Punto al Arte: Bernini
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Bernini (1598-1680)

 


Bernini, Gian Lorenzo (Nápoles, 7 de diciembre de 1598 - 28 de noviembre de Roma, 1680) Arquitecto, escultor y pintor italiano.

En su carrera influyó decisivamente la protección que le dispensaron los papas Urbano VIII (1623-24) y Alejandro VII (1655-57). Su obra arquitectónica, junto con la de su contemporáneo Borromini, contribuyó a dar a la Roma de los papas su poderosa fisonomía barroca. Bernini imprimió a sus construcciones sorprendentes efectos escenográficos, gracias a su perfecto dominio de la perspectiva y las proporciones. Su primera obra importante para el Vaticano fue el baldaquín de la basílica de San Pedro (1624), de exuberante y efectista decoración; más tarde (1657-66} construyó la cátedra! de San Pedro, la Scala Regia (1664-66) y su obra cumbre, la columnata de la plaza de San Pedro (165665), en la que, gracias a un minucioso estudio de las masas y las proporciones, logró magníficas perspectivas. Merecen también especial consideración otras obras arquitectónicas que enriquecen la ciudad de Roma: la fuente de Tritón, la magnífica fuente de los Cuatro Ríos en la plaza Navana, el palacio de Montecitorio y el templo de San Andrés del Quirinal.

No obstante, fue en la escultura donde Bernini alcanzó sus máximos logros, tanto por su virtuosismo técnico, como por su sentido del movimiento, expresividad y penetración psicológica: Apolo y Dafne (1622) y, sobre todo, Santa Teresa y el Ángel o Éxtasis de Santa Teresa (1645-52); su ampuloso Constantino a caballo (1654-70) está considerada como una de las mejores estatuas ecuestres del barroco. También realizó los dramáticos sepulcros de los papas Urbano VIII y Alejandro VII en el Vaticano.

En cuanto a su obra pictórica, poco numerosa, cabe destacar sus Autorretratos y algunas pinturas religiosas, así como numerosos dibujos y sanguinas de sus proyectos escultóricos y arquitectónicos.

Bernini y la escultura

No puede negarse que se producen en este período obras escultóricas tan interesantes como las del siglo anterior. Una de las esculturas más estimables del comienzo del Barroco es la Santa Cecilia, de Stefano Maderno: bello cuerpo joven caído.

Pero el escultor barroco más grande de Italia es Gian Lorenzo Bernini. Llamado en Roma el cavaliere Bernini, había nacido en Nápoles el 1598. Ya a los dieciséis años dio en su grupo de la Cabra Amaltea una prueba de su excepcional fantasía y de su dominio técnico del mármol. Pero Gian Lorenzo empezó a hacerse notar en Roma con el monumento funerario del obispo Santoni, mayordomo del papa Sixto V, en la iglesia de Santa Práxedes. El cardenal Scipione Borghese tomó a su servicio como restaurador al joven Bernini, y, satisfecho de su trabajo, le encargó en 1620 una estatua de David.

⇨ Cabra Amaltea de Bernini (Galería Borghese, Roma). Grupo esculpido por el célebre arquitecto y escultor cuando sólo contaba dieciséis años de edad, dando ya pruebas, en la composición del mismo, de su excepcional fantasía y de su dominio técnico del mármol, tanto en las extraordinarias calidades de los desnudos de los niños como en la del pelaje de la cabra. s ven en esta cabeza el autorretrato de Bernini.

En ella Gian Lorenzo, que tenía entonces veintidós años, llegó más lejos que ningún otro escultor en la representación de la energía y del movimiento. El cuerpo de David está torcido, en el acto de arrojar la piedra con la honda, y representa el polo opuesto a la gracia platónica de los otros David de Donatello y de Verrocchio, e incluso el de Bernini es más vivo que el épico David de Miguel Ángel. El rostro, frunciendo las cejas y mordiéndose el labio superior, dirige una mirada violenta, llena de energía. Con esta obra, Bernini realizó plásticamente el ideal del nuevo momento histórico al que corresponde el Barroco: el espíritu de combate. El fuego que quería lanzar sobre la tierra San Ignacio hace temblar en un ardiente movimiento los músculos duros de este David y, al parecer, el rostro de esta estatua es un autorretrato del propio Bernini.

San Longino de Bernini


Con San Longino, realizada para ser colocada en uno de los nichos interiores de la iglesia de San Pedro, Gian Lorenzo Bernini entra en su etapa de madurez.

A partir de 1624 hasta el final de sus días, se ocupó exclusivamente de obras religiosas. En ésta, de la que se conservan más de treinta bocetos preparatorios, Bernini rompe con la idea de que la escultura había de estar hecha de un solo bloque de piedra. Al igual que muchos de sus grupos y figuras, su San Longino, se compone de múltiples piezas: la cabeza, el tronco, los brazos, el manto de delante y el manto de detrás.

Bernini acepta una única perspectiva. Sus estatuas están concebidas en profundidad, están compuestas como imágenes para un único y principal punto de vista. Juega con el sentido de la unifacialidad rompiendo, de esta manera, con la multifacialidad manierista.

Incorpora también en su obra otros rasgos esenciales de la plástica, barroca, como es la teatralidad por medio del dinamismo. Sus figuras no sólo se mueven libremente en profundidad sino que parecen pertenecer al mismo espacio en el que el espectador se encuentra. Sus esculturas, distintas a la estatuaria renacentista, necesitan la continuidad del espacio que las rodea porque sin éste perderían su razón de ser, se descontextualizarían. Así, San Longino, que mira hacia la luz celestial que cae desde la cúpula, ha de ser contemplado dentro del espacio para el que fue concebido y en relación al espectador, pues es una representación.

A través del mármol nos transmite diversas texturas: el tacto de las ropas, con su grosor, diverge con la suave piel. La caída del ropaje, trabajada con magníficos pliegues que vuelan agitadamente, parece apoyar y participar en la actitud mental de la figura. El cuerpo exaltado de San Longino está casi oculto bajo la pesadez del manto: es la conquista del cuerpo por el ropaje.

La nueva importancia conferida al ropaje como factor determinante para reforzar el impacto emocional de la obra se encontrará durante los mismos años en las pinturas de Cortona, e incluso en las de un artista como Guido Reni.

En la composición sobresale al mismo tiempo la sencillez y el dramático movimiento acentuado por el cruce de diagonales de la lanza y los brazos, que forman a su vez un triangulo.

La figura contiene un profundo naturalismo, expresa un pathos extraordinario, un sentimiento muy influenciado por el manierismo y el helenismo. Uno de sus puntos de reflexión es la escultura de Miguel Ángel, y su otra fuente de inspiración es su conocimiento del mundo clásico.

Durante casi cincuenta años, Bernini trabajó simultáneamente en múltiples empresas, muchas de ellas se realizaron durante largos períodos de tiempo enlos que incorporaba cambios y alteraciones mientras el desarrollo de la obra lo permitía. Así, necesitó diez años para finalizar esta monumental escultura, pues no la dio por terminada hasta 1641.

Gian Lorenzo Bernini esculpió este Longinos colosal, de más de tres metros, para ser ubicado en una de las hornacinas que decoran los grandes pilares que sustentan la cúpula de la basílica de San Pedro de Roma, realizada por Miguel Ángel.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat  

Palacio Barberini en Roma

 


Fue encargado por Taddeo Barberini, sobrino de Urbano VIII, a Carlo Maderno quien diseñó la planta. Sin embargo, fue Gian Lorenzo Bernini quien levantó este cuerpo central, ágil y abierto, con los tres órdenes superpuestos y con la atrevida exageración en la perspectiva de los arcos concéntricos que coronan las ventanas del piso superior. Siguiendo a Palladio, la mansión señorial se concibe fundamentalmente integrada en un paisaje, porque el hombre ha iniciado una sofisticada búsqueda de la naturaleza.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Fuente de los cuatro ríos, en Roma

 


Detalle de la fuente realizada entre 1648 y 1651 por el más grande escultor de la Italia barroca; se trata de una de tantas fontane rusticche que combina la tosquedad de la roca con la esbeltez del obelisco egipcio que la corona y con cuatro figuras alegóricas que representan los ríos más importantes del mundo

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Plaza de San Pedro del Vaticano, en Roma

 


Tanto la urbanización de la plaza como la soberbia columnata es obra de este arquitecto, que la inició en 1656. La concepción es sencilla y original: un enorme óvalo se rodea de una serie de columnas exentas coronadas por un entablamento recto. El mismo Bernini la comparó "a los brazos de la Iglesia que acogen a todos los católicos para reforzar su fe". De San Petersburgo a Greenwich, la fórmula de Bernini ha sido repetida con gran frecuencia. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Baldaquino de Bernini

 


El artista realizó esta famosa pieza de bronce entre 1624 y 1633, momento que marca el comienzo de la carrera de arquitecto del hasta entonces genial escultor. La retorcida silueta de las columnas, que levantan la cúspide a 29 m de altura, se perfila contra la arquitectura del templo y crea una serie de conexiones visuales, una organización espacial armónica regida por las leyes de la perspectiva, de un efectismo totalmente teatral.

(Basílica de San Pedro, Roma). 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Iglesia de Sant' Andrea de Bernini

 


Como la mayoría de las iglesias barrocas romanas, tiene reducidísimas dimensiones. La planta elíptica distribuye las capillas con ritmo hexagonal y un laborioso ir y venir de curvas, apenas perceptibles en la media oscuridad, que convierten la iglesia en un lugar de exaltación del misterio religioso. En la fachada, la severidad rectilínea de las pilastras se contrapone al pórtico semicircular, integrado al edificio con un entablamiento continuo. La tensión entre líneas rectas, cóncavas y convexas crea un fantástico dinamismo.

Roma

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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