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Artistas de la A a la Z

El Renacimiento en España

A finales del siglo XV España estuvo invadida de artistas extranjeros. Los Reyes Católicos, así como también magnates y grandes eclesiásticos, llaman o admiten a arquitectos, escultores y tallistas neerlandeses, borgoñones, alemanes y franceses. Ese trasiego de artistas no fue una singularidad española sino que se convirtió en un fenómeno general en la Europa de entonces. Hasta mediados del siglo XVI vemos a flamencos e italianos acudir a las cortes de los monarcas de Inglaterra y Francia, tan numerosos como lo fueron en España. 

Medallón con las efigies de los Reyes
Católicos
, en la fachada de la Univer-
sidad de Salamanca (Castilla y León).
La profusa y minuciosa legislación so-
bre las actividades laborales hizo que
bajo el reinado de Isabel y Fernando
surgiera una copiosa literatura jurídi-
ca.


Una sola tradición artística de antigua raigambre peninsular se mantuvo por aquellos años incólume: el arte mudéjar en sus formas de aplicación a la arquitectura, la carpintería de lo blanco, en la que los artífices moriscos seguirán todavía desplegando una gran actividad, y siguieron destacando en especial en la construcción de artesonados y puertas. Dará idea de lo arraigadas que estaban las formas mudéjares en el sur de España el tratado titulado Carpintería de lo blanco de Diego López de Arenas, con abundantes grabados de lacerías mudéjares, que fue reimpreso todavía en 1727. Ya puede comprenderse, pues, que durante el reinado de los Reyes Católicos, cuando los artistas fluctúan aún entre lo viejo y lo nuevo, este arte híbrido neomusulmán les obsesiona, y triunfa en las restauraciones del Alcázar de Sevilla y de la Aljafería de Zaragoza, y, sobre todo, en los techos del palacio de los duques del Infantado, en Guadalajara.

Claustro del Colegio de San Gregorio de Juan Guas y Simón de Colonia, en Valladolid (Castilla y León). Construido entre 1488 y 1496, en su estilo se mezclan elementos platerescos con otros que recuerdan el gótico. Está decorado con emblemas de los Reyes Católicos, y de los reinos de Navarra y de Granada.

Fachada del Colegio de San Gregorio, de Gil de Siloé y Diego de la Cruz, en Valladolid (Castilla y León). Fachada-retablo plateresca, que quizás sea el mejor ejemplo del estilo gótico isabelino españoL La parte superior ostenta el escudo real que incluye la "granada", ciudad recuperada por los Reyes Católicos en esa época. En la parte inferior aparecen diez estatuas que representan a los reyes atlantes. Actualmente es la sede del Museo Nacional de Escultura.

Asimismo, en la decoración arquitectónica, blasones y motes heráldicos adquieren, al finalizar el siglo XV, enorme importancia. Ésta es una característica que perdura hasta bien entrado el XVI, y que da al exorno evidente altisonancia. Grandes escudos flanqueados por figuras hercúleas y sostenidos por el águila de San Juan, en tiempos de los reyes, o por el águila imperial (de alas desplegadas) bajo el emperador Carlos, campean en las fachadas, a las que imprimen, de este modo, un magnífico sello de majestad. El repertorio decorativo era al principio totalmente gótico, como góticas eran las molduras, aunque se combinaban en sinuosos enlaces de lí­neas, que se separan ya del gótico flamígero, para adquirir así acusada significación de barroquismo. Ello puede comprobarse, por ejemplo, en las grandes fachadas, ornamentadísimas, del antiguo Colegio de San Pablo y del Colegio de San Gregario, en Valladolid, atribuidas, respectivamente, a Simón de Colonia y a Gil de Siloé


⇦ Catedral de Granada, de Enrique de Egas y Diego de Siloé, en Andalucía. La catedral fue construida sobre la gran mezquita de la ciudad árabe y, si bien se la considera la obra más importante del Renacimiento español, en su estructura hay elementos de otros estilos arquitectó­ nicos. En 1529, Siloé trazó el plano renacentista sobre los cimientos góticos, con girola y cinco naves en lugar de las tres habituales.



De varios arquitectos, tallistas y escultores extranjeros que trabajan en Castilla en los primeros años de esta época se habla al tratar de la última etapa del gótico español. Son, además de Gil de Siloé y de Juan de Colonia y su hijo Simón, Juan Guas, Enrique Egas, el escultor francés Felipe Vigarny o Bigarny, etc. Junto a ellos, o colaborando con ellos, sobresalen españoles tales como Juan de Badajoz y su hijo y homónimo (que trabajaban en León), Juan de Álava, la gran figura italianizante de Lorenzo Vázquez, Juan Gil de Hontañon, padre de Rodrigo Gil de Hontañón, que con Pedro Machuca comparte la gloria de haber fijado un estilo claramente renacentista español, que se desarrolló con anterioridad al estilo rigorista de Juan de Herrera

Puerta principal del Monasterio de San Juan de los Reyes, en Toledo (Castilla-La Mancha). Su construcción fue un encargo de los Reyes Católicos al arquitecto Juan Guas en conmemoración de la batalla de Toro de 1476. El portal de estilo renacentista está custodiado por estatuas de santos.


⇦ Exterior de la capilla del Condestable, en la catedral de Burgos (Castilla y León). Fue encargada por los condestables de Castilla, don Pedro Fernández de Velasca y su esposa, para ser el panteón familiar. Construida entre 1482 y 1494 por Simón de Colonia en estilo gótico flamígero, está considerada la reina de las capillas y una de las más famosas de todo el arte europeo .



Enrique Egas, hijo del bruselense Annequin Egas, fue el asesor e inspector de las obras pagadas por los Reyes Católicos. La labor de este artista resulta en gran parte anónima; aunque intervino en todo poco puede atribuírsele. Por ejemplo, fue él quien diseñó la traza de la última gran catedral gótica realizada en España, la catedral nueva de Salamanca, cuyas obras, comenzadas en 1513, se interrumpieron varias veces para continuarse, aún en aquel estilo, en 1560, cuando ya se habían construido en el renacentista las de Granada y Málaga. Por cierto, hay que señalar que habiéndose reunido los canónigos de Salamanca en una especie de congreso para decidir si debía continuarse aún en el estilo gótico, la mayoría -y entre ellos se contaba Herrera, el arquitecto de El Escorial- aconsejó que se acabara de acuerdo con el plan gótico primitivo. 

Por otro lado, cabe dudar del origen extranjero de los hermanos Enrique y Juan Guas (o de Guas). Autores del palacio de los Mendoza (o del Infantado) en Guadalajara. Por la leyenda de su sepulcro sabemos que Juan de Guas fizo San Juan de los Reyes, la vasta capilla real, en los Franciscanos de Toledo, que los Reyes Católicos habían destinado para su sepultura antes de decidir que se les enterrase en Granada, la ciudad tan deseada por ellos y que después prefirieron para que guardara sus restos mortales. Pero la posteridad ha de admirar a San Juan de los Reyes como un panteón real. Su decoración interior, llena de las cifras coronadas de Fernando e Isabel, con sus motes y con enormes escudos sostenidos en alto por águilas gigantescas, quedó del color blanco de la piedra, sin policromarse ni dorarse. Faltan, pues, el negro de las águilas y el oro y rojo salpicando aquellos muros con sus colores heráldicos. Asimismo, cabe destacar que a excepción de las ya citadas catedrales de Granada, Salamanca y Málaga, éste no fue tiempo en que se construyeran grandes iglesias, por otro lado. Una razón bien sencilla explica esta singularidad, y no es otra que el hecho de que las viejas ciudades del centro de la Península tenían ya sus enormes catedrales góticas, más que suficientes. De este modo, los reyes se dedicaron sólo a erigir capillas junto a monasterios, que visitaban con frecuencia. 

Catedral de Santa María, en Burgos (Castilla y León). Es la única catedral de España declarada Patrimonio de .la Humanidad por la UNESCO, en 1984. En la imagen se ve el retablo de la capilla del Condestable, centrado en la Presentación de Jesús en el Templo con tallas de Vigarny y Diego Siloé; a los pies del retablo están los sepulcros de los fundadores: el Condestable y su esposa.

Además, algunos magnates, sin hacerse erigir edificios especiales para panteón, abrieron en los ábsides de viejas catedrales capillas sepulcrales, en que se hace gala de una decoración soberbia. Así, la que, transformando dos antiguas capillas con sepulcros reales, hizo disponer en el ábside de la catedral de Toledo un Mendoza, el Gran Cardenal, antecesor de Cisneros en el favor de los Reyes Católicos. El sepulcro del cardenal Mendoza ocupa el centro del espacio, mientras que los restos reales fueron colocados en grandiosos nichos practicados en el muro a modo de camarotes, por lo que el panteón del cardenal siguió llamándose Capilla de los Reyes Viejos. Pero su profusión de molduras y relieves queda supera da por la Capilla del Condestable, de cuya edificación en la catedral de Burgos cuidó doña Mencía de Mendoza, durante los años que su marido, Pedro Hernández de Velasco, condestable de Castilla, pasó en la guerra de Granada. Esta construcción se proyecta hacia fuera de la planta de la catedral, cual si fuese un monumento aparte, y su cimborrio constituye una de las características externas del enorme templo. Simón de Colonia, su autor, era hijo de Juan de Colonia, alemán, director de la obra catedralicia ya en 1466. La Capilla del Condestable de la catedral de Burgos reúne a la suntuosidad de la capilla de Mendoza, el gusto aparatoso de las obras flamí­ geras borgoñonas y alemanas. Dos sepulcros se hallan en el centro, como ricos sarcófagos, sobre los cuales descansan tendidas las estatuas del condestable y de su esposa. La composición general resulta también mucho más ordenada que la de la capilla de Mendoza, en Toledo; las paredes están decoradas con grandiosos escudos de piedra, y en lo alto corre una enorme y decoradísima galería de circulación. Sus retablos de piedra son de Gil de Siloé (quizá también autor del cimborrio), a quien la reina Isabel había encomendado la erección de la capilla sepulcral de sus padres, Juan Il e Isabel de Portugal, en la cartuja de Miraflores. · 

Artesonado mudéjar del piso superior del claustro del monasterio de San Juan de los Reyes, en Toledo (Castilla-La Mancha). Los Reyes Católicos ordenaron su construcción al arquitecto regio Juan Guas para conmemorar la victoria de las armas castellanas sobre Portugal en la batalla de Toro (1476). Hasta la conquista de Granada, la iglesia estaba destinada a acoger el panteón real.

Así, quien con atención contemple esos monumentos, comprobará que poco o nada tienen de las formas clásicas que había ya restaurado el Renacimiento en Italia. No obstante, el impulso con que se construyeron era ya renacentista en sus ambiciones. No tardaría empero en aparecer, al lado de este ostentoso gótico tardío que ha recibido el nombre de estilo Isabel, una fórmula arquitectónica inspirada en el Renacimiento boloñés o lombardo. Este adornado estilo renacentista es el que se ha denominado plateresco, calificativo que le adjudicó en el siglo XVII el erudito y tratadista andaluz Ortiz de Zúñiga, porque este estilo nuevo parecía aplicar a las grandes arquitecturas de piedra las formas de los orfebres o plateros. 

De todas formas, es punto algo oscuro todavía saber cómo se produjo este estilo. Se ha sostenido por parte de algunos que fue el mismo Enrique Egas quien aprendió la gramática decorativa de los marmolistas italianos, principalmente lombardos, que venían a España a vender sepulcros o esculpir relieves, y aplicó estos motivos decorativos a sus composiciones de líneas borgoñonas. Según otros, fue siempre Egas quien se entusiasmó con la técnica de un platero alemán, Enrique de Arfe, establecido en Castilla a principios del siglo XVI, cuya fama y habilidad hicieron que se le encargaran un sinnúmero de cruces y custodias para las grandes catedrales y colegiatas de dicha región.

 Hospital de Santa Cruz, en Toledo (Castilla-La Mancha). Fundado por don Pedro González de Mendoza, el antiguo Hospital de Santa Cruz, que fue construido entre finales del siglo XV y principios del XVI, es quizás el primer edificio renacentista de España. La fachada plateresca que se reproduce es una obra de Alonso de Covarrubias. Actualmente es la sede del Museo de Santa Cruz. 


⇨ Escaleras del interior del Hospital de Santa Cruz de Alonso de Covarrubias, en Toledo (Castilla-La Mancha). Escalinata que muestra la monumentalidad del estilo renacentista.


Una de las primeras y más características obras del estilo plateresco fue la fachada del Hospital de la Santa Cruz de Toledo, iniciada por Enrique Egas en 1504, en virtud de un legado testamentario del famoso cardenal Mendoza. La puerta encuadrada por pilastras que se encorvan en la archivolta, tiene un remate a manera de templete con figurillas y candelabros, igual que una obra de platería; así también las dos ventanas superiores, que parecen compuestas de piezas aplicadas, pequeños elementos metálicos retorcidos y afinados por el buril, que se han unido formando un marco de piedra en miniatura. 

Al mismo Egas se atribuyó también una de las obras más características de Salamanca: la fachada de la universidad, que semeja un tapiz de piedra totalmente esculpido con escudos y cuajado de motivos ornamentales, cuyo autor, o autores, en realidad se ignoran. La doble puerta inferior es aún de arcos rebajados, gótica en su trazo y en sus molduras¡ sus curvas bajas aumentan el efecto de la magnitud del relieve superior, dividido en recuadros por frisos y pilastras. En lo alto hay una crestería interrumpida por candelabros, dibujada como la crestería metálica en miniatura que un platero pudiera labrar para una custodia. Asimismo, los relieves también parecen repujados sobre plancha de plata. 

Palacio de los Duques del Infantado de Juan Guas, en Guadalajara (Castilla-La Mancha). Edificio iniciado en 1480 por don lñigo López de Mendoza, segundo marqués del Infantado, y terminado a finales del siglo xv. Su parte más llamativa es la fachada en la que se unen los estilos gótico flamígero con el mudéjar y algunos detalles del Renacimiento avanzado. La puerta, descentrada está flanqueada por dos columnas cilíndricas y coronada por el escudo de los Mendoza.

Fachada de la Universidad de Salamanca, en Castilla y León. La construcción del edificio se inició en 1411 por orden del papa Benedicto XIII y es, por tanto, la universidad española más antigua. Verdadera joya del plateresco español, en la fachada predominan los trabajos artesanales de filigrana. Sobre las dos arcadas del portal, la fachada se divide en tres cuerpos superpuestos: en el primero hay un medallón de los Reyes Católicos, en el segundo está el escudo de Carlos V, y en el superior aparece el. papa con dos cardenales. 

En la arquitectura plateresca, los temas decorativos son principalmente lombardos, del estilo de decoración usado en los alrededores de Milán a fines del siglo XV. De este modo, en un principio se ven aparecer sobre todo las columnas de fustes con ensanchamientos y collares, como los empleados en la cartuja de Pavía y en otros monumentos milaneses. Por otra parte, los grutescos o arabescos recuerdan más fácilmente la decoración lombarda que la romana. Los nichos con bóvedas en forma de pechina; las peanas y los recuadros, y sobre todo los candelabros decorativos, están repartidos profusamente en cresterías y coronan las pilastras. 

Cabe destacar, además, otros nombres, como Lorenzo Vázquez, artista que realizó sus obras más importantes para miembros del linaje de los Mendoza. Entre las obras más relevantes que pudo llevar a cabo hay que señalar el Colegio de la Santa Cruz, en Valladolid, y el Palacio Medinaceli, en Cogolludo, de un decidido italianismo y que, por las fechas de su construcción (entre 1492 y 1495), hay que situar en la base de la arquitectura española del Renacimiento. En efecto, la fachada del Hospital de la Santa Cruz de Toledo fue iniciada por Enrique Egas sólo en 1504, y el italianismo de su estilo aparece más sazonado en su interior, que hoy se da por obra de Lorenzo Vázquez. 
Casa de las Conchas, en Salamanca (Castilla y León). Es un edificio emblemático de la ciudad y el más represent?tivo del arte del siglo xv español, en el que se funden elementos góticos, moriscos e italianos. Construida para el canciller de la Orden de Santiago, el doctor Rodrigo Arias, el motivo ornamental más destacado son las trescientas cincuenta conchas de peregrino, símbolo de la orden.

Palacio de Carlos V de Pedro Machuca, en Granada (Andalucía). Fachada meridional del palacio distribuida en dos cuerpos: el inferior presenta pilastras toscanas y sillares almohadillados a la rústica, y el superior tiene columnas jónicas entre las cuales se abren huecos rectangulares y circulares.

Otros edificios en los que brilla con esplendor el plateresco, y que parecen influidos por la manera de Vázquez, son el palacio de Peñaranda de Duero, que se hizo erigir el virrey de Navarra, don Francisco de Zúñiga y Velasco, y la llamada Casa de las Conchas, en Salamanca, construida con motivo del enlace de don Rodrigo Arias y doña María de Pimentel. 

Patio circular del Palacio de Carlos V de Pedro Machuca, en Granada (Andalucía). Por su grandeza y suntuosidad es una de las más bellas creaciones del Renacimiento. El patio, que ocupa el centro de la construcción, mide 30 metros de diámetro y está rodeado por un ancho pórtico con 32 columnas dóricas, en la parte baja, y otras tantas columnas jónicas, en la parte alta.

Palacio de Monterrey; en Salamanca (Castilla y León). Sobre la base de los planos de Rodrigo Gil de Montañón y de fray Martín de Santiago, las obras se comenzaron en 1 539 bajo la dirección de Pedro de lbarra y Pedro de Miguel Aguirre. Es una de las obras más relevantes del renacimiento español y prototipo de los suntuosos palacios erigidos por la nobleza del siglo de oro. Tiene tres plantas rematadas con crestería de filigrana.

Alcázar de Toledo de Alonso de Covarrubias, en Castilla-La Mancha. En 1535, Carlos V encargó a Covarrubias la reconstrucción del antiguo edificio, que también sufrió graves daños durante la guerra civil. Las diferentes modificaciones y reconstrucciones han provocado que el edificio tenga un estilo distinto en cada una de sus cuatro fachadas: la oeste de estilo renacentista es la que se reproduce aquí.

Hay que tratar de nuevo de una obra edificada por iniciativa real. Carlos V deseaba una residencia acorde con el prestigio de la Corona. Su primera iniciativa en este sentido es la construcción del palacio nuevo en los jardines de la Alhambra, al lado del viejo alcázar musulmán. El arquitecto de esta obra fue un español educado en Italia, llamado Pedro Machuca, que había aprendido en la Ciudad Eterna de dos grandes maestros como eran BramanteRafael y que regresó a España en 1520. La disposición quiere ser la característica de la escuela romana: tiene una planta cuadrada, con un patio central circular y dos pisos de columnas. Recuerda, pues, la disposición del patio semicircular de una importante construcción: la villa del papa Julio II, en Roma, y la del Palacio Farnesio, en Caprarola. Pero el gran edificio de Carlos V, en la Alhambra, quedó sin terminar; por ejemplo, la crujía superior no llegó a cubrirse. Pedro Machuca se olvidó, en Granada, de que estaba en España: ni un solo instante se impresionó con las maravillas que dejaron los árabes a pocos pasos de su nueva obra. Es un convertido; no piensa más que en Italia y en los modelos que ha visto en Roma.

Al ocurrir su muerte, hacia la mitad del siglo, aún faltaba mucho para concluir el palacio imperial de la Alhambra; Luis Machuca, su hijo, prosiguió la obra con el plan de su padre, pero el colosal edificio estaba destinado a no ver nunca su terminación. El muro exterior es también regularísimo y monótono, con las ventanas todas iguales; pero hay un cuerpo de fachada, plano, con una gran puerta y ventanas, que no carece de dignidad.

Fachada de la Universidad de Alcalá de Henares de Rodrigo Gil de Honta­ ñón, en la Comunidad de Madrid. Construida entre 1541 y 1553, es una obra maestra del estilo renacentista. Los órdenes se i nsinúan apenas mediante las columnas, que acusan en el exterior la articulación volumétrica de los interiores. Aquf, la nerviosa y dinámica ornamentación también alterna con amplias superficies murales silenciosas.

Este palacio de Carlos V, en la Alhambra, es el primer monumento de estilo italiano del siglo XVI que se levantó en el sur de España. Tal es su novedad y su contraste con el castizo plateresco español, que se siente la necesidad de darle un nombre, y los tratadistas castellanos, que ven allí algo más clásico de lo que era común en la Península, lo bautizan con el nombre -más que poco acertado, infelicísimo- de estilo grecorromano, denominación desdichada. 

Más español que el estilo de Pedro Machuca, pero denotando claridad y profunda comprensión de los principios de la arquitectura del Renacimiento de Italia, es el que acredita Rodrigo Gil de Hontañón, quien puede considerarse como una de las más puras encarnaciones del espíritu castellano en arquitectura, y cuya actividad se prolonga hasta su muerte en 1577. 

Hospital Tavera de Bartolomé Bustamante, en Toledo (Castilla-La Mancha). Edificio construido entre 1541 y 1603, que tiene el aspecto de un palacio florentino del Renacimiento. En la imagen aparecen los patios columnados, que forman parte del conjunto arquitectónico constituido, además, por una iglesia y el palacio-museo.

Vista panorámica del Monasterio de El Escorial, en San Lorenzo de El Escorial (Comunidad de Madrid). Erigido por deseo de Felipe 11 para conmemorar la batalla de San Quintín, para servir de residencia real y para albergar a la Orden de los Jerónimos, intervinieron en su construcción distintos arquitectos hasta que fue Juan de Herrera el que le dio su estructura actual. De planta rectangular con torreones en las esquinas, los elementos decorativos se reducen a pináculos y grandes bolas de piedra. El conjunto comprende el monasterio, la basílica, el palacio y el panteón real.

Este arquitecto intervino en numerosos proyectos, y entre los de renombre destacan las catedrales de Segovia, Plasencia y Astorga, pero sus mejores obras son, sin lugar a dudas, el Palacio Monterrey y la universidad de Alcalá. El Palacio Monterrey, que se encuentra en la ciudad de Salamanca, fue proyectado en 1539 y en él contrastan la valiente desnudez de los cuerpos bajos con la florida ornamentación de la parte alta, derivada de los palacios mudéjares e isabelinos. La universidad de Alcalá de Henares, por otra parte, (construida entre 1541 y 1553) es su obra maestra. Su famosa fachada, quizá el elemento más interesante de toda la construcción, no es la simple decoración de una superficie plana, sino que sugiere la articulación volumétrica del interior del edificio; en ella, la ornamentación nerviosa y dinámica alterna con silencios murales amplísimos, medidos musicalmente. Asimismo, obra suya tardía es el palacio de los Guzmanes, en León, construido en el período que va de 1559 a 1566, en el que aparece por primera vez un elemento que habría de ser muy frecuente en los años siguientes: el motivo típicamente castellano del balcón volado de rejería.

Real monasterio de El Escorial, en San Lorenzo de El Escorial (Comunidad de Madrid). Colosal palacio-panteón que Felipe II hizo edificar entre 1 563 y 1584. Su perfecta unidad de estilo no permite adivinar que intervinieran en él tres arquitectos. Comenzado por Juan Bautista de Toledo, fue proseguido, a su muerte en 1567, por Giambatista Castello, y a la muerte de éste en 1569, por Juan de Herrera, admirador de Vignola, que fue para Felipe II lo que había sido Egas para los Reyes Católicos. En el centro se halla la basílica y a su alrededor se distribuyen, con riguroso espíritu geométrico, todas las demás dependencias, formando en conjunto un bloque compacto.

Casi al mismo tiempo que su palacio de la Alhambra, Carlos V empezó la reconstrucción del Alcázar de Toledo, en situación dominante. 

Su arquitecto difícilmente podía olvidar la tradición; llamábase Alonso de Covarrubias, y era yerno y sucesor de Enrique Egas. El Alcázar de Toledo, destruido durante la guerra civil española (aunque ahora, por fortuna, reconstruido), tiene una forma más regular que el abandonado palacio de la Alhambra; es de planta rectangular, con cuatro elegantes torres en los ángulos. Monumento grandioso, es lástima que Toledo no pudiese ofrecerle grandes espacios abiertos que facilitaran su perspectiva. Los detalles de la puerta, con sus heraldos y escudos, los de las ventanas y el patio son de un plateresco concebido y planeado pensando lo mismo en los detalles que en las grandes masas.

La fachada, proyectada por Covarrubias, tiene la disposición general de los palacios de la época: dos pisos inferiores con ventanas y un orden superior que forma loggia; sólo que sus aberturas alternan con un espacio liso, lo que da más solidez y severidad al remate. Covarrubias no pudo terminar la obra; puede decirse que de él sólo son la fachada y el patio. A su muerte le sucedieron en la dirección  un italiano, Giovanni Battista Castello, de Bérgamo, quien hizo la crujía del mediodía -atribuida por algunos a Herrera-, y Francisco de Villalpando, que construyó la monumental escalera, que ocupa todo el espacio interior de una ala del patio. 

Real monasterio de El Escorial, en San Lorenzo de El Escorial (Comunidad de Madrid). Fachada principal del monasterio, que fue una de las partes que Herrera modificó del proyecto original, introduciendo la sencillez de las formas y la austeridad. La portada principal, situada entre el Patio de los Reyes y la basílica cambia la estructura clásica entre la fachada y la estructura. La decisiva influencia de Herrera en la arquitectura española de la época, hace que se hable de un estilo "herreriano".

Casi simultánea es la construcción en Madrid de otro alcázar real (en el sitio, poco más o menos, que hoy ocupa el Palacio de Oriente). Destruido por un  incendio, quedan del Alcázar de Madrid muy pocos recuerdos gráficos. No sería, con toda seguridad, tan suntuoso como lo fuera el de Toledo.

Pero todas estas construcciones reales quedan eclipsadas por el colosal palacio panteón construido por orden de Felipe II en El Escorial. La obra fue comenzada en 1563 y se terminó en 1584. En el período de unos veinte años se hizo la excavación en la vertiente de la montaña (una estribación del Guadarrama) y se construyó el edificio, que por sus proporciones y unidad de estilo es asombroso. Casi todo él está construido en granito de aquella monta­ ña. Las crestas desoladas de sus alrededores, el paisaje sin término que desciende hacia el llano, todo contribuye a la misma impresión, y aunque en la dirección de las obras se sucedieron varios arquitectos, todo en El Escorial responde a una nota igual: el clima, el aire y el cielo. La piedra dura de la meseta castellana, el alma de Felipe II interviniendo en todos los detalles, fueron las verdaderas causas de su unidad, que tanto sorprende. Lo más singular es que los dos principales directores de esta obra, la más castellana de todas las construcciones edificadas en el reino de Castilla, habían llegado recientemente de Italia y regresaban con el propósito de imitar las últimas creaciones de la escuela romana. 

Patio de Los Reyes, en el Monasterio de El Escorial, en San Lorenzo de El Escorial (Comunidac de Madrid). El nombre lo recibe por las estatuas que adornan uno de los lados del recinto, que corresponden a seis reyes de Judea: Josías, Manasés, David, Salomón, Josafat y Ezequías. Las esculturas son obra de Monegro y las coronas y cetros de bronce se deben al escultor Sebastián Fernández. Al patio se accede por la portada principal del monasterio.

Claustro del Colegio Corpus Christi y monumento a San Juan de Ribera, en Valencia. San Juan de Ribera fue el fundador del colegio y seminario, del cual se reproduce aquí el claustro y el monumento en memoria del santo. El edificio se inauguró el 8 de febrero de 1604 aprovechando la presencia del rey Felipe 111 en la ciudad de Valencia.

El primer director fue Juan Bautista de Toledo, que había trabajado en Nápoles a las órdenes del ilustre virrey don Pedro de Toledo, empezando el esventramento del barrio antiguo de aquella ciudad con una calle de reforma que todavía hoy es su arteria principal. En El Escorial circunscribió todo el conjunto dentro de un rectángulo, del cual sólo se proyectan hacia fuera los aposentos reales. La basílica está en el centro, en el eje, y a cada lado se distribuyen con absoluta simetría los patios y dependencias, el convento, la biblioteca y la pinacoteca. Felipe II, a pesar del carácter austero que todo el mundo le atribuye, quería que el que había de ser panteón de la monarquía fuese también un gran centro del arte y de las letras; para lograrlo no desperdició las ocasiones de trasladar a El Escorial los manuscritos árabes que no quemó Cisneros y los códices griegos de Antonio Agustín, de don Diego Hurtado de Mendoza, y otros traídos de la universidad de Besarión, en Mesina. Sin embargo, El Escorial es un mausoleo, un panteón real, con su templo funerario y dependencias anejas (contando entre éstas los aposentos del monarca).

Casa de la Villa, sede del Ayuntamiento de Madrid. Situada en la Plaza de la Villa, fue proyectada por Juan Gómez de la Mora para ser utilizada por las casas consistoriales y como prisión de la villa.


⇨ Claustro del Colegio del Cristo, en Tomar (Portugal). En 1 1 60, Gualdim Pais, Gran Maestre de los Templarios, mandó construir un castillo en esta zona fronteriza entre los territorios cristianos y los dominios árabes. En 1320, el rey Dionís funda la Orden de los Caballeros de Cristo, de la cual Enrique el Navegante fue el primer Gran Maestre. El Gran Claustro de la Charola Templaria, que se reproduce aquí, refleja la pasión de Joáo 111 por el arte italiano. Fue construido por Diego de Torralba entre 1557 y 1 562 y finalizado por Filippo Terzi.



Juan Bautista de Toledo murió en 1567, cuando la obra sólo estaba comenzada, y aunque temporalmente le sucedió aquel bergamasco que hemos visto trabajar en el Alcázar de Toledo, el verdadero continuador fue Juan de Herrera, quien había asistido a Toledo en la dirección desde los primeros días. Había estado también en Italia, pero no con carácter permanente. Era más netamente español y su intervención en los trabajos de El Escorial fue decisiva. La fachada es un inmenso muro de granito, sin adornos; termina con dos torres en los extremos, pero sin avanzar del paño del muro, para que no produzcan efecto de cuerpos salientes. Las ventanas, talladas geométricamente, sin molduras ni cornisas, se suceden en línea interminable; sólo en el centro del muro, para que la austeridad no resulte pobreza, se decora la entrada con ocho pilastras dó­ ricas, que sostienen un pequeño cuerpo central, más alto, con cuatro pilastras menores y un frontón. Pasada la primera crujía, un patio forma como el vestíbulo o atrio de la iglesia. Aquí, el ambiente más reducido exige otro estilo; la severidad, que en la fachada exterior se compensa por su masa, en el patio sería mezquina. Herrera tuvo que aplicar sus conocimientos del clásico grecorromano en la fachada de la iglesia, sin salirse del dórico, encuadrando su silueta sólo con molduras y ventanas. Seis figuras, de seis de los reyes de Judea, sobre altos pedestales encima del entablamento del primer piso son las únicas escUlturas. En el interior de la iglesia continúa sin vacilaciones el mismo orden dórico; unas pilastras gigantescas llegan hasta el arranque de las bóvedas. Nada de estuco ni de revestimiento de mármol, todo el despiezo de granito, que, visible con regularidad geométrica, acaba de dar a la iglesia el aspecto solemne de un panteón. Aquel interior con sus altas pilastras dóricas y anchos arquitrabes con triglifos solamente, por sus acertadas proporciones es muy digno de contarse entre las más importantes obras de arquitectura del Renacimiento. Bramante no habría podido hacer nada más noble. En las dependencias interiores, ya no es Herrera tan original. El patio llamado de los Cuatro Evangelistas -un claustro que quiere ser amable- resulta triste a pesar de sus estanques y de sus verdes jardines recortados; la arquitectura del claustro, y hasta la del templete que ocupa su parte central, son de un grecorromano acertado a medias solamente.

Claustro manuelino del Monasterio de los Jerónimos, en Belém (Lisboa). Diseñado por Diogo de Boytac por encargo del rey Manuel 1 de Portugal, el estilo manuelino se caracteriza por u na mezcla de motivos arquitectónicos y decorativos del gótico tardío y del Renacimiento.

Herrera ejerció, durante el reinado de Felipe II, una especie de dictadura artística, como inspector áulico de monumentos, cargo análogo al que ejercía Enrique Egas en tiempo de los Reyes Católicos. Herrera, que había militado en los tercios de Italia, impuso una organización casi militar en los trabajos de El Escorial; sus cartas y escritos son siempre lacónicos y precisos. Visitaba a Felipe II dos veces por semana, y el monarca dictó una orden por la cual Herrera debía revisar y aprobar los planos de todos los edificios públicos que se construían en España.

⇨ Sepulcro de Alonso de Madrigal "el Tostado" de Vasco de la Zarza, en el trascoro de la catedral de Avila. Relieve realizado a principios del siglo XVI para este obispo y canciller mayor del reino, que dejó una vasta obra escrita.



Este admirador de Vignola, gran estudioso de la arquitectura, de las matemáticas y la filosofía, con vocación de humanista, concentró su principal esfuerzo en la edificación de El Escorial, pero intervino también en la prosecución de las obras del alcázar toledano y en las del palacio de Aranjuez, y a instancias del arzobispo Cristóbal de Rojas y Sandoval, hizo la traza de la Lonja de Sevilla, y desde 1589 dirigió la nueva catedral de Valladolid, de cuyas obras le apartó en 1594 una grave enfermedad que le dejó achacoso hasta su muerte, acaecida en Madrid en 1597. Había nacido en 1530, en el seno de una modesta familia hidalga, en Mobellán, en el valle de Valdáliga (Santander).

Herrera encauzó la arquitectura del centro de la Península por la senda de las formas austeras de tipo escurialense. En Madrid, sobre todo, sus discí­pulos e imitadores repiten la disposición de las fachadas sin molduras, con torres en los ángulos, que aparece y reaparece en edificios públicos y casas privadas hasta pleno período barroco. De tiempo de Felipe III y Felipe IV son la Plaza Mayor, con el Palacio del Ayuntamiento, ejecutado por Juan Gómez  de la Mora, el palacio de Santa Cruz (actualmente Ministerio de Asuntos Exteriores), y no pocos conventos e iglesias como las Descalzas Reales.


⇦ Sepulcro de Santa Eulalia de Bartolomé Ordóñez, en la catedral de Barcelona (Cataluña). Magnífico bajo relieve de este artista que representa a Santa Eulalia en la hoguera. El burgalés, que se estableció en Barcelona en 15 15, fue una de las grandes figuras del primer Renacimiento español. Su refinamiento, las calidades de la diferente gradación del relieve y su claridad de composición son realmente prodigiosos.



En los países de la corona de Aragón, en cambio, siguió empleándose durante el siglo XVI el plateresco. En Valencia, sobre todo, donde desde el siglo XV era tradicional el gusto por lo italiano, se construyeron edificios de estilo plenamente clá­ sico, como el Colegio del Patriarca o el edificio de la Diputación. En Cataluña, donde el Renacirniento pasó de refilón, las corporaciones populares se mantuvieron fieles al gótico, y así siguen construyéndose, durante el siglo XVI, en aquel estilo, partes importantes del Palacio de la Generalidad, en Barcelona. El único edificio verdaderamente notable que del estilo plateresco tenía la capital catalana, la Casa Gralla (que, sin embargo, tenía gótico el patio) fue derribado, en una reforma urbana, a mediados del siglo XIX.

Sepulcro del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros de Bartolomé Ordó­ñez, en la capilla de San lldefonso de la Universidad Cisneriana (Alcalá de Henares). Obra magnífica que nada tiene que envidiar al Renacimiento italiano. La figura yacente reposa sobre un túmulo de mármol pulido y trabajado, de modo que luz y sombra juegan formando un encaje. Medallones con altos relieves, nichos con santos y virtudes ornan los lados del sepulcro, y en las esquinas, el paganismo de los grifos mitológicos se conjuga con las imágenes de los Padres de la Iglesia. La imaginación, la delicadeza en el detalle, el estudio anatómico de las figuras, son magistrales.

Adoración de los Magos de Alonso Berruguete, en el Retablo de San Benito (Museo Nacional de Escultura, Valladolid). Obra del hijo del primer gran pintor del renacimiento español, Pedro Berruguete. Las obras extraordinarias de este escultor vallisoletano que cita Vasari y que aprendió de Miguel Ángel el ritmo expresivo de su forma serpentinata trasladaron la capital de la escultura española de Burgos a Valladolid. Alonso Berruguete supo tratar como nadie los recursos de la madera policromada.

Contemporáneo del estilo plateresco español fue, en Portugal, el manuelino, otra derivación del gótico flamígero. Portugal había tenido en los años de oro del rey Duarte y de don Juan un estilo gótico injertado de ·elementos y fantasías orientales. Sus grandes navegantes, descubridores de la ruta de la India a través del Cabo de Buena Esperanza, coincidieron con una época de gran empuje constructivo en la que se quisieron levantar edificios que inmortalizaran estos famosos hechos. Un gótico extraño y lleno de fantasía, pues, se desarrolla en Portugal a fines del siglo XV, y en él los múltiples pináculos del arte flamígero del norte de Europa se convierten en un bosque de troncos y ramas apenas estilizadas, con cargazón de motivos marinos, en alusión a la exótica fertilidad de los mares y de las selvas de Africa y la India. Esta tendencia del final del gótico recibe el nombre de estilo manuelino por coincidir con el largo reinado de don Manuel, desde el 1495 al 1521, y sus obras más típicas son las capillas imperfeitas del monasterio de Batalha, el claustro del convento de monjes jerónimos de Belém, en las afueras de Lisboa, y el convento de Cristo, en Tomar.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat. 

Una escultura renovadora

La escultura renacentista española es tan rica en nombres de artistas nacionales como extranjeros. Al lado de Vigarny (un francés de Langres, pero españolizado) -autor del trascoro de la catedral de Burgos (1498), y que en 1502 intervenía en las tallas del altar de la capilla mayor de la de Toledo, cuyo coro, treinta años después, labraría con Berruguete, y autor también (hacia 1521) del retablo de la Capilla Real de Granada- hallamos a Capín de Holanda (autor principal, con Sebastián de Almonacid, del mentado altar toledano), a Juan de Malinas y a otros varios nórdicos. Hasta aquí los nombres más relevantes de la nómina de escultores llegados de fuera de España. Pero bien españoles son Diego de Siloé (hijo de Gil), Juan de Valmaseda, el aragonés Gil Morlanes, el valenciano Damián Forment. Este fue el tallista de los grandes retablos de Huesca y del Pilar y San Pablo en Zaragoza, así como del labrado en alabastro para Poblet, y al morir, en el año 1547, dejó inconcluso el de Santo Domingo de la Calzada. Otras dos grandes figuras trabajaron principalmente en mármol: Vasco de la Zarza, autor del seyulcro del Tostado, en el trascoro de la catedral de Avila, y el burgalés Bartolomé Ordóñez, que después de dejar buenas muestras de su arte en Nápoles, fue a trabajar a Palencia y Zamora y se vinculó también a Barcelona, de cuya catedral proyectó y labró en gran parte el trascoro, así como talló las cabeceras del coro. 

Sepulcro del cardenal Tavera de Alonso Berruguete, en el Hospital de San Juan Bautista (Toledo). También llamado Hospital Tavera, en honor de su fundador, este complejo de edificios, construido entre 1541 y 1599, se halla en el distrito de Las Covachuelas. Bajo la cúpula de su iglesia se encuentra el sepulcro del cardenal, esculpido en mármol por Berruguete, que se reproduce aquí. Carlos V hollando al Furor de León y Pompeyo Leoni (Museo del Prado, Madrid). En esta estatua del emperador se pone tal cuidado en el detalle, que la armadura puede sacarse y el emperador, desnudo, se convierte en un héroe de la antigüedad.

Sucedió al toscano Doménico Fancelli, autor de los túmulos marmóreos del príncipe don Juan, en Santo Tomás de Ávila, y de los Reyes Católicos, en Granada, pero Bartolomé Ordóñez realizó ya el de los reyes don Felipe y doña Juana en aquella capilla real granadina, y prosiguió el del cardenal Cisneros, en Alcalá, que tampoco él pudo terminar. Todos estos sepulcros responden al tipo de lecho mortuorio, para exposición del cadáver, como catafalco permanente. Este tipo, imperante durante el reinado de los Reyes Católicos, se continuó usando hasta bien entrado el siglo XVI, cuando ya se había difundido el tipo con la estatua orante del difunto, del que trataremos más adelante.



⇨ La reina María de Hungría de León y Pompeyo Leoni (Museo del Prado, Madrid). Estos famosos broncistas de Milán, padre e hijo, trabajaron para Carlos V y Felipe 11. Hacia 1555 realizaron este retrato de tamaño natural de la hermana del emperador. 



Alonso Berruguete, hijo del pintor Pedro (de quien después se tratará) y pintor también él mismo, está considerado como el primer escultor español genial del Renacimiento. Nacido hacia 1488 en Paredes de Nava (Palencia), a los veinte años de edad marchó a Florencia, y habría acompañado a Roma a Miguel Ángel. En 1517 estaba de regreso en España, y había sido ya nombrado pintor de Carlos V. Una llameante espiritualidad es, sin duda, su nota característica en la escultura, y por sus tallas de imágenes se le puede tener sin riesgo a incurrir en equivocación como el primer gran imaginero español; de 1525 data su retablo de La Mejorada, y en 1526 iniciaba el de San Benito, de Valladolid, que no se terminó hasta 1532 ·(hoy ambos se exhiben en el Museo de Escultura de Valladolid). 

Una nueva etapa de su carrera de escultor se inicia en 1539 con su labor de talla de madera y mármol del lado de la Epístola del gran coro de la catedral toledana, obra en cuyos relieves se acusa a menudo su fogosidad miguelangelesca, de la que debía de quedar prendado en su estancia italiana. Compartía las tallas de este coro con Vigarny, que realizó el lado opuesto; pero fallecido Vigarny en 1542, realizó también la silla arzobispal con su gran remate en mármol presidido por el grupo de la Transfiguración, sin duda su obra más perfecta. En el año 1554 contrataba, finalmente, el sepulcro marmóreo del arzobispo Tavera, para el Hospital de Muera, y en Toledo moría en 1561. Con pujos de nobleza, había adquirido el señorío de Ventosa de la Cuesta, donde consta que recibió sepultura su cadáver.


⇨ Carlos V hollando al Furor de León y Pompeyo Leoni (Museo del Prado, Madrid). En esta estatua del emperador se pone tal cuidado en el detalle, que la armadura puede sacarse y el emperador, desnudo, se convierte en un héroe de la antigüedad.



El otro gran escultor tallista del segundo tercio del siglo XVI, e iniciador, como Berruguete, de una tradición, es Juan de Juni, un francés (nacido quizás en Joigny) cuyo estilo es plenamente monumental, y en esto difiere esencialmente del estilo mucho más espiritual de Berruguete, al que se alía, sin embargo, por la profundidad del fervor y del sentimiento. Su intenso dramatismo y el movimiento de pliegues de sus ropajes trascenderán, todavía, en los imagineros castellanos del siglo XVII. Trabajó, en 1533, en San Marcos de León, en los medallones de la fachada, y en la talla de la sillería del coro (con Guillén Donzel y Juan de Angers). Hacia 1540 se trasladó a Valladolid, donde cuatro años después terminaba la que es una de sus obras más famosas, el Santo Entierro. Por otro lado, cabe destacar que acerca del retablo de la iglesia de La Antigua sostuvo por aquellos años un pleito muy ruidoso con un discípulo de Berruguete, Francisco Giralte. De su última época (comprendida entre los años 1570 y 1575) es su patética imagen de la Virgen de las Angustias, así como su otro magnífico grupo del Santo Entierro, situado en la catedral de Segovia. 


⇦ Monumento funerario de Carlos V de León y Pompeyo Leoni. en la iglesia-panteón del monasterio de El Escorial (San Lorenzo de El Escorial). Este grupo escultórico del emperador y su familia, que en su estilo anuncia claramente el barroco, fue realizado en Milán y colocado en el monasterio en 1 587. Las figuras de Carlos V y la emperatriz, las princesas María y Leonor, hermanas del emperador, aparecen erguidas, orando con solemne y eterna majestad. El bronce dorado con incrustaciones de piedras imita adornos y aderezos, hasta convertirse en suntuoso brocado.  



Otra gran figura que hay que hacer constar aquí de la escultura religiosa del quinientos es Gaspar Becerra, autor del retablo de la catedral de Astorga, en el que triunfa netamente el estilo del manierismo escultórico. Pero son numerosísimos, en casi toda España por aquella época, los buenos escultores. 




⇦ San Jerónimo de Pedro Berruguete, en el monasterio de Santo Tomás de Avila (Castilla y León). Detalle de una tabla del altar mayor de la iglesia, pintada entre 1494 y 1499. Esta obra maestra comprende diecinueve pinturas enmarcadas en una inmensa talla de juegos geométricos góticos .


Un arte de otro aspecto, una escultura plenamente áulica es la de los broncistas italianos Leoni (León y su hijo Pompeyo), que trabajaron para Carlos V, y para Felipe II después. Nacidos en Arezzo y establecidos en Milán, el padre había trabajado anteriormente para el emperador como medallista, y desde 1555 recibieron ambos casi todos los encargos hechos en aquella clase de escultura por el emperador. Su mayor actividad coincide, pues, con el momento en que aquél decidió retirarse del gobierno. León (que murió en 1590) estuvo poco tiempo en España, donde quedó el hijo, que murió en 1608. Repartíanse el trabajo y, de este modo, el padre realizaba en Milán las principales obras para España, de cuyo retoque e instalación cuidaba Pompeyo. Sus mejores estatuas de retrato en bronce son de 1564; pero algunas, como la también muy meritoria Carlos V hollando al Furor (hoy en el Prado) son de fecha anterior. La habilidad de estos excelentes broncistas se muestra en el hecho de que esta estatua de tamaño natural, revestida de la armadura, pueda despojarse dejando la figura desnuda. La estatua de la emperatriz Isabel (sobre la base del retrato por Tiziano), de cuerpo entero, así como también las de María, reina de Hungría, y de Felipe II, con el busto de este rey, son de gran belleza. 
Santo Domingo presidiendo el Tribunal de la Inquisición de Pedro Berruguete (Museo del Prado, Madrid). La vivacidad de la escena, en la que no falta detalle, hace de esta tabla una de las obras más populares del pintor naturalista, a quien repugnaba lo espeluznante. Al describir este episodio de la vida del santo, Pedro Berruguete rehuye el tremendismo y reconstruye la anécdota buscando efectos de perspectiva y una comedida contención en rostros y actitudes de cuantos intervienen en la terrible escena de la muerte en la hoguera de dos herejes.

Descanso en la huida a Egipto de Fernando Llanos, en la catedral de Valencia. Tabla que muestra el pasaje de la Sagrada Familia huyendo de la matanza de infantes decretada por Herodes. Una composición fantasiosa representa al niño Jesús jugando con unos angelitos y, a la derecha, los tres personajes en camino. 
Después realizó en mármol varias estatuas sepulcrales orantes; la mejor de ellas (de hacia 1574) es la que representa a doña Juana de Austria, en su sepulcro de las Descalzas Reales de Madrid. Pero sus más importantes obras en bronce son los dos grupos del mausoleo imperial y real, de El Escorial, iniciados en 1590 y en los que Pompeyo Leoni trabajó durante largo tiempo, unos diez años. Estas estatuas son realmente magníficas y sobre todo impresionan por su majestad y perfección. El del lado del Evangelio contiene las figuras del emperador y la emperatriz, con las de las hermanas de Carlos V, Leonor y María, y su hija María. En el lado opuesto, el grupo sepulcral de Felipe 11 contiene, además de la figura de este rey, la de Ana de Austria, a las que siguen las de Isabel de Valois, María de Portugal y el príncipe Carlos.

Ambos grupos, de bronce dorado con incrustaciones de piedras coloradas, son la única nota brillante en la inmensa iglesia de El Escorial, de sobrio granito desnudo. Producen, realmente, un maravilloso efecto en contraste con el carácter austero que emana de la fabulosa construcción que es el monasterio. Herrera construyó un marco magnífico para estos dos grupos funerarios: a cada lado del presbiterio abrió unos arcos de toda la altura de la iglesia, donde, sobre un basamento alto, se levantan robustas columnas que sostienen un gran escudo real; entre estas columnas, como aparecidos, se encuentran los dos famosos monarcas, uno a cada lado, con las manos juntas y rezando arrodillados; a cada uno le acompañan las cuatro figuras citadas, también arrodilladas en la penumbra del intercolumnio. Desde el año 1579 los Leoni habían también ejecutado para la misma iglesia el magno retablo mayor.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.


Carlos V, el primer Austria



Carlos V de Jan Cornelisz Vermeyen.

Carlos V (1500-1558) fue el primero de los monarcas de la Casa de Austria. Llegó al poder mucho antes de lo que el destino, en un principio, parecía tenerle reservado, pues heredó el trono de su abuelo, Fernando el Católico, a causa de que su madre, Juana de Austria, había sido declarada incapaz. Por tanto, Carlos de Gante era nieto de los Reyes Católicos por línea materna, y con sólo 16 años fue nombrado rey de Castilla y Aragón en la iglesia de Santa Gúdula de Bruselas.
Como habrá de ocurrir de nuevo años más tarde en la historia de España, un rey que no hablaba castellano y que había sido educado fuera de las fronteras se disponía a tomar las riendas de una de las grandes potencias del Viejo Continente. Por otro lado, apenas tres años después de haber subido al trono fue nombrado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en la ciudad de Aquisgrán tras la muerte de Maximiliano. De este modo, Carlos V heredó los estados de la casa de Habsburgo. A partir de ese momento, la política del monarca queda definida por su objetivo de mantener una Europa fuertemente cohesionada por el catolicismo más ortodoxo.
Carlos V fue un férreo guardián del catolicismo a pesar de que intentó, con muy poco éxito, que la Iglesia se adaptara en algunas ocasiones a los intereses del Estado. Además, fue impulsor de diversas obras de arte de no poca importancia y tuvo que hacer frente a numerosos problemas en política exterior, pues durante su reinado la Corona fue ampliando sus conquistas en el Nuevo Mundo y hubo de enfrentarse a Francia y los piratas turcos.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El Greco

Autorretrato

Renacimiento. Manierismo.

Greco, Doménikos Theotokópoulos, llamado El (Candía, 1541- Toledo, 1614) Pintor cretense activo en Italia y España. 

Doménikos Theotokopoulos o Domenico Theotocópuli, a quien sus contemporáneos italianos llamaron "Greco" (griego) y los españoles Domenico o Dominico Greco (a veces, "el Griego"), nació en Candía, capital de la isla griega de Creta, en 1541. Desde 1204, la isla se hallaba bajo el protectorado de Venecia, importantísima potencia marítima y comercial del Mediterráneo, que la empleaba como base para los navíos que hacían la ruta de Siria y Egipto. Por tal interés, la Serenísima gastaba doscientos mil ducados anuales en la isla, que estaba llena, por otra parte, de militares y funcionarios venecianos. 

Adoración de los Magos de Doménikos Theotocopoulos, llamado El Greco (Galleria Estense, Módena). Cuadro pintado en 1570, que es uno de los muchos lienzos de tema religioso que realizó este artista.    

Parece ser que la familia de El Greco pertenecía a esta última clase: su padre, Jorge, que había de morir hacia 1556, era recaudador de impuestos y su hermano, de diez años de edad mayor que él, llamado Manuso, aduanero. Si esta situación no había de ser muy cómoda en relación con el común de la población, que se juzgaba tiranizada y expoliada, como es frecuente en tales casos y como prueban ciertos levantamientos contra los venecianos, quienes, por su parte, temían y despreciaban a los cretenses (fray Paolo Sarpi, contemporáneo de El Greco e historiador de Venecia, recomendaba a ésta que tratase a lo candiotas como a fieras, para que no dieran rienda suelta a sus salvajes instintos), gracias a ella, Domenico gozaría de una situación económica desahogada, a cubierto de la miseria reinante en la isla, e plena decadencia desde el terremoto de 1508 y en perpetua alerta ante las incursiones de los piratas berberiscos. 

La última cena de El Greco (Pinacoteca Nazionale, Bolonia). Pequeño cuadro pintado a la témpera que representa la legendaria escena del Evangelio y muestra una composición distinta de la clásica presentada por Leonardo y otros pin ores. Aquí no todos los aoostoles se enfrentan a observador e, incluso, uno e ellos aparece de espadas.    

Uno de estos desembarcos, por cierto "Barbarroja"" en 1537, comentado aún cuando nació El Greco, contribuyó a la unión ante el peligro de las dos partes separadas de la población: los ortodoxos y los católicos. Como el propio nombre de El Greco indica (que en la religión cristiana ortodoxa hubiera sido Ciriaco y no Domenico o Domingo), su familia era católica y el niño debió de recibir su educación en un colegio de frailes, acaso franciscanos, ya que durante toda su vida tuvo predilección por San Francisco de Asís. Allí aprendería las humanidades griegas, muy de moda en la Europa culta del Renacimiento. Como demuestra el inventario de los bienes de El Greco, hecho en Toledo, a la muerte de éste en 1614, por su hijo Jorge Manuel, el pintor tenía pocos muebles y escasas ropas, pero muchos libros de griego; entre ellos, los de Flavio Josefa, Jenofonte, Isócrates, Homero, Aristóteles, Luciano Samosatense, Plutarco, San Dionisia Areopagita, San Basilio, etc., además de numerosos tratados de arquitectura y perspectiva, en general en italiano, lengua en la que poseía también obras de relevantes autores como Petrarca, Ariosto, Bernardo Tasso, etc. 


⇦ San Francisco de Asís de El Greco (lstituto Superiere di Magistero, Nápoles). En este cuadro, el artista representa al santo recibiendo los estigmas.    



El que no tuviera apenas libros en latín (una edición de Arquitectura de Vitruvio, de la que poseía repetidos ejemplares en sus versiones italianas) parece mostrar que ignoraba esa lengua. En las firmas de sus cuadros más importantes, El Greco empleó siempre letras griegas, y en la mano de San Pablo de sus últimos Apostolados (Catedral y Museo de El Greco en Toledo) aparece una epístola dirigida "a Tito, consagrado primer obispo de la iglesia de los cretenses", también en griego. Todo ello prueba no sólo la cultura amplia que poseía El Greco, sino también su apego, que le duró hasta la muerte, al país donde hubo de nacer. Por desgracia, aunque celebrado en su madurez como persona "de agudos dichos" y que "escribió de la pintura" (como afirma el pintor Francisco Pacheco, que le visitó en 1611), no parece haber tenido afición a explayarse sobre sus mocedades, que quedan envueltas en un velo de incertidumbre y de a que para llenar muchos vacíos debemos recurrir a la especulación, en multitud de casos. Sobre el año de su nacimiento, sin ir más lejos, nos basamos en un tardío testimonio del artista, quien, en dos documentos de 1606, declara ser de" edad de sesenta y cinco años", que restados a esa fecha dan 1541. Como que hasta 1561 no se conserva ningún documento fidedigno sobre la actividad de El Greco, habrá que contentarse con la hipótesis que se desprende de estos datos. 

La Anunciación de El Greco (Museo del Prado, Madrid). En esta pintura, el artista centra el interés de la escena en los personajes de María y el ángel, y en las miradas que ambos intercambian. Los querubines de la parte superior atenúan el estatismo de la escena.   

Giulio Clovio de El Greco (Galleria Nazionale di Capodimonte, Nápoles). Retrato del miniaturista Giulio Clovio con el cual; durante su estancia en Roma (1570), inicia una estrecha amistad y es quien le introduce en el círculo del cardenal Alejandro Farnesio, el mecenas más importante de la época.    

El Expolio de El Greco en la catedral de Toledo (Castilla-La Mancha). El primer testimonio que se tiene con certeza absoluta de la presencia de El Greco en España es esta tela fechada entre 1577 y 1579. El dramático momento en que Cristo va a ser despojado de sus vestiduras parece resumirse en la dulce mirada y en el rojo intenso, acusador, de su túnica. Las tres Marías no se citan en el episodio evangélico.   


⇦ La Santísima Trinidad de El Greco (Museo del Prado, Madrid). Tela pintada por El Greco entre 1577 y 1579. Esta obra famosa, inspirada al parecer en un grabado de Durero de 1511, retuerce dramáticamente las figuras y las alarga con un espíritu típicamente manierista. Los colores suaves, casi pastel, contrastan con la violencia expresionista de la escena, con los rostros torturados de los ángeles, con la lividez de Cristo, amorosamente atendido por el Padre eterno.   


Por otro lado, lo que sí que parece casi seguro es que pudo aprender el arte y el oficio de la pintura en su isla natal y seguía cultivando el estilo bizantino en iconos, los cuales repiten cuidadosamente las mismas efigies sagradas. En tiempos de El Greco un famoso cretense, llamado Teófanes, decoraba uno de los conventos del Monte Athos, con la ayuda de su hijo Simón. Por otro lado, otros artistas de Creta van a trabajar a Venecia como" madonneri" o pintores de Madonas bizantinas, muy veneradas entre los venecianos todavía en el presente (por ejemplo, la Madona Victoriosa de San Marcos o la Madona de la Salud en su iglesia votiva). 

Lo más seguro es que El Greco quisiera probar fortuna en la Metrópoli, como era lógico en un artista que de bien joven debía de confiar sin lugar a dudas en sus posibilidades, completando allí su educación pictórica con el trato y la enseñanza de los grandes pintores venecianos. Sabía El Greco que para seguir evolucionando en su habilidad como pintor y también en su carrera como artista se hacía necesario dejar Candía, su isla natal, y seguir los pasos de otros pintores, que habían marchado a estudiar allí donde estaban los grandes del momento. Pero sobre la fecha de ese viaje, las opiniones se dividen, ya que, aunque la mayor parte de los biógrafos de El Greco lo sitúan hacia 1560, es decir, cuando frisa los veinte años, un documento publicado por Mertzios en 1961 demuestra que el artista se hallaba en Candía en 1566 y ya era "sgourafos" (deformación dialectal de "zografos", maestro pintor). ¿Había permanecido hasta esta última fecha en su isla natal? 


El Caballero de la mano en el pecho de El Greco (Museo del Prado, Madrid). Fue pintado por El Greco entre 1577 y 1 584 y, si bien éste es su título más popular, también se conoce esta tela como El juramento del caballero. Identificado el personaje con don Juan de Silva, marqués de Montemayor, la posición de la diestra y la presencia de la espada parecen corroborar efectivamente que se halla en el momento de prestar sagrado juramento. El brazo izquierdo, casi borrado, hizo suponer erróneamente que el mencionado caballero era manco.

⇦ Mujer con abrigo de piel de El Greco (Stirling Maxwell Collection, Pollok House, Glasgow). Obra de 1570 que no representa una temática religiosa y cuya protagonista, por su estilo e indumentaria no parece pertenecer al siglo XVI.  



Había en Venecia una copiosa colonia griega que se agrupaba en torno a la iglesia de su santo patrono, San Jorge de los Griegos, no lejos del Gran Palacio Ducal, sede del arte oficial, donde en 1562, estaba trabajando Veronese, como antes había trabajado Tiziano y luego trabajaría Tintoretto, todos grandes pintores de quienes El Greco aprendió no poco. Muchos de los iconos pintados por "madoneros" griegos se exhiben hoy en un museo anexo a dicha iglesia. 

Es tentador pensar que algunos de esos cuadritos puedan ser obra del mozo candiota; pero ceder a esa tentación, atribuyendo a El Greco todos aquellos iconos en los que, a posteriori, nos parezca entrever sus cualidades de colorista o sus deformaciones de compositor, es un juego inútil y hasta dañino para el buen conocimiento de la formación de su estilo. (¿Quién podría deducir de los Picassos de hacia 1950 -por ejemplo, de todas sus "Meninas" - cómo pintaba a principios de siglo? Con tal procedimiento, antes le atribuiríamos obras de Kirchner o de Rouault que no sus propios cuadros "azules" o "rosas" ... ). 

La crucifixión con dos donantes de El Greco (Musée du Louvre, París). En esta crucifixión, un tema tantas veces reproducido, Cristo parece estar volando sobre un fondo de nube negra y, contra todo precedente, no aparece ningún rastro de paisaje, n1 deudos, ni ángeles custodios. 


⇦ Sueño de Felipe II de El Greco, en el Real Monasterio de El Escorial, San Lorenzo de El Escorial (Comunidad de Madrid). Alegoría realizaqa en 1579, que ha tenido múltiples interpretaciones. Las siglas IHS permiten suponer que se trata de una Adoración del Nombre de Jesús, en la que están representados el infierno, la tierra y el cielo. También se ha interpretado como una alegoría de la victoria de Lepanto, con Pío V en el centro y a su derecha Felipe II. Siguiendo esta interpretación, en el soldado romano con los ojos vueltos al cielo que se halla a la izquierda del papa, se ha visto al célebre don Juan de Austria, muerto en 1578.   



Sin embargo, ése ha sido el sistema seguido por eminentes autores, especialmente a mediados del siglo XX, con el que se beneficiaron algunos marchantes que sacaron a la venta obras firmadas incluso por "El Greco" y más tarde relegadas al olvido. También se aprovecharon del sistema algunos anónimos y mediocres "madoneros" de la cofradía griego-véneta del siglo XVI, en cuyos registros, por lo demás, no figura el nombre de Theotocópuli. 

Por ello, no es posible atribuir con certeza a El Greco ningún cuadro de tipo bizantino, aunque su aprendizaje en dicho estilo sea indudable, tanto por su mocedad en Creta, donde se pinta en esa forma, como por las cualidades estilísticas que asoman a sus cuadros no sólo de juventud, sino, acaso más todavía, de los años maduros en que realiza la síntesis de su experiencia de artista. Obras como sus repetidos Velo de la Verónica (por ejemplo, el pintado para Santo Domingo el Antiguo de Toledo hacia 1577), sus Apostolados (como el del Hospital de Santiago, hoy en el Museo de El Greco, alrededor de 1610) o su busto de la Virgen (Estrasburgo y Museo del Prado, hacia 1600) son pruebas indudables de su bizantinismo en la edad madura. 

⇨ Martirio de San Mauricio de El Greco, en el Real Monasterio de El Escorial, San Lorenzo de El Escorial (Comunidad de Madrid). Lienzo pintado entre 1580 y 1582, por encargo de Felipe 11, para El Escorial. La obra no gustó al monarca, que se apresuró a encargar otra a Romolo Cincinnato; este fracaso habría de limitar las ambiciones del pintor a la villa de Toledo. La composición capta tres momentos sucesivos: en primer término Mauricio y sus legionarios deciden desafiar al emperador y arrostrar el martirio; abajo, en el ángulo izquierdo, tiene lugar la ejecución y, en el fondo, Mauricio y sus soldados rehúsan obedecer a los enviados imperiales.     



De los posibles cuadros de juventud destaca el magnífico Tríptico Estense (así llamado por pertenecer a la Galería Estense, de Módena, donde lo descubrió Palluchini, en 1937) compuesto de tres tablas pintadas al temple por el anverso y el reverso, lo que da seis pinturas, siendo la central Cristo coronando a un guerrero, que en su composición en varios pisos, con las fauces del Infierno en el de más abajo, parece preludiar la del célebre Sueño de Felipe II de 1579. Temas de ese tríptico, tales como la AnunciaciónAdoración de los pastores o Bautismo de Cristo, habrán de hallarse tratados de forma semejante en otras obras de El Greco; pero corno ya se ha dicho antes, ello no es suficiente prueba de autenticidad de esa obra, cuya parte más original es una Vista del Sinaí, que incluso siguiendo fielmente un esquema bizantino tradicional, acredita condiciones de extraordinario paisajista, corno lo será El Greco en los fondos de sus cuadros. La primera obra firmada e indudable del pintor es su pequeño San Francisco de Asís recibiendo los estigmas de la Galería Napolitana de Capodimonte, obra que unos datan hacia 1560 y otros diez años después; en todo caso, se nota ya en ella la influencia de Tiziano a través de una estampa del grabador Nicoló Boldrini, que El Greco pudo ver en Venecia o en la misma Creta. 


⇨ Detalle del martirio de San Mauricio de El Greco, en el Real Monasterio de El Escorial, San Lorenzo de El Escorial (Comunidad de Madrid). Detalle que está a la izquierda, en segundo plano, y que muestra a los legionarios tebanos, bajo el mando de San Mauricio, esperando el martirio por negarse a celebrar sacrificios a los dioses paganos.    



Los caracteres bizantinos del estilo de El Greco se revelan en su desdén del ilusionismo espacial propio del Renacimiento italiano, tanto en las líneas fugadas de la perspectiva, como en la degradación sutil del colorido: sus fondos, igual que los de los iconos, no tratan de crear la impresión de un vacío, sino que son simplemente un modo de recortar y subrayar los personajes. Estos, sobre todo en imágenes de busto, suelen aparecer de frente, fijando en el espectador la vaga pero intensa mirada de sus grandes ojos; indudable es el parentesco de los iconos del Salvador, por El Greco, y los Pantocrátor bizantinizantes de Sicilia o del Pirineo catalán. 


Busto de caballero anciano de El Greco (Museo del Prado,
Madrid). Fechado entre 1585 y 1590, éste es uno de los 

retratos característicos de El Greco por su traje negro, la 

gravedad del rostro y la blancura de la golilla. Su expresi-

vidad justifica las múltiples copias que de él se han hecho. 


Su eternidad se hace perceptible, precisamente, en ese desdén de las contingencias atmosféricas o luminosas descritas por la pintura de tipo temporal y terrestre. El Greco repite los modelos (se le atribuyen más de ciento veinte imágenes de San Francisco) o las composiciones de sus años mozos (como la Expulsión de los Mercaderes, cuyo primer ejemplar conocido - hoy en Washington- puede ser de los años 1560 a 1572) con la paciente insistencia de un monje del Monte Athos. Los grupos de personajes homogéneos, que parecen aglutinados ante el fondo, o el aislamiento de objetos significativos y simbólicos (cordero, banderola, canastillo, vaso de azucenas ... ) son perceptibles en El Greco, al igual que en los pintores bizantinos, siéndoles comunes otros caracteres, como el empleo de tonos puros recortados por fuertes líneas negras, la afición a los empastes gruesos de pintura, con aspecto de laca, los largos arabescos de la pincelada, casi caligráfica, y la monumentalidad de los pliegues de los ropajes. 


Las lágrimas de San Pedro de El Greco, en el Hospital Tavera de Toledo (Castilla-La Mancha). El autor logra trasmitir ese momento de hondo dolor y arrepentimiento que 


⇦ La Sagrada Familia con Santa Isabel de El Greco (Museo de Santa Cruz, Toledo). Obra de 1 590 en la que el artista representa a José y María con en niño en brazos y las figuras de San Juan Bautista de niño y Santa Isabel. La luminosidad de la escena contrasta con el fondo de un cielo tormentoso.  


En la iconografía del "Santo jinete" (San Martín y el mendigo, Washington), del "Santo anacoreta" (San Juan BautistaSan Francisco), del "Santo escritor" (San PabloSan Jerónimo), los antecedentes bizantinos son evidentes, con elementos escenográficos tales como "la roca" (Oración del HuertoBautismos de CristoLa MagdalenaSueño de Felipe II) más tarde convertida en hueco entre las nubes. 

Lionello Venturi ha señalado como elementos que El Greco toma de la tradición bizantina el origen abstracto de las formas (es decir, que parten no de la observación de la realidad externa, sino de un ideal preconcebido), el carácter ritual de sus composiciones, sus cromatismos sin intervención de la luz. A ellos se combinan los que aprende con Tiziano: la pintura tonal (esto es, la variación de cada color de acuerdo con los efectos luminosos), el dramatismo en los esquemas (relación de tema y composición), el volumen y movimiento de los cuerpos, y el valor expresivo de la pincelada, suelta y como inacabada. 

Agonía en el jardín de Getsemaní de El Greco (Szepmueveszeti Muzeum, Budapest). Mientras Jesús está orando y recibiendo la aparición de un ángel, los apóstoles descansan en primer plano.   


Santa Verónica con el sudario de El Greco (Museo de Santa Cruz, Toledo). La imagen de la santa en este cuadro que da relegada a segundo plano por la viveza del rostro de Cristo plasmado en el sudario. 


⇨ San Lucas evangelista de El Greco, en la catedral de Toledo (Castilla-La Mancha). En este cuadro, el artista está pintando a otro pintor, San Lucas, de ahí que sea el patrón de los pintores y que lleve un pincel en la mano. En sus manos, un libro abierto, y en su cara, una expresión abstraída, la del artista que vive en su mundo. Se especula con la posibilidad de que sea un autorretrato.  



En efecto, la influencia de la gran pintura veneciana sobre el joven candiota no se hace esperar. Ello es natural si admitirnos, como de costumbre, que El Greco fue ayudante de Tiziano, quien alude, en una carta de 1567 dirigida a Felipe II, sobre un cuadro que el rey le ha encargado para El Escorial, a un "molto valente giovane, mio discepolo" que se ha supuesto sea Theotocópuli. Una carta posterior, del miniaturista Giulio Clovio al cardenal Alejandro Farnesio, de 1570, habla de la llegada a Roma de "un giovane Candiotto, discepolo di Tiziano", que se sigue suponiendo sea El Greco. Más tarde, el médico papal Julio Mancini escribirá, hacia 1617, de un joven pintor comúnmente llamado"El Greco", quien había" studiato in Venezia et in particolare le cose di Tiziano", testimonio, aunque tardío, más certero de la relación entre Tiziano y El Greco. 


Julián Romero de las Azañas con su santo patrón de El Greco (Museo del Prado, Madrid). Fechado entre 1990 y 1996, en este retrato, el personaje aparece acompañado por su santo patrón, San Julián de Brioude, que muestra una actitud protectora. 


El entierro del conde de Orgaz de El Greco, en la iglesia de Santo Tomé, Toledo (Castilla-La Mancha). Una de las obras más populares de El Greco, inspirada en las milagrosas exequias del caballero Gonzalo Ruiz, cuyo cadáver, según la tradición, fue depositado en dicha iglesia por los santos Agustín y Esteban, en reconocimiento a sus muchas obras caritativas. La riqueza extraordinaria de esta imaginativa composición de innumerables matices justifica su fama. Entre los personajes identificados, hay un autorretrato y el hijo del pintor, Jorge Manuel, que se arrodilla entre el fraile y San Esteban con un pañuelo que lleva la fecha de su nacimiento. 



La Coronación de la Virgen de El Greco (Museo del Prado, Madrid). Esta obra forma parte de un conjunto realizado por encargo para el Santuario de la Caridad de Toledo, inaugurado en el año 1600. El Greco quiso exaltar a la Virgen en sus cuatro aspectos: como mujer mortal (La Anunciación), como madre de Dios (La Natividad), como intercesora de la Humanidad (La Caridad), y como reina del cielo (La Coronación), que es el lienzo que se reproduce aquí. 


Santos Pedro y Pablo de El Greco (Museo del Ermitage, San Petersburgo). tsta es una de las primeras pinturas de los santos elaboradas por El Greco y ambos personajes están representados como los pilares del Cristianismo. Las estilizadas figuras, envueltas en amplios mantos, alargan sus manos en actitud de señalarse el uno al otro. 

¿Fue una relación entre maestro y discípulo o simplemente entre un pintor de fama y experiencia, de más de setenta años, y un joven prometedor que le ayuda en sus encargos, como otros "garzoni" del taller? El Greco aprendió de Tiziano, no sólo la fragmentación y libertad de la pincelada, la belleza de la entonación de ciertos cuadros (como el Sueño de Felipe II, de dominantes doradas), los efectos de brusca iluminación en los nocturnos (precisamente, el cuadro en que, según la tradición, ayudaba a Tiziano era de esta clase: un Martirio de San Lorenzo), sino incluso ciertos esquemas de composición; por ejemplo, para la Asunción o para la Oración del Huerto

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La influencia de los pintores venecianos

Aunque El Greco se presente como alumno de Tiziano, justo es reconocer otras influencias, acaso mayores, que se perciben en sus obras: las de TintorettoVeronese y Bassano, y la del dálmata Schiavone. Todos esos artistas pueden considerarse "manieristas", adjetivo que dista mucho de ser peyorativo, y que significa la tendencia dominante a mediados del siglo XVI, por influencias de las últimas obras de Leonardo de Vinci, de Rafael y de Miguel Ángel, cuya imitación da a la pintura un estilo elegante y sinuoso, de enormes y rítmicos personajes de pequeñas cabezas, al mismo tiempo gracioso y sorprendente, heroico y relamido, arte sofisticado, que se aparta de la imitación de la naturaleza y de los valores atmosféricos que son la gran novedad de Giorgione y Tiziano, para complacerse en esquemas mentales y en bizarras iluminaciones.  


⇦ El bautismo de Cristo de El Greco (Museo del Prado, Madrid). Fechado en 1596, en este cuadro el artista opta por una composición vertical en la que arriba aparece la figura de Dios, sentado y rodeado de ángeles, arcángeles y querubines, observando el bautismo de su Hijo. En el centro se ve al Espíritu Santo en forma de paloma, que desciende sobre la cabeza de Cristo; y abajo está Jesús en actitud devota, recibiendo el agua del río Jordán. 



Hasta cierto punto, a este movimiento pertenecen los tres pintores vénetos antes citados, aunque se salgan de él por la fruición de su pincelada y su materia (la técnica manierista suele ser fría), por el respeto a una entonación o dominante cromática (el color de los manieristas es tabicado por zonas, como un esmalte) y por la afición al estudio del natural (los verdaderos manieristas estudian las obras de otros artistas, antiguos y modernos).

Si de Veronés ha tomado El Greco algunos colores ácidos y exquisitos (verdes y amarillos) y algunos "trucos" técnicos (el más genial, el de inundar de lágrimas un ojo con una simple pincelada blanca dada verticalmente sobre la pupila: véase la Oración del Huerto por Veronés, en la Galería Brera, y comparar con el Expolio de El Greco, en la Catedral de Toledo), del taller de los Bassano imitó la composición agrupada en torno al Niño en la Adoración de los pastores, iluminada por el resplandor que sale del recién nacido; y de Tintoretto, el dramatismo rítmico del dibujo (encontramos el cuerpo del esclavo del Milagro de San Marcos de Tintoretto en el Laocoonte de El Greco y hasta bajo la damasquinada armadura del Conde de Orgaz ... ), la composición dividida en zonas o estancias, la afición a los tonos dramáticos, purpúreos y negros, rasgados por enormes pinceladas de blanco puro, con una técnica expeditiva y somera en unos lugares, pero rica y sensual en otros. De Tintoretto y Bassano aprendió también El Greco a modelar un rostro con sueltas pinceladas y a concentrar en él todo el interés de un retrato, dejando el resto en sombra. Schiavone le enseñó su composición rítmica, como de"ballet", entreverada de efectistas claroscuros.



⇦ Cristo abrazando la cruz de El Greco (Museo del Prado, Madrid). Realizado aproximadamente entre 1594 y 1604, ésta es una de las numerosas obras de tema religioso del artista. En ella muestra a un Cristo portando la cruz en su camino al calvario y aparecen elementos habituales en sus pinturas: el fondo de nubes y las manos de dedos alargados. 



Pero el centro de la pintura expresiva y"moderna" de la segunda mitad del siglo XVI no estaba en Venecia, sino en Roma. El estilo llamado "manierismo" que, tras pasar una época larga de desprestigio empieza en nuestro tiempo a interesar a todos, tenía que atraer al Greco más que el"naturalismo" atmosférico de la escuela veneciana. Por lo demás, en Venecia no era fácil abrirse camino para un joven candiota que aspiraba a ser algo más que sirnple"madonero". Así que cambió nuevamente de lugar de actividad y salió hacia Roma, pasando quizá por Parma (donde había pinturas de Correggio y del Parmesano), por Florencia (Pontormo, Bronzino), por Siena (Beccafurni, Sodoma). La ya citada carta de Clovio (16 de noviembre de 1570) le sirve de presentación para el cardenal Alejandro Farnesio, quien le aloja en las buhardillas de su suntuoso palacio romano. 


San José con el Niño de El Greco (Museo de
Santa Cruz, Toledo). Pintado entre 1597 y
1599, el Greco capta la cariñosa protección
del santo hacia Jesús con u na poesía extra-
ordinaria. La iconografía es la misma que la
de la tela de la capilla de San José de Toledo.
En el fondo de ambas aparece un paisaje
identificado con la ciudad de Toledo. 

La admiración hacia Miguel Ángel alcanza en Roma el fervor de un culto. Los pintores Zuccari y Vasari, que El Greco ha podido tratar en ese palacio, son de total obediencia miguelangelesca. El joven forastero (según el testimonio de Mancini) tiene el descaro de ofrecerse, en caso de que los frescos de Miguel Ángel se destruyan (como algunos contrarreformistas pacatos proponen a San Pío V) a re hacerlos "con onesta et decenza" y con no inferior calidad artística. Eso sonó a blasfemia en los oídos de los manieristas romanos y el insolente griego tuvo que huir a España para evitar mayores males. 



















Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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