Pintura, grabado o dibujo que
tiene por objeto la representación de un lugar natural o urbano; puede incluir
figuras, pero como elemento secundario.
A veces es difícil distinguir
entre una composición cuyo motivo principal es el paisaje y otra en la que el
paisaje es sólo un elemento decorativo, porque a menudo los pintores han
concedido gran importancia al entorno paisajístico que sirve de marco a las
figuras. En sentido estricto la pintura de paisaje no surgió como tal hasta el
s. XVII, con la especialización de muchos pintores holandeses en la producción
de motivos de su entorno natural. El máximo desarrollo del paisajismo se dio en
el s. XIX con el romanticismo, estilo que veía en la naturaleza una vía de
expresión de los sentimientos.
El paisaje en la Antigüedad
En la época helenística el paisaje
aparece como elemento decorativo con personalidad propia en la pintura mural;
los pintores helenísticos decoraron las paredes de las residencias familiares
con vistas de ciudades, del campo y de jardines imaginarios. Esta herencia fue
asimilada por Roma, y en las paredes de las villas romanas se pintaron las
mismas escenas idílicas, pero con un carácter más realista. En China y Japón,
se estableció muy pronto (s. IV) una tradición pictórica centrada en el
significado espiritual del paisaje, tradición que se mantuvo hasta la época
contemporánea, en la que los grabados japoneses que empezaron a circular por
Europa influyeron en los pintores realistas e impresionistas. En Europa, los
primeros paisajes con cierta entidad, aunque totalmente imaginarios, son los
que aparecen en el Las muy ricas horas
del duque de Berry, de los hermanos Limbourg (s. XV), ilustrando las
actividades en la naturaleza según las estaciones.
El paisaje naturalista
Los primeros paisajes de tipo
naturalista, es decir, que derivan de una observación directa de la naturaleza,
fueron los de los pintores flamencos como Jan Van Eyck en el s. XIV y,
posteriormente, Durero, Brueghel y El Bosco; estos últimos desarrollaron un
paisaje amplio de horizontes lejanos, figuras muy pequeñas y punto de vista muy
elevado, que sugiere una visión no humana. En la pintura italiana del
Renacimiento fueron los pintores venecianos como Giovanni Bellini, VittoreCarpaccio, Giorgione y Tiziano los que, a partir de las innovaciones de
Leonardo y de la tradición flamenca, trataron el paisaje como motivo que, más
allá de su función decorativa, puede sugerir profundidad espacial, al tiempo
que resalta valores líricos o sensitivos. La tempestad de Giorgione es un
ejemplo paradigmático de esta nueva relevancia del paisaje en la pintura
italiana. En el s. XVII, adquirió reconocimiento como género pictórico autónomo
en la pintura holandesa con Rembrandt, Jacob van Ruysdael, Meindert y Hobbema.
En España, Velázquez introduce paisajes en algunos de sus cuadros (Rendición de Breda, retratos ecuestres),
y en otros el paisaje es tema principal (Jardines
de Villa Medici;· Vista de Zaragoza,
en colaboración con Mazo); Murillo (Paisaje
con figuras, Prado) y Sánchez Cotán (Descanso
en la huida a Egipto, cartuja de Granada) recuerdan en sus fondos de
paisaje a los del pintor flamenco J. Patinir.
Idealismo, romanticismo y realismo
En la misma época, en Francia, Nicolas Poussin y Claude Lorrain desarrollaron el paisaje narrativo, es decir,
el que sirve de marco a una escena de contenido histórico o mitológico; en
estas escenas se plasman figuras muy pequeñas, totalmente integradas en un
entorno natural, estableciendo un tipo de composición serena e idealizada, en
la que el espacio retrocede lentamente mediante el uso de gradaciones que van
de tonos cálidos en primer término a fríos para el fondo; éste fue el modelo
académico más imitado hasta fines del s. XIX. En cambio, los veduttisti
(pintores de vistas) venecianos del s. XVIII se inclinaron por composiciones en
las que predomina la visión directa de escenas de la vida de la ciudad,
pensadas para los coleccionistas ingleses. En el s. XIX, el paisaje se
convirtió en el motivo más frecuente de la pintura romántica en las obras de
grandes artistas como John Constable, William Turner, Samuel Palmer o Caspar David Friedrich, quienes buscaban en la naturaleza aquellos aspectos que pudieran
sugerir emociones: lugares asociados a recuerdos de infancia, puestas de sol
melancólicas o tormentas escalofriantes. Las escuelas de Barbizon en Francia,
Olot en España, Posillipo en Italia y el grupo impresionista aportan al paisaje
nuevos valores atmosféricos y lumínicos. En España, el paisaje imaginativo y
literario adquiere importancia gracias a la obra de Pérez Villaamil, Carlos de Haes y Martí Alsina, entre otros. Con el realismo, la tradición paisajista
sufrió un vuelco: se postuló la necesidad de pintar la naturaleza por sí misma,
prescindiendo de las ideas y loó sentimientos del artista.
Del impresionismo a la abstracción
Las dificultades en captar una
naturaleza que cambia constantemente llevaron a los pintores a centrar la
atención en los efectos de luz y color, en una rápida evolución que conduciría
al impresionismo, al postimpresionismo y a la ruptura con la representación de
la naturaleza. Los paisajes impresionistas pintados por Claude Monet al final
de su vida en Giverny, son un buen ejemplo de la dificultad del pintor en
captar formas precisas a partir de la observación directa y de la progresiva
disolución del motivo en manchas colorísticas, característica de esta fase. En
España el paisaje impresionista tuvo en D. de Regoyos, A. Beruete y J. M1r a
sus más destacados representantes. En la pintura del s. XX el paisaje ha sido
abordado como motivo de análisis compositivo por pintores postimpresionistas
como Paul Cézanne, como base para la investigación experimental de los efectos
lumínicos en la técnica pictórica en el caso del neoimpresionista Georges Seurat, como vehículo de expresión de las emociones en Van Gogh y los
expresionistas alemanes, o bien como punto de partida de composiciones
abstractas en Piet Mondrian.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
Paisajistas destacados
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