Punto al Arte: Obras romanticismo
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Balsa de “La Medusa”



La Balsa de "La Medusa" (Radeau de La Méduse") fue expuesta en el Salón Oficial de 1819, obteniendo la medalla de oro, bajo el título de Escena de un naufragio, nombre que posiblemente le fue impuesto. La recepción por parte de la crítica fue muy diversa, pues levantó una airada polémica, pero en absoluto enteramente negativa. El cuadro hizo sensación entre el público, a diferencia de la Gran Odalisca de lngres, expuesta en ese mismo Salón, que sufrió las befas y mofas generales.

La escena narra un escándalo político ocurrido en 1816. Representa la historia de los supervivientes del hundimiento de la fragata "La Medusa", un barco que había naufragado frente a las costas africanas y un pequeño grupo de pasajeros sobrevivió gracias a una balsa.

Géricault realizó esta obra para dar a conocer la espeluznante historia, censurada por el gobierno. Debió de ponerse a trabajar en el verano de 1818. En noviembre alquiló un nuevo estudio que diera cabida al inmenso lienzo, que quedaría terminado en julio de 1819 para la apertura del Salón. Hizo numerosos bocetos y estudios previos sobre cadáveres para dar más verosimilitud a los cuerpos, agotados por el hambre, la sed y las enfermedades.

El pintor recoge el momento más romántico, el de la esperanza, el punto en que los protagonistas, hombres desconocidos, divisan su salvación en la lejanía. Las figuras están dispuestas en una composición en diagonal, una pirámide de cuerpos humanos compuesta por toda una galería de gestos y expresiones, desde la desesperación más absoluta del anciano que da la espalda al barco, pasando por los primeros atisbos de esperanza, hasta llegar al entusiasmo de los hombres que agitan sus camisas al horizonte. La gran figura del extremo inferior derecho fue añadida en el último momento cuando el lienzo ya había salido del estudio.

El espacio inestable y abierto, entre el cielo tenebroso y el mar agitado, acentúa aún más la emotividad de los rostros y los gestos. Géricault, con esta obra, uno de sus cuadros más famosos, llegó a una situación extrema de contenido y sensibilidad, alejándose, definitivamente, de los nobles ideales y de la grandeza serena del mundo neoclásico.

La balsa medio desecha por el oleaje, los cuerpos de los muertos, putrefactos, mutilados, desperdigados, todos los detalles están inspirados en la realidad más cruel acentuada por los contrastes de luces y sombras, claros y oscuros. Además, en estos cadáveres, empleó las sombras negras de Caravaggio y su tratamiento profundo del desnudo.

La ambición del artista en este cuadro era inmensa, una audacia que resulta todavía más impresionante cuando se tiene en cuenta que el tema elegido sólo podía causar inquietud al gobierno. Con este lienzo, Géricault hizo crítica de su tiempo: es, en definitiva, la sociedad la que está embarcada en esta balsa.

La obra influirá en Delacroix cuando trabaje, hacia 1822, en su Dante y Virgilio atravesando la laguna que rodea la ciudad infernal de Ditis.

Por su tamaño, 491 x 719, su fuerza, su cuidadosa ejecución e intensidad de expresión, la Balsa de "La Medusa" es una de las grandes composiciones históricas, un impresionante óleo sobre lienzo conservado en el Museo del Louvre.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La Libertad guiando al pueblo



La Libertad guiando al pueblo (La Liberté conduisant le peuple aux barricades) fue pintada por Eugéne Delacroix inmediatamente después de los sucesos del 28 de julio de 1830, que motivaron la caída de Carlos X y su sustitución por Luis Felipe de Orleáns, el llamado Rey Burgués.

En medio de una ciudad en llamas, surge una mujer, con el torso desnudo, que representa a la vez la Liberad y Francia, porta en su mano derecha la bandera tricolor y en la izquierda el fusil. Le acompañan miembros de las diferentes clases sociales, un obrero con una espada, un burgués con sombrero de copa portando una escopeta, un adolescente con dos pistolas, etc., para manifestar la amplia participación y dejar clara que la causa común no mira la procedencia jerárquica. A los pies de la figura principal, un moribundo mira fijamente a la mujer para señalar que ha merecido la pena luchar.

La composición se inscribe en una pirámide cuya base son los cadáveres que han caído en la lucha contra la tiranía, cadáveres iluminados para acentuar su importancia, que se contraponen con el gesto hacia delante de los combatientes.

La composición se basa claramente en la Balsa de "La Medusa", no obstante, aquí Delacroix invierte la orientación de las figuras que, en este caso, avanzan hacia el espectador. Los escorzos, el movimiento y la disposición asimétrica de los personajes, recuerdan las obras del Barroco.

Como advierte Argan, es el primer cuadro político de la pintura moderna, que exalta la insurrección popular contra la monarquía borbónica restaurada, es decir, con esta obra, el romanticismo deja de mirar hacia la antigüedad y comienza a querer participar en la vida contemporánea. En ella el deseo de compromiso político se hace patente al convivir en la representación personajes reales, como el mismo artista.

El cuadro radica en la extraordinaria brillantez del color y el claroscuro. En la Libertad guiando el pueblo, la luz es un elemento primordial. Estalla con fuerza en la camisa del hombre caído en primer plano para envolver la figura de la alegoría y disolverse por medio de la polvareda con el humo y las nubes, e impedir contemplar con claridad el grupo de figuras que se sitúan tras el personaje femenino, así como las torres de Notre-Dame. Es una luz violenta.

La pincelada, que recoge lecciones de Goya, es suelta. Las fachadas y tejados de las casas se reducen a un conjunto de minúsculos toques, así como las pequeñas imágenes de soldados en el centro del extremo derecho, que no son más que un conjunto de manchas.

Se está ante una composición absolutamente dramática donde las líneas y las pinceladas de color se ondulan aumentando la tensión del momento. Todas las formas están recorridas por un movimiento ondulante siendo difícil encontrar una línea recta y más todavía percibir una figura estática o serena.

La pintura es, en definitiva, una reminiscencia de la Balsa de "La Medusa". Al igual que ésta, el plano de la base es inestable a partir del cual nace y se desarrolla de manera ascendente el movimiento. De igual modo, la masa humana culmina con una figura que agita algo, allá un trapo, aquí una bandera. Al igual que su compatriota, en primer plano sitúa los muertos en unas posiciones tremendamente realistas.

La Libertad guiando al pueblo fue presentada al Salón de 1831 y adquirida por Luis Felipe para el Museo Real. Actualmente este óleo sobre lienzo, la obra maestra de Delacroix, de 260 x 325 cm se conserva en el Museo del Louvre, en París.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Familia de Carlos IV


En 1800 Goya recibe el deseo del rey de ser retratado con toda su familia. El pintor se traslada al palacio de Aranjuez para estudiar del natural y realizar apuntes de los miembros de la realeza, para luego, ya en su estudio madrileño, componer la obra definitiva.

La Familia de Carlos IV es un cuadro de una gran complejidad compositiva en el que las figuras están situadas como en un friso, en una alienación horizontal, aunque la línea no es recta, sino ondulada, serpenteante, como en las composiciones barrocas.

De izquierda a derecha pueden identificarse a los siguientes personajes: en primer lugar, al infante Carlos María Isidro y su hermano Fernando, príncipe de Asturias y futuro Fernando VII; a continuación, una enigmática figura femenina que, volviendo el rostro, resulta difícil identificar. Tal vez sea un miembro de la familia que entonces estaba ausente o bien la futura esposa del sucesor al trono, cuya identidad aún se desconocía. Detrás de la joven, el rostro de María Josefa, hermana del rey.

En el centro de la escena, como señal de poder, la reina María Luisa de Parma, rodeada por sus hijos menores, perfectamente iluminada, ostenta un aire desafiante y orgulloso. En el extremo derecho del cuadro, la figura oronda de Carlos IV, situado en una posición avanzada respecto al grupo. El rey aparece con una expresión ausente, con gesto de incompetencia, pues era la reina quien llevaba las riendas del Estado. Tras el monarca, su hermano Antonio Pascual y la infanta Carlota Joaquina, hija mayor de los reyes, que sólo muestra la cabeza, y por último el núcleo familiar compuesto por el matrimonio de los príncipes de Parma y el hijo de ambos.

Los miembros masculinos llevan la banda de Carlos III y en algunos es visible el Toisón de Oro, mientras que las damas lucen la banda de la Orden de María Luisa y visten a la moda Imperio.

El propio Goya se autorretrata ante su caballete en el margen izquierdo de la tela, a espaldas de la familia, emplazándose en la penumbra. Su cabeza está a la misma altura que la de los reyes. Se representa a sí mismo no ya como un humilde cortesano, sino como un observador. La imagen recuerda indudablemente a Las Meninas de Velázquez, obra en la que seguramente se inspiró, pero sólo en algunos aspectos. Aquí no hay juegos de perspectiva ni profundidad, sólo es una acumulación de modelos. Como el pintor sevillano se coloca pintando, pero no crea un espacio tan amplio, pues la escena se sitúa en un sala estrecha y apretada.

El pintor de Fuendetodos no dejó de lado el espíritu crítico, el sentido descarnado, casi caricaturesco de sus Caprichos, aunque no parece que tuviera ninguna intención satírica y sólo se ocupó de realizar una auténtica obra maestra. Goya los mostró tal y como eran, como simples mortales, ni más hermosos, ni más feos. Los presenta con un realismo implacable, casi cruel, sin ningún tipo de idealización.

Son los juegos de luz y sombra y los contrastes cromáticos los que recrean una escena excepcional. La luz, erigiéndose como la auténtica protagonista del lienzo, irrumpe por la izquierda produciendo leves destellos en joyas, condecoraciones y ricas vestiduras que portan los retratados. La gran riqueza cromática de la tela se basa en amarillos y oros sostenidos por azules y rojos.

Uno de los más extraordinarios retratos colectivos de la historia de la pintura española, se conserva en el museo del Prado, en Madrid. Realizado en óleo sobre lienzo mide 280 x 336 cm.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Aníbal cruzando los Alpes


En Aníbal cruzando los Alpes (Hannibal crossing the Alpes), tal como indica la redacción del título, Turner presenta ante todo un paisaje. En primer plano se sitúan las tropas cartaginesas encabezadas por Aníbal que de camino a Roma se encuentran con una inmensa tormenta de nieve. Hay que precisar que en el siglo XIX la figura de Aníbal estaba muy de moda al relacionarse con Napoleón.

Pero el gran protagonista de la composición no es el general cartaginés sino la tempestad que están padeciendo sus tropas al cruzar los Alpes. Dicha tormenta parece haber sido tomada directamente del natural y luego interpretada por la imaginación del artista. El protagonismo de tal fenómeno atmosférico ha hecho que este lienzo sea también conocido con el nombre de La tormenta de nieve.

Es posible que la pintura describa la escena presenciada por el artista en 1810, en Yorkshire, donde pasaba una temporada en compañía de su amigo Walter Fawkes. Se cuenta que Turner admirado por la fuerza de una tempestad, tomó apuntes de color y de forma en el reverso de una carta, profundamente absorto, como en éxtasis.

Las figuras, a contraluz, no son más que pequeños elementos que animan la composición, fundamentalmente para expresar la grandeza de la naturaleza frente al ser humano, uno de los conceptos más utilizados por el Romanticismo. El ejército de Aníbal queda reducido a unos personajes minúsculos, es la naturaleza sublime la que los engulle. Su interés por los fenómenos atmosféricos le hará repetir esta fórmula de trabajo en múltiples ocasiones.

De hecho, es una pintura de historia, habla de las guerras púnicas, con las que hace un paralelismo con las guerras napoleónicas, pero Turner gira la pintura de historia dando importancia al paisaje. Une la pintura de historia y el paisaje para interesarse por efectos lumínicos y atmosféricos.

El colorido empleado sigue siendo oscuro, aunque aquí contraste profundamente con el amarillo de la luz de la tormenta, más aclarado por el blanco que utiliza en la zona de la derecha.

A petición de Turner, el cuadro presentado en la exposición de la Royal Academy en el año 1812, fue colgado muy abajo, a la altura de los ojos, a fin que los espectadores se vieran inmersos en el interior del gran torbellino que formaba la nevada y por tanto percibiesen "la impresión de terror y majestuosidad". Esta ubicación provocaría un gran éxito en los espectadores, siendo enormente elogiado, aunque en un primer momento los organizadores se negaron a colocar un cuadro en una posición tan baja. Como era habitual, la tela estaba acompañada de unas poesías escritas por el propio Turner para la ocasión.

Se aprecia especialmente el interés por los juegos de luz y por las atmósferas, pero evoluciona hacia una técnica que diluye las formas en una polvareda muy luminosa. La gama· cromática proviene de los venecianos, que tanta admiración causaron a Turner, y de la pintura de Rembrandt, de quien captará los contrastes de luz y sombra. De igual manera las fuentes de inspiración del inglés más importante del romanticismo, se encuentran en los paisajes de Claude Lorrain, Nicolas Poussin y Dughet, por los cuales sentía también gran fascinación.

Este excelente óleo sobre lienzo, de 237,5 x 146 cm y conservado en la Tate Gallery de Londres, deviene el símbolo de la estética de lo sublime y de lo pintoresco.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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