Punto al Arte: Miró Joan
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Joan Miró (1893-1983)



Miró i Ferrà, Joan (Barcelona, 20 de abril de 1893 - Palma de Mallorca, 25 de diciembre de 1983). Pintor, escultor y grabador español. En su juventud sus padres le obligaron a trabajar como empleado en una droguería, pero asistió a la Escuela de Artes y Oficios de la Llotja de Barcelona y, más tarde, frecuentó la Academia Galí y el Círculo Artístico de Sant Lluc. Durante una estancia en casa de unos familiares en Mont-roig del Camp, decidió dedicarse definitivamente a su vocación artística. Según él, el paisaje de Mont-roig -una tierra firme donde echar raíces- y el de Mallorca -el cielo y las constelaciones para construir su sueño- serían los dos elementos básicos de su inspiración.

En 1918 hizo su primera exposición personal en la galería Dalmau de Barcelona. En aquellos momentos su estilo, marcadamente expresionista, con elementos cubistas y fauves, no tuvo ningún éxito, en un ambiente artístico en el que predominaba, sobre todo, el gusto por el simbolismo y el modernismo. A partir de su interés por el arte popular, su estilo evolucionó hacia formas miniaturizadas muy detallistas, que se desarrollan en superficies planas, sin efectos de luz: La masía (1920), adquirida por E. Hemingway, es la obra más representativa de este primer período. A partir de 1919 alternó sus estancias entre París y Mont-roig del Camp. Entró en contacto con los círculos dadaístas y surrealistas y en 1924 se adhirió al primer manifiesto surrealista. En esta etapa experimentó con el automatismo psíquico en la creación de un lenguaje de signos que explora con libertad los sue­ ños y las fantasías infantiles. El carnaval de Arlequín, El perro que ladra a la luna, ambos de 1924, e Interior holandés (1928) son sus obras más representativas de este período. En 1928-29 experimentó con nuevos materiales y procedimientos en un intento de resolver sus propios interrogantes sobre el sentido último de la pintura: realizó una serie de "esculturas objeto", que son el antecedente de su posterior actividad como escultor.

Durante la guerra civil española volvió a un estilo expresionista, como en Naturaleza muerta del zapato viejo y Cabeza de mujer, aunque no abandonó su vertiente poética, como en Constelaciones, más abstracta. Consolidó su peculiar estilo con un lenguaje pictórico muy personal, en el que se repiten constantemente unos pocos elementos clave: la mujer, el pájaro, la estrella, la Luna, el Sol. A partir de 1956 estableció su taller en Mallorca e inició su actividad como grabador y ceramista, con la colaboración de Llorens Artigas. Con Artigas realizaría los murales de cerámica para la Univ. de Harvard, en EE.UU. (1960), para la Exposición de Osa ka, Japón (1970) y para el aeropuerto de Barcelona (1971 ). A partir de 1966 se dedicó preferentemente a la escultura y realizó las obras monumentales Pájaro solar(1978), para Palma de Mallorca y Mujer y pájaro (1982), para Barcelona.

En la década de 1970 su obra obtuvo reconocimiento mundial con varias exposiciones retrospectivas y homenajes. Creó, con una generosa donación de su obra, el Centro de Estudios de Arte Contemporá­ neo (Fundación Joan Miró), de Barcelona y, en 1981, la Fundación Pilar y Joan Miró, en Palma de Mallorca. Otras obras, además de las mencionadas: Composición (1933), El puerto (1945), Muro del Sol y Muro de la Luna (edificio de la Unesco, 1957, cerámica en colaboración con Llorens Artigas), Álbum 19 ( 1960).


De Chirico, que, entre 1911 y 1917, fue el gran"metafísico", Max Ernst André Masson, que son los pintores-filósofos-poetas, poseen, con dos o tres más, las llaves del ámbito surrealista. Joan Miró, que en 1924 fue vecino de Masson en su estudio de la calle Blomet, y más tarde de Ernst, en la calle Tourlaque, durante 1927, llevaba consigo la frescura de un alba de Rimbaud.


Este es el color de mis sueños de Joan Miró (Colección particular). En esta obra de 1925, el texto se incorpora a la pintura a modo de poema visual; es la época en que el pintor afirmaría que no hacía distinciones entre poesía y pintura. 


La siesta de Joan Miró (Colección particular). El autor pintó esta obra en 1925, en la que demuestra haber creado un universo más allá de la vida aparente, formado por signos que representan la vida real. Paisaje: 

El carnaval de Arlequín de Joan Miró


El Carnaval del Arlequín (Le Carnaval d'Arlequin) es una de las telas más célebres de Joan Miró. La pintó en París durante el invierno de 1924-1925, en el estudio que el escultor Pablo Gargallo poseía en la calle Blomet y que éste le cedía durante sus ausencias.

Un autómata que está tocando la guitarra y un arlequín con bigotes tienen los papeles principales. A su alrededor aparecen gatos jugando con unas bolas de lanas, unos pájaros ponen huevos de donde salen mariposas o unos peces voladores se van a la búsqueda de los cometas. También se ve como un insecto se escapa de un dado o un mapamundi espera sobre la mesa, así como una escalera que tiene una oreja humana enorme proyecta un ojo minúsculo entre los barrotes.

El ojo, adoptado como emblema para señalar la presencia del hombre, será una constante en la producción artística de Miró y aquí aparece por toda la tela, pues se abren unos ojos sobre los cubos, los cilindros y los conos. A través de una ventana que se abre al exterior se advierte un azul del cielo con una pirámide de color negro, que Miró dijo ser la Torre Eiffel, una especie de llama roja, de compleja identificación, y un sol.

En la obra se aprecia una clara tendencia por parte del pintor a llenar toda la superficie del cuadro con muchos elementos, con juguetes fabulosos, curiosos animales o criaturas semihumanas. Esta composición abigarrada, según el autor, se debe a las alucinaciones causadas por el hambre. Él mismo comentaba que en esta pintura "intentaba plasmar las alucinaciones que me producía el hambre que pasaba. No es que pintase lo que veía en los sueños como entonces propugnaban Breton y los suyos, sino que el hambre me provocaba una especie de tránsito parecido al que experimentaban los orientales".

En la tela se encuentran ya los signos predilectos del lenguaje mironiano que se repetirán en obras posteriores, como la escalera, símbolo de la huida y la evasión, pero también de la elevación; los animales y, sobre todo, los insectos, que siempre le interesaron mucho. O la esfera, a la derecha de la composición, una representación del globo terrestre; en palabras del artista: "ya entonces me obsesionaba una idea: ¡He de conquistar el mundo!". Asimismo, el ojo y la oreja provienen de Tierra labrada, su primera obra de transición del realismo a lo onírico e imaginario.

Esta obra supuso la plena aceptación del artista en el grupo surrealista de París, dirigido por André Bretón, que, incluso llegaría a afirmar que Joan Miró, con su gran imaginación, era el más surrealista de todos ellos, aunque el pintor catalán nunca se sintió como tal.

Un dibujo preparatorio conservado en La Fundación Miró de Barcelona pone de manifiesto la preocupación del artista por la composición de todos y cada uno de los motivos, aparentemente dispuestos de forma inconexa y arbitraria, pero que en cambio siguen una estructuración completamente tradicional.

En este cuadro reelabora elementos figurativos aparecidos en obras de Pieter Brueghel y de El Bosco, donde se asiste también a esta invasión de criaturas simbólicas.

Como La masia, el Carnaval del Arlequín es una obra detallista que exige una lectura detenida. Los colores, sobre todo los primarios, obedecen también a esta lectura detallada y participan igualmente de la unidad armónica del cuadro aportando más dinamismo a la obra. Este óleo sobre tela, de 66 x 93 cm., se conserva en la galería AlbrightKnox de Buffalo, Nueva York.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

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