Punto al Arte: 01 Arte Islámico
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Arte islámico

El arte islámico está indisolublemente unido a la expansión del Imperio árabe o musulmán. Aunque· conviene realizar, de entrada, una breve matización respecto a estos dos últimos términos, pues es preciso no igualar árabe a musulmán. La religión islámica o musulmana se originó a raíz de la vida y obra de su profeta Mahoma, quien predicó durante el siglo VII en la península Arábiga. Se trata, por lo tanto, de una religión surgida en dicha península en el seno del pueblo árabe. Por eso, en un primer momento, sí que procedía asimilar musulmán a árabe, pero en la actualidad, cuando hay tantas zonas y pueblos en los que impera el islam -África negra y bereberes del norte del continente, amplios territorios de Asia, etc.-, no se pueden utilizar aleatoriamente ambos términos. De todas formas, sí que es posible emplear las expresiones Imperio árabe o Imperio islámico al hablar de la fabulosa y vasta potencia que desde Arabia se extendió por buena parte de Europa, África y Asia, pues fue la cultura de los árabes la que definió los rasgos esenciales del Imperio.

Mezquita de los Omeyas (Da-
masco). Ubicado en el patio
de la gran mezquita, de 122
metros, se yergue el pabellón
del tesoro revestido de mosai-
cos del siglo XIV.
No sería exagerado afirmar que la península Arábiga era, antes de la eclosión del islam, un verdadero desierto artístico, si es posible el juego de palabras, pues ni las numerosas tribus árabes ni los habitantes de las ciudades, como Medina o La Meca, incipientes urbes de comerciantes, sobre todo, parecían tener excesivas inquietudes estéticas. Por eso, apenas hay un puñado de restos de la arquitectura preislámica en la Península, y se puede afirmar que la revolución social y religiosa que impulsó el profeta Mahoma durante el siglo VII se tradujo también en una profunda transformación de los valores artísticos árabes. Y como se podrá comprobar, a medida que iban conformándose los cánones del arte islámico, éste se expandía al mismo ritmo que el imperio acumulaba victorias y ampliaba sus límites hacia Asia, África y Europa.

Kaaba (La Meca, Arabia Saudí). En el interior de la mezquita se encuentra la piedra negra considerada la casa de Dios, construida según la tradición musulmana por Abraham y su hijo Ismael. Los peregrinos deben bordearla siete veces antes de besarla bajo la funda negra bordada en oro que la recubre.
Pero esta expansión no implica únicamente que los árabes construyeran mezquitas e influyeran en el arte de cada uno de los territorios en los que tuvieron presencia. Imperio joven que no tenía detrás una sólida tradición artística a la que venerar y respetar como un dogma inamovible, los árabes, libres de lastres en este sentido, supieron dejarse influir por aquellos pueblos conquistados que, por otro lado, tenían mucho que ofrecerles en el ámbito artístico, pues habían conseguido desarrollar una evolución artística importante y prestigiosa. Por ello, cuando los musulmanes extendieron sus dominios hacia Oriente y cruzaron el Éufrates para llegar a Persia, el territorio que corresponde en la actualidad a Irán, aceptaron algunas de las características del arte sasánida, fuertemente influido por sus vecinos y enemigos bizantinos, y, sobre todo, quedaron seducidos por la fantasía decorativa oriental.

No hay que olvidar que el arte bizantino era heredero de las culturas romana y griega, las culturas más relevantes de la Antigüedad y que sus templos, esculturas y pinturas debían de ejercer un gran poder fascinador en un pueblo, el árabe, que pretendía convertirse en un gran imperio, lo que finalmente conseguiría.

Mezquita de Omar (Jerusalén). Erigida en el siglo VII bajo el mandato del noveno califa, Abd al-Malik, esta colosal construcción arquitectónica presenta muchas influencias del arte bizantino, siguiendo la estructura octogonal de otras plantas como la de Santa Sofía, en Constantinopla. El templo está coronado con la dorada Cúpula de la Roca, la cual se eleva hasta 30 metros sobre un tambor cilíndrico de cuatro pilares que separan tres arcadas entre sí.
A continuación, se verá, por tanto, el curso que siguió el Imperio islámico y su arte por el flanco oriental, que se prolongó hasta la India, territorio en el que las principales obras islámicas son deudoras del fervor constructivo de los sultanes mongoles musulmanes. Y en el otro extremo del Imperio islámico, a miles de kilómetros de distancia, en la península Ibérica, el al-Ándalus -primero un emirato, luego un califato independiente y en su ocaso un reino de Taifas- dejó algunas de las manifestaciones artísticas más bellas que se puedan encontrar en España.

Como se acaba de señalar, el Imperio musulmán se extendió, en sus mejores momentos, desde la península Ibérica hasta la India, quedando bajo su dominio culturas, pueblos y personas de lo más variado. Por ello, no se puede menos que maravillarse ante las coincidencias estéticas con las que el arte islámico se manifiesta en los diferentes enclaves del imperio. Lejos de presentar unas características plenamente uniformes, es evidente que sí que hay una pretensión de respetar ciertos cánones básicos en el arte islámico desde el al-Ándalus hasta la India musulmana. Ello responde a la influencia de la religión, que impregnó todos los ámbitos de la vida de los pueblos en los que tuvo presencia. De este modo, a pesar de la herencia cultural tan diferente de los pueblos de Persia y del norte de África, por ejemplo, es posible observar unos rasgos comunes en las manifestaciones artísticas de los pueblos del Imperio islámico, sobre todo, en la arquitectura de las mezquitas, donde, lógicamente, se hace más evidente la intensa influencia de la religión musulmana.

Roca de Abraham (mezquita de Omar, Jerusalén). Bajo la Cúpula de la Roca se conserva la piedra sobre la que se considera que Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac, según la versión hebrea, o a su primogénito Ismael, según el Islam. Los musulmanes también creen que la roca representa el punto desde el cual Mahoma ascendió al reino de los cielos de Alá, acompañado por el arcángel Gabriel.
Seguramente, este capítulo sobre la historia del arte islámico hubiera necesitado algunos apartados más si en la batalla de Poitiers hubieran vencido los árabes y no los francos. Quizá, se tendría que hablar del arte islámico en otros territorios más allá de los Pirineos si el ejército árabe hubiera vencido a principios del siglo VIII en la mencionada batalla a las tropas francas. En todo caso, es indudable que los árabes consiguieron forjar una civilización poderosa, en la que se cultivó una gran pasión por el arte y que, sin duda, es una de las más fascinantes de la historia.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

De Mahoma a la universalización del Islam

Mahoma rezando junto a Alí y Jadicha (Museo
del Palacio de Topkapi, Estambul). Esta minia-
tura otomana rehuye de la caracterización fa-
cial del profeta, al que se le representa en-
vuelto en una llama sagrada.

El Islam nació en Arabia, territorio que abarca desde la Siria meridional hasta las costas del mar Rojo, durante el siglo VII. La península Arábiga preislámica era un vasto territorio de una gran importancia comercial, en el que no había un poder centralizador, pues la población estaba fragmentada en tribus. Asimismo, no se puede fijar con exactitud el momento en que nació el Estado Islámico, aunque Mahoma (h. 570-632) tuvo tiempo de sentar las bases de la cultura arábigo-islámica.

Tras la muerte del Profeta, se produjo una breve crisis dinástica que se solucionaría con el período del califato ortodoxo. Asumieron el poder cuatro califas, sucesores del enviado, que fijaron la estructura social, cultural y religiosa del Islam. Posteriormente, Muhawiyya (661680) instauró la primera dinastía islámica, la omeya (661-750), que fue la que realmente organizó del Estado islámico. Los omeyas trasladaron la capital de Medina a Damasco y ampliaron las fronteras del Imperio. La importancia de las artes en este período permite referirse al arte omeya como el período de formación del arte islámico.

Pero los Omeyas no pudieron hacer frente al empuje abasí, dinastía que llegó al poder en el año 750.

Con el califato abasí se estableció la nueva capital en Bagdad, ciudad fundada por el califa al-Mansur (754-775) en el 762.

Y ya a comienzos del siglo IX, el Imperio abasí era la mayor potencia política y económica del momento.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La expansión de un imperio y su arte

El Islam es más que una fe, es más que una religión que proporciona unas doctrinas y unos rituales de culto. El Islam es una interpretación peculiar del universo y de la vida humana. A la vista de la forma de concebir la religión, por regla general, en el mundo islámico y en el mundo occidental es posible afirmar que las filosofías y las religiones del Extremo Oriente están más cercanas a la mentalidad occidental que el islamismo. Y ello a pesar de que los territorios en los que nació la religión musulmana están mucho más próximos, geográficamente hablando, que los lejanos países de China y Japón, por ejemplo. Será más fácil a un misionero del Islam convertir a un cristiano, que a un predicador cristiano hacer apostatar a un mahometano de su intransigente, a los ojos de muchos occidentales, forma de monoteísmo. Actualmente, la religión musulmana, una de las tres grandes doctrinas monoteístas del presente, a saber, el Islam, el judaísmo y el cristianismo, se ha expandido a buena parte del mundo y millones de fieles la profesan. De este modo, la fe islámica, salida de la península Arábiga, ha arraigado sobre todo en muchos países de Asia y África, donde cientos de millones de fieles profesan las diferentes formas de islamismo, y también en Europa y Estados Unidos merced a los numerosos inmigrantes provenientes de países islámicos que han empezado una nueva vida en las sociedades occidentales.

Sala de oraciones (mezquita de los Omeyas, Damasco). Vista interior de la mezquita en la que se puede apreciar la amplitud del espacio destinado a los rezos de los fieles, así como el eclecticismo de sus elementos ornamentales y arquitectónicos como, por ejemplo, el empleo de capiteles corintios y el uso de mosaicos y mármoles propios del arte bizantino.
En sus orígenes, en el siglo VII, como se ha mencionado anteriormente, el Islam aceptó y acentuó todo lo que se denomina oriental, poniendo gran énfasis en muchos conceptos que las mentalidades clásicas se resisten a autorizar. Si algo parece lógico y razonable en el islamismo es lo que se le infiltró de la ciencia griega. En cambio, el Occidente europeo ha aprovechado poquísimo, por no decir nada, de lo que es genuinamente musulmán, y este distanciamiento se observa en las manifestaciones artísticas.

Mahoma, al predicar el Corán en Arabia, donde el único arte era la poesía lírica cantada, apenas menciona otras disciplinas artísticas, y cuando lo hace es para desdeñarlas sin demasiados miramientos. Llama la atención, por su poderosa austeridad, que la Kaaba, en la Meca, que continúa siendo hoy en día el lugar más santo del islamismo desde su predicación, es un edificio sin decoración ni ventanas. Si en el arte europeo es posible observar una evolución hacia formas cada vez más esplendorosas en los edificios y obras de arte religiosos, se podría hacer un paralelismo entre esta primigenia construcción musulmana y los originales templos paleocristianos, aunque es sencillo, por otro lado, observar que la intención decorativa es mucho mayor en estos últimos. Así, la Kaaba aparece cubierta con un sencillísimo tejado de troncos de palmera, que parece muy lejano todavía a las más trabajadas y decoradas edificaciones religiosas que llevarán a cabo los musulmanes a lo largo del tiempo y que, como se tendrá ocasión de comprobar, se caracterizarán, en muchas ocasiones, por mostrar un rico esplendor. A su alrededor, en la explanada que no cuesta imaginar dominada por un ajetreado gentío que acudía a las ferias y reuniones tribales, muy habituales en una ciudad eminentemente comercial como era La Meca de aquellos tiempos, había varios ídolos de piedra, con forma humana apenas desbastada. No queda nada de estas representaciones de las que se tienen noticias de forma indirecta pues, según cuenta la leyenda, el Profeta las destruyó milagrosamente un día sin bajar del camello, con sólo señalarlas con el bastón.

Mezquita de los Omeyas (Damasco). Vista del ala norte del patio en la que se puede apreciar el alminar o minarete cuadrado, inspirado en las torres religiosas sirias. El edificio ha sufrido innumerables restauraciones a lo largo de toda la historia, pero conserva buena parte del mosaico original que decora paredes y arquerías. El patio, destinado originariamente a la práctica del rezo al aire libre, está rodeado de soportales que proporcionan sombra a los fieles.
Muy difícil se hace referirse extensamente un arte preislámico pues en los alrededores de La Meca no hay ruinas que correspondan a épocas anteriores a la predicación de Mahoma, a diferencia de otros puntos del mundo, donde los vestigios se remontan miles de años en la historia. De este modo, los únicos objetos que podrían calificarse de artísticos son algunas estelas funerarias con relieves carentes de belleza, demasiado sencillos como para otorgarles excesiva importancia si no fuera por el protagonismo que adquieren al ser, precisamente, los solitarios representantes del arte preislámico. Por tanto, se puede afirmar que prácticamente la historia del arte del pueblo árabe empieza, para los occidentales, en la época de Mahoma. De todos modos, algunas investigaciones han puesto de manifiesto que es posible que algo de la pacotilla helenística de Siria y Egipto se importara en Arabia. A lo mejor futuras excavaciones descubran más capítulos del arte preislámico que quizás actualmente permanezcan aguardando bajo metros y metros de arena en el desierto. De momento, y a la vista de los hallazgos realizados hasta hoy, los jinetes del desierto no parecen haber tenido gran avidez de lujo; su tienda, su caballo, su amada, son los motivos predilectos, casi exclusivos, de las poesías árabes anteriores a la predicación del Corán, que se recitaban en las fiestas tribales.

Ksar-Amra (Jordania). Este alcázar-palacio, construido en mitad del desierto, ofrecía cobijo y baño a la corte de Al-Walid y sus huéspedes.
Tampoco encontró Mahoma arte autóctono ni importado en Medina, adonde emigró el año de la Hégira que corresponde al 622 de la era cristiana. Medina estaba más al norte, más cercana a la Siria helenística y bizantina, saturada de arte, por lo que todavía es más sorprendente la ausencia de restos artísticos que hayan llegado hasta la actualidad. La explicación reside en el hecho de que, a pesar de esa proximidad a los prolíficos territorios artísticos bizantinos, sus habitantes vivían como puros árabes, sin necesidad de cosas bellas. Medina es actualmente la segunda ciudad santa del islamismo, ya que en ella vivió y murió el profeta, y, según la interpretación más rigurosa de esta doctrina, su visita está prohibida para todos aquellos que no profesen la religión de Alá. Antes de la llegada del profeta, la ciudad se denominaba Yatrib, aunque tras la estancia de Mahoma pasó a llamarse Madlnat-al-Nahi, o, lo que es lo mismo, Ciudad del Profeta.

Murallas (El Cairo). Al fondo se recorta la mezquita del sultán Hassán, erigida sobre enormes bloques de mármol y puertas de bronce recubiertas de oro y plata.
En su origen, la mezquita del Profeta en Medina constaba de un solo patio con un escabel sobre una tarima, desde el cual el Profeta predicaba todos los viernes. Aunque pronto se optó por enriquecer la construcción y se construyeron soportales de palmera alrededor del patio, y en uno de los lados se multiplicaron las crujías hasta formar una sala con muchas filas de columnas que protegía del calor, pero abierta enteramente hacia el patio. Este tipo de "lugar para la oración", como se llamaba a las mezquitas primitivas, se reprodujo en las tierras que el Islam fue conquistando. Las primeras mezquitas de al-Kufa y al-Basrah (Basara), en el desierto mesopotámico, eran aún, a imitación de esa antigua mezquita de Medina, simples patios donde se congregaban los creyentes para la oración. El patio es indispensable aun en mezquitas como las de Kairuán y Córdoba, algo posteriores y donde no parece tener más excusa que la de preparar el espíritu con un lugar reposado y facilitar las abluciones en el aljibe central.

Mezquita de Amru (El Cairo). La mezquita más antigua de la ciudad fue construida enteramente de ladrillo. La amplitud del espacio produce una visión majestuosa del interior del edificio.
La mezquita de Medina, importante asimismo porque alberga las tumbas de Mahoma, Fátima, Abu Bakú y Omar, fue edificada a los pocos años de la llegada del profeta, en el año 706, sobre la misma vivienda de Mahoma. Un importante incendio destruyó buena parte de la construcción a mediados del siglo XIII aunque inmediatamente procedió a reconstruirse reproduciendo fielmente el edificio original. En la actualidad, la mezquita presenta sustanciales modificaciones, producto, por un lado, de las influencias occidentales y, también, de las relevantes reformas llevadas a cabo por el sultán turco Abdulmecit I a mediados del siglo XIX.

Mezquita de Ibn-Tulun (El Cairo). De marcada influencia mesopotámica, esta mezquita es la primera en la que aparece una gran escala de arco apuntado. Aunque buena parte ha sido reconstruida, el patio mantiene la configuración primitiva.
Una de las primeras mezquitas, única en el mundo por otros conceptos, tiene la forma de un templo octogonal. Es la llamada mezquita de Omar, construida en la plataforma del templo de Jerusalén, sobre la roca donde la tradición suponía que Abraham intentó el sacrificio de Isaac, de donde deriva su otro nombre de Qubbat as-Sakhra, o "Cúpula de la Roca". Fue iniciada el año 643. Como quiera que durante el primer siglo de la Hégira los árabes no poseían todavía gusto por las obras de arte ni artistas capacitados, como ya se ha señalado un poco antes, se ha de admitir que la llamada mezquita de Omar, en Jerusalén, fue construida por sirios o bizantinos, pues de otra forma es muy difícil encontrar una justificación a las evidentes influencias bizantinas que acredita. Estos no podían dar al edificio un carácter decididamente mahometano, como es lógico, por lo que resultan apreciables diversas influencias del arte de sus pueblos. Al exterior, está decorada con placas de mosaicos preciosos enviados de Constantinopla, y la cúpula está recubierta también de mosaicos con dibujos vegetales sin ningún símbolo o alusión al lugar y al destino del edificio. Se trata, por tanto, de una construcción que ya se desmarca, desde el punto de vista de la intención decorativa, de los primeros edificios religiosos islámicos.

Sala de oraciones (mezquita de Al-Azhar, El Cairo). Originariamente, la sala estaba cubierta por un techo de madera que se sostenía sobre cinco intercolumnios paralelos. En el centro se encontraba la nave basilical que llevaba al mihrab.
Mientras en su primera conquista, Jerusalén, los árabes respetaron los venerables santuarios del Santo Sepulcro y la Ascensión, en Damasco ya aprovecharon como mezquita una gran iglesia dedicada a San Juan Bautista, acaso de la época de Teodosio. Este hecho, construir mezquitas sobre antiguas edificaciones religiosas de los pueblos que irían conquistando, se convertiría en algo habitual por parte de los musulmanes. La citada iglesia de Damasco tenía forma de basílica, con tres naves divididas por columnas, y aprovechaba los muros de un ágora antigua. De este modo, fue relativamente fácil para los arquitectos árabes, a partir del año 707, transformar aquel edificio en una mezquita de tres naves, reservando un patio en la fachada lateral. En las arcadas de este claustro o patio, artistas también sirios o bizantinos labraron una decoración de mosaicos con representaciones de jardines fantásticos que contrastan con la tradicional austeridad árabe. Así, estas ricas decoraciones no manifiestan ninguna característica árabe si no es por la ausencia de representaciones figuradas. Por tanto, los mosaicos de la mezquita de los Omeyas de Damasco, como los de la llamada mezquita de Omar, en Jerusalén, no son árabes o islámicos más que por el lugar en que están. Como ya se ha señalado, presentan, por su estilo y técnica, muchos más rasgos bizantinos.  

Mezquita de Hassán (El Cairo). El interés por embellecer la ciudad con monumentalidades insuperables en el mundo islámico llevó al sultán Hassán a sufragar los gastos de esta madrasa, cuya construcción duró tan sólo siete años. Con una planta de 130 x 68 metros estaba llamada a ser la mezquita más grande de su época y su función iba a ser la de albergar un seminario coránico.
Pero al extenderse las conquistas del Islam hacia Mesopotamia y Egipto, los árabes entraron en relación con gentes y escuelas artísticas más orientales que congeniaban más con su espíritu que las de Constantinopla y aun de Siria, tan fuertemente helenizada, como ya se sabe. El Éufrates era la frontera de Persia, y al atravesarla, los árabes se encontraron con una civilización que había heredado todas las experiencias artísticas de Oriente. Las dinastías partas y sasánidas habían coincidido en establecer en las llanuras de Mesopotamia reyezuelos feudatarios fronterizos que montaban la guardia de los pasos del Éufrates a cambio de un máximo de autonomía. Eran más bien concesiones de contrabando y de pillaje que lugares de policía y aduana, pero también suponían un acuerdo de lo más práctico porque de este modo las citadas dinastías se garantizaban el control de esas fronteras sin tener que dedicar, por ello, grandes efectivos militares que suponían dinero y quizá desguarnecer otros flancos igualmente importantes para la estabilidad de sus territorios.

Mezquita de Hassán (El Cairo). Desde su interior se exhorta a los fieles con cánticos, cuyo eco reverbera en las paredes de este descomunal edificio religioso que, según cuenta la leyenda, fue construido en la Edad Media con los bloques de recubrimiento de la Gran Pirámide de El Cairo.
Cada uno de estos gobernadores de frontera tenía una corte y una guardia personal en un castillo-fortaleza con muchas dependencias dentro de un recinto de muralla, a menudo construido sobre la colina artificial o tell de una antigua ciudad mesopotámica, como ya se ha explicado en el arte mesopotámico. Desde allí el príncipe parto o sasánida vigilaba los castros militares bizantinos y visitaba sus guarniciones en los largos períodos de paz o, mejor dicho, de armisticio entre el emperador de Constantinopla y el gran monarca parto o sasánida.

⇦ Gran mezquita (Sfax, Túnez). Este templo del siglo IX destaca del resto de edificios por un minarete formado por tres torres escalonadas y por su variada ornamentación interior



En aquellas cortes fronterizas se había ido creando un estilo artístico que no tenía de clásico, helenístico o bizantino más que cierto sentido de regularización y simetría, pero que, en cambio, aceptaba todos los productos de la fantasía oriental, asociándolos con gusto exquisito. Los elementos vegetales o zoomórficos están esquematizados de tal suerte, que a veces es difícil reconocerlos. La explicación a esta clara tendencia a la sencillez acaso resida en el fuerte contraste de sol y sombra del desierto, que no permitiría distinguir los matices en el claroscuro ni los trazos secundarios en los perfiles.


Dos monumentos árabes mesopotámicos de los primeros tiempos de la conquista muestran claramente la vacilación entre el estilo aún helenístico y bizantino de un lado del Éufrates y el ya saturado de este genio oriental que ha sido reconocido como predominante en la decoración de los castillos persas sasánidas. Uno es el alcázar-palacio de Ksar-Amra, construido por Al-Walid entre los años 712 y 715. La fecha se ha podido determinar con tal precisión porque en uno de los frescos que decoran las bóvedas está el rey Rodrigo de Toledo entre los vencidos por el Islam.
Gran mezquita de Túnez. En esta vista aérea se puede apreciar la altura del alminar de la mezquita y la trabajada arcada del amplio patio descubierto. La mezquita presenta un aspecto exterior sobrio, mientras que el interior está decorado con una rica diversidad de filigranas y artesonados de piedra, estuco, mármol y azulejo.
Este alcázar-palacio de Ksar-Amra es sólo un descansadero o pabellón de caza real en el desierto, por lo que poca información puede proporcionar. En cambio, M'schatta debía de ser residencia con corte y guarnición permanente, tal y como lo demuestra su estructura y su rica ornamentación, en la que destaca el fantástico friso, que, casi milagrosamente, se ha conservado hasta el presente. Aunque esta fortaleza quedó sin terminar, fue proyectada para mansión en el desierto de uno de los príncipes omeyas de Damasco, probablemente desterrado o retirado allí para vivir con el esplendor de un magnate la vida real del árabe nómada de los días preislámicos. Desde que el castillo de M'schatta fue descubierto y su magnífico friso trasladado al Museo de Berlín, la edad del monumento ha venido siendo objeto de vivas discusiones que sólo en los últimos tiempos parecen haber llegado a conclusiones más o menos definitivas. De este modo, actualmente no queda ninguna duda de que es islámico, porque se ha identificado una cámara como la mezquita, del siglo n de la Hégira (es decir, fines del siglo Vlli d. C.).

Mezquita de Kairuán (Túnez). Paralelas a las dos cúpulas que proyecta la mezquita se erige al otro lado del patio el alminar. La mezquita fue construida para atraer a los fieles a una de las principales ciudades santas del Islam, aunque sería remodelada en el siglo IX por Zidatat Allah.
Casi simultáneamente que Siria y Mesopotarnia, los árabes conquistaron Egipto, y para establecer sólidamente su dominación, fundaron una ciudad militar en al-Fustat, cerca del sitio donde después se asentaría El Cairo. Junto al río Nilo, no muy lejos de la capital bizantina, que era Alejandría, El Cairo es aún hoy la ciudad musulmana por excelencia; es la capital de la civilización árabe, el centro de la ciencia islámica. Supera su prestigio cultural al de Medina y Damasco, que, en otro tiempo, fueron las metrópolis del saber musulmán.

Al establecer los árabes en Egipto una ciudad militar, no sólo la rodearon de murallas y la protegieron con una tremenda fortaleza, sino que edificaron en seguida la mezquita, para que aquel centro de resistencia islámica fuera inexpugnable tanto por el prestigio militar como por la devoción. Se observan, de nuevo, como ya se ha señalado y como se continuará viendo, como la religión fue un factor decisivo para la expansión y consolidación de un imperio tan vasto como lo fue el Imperio islámico.   

⇨ Gran Mezquita de Córdoba. Puerta de la calle Magistral González Francés, que presenta el mismo tipo de estructura y decoración que las demás. Después de conquistar Egipto en el siglo VII, los ejércitos islámicos continuaron sus campañas hacia el oeste y tras abrirse camino por el norte de África, llegaron a España en el año 711. 


Por tanto, la ciudad de El Cairo supone para los historiadores del arte islámico, un auténtico regalo que permite que la aproximación, como no lo hace ninguna otra ciudad en el mundo, a la evolución artística de los árabes. La más antigua mezquita de El Cairo es la llamada de Amru, y se supone edificada por el mismísimo conquistador el año 642. Es todavía una mezquita como la de Medina, reducida a una sala con varias filas de columnas, que en la mezquita de Amru fueron ya de ladrillo. En fin, una construcción todavía muy sencilla, como era habitual en las primeras edificaciones que levantaron los aún inexpertos constructores árabes.


⇨ Alminar (mezquita de la Kutubiyya, Marruecos). La parquedad de su decoración es típica de la época de austeridad del arte almorávide del siglo XII. El minarete destaca por el empleo de ladrillo y la composición de arcos de herradura apuntados y polilobulados.  


A ésta sigue en orden de antigüedad la mezquita de Ibn-Tulun, puesto que su construcción data del 878. También tiene esta mezquita un patio rectangular con sus correspondientes pórticos; el del lado del mihrab posee cinco hileras de columnas que sostienen arcos apuntados cubiertos con relieves de estuco. Las filas de columnas corresponden a la casi necesidad litúrgica de orar los musulmanes alineados. Las crujías o naves de la mezquita van aumentando y aislándose gradualmente del patio, con una fachada en la que se han abierto numerosas puertas. De estas características es ya la mezquita de Al-Azhar, en El Cairo, iniciada en 971 y restaurada más tarde en diversas ocasiones. El año 974 se fundó en ella la que es la más antigua universidad del mundo, centro actual de la civilización coránica.

Arquerías de Almanzor (mezquita de Córdoba). Está compuesto por once naves erigidas sobre arcos de herradura inspirados en el arte visigótico, romano y bizantino, lo que se evidencia por el eclecticismo de la decoración, el uso de ladrillo rojo, y la superposición de arcos de sillería blanca sobre pilares de capiteles corintios.
El Cairo tiene todavía varias escuelas o madrasas en plena actividad intelectual. Suelen ser paredañas a una mezquita y cobijan también la tumba del fundador. Dado que la ciencia islámica está basada en la interpretación del Corán y del Hadith, o sea la tradición de los dichos memorables de los compañeros del Profeta, las madrasas son más bien lugares de meditación y concentración que de estudio. Las de El Cairo tienen un pequeño patio cuadrado con una fuente que mana o gotea un mínimo caudal y un gran arco como alcoba en el fondo, donde se sientan los colegiales para recordar los párrafos del Corán o del Hadith.            

Palacio Medina Azahara (Córdoba). Con el fin del califato del siglo X, los trabajos de construcción del edificio oficial del gobernante quedaron definitivamente suspendidos, mientras que la ciudad fue extendiéndose progresivamente por la atracción industrial y cultural de la zona, conservándose todavía algunas ruinas de casas sencillas, cuarteles militares, jardines, mercados y talleres artesanales.
Las madrasas tienen paredes altas que las aíslan del tumulto exterior; en aquellos patios o claraboyas interiores, adonde la luz llega oblicua y apagada, el estudiante puede canturrear las suras del Corán sin distraerse durante los años que permanece allí encerrado. En algunas madrasas hay alcobas para los cuatro sistemas de interpretación del Corán y del Hadith. Así, la madrasa de Hassán, en El Cairo, acoge en tolerante vecindad los cuatro ritos musulmanes, que se distinguen, como es sabido, por la mayor o menor libertad de interpretación simbólica que se concede al comentar el texto del Corán. Esta madrasa, que es simultáneamente tumba del Sultán Hassán y mezquita, alberga a los estudiantes en pequeñas habitaciones superpuestas en los cuatro ángulos del edificio. Pero hay algunas madrasas en las que tan sólo se acepta uno de los ritos y tienen una sola alcoba en el patio.

Por otra parte, sorprende encontrar en El Cairo tumbas de sultanes con una monumentalidad que es impropia de los jefes de un Estado musulmán, que suelen aportar la austeridad que predica la religión islámica. Ni los restos mortales de Mahoma ni de ninguno de sus inmediatos sucesores recibieron el honor de una tumba fastuosa como las que podemos observar en El Cairo. Mahoma está todavía enterrado en el pobre suelo del camaranchón de la mezquita de Medina, donde murió. Es decir, se trata de una tumba que, como poco, debe calificarse de sencilla, pues, por otra parte, la sencillez y la renuncia a las glorias terrenales es uno de los pilares del islamismo. Sin duda alguna, el profeta se indignaría si viera los mausoleos de los sultanes mamelucos (dinastía que reinó de 1250 a 1516) existentes junto a El Cairo. Son pequeños pabellones de piedra de planta cuadrada, con cúpula decorada con relieves y levantada sobre un tambor octogonal. La del sultán Hassán, del siglo XIV, que es simultáneamente madrasa y mezquita, está coronada por una gran cúpula y un alto alminar o minarete.

Alminar (mezquita de Hassán, Rabat). De estilo almohade, el minarete de Rabat fue levantado en el siglo XII cuando la ciudad disfrutaba de ser la segunda capital más importante del reino.
Después de Egipto, la invasión musulmana se dirigió hacia el norte de África, a Cirenaica, Túnez y Argelia. Quedan allí aún antiguas mezquitas, como las de Sfax y Túnez, que deben de ser del siglo VIII; pero la más importante es la de Sidi-Okba, en Kairuán. Fundada por el santo Okba ben Nafí el año 670, fue restaurada más tarde y no adquirió su aspecto actual hasta principios del siglo IX, cuando se llevaron a cabo una serie de importantes reformas. De nuevo un patio con pórticos precede al santuario y, en este caso, destaca que el patio es de inmensas dimensiones. Por otra parte, el santuario tiene una nave central más ancha, que es la que da al mihrab, con cúpulas en sus extremos; las demás naves paralelas, de columnas y capiteles antiguos, sostienen una simple estructura de arcos trabados con tirantes y cubierta de madera. El alminar, de pesada silueta casi cúbica, está situado al otro lado del patio, en línea recta con el eje determinado por las dos cúpulas.

En la mezquita de Kairuán, el mihrab está revestido de cerámicas y plafones de madera, que consta fueron importados de Bagdad y pueden considerarse entre las obras más admirables de la decoración árabe. Por otra parte, las dos columnas de pórfido rojo con manchas amarillas que encuadran el mihrab de esta mezquita fueron traídas de Cartago y no tienen igual en el mundo.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El arte islámico del norte de África

Mausoleo de ldris II (Fez, Marruecos). Este espacio sagrado es
uno de los monumentos religiosos más visitados del país, si-
tuado en pleno corazón de la medina.

Con la dinastía omeya llega uno de los períodos de mayores conquistas del Imperio musulmán y, entre ellas, destaca la sumisión del norte de África, territorio en el que rápidamente se comienzan a erigir construcciones islámicas. Expresar el poder ha sido siempre uno de los objetivos prioritarios de la arquitectura de los imperios, y este anhelo en el Islam se hace evidente en la profusión de mezquitas y edificaciones militares que aparecen en los actuales territorios de Marruecos y Túnez durante el mando de los Omeyas.

Más adelante, mientras se produce la decadencia del califato abasí surgen en Marruecos varios poderes locales, como los idrisíes (788-974), dinastía fundada por ldris I, mientras que en Túnez asumen el gobierno los aglabíes, quienes fijan su capital en Kairuán, ciudad que se convierte muy pronto en uno de los núcleos comerciales más importantes del mundo islámico. A su alrededor, los aglabíes construyen ciudades residenciales y administrativas, quizás para proteger la principal metrópolis del momento. La arquitectura aglábida se caracteriza por la persistencia de elementos abasíes, muy visibles en las plantas, en los materiales constructivos y en la decoración.

La Gran Mezquita de Kairuán, levantada hacia el año 836, consiste en un amplio espacio rectangular dividido por hileras de columnas, que sirvió de modelo a numerosas construcciones posteriores, como la mezquita de Sfax.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

Los árabes en España

En las comarcas de Oriente ocupadas por los árabes éstos aprendieron mucho de los estilos de arquitectura y decoración tradicionales de aquellas regiones. Lo mismo debió de suceder en España. En los primeros edificios construidos por los árabes en la península Ibérica, no sólo se aprovecharon de los materiales, sino también de las enseñanzas de los constructores visigodos, que habían dejado un buen número de edificaciones repartidas por todo el territorio peninsular.

Murallas del Alcázar (Sevilla). Los almohades levantaron fuertes fortificaciones en varias ciudades de la Península. Por su importancia estratégica, Sevilla se convirtió en una de las urbes más reforzadas del imperio. 
Es seguro que el arco de herradura, tan característico de los monumentos árabes de las tierras mediterráneas, lo encontraron ya los musulmanes en España en los edificios de la época visigoda que se conservaban intactos. Porque, si bien en los primeros monumentos árabes de Egipto predomina ya el arco peraltado y hasta hay algunos ejemplos de arco de herradura, éste es apuntado, mientras que en España, donde los árabes lo emplearon con preferencia, el arco de herradura es circular.

De este modo, la mezquita de Córdoba es, sin lugar a dudas, la obra capital del estilo árabe español de los primeros siglos después de la invasión. Está llena de gran cantidad de relieves, frisos y capiteles de viejos edificios visigodos, que los conquistadores desmontaron seguramente para construir "la casa de oración" de la capital del califato. Por otro lado, la importancia de esta imponente construcción que es la mezquita de Córdoba no reside únicamente en el hecho de que se trata de una de las grandes construcciones del Imperio islámico. Vale la pena señalar que la mezquita tuvo gran influencia en las construcciones que llevaron a cabo los musulmanes en otros territorios de su gran imperio. Así, la forma del arco que pasa del medio punto, rasgo tan característico de esta edificación, se extendió después al norte de África, que dependía de los califas de Córdoba, y ha continuado usándose en las construcciones modernas de Marruecos, Túnez y Argelia.


⇦ Real Alcázar de Sevilla. El Salón de Embajadores es la parte más importante de este edificio, construido en 1362 por Pedro el Cruel, obra maestra del arte mudéjar que ha sufrido innumerables incendios y restauraciones. El recinto también es conocido como el Salón de la Media Naranja por la cúpula que lo cubre.


   En los primeros años de la ocupación musulmana consta que los árabes aprovecharon, como ya se ha señalado, los monumentos visigodos existentes en el país, pero no sólo lo hicieron para los servicios de administración, sino que también los emplearon para el culto; en algunos lugares la vieja catedral fue transformada en mezquita, en otros se reservó una mitad para los cristianos. Esto ocurrió en Córdoba, ciudad ya importante en la época goda, pero al establecerse allí el califato omeya, que trataba de competir con el califato abasí de Bagdad, los califas tuvieron empeño en que la mezquita de su capital no sólo no desmereciera de las más famosas de Oriente, sino que continuara la tradición que había iniciado la mezquita de Damasco, capital que tuvieron que abandonar en 750, cuando tomaron el poder en ella sus enemigos los abasíes.

Murallas de la Alcazaba (Mérida). El perímetro de la alcazaba es de 550 metros, flanqueado por muros de 2.70 metros de grosor y 10 de altura. Sustentadas aprovechando el dique de contención romano original, entre las murallas se intercalan hasta veinticinco torres de base cuadrangular que sirven de contrafuertes. 
Cuando Córdoba capituló ante el empuje musulmán se reservó a los cristianos una parte de la catedral dedicada a San Vicente. De todos modos, aquella servidumbre no fue compatible con los proyectos de Abd al-Rahman I (que reinó de 756 a 788) de agrandar la mezquita, y se indemnizó a los cristianos para que cedieran completamente sus derechos a los musulmanes. No se sabe lo que se ha conservado de los muros y columnas de la antigua basílica de San Vicente; en su plan primitivo, la mezquita de Córdoba tenía sólo once naves, de las cuales la central, dispuesta hacia el mihrab, era más ancha, como era el caso de la mezquita de Kairuán. Esta estructura es visible aún hoy en la parte más antigua, construida a partir del año 785 por Abd al-Rahman I. Por su parte, Hixem I, durante su gobierno, llevó a cabo una importante serie de ampliaciones que enriquecieron enormemente el edificio. De este modo, el citado gobernante añadió otras naves laterales, construyó el actual alminar y decoró el patio con una magnífica pila de abluciones. Según dicen los historiadores árabes, Hixem II añadió once naves más o filas de columnas, y cuando en tiempo de Almanzor, a fines del siglo X, por causa de la inmigración bereber, faltó espacio en la mezquita, se le añadieron otras hileras de columnas.


⇦ Torre del Oro (Sevilla). Construida en el siglo XIII, esta torre albarrana formaba parte originariamente de las antiguas murallas que protegían hasta 300 hectáreas del total de la ciudad. Cada una de las 166 torres servía de puesto de vigilancia contra los ataques de los cristianos durante la era almohade. Esta torre, actualmente desligada de las murallas, debe su nombre a su decoración de azulejos de loza dorada y se compone de dos cuerpos más un añadido final de una rehabilitación en 1760.


Esta multiplicación de las naves complicaba con un nuevo problema de visualidad el de la cubierta de la mezquita. Cuando las mezquitas tenían sólo un pórtico del lado del mihrab, o a lo más una serie de tres o cinco naves de columnas, estas naves quedaban suficientemente iluminadas. Pero esto cambiaba radicalmente cuando las naves se multiplicaron como ocurrió, por ejemplo, en la mezquita de Córdoba. De este modo, la vasta extensión de las galerías obligaba a levantar el techo, porque de otro modo era imposible evitar el efecto de que la mezquita se convirtiera en una construcción oscura y baja.

Por otra parte, los arquitectos árabes de la mezquita de Córdoba, que aprovecharon bastantes columnas y capiteles de los edificios antiguos se encontraron con otro problema, pues no podían reunir igual número de fustes gigantescos con que elevar los techos a la altura deseada. Así que, para resolver esta dificultad, adoptaron el mismo sistema que habían empleado los romanos en el acueducto de Mérida: el de la superposición de las arcadas. Encima de las primeras columnas levantaron una nueva hilera con otros arcos de herradura, formando un segundo y hasta a veces, cuando se hacía necesario, un tercer orden de arcos. De este modo, en Córdoba se cerró de bóveda el tramo que forma el vestíbulo delante del mihrab. Está, además, decorada con mosaicos que envió el emperador de Constantinopla, amigo y aliado del califa omeya de Córdoba. Tampoco le faltaban importantes amigos a los soberanos de Bagdad, pues mientras los califas cordobeses gozaban del favor del máximo representante del Imperio bizantino, Carlomagno y los emperadores carolingios establecieron alianzas con los califas abasíes de Bagdad. Por otra parte, la llamada Macsura de Córdoba, una especie de antesala del santuario que acredita una riquísima decoración, está cerrada con arcos lobulares entrecruzados.

Alhambra (Granada). Este palacio medieval albergaba durante el mandato musulmán una ciudad entera de 740 por 220 metros. Literalmente, su nombre significa "Castillo rojo", aunque en un principio sólo iba a servir como residencia del gobernante. 
Hacia el año 1171 se inició la construcción de la mezquita de Sevilla, en el mismo lugar que ocupa hoy la catedral gótica. Por desgracia toda la obra árabe ha desaparecido; aunque se conserva su famoso alminar, único y espléndido vestigio de la primigenia edificación árabe. Este alminar no es otro que el llamado la Giralda, levantado por el almohade Abu Yakub Yusuf en 1195, pocos años después de que comenzaran las obras de la mezquita. La Girada es el monumento local más estimado de los sevillanos y sirve hoy de campanario de la catedral. Tiene la silueta de una torre cúbica, con un cuerpo superior más pequeño en su plataforma. Esta es la solución típica de los alminares de la escuela hispanomarroquí: los alminares de las mezquitas de Rabat, Marrakech y Orán tienen la misma forma. Según informa la Crónica General de Alfonso el Sabio, la Giralda tuvo otra torre de ocho brazas y a la cima cuatro manzanas redondas, obra, estas últimas, de un siciliano. De todos modos, después de tantas transformaciones, resulta imposible conocer el verdadero aspecto puramente musulmán de su remate porque fue destruido por un terremoto en 1355 y reconstruido en estilo renacentista, en 1560, por Hernán Ruiz.

El alminar o minarete no cobra importancia únicamente por su valor artístico, pues es, además, un elemento esencial de la mezquita ya que sirve para recordar a los fieles las horas de oración. La salmodia o exhortación que hace desde lo alto el almuédano sustituye el repicar de las campanas y es todo un espectáculo en las ciudades en que se puede presenciar esta antigua tradición. Los alminares omeyas más antiguos, como los de la mezquita de Damasco, son de planta cuadrada con pisos superpuestos; su forma parece derivar de las pirámides escalonadas de Asiria y Caldea. No hay duda de que los árabes, al ocupar el valle del Éufrates, debieron de sentirse impresionados por las torres que se destacan sobre las ruinas de las antiguas ciudades caldeas. Algunos creen que los alminares conservan algo de la superposición de pisos de los zigurats caldeos, y así podría decírseles a los sevillanos que su famosa torre sería copia o imitación de otra más an tigua y más famosa: la torre de Babel, con sus pisos superpuestos escalonados.


⇦ Cuarto de Comares (Aihambra, Granada). Llamado también "Cuarto Dorado" por sus brillantes azulejos y su suntuosa policromía, su fachada se sustenta sobre dos puertas adinteladas decoradas de yesería. Situado junto al patio de los Arrayanes, llama poderosamente la atención el hecho de que en el palacio no se entraba por una gran puerta monumental, como en el caso de la arquitectura occidental, sino por una lateral relativamente discreta y modesta.


Pero hay arqueólogos que insisten en que el alminar musulmán empezó a emplearse en Egipto y reproduce la torre escalonada del Faro de Alejandría, con sólo tres pisos. Los alminares citados de Marrakech (en la mezquita de la Kutubiyya) y de Rabat (en la mezquita de Hassán), ambos del siglo XII y hermanos de la Giralda, tienen sus muros decorados al estilo almohade con arcos ciegos, lacerías y relieves geométricos que recuerdan la decoración que por la misma época realizaban los selyúcidas en sus edificios de Asia Menor. 

Sala de las Camas (Alhambra, Granada). Esta estancia de la Casa Real Vieja es la que da acceso al Baño Real. Se utilizaba como cuarto de reposo donde el monarca y sus concubinas descansaban después del baño. Una tenue luz proveniente del piso superior confiere a la sala una iluminación muy sugerente que vestía con sus rayos y los dibujos del techo el cuerpo desnudo de las mujeres. 
La obra capital de la arquitectura civil de los árabes, como en todos los pueblos orientales, fue la residencia del príncipe; y como antes de la predicación de Mahoma y de sus primeras conquistas no tenían en esto precedentes de ningún género, debido a su vida trashumante, tuvieron que aprender de las naciones que iban conquistando. Por ello, es lógico que las construcciones abovedadas de los palacios de Persia se prestaran para ser imitadas por los artistas musulmanes, deseosos de encontrar referencias para las nuevas edificaciones que debían levantar para sus gobernantes. Y, como no podía ser de otra manera, quedaron fascinados por los palacios de Persia, que estaban en medio de deliciosos jardines con grandes estanques, bordeados de mirtos y rosales y regados por ingeniosos juegos de agua, y con luga¬res retirados llenos de plantas raras de entre las cuales surgían los elegantes quioscos de mármol.


⇦ Patio de los Leones (Aihambra, Granada). El patio destaca por su recargamiento decorativo, la cota máxima del esplendor del arte hispano-musulmán. Invadido por capiteles, impostas, arcos, frisos y bóvedas de todo tipo contrasta con el refinamiento decorativo de la tosquedad de los leones de la fuente, que pone en evidencia la escasa evolución de la escultura musulmana.


Dentro de los pabellones, los relieves en yeso, dorados y policromados, eran el ornato único de las paredes, y aunque después decoraban también el techo de las salas, al principio las cubrían con armazones de maderas de ingeniosas formas cuyos case¬tones revestían de oro y vidrios esmaltados. De este modo, a partir del siglo XI todas las residencias árabes de importancia fueron adoptando este mismo tipo. Por ejemplo, en Sicilia se conservan restos de los palacios que los monarcas árabes se habían hecho construir en las afueras de Palermo. A pesar de que con posterioridad fueron ensanchados y habitados por los reyes normandos, que los adaptaron, asimismo, a su gusto, aún es posible observar que no difieren gran cosa de los palacios del Oriente musulmán.

Un primer palacio árabe del tiempo del califato de Córdoba al parecer fue el palacete suburbano de Ruzafa -que significa "del camino"-, mandado edificar por Abd al-Rahman I, a finales del siglo VIII, pero del que no queda ni recuerdo del lugar donde estuvo emplazado. El palacio de los califas del tiempo de Abd al-Rahman II, en el interior de la capital, estaba en el sitio que ocupa el actual palacio episcopal. En cambio, quedan restos importantes del Versalles cordobés, Medina Azahara, edificado cerca de Córdoba al pie de la sierra, en el sitio llamado Córdoba la Vieja. Abderrarnán, califa desde 912 a 961, lo construyó para una de sus favoritas, al-Zahara, de la cual recibió el nombre con que aún se conoce este palacio. Aunque destinado a servir de residencia a la favorita, el palacio es de tan grandes dimensiones que podía albergar a toda la corte en el caso de que fuera necesario. Se cree que los arquitectos de Medina Azahara procedían de Egipto, y consta que el emperador de Constantinopla envió fuentes para sus jardines.

Patio de la Acequia (Alhambra, Granada). En el pabellón norte del recinto palaciego está ubicada la parte más importante del Generalife, un jardín dividido longitudinalmente por una acequia que riega constantemente la vegetación por pequeños surtidores que la bordean. El jardín está cultivado con distintas especies que han ido variando según los gustos de cada época, aunque históricamente han predominado naranjos, cipreses, rosales y setos de arrayán. Al fondo se eleva un grueso muro con dieciocho arcos ojivados y una terraza que hacía las veces de mirador. 
El Alcázar de Sevilla, que reunía el doble carácter de fortaleza y de vivienda, fue comenzado seguramente por los Omeyas, pero sufrió luego tantas reconstrucciones y modificaciones, ya desde el tiempo de Alfonso el Sabio y sobre todo durante el reinado de Pedro el Cruel, a partir de 1350, que resulta hoy casi imposible calificar aquel monumento de verdaderamente musulmán. Sin embargo, se reconocen algunos elementos de la obra antigua, mantenidos a pesar de las transformaciones. Todas sus dependencias están situadas en torno a un patio rectangular; sólo en un extremo hay otro pequeño patio, llamado de las Muñecas, nombre que, como tantos otros, debe su origen a detalles hoy ignorados que la fantasía popular aprovechó para bautizar a cada una de las estancias de aquella espléndida morada.

Ciudadela de Alepo (Siria). Sobre una colina de 61 m de altura se yergue uno de los más importantes monumentos del arte islámico sirio. Accesible por un puente que atraviesa un foso, ha sufrido diversas restauraciones a lo largo de los años. Prácticamente inexpugnable, la muralla estaba protegida en primer término por torres albarranas de vigilancia. 
Ciudadela de Alepo (Siria). destruida por terrorismo islámico 
Se ha analizado hasta ahora en los territorios conquistados por los árabes en la península Ibérica, edificios que responden a características propiamente musulmanas. En este sentido, mención aparte merece la decoración del Alcázar de Sevilla, que es obra del estilo que en España se llamó mudéjar. Con esta denominación se hace referencia al estilo que es el propio de los moros más o menos cristianizados y vasallos del rey cristiano. Las partes más antiguas del Alcázar tienen todavía los arcos en forma de herradura, mientras que en las restauradas o edificadas en tiempo de los almorávides los arcos son en forma de colgadura, muchas veces con blonda de estuco y con los paramentos perforados.

En sus orígenes, ·el Alcázar de Sevilla debió de tener mucha más extensión de la que tiene ahora, pues llegaría hasta la famosa Torre del Oro, construcción estratégica, que era la primera defensa por la parte del río. Según la tradición, sirvió también para guardar el tesoro de Pedro el Cruel. La Torre del Oro estaba recubierta de azulejos que brillaban al sol y le daban una apariencia metálica.

Torre fortificada (Rabat). La robusta muralla que rodea una parte de la ciudadela fue construida por los musulmanes que fueron expulsados de España durante el mandato de los Reyes Católicos y que se instalaron por la fuerza en la ciudad. 
En Mérida, el palacio, situado en la ribera del Guadiana, fue reconstruido en el año 835 sobre los viejos muros del alcázar visigodo, hecho que, como ya se ha señalado antes, fue muy habitual en las construcciones llevadas a cabo por los musulmanes en la península ibérica. Por otra parte, el Alcázar de Zaragoza, llamado todavía la Aljafería, nombré de claras reminiscencias musulmanas, restaurado en tiempo de los Reyes Católicos, fue después transformado en convento y más tarde en cuartel, así que ha sufrido no pocas obras de transformación a lo largo de los siglos. La Aljafería no está lejos del río, en un llano que tuvo que fortificarse artificialmente con murallas y torres. Tenía un patio central con galerías laterales, y en el fondo una sala grande con dependencias a cada lado. La decoración está tallada en piedra blanda de yeso, que se presta a las más delicadas labores, tan del gusto árabe.

Hay que regresar de nuevo a Andalucía para referirse al que es, sin lugar a dudas, uno de los edificios más representativos de la época de la dominación musulmana en la Península. La Alhambra, palacio real, residencia de los monarcas granadinos, se ha conservado casi intacta en las localidades destinadas a residencia de verano. Se supone, sin gran fundamento, que el palacio de invierno lo mandó derribar Carlos V para construir en su lugar un edificio del Renacimiento, que quedó sin terminar.

Baños árabes (Jaén). Ubicados en el sótano del Palacio de Villardompardo, comparte espacio con dos museos municipales. De estilo hispano-musulmán, cumplían con la higiene y se regulaba por un horario estricto para hombres y mujeres, pues era obligado lavarse antes de entrar en la mezquita.
La Alhambra fue erigida sobre el monte de la Assabica, en el siglo XIV por los sultanes Yusuf I (1333- 1353) y Mohamed V (1353-1391), llamado el-Ahmar (el Rojo), de la dinastía de los Nasser; y su nombre de Alhambra quiere decir también la Roja, pues el color predominante, vista desde lejos, es el de los ladrillos rojos de la obra exterior.

Del mismo modo que el Imperio romano infundió su modo de ser y su sentido artístico hasta en las provincias más alejadas, así también el Islam impuso su mentalidad hasta los confines de Occidente. Introdujo en Andalucía el gusto y las técnicas de construir de Mesopotamia y Persia. La Alhambra es una gran obra de arte, pero su belleza está realzada por hallarse en tierras tan occidentales. Es esencialmente una residencia de pleno carácter oriental, que parece extraordinariamente fuera de lugar en su ubicación y no nos sorprendería descubrir que había sido transportada por arte mágica desde el otro extremo del Imperio musulmán, quizá desde las espléndidas ciudades de Bagdad o Teherán. No sólo sorprende su carácter tan marcadamente oriental sino que lo que extraña más de ella es lo poquísimo que manifiesta haber aceptado del país que la recibió, como si hubiera querido mantenerse fiel los deseos de los arquitectos que la llevaron a cabo.

Madrasa de Ulug-Beg, en Samarcanda. Timur fue un extraordinario patrocinador de las artes y de la arquitectura, ejemplo imitado por sus sucesores. En el siglo XV, Samarcanda, la capital del Uzbekistán, conoció, bajo el dominio mongol, uno de los momentos más gloriosos del arte islámico. 
En la mezquita de Córdoba se encuentran columnas y capiteles romanos; la disposición era todavía de una basílica clásica con múltiples naves o crujías, y se sospecha que la forma del arco de herradura es una supervivencia visigoda. Nada de esto hay en la Alhambra: lo clásico, lo romano, lo godo y lo latino se han eclipsado para hacer lugar a algo enteramente exótico y musulmán.

Si se hubiese conservado la parte del palacio en la que estaban los aposentos ocupados en invierno, aquellas salas más cerradas y más compactas hubieran revelado cierta infiltración del estilo gótico español que sí se encuentra en el Alcázar de Sevilla. Pero tal como está hoy la Alhambra, reducida a los patios y pabellones de la residencia de verano, es un edificio fantástico, abandonado en la Europa occidental por el Islam para dar testimonio de la tenacidad y singularidad de su carácter.

La Alhambra no es afeminada ni coqueta; su decoración abundante no puede calificarse de frívola ni aun de graciosa: es rica y fuerte como la espuma o los follajes o las nubes que, pudiendo reducirse a elementos individuales minúsculos y bellos, tienen, no obstante, belleza de conjunto y espíritu en su totalidad. Hasta la escala general del edificio resulta arbitraria, a causa de sus reducidas dimensiones; hay que acostumbrarse a ella, instalarse dentro, vivirla, para que la Alhambra no parezca un juguete, una casa de muñecas.


Todo en la Alhambra resulta fascinante: el patio de los Arrayanes, la sala de Embajadores, el patio de los Leones, la sala de los Abencerrajes, la de las Dos Hermanas y la de Justicia, los Baños y el Peinador, parecen ser al primer golpe de vista lugares sólo apropiados para telón de fondo de un cuento de hadas, y, sin embargo, al permanecer en ellos un corto rato se olvidan la proporción y medida. Lo que debía ser principal para el espectador, que es la escala o canon humano, se ha convertido en secundario, y lo que era secundario para una mente clásica, que es la decoración superpuesta, se ha convertido en principal y por su importancia en lo único. Vivir en un mundo de formas movedizas, de ensueño, sin deplorar la pérdida de lo real.

La planta tan compleja, de la Alhambra, permite reconocer su articulación en las tres unidades fundamentales que se hallan en todos los palacios de príncipes musulmanes:

        a) el mexuar, abierto a todos, en el que el sultán administraba justicia y recibía a sus súbditos;
        b) el diwan para las recepciones, en el que se encontraba el salón del trono, y
        c) el harim (o harén) con las habitaciones privadas del príncipe.

El sistema constructivo de la Alhambra es todavía el de un pueblo nómada: los elementos sustentantes, que forman con las vigas o las ligeras bóvedas la osamenta del edificio, son como la estructura de la tienda del desierto, y los entrepaños se recubren de simples vaciados en yeso, cuya decoración va sobrecargándose en adorno y en color. Toda la decoración de la Alhambra iba policromada; los estucos con arabescos y las inscripciones de los muros conservan todavía restos de colores y algo del dorado.

Puerta del Sol (Toledo) El rasgo principal de la arquitectura toledana es su decoración mural, aunque adoptan un estilo más islamizado en la ornamentación de las puertas de la muralla. Sobre un basamento de mampostería se superponen los cuerpos decorados con arcadas ciegas de ladrillo, que suelen ser de medio punto doblados o de herradura apuntados, trasdosados por arcos polilobulados entrecruzados.
Los azulejos, la marquetería y los relieves de yeso son los elementos primordiales de la decoración de aquel recinto consagrado a la vida doméstica, si bien de cuando en cuando, como para denotar la existencia de un elemento espiritual poderoso, una curva fuerte y pronunciada, una terminación brusca de los frisos confirman las rotundas afirmaciones de las suras contenidas en el Corán.

La planta de la Alhambra se halla circunscrita en un vasto recinto amurallado. Su aspecto externo, imponente como fortaleza, se transforma por dentro en la ordenación más fascinadora. Entre sus construcciones más importantes, comprende el gran recinto (aparte los nuevos edificios que los desfiguran) la alcazaba o ciudadela, casi destruida, y el palacio propiamente dicho, quedando fuera de su recinto, custodiados por numerosas torres, los suntuosos pabellones del Generalife (o Jenan el-arif, "jardín del arquitecto") que formaban un edificio aparte construido en 1339 y aun parcialmente subsistente. La vida se desarrollaba en torno de dos grandes patios: el de la Alberca o de los Arrayanes (centro del diwan) y el amaso de los Leones (centro del harim).

Mezquita de Masjid-iShah, en lsfahán. Sha Abbas, el monarca safávida que trasladó la capital persa a lsfahán, hizo construir allí el impresionante Maydan, enorme campo de polo rectangular, y a su alrededor los edificios más representativos del reino. Entre ellos destaca la cúpula bulbiforme de la mezquita, recubierta de mosaicos verdes y azules de delicadeza prodigiosa.
¡Nada más alejado de la arquitectura que se ha Jamado "funcional" porque pretende conseguir belleza revelando la estructura! Las paredes de la Alhambra van forradas de arabescos que esconden la construcción de tapial; los techos de madera desaparecen tras las estalactitas colgantes de yeso pintado. El arte de los múltiples colgajos de yeso, que tiene su apoteosis en la Alhambra, pertenece a una escuela peculiar de las tierras mediterráneas; en la India, en Siria y en Persia, las bóvedas están formadas por alvéolos o conchas superpuestas, pero sin destacarse de las superficies curvas de la bóveda, no en disposición de estalactitas que penden del techo, como se encuentran en Egipto, en Marruecos y España. El general francés Beyle, explorando en la Regencia de Túnez una ciudad abandonada, donde estuvo la Kaala de los Beni-Hammad, encontró estos especiales elementos de yeso que caracterizan las escuelas de arte islámico hispanomarroquí. La Kaala de los Beni-Hammad fue edificada a principios del siglo X y abandonada poco después. Señala, pues, una fecha cierta en que se empezaban a usar estas decoraciones.


⇨ Interior de la Masjid-iShaykh Lutfullah, en lsfahán. El interior de la cúpula, así como la puerta de azulejos de esta mezquita, terminadas en 1603, se encuentran entre las mejores obras safávidas.


En las paredes de la Alhambra, además de los plafones de yeso con relieves policromados, hay arrimaderos de cerámica vidriada con magníficos dibujos en los que abunda el oro. Por el suelo de las salas discurren las corrientes de agua, y las ventanas se abren a los jardines de mirtos y arrayanes, con albercas poco profundas a imitación de las residencias de Oriente, donde escasea el agua.

Fachada de la mezquita de Alaatin, en Konya. Esta fachada, que data de 1220, presenta una portada decorada con motivos geométricos a dos colores y flanqueada a ambos lados por vanos que forman un friso ornamental.
Como ya se ha señalado anteriormente, el estilo árabe andaluz se ha conservado en Marruecos; hay allí todavía edificios de la misma técnica y gusto que los encontrados en la Alhambra. Pero lo que le da singular importancia, el rasgo que acentúa todavía más si cabe la gran relevancia del Alcázar Real de Granada, es que se ha conservado sin las transformaciones que han modernizado poco o mucho todas las residencias reales musulmanas, desde las de Persia a las de Marruecos. De este modo, merced a que se ha visto al margen de las inevitables transformaciones que se han producido en otras edificaciones, su perfecto estado de conservación hace que la Alhambra sea en la actualidad un palacio más oriental que los que puedan visitarse hoy en día en el mismísimo Oriente.

Mezquita de Solimán el Magnífico de Mimar Sinán, en Estambul. Vista aérea de la mezquita, con sus cuatro minaretes. La Süleymaniye Camii fue construida entre 1550 y 1557 por encargo del sultán. Si bien sólo pudo construir una mezquita al cumplirse 30 años de su mandato, es la mayor de la ciudad y la más espectacular. La posición de sus cuatro minaretes en las cuatro esquinas del patio es insólita y la diferencia, por su exterior, de cualquier otra mezquita.


⇦ Mezquita de Solimán el Magnífico, en Estambul. La Süleymaniye Camii, obra maestra de Sinán, el gran arquitecto que concibió la mezquita como una enorme cúpula que habfa de centrar la estructura entera, tiene el interior más espacioso de la capital.


Aparte de los palacios y de las mezquitas, elemento indispensable de las ciudades musulmanas son los baños, que cumplen el doble servicio de higiene y de recreo. Tienen la función, como las termas romanas de cientos de años atrás, de lugares de reunión y entretenimiento; son los clubes y casinos para los hombres y las mujeres, los lugares en los que se concentra la vida social, donde se conversa y se consiguen influencias. La vida oriental sería intolerable sin los haman o baños, donde se discute y chismorrea. Por esto son edificios de carácter público, a veces construidos con gran lujo, pues lógicamente eran muy visitados por aquellos que disponían de más tiempo para la vida social, las personas más acomodadas. Generalmente tienen una piscina en el centro y están cubiertos por una cúpula con claraboya. Tienen dependencias para las fiestas y las bodas, que los orientales acostumbran celebrar en estos lugares.

Interior de la mezquita Ulu Camii, en Bursa. La sala de oración de esta mezquita forma una sala hipóstila sobre columnas cuadradas, que se prolongan en grandes arcos apuntados que sostienen las cúpulas. Este tipo de sala continúa la tradición selyúcida, aunque ya apunta a nuevas fórmulas.
Prácticamente tan idiosincrásicos de las ciudades musulmanas como los baños son otro tipo de edificios todavía muy necesarios en los países musulmanes. Se trata de los caravansares o caravanserays, alojamientos para las caravanas de peregrinos y mercaderes, indispensables en una cultura en la que el nomadismo es aún un estilo de vida para muchas personas. Además, millones de fieles deben visitar por lo menos una vez en la vida la ciudad santa de La Meca, así que, en su larguísimo viaje en muchos casos, precisan de la hospitalidad de los habitantes de los enclaves por los que deben pasar. Estos edificios suelen estar constituidos por un gran patio con cuadras y dormitorios y la inevitable mezquita. Los bazares colosales de Oriente, a manera de calle cubierta, son también edificios típicos de los pueblos del Islam, y aún hoy día constituyen, sin lugar a dudas, una de las imágenes más representativas de las ciudades musulmanas. Por otro lado, también abundan en las urbes los hospitales y leproserías, que en otro tiempo debieron de estar cuidados con gran esmero.

Mausoleo del emperador Akbar, en Sikandra. Casi un prototipo del estilo mongol, con su típica decoración abstracta de incrustaciones, resulta extraño que siendo un edificio islámico no tenga cúpula. 
A pesar de que los árabes supieron dominar durante varios siglos amplísimos territorios de Asia, África y Europa, las obras públicas y de comunicación en todos los países musulmanes eran suma mente primitivas; el Islam no necesitaba edificios de administración y recreo, ni circos ni teatros; pero, en cambio, las obras hidráulicas solían ser de extraordinaria ingeniosidad. Muchas acequias de irrigación y presas en los ríos de España son todavía del tiempo de los árabes. Ellos restauraron los viejos puentes romanos y construyeron otros magníficos, como el de Córdoba. En Egipto el Nilómetro, una construcción habilísima que sirve para medir la crecida de las aguas del Nilo, es asimismo obra de los musulmanes.

Mezquita azul de Mehmet Aga, en Estambul. Construida entre 1609 y 1617 junto al At Meidani o plaza del Hipódromo, la mezquita del sultán Ahmed está rodeada por seis alminares que enmarcan la sala de oración y el patio. Rodeando la cúpula central hay cuatro medias cúpulas que dan cohesión a la estructura.

Mezquita azul de Mehmet Aga, En Estambul. También llamada mezquita del Sultán Ahmed o Ahmediye Camii, fue construida a principios del siglo XVII. El color dominante de los azulejos, el azul, le ha dado el popular sobrenombre, a la vez que ha hecho que su interior resulte monótono en comparación con la rica policromía del siglo anterior.
Si los árabes destacaron enormemente en el campo de la ingeniería, fueron también maestros en el arte de la fortificación. Llegaron a desarrollar con tal eficacia la arquitectura militar que de ellos aprendieron los cruzados muchas de las estratagemas para la defensa de castillos y ciudades que se aplicaron después en Occidente. Por ejemplo, la mayor parte de los nombres usados en las construcciones militares de la Edad Media son árabes, como es el caso de almena, barbacana, etc. En muchos puntos de lo que fue el Imperio musulmán es posible observar hoy en día la gran maestría de los arquitectos árabes en lo que a las construcciones defensivas se refiere. De este modo, en Oriente quedan aún fortalezas árabes magníficas en buen estado de conservación, como el castillo de Alepo. Asimismo, otras inmensas fortalezas construidas por los sultanes mongoles están aún en pie en las fronteras de Persia. En el norte de África abundan también las ciudades árabes amuralladas. Las fortificaciones de Marrakech y Rabat son obras construidas en el siglo XII por los almorávides, con grandes torres cuadradas que interrumpen el lienzo del muro.

Mausoleo de Humayún de Mirak Sayid Ghiyat y Sayid Myhammad, en Delhi. Construido durante el período mongol, bajo el gobierno de Akbar, para que fuera la tumba de su padre Humayún, se supone que sirvió de modelo para el Taj-Mahal. La inmensa cúpula de mármol blanco, que contrasta con el gres rojo de la amplia galería porticada, tiene las características del estilo persa, pero con este palacio, en el que según la costumbre mongol había de ser enterrado el emperador a su muerte, se inicia uno de los períodos más brillantes del arte musulmán de la India.
Las puertas de las ciudades árabes acostumbran estar flanqueadas por torres, como las fortificaciones bizantinas. Buenos ejemplos de ello son las puertas de Fez construidas por los almohades (como la famosa Bab-Chorfa), las de Tremecén y las de Chellah, antigua ciudadela cercana a Rabat construida por los benimerines. Algunas veces se abren en un ángulo de la muralla, como la Puerta del Sol, de Toledo.  

Mausoleo de ltimad-ed-Daula, en Agra. Shah Djahán mandó erigir este mausoleo para su suegro en 1626. Este edificio es un ejemplo, no superado, de la integración del arte hindú y del musulmán.
Todas tienen un largo paso cubierto para defender la entrada. Otras veces se levanta al lado de las puertas una doble cortina de muralla con una segunda puerta; en algunas el paso no puede franquearse en línea recta, sino que hay que doblar en ángulo una o dos veces. Frecuentemente la puerta se reduce a un gran arco o liwan monumental encuadrado por un marco.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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