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Artistas de la A a la Z

Niccolo Dell' Abate (1h.1509-1571)

Renacimiento. Cincuecento. Manierismo.

Dell' Abate o Dell' Abbate, Niccolo (Módena, h. 1509- Fontainebleau, 1571) Pintor manierista y decorador italiano, formado en la Escuela de Emilia y que formó parte de la denominada Escuela de Fontainebleau que introdujo el Manierismo italiano en Francia.

Biografía

Nació en la ciudad italiana de Módena, y fue hijo del escultor Pietro Paolo Dell'Abbate.

Comenzó su aprendizaje en el taller del escultor modenés Antonio Begarelli, siendo sus primeras influencias los pintores de la Escuela de Ferrara como Benvenuto Tisi da Garofalo y Dosso Dossi. Su primera obra documentada, en colaboración con Alberto Fontana, es la decoración de la Beccherie de Módena en 1537, de los que se conservan algunos fragmentos en la Galería Estense de dicha ciudad.

Se especializó en grandes frescos de temática secular y mitológica muy de la moda de su época. Ejemplos de estos trabajos los tenemos en el Palazzo dei Beccherie (1537) o en la Rocca de Scandiano, propiedad de los condes Boiardo, en el que destaca un delicado techo que representa un Concierto compuesto de anillos de jóvenes músicos en perspectiva sotto in su (comienzos de la década de los 1540). También es de este periodo la Sala de Hércules en la Rocca dei Meli Lupi de Soragna (c. 1540–1543) y posiblemente los frescos de la logia del Palazzo Casotti en Reggio Emilia. En 1546, pintó la Sala del Fuoco del Palacio Comunal de Módena con episodios de la historia romana. Entre 1545 y 1547 realizó para la iglesia de San Pedro de su ciudad natal la pala con El martirio de San Pedro y San Pablo, destruida durante la Segunda Guerra Mundial.

Su estilo fue desarrollándose por influencia de los grandes maestros del periodo como Correggio y Parmigianino, ​cuando Dell'Abbate se traslada a Bolonia en 1547. En esta ciudad, la mayor parte de su obra describía elaborados paisajes o aristocráticas escenas de caza o de amor cortés, a menudo en paralelo con historias mitológicas. Fue en este momento cuando decoró el Palazzo Poggi, y realizó una serie de frescos inspirados en el Orlando Furioso de Ariosto en el Palacio Ducal en Sassuolo, cerca de Módena.

En 1552, Nicolò se trasladó a Francia, donde trabajaría en el Castillo de Fontainebleau como miembro del equipo de decoración dirigido por Francesco Primaticcio. En colaboración con Primaticcio pintó el Salón de baile en 1554 y la Galería de Ulises entre 1559 y 1560; los murales de esta última resultarían destruidos en el siglo XVIII pero se conocen gracias a grabados de Theodor van Thulden.

A los dos años de su llegada le fue encargado el diseño del proyecto especialmente pensado para la decoración de las habitaciones de Ana de Montmorency, cuyo bocetos preparatorios se conservan en el Museo del Louvre. Entre 1552 y 1556 también trabajó en el castillo de Fleury-en-Bière.

En París se encargó de los frescos del techo de la capilla del Hôtel de Guise (destruido), siguiendo los diseños de Primaticcio. También realizó encargos privados de pequeño formato en lienzo con escenas paisajísticas de temática mitológica. Mucha de esta producción refleja la tan inadvertida función de los artistas de esta época: decoraciones efímeras para celebrar ocasiones especiales en el restringido círculo de la corte, como por ejemplo, la decoración preparada para la entrada triunfal en París de Carlos IX y su esposa Isabel de Habsburgo en 1571. Ese mismo año, prosigue el proyecto en Fontainebleau con la decoración de la cámara del Rey y la cámara de la duquesa de Étampes, y muere en dicha ciudad francesa.

Niccolò fue destacado por sus paisajes como telón de fondo de la narrativa mitológica que pudieron inspirar a los franceses Claude Lorrain y Nicolas Poussin, y por sus profusos y elegantes dibujos.


Obra

El rapto de Ganímedes, 1545

Apolo en el monte Parnaso, 1569

Francesco Del Cossa (1436-1478)



Del Cossa, Francesco (Ferrara, h. 1436-Bolonia, 1478) Pintor italiano. Trabajó junto a Cosimo Tura en la decoración del Palacio Schifanoia (1470) Pintor cuatrocentista italiano, perteneciente a la Escuela de Ferrara.


Biografía

Era hijo de un cantero en Ferrara. Aunque se sabe poco de sus primeras obras, sí se conoce que viajó fuera de Ferrara cuando estaba a finales de su veintena o principios de su treintena.

Es considerado el maestro más importante de la escuela de Ferrara. Su estilo recuerda a Mantegna y Piero Della Francesca. Es conocido sobre todo por sus frescos. Uno de los primeros documentos que de él se tienen es de 1456 cuando era el ayudante de su padre, Cristofano del Cossa, que en aquel tiempo estaba dedicado a la pintura de las tallas y estatuas del altar mayor de la capilla del palacio obispal en Ferrara.

Su obra principal son los frescos del palacio Schifanoia de Ferrara, que pintó junto a Cosimo Tura. El palacio era una villa de recreo veraniego y se encuentra justo en las afueras de las puertas de la ciudad. Juntos, pintaron una serie de elaboradas alegorías sobre temas de los signos del zodíaco y los meses del año. Estos fueron sólo parcialmente restaurados en el siglo XX, y hay tres que está razonablemente atribuidos a Cossa. De ellos, una de las imágenes más destacadas es la horda de niños pequeños desnudos en la Alegoría de Mayo - Triunfo de Apolo, en lo que aparentemente es un símbolo del prolífico florecimiento de la primavera.

La Alegoría de abril tiene una representación del trío de Gracias, una de las más tempranas representaciones post-clásicas de las tres danzantes desnudas en una pintura [1]. La versión de Sandro Botticelli en Primavera data de 1482. Véase la versión de 1501 del tema en las Tres Gracias de Rafael (actualmente en Chantilly). Asumiendo que el dato de la muerte de Cossa sea correcto, esta debe haberse acabado antes que las otras.

Descontento por haber sido pagado por metros cuadrados por su obra para el duque Borso de Este y quejándose de que le pagaban lo mismo que al peor pintor de «brocha gorda de Ferrara», Cossa abandonó Ferrara y se marchó a Bolonia en 1470. En Bolonia obtuvo muchos encargos gracias al mecenazgo de la familia Bentivoglio. Aquí pintó sus dos obras maestras: la Virgen y Niño con dos santos y un retrato de Alberto de' Catanei (1474) y fresco de la Virgen del Baracano, representando a la Virgen y Niño con retratos de Giovanni Bentivoglio y Maria Vinziguerra (1472).

En la National Gallery de Londres hay un cuadro de Cossa representando a san Vicente Ferrer, una Anunciación en la colección de Dresde, que ha sido atribuida a Pollaiuolo, y un buen retrato de perfil en Locko Park cerca de Derby, que se dice que representa al duque Hércules I de Ferrara. Ejecutó una vidriera en Bolonia, la mejor de las cuales es una ventana circular, en la iglesia de San Giovanni in Monte, representando a san Juan en Patmos; lleva su firma.


Obra
Anunciación y Natividad, 1470

Políptico Griffoni. La Crucifixión, 1473

Museos Vaticanos

ViaJe Vaticano - 11165.
00120 Ciudad del Vaticano.
Tel: (+0039) 06 69884947.

Vista de los Museos Vaticanos desde la cúpula de San Pedro.
Los Museos Vaticanos nacieron con una pequeña colección privada de esculturas perteneciente a Julio 11 (15031513) situada en el llamado "Patio de las Estatuas del Belvedere" hoy llamado "Patio Octágono". Los papas fueron los primeros soberanos que pusieron sus colecciones de arte y sus palacios a disposición de la cultura y del público. Los Museos Vaticanos y las Galerías Pontificias son creados durante los pontificados de Clemente XIV (1769-1774) y Pío VI (1775-1799), por esta razón los museos toman el nombre de museo Pio-Ciementino. Más tarde Pío Vil (1800-1823) amplió notablemente las colecciones de Antigüedades Clásicas, añadiendo el Museo Chiaromonti y el Brazo Nuevo, y enriqueció la Colección Epigráfica situada en la Galería Lapidaria.

Sala Redonda del museo Pio-Ciementino.

Los museos que componen el conjunto son:

a) Museo Gregoriano Egipcio, fundado bajo iniciativa del Papa Gregario XVI en 1839, reúne monumentos y restos del antiguo Egipto, en parte procedentes de Roma y Villa Adriana;

b) Museo Gregoriano Etrusco, fundado por el Papa Gregario XVI en 1837, reúne preferentemente objetos que a partir de 1828 fueron hallados en las excavaciones de las antiguas ciudades de la Etruria meridional (actualmente Lacio septentrional), y en aquel entonces incluidas en el Estado Pontificio;

c) Pinacoteca, creada en 1932 según los deseos y las directrices de Pío XI, incluye algunas obras maestras de los mayores artistas de la historia de la pintura italiana, de Giotto al Beato Angélico, de Melozzo da Forll al Perugino y a Rafael, de Leonardo a Tiziano, el Veronés, Caravaggio y Crespi;

d) Museo Misionero-Etnológico, el núcleo original de la colección, de unas 40.000 obras, fue seleccionado por una comisión especial entre 100.000 objetos procedentes de todo el mundo, ofrecidos al Papa por partículares, misiones y 400 Diócesis para la gran Exposición de 1925;

e) Palacios Pontificios (incluidos en la visita de los Museos Vaticanos) compuestos de: Palacete del Belvedere, Galerías superiores (de los Candelabros, de los Tapices, de las Cartas Geográficas), Aposentos de San Pío V, Sala della Dame, Sala de la Inmaculada, Estancias Vaticanas, Sala de los Claroscuros, Capilla Nicolina, Capilla de Urbano VIII, Capilla Sixtina, Apartamentos Borja, Salón Sixtino, Sala de las Bodas Aldobrandinas, Galerías inferiores (Galería de Urbano VIII, Sala Alejandrina, Galería Clementina).

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El sueño del niño Jesús de Bernardino Luini


El gesto lánguido de los personajes es una de las características de los cuadros de este pintor, que fue uno de los discípulos de Leonardo. 

 (Musée du Louvre, París). 
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La Madona del Rosal de Bernardino Luini


La técnica impecable de este discípulo de Leonardo, la gracia original que pone en sus fondos, como este rosal emparrado, la ingenuidad de las figuras tratadas con colores que brillan a la luz, hacen de este artista el máximo representante del Renacimiento lombardo del siglo XVI.

(Pinacoteca Brera, Milán)
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Caridad Romana de Bernardino Luini


Obra alegórica, de encantadora ingenuidad, que ejemplifica la aportación de este pintor lombardo, gran colorista, entregado de una forma fundamental a la temática religiosa, a un asunto romano: la hija que alimenta a su padre prisionero. 

(Museo Stibbert, Florencia)
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

Los palacios romanos

Con la presencia de León Bautista Alberti en Roma, y atraídos por los papas humanistas, otros arquitectos de Florencia fueron a la Ciudad Eterna a construir según el estilo del Renacimiento toscano. Sin embargo, allí el estilo nuevo se manifestó enseguida con un carácter local bien acentuado; las ruinas de los edificios civiles romanos ofrecían modelos de fachadas y de disposición de conjunto que no podían encontrarse en Florencia. El más caracterizado edificio del siglo XV en Roma es el llamado hoy Palacio de la Cancillería, construido hacia 1485 para residencia del cardenal Riario, sobrino del papa Sixto IV; cuyo nombre se ve en el friso que corre por el centro de la fachada. Se ha supuesto que este edificio sería obra de Bramante.

Palacio Rucellai de Bernardo Rosellino, en Florencia. Rosellino inició esta obra en 1446 siguiendo los dibujos y los planos de León Bautista Alberti. El extraordinario ritmo de la fachada se ha conseguido gracias a la superposición de los órdenes clásicos: pilastras dóricas en la planta baja, jónicas en el primer piso y corintias en el segundo. La cornisa que remata la fachada es anterior a la del Palacio Medici-Riccardi; se trata en realidad de la primera cornisa que en Florencia sustituyó el alero medieval. 

Sin embargo, es fácil que el maestro director fuese un florentino, discípulo de Alberti, porque en la disposición de la fachada se ve como una traducción toscana de la superposición de pisos del anfiteatro o Colosseo y en la decoración aparece muy claramente el estilo florentino cuatrocentista. No obstante, este palacio se diferencia del Rucellai de Florencia porque en la fachada de la planta baja no hay pilastras empotradas, y las que aparecen en los otros dos pisos no están colocadas a intervalos regulares, sino alternando los espacios anchos ocupados por las ventanas con otros ciegos más estrechos.

Patio interior del Palacio de la Cancillería, en Roma, llamado también del Cardenal Riario, sobrino del papa Sixto IV. Fue realizado hacia 1485 probablemente por Bramante, aunque otros se lo atribuyen a un discípulo florentino de Alberti cuyo nombre se desconoce. Su fachada, florentina por los elementos decorativos, se diferencia mucho de la del Palacio Rucellai por la carencia total de pilastras empotradas en la planta baja y por los anchos espacios lisos que separan las ventanas.

Otro palacio romano de la misma época, o un poco anterior, es el llamado de Venecia, porque en él residió después el embajador veneciano, pero lo hizo construir el cardenal Barbo, y es obra, según dice Vasari, del florentino Giuliano da Maiano. El exterior parece de un gran alcázar medieval; en cambio, el patio tiene una sobriedad clásica tan romana, de líneas tan puras, que resulta una profecía del estilo que un siglo después fue característico del renacimiento romano, inspirado aún más directamente en los edificios antiguos. La imitación de los órdenes superpuestos del teatro de Marcelo es evidente en este patio rodeado por columnas adosadas a sólidos pilares de sección cuadrada. Estos pilares con columnas adosadas separan en cada piso los arcos de aquel patio, el cual es, no obstante, muy florentino.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Nápoles y Alfonso el Magnánimo

Todos los mecenas del Renacimiento tenían, a imitación de los antiguos romanos, sus casas de. campo adornadas con obras de arte y apropiadas para gozar en ellas de vez en cuando algunos días de esparcimiento, con diversiones más o menos espirituales. Se han conservado en relativo buen estado algunas de las casas de recreo y residencias de verano de los Médicis, con un carácter mixto de finca rústica y retiro refinado.

Entrada principal al Castelnuovo de Nápoles de Guillem Sagrera. Esta entrada está flanqueada por dos torres cilíndricas, entre las cuales queda un espacio vertical, relativamente angosto. Parece que a la solución escultórica para rellenarlo no fue ajeno el arquitecto mallorquín Guillem Sagrera, llamado por Alfonso V a Nápoles. El cuerpo inferior reproduce un arco romano, pero el friso que se apoya sobre él y que representa el cortejo triunfal es renacentista. Las cuatro virtudes cardinales, sobre la tribuna superior en forma de arco, se rematan con un frontón semicircular con figuras alegóricas y encima con la estatua de bulto de Alfonso el Magnánimo. 

En Nápoles, el rey aragonés Alfonso V, llamado el Magnánimo, hizo construir dos de estas casas de recreo. Una de ellas era una construcción casi abierta, de planta cuadrada, con un patio central y pórticos en cada fachada; las únicas habitaciones que se podían cerrar eran las dispuestas en los cuatro ángulos.

Las relaciones personales de Alfonso V de Aragón con Lorenzo de Médicis, el nieto del gran Cosme, explican la afluencia de artistas de Florencia a Nápoles, a mediados del siglo XV. Alfonso era ya, antes de ir a Italia, un espíritu refinado, dotado de extraordinario buen gusto; su biblioteca, inventariada cuando sólo era infante, estaba llena de textos clásicos. Alfonso aprovechó las simpatías que la casa de Aragón tenía en Sicilia y los derechos más o menos dudosos de la misma al reino de Nápoles para aventurarse en una guerra de conquista de la Italia meridional, logrando, después de mil vicisitudes; hacer una entrada triunfal en la antigua Parténope.

El rey aragonés ya no regresó a sus estados de España y se convirtió en un príncipe italiano, decidido protector de las ideas nuevas del Renacimiento. Sólo son dignos de ponerse a su lado, por la elevación de espíritu de que dieron pruebas, Cosme de Médicis, Nicolás V y Federico de Montefeltro.

Arco triunfal de la entrada principal al Castelnuovo de Nápoles. El arco fue erigido en conmemoración a la entrada en la ciudad de Alfonso V el Magnánimo, y es a su vez la entrada al Castelnuovo. En este detalle de los relieves esculpidos, se puede apreciar a Alfonso V subido al carro triunfal, del que tiran cuatro caballos blancos, en el momento que entra en la ciudad precedido de sus heraldos y sus guerreros. No se conoce al autor de estos relieves, pero suelen atribuirse a Francesco Laurana, hermano del arquitecto Luciano Laurana. 
Para conmemorar la entrada de Alfonso en Nápoles, su hijo, Férrante, mandó construir un arco triunfal en la puerta del Castelnuovo. El castillo era una construcción gótica del tiempo de los reyes franceses de la casa de Anjou, y en su remozamiento, bajo Alfonso, intervino el mallorquín Guillem Sagrera. Tenía torres cilíndricas provistas de barbacanas y en el muro que quedaba entre dos de estas torres los artistas venidos a Nápoles en 1458 realizaron el más extraordinario monumento a la gloria del rey aragonés. Esta obra del arco y gran parte de su labor escultórica suele atribuirse hoy al hermano de Luciano Laurana, Francesco, aunque algunos la han atribuido al mismo Luciano. La parte baja imita los arcos de triunfo romanos, con una puerta de arco de medio punto flanqueada por dos columnas adosadas y dos magníficos grifos en las enjutas del arco, que sostienen el escudo de la Casa de Aragón.

Más arriba, sobre el friso, hay un alto relieve que representa la entrada triunfal de Alfonso en Nápoles, precedido por los grupos de sus guerreros, los heraldos con trompetas y el rey en el carro triunfal, tal como lo describen sus biógrafos, tirado por cuatro caballos blancos, con la llama símbolo de sus virtudes.

Más arriba aún, como la pared tan alta de la fortaleza medieval pedía más decoración marmórea, hay un nuevo cuerpo, formado por una logia o balcón abierto que repite el motivo del arco inferior. Por último, en el remate, todavía un nuevo friso de nichos con estatuas simbólicas, y otro remate curvo, con el retrato de bulto del Magnánimo.

Patio interior del Palacio Ducal de Urbino, obra del arquitecto dálmata Luciano Laurana. Este palacio, considerado el más bello de todo el quattrocento italiano, había de tener directa influencia en la obra de Bramante, que pasó en él su juventud. Obsérvese en este patio el pórtico inferior con arcos de medio punto que sostienen el friso que lleva una inscripción en latín. Por su refinamiento exquisito, por su escueta sencillez, recuerda Laurana los mejores logros de Brunelleschi
El arco de Alfonso proclama, lleno de esculturas, la gloria del rey aragonés, no sólo como político, sino también como hombre ilustrado. De los registros reales de Barcelona se ha averiguado el curioso detalle de que el mármol procedía de Mallorca, y constan asimismo los nombres y salarios de algunos de los canteros y tallistas que trabajaron en su decoración, la mayoría florentinos; pero no revelan, en cambio, ni el del arquitecto que trazó este original conjunto, ni el de su principal escultor.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Castiglione y las virtudes del caballero renacentista

Portada de El cortesano. obra de Baldassare 
Castiglione publicada en 1528. 

Baldassare Castiglione fue un noble italiano nacido en Casatico di Macaria en 1478 y muerto a causa de la peste en Toledo, España, en 1529, un año después de la publicación de El cortesano, escribió un verdadero tratado moral y estético de los ideales del Renacimiento.

En la línea señalada en De civilitate forum puerilium, libro en el que Erasmo de Rotterdam reivindica un código de "buenos modales" como parte de su proyecto humanista, Castiglione, hombre de vasta cultura y estrechamente ligado a los centros de poder, elabora El cortesano, que se convierte, según A. Qondan, en la "gramática fundamental de la sociedad cortesana".

Pero a diferencia de la obra de Erasmo, la de Castiglione responde a las exigencias de una sociedad jerarquizada, en la que cada clase social ha de tener una codificación propia que haga visible sus condiciones de vida y las distancias que las separan.

Acaso para remarcar más estas diferencias interclasistas, El cortesano está concebido no como un clásico manual de urbanidad, sino como un diálogo natural entre dos personajes de la corte del duque de Urbino acerca de los valores y de las reglas de la vida social.

De la conversación se deduce que las cualidades del perfecto cortesano se sustentan en el cálculo y el éxito sociales y en la "gracia", es decir, el don de todo aquel elegido por nacimiento, pues para Castiglione, la excelencia cortesana, a diferencia de lo que afirmaba Erasmo, no se aprende.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El palacio ducal de Urbino

Palacio Ducal de Urbino de Luciano Laurana. La corte de Federico de Montefeltro fue una de las más espléndidas del Renacimiento italiano. Su Palacio 
Sin embargo, el más bello palacio cuatrocentista italiano, el palacio ducal de Urbino, fue construido por un extranjero: el dálmata Luciano Laurana, de Zara, que trabajó en Urbino desde 1466 hasta su muerte en 1479. Dispuesto sobre un terreno irregular, no presenta una gran fachada como el Palacio de la Cancillería de Roma; además, el duro clima de Urbino, en los Apeninos, obligó a levantar las cubiertas, expuestas a la nieve; en cambio, en el interior es uno de los monumentos de líneas más puras, y, por la distinción de todos sus detalles, uno de los más bellos que existen en el mundo.

Palacio de Venecia, en Roma, llamado así porque en él residió el embajador veneciano. Se desconoce su autor, aunque Vasari se lo atribuye a Giuliano da Maiano. El exterior del edificio evoca el aspecto de un inexpugnable alcázar medieval.

Los mismos florentinos lo admiraban y Lorenzo de Médicis pedía dibujos del edificio. El patio es de una simplicidad helénica: tiene un pórtico inferior de varios arcos de medio punto que sostienen un friso con una inscripción latina en letras clásicas; la ligereza aérea de sus líneas únicamente es comparable a las arcadas florentinas de Brunelleschi, pese a que aquí los ángulos están reforzados por pilares. A su lado, los patios de Michelozzo y sus discípulos llegan a parecer inestables, y el patio del Palacio de Venecia en Roma se diría que peca de pesado si se le compara con el equilibrio rosa y blanco de Luciano Laurana. En las salas, hoy desmanteladas, hay prodigios de decoración en puertas, ventanas y chimeneas, con el escudo de los Montefeltro. Es doloroso tener que resucitar con el espíritu la corte de Urbino, de cuyas diversiones nos entera el libro de Baltasar de Castiglione titulado El cortesano.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La catedral de Florencia


La catedral de Florencia (Cattedrale di Firenze) comenzó a construirse en 1296 en estilo gótico. En principio estuvo dedicada a Santa Reparada, pero con la nueva obra comenzada a principios del siglo xv, se consagró a la Madre de Dios con el título de Santa María del Fiore.

  En 1418 se habían fijado unos pilares y un tambor octogonales, aunque todavía no se determinaba el sistema técnico a seguir en la construcción de la cúpula. La rivalidad entre las ciudades-estado italianas impulsó una construcción que superara en tamaño y altura cualquier otra de Italia. Filippo Brunelleschi propone entonces una cúpula inspirada por la tradición gótica de abovedamiento en piedra y los principios de la construcción romana.

   El diseño reúne las virtudes de una cúpula autoportante con la planta de una cúpula octogonal facetada. El domo está construido en base a dos cascarones paralelos, lo cual contribuye a reducir su peso total: la cúpula interior, realizada en ladrillo y piedra, se encuentra reforzada por nervios y por costillas horizontales concéntricas; la interior, protege al conjunto de las inclemencias del tiempo.


   Ambas están unidas por bloques de piedra. Sin embargo, el mayor mérito de la edificación radica en que la cúpula pudo erigirse sin la necesidad de construir andamios desde la base de la iglesia - lo que hubiera supuesto una cantidad de madera y un sistema constructivo inabordable para la tecnología de la época-, de modo que las partes que se iban concluyendo servían de apoyo para los andamios de los tramos superiores. Los modillones que sobresalen en la base de la bóveda sirvieron para apoyar los andamios durante la construcción. La cúpula es el elemento más importante de la catedral.

   Los ábsides de la fachada, en forma de medio octógono, fueron construidos en 1421, y aumentaron considerablemente las dimensiones de la planta cruciforme de la edificación gótica original. La taracea de mármol blanco, rojo y verde en las bandas, junto con las cornisas, otorgan un carácter horizontal al edificio, en contraste con la verticalidad de la arquitectura gótica convencional.


   El campanario o campanile, que se encuentra al lado de la catedral presenta los mismos mármoles de color en la fachada. Había sido comenzado por el maestro Giotto en 1334, Andrea Pisano continuó la construcción y Francesco Talenti la concluyó en 1359. Tiene una planta cuadrada de 14 metros, en cuatro pisos, sin contrafuertes de lado: el primero es un basamento bajo con relieves; sobre éste, otro más ancho, con esculturas; el siguiente tiene ventanas partidas con ajimeces; las ventanas del superior son más altas; y el último presenta un solo ventanal de grandes dimensiones y la cornisa de remate. La torre alcanza una altura de 82 metros.

   La catedral está decorada con obras de artistas como UccelloDonatello, Nanni di Bianco y Ghirlandaio. Tiene 155 metros de longitud máxima y 107 de altura, y es, junto con las de San Pedro de Roma, San Pablo en Londres y la catedral de Sevilla, una de las mayores del mundo. Constituye un ejemplo de la transición entre el mundo gótico y el nuevo espíritu de investigación científica y estética, confirmando a Italia como foco de un nuevo imperio cultural.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Arte islámico

El arte islámico está indisolublemente unido a la expansión del Imperio árabe o musulmán. Aunque· conviene realizar, de entrada, una breve matización respecto a estos dos últimos términos, pues es preciso no igualar árabe a musulmán. La religión islámica o musulmana se originó a raíz de la vida y obra de su profeta Mahoma, quien predicó durante el siglo VII en la península Arábiga. Se trata, por lo tanto, de una religión surgida en dicha península en el seno del pueblo árabe. Por eso, en un primer momento, sí que procedía asimilar musulmán a árabe, pero en la actualidad, cuando hay tantas zonas y pueblos en los que impera el islam -África negra y bereberes del norte del continente, amplios territorios de Asia, etc.-, no se pueden utilizar aleatoriamente ambos términos. De todas formas, sí que es posible emplear las expresiones Imperio árabe o Imperio islámico al hablar de la fabulosa y vasta potencia que desde Arabia se extendió por buena parte de Europa, África y Asia, pues fue la cultura de los árabes la que definió los rasgos esenciales del Imperio.

Mezquita de los Omeyas (Da-
masco). Ubicado en el patio
de la gran mezquita, de 122
metros, se yergue el pabellón
del tesoro revestido de mosai-
cos del siglo XIV.
No sería exagerado afirmar que la península Arábiga era, antes de la eclosión del islam, un verdadero desierto artístico, si es posible el juego de palabras, pues ni las numerosas tribus árabes ni los habitantes de las ciudades, como Medina o La Meca, incipientes urbes de comerciantes, sobre todo, parecían tener excesivas inquietudes estéticas. Por eso, apenas hay un puñado de restos de la arquitectura preislámica en la Península, y se puede afirmar que la revolución social y religiosa que impulsó el profeta Mahoma durante el siglo VII se tradujo también en una profunda transformación de los valores artísticos árabes. Y como se podrá comprobar, a medida que iban conformándose los cánones del arte islámico, éste se expandía al mismo ritmo que el imperio acumulaba victorias y ampliaba sus límites hacia Asia, África y Europa.

Kaaba (La Meca, Arabia Saudí). En el interior de la mezquita se encuentra la piedra negra considerada la casa de Dios, construida según la tradición musulmana por Abraham y su hijo Ismael. Los peregrinos deben bordearla siete veces antes de besarla bajo la funda negra bordada en oro que la recubre.
Pero esta expansión no implica únicamente que los árabes construyeran mezquitas e influyeran en el arte de cada uno de los territorios en los que tuvieron presencia. Imperio joven que no tenía detrás una sólida tradición artística a la que venerar y respetar como un dogma inamovible, los árabes, libres de lastres en este sentido, supieron dejarse influir por aquellos pueblos conquistados que, por otro lado, tenían mucho que ofrecerles en el ámbito artístico, pues habían conseguido desarrollar una evolución artística importante y prestigiosa. Por ello, cuando los musulmanes extendieron sus dominios hacia Oriente y cruzaron el Éufrates para llegar a Persia, el territorio que corresponde en la actualidad a Irán, aceptaron algunas de las características del arte sasánida, fuertemente influido por sus vecinos y enemigos bizantinos, y, sobre todo, quedaron seducidos por la fantasía decorativa oriental.

No hay que olvidar que el arte bizantino era heredero de las culturas romana y griega, las culturas más relevantes de la Antigüedad y que sus templos, esculturas y pinturas debían de ejercer un gran poder fascinador en un pueblo, el árabe, que pretendía convertirse en un gran imperio, lo que finalmente conseguiría.

Mezquita de Omar (Jerusalén). Erigida en el siglo VII bajo el mandato del noveno califa, Abd al-Malik, esta colosal construcción arquitectónica presenta muchas influencias del arte bizantino, siguiendo la estructura octogonal de otras plantas como la de Santa Sofía, en Constantinopla. El templo está coronado con la dorada Cúpula de la Roca, la cual se eleva hasta 30 metros sobre un tambor cilíndrico de cuatro pilares que separan tres arcadas entre sí.
A continuación, se verá, por tanto, el curso que siguió el Imperio islámico y su arte por el flanco oriental, que se prolongó hasta la India, territorio en el que las principales obras islámicas son deudoras del fervor constructivo de los sultanes mongoles musulmanes. Y en el otro extremo del Imperio islámico, a miles de kilómetros de distancia, en la península Ibérica, el al-Ándalus -primero un emirato, luego un califato independiente y en su ocaso un reino de Taifas- dejó algunas de las manifestaciones artísticas más bellas que se puedan encontrar en España.

Como se acaba de señalar, el Imperio musulmán se extendió, en sus mejores momentos, desde la península Ibérica hasta la India, quedando bajo su dominio culturas, pueblos y personas de lo más variado. Por ello, no se puede menos que maravillarse ante las coincidencias estéticas con las que el arte islámico se manifiesta en los diferentes enclaves del imperio. Lejos de presentar unas características plenamente uniformes, es evidente que sí que hay una pretensión de respetar ciertos cánones básicos en el arte islámico desde el al-Ándalus hasta la India musulmana. Ello responde a la influencia de la religión, que impregnó todos los ámbitos de la vida de los pueblos en los que tuvo presencia. De este modo, a pesar de la herencia cultural tan diferente de los pueblos de Persia y del norte de África, por ejemplo, es posible observar unos rasgos comunes en las manifestaciones artísticas de los pueblos del Imperio islámico, sobre todo, en la arquitectura de las mezquitas, donde, lógicamente, se hace más evidente la intensa influencia de la religión musulmana.

Roca de Abraham (mezquita de Omar, Jerusalén). Bajo la Cúpula de la Roca se conserva la piedra sobre la que se considera que Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac, según la versión hebrea, o a su primogénito Ismael, según el Islam. Los musulmanes también creen que la roca representa el punto desde el cual Mahoma ascendió al reino de los cielos de Alá, acompañado por el arcángel Gabriel.
Seguramente, este capítulo sobre la historia del arte islámico hubiera necesitado algunos apartados más si en la batalla de Poitiers hubieran vencido los árabes y no los francos. Quizá, se tendría que hablar del arte islámico en otros territorios más allá de los Pirineos si el ejército árabe hubiera vencido a principios del siglo VIII en la mencionada batalla a las tropas francas. En todo caso, es indudable que los árabes consiguieron forjar una civilización poderosa, en la que se cultivó una gran pasión por el arte y que, sin duda, es una de las más fascinantes de la historia.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

De Mahoma a la universalización del Islam

Mahoma rezando junto a Alí y Jadicha (Museo
del Palacio de Topkapi, Estambul). Esta minia-
tura otomana rehuye de la caracterización fa-
cial del profeta, al que se le representa en-
vuelto en una llama sagrada.

El Islam nació en Arabia, territorio que abarca desde la Siria meridional hasta las costas del mar Rojo, durante el siglo VII. La península Arábiga preislámica era un vasto territorio de una gran importancia comercial, en el que no había un poder centralizador, pues la población estaba fragmentada en tribus. Asimismo, no se puede fijar con exactitud el momento en que nació el Estado Islámico, aunque Mahoma (h. 570-632) tuvo tiempo de sentar las bases de la cultura arábigo-islámica.

Tras la muerte del Profeta, se produjo una breve crisis dinástica que se solucionaría con el período del califato ortodoxo. Asumieron el poder cuatro califas, sucesores del enviado, que fijaron la estructura social, cultural y religiosa del Islam. Posteriormente, Muhawiyya (661680) instauró la primera dinastía islámica, la omeya (661-750), que fue la que realmente organizó del Estado islámico. Los omeyas trasladaron la capital de Medina a Damasco y ampliaron las fronteras del Imperio. La importancia de las artes en este período permite referirse al arte omeya como el período de formación del arte islámico.

Pero los Omeyas no pudieron hacer frente al empuje abasí, dinastía que llegó al poder en el año 750.

Con el califato abasí se estableció la nueva capital en Bagdad, ciudad fundada por el califa al-Mansur (754-775) en el 762.

Y ya a comienzos del siglo IX, el Imperio abasí era la mayor potencia política y económica del momento.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La expansión de un imperio y su arte

El Islam es más que una fe, es más que una religión que proporciona unas doctrinas y unos rituales de culto. El Islam es una interpretación peculiar del universo y de la vida humana. A la vista de la forma de concebir la religión, por regla general, en el mundo islámico y en el mundo occidental es posible afirmar que las filosofías y las religiones del Extremo Oriente están más cercanas a la mentalidad occidental que el islamismo. Y ello a pesar de que los territorios en los que nació la religión musulmana están mucho más próximos, geográficamente hablando, que los lejanos países de China y Japón, por ejemplo. Será más fácil a un misionero del Islam convertir a un cristiano, que a un predicador cristiano hacer apostatar a un mahometano de su intransigente, a los ojos de muchos occidentales, forma de monoteísmo. Actualmente, la religión musulmana, una de las tres grandes doctrinas monoteístas del presente, a saber, el Islam, el judaísmo y el cristianismo, se ha expandido a buena parte del mundo y millones de fieles la profesan. De este modo, la fe islámica, salida de la península Arábiga, ha arraigado sobre todo en muchos países de Asia y África, donde cientos de millones de fieles profesan las diferentes formas de islamismo, y también en Europa y Estados Unidos merced a los numerosos inmigrantes provenientes de países islámicos que han empezado una nueva vida en las sociedades occidentales.

Sala de oraciones (mezquita de los Omeyas, Damasco). Vista interior de la mezquita en la que se puede apreciar la amplitud del espacio destinado a los rezos de los fieles, así como el eclecticismo de sus elementos ornamentales y arquitectónicos como, por ejemplo, el empleo de capiteles corintios y el uso de mosaicos y mármoles propios del arte bizantino.
En sus orígenes, en el siglo VII, como se ha mencionado anteriormente, el Islam aceptó y acentuó todo lo que se denomina oriental, poniendo gran énfasis en muchos conceptos que las mentalidades clásicas se resisten a autorizar. Si algo parece lógico y razonable en el islamismo es lo que se le infiltró de la ciencia griega. En cambio, el Occidente europeo ha aprovechado poquísimo, por no decir nada, de lo que es genuinamente musulmán, y este distanciamiento se observa en las manifestaciones artísticas.

Mahoma, al predicar el Corán en Arabia, donde el único arte era la poesía lírica cantada, apenas menciona otras disciplinas artísticas, y cuando lo hace es para desdeñarlas sin demasiados miramientos. Llama la atención, por su poderosa austeridad, que la Kaaba, en la Meca, que continúa siendo hoy en día el lugar más santo del islamismo desde su predicación, es un edificio sin decoración ni ventanas. Si en el arte europeo es posible observar una evolución hacia formas cada vez más esplendorosas en los edificios y obras de arte religiosos, se podría hacer un paralelismo entre esta primigenia construcción musulmana y los originales templos paleocristianos, aunque es sencillo, por otro lado, observar que la intención decorativa es mucho mayor en estos últimos. Así, la Kaaba aparece cubierta con un sencillísimo tejado de troncos de palmera, que parece muy lejano todavía a las más trabajadas y decoradas edificaciones religiosas que llevarán a cabo los musulmanes a lo largo del tiempo y que, como se tendrá ocasión de comprobar, se caracterizarán, en muchas ocasiones, por mostrar un rico esplendor. A su alrededor, en la explanada que no cuesta imaginar dominada por un ajetreado gentío que acudía a las ferias y reuniones tribales, muy habituales en una ciudad eminentemente comercial como era La Meca de aquellos tiempos, había varios ídolos de piedra, con forma humana apenas desbastada. No queda nada de estas representaciones de las que se tienen noticias de forma indirecta pues, según cuenta la leyenda, el Profeta las destruyó milagrosamente un día sin bajar del camello, con sólo señalarlas con el bastón.

Mezquita de los Omeyas (Damasco). Vista del ala norte del patio en la que se puede apreciar el alminar o minarete cuadrado, inspirado en las torres religiosas sirias. El edificio ha sufrido innumerables restauraciones a lo largo de toda la historia, pero conserva buena parte del mosaico original que decora paredes y arquerías. El patio, destinado originariamente a la práctica del rezo al aire libre, está rodeado de soportales que proporcionan sombra a los fieles.
Muy difícil se hace referirse extensamente un arte preislámico pues en los alrededores de La Meca no hay ruinas que correspondan a épocas anteriores a la predicación de Mahoma, a diferencia de otros puntos del mundo, donde los vestigios se remontan miles de años en la historia. De este modo, los únicos objetos que podrían calificarse de artísticos son algunas estelas funerarias con relieves carentes de belleza, demasiado sencillos como para otorgarles excesiva importancia si no fuera por el protagonismo que adquieren al ser, precisamente, los solitarios representantes del arte preislámico. Por tanto, se puede afirmar que prácticamente la historia del arte del pueblo árabe empieza, para los occidentales, en la época de Mahoma. De todos modos, algunas investigaciones han puesto de manifiesto que es posible que algo de la pacotilla helenística de Siria y Egipto se importara en Arabia. A lo mejor futuras excavaciones descubran más capítulos del arte preislámico que quizás actualmente permanezcan aguardando bajo metros y metros de arena en el desierto. De momento, y a la vista de los hallazgos realizados hasta hoy, los jinetes del desierto no parecen haber tenido gran avidez de lujo; su tienda, su caballo, su amada, son los motivos predilectos, casi exclusivos, de las poesías árabes anteriores a la predicación del Corán, que se recitaban en las fiestas tribales.

Ksar-Amra (Jordania). Este alcázar-palacio, construido en mitad del desierto, ofrecía cobijo y baño a la corte de Al-Walid y sus huéspedes.
Tampoco encontró Mahoma arte autóctono ni importado en Medina, adonde emigró el año de la Hégira que corresponde al 622 de la era cristiana. Medina estaba más al norte, más cercana a la Siria helenística y bizantina, saturada de arte, por lo que todavía es más sorprendente la ausencia de restos artísticos que hayan llegado hasta la actualidad. La explicación reside en el hecho de que, a pesar de esa proximidad a los prolíficos territorios artísticos bizantinos, sus habitantes vivían como puros árabes, sin necesidad de cosas bellas. Medina es actualmente la segunda ciudad santa del islamismo, ya que en ella vivió y murió el profeta, y, según la interpretación más rigurosa de esta doctrina, su visita está prohibida para todos aquellos que no profesen la religión de Alá. Antes de la llegada del profeta, la ciudad se denominaba Yatrib, aunque tras la estancia de Mahoma pasó a llamarse Madlnat-al-Nahi, o, lo que es lo mismo, Ciudad del Profeta.

Murallas (El Cairo). Al fondo se recorta la mezquita del sultán Hassán, erigida sobre enormes bloques de mármol y puertas de bronce recubiertas de oro y plata.
En su origen, la mezquita del Profeta en Medina constaba de un solo patio con un escabel sobre una tarima, desde el cual el Profeta predicaba todos los viernes. Aunque pronto se optó por enriquecer la construcción y se construyeron soportales de palmera alrededor del patio, y en uno de los lados se multiplicaron las crujías hasta formar una sala con muchas filas de columnas que protegía del calor, pero abierta enteramente hacia el patio. Este tipo de "lugar para la oración", como se llamaba a las mezquitas primitivas, se reprodujo en las tierras que el Islam fue conquistando. Las primeras mezquitas de al-Kufa y al-Basrah (Basara), en el desierto mesopotámico, eran aún, a imitación de esa antigua mezquita de Medina, simples patios donde se congregaban los creyentes para la oración. El patio es indispensable aun en mezquitas como las de Kairuán y Córdoba, algo posteriores y donde no parece tener más excusa que la de preparar el espíritu con un lugar reposado y facilitar las abluciones en el aljibe central.

Mezquita de Amru (El Cairo). La mezquita más antigua de la ciudad fue construida enteramente de ladrillo. La amplitud del espacio produce una visión majestuosa del interior del edificio.
La mezquita de Medina, importante asimismo porque alberga las tumbas de Mahoma, Fátima, Abu Bakú y Omar, fue edificada a los pocos años de la llegada del profeta, en el año 706, sobre la misma vivienda de Mahoma. Un importante incendio destruyó buena parte de la construcción a mediados del siglo XIII aunque inmediatamente procedió a reconstruirse reproduciendo fielmente el edificio original. En la actualidad, la mezquita presenta sustanciales modificaciones, producto, por un lado, de las influencias occidentales y, también, de las relevantes reformas llevadas a cabo por el sultán turco Abdulmecit I a mediados del siglo XIX.

Mezquita de Ibn-Tulun (El Cairo). De marcada influencia mesopotámica, esta mezquita es la primera en la que aparece una gran escala de arco apuntado. Aunque buena parte ha sido reconstruida, el patio mantiene la configuración primitiva.
Una de las primeras mezquitas, única en el mundo por otros conceptos, tiene la forma de un templo octogonal. Es la llamada mezquita de Omar, construida en la plataforma del templo de Jerusalén, sobre la roca donde la tradición suponía que Abraham intentó el sacrificio de Isaac, de donde deriva su otro nombre de Qubbat as-Sakhra, o "Cúpula de la Roca". Fue iniciada el año 643. Como quiera que durante el primer siglo de la Hégira los árabes no poseían todavía gusto por las obras de arte ni artistas capacitados, como ya se ha señalado un poco antes, se ha de admitir que la llamada mezquita de Omar, en Jerusalén, fue construida por sirios o bizantinos, pues de otra forma es muy difícil encontrar una justificación a las evidentes influencias bizantinas que acredita. Estos no podían dar al edificio un carácter decididamente mahometano, como es lógico, por lo que resultan apreciables diversas influencias del arte de sus pueblos. Al exterior, está decorada con placas de mosaicos preciosos enviados de Constantinopla, y la cúpula está recubierta también de mosaicos con dibujos vegetales sin ningún símbolo o alusión al lugar y al destino del edificio. Se trata, por tanto, de una construcción que ya se desmarca, desde el punto de vista de la intención decorativa, de los primeros edificios religiosos islámicos.

Sala de oraciones (mezquita de Al-Azhar, El Cairo). Originariamente, la sala estaba cubierta por un techo de madera que se sostenía sobre cinco intercolumnios paralelos. En el centro se encontraba la nave basilical que llevaba al mihrab.
Mientras en su primera conquista, Jerusalén, los árabes respetaron los venerables santuarios del Santo Sepulcro y la Ascensión, en Damasco ya aprovecharon como mezquita una gran iglesia dedicada a San Juan Bautista, acaso de la época de Teodosio. Este hecho, construir mezquitas sobre antiguas edificaciones religiosas de los pueblos que irían conquistando, se convertiría en algo habitual por parte de los musulmanes. La citada iglesia de Damasco tenía forma de basílica, con tres naves divididas por columnas, y aprovechaba los muros de un ágora antigua. De este modo, fue relativamente fácil para los arquitectos árabes, a partir del año 707, transformar aquel edificio en una mezquita de tres naves, reservando un patio en la fachada lateral. En las arcadas de este claustro o patio, artistas también sirios o bizantinos labraron una decoración de mosaicos con representaciones de jardines fantásticos que contrastan con la tradicional austeridad árabe. Así, estas ricas decoraciones no manifiestan ninguna característica árabe si no es por la ausencia de representaciones figuradas. Por tanto, los mosaicos de la mezquita de los Omeyas de Damasco, como los de la llamada mezquita de Omar, en Jerusalén, no son árabes o islámicos más que por el lugar en que están. Como ya se ha señalado, presentan, por su estilo y técnica, muchos más rasgos bizantinos.  

Mezquita de Hassán (El Cairo). El interés por embellecer la ciudad con monumentalidades insuperables en el mundo islámico llevó al sultán Hassán a sufragar los gastos de esta madrasa, cuya construcción duró tan sólo siete años. Con una planta de 130 x 68 metros estaba llamada a ser la mezquita más grande de su época y su función iba a ser la de albergar un seminario coránico.
Pero al extenderse las conquistas del Islam hacia Mesopotamia y Egipto, los árabes entraron en relación con gentes y escuelas artísticas más orientales que congeniaban más con su espíritu que las de Constantinopla y aun de Siria, tan fuertemente helenizada, como ya se sabe. El Éufrates era la frontera de Persia, y al atravesarla, los árabes se encontraron con una civilización que había heredado todas las experiencias artísticas de Oriente. Las dinastías partas y sasánidas habían coincidido en establecer en las llanuras de Mesopotamia reyezuelos feudatarios fronterizos que montaban la guardia de los pasos del Éufrates a cambio de un máximo de autonomía. Eran más bien concesiones de contrabando y de pillaje que lugares de policía y aduana, pero también suponían un acuerdo de lo más práctico porque de este modo las citadas dinastías se garantizaban el control de esas fronteras sin tener que dedicar, por ello, grandes efectivos militares que suponían dinero y quizá desguarnecer otros flancos igualmente importantes para la estabilidad de sus territorios.

Mezquita de Hassán (El Cairo). Desde su interior se exhorta a los fieles con cánticos, cuyo eco reverbera en las paredes de este descomunal edificio religioso que, según cuenta la leyenda, fue construido en la Edad Media con los bloques de recubrimiento de la Gran Pirámide de El Cairo.
Cada uno de estos gobernadores de frontera tenía una corte y una guardia personal en un castillo-fortaleza con muchas dependencias dentro de un recinto de muralla, a menudo construido sobre la colina artificial o tell de una antigua ciudad mesopotámica, como ya se ha explicado en el arte mesopotámico. Desde allí el príncipe parto o sasánida vigilaba los castros militares bizantinos y visitaba sus guarniciones en los largos períodos de paz o, mejor dicho, de armisticio entre el emperador de Constantinopla y el gran monarca parto o sasánida.

⇦ Gran mezquita (Sfax, Túnez). Este templo del siglo IX destaca del resto de edificios por un minarete formado por tres torres escalonadas y por su variada ornamentación interior



En aquellas cortes fronterizas se había ido creando un estilo artístico que no tenía de clásico, helenístico o bizantino más que cierto sentido de regularización y simetría, pero que, en cambio, aceptaba todos los productos de la fantasía oriental, asociándolos con gusto exquisito. Los elementos vegetales o zoomórficos están esquematizados de tal suerte, que a veces es difícil reconocerlos. La explicación a esta clara tendencia a la sencillez acaso resida en el fuerte contraste de sol y sombra del desierto, que no permitiría distinguir los matices en el claroscuro ni los trazos secundarios en los perfiles.


Dos monumentos árabes mesopotámicos de los primeros tiempos de la conquista muestran claramente la vacilación entre el estilo aún helenístico y bizantino de un lado del Éufrates y el ya saturado de este genio oriental que ha sido reconocido como predominante en la decoración de los castillos persas sasánidas. Uno es el alcázar-palacio de Ksar-Amra, construido por Al-Walid entre los años 712 y 715. La fecha se ha podido determinar con tal precisión porque en uno de los frescos que decoran las bóvedas está el rey Rodrigo de Toledo entre los vencidos por el Islam.
Gran mezquita de Túnez. En esta vista aérea se puede apreciar la altura del alminar de la mezquita y la trabajada arcada del amplio patio descubierto. La mezquita presenta un aspecto exterior sobrio, mientras que el interior está decorado con una rica diversidad de filigranas y artesonados de piedra, estuco, mármol y azulejo.
Este alcázar-palacio de Ksar-Amra es sólo un descansadero o pabellón de caza real en el desierto, por lo que poca información puede proporcionar. En cambio, M'schatta debía de ser residencia con corte y guarnición permanente, tal y como lo demuestra su estructura y su rica ornamentación, en la que destaca el fantástico friso, que, casi milagrosamente, se ha conservado hasta el presente. Aunque esta fortaleza quedó sin terminar, fue proyectada para mansión en el desierto de uno de los príncipes omeyas de Damasco, probablemente desterrado o retirado allí para vivir con el esplendor de un magnate la vida real del árabe nómada de los días preislámicos. Desde que el castillo de M'schatta fue descubierto y su magnífico friso trasladado al Museo de Berlín, la edad del monumento ha venido siendo objeto de vivas discusiones que sólo en los últimos tiempos parecen haber llegado a conclusiones más o menos definitivas. De este modo, actualmente no queda ninguna duda de que es islámico, porque se ha identificado una cámara como la mezquita, del siglo n de la Hégira (es decir, fines del siglo Vlli d. C.).

Mezquita de Kairuán (Túnez). Paralelas a las dos cúpulas que proyecta la mezquita se erige al otro lado del patio el alminar. La mezquita fue construida para atraer a los fieles a una de las principales ciudades santas del Islam, aunque sería remodelada en el siglo IX por Zidatat Allah.
Casi simultáneamente que Siria y Mesopotarnia, los árabes conquistaron Egipto, y para establecer sólidamente su dominación, fundaron una ciudad militar en al-Fustat, cerca del sitio donde después se asentaría El Cairo. Junto al río Nilo, no muy lejos de la capital bizantina, que era Alejandría, El Cairo es aún hoy la ciudad musulmana por excelencia; es la capital de la civilización árabe, el centro de la ciencia islámica. Supera su prestigio cultural al de Medina y Damasco, que, en otro tiempo, fueron las metrópolis del saber musulmán.

Al establecer los árabes en Egipto una ciudad militar, no sólo la rodearon de murallas y la protegieron con una tremenda fortaleza, sino que edificaron en seguida la mezquita, para que aquel centro de resistencia islámica fuera inexpugnable tanto por el prestigio militar como por la devoción. Se observan, de nuevo, como ya se ha señalado y como se continuará viendo, como la religión fue un factor decisivo para la expansión y consolidación de un imperio tan vasto como lo fue el Imperio islámico.   

⇨ Gran Mezquita de Córdoba. Puerta de la calle Magistral González Francés, que presenta el mismo tipo de estructura y decoración que las demás. Después de conquistar Egipto en el siglo VII, los ejércitos islámicos continuaron sus campañas hacia el oeste y tras abrirse camino por el norte de África, llegaron a España en el año 711. 


Por tanto, la ciudad de El Cairo supone para los historiadores del arte islámico, un auténtico regalo que permite que la aproximación, como no lo hace ninguna otra ciudad en el mundo, a la evolución artística de los árabes. La más antigua mezquita de El Cairo es la llamada de Amru, y se supone edificada por el mismísimo conquistador el año 642. Es todavía una mezquita como la de Medina, reducida a una sala con varias filas de columnas, que en la mezquita de Amru fueron ya de ladrillo. En fin, una construcción todavía muy sencilla, como era habitual en las primeras edificaciones que levantaron los aún inexpertos constructores árabes.


⇨ Alminar (mezquita de la Kutubiyya, Marruecos). La parquedad de su decoración es típica de la época de austeridad del arte almorávide del siglo XII. El minarete destaca por el empleo de ladrillo y la composición de arcos de herradura apuntados y polilobulados.  


A ésta sigue en orden de antigüedad la mezquita de Ibn-Tulun, puesto que su construcción data del 878. También tiene esta mezquita un patio rectangular con sus correspondientes pórticos; el del lado del mihrab posee cinco hileras de columnas que sostienen arcos apuntados cubiertos con relieves de estuco. Las filas de columnas corresponden a la casi necesidad litúrgica de orar los musulmanes alineados. Las crujías o naves de la mezquita van aumentando y aislándose gradualmente del patio, con una fachada en la que se han abierto numerosas puertas. De estas características es ya la mezquita de Al-Azhar, en El Cairo, iniciada en 971 y restaurada más tarde en diversas ocasiones. El año 974 se fundó en ella la que es la más antigua universidad del mundo, centro actual de la civilización coránica.

Arquerías de Almanzor (mezquita de Córdoba). Está compuesto por once naves erigidas sobre arcos de herradura inspirados en el arte visigótico, romano y bizantino, lo que se evidencia por el eclecticismo de la decoración, el uso de ladrillo rojo, y la superposición de arcos de sillería blanca sobre pilares de capiteles corintios.
El Cairo tiene todavía varias escuelas o madrasas en plena actividad intelectual. Suelen ser paredañas a una mezquita y cobijan también la tumba del fundador. Dado que la ciencia islámica está basada en la interpretación del Corán y del Hadith, o sea la tradición de los dichos memorables de los compañeros del Profeta, las madrasas son más bien lugares de meditación y concentración que de estudio. Las de El Cairo tienen un pequeño patio cuadrado con una fuente que mana o gotea un mínimo caudal y un gran arco como alcoba en el fondo, donde se sientan los colegiales para recordar los párrafos del Corán o del Hadith.            

Palacio Medina Azahara (Córdoba). Con el fin del califato del siglo X, los trabajos de construcción del edificio oficial del gobernante quedaron definitivamente suspendidos, mientras que la ciudad fue extendiéndose progresivamente por la atracción industrial y cultural de la zona, conservándose todavía algunas ruinas de casas sencillas, cuarteles militares, jardines, mercados y talleres artesanales.
Las madrasas tienen paredes altas que las aíslan del tumulto exterior; en aquellos patios o claraboyas interiores, adonde la luz llega oblicua y apagada, el estudiante puede canturrear las suras del Corán sin distraerse durante los años que permanece allí encerrado. En algunas madrasas hay alcobas para los cuatro sistemas de interpretación del Corán y del Hadith. Así, la madrasa de Hassán, en El Cairo, acoge en tolerante vecindad los cuatro ritos musulmanes, que se distinguen, como es sabido, por la mayor o menor libertad de interpretación simbólica que se concede al comentar el texto del Corán. Esta madrasa, que es simultáneamente tumba del Sultán Hassán y mezquita, alberga a los estudiantes en pequeñas habitaciones superpuestas en los cuatro ángulos del edificio. Pero hay algunas madrasas en las que tan sólo se acepta uno de los ritos y tienen una sola alcoba en el patio.

Por otra parte, sorprende encontrar en El Cairo tumbas de sultanes con una monumentalidad que es impropia de los jefes de un Estado musulmán, que suelen aportar la austeridad que predica la religión islámica. Ni los restos mortales de Mahoma ni de ninguno de sus inmediatos sucesores recibieron el honor de una tumba fastuosa como las que podemos observar en El Cairo. Mahoma está todavía enterrado en el pobre suelo del camaranchón de la mezquita de Medina, donde murió. Es decir, se trata de una tumba que, como poco, debe calificarse de sencilla, pues, por otra parte, la sencillez y la renuncia a las glorias terrenales es uno de los pilares del islamismo. Sin duda alguna, el profeta se indignaría si viera los mausoleos de los sultanes mamelucos (dinastía que reinó de 1250 a 1516) existentes junto a El Cairo. Son pequeños pabellones de piedra de planta cuadrada, con cúpula decorada con relieves y levantada sobre un tambor octogonal. La del sultán Hassán, del siglo XIV, que es simultáneamente madrasa y mezquita, está coronada por una gran cúpula y un alto alminar o minarete.

Alminar (mezquita de Hassán, Rabat). De estilo almohade, el minarete de Rabat fue levantado en el siglo XII cuando la ciudad disfrutaba de ser la segunda capital más importante del reino.
Después de Egipto, la invasión musulmana se dirigió hacia el norte de África, a Cirenaica, Túnez y Argelia. Quedan allí aún antiguas mezquitas, como las de Sfax y Túnez, que deben de ser del siglo VIII; pero la más importante es la de Sidi-Okba, en Kairuán. Fundada por el santo Okba ben Nafí el año 670, fue restaurada más tarde y no adquirió su aspecto actual hasta principios del siglo IX, cuando se llevaron a cabo una serie de importantes reformas. De nuevo un patio con pórticos precede al santuario y, en este caso, destaca que el patio es de inmensas dimensiones. Por otra parte, el santuario tiene una nave central más ancha, que es la que da al mihrab, con cúpulas en sus extremos; las demás naves paralelas, de columnas y capiteles antiguos, sostienen una simple estructura de arcos trabados con tirantes y cubierta de madera. El alminar, de pesada silueta casi cúbica, está situado al otro lado del patio, en línea recta con el eje determinado por las dos cúpulas.

En la mezquita de Kairuán, el mihrab está revestido de cerámicas y plafones de madera, que consta fueron importados de Bagdad y pueden considerarse entre las obras más admirables de la decoración árabe. Por otra parte, las dos columnas de pórfido rojo con manchas amarillas que encuadran el mihrab de esta mezquita fueron traídas de Cartago y no tienen igual en el mundo.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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