Punto al Arte: 02 Arte babilónico y asirio
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Arte babilónico y asirio

La organización política neosumeria, que había encuadrado el territorio mesopotárnico durante dos siglos y medio, fue barrida hacia el año 2015 a. C. por una invasión de los semitas del Oeste. Ur, la vieja y gloriosa capital, fue destruida rápidamente y su herencia repartida entre diversos soberanos regionales: los príncipes de Mari, de Larsa, de Babilonia y otros. El Imperio de Babilonia fue uno de los grandes imperios que dominaron la Mesopotamia (actual Iraq). A esta tierra, gobernada por los sumerios, comenzaron a llegar toda una serie de grupos semitas, primeramente los acadios, y a partir del 2200 a.C., empiezan a expandirse los amorreos, también de origen semita, provenientes de un país llamado Mar-tu (país amorreo).
Dios asirio (Musée du
Louvre, París). Este marfil,
hallado en las excavaciones
de Aíslan Tash, junto al
Eufrates, presenta la postu-
ra y los atributos físicos típi-
cos de la escultura asiria. 
Con la expansión de los amorreos, comienza el declive y caída de la III Dinastía del Imperio de Ur (2112-2004 a.C.) y el nacimiento del Imperio babilónico, que se desarrollaría, con interrupciones, entre los años 2003 y 539 a.C.

A partir del siglo XIX a.C., los amorreos lograron imponer sus dinastías en las principales ciudades mesopotá­micas. Como la más importante llegó a ser Babilonia, los amorreos adaptaron el propio gentilicio. De esta manera, el vocablo que designaba a este grupo semita fue sustituido por el de babilónico.


Torso del príncipe Ibbit Lim (Museo Nacional, Damasco). Los restos de esta estatua de basalto conservan una inscripción cuneiforme acadia marcada en la ropa del homenajeado en la que puede leerse la leyenda "lbbit Lim hijo de lgrish-Jep, rey de Ebla". Hallada entre los restos de un templo de la antigua ciudad de Ebla en 1968, se considera que fue esculpida alrededor del año 2000 a.C. 

        

Babilonia (que en la lengua semítica, Bâv-ilou, significa "puerta de Dios") se convirtió así en la principal ciudad de la Mesopotamia central iniciándose el período conocido como paleobabilónico (2003-1595 a.C.).

La ciudad, ocupada por el amorreo Sumu-abum 1( 894-1881 a.C.), fundador de la nueva dinastía, se convirtió en un gran centro político, religioso, económico y cultural.

Sus cuatro siguientes sucesores, hicieron de la ciudad de Babilonia el reino amorreo más importante de toda la región Mesopotámica, que alcanzaría su máximo esplendor con la figura de Hammurabi, que reinó entre los años 1792 y 1750 a.C.

Hammurabi, hijo del rey Sin-muballit (1812-1793 a.C.), cimentó y forjó las bases del Imperio babilónico. Con su mandato, la ciudad de "Babilum", Babilonia, conocida en la Bíblia como Babel, adquiere gran poder convirtiéndose en la capital de un nuevo imperio que abarcaría toda la Mesopotamia. Durante su reinado estableció como idioma oficial la lengua acadia, y como religión el culto al dios Marduk. Al final de sus días recopiló su famoso Código, que, sin embargo, no pudo ponerse en práctica debido a su muerte.

Palacio real (Ruinas de Ebla, Tell Mardikh). Citada en los textos antiguos como una ciudad de segundo orden de 500 habitantes, a 60 km del sur de Alepo, se encuentran en medio de una gran llanura los yacimientos de la extinta Ebla. A lo largo de 56 hectáreas de terreno se extiende una fortificación de hasta 60 metros de ancho con cuatro puertas monumentales. La ciudad constaba de cuatro barrios principales divididos por terrazas y varios edificios de uso administrativo y religioso
Con la muerte del rey Hammurabi, sus sucesores hubieron de hacer frente a un cúmulo de problemas. Primeramente, a la presión de las tribus kasitas, que desde los montes Zagros conquistaron la zona del sur hacia el 1600 a.C. Posteriormente, a la sublevación de todo el sur de Sumer, al crearse allí una dinastía local, llamada del "País del Mar", formada por sumerios y acadios, contrarios a los amoneos. Y, finalmente, coincidiendo con el reinado de Samsuditana (1625 -1595 a.C.), el Imperio que alzó Hammurabi y que se mantuvo durante tres siglos entró en la fase final de su decadencia por la imposibilidad de hacer frente al ataque de los hititas, mandados por Murshil I.

A la desaparición del primer Imperio babilónico y la eliminación de la dinastía amorrita, le sucede una época de reinos combatientes.

Primeramente, y después del control durante algunos años por parte del País del Mar, se instaura la dinastía kasita (1730-1155 a.C.), que con el rey Ulam-buriash I (1496 -1474 a.C.) se llega a un pleno control territorial.

Con el último rey kasita Kastikiash N (1242 -1235 a.C.), Babilonia era ocupada por los asirios. Los tiempos de inestabilidad prosiguen ya que la falta de poder de los asirios hace que los elamitas controlen la Baja Mesopotarnia, aunque sea durante muy poco tiempo.

Las luchas por el poder y el control son continuas. Siguieron años de luchas e intrigas principalmente entre asirios y babilónicos. Después de la muerte de Assurbanipal, último rey que ocupó el trono de Asiria, los caldeas dominaron Babilonia. Surge entonces la X Dinastía conocida como caldea o neobabilónica (612 -539 a.C.), el último esplendor de la mítica Babilonia.

Ello no supuso un declive en la producción artística sino, todo lo contrario, comportó un período de variedad y esplendor que tendría su continuidad hasta prácticamente la caída del Imperio neobabilónico. En este prolongado lapso que, aproximadamente va desde el año 2000 a C. hasta el siglo V a.C., se asiste a algunos avances artísticos de gran importancia para el curso de la historia del arte, como fueron el nacimiento del arco y la bóveda, que ya se empleaban anteriormente aunque se perfeccionarían durante el Imperio neobabilónico, época de la construcción de los fabulosos palacios de Nabucodonosor.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

El reino de Mari

La ciudad de Mari -actualmente Tell Hariri-, situada en el curso del Éufrates medio y cuna de una civilización antiquísima y siempre influida por Sumer, fue fundada a principios del tercer milenio a. C. De los archivos de esta ciudad, se han extraído hasta el momento más de 20.000 tablillas de arcilla, botín cultural incalculable que permite tratar, con más o menos propiedad, sobre el período a que éstas se remontan.

Puerta de Palmira (Ciudad de Mari, Tell Hariri). Construida en honor del dios Baal, al que convocaban por medio de sacrificios animales, la ciudad de Mari pasaría a ser provincia romana tras la ocupación militar de Marco Antonio, prosperando a partir de ese momento gracias al comercio de la seda. Posteriormente, fue convertida al rito musulmán en 634 y terminaría sus días de gloria tras la destrucción por un terremoto, en 1089. Actualmente se conserva la columnata de 1.200 m que servía de eje central de la ciudad, que albergaba cerca de 200.000 habitantes, varios templos religiosos y funerarios, así como campamentos militares, un ágora para el oficio comercial y un cementerio de hasta 500 tumbas. 
Se conoce que en la época dinástica primitiva, Mari fue una importante ciudad-estado y estaba registrada como una de las dinastías reinantes en la Lista de los reyes Sumerios. Según esta lista real, tras la II Dinastía de Ur la soberanía pasó a la ciudad de Adab y, después de la caída de esta última, fue trasladada fuera del tradicional núcleo sumerio. En esta ocasión es cuando se fijó en la ciudad de Mari y, gracias a ello, esta urbe conoció una época de gran esplendor.

Pese a que la lista real está en muy mal estado de conservación en este pasaje y se hace muy dificultoso apreciar claramente lo que en él se indica, se ha descifrado que atribuye seis reyes a esta dinastía pero no se dan a conocer sus nombres, con excepción del primero, Ansud -leído también como Anbu y Ansub-. También se ha constatado que la duración total del reino de Mari fue de ciento treinta y seis años, un período relativamente largo para, por lo menos, poner en marcha numerosas construcciones.

Con respecto al primero de estos reyes no se sabe prácticamente nada aparte de que ocupó el trono durante treinta años. Hasta no hace mucho tiempo se desconocía el nombre del que había sido el primer soberano de la ciudad. Así, el nombre de Ansud fue confirmado hace pocos años, cuando se encontraron dos ladrillos con esta inscripción. Se presume que el segundo de los reyes fue Lugaltarzi y que reinó durante un período de diecisiete años. De los otros cuatro la Lista revela sólo los años que duró su gobierno.

Palacio real (Ciudad de Mari, Tell Hariri). La que fuera residencia oficial del rey Zimri-Lin ocupaba una extensión enorme dentro del perímetro total de la ciudad de Mari, complementándose con varias edificaciones anexas de uso público, como templos, almacenes, talleres, comedores, terrazas ajardinadas, baños y hasta una biblioteca en la que se guardaban documentos cuneiformes de tipo administrativo grabados en tabletas de piedra. 
De todos modos, en los últimos años se han llevado excavaciones que han permitido que salgan a la luz diferentes objetos arqueológicos que, por lo menos, han posibilitado que se esclarezcan algunos aspectos en lo que se refiere a los nombres de los soberanos. Así, se han descubierto los nombres de otros reyes mariotas cuyo orden cronológico se desconoce. Tal es el caso de Ilshu, que figura en una copa de calcita que al parecer su hijo o hija Ninmetabare dedicó a una divinidad. También el de Ishqimari -o Lamgi Mari, que significa "rey de Mari", como aparece en la tablilla en la que se indica su nombre-, vicario de Enlil que dedicó su estatuilla de piedra a Inanna, y el de Iku(n)shamash, vicario del mismo dios por cuya vida dedicó su estatuilla a Shamash un tal Arra' il.

León (Musée du Louvre, París). Procedente de uno de los templos de la ciudad de Mari, esta simpática escultura está dedicada al rey lshtupilum. Entre otras representaciones escultóricas también se hallaron retratos de gobernantes, dioses, bailarinas, animales y seres mitológicos en actitudes sumisas o de confrontación. 
Algo más se sabe sobre Iplulil -o Iblu-TI-, citado reiteradas veces por súbditos suyos que dedicaron estatuas a Inanna, ya que está presente también en los textos de Ebla -actualmente Tell Mardikh-. Gracias a estos textos se conoce que Iplulil, aliado a otras ciudades, deseaba apoderarse de la ciudad de Ebla después de haber sometido en Siria importantes enclaves dependientes de aquella potencia. Estos textos eblaítas tienen gran importancia para que podamos conocer el curso de la historia del reino de Mari, ya que en ello, asimismo, se ha podido determinar que fue durante el reinado de Iplulil cuando se produjo el gran apogeo de Mari. Efectivamente, al parecer este soberano tenía pretensiones de ampliar los límites de su reino tanto como fuera posible y que llevó a cabo importantes campañas militares. Aparte de la conquista de numerosas zonas de la actual Siria, Iplulil llegó incluso a controlar Assur.

Diosa aspirando el perfume de una
flor (Musée du Louvre, París) En es-
te bajorrelieve puede apreciarse el
rígido collar alrededor del cuello que
ornamenta a la diosa, así como los
brazaletes y los cuernos sagrados
que adornan el casco. Dichos aus-
teros atributos van a ir progresiva-
mente liberándose en posteriores re-
presentaciones, y la imagen recata-
da de los inicios se volvería cada vez
más voluptuosa y sugerente. 

No obstante el gran poderío alcanzado por Mari, Ebla, que por entonces era gobernada por Arennum, atacó Garaman, frente de Mari, y obtuvo de este ataque un gran botín pero sobre todo lo utilizó para advertir que no estaba dispuesto a tolerar el expansionismo mariota por Siria. Sólo cabía, por tanto, que los mariotas dieran muestras evidentes de que no estaban dipuestos a poner en peligro la soberanía de Ebla, pero, por lo que determina luego la historia, parece ser que esto no ocurrió así. Poco tiempo después de este episodio se produjo el enfrentamiento definitivo entre las dos ciudades.

Conocemos con relativa exactitud lo que sucedió en aquel enfrentamiento que puso punto y final al reinado de Iplulil. Sabemos, por ejemplo, que Ebla envió a Enna-Dagan, uno de sus hombres de confianza para que dirigiera personalmente la campaña. Este Enna-Dagan era un jefe militar que además de recuperar muchas de las ciudades y enclaves conquistados por Iplulil consiguió intimidarlo, al punto que Iplulil se dio a la fuga. Finalmente el rey Iplulil fue capturado y al mismo tiempo perdonado. En adelante se le permitió, en un gesto de magnanimidad por parte de Ebla, que continuara en el gobierno de Mari a cambio de pagar un considerable tributo de guerra.

Cuando Iplulil murió Ebla envió a un funcionario de nombre Nizi para que gobernara en Mari, y luego a quien había vencido a Iplulil, al propio Enna-Dagan. El dominio de Ebla sobre Mari era especialmente beneficioso para la primera urbe ya que durante estos dos mandatos Ebla se vio favorecida con enormes cantidades de oro y plata, como consecuencia del antiguo tributo que Mari debía continuar pagando a la ciudad que la había vencido.

Después del mencionado gobierno de Enna-Dagan, Mari llegó a tener su propio rey, aunque no llegaría a gozar de autonomía política, pues siempre estaría sometido a las directrices que se marcaban desde Ebla y además debía seguir haciendo generosas contribuciones a las arcas de los soberanos eblaistas, que, lógicamente, no estaban muy dispuestos a renunciar a tan eficaz sistema de financiación. El nombre de este rey de Mari era Iku(n)ishar, y fue controlado durante todo su mandato por dos gobernadores eblaítas de nombre Igi e Hidar, mandados por Ebrium, el entonces rey de Ebla. A continuación de este rey es el hijo de Ebrium, Shura-Dumu, quien asume el gobierno de Mari. Como vemos, era evidente que los eblaítas controlaban muy de cerca la ciudad Mari y no querían que se iniciara una saga de gobernantes propios de la ciudad que pudieran poner en peligro su dominio sobre la misma. De esta manera, la ciudad funciona como una provincia de la ciudad de Ebla.

Cuatro figuras danzantes. La complejidad compositiva de este sello de piedra hallado entre las ruinas de Mari contrasta con la aparente sencillez de la representación, un entramado circular de cuatro cuerpos masculinos desnudos entrelazados entre sí y armados con un puñal, creando una simbólica rueda cuyo eje queda enmarcado entre las piernas de las figuras. 
Otra serie de objetos arqueológicos compuesta por vasos y estatuillas revela todavía dos nombres más atribuibles a reyes mariotas. Se trata de Iku(n)shamagan y Shalim, de los que, por desgracia, se sabe poco más que el nombre y de cuya intervención en la ciudad no se tiene ningún dato.
Diosa del vaso surtidor (Museo
Nacional, Alepo). Esta escultura
de piedra procedente de la anti-
gua civilización que pobló Mari
refleja la especial atención que se
le tributaba al agua. Los atavíos
de la diosa siguen siendo muy re-
catados, y la postura hierática y
muy rígida, adornada con sutiles
brazaletes en sus muñecas, la cor-
namenta del casco y el collarín
enjoyado. 

Tras los ciento treinta y seis años que duró su realeza Mari, no obstante haber utilizado las armas en su defensa, se vio obligada a ceder el mando a otra de las ciudades-estado sumerias: esta vez a Kish.

Tras pasar largos años de decadencia y silencio, el renacimiento de la urbe se produce antes de que Hammurabi, rey de Babilonia, restablezca la unidad mesopotámica, fragmentada entre cuatro soberanos regionales. Durante el período anterior a la unificación en torno a Babilonia se produce un rico florecimiento artístico, de inspiración semítica, en el que ya aparecen las características del que después podrá llamarse, con toda propiedad, arte babilónico. Por tanto, se trata éste de un período de gran importancia para anticipar la evolución del posterior arte babilónico.

Varias son las sorpresas que nos depara esta época de esplendor artístico que viviría Mari antes de que Hammurabi se convirtiera en el verdadero señor de Mesopotamia. Y, entre todas ellas, sin duda lo más relevante de este nuevo período de florecimiento de Mari es el formidable empuje arquitectónico que han revelado las excavaciones. Ello parece una prueba evidente de que se disponía de mano de obra suficiente y de recursos económicos importantes en la ciudad de Mari, pues, de otra forma, resulta muy complicado llevar a cabo las empresas arquitectónicas que las excavaciones han descubierto.

Entre todos los edificios explorados destaca el gigantesco palacio del rey Zimri-Lin, que cubría una superficie de más de tres hectáreas y mectia. Se trata de una superficie realmente descomunal que sin duda nos muestra el poder del que debió de gozar el mencionado soberano. Una extensión tan fantástica para "una sola casa" obligó a organizar este palacio de una forma algo especial pues era evidente que no se podía estructurar alrededor de un único centro. De este modo, este gran palacio se organizó en torno a una serie de centros o patios que definían diferentes sectores afectados a actividades distintas. De esta forma, se encontraban el sector administrativo, el sector de las habitaciones privadas de la corte, la zona sagrada con el templo palatino, y el sector de servicios con almacenes, cocinas y talleres diversos.

lshtar (Museo Británico, Londres). La diosa babilónica se representa en este bajorrelieve procedente de Larsa con la misma configuración que en otras típicas esculturas y pinturas murales de la divinidad, con los brazos levantados, su generoso busto desnudo y alas y patas de ave rapaz. Flanqueado por dos búhos mitológicos y erigida sobre el lomo de dos leones custodios, la diosa era la encargada de enviar los mensajes desde el Más Allá. 

Grupo de tres cabras monteses (Musée du Louvre, París). Esta extraordinaria pieza ornamental de bronce fue chapada en oro para realzar algunas partes de la figura, haciendo uso de una técnica que, además de su embellecimiento, pretendía también una purificación simbólica de la representación. En esta escultura, las cabezas de las cabras han sido bañadas en oro, mientras los cuerpos se levantan en equilibrio sobre sus patas traseras formando una perfecta unidad sobre el pedestal, sostenido por dos enigmáticos personajes barbudos.



Toda la construcción, realizada con enormes muros de ladrillo que se abrían al exterior por una única puerta, estaba coronada con azoteas y terrazas. Las instalaciones del palacio revelan un confort refinado: salas de baño con bañeras de cerámica, calefacción por grandes chimeneas, biblioteca en la que se hallaron 25.000 tabletas grabadas con textos cuneiformes, y multitud de obras de arte, esculturas y pinturas murales.

Las estatuas de los gobernadores de Mari, Ishtupilum (en el Museo de Alepo) e Idi-ilum (en el Louvre), forman parte, a justo título, del tesoro artístico de la humanidad. Estos impresionantes personajes tienen sus manos juntas a la manera de Gudea, pero se diferencian de él por sus pobladas barbas y bigotes, al estilo sernita, que les confieren un feroz aspecto. Son dos imágenes que aún hoy nos resultan de tremenda fuerza expresiva y que seguramente se realizaron de este modo para dejar constancia del poder de ambos gobernadores. Dos estatuas femeninas de Mari merecen ser citadas: la diosa aspirando el perfume de una flor, del Musée du Louvre, adornada con brazaletes y un collar de numerosas vueltas en torno al cuello, y la diosa del vaso surtidor, del Museo de Alepo, cuya trenzada cabellera se desparrama sobre los hombros y sirve de marco a seis soberbios collares de cuentas que cuelgan de su cuello. Ambas diosas van coronadas por el pesado casco lleno de cuernos sagrados.


Orante de Larsa (Musée du Louvre, París). Esta pequeña escultura de 19 cm, realizada en bronce y oro, probablemente representa al rey Hammurabi, famoso por edificar su gobierno sobre un rígido código que identificaba el castigo con el daño causado, una justicia vengativa denominada Ley del Talión. En la representación escultórica se muestra al rey postrado ante los designios y las obligaciones morales propugnadas por los dioses babilonios, en una tensa armonía con el espacio que ocupa y el aire que lo envuelve. 


        
Pero en el palacio de Mari no sólo había esculturas. Muchas paredes de sus salas o de sus patios estaban ornamentadas con pinturas murales realizadas al temple con vivos colores, que los arqueólogos franceses han descubierto de manera casi milagrosa. En efecto, apenas se comprende que tales decoraciones hayan llegado hasta hoy, a través de las destrucciones que el palacio sufrió durante la guerra que terminó con el poderío de Mari y a casi cuatro mil años de abandono y olvido.

Los temas son muy variados: composiciones geométricas abstractas, escenas de guerra, ceremonias religiosas y episodios de la vida cotidiana. Algunas de estas composiciones han recibido nombres que hoy ya son célebres: el rey y el ordenador de sacrificios, la investidura del rey de Mari, el friso de los pescadores, etc. Lo más notable es que estas pinturas, contemporáneas de los frescos de los palacios prehelénicos de Creta que serán tratados en otro momento, muestran ciertas relaciones estilísticas con los mismos. ¿Quién influyó en quién?

Por el momento, los arqueólogos no pueden responder a esta pregunta, pero no tiene nada de sorprendente que hubiesen relaciones artísticas entre Creta y Mesopotamia cuando en los archivos diplomáticos del palacio de Mari se han hallado tabletas que dan cuenta de relaciones económicas y comerciales.

Otros centros importantes desde el punto de vista artístico, en el período en que se incuba el poder de Babilonia, son las ciudades de Ishchali y Larsa. La primera se ha hecho célebre por su templo consagrado a la diosa Ishtar. Concebido como morada de la divinidad, su estructura con diversas cámaras ordenadas en torno a cuatro patios, recuerda el esquema general que ya se ha visto en el palacio de Mari, morada de un soberano. La única particularidad del templo es que los patios están intercalados entre una puerta y el santuario, de manera que los tres elementos se disponen en línea recta, siguiendo un mismo eje. Los fieles no tenían más que andar en línea recta desde la calle, de forma que, desde el exterior, sus ojos podían permanecer fijos en el lugar donde se hallaba la estatua de la divinidad. A veces, una sala de ofrendas precede al santuario propiamente dicho, entre éste y el patio.

El prestigio de Larsa le viene no de sus obras arquitectónicas, sino de los bronces maravillosos que se han hallado entre sus ruinas. Fueron descubiertos en 1930 por excavadores clandestinos que vendieron sus hallazgos. El Musée du Louvre adquirió dos de estas piezas en las cuales aparece claramente la impronta semítica del gusto por el movimiento y por la vida. Una de ellas es un grupo de tres cabras monteses que se sostienen sobre sus patas traseras y cuyas cabezas están chapadas con una lámina de oro; la otra, llamada el orante de Larsa, es una figura masculina de bronce, con una rodilla en tierra, cuyo rostro y manos también están chapados de oro.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Enuma Ellis, el poema de la Creación

Enuma Ellis significa en acadio "cuando en lo alto", y son las primeras palabras de un poema babilónico que narra la creación del mundo y que aparece en unas tablillas halladas en las ruinas de la biblioteca de Assurbanipal (667- 626 a.C.), en Nínive.
Enuma Ellis (Museo Británico, Londres). En este
bajorrelieve datado en el siglo VIII a.C. se re-
presentó una escena mítica protagonizada por el
dios Marduk armado con su tridente mágico, en
busca de Tiamat, diosa del agua. La escena acom-
pañaba al poema fundacional asirio que da nombre
a la pieza.
Cada una de estas tablillas tiene entre 115 y 170 líneas de caracteres cuneiformes que datan de 1200 a.C. El texto está construido en versos de dos líneas, y la función del segundo es enfatizar el primero mediante oposición, como en este ejemplo:

"Cuando en lo alto el cielo no había sido nombrado, no había sido llamada con un nombre abajo la tierra firme"

La historia cuenta que antes de que el cielo y la tierra tuviesen nombre, la diosa del agua salada y el dios del agua dulce engendraron una familia de dioses mezclando sus respectivas aguas. Esos dioses adolescentes molestaban a su padre, que decidió destruirlos. Pero uno de ellos se anticipó a los designios de su padre, matándole. Apsu, el dios parricida, engendró a Marduk, dios de Babilonia, que llegó a convertirse en príncipe de los dioses y sobre el que recayó el deseo de venganza de Tiamat, su abuela, que tomó forma de dragón.

El poema es una historia de la lucha entre el Orden y el Caos, ya que muestra el prototipo del guerrero que lucha contra el Caos, aunque nunca consigue derrotarle completamente, por lo que la lucha ha de ser constante. Por eso Marduk, dios de la luz y el orden, tiene que vencer a Tiamat, que representa la oscuridad y el Caos.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Primer período babilónico


Ishtar alada con pies de ave de presa. Audaz y su-
gestiva se erige esta altiva Ishtar sobre dos cabras
postradas, atrayendo con los brazos levantados y
el busto desnudo a nuevos adoradores a su culto
para recibirlos con las alas desplegadas que caen de 
sus hombros a modo de manto. Las manos abiertas 
simbolizan designios de paz y amor. La seductora
estilización de su cuerpo se vuelve progresivamente 
más sofisticada en posteriores representaciones
escultóricas. 
De los diversos centros políticos semitas, Babilonia fue el que terminó dominándolos a todos. Esta obra de unificación fue debida a una gran personalidad histórica cuya biografía conocemos con detalle, pese a estar alejada de nosotros casi cuatro mil años: el rey Hammurabi, que reinó entre los años 1790 y 1750 a.C. Su largo reinado, de más de cuarenta años, demuestra que Hammurabi era más que un guerrero. En 1760 a.C. conquistó y destruyó la ciudad de Mari, pero supo esperar durante veinticinco años a que su enemigo más poderoso, el rey Rim-Sin de Larsa, fuese suficientemente viejo para poder vencerlo sin dificultad. Hammurabi fue además el primer gran legislador de la Historia; las leyes reunidas en su código de 282 artículos ejercieron su influencia incluso después de la desaparición del reino babilónico.

En las excavaciones de las ciudades del primer Imperio babilónico aparecen con frecuencia tabletas de arcilla cocida en las que se representa a los dioses y a los hombres con gran familiaridad. Las divinidades aparecen en ellas, a veces, ejecutando acciones de difícil interpretación, porque no existen textos que documenten sobre ello. Muy característica es la nueva representación de Ishtar, la antigua Venus sumeria, que los babilonios representan desnuda, con el cabello corto y enjoyada con collares. Frecuentemente tiene las manos sobre el vientre o se levanta los pechos con ellas.

León sedente (Museo Nacional de lraq, Bagdad). Escultura de terracota de 1 04 cm proveniente de las excavaciones de la ciudad de Tell Harma! (lraq). 

Sello cilíndrico y tableta de piedra (Musée du Louvre, París). El dibujo que representa la escena grabada muestra un episodio de la "epopeya de Gilgamesh ", al que se le puede apreciar partiéndole el espinazo a un toro con el pie, junto a un pastor con sus cabras. Seguramente el pasaje responde al momento en que, según la leyenda, el héroe mató al Toro Celeste, por cuya gesta sería castigado injustamente por los dioses babilonios. 
Se trata de una Venus que parece no sospechar que pueda existir algún impudor en mostrarse así, pero hace recordar cómo los profetas hebreos predican contra el culto a Astarté, que es el nombre que dan a, la Ishtar babilónica. Las mismas tabletas de arcilla representan escenas de la vida diaria de los babilonios, que tanto interés se tiene en conocer. Son pequeños relieves que causan un placer análogo a las figuritas de cerámica griega que se denominan tanagras; encantadoras como ellas por su valor episódico y local. Sin embargo no se encuentran ecos de las mismas en la épica sagrada que nos han transmitido las inscripciones en signos cuneiformes.

Ello parece sugerir que debía haber una poesía más ligera, que no copiaron los escribas de los templos, pero que las restituyen estas imágenes de las tabletas: el labrador con la pala; el campesino montado en un búfalo; la arpista, sentada en una silla plegable, que puntea las cuerdas de su instrumento; la mujer que teje la lana; los feriantes que exhiben sus monos; unos boxeadores barbudos que luchan con los puños cerrados, y tantas otras que encantan a los visitantes de los museos.

Arpista babilónica (Musée du Louvre, París). Las placas de arcilla y terracota babilónicas tenían una utilidad pedagó­gica y testimonial para su exhibición pública, por lo que se confería un indudable valor narrativo y ambiental a las escenas representadas. Su uso atestigua la existencia de un arte más popular y cotidiano que el dirigido por los ilustres escribas de los templos. Detalles como la silla plegable, la manera de puntear las cuerdas del instrumento y el cuidado vestido denotan una clara intencionalidad naturalista. 

Diosa kasita (Vorderasiatische Museum, Berlín). En la antigua ciudad de Uruk, en lraq, el rey Karaindash mandó construir el templo de lnanna, en cuya fachada se insertaron esculturas como este relieve realizado en ladrillo. Las representaciones de 1 dioses estaban repartidas de forma simbólica por todo el panteón según su jerarquía mitológica, culminando las cimas con los tres dioses astrales del sol, la luna y la diosa lshtar. Los otros se solían ubicar en zonas inferiores en razón de su situación celestial, como son el aire, el cielo y el agua. En ciertas ocasiones, algunas esculturas vienen acompañadas de emblemas que indican el nombre del dios que simbolizan.






Fragmento de kudurru (Museo del Monasterio, Montserrat). Proveniente de la dinastía kasita de Babilonia se conserva este fragmento de una piedra infeudatoria, en el que se muestran figuras animalizadas y dos edificaciones humanas. Estos bloques de piedra servían para delimitar los territorios de los señores feudales y espantar a los forasteros con representaciones de dioses y seres mitológicos amenazadores. 



Durante el primer Imperio babilónico aumentó la producción de ciLindros para sellar los documentos redactados en tabletas de arcilla. El tema preferido es Gilgamesh, el héroe de una vieja epopeya mesopotá­ mica, luchando con búfalos y -sobre todo- con leones. Sorprende su popularidad que casi monopolizó la imaginación de todos los pueblos mesopotámicos.

La última fase de este período del arte babilónico se desarrolló bajo la dominación extranjera de los kasitas, invasores de Mesopotamia que recuerdan en muchos aspectos a los guti que ya se han nombrado en el capítulo anterior que los habían precedido quinientos años. Como ellos, llegaron de los montes Zagros; como ellos, demostraron poseer extraordinarias facultades de adaptación y se convirtieron en continuadores del primer Imperio babilónico. Los kasitas ocuparon Babilonia hacia el año 1600 a.C. y construyeron una nueva capital, Dur-Kurigalzu (cuyas ruinas recibieron de los árabes el nombre de Aqarquf), cercana a la actual Bagdad. Allí se han encontrado varios templos de tipo babilónico, un gran palacio con la típica estructura de sectores diferentes organizados en torno a grandes patios, y un magnifico zigurat que todavía hoy, con sus sesenta metros de altura, domina el campo de minas.

Lo más original de los kasitas fue el empleo de ladrillos moldeados, cuyo montaje posterior hizo posible construir gigantescos muros con grandes relieves cerámicos en barro cocido, y unas curiosas piezas de piedra con relieves e inscripciones, llamadas kudunus.


Kudurru de Melishipak (Musée du Louvre, París). El escultor de esta piedra infeudatoria dispuso la escena en una serie de viñetas superpuestas cuya sucesión supone una criptografía de difícil interpretación. En la escena superior figura la tríada suprema compuesta por la luna, la estrella de Ishtar y el sol. En el segundo registro aparecen los dioses del infierno y la guerra. En el inferior, una serpiente con cuernos y un escorpión venenoso.





Kudurru de Nazimaruttash (Musée du Louvre, París). Dedicada a uno de los reyes de Babilonia, esta piedra infeudatoria muestra al jerarca sedente controlando las fuerzas naturales del sol, la luna y los astros celestes, simbolizando su apropiación absoluta de todos los elementos como soberano absoluto del mundo, así como protegido por los dioses Sin, Shamash e Ishtar contra las amenazas terrestres como la que representa el escorpión venenoso. 
Los kudurrus eran bloques de piedras, generalmente diorita negra, que tenían por objeto delimitar las fincas y que se guardaban en los templos. Sus largas inscripciones describen los límites de la propiedad y la posición de los mojones y terminan con una invocación a los dioses y terribles conjuros de maleficio para los que osen cambiar las lindes. Para espantar más al trasgresor, se esculpieron las imágenes de los dioses, o sus animales simbólicos o, simplemente, sus altares. El kudurru del rey Melishipak (hacia el 1200 a.C.) presenta en su anverso la imagen del propio rey ofreciendo su l1ija a la diosa Nana, y en su reverso, distribuidos en cinco registros horizontales, los símbolos de todo el panteón babilónico y kasita.

Estas criptografías no siempre son fáciles de descifrar en la actualidad, pero los babilonios comprenderían en seguida de quiénes se trataba y, aunque no supieran leer, la vista de los símbolos protectores bastaría para espantarlos. Se trata de una formidable legión de enemigos movilizados del cielo y de la tierra que esperan al que dé el mal paso de entrar en la propiedad defendida por el conjuro.

Con la entrada en escena de los asirios y su poderoso ejército, disciplinado y superiormente equipado, termina este primer período babilónico. Sumando la etapa de los diversos soberanos regionales semitas, la del primer Imperio babilónico propiamente dicho, y la fase de dominio de los kasitas, el período que se acaba de estudiar había durado poco más de ocho siglos.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

Pinturas murales del palacio de Mari


La investidura del rey de Mari (Musée du Louvre, París). Hallado entre los restos del palacio de Mari, este fresco mural representa el momento en que el rey Zimri-Lin fue coronado. 
Procedentes del palacio de Mari han llegado hasta hoy algunos ejemplos de pinturas murales que, aunque se conservan de manera muy fragmentaria, resultan suficientes para percatarse de la habilidad técnica de los artistas de la época.

El palacio de Zimri-Lin, descubierto en 1933, no sólo aportó a través de su arquitectura un conocimiento más profundo del papel del soberano en la sociedad mesopotámica, sino que sus muros dieron razón de la existencia de un gran arte pictórico, manifestación prácticamente desconocida hasta entonces en tierras mesopotámicas.

Los restos más importantes de la decoración parietal del palacio son los que decoraban la Sala de Audiencias, el Patio Real y otras estancias de la residencia. De los fragmentos conservados pueden distinguirse cuatro tipos de escenas: las de carácter mitológico, las bélicas, los episodios de ofrendas y sacrificios y las representaciones de investiduras o de presentación. Entre estas composiciones la más completa que cabe destacar es la llamada Investidura del rey de Mari, aparecida en el mencionado patio.

En un rectángulo de aproximadamente 2,50 x 1,80 metros se dispone un recuadro central con dos compartimientos superpuestos. En el de arriba, la diosa de la guerra, lsthar, vestida de falda larga y abierta, entrega los emblemas del poder y la justicia, la vara y el aro, al rey, ante la presencia de otras dos divinidades. La diosa tiene apoyado el pie derecho en un león, su atributo, y de cada uno de sus hombros sobresale un haz de armas: una maza entre dos hachas. Su mano izquierda lleva una cimitarra. Zimri-Lin viste un faldellín y una toga. Con la mano izquierda recoge los símbolos que la diosa le ofrece mientras levanta la derecha con gesto de salutación.

El rey y el ordenador de sacrificios (Musée du Louvre, París). En este fragmento de la pintura mural de la investidura del rey se representa a éste en un tamaño desproporcionado en comparación con los sacerdotes que secundan la escena ritual, acompañados por un buey sagrado que probablemente serviría de tributo sacrificial. 
En el registro inferior se hallan dos diosas con vasos manantes de cuatro corrientes, son las diosas de la fecundidad acuática. Dos altos árboles y dos palmeras, entre cuyos troncos aparecen dos toros y cuatro leones alados, tres animales por lado, flanquean la composición central. Por las dos palmeras trepan sendos cosechadores de dátiles mientras que un gran pájaro azul, un "cazador de África" según el gran investigador André Parrot, posa en el ramaje verde de una de ellas. También cierran la composición del marco del cuadro central, dos diosas, situadas junto a cada tronco de palmera, que miran a distancia al emperador con los brazos levantados en actitud de adoración.

El conjunto del mural ha sido interpretado por A. Parrot como una anticipación del paraíso terrenal bí­blico, mientras que el arqueólogo A. Moortgat lo tiene por una imagen simbólica del Cosmos, en la que los seres híbridos o fantásticos encarnan las fuerzas infernales, los vegetales y los hombres serían la imagen de lo terrenal, y las aves, alegoría de lo celestial.

El mismo patio ha dado otros bellos fragmentos de pintura mural como el de una ceremonia religiosa en la que un toro es conducido al sacrificio con los ornamentos propios de tal solemnidad. Lo llevan dos personajes vestidos de la misma manera, pero uno con barba y el otro sin ella, con collares y con un gran colgante. La escena del sacrificio ritual del toro pone de manifiesto el carácter religioso de los temas decorativos.

En conjunto, los frescos mantienen las mismas características de las pinturas egipcias por su fuerte cromatismo y por la posición en perfil de sus personajes.

El esplendor de los murales, pintura sobre yeso, del palacio de Mari, conservados en el Musée du Louvre, datan hacia el 1750 a.C.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

Significación del Código de Hammurabi

Se considera que el Imperio babilónico se inicia con el reinado de Hammurabi, quien ordenó redactar el famoso Código de Hammurabi. El código contiene 282 artículos que rigen el orden del reino y están grabados sobre piedra en 3.500 líneas de escritura cuneiforme. Su contenido fundamentalmente reglamenta la agricultura, el comercio, los asuntos matrimoniales y de sucesión, los honorarios por profesiones determinadas y la compra y venta de personas esclavas.


Estela del Código de Hammurabi (Musée du Louvre, París). Rescatada de las ruinas de Susa, se cree que la estela fue trasladada desde Babilonia como botín de guerra en el año 1200 a.C. por las tropas del rey Elam Shutruk-Nakhunte. En la escena superior se representa al rey Hammurabi recibiendo las leyes de manos del dios Shamash. Entre las 282 leyes grabadas se destacan varias sobre la asistencia médica obligatoria, el maltrato familiar y el divorcio.



        En la cultura del Oriente Próximo Antiguo son los dioses los que dictan las leyes de los hombres, y éstas son sagradas. El dios Samash, el dios Sol, dios de la justicia, es quien entrega las leyes al rey Hammurabi de Babilonia.

        Anteriormente a Hammurabi eran los sacerdotes del dios Samash los que establecían las leyes pero Hammurabi dictó que fueran los funcionarios del rey quienes realizaran este trabajo para así fortalecer su propio poder. Por ejemplo, en el código se impuso la ley de Talión, y aunque algunas de aquellas normas puedan parecernos crueles están inspiradas por un alto sentido de la moralidad, que, obviamente, debemos situar en su contexto histórico. Así, en las leyes del código no existen privilegios de clases; nobles y libertos gozan de mayor consideración que os esclavos, pero también éstos reciben indemnización de daños.

        El código de Hammurabi fue encontrado en 1902, en Susa, la antigua capital del Elam, adonde fue llevado como trofeo de guerra seis siglos más tarde. Es un bloque vertical de diorita, semejante a una columna, que tiene esculpidos los artículos en columnas paralelas. En lo alto hay un maravilloso relieve en el que vemos al rey codificador Hammurabi en coloquio con Shamash, el dios solar. Shamash está representado encima de un monte sugerido por las imbricaciones que figuran bajo sus pies, que es algo así como otro Sinaí; tras él surgen llamas cuyas lenguas de fuego aparecen sobre sus hombros. El dios va vestido con el manto babilónico, pero todavía con los flecos de lana de los personajes divinos sumerios; lleva en una mano el cetro y el círculo, y su cabeza está coronada por una tiara de cuatro cuernos.


Estela del Código de Hammurabi (Musée du Louvre, París). En este detalle de la escena superior, Shamash, el dios del sol y la JUsticia dicta al rey las leyes del famoso có­digo civil babilónico. Sentado sobre un trono en forma de puerta, el dios irradia de sus hombros varios rayos de sol y sostiene en la diestra un cetro. Antes de la soberanía de Hammurabi, eran los sacerdotes los que ejercían como jueces, pero el rey estableció que fueran sus funcionarios los que desempeñaran ese trabajo, mermando a partir de entonces el poder despótico de la iglesia babilónica.





Retrato de Hammurabi (Museo Británico, Londres). En este relieve procedente de Sippar se representa la silueta del monarca de forma tosca y sin apenas relieve junto a una inscripción votiva dedicada a una diosa babilónica. La mala calidad de la piedra ha limitado el detallismo de la representación, que se considera una copia de un original hoy desaparecido y datado en el año 1750 a.C 
Hammurabi, que lo escucha con un brazo levantado, va vestido aún como Gudea, con el manto sostenido en el hombro izquierdo y dejando libre el brazo derecho. Sin embargo, lleva la gran barba semítica y su perfil es también de otra raza que la de Gudea; la nariz, en lugar de ser la prolongación de la línea de la frente, tiene ya la curva típica semítica. Cada detalle del relieve es de insuperable belleza, pero lo que plasma sobre todo es la manera de mirarse los dos personajes. El dios está tranquilo; su gesto de mando viene reforzado por la mirada fija, sin vacilación, clavada en los ojos del rey, su vicario en la Tierra. El monarca escucha callado; sus grandes pupilas abiertas parecen querer absorber los menores gestos del dios. La escena evoca irresistiblemente la otra escena, narrada en la Biblia, de Moisés en el Sinaí recibiendo las Tablas de la Ley. "Jehová hablaba con Moisés, frente a frente, como un hombre habla a su amigo", leemos en el capítulo 33 del Éxodo.


Código de Hammurabi (Museo de Antigüedades Orientales, Estambul). Tablilla sumeria de terracota datada hacia 1790 a.C.. que representa el primer conjunto de leyes jamás escrito. De las 282 leyes, en las cortes sólo se aplicaron los textos que van del parágrafo 147 al179. Escrito con runas cuneiformes, la tablilla forma parte de una de las colecciones legendarias documentales más importantes de la historia. 



Un pequeño relieve que posee el Brihsh Museum representa a Hammurabi frente a una inscripción votiva dedicada a una diosa. Allí volvemos a ver de nuevo al rey con la misma cara, los mismos ojos, la misma nariz ganchuda. Es evidente que los artistas babilónicos sabían reproducir las facciones del rey esforzándose por lograr el máximo parecido.

El mismo tema del Código de Hammurabi, del dios solar sentado dialogando con un monarca, reaparece en otros relieves babilónicos en los que se representan otras "sacras conversaciones" con otros príncipes. A veces éstos, de pie, le hacen una ofrenda ritual con un jarro o vaso de libaciones. Pero en ninguno de estos relieves los artistas consiguieron la perfección que convierte el Código de Hammurabi en una obra maestra.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

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