A finales del siglo XV España estuvo
invadida de artistas extranjeros. Los Reyes
Católicos, así como también magnates
y grandes eclesiásticos, llaman o
admiten a arquitectos, escultores y tallistas
neerlandeses, borgoñones, alemanes
y franceses. Ese trasiego de artistas
no fue una singularidad española sino
que se convirtió en un fenómeno general
en la Europa de entonces. Hasta
mediados del siglo XVI vemos a flamencos
e italianos acudir a las cortes de los
monarcas de Inglaterra y Francia, tan
numerosos como lo fueron en España.
Una sola tradición artística de antigua
raigambre peninsular se mantuvo
por aquellos años incólume: el arte mudéjar en sus formas de aplicación a
la arquitectura, la carpintería de lo blanco,
en la que los artífices moriscos seguirán
todavía desplegando una gran
actividad, y siguieron destacando en
especial en la construcción de artesonados
y puertas. Dará idea de lo
arraigadas que estaban las formas mudéjares
en el sur de España el tratado
titulado Carpintería de lo blanco de
Diego López de Arenas, con abundantes
grabados de lacerías mudéjares,
que fue reimpreso todavía en 1727. Ya
puede comprenderse, pues, que durante
el reinado de los Reyes Católicos,
cuando los artistas fluctúan aún
entre lo viejo y lo nuevo, este arte híbrido neomusulmán les obsesiona, y triunfa en las
restauraciones del Alcázar de Sevilla y de la Aljafería
de Zaragoza, y, sobre todo, en los techos del
palacio de los duques del Infantado, en Guadalajara.
Asimismo, en la decoración arquitectónica, blasones
y motes heráldicos adquieren, al finalizar el siglo
XV, enorme importancia. Ésta es una característica
que perdura hasta bien entrado el XVI, y que da
al exorno evidente altisonancia. Grandes escudos
flanqueados por figuras hercúleas y sostenidos por
el águila de San Juan, en tiempos de los reyes, o por
el águila imperial (de alas desplegadas) bajo el emperador
Carlos, campean en las fachadas, a las que
imprimen, de este modo, un magnífico sello de majestad.
El repertorio decorativo era al principio totalmente
gótico, como góticas eran las molduras, aunque se combinaban en sinuosos enlaces de líneas, que se separan ya del gótico flamígero, para adquirir
así acusada significación de barroquismo. Ello
puede comprobarse, por ejemplo, en las grandes fachadas,
ornamentadísimas, del antiguo Colegio de
San Pablo y del Colegio de San Gregario, en Valladolid,
atribuidas, respectivamente, a Simón de Colonia
y a Gil de Siloé.
⇦ Catedral de Granada, de Enrique de Egas y Diego de Siloé, en Andalucía. La catedral fue construida sobre la gran mezquita de la ciudad árabe y, si bien se la considera la obra más importante del Renacimiento español, en su estructura hay elementos de otros estilos arquitectó nicos. En 1529, Siloé trazó el plano renacentista sobre los cimientos góticos, con girola y cinco naves en lugar de las tres habituales.
De varios arquitectos, tallistas y escultores extranjeros
que trabajan en Castilla en los primeros años de esta época se habla al tratar de la última etapa
del gótico español. Son, además de Gil de Siloé y de
Juan de Colonia y su hijo Simón, Juan Guas, Enrique Egas, el escultor francés Felipe Vigarny o Bigarny,
etc. Junto a ellos, o colaborando con ellos,
sobresalen españoles tales como Juan de Badajoz y
su hijo y homónimo (que trabajaban en León), Juan de Álava, la gran figura italianizante de Lorenzo Vázquez, Juan Gil de Hontañon, padre de Rodrigo Gil de Hontañón, que con Pedro Machuca comparte la gloria de haber fijado un estilo claramente renacentista
español, que se desarrolló con anterioridad
al estilo rigorista de Juan de Herrera.
⇦ Exterior de la capilla del Condestable, en la catedral de Burgos (Castilla y León). Fue encargada por los condestables de Castilla, don Pedro Fernández de Velasca y su esposa, para ser el panteón familiar. Construida entre 1482 y 1494 por Simón de Colonia en estilo gótico flamígero, está considerada la reina de las capillas y una de las más famosas de todo el arte europeo .
Enrique Egas, hijo del bruselense Annequin Egas,
fue el asesor e inspector de las obras pagadas por los
Reyes Católicos. La labor de este artista resulta en
gran parte anónima; aunque intervino en todo poco
puede atribuírsele. Por ejemplo, fue él quien diseñó la traza de la última gran catedral gótica realizada
en España, la catedral nueva de Salamanca, cuyas
obras, comenzadas en 1513, se interrumpieron varias
veces para continuarse, aún en aquel estilo, en
1560, cuando ya se habían construido en el renacentista
las de Granada y Málaga. Por cierto, hay
que señalar que habiéndose reunido los canónigos
de Salamanca en una especie de congreso para decidir si debía continuarse aún en el estilo gótico,
la mayoría -y entre ellos se contaba Herrera, el arquitecto
de El Escorial- aconsejó que se acabara de
acuerdo con el plan gótico primitivo.
Por otro lado, cabe dudar del origen extranjero de
los hermanos Enrique y Juan Guas (o de Guas). Autores
del palacio de los Mendoza (o del Infantado)
en Guadalajara. Por la leyenda de su sepulcro sabemos
que Juan de Guas fizo San Juan de los Reyes, la
vasta capilla real, en los Franciscanos de Toledo, que
los Reyes Católicos habían destinado para su sepultura
antes de decidir que se les enterrase en Granada,
la ciudad tan deseada por ellos y que después
prefirieron para que guardara sus restos mortales.
Pero la posteridad ha de admirar a San Juan de los
Reyes como un panteón real. Su decoración interior,
llena de las cifras coronadas de Fernando e Isabel,
con sus motes y con enormes escudos sostenidos en
alto por águilas gigantescas, quedó del color blanco
de la piedra, sin policromarse ni dorarse. Faltan,
pues, el negro de las águilas y el oro y rojo salpicando
aquellos muros con sus colores heráldicos. Asimismo,
cabe destacar que a excepción de las ya citadas
catedrales de Granada, Salamanca y Málaga,
éste no fue tiempo en que se construyeran grandes
iglesias, por otro lado. Una razón bien sencilla explica
esta singularidad, y no es otra que el hecho de
que las viejas ciudades del centro de la Península tenían
ya sus enormes catedrales góticas, más que suficientes. De este modo, los reyes se dedicaron sólo
a erigir capillas junto a monasterios, que visitaban
con frecuencia.
Además, algunos magnates, sin hacerse erigir edificios
especiales para panteón, abrieron en los ábsides
de viejas catedrales capillas sepulcrales, en que
se hace gala de una decoración soberbia. Así, la que,
transformando dos antiguas capillas con sepulcros
reales, hizo disponer en el ábside de la catedral de
Toledo un Mendoza, el Gran Cardenal, antecesor de
Cisneros en el favor de los Reyes Católicos. El sepulcro
del cardenal Mendoza ocupa el centro del espacio,
mientras que los restos reales fueron colocados
en grandiosos nichos practicados en el muro a
modo de camarotes, por lo que el panteón del cardenal siguió llamándose Capilla de los Reyes Viejos.
Pero su profusión de molduras y relieves queda supera
da por la Capilla del Condestable, de cuya edificación
en la catedral de Burgos cuidó doña Mencía
de Mendoza, durante los años que su marido, Pedro
Hernández de Velasco, condestable de Castilla, pasó
en la guerra de Granada. Esta construcción se proyecta
hacia fuera de la planta de la catedral, cual si
fuese un monumento aparte, y su cimborrio constituye
una de las características externas del enorme
templo. Simón de Colonia, su autor, era hijo de Juan
de Colonia, alemán, director de la obra catedralicia
ya en 1466. La Capilla del Condestable de la catedral
de Burgos reúne a la suntuosidad de la capilla
de Mendoza, el gusto aparatoso de las obras flamí
geras borgoñonas y alemanas. Dos sepulcros se hallan
en el centro, como ricos sarcófagos, sobre los
cuales descansan tendidas las estatuas del condestable
y de su esposa. La composición general resulta
también mucho más ordenada que la de la capilla de
Mendoza, en Toledo; las paredes están decoradas
con grandiosos escudos de piedra, y en lo alto corre
una enorme y decoradísima galería de circulación.
Sus retablos de piedra son de Gil de Siloé (quizá
también autor del cimborrio), a quien la reina Isabel
había encomendado la erección de la capilla sepulcral
de sus padres, Juan Il e Isabel de Portugal, en la
cartuja de Miraflores. ·
Así, quien con atención contemple esos monumentos,
comprobará que poco o nada tienen de las
formas clásicas que había ya restaurado el Renacimiento
en Italia. No obstante, el impulso con que se
construyeron era ya renacentista en sus ambiciones.
No tardaría empero en aparecer, al lado de este ostentoso
gótico tardío que ha recibido el nombre de
estilo Isabel, una fórmula arquitectónica inspirada en
el Renacimiento boloñés o lombardo. Este adornado
estilo renacentista es el que se ha denominado
plateresco, calificativo que le adjudicó en el siglo XVII
el erudito y tratadista andaluz Ortiz de Zúñiga, porque
este estilo nuevo parecía aplicar a las grandes arquitecturas de piedra las formas de los orfebres o
plateros.
De todas formas, es punto algo oscuro todavía saber
cómo se produjo este estilo. Se ha sostenido por
parte de algunos que fue el mismo Enrique Egas
quien aprendió la gramática decorativa de los marmolistas
italianos, principalmente lombardos, que
venían a España a vender sepulcros o esculpir relieves,
y aplicó estos motivos decorativos a sus composiciones
de líneas borgoñonas. Según otros, fue
siempre Egas quien se entusiasmó con la técnica de
un platero alemán, Enrique de Arfe, establecido en
Castilla a principios del siglo XVI, cuya fama y habilidad
hicieron que se le encargaran un sinnúmero
de cruces y custodias para las grandes catedrales y
colegiatas de dicha región.
⇨ Escaleras del interior del Hospital de Santa Cruz de Alonso de Covarrubias, en Toledo (Castilla-La Mancha). Escalinata que muestra la monumentalidad del estilo renacentista.
Una de las primeras y más características obras
del estilo plateresco fue la fachada del Hospital de la
Santa Cruz de Toledo, iniciada por Enrique Egas en
1504, en virtud de un legado testamentario del famoso
cardenal Mendoza. La puerta encuadrada por
pilastras que se encorvan en la archivolta, tiene un
remate a manera de templete con figurillas y candelabros,
igual que una obra de platería; así también
las dos ventanas superiores, que parecen compuestas
de piezas aplicadas, pequeños elementos metálicos retorcidos y afinados por el buril, que se han
unido formando un marco de piedra en miniatura.
Al mismo Egas se atribuyó también una de las
obras más características de Salamanca: la fachada
de la universidad, que semeja un tapiz de piedra totalmente
esculpido con escudos y cuajado de motivos ornamentales, cuyo autor, o autores, en realidad
se ignoran. La doble puerta inferior es aún de arcos
rebajados, gótica en su trazo y en sus molduras¡ sus
curvas bajas aumentan el efecto de la magnitud del
relieve superior, dividido en recuadros por frisos y
pilastras. En lo alto hay una crestería interrumpida
por candelabros, dibujada como la crestería metálica
en miniatura que un platero pudiera labrar para
una custodia. Asimismo, los relieves también parecen
repujados sobre plancha de plata.
En la arquitectura plateresca, los temas decorativos
son principalmente lombardos, del estilo de decoración
usado en los alrededores de Milán a fines del
siglo XV. De este modo, en un principio se ven aparecer
sobre todo las columnas de fustes con ensanchamientos
y collares, como los empleados en la
cartuja de Pavía y en otros monumentos milaneses.
Por otra parte, los grutescos o arabescos recuerdan
más fácilmente la decoración lombarda que la romana. Los nichos con bóvedas en forma de pechina; las
peanas y los recuadros, y sobre todo los candelabros
decorativos, están repartidos profusamente en cresterías
y coronan las pilastras.
Cabe destacar, además, otros nombres, como Lorenzo
Vázquez, artista que realizó sus obras más importantes
para miembros del linaje de los Mendoza.
Entre las obras más relevantes que pudo llevar a
cabo hay que señalar el Colegio de la Santa Cruz, en
Valladolid, y el Palacio Medinaceli, en Cogolludo, de
un decidido italianismo y que, por las fechas de su
construcción (entre 1492 y 1495), hay que situar en la
base de la arquitectura española del Renacimiento.
En efecto, la fachada del Hospital de la Santa Cruz
de Toledo fue iniciada por Enrique Egas sólo en
1504, y el italianismo de su estilo aparece más sazonado
en su interior, que hoy se da por obra de Lorenzo
Vázquez.
Otros edificios en los que brilla con esplendor el
plateresco, y que parecen influidos por la manera de
Vázquez, son el palacio de Peñaranda de Duero,
que se hizo erigir el virrey de Navarra, don Francisco de Zúñiga y Velasco, y la llamada Casa de las
Conchas, en Salamanca, construida con motivo del
enlace de don Rodrigo Arias y doña María de Pimentel.
Hay que tratar de nuevo de una obra edificada por
iniciativa real. Carlos V deseaba una residencia acorde
con el prestigio de la Corona. Su primera iniciativa
en este sentido es la construcción del palacio
nuevo en los jardines de la Alhambra, al lado del
viejo alcázar musulmán. El arquitecto de esta obra
fue un español educado en Italia, llamado Pedro
Machuca, que había aprendido en la Ciudad Eterna de dos grandes maestros como eran Bramante y Rafael y que regresó a España en 1520. La disposición
quiere ser la característica de la escuela romana: tiene
una planta cuadrada, con un patio central circular
y dos pisos de columnas. Recuerda, pues, la disposición
del patio semicircular de una importante
construcción: la villa del papa Julio II, en Roma, y
la del Palacio Farnesio, en Caprarola. Pero el gran edificio de Carlos V, en la Alhambra, quedó sin terminar;
por ejemplo, la crujía superior no llegó a cubrirse.
Pedro Machuca se olvidó, en Granada, de que
estaba en España: ni un solo instante se impresionó
con las maravillas que dejaron los árabes a pocos pasos de su nueva obra. Es un convertido; no piensa
más que en Italia y en los modelos que ha visto
en Roma.
Al ocurrir su muerte, hacia la mitad del siglo, aún
faltaba mucho para concluir el palacio imperial de la
Alhambra; Luis Machuca, su hijo, prosiguió la obra
con el plan de su padre, pero el colosal edificio estaba
destinado a no ver nunca su terminación. El
muro exterior es también regularísimo y monótono,
con las ventanas todas iguales; pero hay un cuerpo
de fachada, plano, con una gran puerta y ventanas,
que no carece de dignidad.
Este palacio de Carlos V, en la Alhambra, es el primer
monumento de estilo italiano del siglo XVI que
se levantó en el sur de España. Tal es su novedad y
su contraste con el castizo plateresco español, que
se siente la necesidad de darle un nombre, y los tratadistas castellanos, que ven allí algo más clásico de
lo que era común en la Península, lo bautizan con el
nombre -más que poco acertado, infelicísimo- de
estilo grecorromano, denominación desdichada.
Más español que el estilo de Pedro Machuca, pero
denotando claridad y profunda comprensión de los
principios de la arquitectura del Renacimiento de
Italia, es el que acredita Rodrigo Gil de Hontañón,
quien puede considerarse como una de las más puras
encarnaciones del espíritu castellano en arquitectura,
y cuya actividad se prolonga hasta su muerte
en 1577.
Hospital Tavera de Bartolomé Bustamante, en
Toledo (Castilla-La Mancha).
Edificio construido
entre 1541 y 1603, que
tiene el aspecto de un
palacio florentino del
Renacimiento. En la imagen
aparecen los patios
columnados, que forman
parte del conjunto arquitectónico
constituido, además,
por una iglesia y el
palacio-museo. |
Este arquitecto intervino en numerosos proyectos,
y entre los de renombre destacan las catedrales de
Segovia, Plasencia y Astorga, pero sus mejores obras
son, sin lugar a dudas, el Palacio Monterrey y la universidad
de Alcalá. El Palacio Monterrey, que se encuentra en la ciudad de Salamanca, fue proyectado
en 1539 y en él contrastan la valiente desnudez de
los cuerpos bajos con la florida ornamentación de la
parte alta, derivada de los palacios mudéjares e isabelinos.
La universidad de Alcalá de Henares, por otra parte, (construida entre 1541 y 1553) es su obra
maestra. Su famosa fachada, quizá el elemento más
interesante de toda la construcción, no es la simple
decoración de una superficie plana, sino que sugiere
la articulación volumétrica del interior del edificio;
en ella, la ornamentación nerviosa y dinámica
alterna con silencios murales amplísimos, medidos
musicalmente. Asimismo, obra suya tardía es el palacio
de los Guzmanes, en León, construido en el
período que va de 1559 a 1566, en el que aparece
por primera vez un elemento que habría de ser muy
frecuente en los años siguientes: el motivo típicamente
castellano del balcón volado de rejería.
Casi al mismo tiempo que su palacio de la Alhambra,
Carlos V empezó la reconstrucción del Alcázar
de Toledo, en situación dominante.
Su arquitecto difícilmente podía olvidar la tradición;
llamábase Alonso de Covarrubias, y era yerno
y sucesor de Enrique Egas. El Alcázar de Toledo,
destruido durante la guerra civil española (aunque
ahora, por fortuna, reconstruido), tiene una forma
más regular que el abandonado palacio de la Alhambra;
es de planta rectangular, con cuatro elegantes
torres en los ángulos. Monumento grandioso, es
lástima que Toledo no pudiese ofrecerle grandes espacios
abiertos que facilitaran su perspectiva. Los
detalles de la puerta, con sus heraldos y escudos, los
de las ventanas y el patio son de un plateresco concebido
y planeado pensando lo mismo en los detalles
que en las grandes masas.
La fachada, proyectada por Covarrubias, tiene la
disposición general de los palacios de la época: dos
pisos inferiores con ventanas y un orden superior
que forma loggia; sólo que sus aberturas alternan
con un espacio liso, lo que da más solidez y severidad
al remate. Covarrubias no pudo terminar la
obra; puede decirse que de él sólo son la fachada y
el patio. A su muerte le sucedieron en la dirección un italiano, Giovanni Battista Castello, de Bérgamo,
quien hizo la crujía del mediodía -atribuida por algunos
a Herrera-, y Francisco de Villalpando, que
construyó la monumental escalera, que ocupa todo
el espacio interior de una ala del patio.
Casi simultánea es la construcción en Madrid de
otro alcázar real (en el sitio, poco más o menos, que
hoy ocupa el Palacio de Oriente). Destruido por un incendio, quedan del Alcázar de Madrid muy pocos
recuerdos gráficos. No sería, con toda seguridad, tan
suntuoso como lo fuera el de Toledo.
Pero todas estas construcciones reales quedan eclipsadas
por el colosal palacio panteón construido por
orden de Felipe II en El Escorial. La obra fue comenzada
en 1563 y se terminó en 1584. En el período
de unos veinte años se hizo la excavación en
la vertiente de la montaña (una estribación del Guadarrama)
y se construyó el edificio, que por sus proporciones
y unidad de estilo es asombroso. Casi todo
él está construido en granito de aquella monta
ña. Las crestas desoladas de sus alrededores, el paisaje
sin término que desciende hacia el llano, todo
contribuye a la misma impresión, y aunque en la
dirección de las obras se sucedieron varios arquitectos,
todo en El Escorial responde a una nota igual: el
clima, el aire y el cielo. La piedra dura de la meseta
castellana, el alma de Felipe II interviniendo en todos
los detalles, fueron las verdaderas causas de su
unidad, que tanto sorprende. Lo más singular es que los dos principales directores de esta obra, la más
castellana de todas las construcciones edificadas en
el reino de Castilla, habían llegado recientemente de
Italia y regresaban con el propósito de imitar las últimas
creaciones de la escuela romana.
El primer director fue Juan Bautista de Toledo, que
había trabajado en Nápoles a las órdenes del ilustre
virrey don Pedro de Toledo, empezando el esventramento
del barrio antiguo de aquella ciudad con una
calle de reforma que todavía hoy es su arteria principal. En El Escorial circunscribió todo el conjunto
dentro de un rectángulo, del cual sólo se proyectan
hacia fuera los aposentos reales. La basílica está en
el centro, en el eje, y a cada lado se distribuyen con
absoluta simetría los patios y dependencias, el convento, la biblioteca y la pinacoteca. Felipe II, a pesar
del carácter austero que todo el mundo le atribuye,
quería que el que había de ser panteón de la monarquía
fuese también un gran centro del arte y de las
letras; para lograrlo no desperdició las ocasiones de
trasladar a El Escorial los manuscritos árabes que no
quemó Cisneros y los códices griegos de Antonio
Agustín, de don Diego Hurtado de Mendoza, y
otros traídos de la universidad de Besarión, en Mesina.
Sin embargo, El Escorial es un mausoleo, un
panteón real, con su templo funerario y dependencias
anejas (contando entre éstas los aposentos del
monarca).
⇨ Claustro del Colegio del Cristo, en Tomar (Portugal). En 1 1 60, Gualdim Pais, Gran Maestre de los Templarios, mandó construir un castillo en esta zona fronteriza entre los territorios cristianos y los dominios árabes. En 1320, el rey Dionís funda la Orden de los Caballeros de Cristo, de la cual Enrique el Navegante fue el primer Gran Maestre. El Gran Claustro de la Charola Templaria, que se reproduce aquí, refleja la pasión de Joáo 111 por el arte italiano. Fue construido por Diego de Torralba entre 1557 y 1 562 y finalizado por Filippo Terzi.
Juan Bautista de Toledo murió en 1567, cuando la
obra sólo estaba comenzada, y aunque temporalmente
le sucedió aquel bergamasco que hemos visto
trabajar en el Alcázar de Toledo, el verdadero continuador
fue Juan de Herrera, quien había asistido a
Toledo en la dirección desde los primeros días. Había
estado también en Italia, pero no con carácter
permanente. Era más netamente español y su intervención
en los trabajos de El Escorial fue decisiva.
La fachada es un inmenso muro de granito, sin
adornos; termina con dos torres en los extremos,
pero sin avanzar del paño del muro, para que no
produzcan efecto de cuerpos salientes. Las ventanas,
talladas geométricamente, sin molduras ni cornisas,
se suceden en línea interminable; sólo en el
centro del muro, para que la austeridad no resulte
pobreza, se decora la entrada con ocho pilastras dó
ricas, que sostienen un pequeño cuerpo central, más
alto, con cuatro pilastras menores y un frontón. Pasada
la primera crujía, un patio forma como el vestíbulo
o atrio de la iglesia. Aquí, el ambiente más
reducido exige otro estilo; la severidad, que en la fachada
exterior se compensa por su masa, en el patio
sería mezquina. Herrera tuvo que aplicar sus conocimientos
del clásico grecorromano en la fachada de
la iglesia, sin salirse del dórico, encuadrando su silueta
sólo con molduras y ventanas. Seis figuras, de
seis de los reyes de Judea, sobre altos pedestales encima
del entablamento del primer piso son las únicas
escUlturas. En el interior de la iglesia continúa
sin vacilaciones el mismo orden dórico; unas pilastras
gigantescas llegan hasta el arranque de las bóvedas. Nada de estuco ni de revestimiento de mármol,
todo el despiezo de granito, que, visible con regularidad
geométrica, acaba de dar a la iglesia el aspecto
solemne de un panteón. Aquel interior con
sus altas pilastras dóricas y anchos arquitrabes con
triglifos solamente, por sus acertadas proporciones
es muy digno de contarse entre las más importantes
obras de arquitectura del Renacimiento. Bramante
no habría podido hacer nada más noble. En las dependencias
interiores, ya no es Herrera tan original.
El patio llamado de los Cuatro Evangelistas -un claustro que quiere ser amable- resulta triste a pesar
de sus estanques y de sus verdes jardines recortados;
la arquitectura del claustro, y hasta la del
templete que ocupa su parte central, son de un grecorromano
acertado a medias solamente.
Herrera ejerció, durante el reinado de Felipe II,
una especie de dictadura artística, como inspector
áulico de monumentos, cargo análogo al que ejercía
Enrique Egas en tiempo de los Reyes Católicos.
Herrera, que había militado en los tercios de Italia,
impuso una organización casi militar en los trabajos de El Escorial; sus cartas y escritos son siempre
lacónicos y precisos. Visitaba a Felipe II dos veces
por semana, y el monarca dictó una orden por la
cual Herrera debía revisar y aprobar los planos de
todos los edificios públicos que se construían en
España.
⇨ Sepulcro de Alonso de Madrigal "el Tostado" de Vasco de la Zarza, en el trascoro de la catedral de Avila. Relieve realizado a principios del siglo XVI para este obispo y canciller mayor del reino, que dejó una vasta obra escrita.
Este admirador de Vignola, gran estudioso de la
arquitectura, de las matemáticas y la filosofía, con
vocación de humanista, concentró su principal esfuerzo
en la edificación de El Escorial, pero intervino
también en la prosecución de las obras del alcázar toledano y en las del palacio de Aranjuez, y a
instancias del arzobispo Cristóbal de Rojas y Sandoval,
hizo la traza de la Lonja de Sevilla, y desde
1589 dirigió la nueva catedral de Valladolid, de cuyas
obras le apartó en 1594 una grave enfermedad que
le dejó achacoso hasta su muerte, acaecida en Madrid
en 1597. Había nacido en 1530, en el seno de
una modesta familia hidalga, en Mobellán, en el valle
de Valdáliga (Santander).
Herrera encauzó la arquitectura del centro de la
Península por la senda de las formas austeras de
tipo escurialense. En Madrid, sobre todo, sus discípulos e imitadores repiten la disposición de las fachadas
sin molduras, con torres en los ángulos, que
aparece y reaparece en edificios públicos y casas privadas
hasta pleno período barroco. De tiempo de
Felipe III y Felipe IV son la Plaza Mayor, con el Palacio
del Ayuntamiento, ejecutado por Juan Gómez de la Mora, el palacio de Santa Cruz (actualmente
Ministerio de Asuntos Exteriores), y no pocos conventos
e iglesias como las Descalzas Reales.
⇦ Sepulcro de Santa Eulalia de Bartolomé Ordóñez, en la catedral de Barcelona (Cataluña). Magnífico bajo relieve de este artista que representa a Santa Eulalia en la hoguera. El burgalés, que se estableció en Barcelona en 15 15, fue una de las grandes figuras del primer Renacimiento español. Su refinamiento, las calidades de la diferente gradación del relieve y su claridad de composición son realmente prodigiosos.
En los países de la corona de Aragón, en cambio,
siguió empleándose durante el siglo XVI el plateresco.
En Valencia, sobre todo, donde desde el siglo
XV era tradicional el gusto por lo italiano, se
construyeron edificios de estilo plenamente clá
sico, como el Colegio del Patriarca o el edificio de
la Diputación. En Cataluña, donde el Renacirniento
pasó de refilón, las corporaciones populares se
mantuvieron fieles al gótico, y así siguen construyéndose,
durante el siglo XVI, en aquel estilo, partes importantes del Palacio de la Generalidad, en
Barcelona. El único edificio verdaderamente notable
que del estilo plateresco tenía la capital catalana,
la Casa Gralla (que, sin embargo, tenía gótico el patio)
fue derribado, en una reforma urbana, a mediados
del siglo XIX.
Adoración de los
Magos de Alonso Berruguete,
en el Retablo de
San Benito (Museo Nacional
de Escultura, Valladolid).
Obra del hijo del primer
gran pintor del
renacimiento español,
Pedro Berruguete. Las
obras extraordinarias de
este escultor vallisoletano
que cita Vasari y que
aprendió de Miguel Ángel el ritmo expresivo de su
forma serpentinata trasladaron
la capital de la
escultura española de Burgos
a Valladolid. Alonso
Berruguete supo tratar
como nadie los recursos de
la madera policromada. |
Contemporáneo del estilo plateresco español fue,
en Portugal, el manuelino, otra derivación del gótico
flamígero. Portugal había tenido en los años de oro
del rey Duarte y de don Juan un estilo gótico injertado
de ·elementos y fantasías orientales. Sus grandes
navegantes, descubridores de la ruta de la India
a través del Cabo de Buena Esperanza, coincidieron con una época de gran empuje constructivo en la
que se quisieron levantar edificios que inmortalizaran
estos famosos hechos. Un gótico extraño y lleno
de fantasía, pues, se desarrolla en Portugal a fines
del siglo XV, y en él los múltiples pináculos del arte
flamígero del norte de Europa se convierten en un
bosque de troncos y ramas apenas estilizadas, con
cargazón de motivos marinos, en alusión a la exótica fertilidad de los mares y de las selvas de Africa y
la India. Esta tendencia del final del gótico recibe el
nombre de estilo manuelino por coincidir con el largo
reinado de don Manuel, desde el 1495 al 1521, y
sus obras más típicas son las capillas imperfeitas del
monasterio de Batalha, el claustro del convento de
monjes jerónimos de Belém, en las afueras de Lisboa,
y el convento de Cristo, en Tomar.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.