorada juventud ateniense en tiempos de Pisístrato, fue probablemente vencedor en un concurso hípico, puesto que su cabeza está coronada de hojas de roble. Pero esta cabeza, ligeramente inclinada, marca el abandono del principio de la frontalidad, lo que supone un importante cambio estético, mientras su sonrisa y la ordenada barba son todavía arcaicas. Esta escultura, fechada hacia el año 550 a.C., es una fusión fecunda del arte jónico y el del Peloponeso.



Son héroes, porque de otro modo no llevarían la corona que les caracteriza indiscutiblemente como inmortales. Consiguieron la categoría de héroes por haber ganado la carrera de cien metros en Olimpia. Zeus había concedido este favor a los vencedores de aquella carrera en los Juegos porque una tradición suponía que al nacer, cuando todavía era un tierno infante, antes de que su padre Cronos pudiera devorarle como había hecho con sus anteriores vástagos, unos muchachos dorios que jugaban a correr en la vertiente del Ida oyeron los gritos del recién nacido, lo raptaron y se lo llevaron a la lejana Olimpia. Por este favor, los mancebos que vencían en la carrera de cien metros tenían derecho a erigirse una estatua. Eran héroes. Si ganaban tres veces la misma carrera, al derecho de la estatua se añadía el del parecido, y el retrato podía recibir entonces las facciones del héroe retratado; sin esta triple victoria, la estatua se identificaba sólo con una inscripción. De esta manera se tendría una estatua de atleta corredor para cada Olimpiada, que, naturalmente, se colocaba en el "heroón", lugar sagrado junto a la puerta de la ciudad natal del muchacho "campeón"; pero, además, algunos de los vencedores en los juegos de Olimpia dedicaron otras estatuas con sus nombres en los santuarios panhelé­nicos y aun en lugares de menor importancia.

⇦ Koré de Antenor (Museo de la Acrópolis, Atenas). En el pedestal hay una inscripción excepcional, porque recoge los nombres del escultor Antenor y el de su padre Eumares, célebre pintor citado por Plinio. Ambos trabajaron en esta escultura tremenda (2,55 metros), nueva visión de severa espiritualidad en la concepción arquitectónica de la figura humana. La esbeltez ascendente de la línea, que rematan sólidamente los hombros y la cabeza noblemente erguida, presagian lo que se llamará el "estilo severo" de la plásti­ ca griega, y cierra el período arcaico.






Koré de Eutídicos (Museo de la Acrópolis, Atenas). "Eutídicos, hijo de Telearco, la dedicó" es la inscripción que lleva en la base esta koré. Esculpida hacia el año 500 a.C.. los obreros que la encontraron en la Acrópolis, en 1882, la bautizaron con el nombre de "La Malcarada". Los labios abultados, en un mohín de chiquilla contrariada, y su mirada despreciativa han hecho popular el divertido apodo. Sin embargo, bajo estos signos anecdóticos se nos revela una evolución en la plástica griega: el abandono del anonimato sobrio y estilizado de los héroes.



La carrera de los cien metros era el medio más frecuente de conseguir la exaltación a la categoría de héroe, pero a veces la voluntad de Zeus se manifestaba de manera directa. La muerte por el rayo era señal de ser elevado a la condición heroica; la muerte instantánea o por alguna manera extraña permitía creer en la posibilidad de una intervención divina. Y la condición de héroe semidivino no se obtenía por virtudes ni por esfuerzo militar.

Por esto el privilegio concedido a los héroes de sobrevivir como serpientes enroscadas en los montículos de sus sepulcros era altamente deseable. Tanto más cuanto que el Olimpo dórico era un Valhalla o Paraíso herméticamente cerrado a los humanos. Únicamente media docena de mortales habían sido aceptados al banquete de los dioses por ser hijos o favoritos del Gran Zeus, como Hércules, Cástor y Pólux, Ganimedes, Psiquis.

Hera de Samos (Musée du Louvre, París). Escultura de la época arcaica, que fue realizada hacia el año 560 a.C.











 Dama de Auxerre (Musée du Louvre, París). Escultura que se puede fechar hacia el año 650 a.C. y que es una de las primeras versiones en piedra de los primitivos xoana de madera. El artista no ha tratado de captar la realidad, la ha recreado a partir de sucesivas imágenes conservadas en la memoria, lo que da a la escultura un aire de símbolo. La frontalidad de la figura, construida como una fachada cuya maravillosa plástica enriquecen los dibujos geométricos de la falda, corresponde a un sentimiento arcaico todavía temeroso de lanzarse al mundo del movimiento.



Las estatuas de atletas son especialmente preciosas en el arte griego primitivo, porque escasean en esta época imágenes representando a dioses. Textos y tradiciones mencionan fetiches de madera que los griegos llamaban xoana (en singular xoanon) a los que se concedía culto. A los xoana había que vestirlos y bañarlos; caso de tener ya forma humana, ésta debía de ser muy simplificada. Se continuaron venerando hasta la época clásica. En los tesoros de los templos o en las mismas cellas, junto a las grandes estatuas de las divinidades se enseñaban los antiquísimos leños que habían recibido el culto primitivo. Pero de todos los de que hablan los textos eran simulacros de divinidades femeninas. Esto explica que se tengan una serie de estatuas de doncellas, o kórai, paralela a la de los kúroi, muchachos predilectos de Apolo y Zeus. No se sabe a ciencia cierta qué calidad de personas eran las kórai ni tampoco lo que les había dado derecho a ser retratadas; únicamente se desprende de las estatuas que eran jóvenes y con carácter casi heroico, porque están coronadas con diademas. A veces se identifican con nombres.

Algunas van vestidas a la moda jónica, lo que hace resaltar más todavía el contraste con los atletas dó­ricos encumbrados a la categoría de héroes por el dorio Zeus. La indumentaria jónica consiste en una túnica corta, llamada en griego jitón, sobre la cual se arrebuja un manto caído de un hombro y cruzado sobre el pecho. Este manto, llamado himatión, se recoge graciosamente con la mano izquierda. Otras kórai visten ya a la moda dórica, consistente en una túnica larga que llega hasta los pies y en el severo peplo, pieza cuadrada de lana cogida por medio de dos fíbulas o broches sobre los hombros, y que cae plana cubriendo la espalda y los pechos hasta la cintura. Túnica y peplo rígidos a la moda dórica envuelven tan completamente la forma femenina, que el cuerpo parece un tronco liso. Se diría que se trata de imitar al xoanon de madera.

 Niké de Delos de Akermos de Quíos (Museo Nacional de Atenas). Quíos es donde el artista la esculpió en mármol de Paros hacia el año 588 a.C., junto con su padre y colaborador Milkiades. Iconográ­ficamente, los seres míticos alados tienen su origen en las culturas orientales, pero los griegos los relacionaron con la Victoria, de ahí el nombre de Niké. La diosa alada, flexionando ingenuamente las rodillas, representa uno de los primeros intentos artísticos de despegarse de la tierra. Con sus cuatro alas, hoy desaparecidas, encarnaría el viejo sueño de ícaro: el dominio del cielo, morada de los dioses.






















Pero hasta en ciertas kórai vestidas a la moda jó­ nica queda como una reminiscencia del tronco circular, acaso el pilar o fuste de columna prehelénico.

Hay una intención simplificadora en estas estatuas; son como vigas o columnas, no por falta de técnica; obsérvese en la famosa Hera de Samos del Louvre, casi un xoanon, la perfecta talla de los pies y el elegante plisado de la túnica, de un arte refinado. El mismo cuerpo cilíndrico de los viejos xoana puede verse en la Dama de Auxerre, del Louvre. Un brazo está pegado al cuerpo y el otro, doblado sobre el pecho, casi forma bloque con él.

Los dos tipos principales de la primitiva escultura griega, el tipo masculino de los jóvenes atletas y el femenino de las muchachas con manto, mantienen ciertas características que persisten en todo el período arcaico. El tipo masculino permite ver la manera como ha sido interpretado el cuerpo humano desnudo, subdividiéndolo en planos y acentuando sus líneas principales del pecho, de la cintura y la cadera. La figura está vista desde una posición de frontalidad, y hay gran simetría en sus movimientos, por cuanto avanzan moviendo la pierna izquierda y van con los brazos en equilibrio, como si llevaran el sistro o sonaja de las estatuas egipcias.

El tipo femenino está siempre vestido, pero los ropajes caen en pliegues paralelos, adaptados al cuerpo. En un principio, la forma humana desaparece en absoluto; no se ve más que el cilindro de la estatua; después, ocurre precisamente todo lo contrario, ya que el vestido se ajusta marcando las diferentes partes del cuerpo hasta con exceso.

⇨ Moscóforo (Museo de la Acrópolis, Atenas). Esta escultura, hallada durante las excavaciones de 1864, está fechada hacia el año 470 a.C. En 1887 apareció la base y la inscripción permitió identificarla como el exvoto de un tal Rombo, Bombos o Kombos (falta la primera letra), un gran señor del Ática que se presenta con la ofrenda del becerro. Ambas figuras estuvieron policromadas y en el animal se conservan restos de pintura azul. El Moscóforo es una obra concisa, rotunda, de una magnífica expresividad; la obra maestra de un escultor ático, el resto de cuya producción no ha llegado desgraciadamente hasta el presente.



Las cabezas, tanto de las esculturas de tipo femenino como de las de tipo masculino, son de cráneo pequeño, de forma esférica; la frente, reducida; los ojos en forma de almendra, algo inclinados, puestos de lado; pero como si fueran vistos de frente, y la sonrisa, llamada arcaica, estereotipada en los rostros, trata de expresar una idea de vida, y aún más que vida, de plácida beatitud.

Pero cuando los escultores primitivos de Grecia quisieron interpretar el movimiento, sus obras no demuestran más que una ingenuidad encantadora. Un tal Akermos firma muy orgulloso una Nike o Victoria volando encontrada en Delos. Akermos no tiene otro medio para indicar que la figura avanza en el aire que ponerla arrodillada; así no toca de pies en el suelo, y sólo se apoya por los pliegues de la tú­nica, que pasan rozando sobre el pedestal.

Otro tipo masculino, que no es ya el del simple atleta, es el que se ve iniciarse en la magnífica estatua conocida por el Moscóforo, figura de hombre joven llevando a cuestas un pequeño becerro, del Museo de Atenas. Esta estatua fue encontrada también en la Acrópolis, estaba labrada en mármol del Himeto y debía de ser el exvoto de cierto Rombo, hijo de Pales. Lo mismo que la Hera de Samos, su arcaica simplicidad no es óbice para que esté sabiamente modelada. El Moscóforo lleva un vestido adaptado al cuerpo, y sus formas musculosas están suavizadas por esta fina malla. Este tipo maravilloso de los primeros tiempos del arte griego sugiere, por asociación de ideas, la representación del Buen Pastor del arte cristiano.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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