Punto al Arte: 02 Arte de la India antigua y clásica
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Arte de la India antigua y clásica

El único país sumido en el Oriente que griegos y romanos conocieron, aunque rodeado de un halo que hacía de él una tierra misteriosa, fue la India. Después de la expedición de Alejandro, se comentaron en Grecia las maravillas que explicaban los hombres de ciencia que acompañaron al gran conquistador y a ello se debieron en Europa las primeras noticias positivas acerca de los pueblos hindúes, tres siglos antes de Jesucristo. Así que desde tiempos lejanos la India había ejercido un gran poder fascinador sobre los gobernantes occidentales. Por su parte, los relatos de los peregrinos chinos que después visitaron los santos lugares del budismo contribuyeron a divulgar por el Extremo Oriente los conocimientos acerca del país y del arte hindú, que ya a través de misioneros budistas había penetrado en China en el siglo II a.C.

Buda de la cueva XIX (Templo 

de Ajanta, India). Según la es-

tética clásica hindú, las repre-

sentaciones de Buda deben 
responder a la esquematización
de líneas armónicas y onduladas. 
Durante bastante tiempo se había creído ver en la India la cuna de todas las razas europeas y el lugar donde se inventaron las principales industrias humanas. En todo caso, fue la cuna de un arte que ha conocido una irradiación extensísima; porque además de haber abarcado originariamente un área que no se circunscribe a la India y a Ceilán, sino que comprende asimismo el territorio del actual Afganistán y gran parte del Beluchistán, en el transcurso de los siglos ha informado el arte de la dinastía Khmer, durante los siglos X al XII, en la Indochina, y ha trascendido a Birmania, Tailandia e Insulindia, aparte de influir en el arte tibetano y, como se verá, en el de China, Corea y Japón.


Es ante todo un arte sacro, cuya finalidad primordial no es conseguir resultados meramente estéticos, sino facilitar motivos de contemplación religiosa, ya por medio de símbolos, ya valiéndose sobre todo de formas sensibles, o aun sensuales, que forman parte, en muchos casos, de composiciones de un animado estilo narrativo, en el que a veces esconde la intención religiosa bajo la capa de una apariencia de dinamismo o aun de erotismo, todo ello de acuerdo con una teoría de la belleza que es muy diferente de la que se ha manifestado en la mentalidad occidental.


Ruinas de Harappa (Punjab, Pakistán) La antigua ciudad fortificada fue un importante centro urbano que aprovechó las relaciones comerciales provenientes del río Indo. Saqueada en repetidas ocasiones antes de su redescubrimiento arqueológico a finales del siglo XIX, se cree que formaba parte del conjunto de civilizaciones que poblaron el valle del Indo en la edad del bronce.  

Ruinas de Mohenjo-Daro (Sind, Pakistán). Cercada por murallas de ladrillo cocido, la ciudad está situada en un lugar estratégico del valle del Indo, lo que favorecía el comercio exterior. En un estado de conservación mucho meJor que la ciudad de Harappa, el también llamado Montículo de la muerte, de más de un kilómetro de extensión, fue hallado a principios del siglo XX por un grupo de arqueólogos británicos. En lo alto del montículo dominaba un área residencial para las clases altas, con grandes casas de un piso dispuesto sobre patios abiertos, generalmente viviendas de una sola habitación. Muchas de las calles presentan desagües de ladrillo y aberturas para inspecciones periódicas de saneamiento y las casas disponían de baños y retretes privados. Entre las ruinas de la parte baJa de la ciudad se pueden apreciar también varios talleres de alfarería, herrería, ornamentación y de otros gremios artesanales. 

Sello (Mohenjo-Daro, Pakistán). Entre los restos que se conservan de la antigua civilización del Indo se encontró este sello, todavía sin descifrar, con una representación de un toro sagrado y una inscripción presumiblemente de uso administrativo. La pieza demuestra el alto nivel de organización urbanística de la ciudad, cuya población fue paulatinamente desplazada por la inmigración indoeuropea proveniente de la zona occidental.  

Para comprender un poco mejor que en la India surgiera un arte en el que cobra especial importancia, como valor estético, la sensualidad, hay que atender a las características naturales de esta vasta península. La India es un subcontinente en el que las fuerzas de la naturaleza se despliegan con toda su potencia y en el que el clima tropical hace crecer una vegetación extraordinaria. Tierra en la que los monzones riegan año tras año durante tantos meses los suelos, la vegetación de la India es variada y densa, como pocas en el mundo. De este modo, bosques de palmeras, lianas y bambúes despliegan su extraña belleza, y sobre la superficie de las aguas florecen lotos blancos, rosas y azules, toda una diversidad de formas y colores vegetales que sin duda tenían que influir en las manifestaciones artísticas creadas por los habitantes de este subcontinente. Por tanto, en este marco natural, no es extraño que el arte refleje a la vez un misticismo sublime y una sensualidad desbordante e intensa.

⇦ Joven danzante (Museo Nacional de India, Nueva Delhi). Esta estilizada estatuilla de bronce, realizada por artesanos de la antigua civilización del Sind, podía cumplir una función tanto decorativa como ritualista, dada la ambigua y sugerente postura sensual de la figura. 



Pero esto no debe llevar a pensar que el arte de la India queda inaugurado con la llegada de los musulmanes o que no presenta elementos de interés en los mimos tiempos en que, por ejemplo, en Egipto aparecía el arte de los faraones o más tarde, en la Roma imperial, surgía el imponente arte romano. Tuvo la India un prolongado arte prehistórico que, en líneas generales, y sin entrar en mayores detalles, coincide con el del Próximo Oriente y sur de Europa, y que en el sur del Deccán no conoció la Edad del Bronce y se prolongó allí, hasta mediados del I milenio a.C, dejando vestigios de un arte megalítico autóctono.


Sacerdote real (Museo Nacional, Karachi). Entre los restos de Harappa se hallaron varias figuras de terracota de diversos animales, así como vajillas y otros enseres domésticos. El sofisticado busto de piedra limada que retrata al sacerdote real es una muestra de la depurada técnica de sus artesanos, adornado con los tréboles de la túnica sagrada que lo viste y una cintilla anudada alrededor de la cabeza. 


Pero además, desde mediados del III milenio a.C., se desarrolló al noroeste de la India, en el valle del Indo, una civilización que ofreció muchas afinidades con la mesopotámica y es tan antigua como ella, según han revelado las excavaciones emprendidas desde 1921 en Harappa, en el Punjab, y desde 1924 en Mohenjo-Daro, en el Sind.


Por tanto, hay que apuntar por lo menos unas líneas generales del curso de la historia de esta gran península que es la India. Se trata sin duda de una civilización que precedió a la llegada de los indoeuropeos al país, y que debió de ser dravídica. Se inició probablemente hacia el año 3000 a.C. en Harappa, y antes del 2700 a.C. en Mohenjo-Daro; tuvo una organización urbana muy adelantada, con edificaciones de ladrillo, y elaboró una cerámica pintada de notable perfección. Las ciudades de esta Cultura del Indo tienen un plano regular con calles paralelas que se cortan en ángulo recto, están provistas de grandes estanques y piscinas, de un sistema perfecto de desagües y en algunas se han conservado grandes obras de fortificación, como en Harappa, donde las murallas miden 14 m de anchura. En conjunto, el urbanismo parece haber sido estudiado por arquitectos experimentados, lo que viene a demostrar que se trataba de una civilización muy avanzada. Vestigios importantes se han recogido en las localidades mencionadas, particularmente bustos de ancianos con barba y torsos juveniles que, junto a un concepto completamente clásico de la escultura humana, demuestran un envidiable dominio del modelado. Existe también una figura de bronce de una joven danzarina desnuda, con una gran cabellera y el brazo izquierdo lleno de anchos brazaletes, que fue hallada en Mohenjo-Daro.Tanto en Harappa como en Mohenjo-Daro, sellos grabados hallados en abundancia, con figuras de animales (rinoceronte, toro, elefante, etc.), demuestran la existencia de una escritura, cuyos signos no se ha logrado descifrar.


Esta cultura del Indo desapareció hacia el año 1500 a.C, coincidiendo con la llegada de los pueblos indoeuropeos. Se trata de un movimiento de poblaciones que, procedentes de las estepas euroa-siáticas, desembocaron por oleadas sucesivas en las costas norte del Mediterráneo (en Grecia recibieron el nombre de dorios), en el Oriente Medio (hititas) y en la India, donde penetraron por los pasos del noroeste y desplazaron a las poblaciones autóctonas hacia el sur. Estos pueblos, que se denominaban a sí mismos nobles (arya en sánscrito significa noble), estaban divididos en castas: brahmana (sacerdotes), kshatriya (guerreros) y vaisya (hombres corrientes, ganaderos y agricultores). Frente a estos tres grupos estaban los sudra, despreciados y dominados como esclavos. Por tanto, ya se tiene aquí el origen del rígido sistema de castas que caracteriza a la tradicional sociedad india.


Bote y tapa de terracota (Museo Nacional de India, Nueva Delhi). Muchos objetos de uso domésticos fueron hallados en el yacimiento de Harappa, entre los cuales se han llegado a clasificar muchos utensilios de cocina y juguetes de barro cocido, piedra tallada y cobre. La civilización asentada en el valle del Indo desarrolló una gran tecnología artesanal y concibieron su principal medio de vida en la comercialización de estos objetos.


Desde la destrucción de las ciudades del Indo hasta el siglo III a.C, prácticamente no se ha encontrado nada en la India. Se trata de un vacío en la historia del arte que resulta muy difícil de cubrir por los estudiosos del arte de la India y del que no se puede extraer más que conjeturas de muy difícil comprobación. Sin embargo, ese milenio largo sentó los principios fundamentales del hinduismo y es conocido como período védíco a causa de las cuatro grandes colecciones de himnos, oraciones, fórmulas rituales y hechizos mágicos que reciben el nombre de Vedas. Estas recopilaciones han desconcertado a los historiadores porque -a diferencia de las otras literaturas sagradas de las grandes religiones- jamás hacen referencia a acontecimientos históricos, ni hacen mención a dinastías, a guerras, ni de fechas de ninguna clase. Pertenecen también al período védico los dos grandes poemas épicos Mahabharata y Ramayana.

Fue durante esta época, en el siglo VI a.C, cuando aparecieron en el norte de la India dos fenómenos religiosos heterodoxos: el budismo y el jainismo. El primero fue fundado por el príncipe Siddharta, llamado el Buda (el Iluminado), que rechazó radicalmente el sistema de las castas y enseñó que la aceptación de la vida y el dominio sobre sí mismo son más importantes que la fe. Por tanto, suponía el reverso de lo que propugnaba el brahmanismo, en el que el núcleo de la sociedad debía ser el sistema de castas y, por tanto, el ejercicio del poder para mantener dicha estructura. De este modo, el budismo, que habría de extenderse con el correr del tiempo por buena parte de Asia, se trataba de un auténtico movimiento revolucionario que quebrantó profundamente los fundamentos del brahmanismo védico. No es exagerado afirmar que fue una revolución pues de este modo lo interpretaron las clases dirigentes de la sociedad hindú que, obviamente, no estaban dispuestas a renunciar a sus numerosos privilegios. Por otra parte, el jainismo, también surgido en el norte de la India y más oscuro en su origen, es la reforma realizada por un genio religioso, Vardhamana, también llamado Jiña el Victorioso, cuyo ascetismo era muy severo y predicaba la doctrina de la omnisensibilidad y la moral de la no violencia. La ascesis que practicaban los seguidores del jainismo estaba basada en la idea de que el sufrimiento que padecen las personas en la tierra es producto de la unión entre cuerpo y alma, por lo que el objetivo debe ser la liberación del cuerpo -a la espera de la liberación final, que llegará con la muerte- a través del ayuno y de las ascesis, como ya se ha señalado. Asimismo, el jainismo dará a lugar a la aparición de numerosas sectas.

Algunas de las personificaciones típicas del politeísmo primitivo se incorporaron no sólo a la iconografía del brahmanismo, sino también al arte religioso búdico y al jainismo. Y así toda la serie de genios masculinos y femeninos, hadas y demonios, como los naga (seres con cabeza humana y cola de serpiente que habitan las regiones subterráneas), yakshi (genios masculinos y femeninos de la vegetación), apsaras (ninfas de las aguas), etc.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Budismo y helenismo


El año 327 a.C. este enorme subcontinente conoció su primera invasión histórica: Alejandro Magno, después de haber vencido a Darío, atravesó el Indo. En 326 a.C. dio la gran batalla de Hydaspes en la que derrotó al ejército hindú, dejó dos sátrapas griegos en el Punjab y en el Sind y regresó a Irán donde murió en 323 a.C.

Casi al mismo tiempo, en el otro extremo del norte de la India, un kshatríya llamado Chandragupta se convirtió en rey de Magadha y desde allí extendió su dominio hasta entrar en contacto con las satrapías griegas del noroeste. Fue él quien fundó el primer imperio unificador: el de los Maurya (del 322 al 185 a.C), nacido de un despotismo despiadado que conocemos bien gracias a los informes del embajador griego Megástenes, enviado a la India por decisión de Seleuco I, y al texto de un manual sobre política, el Arthashastra, que dice que “el gobierno es la ciencia del castigo”y describe un ciclo de torturas de 18 días con un método diferente de tortura para cada día. Megástenes escribió que el ejército del Imperio maurya tenía 700.000 hombres, 9.000 elefantes y 10.000 carros de guerra.

Capitel de los leones (Museo Arqueológico, Sarnath). El emperador Ashoka unificó el primer imperio indio mediante la religión budista, para lo cual propagó todo su imaginario simbólico por la región. La primera representación conocida del budismo es el coronamiento de un pilar que presenta a cuatro leones simbolizando las cuatro puntos cardinales por los que Buda propaga su verdad a través de los vientos. Erguidos sobre una flor de loto, que refleja la pureza de su alma, y un austero cíngulo monacal, sería adoptado a principios del siglo XX como emblema nacional.

El nieto de Chandragupta, Ashoka (274 a 237 a.C.) fue el emperador más grande que ha conocido la India. Después de unos principios sangrientos, que le ayudaron a controlar prácticamente cualquier foco de rebelión que pudiera amenazar su gobierno, se convirtió al budismo, y para predicar al pueblo la nueva moral de la tolerancia hizo grabar sus edictos en altos pilares de piedra distribuidos por todo el Imperio. De entre los que se han conservado hasta hoy, es particularmente famoso el de Sarnath, una modesta población situada a pocos kilómetros de Benarés, coronado por un capitel con cuatro leones sobre una “Rueda de la Ley”, esculpido en brillante piedra pulida. Este capitel, que mide 2,10 m de altura se ha convertido en el actual emblema de la India, acompañado de la frase sánscrita Satyameva jayate (sólo triunfa la verdad).

A la época maurya pertenecen los primeros monumentos del arte hindú: stupas, chaityas y viharas, todos ellos de inspiración budista. Un stupa es una construcción semiesférica hecha para contener reliquias, que deriva probablemente de los antiguos túmulos funerarios. Los stupas que nos han llegado más completos son los tres de Sanchi, el mayor de los cuales mide 32 metros de diámetro por 36 de altura y se remonta a la época de Ashoka.

Stupa (Sanchi, Bhopal). El monumento conmemorativo de la muerte de Buda y su entrada en el Nirvana consta generalmente de un cuerpo semiesférico rodeado por una balaustrada esculpida. Esta construcción funeraria alcanza una altura de 36 metros y un diámetro de 32, con un deambulatorio de 40 metros. Las cuatro toranas de acceso, coincidiendo con cada punto cardinal, de 10 metros de alto cada una, están completamente esculpidas. La stupa de Sanchi no conserva en demasiado buen estado sus pinturas decorativas, pero mantiene los bajorrelieves dedicados a escenas de la vida de Buda, plenos de horror vacui y acumulando detalles narrativos y motivos ornamentales con una pasmosa condensación armónica. Las toranas de Sanchi son uno de los mejores ejemplos de la riqueza plástica de India. 

Estos stupas están rodeados por balaustradas de piedra cuyas formas imitan las que son características de la construcción de madera, y tienen unas puertas monumentales llamadas toranas, magníficamente decoradas con relieves de piedra y esculturas, que señalan el paso del mundo material exterior al mundo espiritual. Las esculturas de Sanchi traducen la exaltación y la alegría inocente y espontánea de vivir, especialmente en la poesía de los cuerpos juveniles de las yakshi suspendidas en el aire, colgando de las ramas del Árbol Sagrado. Más antiguo que los stupasde Sanchi era el de Bharhut, hoy destruido, pero cuyas balaustradas esculpidas se conservan, en parte, en el Museo de Calcuta. Allí pueden verse otras yakshi, más rígidas y menos graciosas que las de Sanchi, pero con el mismo gusto por el desnudo enjoyado y por su carácter ambiguo de seres unidos a la fertilidad de la vegetación, abrazadas a los árboles. 

Torana septentrional de la stupa (Sanchi, Bhopal). Esculpida en el siglo 1 a.C. por un autor anónimo, refleja varias escenas en la vida de Buda antes de alcanzar el Nirvana en el momento de su muerte. Esta entrada de la gran stupa de Sanchi es una de las mejor conservadas del país. 

Las otras dos construcciones típicamente búdicas son el chaitya o santuario y el vihara o monasterio. A pesar de la denominación de monasterio nos traiga a la mente la imagen de una obra arquitectónica como a las que nos acostumbra el arte Occidental, el vihara indio no se edifica sino que, más bien, se esculpe. Es interesante subrayar esta idea, pues estos monasterios no son estructuras arquitectónicas, sino que son obras escultóricas, excavadas en la roca viva. Por otro lado, en realidad, en la India no aparece arquitectura construida hasta los siglos V y VI, bajo la dinastía Gupta. Por eso, los santuarios y monasterios anteriores acostumbran a ser designados como grutas o cavernas, porque se trata de una arquitectura rupestre que imita, esculpiéndolas en la roca, las antiguas estructuras en madera.

Yakshi (Sanchi, Bhopa Todas las esculturas encortradas en la stupa de Sanchi exaltan el vitalismo de la juventud, tal y como demuestra esta yakshi suspendida del Árbol Sagrado de Buda. La grácil y turgente figura de la muchacha desnuda incita la sensualidad y atiende a un ritual universal de fecundidad. 

Cuevas de Ellora y Ajanta (Bombay, Maharashtra). Los templos subterráneos de las montañas de Ellora y Ajanta ofrecen una buena muestra del arte arquitectónico gupta, repletas de esculturas antropomórficas y pinturas rupestres en los muros de sus cavernas. El enclavamiento de estas construcciones responde a una intención de armonizar la naturaleza con el trabajo del hombre, en señal de reverencia y ofrenda a Buda. Salvo por el camino y las escaleras que llevan a los templos, en la vista general de la montaña predomina la elegante caída en cascada de la vegetación del propio paisaje, disimulándose semiocultas las cavernas excavadas debajo.  

Entrada de la cueva IX (Templo de A¡anta, Bombay). Tallada sobre la propia roca de la montaña, la entrada del templo está flanqueada por varias representaciones de Buda, de cierta tosquedad y esquematismo. la fachada carece de la habitual ornamentación abigarrada típica de otras construcciones del arte hindú y presenta unos bajorrelieves menos elaborados y más sutiles en sus formas. 

Esto es lo que sucede con los chaityas (una nave con columnas terminada en un ábside en el que hay un pequeño stupa rodeado por un deambulatorio para que puedan circular los fieles) y los viharas (una sala cuadrada sostenida por columnas que sirve de vestíbulo a una serie de celdas excavadas en torno). Los chaityas más antiguos de Ajanta (del siglo II a.C. al siglo IV) y el famoso de Karli (siglo II a.C.) tienen esculpidas en el techo de roca las formas de vigas de madera curvadas y en su exterior las de las típicas ventanas hindúes con el arco de madera llamado kudu, de una forma semejante a la herradura. A los ojos occidentales, poco habituados en general a contemplar monumentales construcciones excavadas en las rocas, se trata, sin lugar a dudas, de las manifestaciones más fascinantes del arte de esa época.

Buda (Gandhara, Afganistán). Este bajorrelieve muestra una representación de Suda y cuatro adoradores muy esquematizada con respecto al uso de la perspectiva. La configuración de los personajes recuerda el estilo grecolatino heredado de las corrientes indoeuropeas, que posteriormente se desarrollarla durante el bajo renacimiento con una me¡orla progresiva de su estilización y una reducción de la tosquedad de las formas. 

Otro lugar importante es el valle de Ajanta, donde se encuentran algunas de las construcciones más interesantes de este período de la historia del arte indio. El valle de Ajanta está constituido por una alta pared de roca volcánica de forma curvada, en la que durante cerca de mil años los monjes budistas que huían de la agitación de las ciudades excavaron una treintena de chaityas y viharas. Por tanto, se trata de un enclave que es todo un lujo para cualquier investigador de la historia del arte, pues permite recorrer, en las múltiples obras de todo tipo que acoge, la evolución del arte de la India, por lo menos en el que capítulo que se refiere a las construcciones búdicas. Su interior, de una increíble riqueza de relieves y de pinturas murales, forma un conjunto de una belleza acaso no superada en el arte de la India. Representaciones del Buda, de sus disópulos, de escenas de la vida en los palacios de Jos príncipes, parejas celestes, animales, flores y motivos geométricos decoran muros, capiteles y columnas. Todo un muestrario de las maravillas de las que fueron capaces los numerosos artistas que durante cientos de años trabajaron en las paredes del valle de Ajanta. 

Buda (Museo Nacional de Arte, Roma). Uno de los muchos bajorrelieves hallados entre las ruinas de Gandhara es este Suda bigotudo esculpido sobre roca. Tocado con una Cinta floreada que recoge la cola de su cabello, Suda mira hacia el frente con serenidad y orgullo, altivez que queda remarcada por la calda de los párpados y el fino contraste de las cejas. A su lado, un angelote anuda un resano a las ramas de un árbol. 

Por otro lado, hay que citar también en los alrededores de Bombay otras joyas de arquitectura rupestre realizadas en época pre-Gupta: Bhaja (donde se encuentra el chaitya más antiguo), Kanheri (donde existen tres chaityas importantes entre un total de 109 cavernas de pequeño tamaño), Nasik (donde de 23 cuevas hay que destacar un chaitya y tres grandes viharas) y, sobre todo; Karli, donde se encuentra el gran chaitya que es la obra maestra de la serie. 

Hay que detenerse, siquiera brevemente, en esta magnífica construcción de Karli. Excavada en la roca entre los años 100 y 125 de nuestra era, tiene una nave interior de 41 metros de longitud por 15 metros de altura, impresionante por su sobriedad decorativa, lo que la diferencia de otras construcciones de la misma época en las que, como ya se ha señalado, destaca la rica y fantasiosa decoración. El porche exterior, en cambio, contrasta con la inusual austeridad que reina en el interior, y abunda en elementos ornamentales (kudu, etc.) entre los que destacan los relieves de parejas de hombres y mujeres abrazados, semejantes a los del stupa de Sanchi, aunque aquí las mujeres -pese a sus cinturones de perlas- están menos sobrecargadas de joyas y su modelado es más fuerte. 

⇨ Historia de los Jakatas (Museo Nacional, Nueva Delhi). Procedente del emplazamiento arqueológico de Amaravati, en el estado de Andhra Pradesh, este bajorrelieve de piedra calcárea verdosa cuenta una escena histórica del siglo I d. C.. enmarcada entre dos rosetones ornamentados con cenefas. Salta a la vista la exagerada condensación de los personajes, produciendo la sensación de dinamismo.     



El capítulo siguiente del arte de la India es el grecobúdico o"arte del Gandhara", nombre que proviene de Kandahar, el valle del río Kabul en el Afganistán. La penetración de la estética griega fue un resultado de la desmembración del Imperio maurya, lo que permitió a los jefes griegos de las colonias fundadas por Alejandro Magno casi dos siglos antes, conquistar poco a poco las llanuras del norte de la India. Así, importaron a esta zona septentrional del subcontinente indio algunas de las características del esplendoroso arte helenístico. Uno de aquellos griegos, Menandro (llamado Milinda por la tradición hindú), llegó con su ejército hasta el Ganges hacia el año 150 a.C. Lo más notable de él es que adquirió una gran reputación de filósofo convertido al budismo. 

Estos estados griegos fundados en el norte de la India no tuvieron una duración política muy prolongada porque rápidamente fueron destruidos por la entrada en la península de unos pueblos nómadas que siguieron el camino de todas las invasiones: los pasos del noroeste. La historia de la penetración en la India de estos pueblos centroasiáticos llamados Kushana es confusa, pero, a pesar de ello, se sabe que crearon un imperio que tuvo su capital en Mathura, desde la que consiguieron dominar todo el norte de la India y que se mantuvo hasta principios del siglo III d.C. Por otro lado, uno de sus soberanos más importantes, llamado Kanishka, se convirtió en el gran protector del budismo y su fervor favoreció su propagación durante el siglo II. Pero el final del poder político de los griegos no acarreó la desaparición de su cultura, sino al contrario. El Imperio kushana la asimiló rápidamente y desarrolló una civilización muy helenizada a la que pertenecen gran parte de las obras de arte grecobúdicas, de tal suerte que dicho arte, llamado tradicionalmente del Gandhara, sería más justo llamarlo arte de los Kushana. 

Stupa (Museo Gubernamental, Madrás). El baJOrrelieve tallado en esta stupa hallada entre los restos de Amaravati muestra una riquísima metáfora del ascenso de Buda hacia el Nirvana celestial. La composición general está flanqueada por medallones y lineas escultóncas ordenadas armónicamente. 

Fachada de la vihara I (Templo de Ajanta, Bombay). La entrada del monasterio budista presenta una rica ornamentación esculpida sobre roca viva de diversos estilos, con detalles florales, representaciones miniaturizadas de Buda y líneas paralelas que producen un efecto visual de elevación y retorcimiento. 

Friso y capiteles (Templo de Ajanta, Bombay). Sobre la entrada de la cueva XIX de los restos arqueológicos de Ajanta se erige este bajorrelieve sobre dos columnas cuya decoración cromática se ha borrado con el tiempo a causa de la humedad y el roce del viento. Muestra representaciones figurativas de Buda en actitud sedente y meditativa.     

Este arte al que se acaba de hacer mención, se trata en realidad del foco más oriental del arte grecorromano de Asia, que representa temas de la religión budista. Los cuerpos de estas estatuas son griegos, como lo demuestra su modelado, pero sus actitudes son hindúes. En esta época, y por artistas impregnados de helenismo, se realizaron las primeras representaciones del Buda bajo forma humana, algo que no se había realizado hasta el momento, pues en lugar de otorgar forma humana al Buda se había optado por representarlo mediante alusiones simbólicas utilizadas en el Imperio maurya (huellas de sus pies, Rueda de la Ley, trono vacío, etc.). En el arte del Gandhara el Buda es representado de pie, o sentado, con las piernas cruzadas ("posición del loto"), para significar la Meditación en busca de la verdad. Cuando se quiere sugerir la Enseñanza, el Buda es representado con la mano en la "posición de hacer girar la Rueda de la Ley". 


⇦ Bodhisattva del loto azul (Templo de AJanta, Bombay). En la entrada de la vthara I se encuentra este célebre mural, de corte naturalista y con un retrato sensualista que refleja una actitud piadosa frente a los males del mundo. La expresión de la cara está reforzada por el contorno de los ojos y la estilizada línea curvada de las cejas. En la plástica pictórica gupta es habitual esta combinación entre el sensualismo y el ascetismo de sus figuras, apelando a la dulzura de sus rostros y entornándolas con un fondo cromático muy vivo. 



Mientras sucedían estos acontecimientos en el norte de la India, después de la caída de los Maurya, en el sur -exactamente en el sureste del Decánse fundó el reino de los Andhra, dinastía que duró más de trescientos años (del 25 a.C. al 320 de nuestra era) y tuvo su capital en Amaravati. El llamado "arte de Amaravati" establece un lazo de continuidad con las antiguas escuelas de Bharhut y de Sanchi y estaba en contacto directo -por el camino marítimo- con el mundo romano. Plinio habla de este imperio y le Llama" de los Andarae". Además, en las excavaciones realizadas cerca de Pondicherry se han hallado monedas romanas y cerámicas aretinas del siglo I, lo que viene a confirmar que existía un contacto más o menos continuo entre ambos pueblos. 

Desgraciadamente, los stupas que existieron en Amaravati han sido destruidos y sólo se han conservado fragmentos de bajo relieves en hermoso mármol que hoy guardan los museos. De los cuatro períodos en que acostumbra dividirse el arte de Amaravati, el más característico es el tercero, correspondiente al siglo n. Se trata de un arte narrativo de escenas búdicas en el que todavía aparecen de vez en cuando las alusiones simbólicas al Buda, aunque abundan las representaciones directas del mismo, en general bajo la figura de monje con un manto que deja descubierto el hombro derecho y con la mano de este lado mostrando la palma en la "posición de ausencia de temor". Los relieves se caracterizan por un "horror al vacío" que amontona y multiplica los personajes con un ritmo lleno de vida. Los cuerpos humanos tienen una flexibilidad esbelta, expresada con escorzos que denotan la gran habilidad técnica de los escultores de Amaravati. Son características la sonrisa, debida a la acentuación de la comisura de los labios, y las actitudes muy libres y alegres. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El período clásico del arte hindú: la época gupta

El arte de Amaravati desapareció como consecuencia de la presión política y militar que sobre los reyes Andhra ejerció la dinastía gupta. Esta dinastía se había fundado en el norte de la India hacia el año 320 y había conseguido apoderarse de la antigua capital imperial de los Kushana. Su duración hasta el año 650 se identifica corrientemente con el período clásico del arte de la India. Con la dinastía gupta llegó a su apogeo la cultura hindú. De este modo, las artes visuales y la literatura escrita en sánscrito alcanzaron un gran auge; a esa época pertenecen colecciones de poesía lírica y fábulas que no sólo tienen trascendencia en la literatura de la India, sino que también han influido en el mundo musulmán (muchas narraciones, por ejemplo, de Las Mil y Una Noches tienen origen hindú) y, como no, en Occidente (es el caso de Chaucer, Boccaccio, La Fontaine y un largo etcétera). La gran joya literaria de este período es la pieza teatral “Sakuntala”, obra de Kalidasa, el mayor dramaturgo y poeta de la India, que tan profundamente ha impresionado e influido en muchos escritores europeos, entre ellos Goethe.

Por otro lado, hay que mencionar que el arte de la época gupta no olvidó la “arquitectura rupestre”, sino que siguió produciendo ejemplares de este tipo de “arquitectura rupestre” o tallada en la roca, aunque, de todos modos, su aportación más original fueron las primeras obras de "arquitectura construida", de las que se tratará más adelante.


Mahajanaka jakata (Templo de Ajanta, Bombay). Entre los muchos murales que se conservan en la vihara I se encuentran muchas imágenes de jóvenes desnudos en actitud amorosa, aunque las figuras presentan cierto esquematismo idea!izado y escapan ligeramente de la frontalidad habitual de las representaciones de Buda. En esta erótica escena se exhiben diversos cuerpos masculinos y femeninos contoneándose con la postura típica de los tri-bangha.

Entre las muchas obras de “arquitectura rupestre” gupta, hay que citar las grutas búdicas más antiguas halladas en la roca de Ellora, al este de Bombay, y, sobre todo, las grutas más tardías de Ajanta, labradas en los siglos V al VII, en las que se encuentran obras maestras de escultura y pintura que cuentan entre los más admirables tesoros artísticos de la humanidad. Escultóricamente, las grutas más famosas de Ajanta son los chaityas XIX y XXVI, llenos de figuras humanas finas y elegantes, en las que es frecuente la triple flexión que da una inclinación distinta a la cabeza, al tronco y a las piernas; se trata de una imagen que recuerda la silueta sinuosa de las esculturas griegas de Praxíteles, llamada posición tribhanga en los tratados clásicos de la estética hindú. Pero Ajanta es célebre sobre todo por sus pinturas murales, cuyos mejores ejemplares son acaso los de los viharas I y XVII.

Buda sentado (Museo Británico, Londres). Esta hierática representación escultórica de Buda medrtando con los ojos cerrados alcanza unas proporcrones aproxrmadas a la estatura humana, posibilitando la empatía emocional con los fieles por su cercanfa formal y su naturalismo. 


Matrimonio de Shíva y Parvati (Elefanta, Bombay). Este altorrelieve da la brenvenida en una de las grutas principales encontradas en la isla de Elefanta, rodeando las dos figuras centrales con vanos persona¡es miniaturizados relacionados con la mitología hindú. En un primer plano, una colosal escultura mutilada ofrece una imagen de fría serenidad. 
En el primero se encuentra el famoso Bodhisattva del loto azul, cuya actitud y expresión del rostro, con los ojos entornados, refleja una gran calma espiritual y una triste compasión llena de piedad hacia todo el dolor y miseria del mundo. En el mismo vihara I se encuentran pintados un combate de búfalos, un desfile encabezado por un príncipe montado sobre su elefante, diversas escenas cortesanas en las que figuran movidos grupos de bailarinas, etc. Lo más desconcertante para la tradición occidental es la mezcla de sensualidad y ascetismo típica de toda esta plástica gupta.

Todos los cuerpos masculinos y femeninos son jóvenes y bañados en una atmósfera erótica que los lleva a inclinarse tiernamente unos sobre otros. Las mujeres, siempre sonrientes, presentan el contoneo típico de la posición tri-bhanga, que realza la forma de las caderas y del busto, y sus cuerpos desnudos van lujosamente cargados de joyas como las yakshi de Sanchi y de Bharhut. Pero este naturalismo está impregnado de una resonancia religiosa y todas esas criaturas llenas de gracia participan del fervor místico del budismo, tan próximo a la espiritualidad franciscana.

Stupa (Dhamek, Sarnath). Este santuario cilíndrico es uno de los más antiguos de la dinastía gupta. Durante este período, la arquitectura dejó de tallarse en la propia roca y comenzó a construirse sobre el suelo, lo que en parte propició la progresiva suplantación del budismo por parte del neobrahmanismo que precisaba de templos en los que el oficio del sacerdote estuviera separado de los fieles, acelerando la decadencia arquitectónica gupta. 

La máxima expresión de esa religiosidad llena de dulzura son las figuras del Buda creadas en Sarnath durante la época gupta. En ellas, la forma humana está idealizada al máximo. Los pliegues del manto del monje y el drapeado transparente que tenían las imágenes grecobúdicas desaparecen por completo. Sólo un ligero relieve alrededor del cuello y la curva del borde inferior marcan el hábito monástico del Buda. La frontalidad es absoluta. Sus ojos medio entornados y los labios que apenas inician una sonrisa, expresan una serenidad llena de alegría interior por el don de sí mismo que es el ideal del budismo.

Templo de Kailasa (EIIora). Esta monumental construcción arquitectónica del siglo VIII d.C. fue esculpida directamente sobre la roca como símbolo de la fuerza de la fe, capaz de mover toda una montaña. El templo está compuesto interiormente por una sene de salas cavernosas excavadas bajo la tierra, decoradas enteramente con frescos y algunos bajorrelieves. Su fachada externa se encuentra absolutamente recubierta por esculturas de hasta 30 metros de altura.    

Bajo la dinastía gupta aparecieron los primeros edificios de una “arquitectura onstruida”y no solamente tallada en la roca. Los más antiguos son el stupa cilindrico de Dhamek, en Sarnath, y el imponente santuario de Bodh-Gaya, levantado en el Bihar, en el siglo IV, en el mismo lugar en el que el Buda obtuvo la “iluminación”. Pero el desarrollo de la “arquitectura construida” fue debido, sobre todo, al hecho de que, a partir de fines del siglo VI y principios del VII el antiguo brahmanismo empezó a suplantar al budismo. Los emperadores gupta, al proteger el neobrahmanismo, precipitaron la decadencia del budismo en la India y su posterior desaparición.

El culto neobrahmánico necesitaba un tipo de templo en el que el santuario, en el que oficiaba el brahmán, estuviera separado y aislado de la masa de los fieles. Esto obligó a los arquitectos a buscar fórmulas constructivas nuevas, puesto que el chaitya búdico no era utilizable para la nueva liturgia. Después de muchos tanteos y vacilaciones, la arquitectura brahmánica terminó dividiéndose en dos grandes tipos de templos llamados, a causa de su distribución geográfica, estilo del norte o indoeuropeo y estilo del sur o dravídico.

Templo de Kailasanatha (Kanchipuram). Este es uno de los más bellos templos de esta ciudad y fue levantado bajo la dinastía Pallava entre los años 685 y 705. Único en su arquitectura, fue construido en piedra caliza y está decorado con grandes esculturas. Por su construcción maciza también sirvió de refugio real durante las guerras.  

Lo más característico del estilo del norte es el santuario de planta cuadrada cuyo alto tejado se eleva en forma de torre que va curvándose hacia la cúspide. Esta torre curvilínea, cuyo perfil ha sido frecuentemente comparado al de un obús, se llama sikhara. Su coronamiento lo forma una especie de almohadón aplastado con surcos verticales que reproduce el fruto sagrado amalaka. Probablemente, el ejemplo más antiguo de sikhara es el templo de Lakshmana, en Sirpur, pequeña ciudad hoy perdida en la jungla, pero que en el siglo VII era una gran capital.


El Imperio gupta cayó, en parte, a causa de la invasión por los pasos del noroeste de las tribus de una rama de los hunos, pueblos que al mismo tiempo penetraban con su rey Atila hasta el occidente de Europa. El norte quedó destruido y fragmentado en multitud de pequeños reinos independientes, pero durante este tiempo había aparecido otra potencia política más al sur, en el oeste del Deccán: la dinastía Calukya que se sostuvo desde los alrededores del año 550 hasta su derrota por los Rastrakuta hacia el año 760. Bajo los soberanos de estas dinastías se desarrolla la última etapa del arte clásico hindú. Es el período que recibe el nombre de pos-Gupta y se prolonga hasta el siglo IX.


Templo de Mahabalipuram (Madrás) Característico de la arquitectura piramidal del estilo dravídico, este santuario ubicado junto al mar reúne rasgos de la construcción neobrahmanista y la iluminación cenital natural de la última época, aislando totalmente cada módulo entre sí. La decoración escultórica de columnas y bajorrelieves repite las representaciones animales y antropomórficas esquemáticas típicas de los inicios. 


Los Calukya tenían su capital en Badami, aunque los templos más importantes se hallan en Pattadakal, un lugar de peregrinación sagrada a 15 km de la capital.

En Pattadakal se encuentran los dos tipos arquitectónicos: el estilo del norte, representado por el templo de Papanatha, y el estilo del sur o dravídico, representado por el templo de Virupaksha. El primero, levantado a fines del siglo VII, tiene un sikhara con sus típicas aristas curvadas, y, en su interior, enormes pilares, que aún recuerdan por su robustez los de las grutas búdicas, adornados con espléndidas formas de parejas celestes abrazadas, músicos y bailarinas.

El templo de Virupaksha, en cambio, es de tipo dravídico. Construido hacia 740, está provisto del tipo de torre característico del estilo del sur, llamado vimana, que consiste en un tejado de múltiples pisos, cada uno más pequeño que el anterior, formando una especie de pirámide de aristas rectilíneas que se eleva sobre la sala cuadrada del santuario. El vimana del templo de Virupaksha, uno de los más antiguos, tiene solamente tres pisos. El templo, dedicado al dios brahmánico Shiva, realiza una perfecta fusión de las formas arquitectónicas y de la escultura, en la que abundan representaciones de episodios del Ramayana y del Mahabharata.

La dinastía Rastrakuta, que sucedió a los Calukya en el oeste del Deccán, renovó el arte de las grutas talladas en la roca con la producción de dos monumentos que hay que considerar entre las maravillas del patrimonio artístico de la humanidad: la gruta de la isla de Elefanta y el templo de Kailashanatha, en Ellora.

La pequeña isla de Elefanta está situada en la bahía de Bombay, a 10 km de la costa. Allí, en la segunda mitad del siglo VIII, fue tallada una gruta impresionante, dedicada a Shiva bajo sus tres aspectos. Se trata de una inmensa nave cuadrada, de 43 m de lado, con veintiséis columnas de alta base cuadrada y un ancho capitel en forma de bulbo aplastado. Las esculturas que decoran sus muros, pese a su colosalismo, tienen unas proporciones tan justas que producen un sentimiento de belleza tranquila. Lo más característico es la sosegada majestad, un poco desdeñosa, de los rostros, en los que se expresa una serena voluptuosidad. La escultura principal es el busto tricéfalo de Shiva, de 8 m de alto por 6 de ancho, llamado la Trimurti, triple aspecto divino. En el centro, el rostro de gloria; a la izquierda, el ser destructor, dios de la muerte, terrible pero necesario; a la derecha, el rostro femenino, sonriente, que representa el aspecto maternal, generador de la vida.


En las colinas rocosas de Ellora, abandonadas por los monjes budistas, los soberanos Rastrakuta se lanzaron a un prodigioso programa de excavaciones de templos, realizando diecisiete en poco más de un siglo. El más extraordinario es el de Kailashanatha, único por su estilo y por el modo como fue construido. Pocos monumentos en el mundo dejan una impresión tan imborrable. Tallado verticalmente en la roca, es un gigantesco edificio monolítico de tamaño colosal (60 m de largo por 30 de ancho y 30 de alto), que ha sido aislado de la montaña dejando en torno a él un patio o espacio vacío de 100 m por 60, cuyos muros están formados por las paredes cortadas a pico de la excavación. El enorme bloque así aislado de la montaña fue tallado en forma de templo, como por un escultor gigante.

Nada fue añadido, ni una sola escultura fue traída de fuera, todo había sido minuciosamente previsto por la asombrosa habilidad de los arquitectos y escultores. Este templo monolítico gigantesco fue interiormente excavado para reproducir con una precisión extraordinaria toda la estructura interior de un templo de arquitectura construida. Se calcula que fue necesario evacuar más de doscientas mil toneladas de roca cuando, a fines del siglo VIII, fue realizado el conjunto de la obra. La sombría piedra volcánica y el dinamismo furioso de las esculturas del Kailashanatha evocan el terror religioso, las proezas llenas de tensa espiritualidad de dioses y diosas de la India brahmánica.

Peñón de los elefantes (Mahabahpuram. Madrás) El magistral trabajo escultórico de este bajorrelieve muestra diVersas representaciones budistas sobre dos enormes figuras de elefantes. 

Mientras en el oeste del Deccán se sucedían las dinastías Calukya y Rastrakuta, en el sur, junto a la costa del golfo de Bengala, cerca de la actual ciudad de Madras, los soberanos Pallava elevaban en los siglos VII, VIII y IX los grandes templos de su capital Kanchipuram y de su puerto marítimo de Mahabalipuram (o Mamallapuram). Ellos fueron los auténticos creadores del estilo del sur o dravídico, que hemos visto en el templo de Virupaksha, en Pattadakal. Los elementos arquitectónicos característicos son el vimana piramidal, ya descritos, y los gopuram o pirámides rectangulares de fuerte pendiente, colocados sobre las puertas de entrada de los recintos de los templos.

Entre los templos de Kanchipuram debe destacarse el de Kailasanatha, edificado en el año 700, y que inspiró el ya citado templo del mismo nombre en Ellora. En Mahabalipuram, puerto del reino Pallava, cuya magnificencia describió el peregrino chino Hivan-Tsang, que lo visitó el año 640, no queda nada. Sus murallas y sus fortificaciones son hoy ruinas esparcidas que baten las olas del océano Indico. La llanura en torno está llena de enormes bloques graníticos esculpidos. Son los ratha o templos tallados en forma de carro celeste, entre los que han sido labrados enormes animales monolíticos (un toro, un león y un elefante) y un inmenso relieve de 32 metros de longitud y 14 de altura que representa el descenso del Ganges, el río sagrado, ante la alegría de todos los seres vivientes que acuden a recibirle.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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