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Artistas de la A a la Z

Jean Goujon y la escultura de la época

Para acompañar al arte monumental, la escultura se aplicó con ardor a imitar los modelos italianos, pero es principalmente en los monumentos sepulcrales donde se encuentran algo más que esculturas puramente decorativas. En general, los mausoleos de los Valois forman un templete abierto con columnas clásicas, en cuyo interior se halla la caja marmórea. En lo alto, arrodillados, están el monarca y su esposa; sobre las gradas del pedestal hacen guardia alegorías de las virtudes. Así era el mausoleo de Luis XII y Ana de Bretaña, en Saint-Denis, y así fueron también los de Francisco I y Enrique II, y hasta los de algunos de sus consejeros, como el cardenal Duprat. Es un modelo que hizo fortuna y realmente estaba dentro del espíritu de la época. Hay que recordar que Miguel Ángel también proyectaba el sepulcro del papa Julio II como una logia abierta, con estatuas de profetas y virtudes.

En su origen, cabe destacar que el impulso renacentista en escultura fue debido a artistas italianos: los hermanos Antonio y Giovanni Giusti (llamados Juste, pues estos florentinos se naturalizaron completamente como franceses) a quienes se debe la citada tumba de Luis XII y Ana de Bretaña, realizada entre 1517 y 1531. En ella es visible, por ejemplo, la influencia del mausoleo de Gian Galeazzo Visconti en la cartuja de Pavía. Sin embargo, un tipo de sepulcro completamente distinto es el que, ya en la segunda mitad del siglo XVI, realizó para Enrique II y Catalina de Médicis el escultor Germain Pilón. La cruda y noble evidencia de estas dos figuras yacentes, semidesnudas, recuerda la tradición gótica francesa de los gissants, pese al áspero realismo que la caracteriza.

Reptiles y frutas, obra de Bernard Palissy (Musée du Louvre). Fragmentos de cerámica de colores, que posiblemente compartían la decoración de la Gruta de Catalina de Médicis, en los jardines del palacio de las Tullerías en París. 

Pero el escultor verdaderamente genial de la época es Jean Goujon, que fue colaborador de Lescot en el Louvre. Suya es probablemente la deliciosa tribuna de las cariátides, destinada a los músicos, en el bello salón de baile del Louvre. Hoy este salón sirve de museo de esculturas antiguas, y, sin embargo, las obras de Jean Goujon soportan maravillosamente la compañía. En colaboración también con Lescot, labró Jean Goujon, en 1549, la fuente llamada de las Ninfas, situada en el solar del antiguo cementerio de los Inocentes, en París, que es un magnífico modelo de gracia decorativa. Primero estaba adherida a un edificio, después se la aisló de todo lo que la rodeaba, reproduciendo su misma fachada en la parte posterior, y, más tarde aún, los relieves de la Fuente de las Ninfas fueron sustituidos por copias y los originales pasaron al Louvre. Tienen toda la gracia de las obras de los grandes días del arte, cuando se llega a dominar la técnica y no se sienten todavía deseos de virtuosismo. Las ninfas de Jean Goujon son bellas y jóvenes, como los frisos del Partenón o los relieves del Ara Pacis, aunque no los igualen en profundidad de contenido.

Pero hay que señalar que Jean Goujon es, sobre todo, un artista esencialmente francés. Ello lo vemos en su tipo de belleza aristocrática, en su cultura y refinamiento, que no pueden ser más que de un francés; los gestos de sus personajes femeninos no sabe imaginarlos más que con formas y cuerpos de la Francia eterna, perenne, real. Es, principalmente, la Francia de Ronsard, Marot, Du Bellay y hasta de Montaigne. A pesar de las pocas obras que se conservan actualmente de Jean Goujon, su manera se ha mantenido hasta casi nuestros días.

Estatuas orantes de Luis XII y Ana de Bretaña, de los hermanos Antonio y Giovanni Giusti (basílica de Saint-Denis, París). Arrodilladas en lo alto de un templete con columnas clásicas, fueron esculpidas entre 1 517 y 1 531 . Su estilo transparenta ya el gusto francés, pese a que en esta primera fase de la escultura renacentista los artistas se esforzaban en imitar modelos italianos. Gracias a los Giusti, de origen florentino pero naturalizados franceses y conocidos como Juste, la escultura funeraria de esta época pierde su carácter decorativo para cobrar una impresionante gravedad, en especial en los monumentos funerarios de los Valois. 

De todas formas, poco se sabe de la persona y la vida de Jean Goujon. Una de las hipótesis más probables que se barajan sobre su origen es que acaso fuera oriundo de Normandía, como también lo fuera, por ejemplo, Diana de Poitiers; al menos se cree obra suya la tumba del marido de Diana, que puede admirarse en la catedral de Rúan. Lo que sí que se ha podido comprobar es que en 1542 se encontraba en París, donde, por haber asistido a un sermón hugonote, se le condenó a un paseo infamante por las calles de la capital y a presenciar después la muerte en la hoguera del predicador protestante. En el año 1544 trabajó por encargo del condestable de Montmorency en Ecouen y en seguida, acaso protegido por Diana de Poitiers, ya elevada al rango de favorita del rey, fue asociado al arquitecto Fierre Lescot para las obras del palacio del Louvre.

Mausoleo de Enrique II y Catalina de Médicis, de Germain Pilon (basílica de Saint -Denis, París). Detalle de la estatua de la reina. En la segunda mitad del siglo XVI se inicia un nuevo tipo de sepulcro. Las figuras yacentes y desnudas, además de realismo, le imprimen sentido del ritmo y elocuencia. Su rigor formal ofrece una imponente belleza, aunque recuerda cierta tradición del gótico tardío. 

Mausoleo de Enrique II y Catalina de Médicis, de Germain Pilon (basílica de Saint-Denis, París). Una construcción que se asemeja a un arco de triunfo recoge a los yacentes. Cada uno de los ángulos está soportado por unos orantes y cuatro virtudes de bronce les velan y, arriba, los reyes la coronan. Fue diseñada de acuerdo con las premisas de la arquitectura del autor renacentista Donato Bramante

Fuente de las Ninfas, de Pierre Lescot y Jean Goujon (solar del antiguo Cementerio de los Inocentes, París). La colaboración de Lescot y Goujon en la realización desembocó en una composición de clásica belleza. Este es uno de sus relieves (Louvre), muestra del refinado y aristocrático estilo francés de Goujon, "el escultor más excelente de la época".

Como testimonio de las relaciones de Jean Goujon y Diana de Poitiers queda su famoso retrato de la favorita representada como Diana, con el ciervo y los perros. Es una de las obras más excelentes de la escultura francesa de todos los tiempos; el cuerpo eternamente joven de Diana tiene proporciones bien francesas y está colocado con singular elegancia. Diana, completamente desnuda, está recostada sobre el ciervo. Este retrato parece haber sido estimado como una maravilla desde sus primeros días. Estaba en el castillo de Anet, residencia de la favorita; en los dibujos de Du Cerceau se ve trazado en medio de un patio, la cour de la Diane, que parece haber sido construido expresamente para la escultura. Después, cuando Anet fue destruido por la Revolución, esta escultura se salvó de milagro, y ha pasado al Louvre.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La matanza de la noche de San Bartolomé

La matanza de la noche de San Bartolomé de 1572, xilografía de la escuela alemana (Biblioteca-Museo de la Sociedad de la Historia del Protestantismo Francés). 

La matanza de la noche de San Bartolomé es uno de los episodios más sangrientos de los conflictos religiosos de la Europa del siglo XVI. Y se hace preciso explicar, siquiera brevemente, el complicado contexto en el que se sitúa esta masacre. En la Europa de aquella época dominan cuatro confesiones religiosas: la católica, sobre todo en España, Francia, Italia, Polonia y zonas de Alemania y Suiza; la protestante, que era mayoritaria en el norte y centro de Europa; la ortodoxa, con centro en Rusia; y la musulmana, que se localizaba en los Balcanes. Y los conflictos derivaban, por ejemplo, de la difícil integración de las minorías religiosas, que muchas veces eran perseguidas de forma muy expeditiva. De este modo, los protestantes tenían muchísimos problemas para medrar en la muy ortodoxa sociedad católica de Francia, mientras que, por otro lado, en Rusia estaban prohibidos los matrimonios mixtos, es decir, aquellos en los que se unía una persona ortodoxa con una católica, por ejemplo.

Por ello, era esperable que se produjera un suceso como el de la matanza del día de San Bartolomé. La cronología de los hechos parece ser la siguiente. El almirante Coligny, líder del partido de los hugonotes, fue llamado a la corte del rey de Francia y éste le prometió su protección. Pero luego el almirante fue acusado, injustamente, de intentar sublevarse contra el rey y partir de ese momento se inició la caza y captura, durante varios días y en toda Francia, de muchos nobles protestantes, que fueron salvajemente asesinados.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Pintura italianizante y la escuela de Fontainebleau

La pintura francesa del Renacimiento se italianizó aún más lentamente que la arquitectura y la escultura; en realidad, sólo puede citarse un pintor francés de esta época que fuera con provecho a Italia, realizando un largo viaje (1445-1448) todavía en pleno siglo XV. Estudió con el Filarete en Roma y se nombró a sí mismo:” el buen pintor del rey Luis XI, JeanFouquet”. Se dedicó aún a la iluminación de manuscritos (el Josefo de Jacques d’Armagnac, el libro de horas de Etienne Chevalier y el Boccaccio de Munich), pero pintaba también retratos al óleo siguiendo la técnica que había visto en los grandes pintores flamencos.

⇦ Retrato de Juvenal des Ursins, de Jean Fouquet (Musée du Louvre, París). Pintado hacia 1461 por, el creador de la escuela del Loira, de la que surgirán los grandes retratistas del siglo XVI. La obra de Fouquet, está a medio camino entre el realismo italiano, que impregna el rostro de este personaje, y la elegante estilización de Flandes, que ha inspirado el plegado, todavía gótico, de su vestido. 



Fouquet pasó la mayor parte de su vida en Tours, siendo ya reconocido como un gran artista por sus contemporáneos: “Fouquet empieza a volar tan alto -dice De Bastard-, que su lugar está entre los grandes maestros”. El fue el creador de la escuela del Loira, de la que surgieron los grandes retratistas del siglo XVI. Los retratos de Fouquet sobre tabla son obras maestras que muestran personajes penetrados de una serenidad tranquila, cubiertos con los ampulosos drapeados del gótico flamenco: Carlos VII, Juvénal des Ursins y, sobre todo, la maravillosa Virgen del díptico de Melun, representada bajo los rasgos de Agnés Sorel, prototipo de la belleza femenina de la época. Fouquet murió hacia 1480, antes de la llegada de los primeros pintores italianos.

⇨ Virgen del Díptico de Melun de Jean Fouquet (Museo de Amberes). Pintada hacia 1450, al parecer, el rostro y la figura de la Virgen están inspirados en Agnes Sorel, amante de Carlos VIl y prototipo de la belleza femenina de la época. En esta tabla Fouquet no copia la realidad sino que la idealiza a base de volúmenes geométricos y colores irreales. La hoja izquierda del díptico, actualmente en Berlín, tiene el retrato del donante, Etienne Chevalier, gran protector de Fouquet, para quien éste realizó un maravilloso Libro de Horas. 



La infiltración del arte italiano en la pintura francesa se intentó no sólo por la acción de las colonias de italianos de Amboise y Fontainebleau, sino también mediante la importación de pintores ilustres. Por ejemplo, Francisco I llamó a Andrea del Sarto y a Leonardo de Vinci, pero el primero permaneció poco tiempo en Francia y es fácil que en sus últimos años Leonardo sintiera más acentuada su antigua inquietud y deseo de perfección, que le convertían en un alquimista de la pintura. Leonardo murió en Cloux, cerca de Amboise, el 2 de mayo de 1519, apenas a los dos años de su llegada a Francia, circunstancia por la cual no es de extrañar que ningún edificio francés conserve rastro de sus obras.

De este modo, la verdadera influencia italiana se produjo cuando Francisco I y luego Enrique II organizaron grandiosos trabajos de decoración en el castillo de Fontainebleau. En 1530 llegó el Rosso Fiorentino y dos años más tarde el boloñés Primaticcio. Ambos agruparon en torno a sí a gran número de pintores franceses que formaron con ellos la que se ha llamado escuela de Fontainebleau. Rosso murió en 1540, pero el Primaticcio siguió trabajando durante casi cuarenta años, hasta su fallecimiento en 1570. Al estilo que se creó en Fontainebleau, Rosso aportó ciertas reminiscencias miguelangelescas, el Primaticcio una languidez derivada de Rafael, y Nicoló dell’Abate (llegado en 1552) una gracia sofisticada que recuerda las figuras del Parmigianino.

⇦ Diana cazadora (Musée du Louvre). El sutil manierismo de la Escuela de Fontainebleau posee ya todas sus características en esta composición, el nombre de cuyo autor se desconoce. La silueta alargada, casi la de un efebo, y su estilo pictórico compacto, preciso, responden a una transformación del manierismo italiano en un frío erotismo. 



Así Fontainebleau se convirtió en uno de los focos principales del manierismo europeo, con la línea grácil y alargada de sus figuras femeninas y con una fantasía intelectualizada muy francesa que selecciona voluptuosos temas mitológicos para representarlos con un sensualismo tan sutil que acaso puede calificarse de frígido. Las damas de la corte de los Valois se disputaban, sin sonrojarse, el honor de ser reconocidas bajo la figura de las diosas desnudas y complacientes. Este erotismo frío de Fontainebleau produce obras célebres como la Diana Cazadora (Louvre), cuya silueta es casi la de un efebo, la Alegoría de la Paz (Museo de Aix), el retrato de Diana de Poitiers (Museo de Basilea) y Gabrielle d’Estrées con la duquesa de Villars, en el baño (Louvre) en las que el preciosismo de los detalles y la interpretación frígida y elegante del desnudo femenino se mezclan con una especie de erudición clásica, todo lo cual recuerda intensamente la poesía contemporánea de Ronsard y del grupo de la Pléyade. Entre los pintores franceses de la escuela de Fontainebleau hay que citar a Antoine Carón y a los dos Jean Cousin, padre e hijo. Este último, fallecido hacia 1594, fue probablemente el autor de las dos sorprendentes medias figuras de Gabrielle d’Estrées con la duquesa de Villars.

Diana de Poitiers como Diana cazadora, obra de la Escuela de Fontainebleau (Museo de la Venerie, Senlis). Fontaineblau se convirtió en uno de los focos principales del manierismo europeo. La escuela, guiada en una primera etapa por los artistas Rosso y Primaticcio, reunió temas mitológicos y los recreó con una tenue sensualidad. 

Pero los pintores de cámara de los Valois son los Clouet, que se mantienen ajenos a las novedades de estilo introducidas por la escuela de Fontainebleau. El primero de ellos, Jean Clouet (hacia 1485-1541), venía de Bruselas. Era, pues, flamenco, y así podemos decir que con la presencia en Francia de los Clouet se continuaban las tradiciones de la relación secular entre el arte francés y el de Flandes y Borgoña. A éste le sucedería su hijo François (hacia 1516-1572).
Jean era valet de chambre y pintor del rey Francisco I, y en la corte le llamaban maître Jean, Jeanet o simplemente Janet. El renombre de que gozaba le hacía indispensable cuando se necesitaba un pintor para retratar a las personas reales. De él queda un retrato al óleo de Diana de Poitiers, de estilo todavía muy flamenco.

Gabrielle d'Estrées con la duquesa de Villars en el baño (Musée du Louvre). Quizás el ejemplo más conocido del frío erotismo de la Escuela de Fontainebleau. La duquesa le coge del pezón derecho a Gabrielle, al tiempo que ambas miran al frente. Al fondo, una mujer parece bordar. Este cuadro, atribuido a Jean Cousin el Joven, desarrolla en sus figuras una línea grácil y alargada. Es una escena que se enmarca en cortinajes rojos, y que reproduce un escenario fantasioso, quizás un tema tabú: el amor entre mujeres. 

⇦ Francisco I de Jean o Janet Clouet (Musée du Louvre). Retrato del rey en el aparece captado con gesto malicioso y en traje de gala. Este artista, totalmente alejado de la fría sensualidad de la Escuela de Fontainebleau, y cuya biografía es mal conocida, consta desde 1 516 como valet de chambre y pintor de Francisco l. En Chantilly se conserva su galería de retratos cortesanos, que incluye desde el rey y la reina hasta los mariscales de Lautrec y de Brissac o favoritas como Madame d'Aubigny o Madame de Caen. 



Brantóme dice en sus Crónicas: “Hoy se ha presentado María Estuardo vestida de escocesa, pero, siendo una verdadera diosa, ha sido necesario que Janet la pintase”. Sin embargo, la mayor parte de los retratos que tenemos de los Valois no son de Janet, sino de su hijo François. Este parece haber estudiado a Holbein y produjo multitud de retratos de la corte de los últimos Valois. Al igual que Jean Goujon supo interpretar maravillosamente el alma francesa. Ronsard llama a François Clouet l’honneur de notre France. Se revela así, sobre todo, en sus últimos dibujos a la punta de plomo con toques de sanguina, en los cuales realmente Clouet hace maravillas de elegancia francesa.

⇨ Carlos IX de François Clouet (Museo Condé, Chantilly). El hijo de Janet Clouet fue pintor de cuatro reyes: Francisco I, Enrique II, Francisco II y Carlos IX. Este dibujo que capta la mirada reflexiva de un joven Carlos IX y, sobre todo, muestra la gran habilidad del artista con el lápiz. Sólo se conservan cincuenta y cuatro dibujos suyos como éste, pero hay constancia de que, siguiendo la moda de su época, tan arraigada en la corte de los Valois, fueron numerosos; solamente en la colección de la reina Catalina habría unos doscientos.



De todos modos, es preciso señalar que el arte francés de la época de los Valois no nos ha revelado ningún genio de gran magnitud como los que, por otra parte, se encuentran contemporáneamente con no poca abundancia en Italia. Pero si bien no hubo grandes nombres, sí que se dieron muy importantes obras. Los castillos del Loira, la pintura de la escuela de Fontainebleau, la escultura de Jean Goujon y los retratos de los Clouet, por ejemplo, tienen algo que los hace preciosos y ciertamente estimables: descubren el espíritu francés como ninguna otra manifestación artística. Esto parece exageración, porque a Francia se le debe el estilo gótico en arquitectura y escultura, y la excelencia de las catedrales francesas con su estatuaria podría creerse que debe considerarse como resultado supremo del genio francés. Pero en los siglos de la Edad Media que llamamos siglos góticos, Francia es algo más que Francia porque personifica a Europa; es el occidente europeo que ha escogido a Francia como “solar” universal.

En esta época de los Valois, el arte francés lo parece quizá más que lo fue en tiempo de los Capetos y que lo será con los Borbones. La arquitectura de los castillos de la región del Loira, el Louvre de Enrique II y sobre todo Chambord, no pueden concebirse más que en Francia.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Palazzo Ducale

Dirección: 
Piazza San Marco, 1. 
31024 Venecia. 
Tel.: (+39) 041 5224951.
http://palazzoducale.visitmuve.it/

Detalle de la fachada del Palazzo Ducale. 

El Palazzo Ducale es un espléndido ejemplo de arquitectura civil gótica. Residencia de los Dogos hasta la caída de la República veneciana en 1797, representa uno de los más ricos símbolos, de la historia cultural, militar, política y económica de la civilización italiana. Todos los períodos históricos se reproducen en una estratificación extraordinaria de elementos estructurales y decorativos: de las fundaciones antiguas del complejo gótico original, a los grandes pasillos dedicados a la vida política ilustrada por el Veronés; de Tintoretto, a las preciosas habitaciones del apartamento de los Dogos.

Sala de los espejos del Palazzo Ducale. 
Los tres bloques que unen las construcciones son: el ala sur, la más antigua, que contiene la Sala del Consejo Mayor; el ala hacia la Plaza, que contiene la Sala dello Scrutinio; el ala Renacentista, que contiene la residencia del duque y oficinas de gobierno, en cuya fachada se encuentra la Escalera de los Gigantes, ideada por Antonio Rizzo, con dos esculturas de Marte y Neptuno, esculpidas por Sansovino en el 1565.

En la planta baja se halla El Museo de la Obra, área de las antiguas cocinas y sede de las exhibiciones temporales, que comprende seis salas con antiguas piezas arquitectónicas, incluyendo los capiteles originales que fueron sustituidos por copias en una importante restauración de 1875. En el primer piso, llamado Piso de las Logias, funcionan algunas oficinas de la dirección de los Museos Cívicos de Venecia. A continuación, La Escalera de Oro, que contenía las oficinas de las magistraturas. La entrada a la Sala de Oro está decorada por mármoles de Tiziano.

Los apartamentos del duque, provistos de lujosas habitaciones, se encuentran en el área del palacio entre Rio della Canonica, la Escalera de Oro y el ábside de la Basílica de San Marco.

Entre el Piso de las Logias y el segundo piso, se encuentran las Estancias Institucionales, donde se llevaban a cabo la vida política y administrativa de la República: el Consejo Mayor, el Senado, el Colegio, y las más importantes magistraturas de justicia, como el Consejo de los Diez. Para la decoración de algunas salas fue convocado en tres oportunidades (1553-1555, 1576-1578 y 1579-1582), el artista Veronés.

A mediados del siglo XVI se decidió la construcción de las Nuevas Prisiones, del otro lado del río. El Puente de los Suspiros fue creado en el 1614 para unir el palacio al edificio de las Nuevas Prisiones, y su nombre hace referencia al lamento de los prisioneros que, atravesando el puente, dejan el tribunal para llegar a la celda donde cumplirán la sentencia.

Las salas de la Armería forman hoy un precioso museo de armas y municiones. Su núcleo data del siglo XVI, y en tiempos de la República, estaba bajo la custodia del Consejo de los Diez. La colección de armas fue parcialmente destruida a finales de la República, pero contiene aún más de dos mil piezas.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La basílica de San Pedro

En tiempo de Constantino se había construido en el Vaticano una primitiva basílica de cinco naves. El Papa humanista Nicolás V fue el primero que sintió deseos de derribarla para sustituirla por otra más moderna, y en un volumen anterior se ha hecho mención de cómo, habiendo llamado a Roma a su amigo León Bautista Alberti, éste dio la traza de los cimientos del ábside nuevo. Pero ninguno de sus sucesores se ocupó ya en el proyecto. En los frescos del Pinturicchio, de la Biblioteca Piccolomini, en la catedral de Siena, se ve pintado el interior de la basílica constantiniana de San Pedro, con el mosaico del ábside aún intacto. Julio II decidió que la iglesia romana que se levantase sobre el sepulcro del príncipe de los Apóstoles no tenía que ser una vieja y venerable basílica llena de reliquias, sino un templo colosal, único en el mundo por su riqueza y dimensiones, encarnación de la Iglesia católica triunfante.

⇦ Planta de San Pedro del Vaticano con indicación de las sucesivas campañas constructivas. Las indicaciones de color registran la participación de los distintos arquitectos y constructores de esta magnífica obra. 


Dos años después de haber sido promovido al pontificado, en 1505, convocó una especie de concurso privado para examinar el nuevo proyecto y, según dice Vasari, con sorpresa de todo el mundo predominaron las ideas de un arquitecto llegado de Milán, Bramante, establecido en Roma hacía pocos años, y ajeno a la camarilla de artistas florentinos que rodeaban a Julio II ya desde antes de su elección, cuando sólo era cardenal. Las ideas de Bramante, modificadas en algunos detalles, perduraron como una obsesión en el ánimo de los que le sucedieron en la dirección de la obra. El, por su parte, desde aquel momento ya no pensó en otra cosa que, en la gran iglesia, y los papas le albergaron en el Vaticano hasta que murió, reservándole una habitación en las dependencias del Belvedere.

Bramante había nacido cerca de Urbino en 1444, y allí, en la escuela de Luciano Laurana, el exquisito dibujante del Palazzo Ducale, aprendió una elegancia que no debía abandonar nunca, ni al proyectar edificios gigantescos como la iglesia de San Pedro. De Urbino pasó a Milán hacia 1482, dejando testimonio de su paso en la iglesia de San Sátiro y en Santa Maria delle Grazie, y de Lombardía recibió lecciones de energía y audacia.

Templete de San Pietro in Montorio de Bramante, en Roma. Es la segunda obra del arquitecto en esta ciudad. Recinto pequeño y circular, que señala el inicio del estilo renacentista genuinamente romano.  

La iglesia de San Sátiro era un pequeño templo circular prerrománico, del siglo IX. Bramante lo remodeló exteriormente (respetando su interior carolingio) y, junto a él, construyó la iglesia de Santa María presso San Sátiro, cuyas obras ya estaban iniciadas. Se trata de una iglesia con planta de cruz latina, para uno de cuyos brazos (precisamente el correspondiente al presbiterio y al ábside) no había espacio a causa de la posición de la calle adyacente. Bramante salvó la dificultad insuperable valiéndose de un recurso eminentemente pictórico: sugirió la existencia del espacio gracias a un efecto óptico de perspectiva conseguido con molduras y pintura sobre estuco. El trompe l’oeil, concebido por Bramante, sustituye el espacio real, que no existe, por la ilusión del espacio: es un fantástico espectáculo óptico.

Su otra obra milanesa, Santa Maria delle Grazie, fue también la conclusión de un edificio iniciado por otro arquitecto: Guiniforte Solari, que había construido una hermosa iglesia de tres naves a la que sólo faltaba la cabecera. Cuando, hacia 1492, Bramante recibió el encargo de continuarla, resolvió el contacto entre ambas construcciones utilizando el mismo ritmo geométrico, pero agigantando osadamente los órdenes hasta transformarlo en algo propio, magistral. Así, las tres naves de Solari son coronadas por un alto espacio cúbico sobre el que se alza una cúpula con un elevado tambor. Las tres caras exteriores del cubo están ocupadas por tres elevados ábsides semicilíndricos. Bramante construyó al lado un maravilloso claustro con arcos “a la Brunelleschi”, desde el que se puede contemplar su obra con mucho mayor emoción que desde el bullicioso Corso Magenta contiguo.

Iglesia de Santa María de la Consolación de Cola di Mateuccio, en Todi. La cúpula está construida sobre los cuatro brazos de una cruz griega. Es un buen ejemplo del estilo de algunas iglesias rurales inspiradas en el estilo de Bramante y da una idea de lo que hubiera sido la basílica de San Pedro si se hubiera realizado su plan. 

Después de casi veinte años de trabajo en Milán, en el ambiente difícil creado por Ludovico Sforza, su señor -ambiente que ya obligó a Bramante a huir momentáneamente en 1493, para protestar de las modificaciones que se introducían en su proyecto para Santa Maria delle Grazie-, Bramante se trasladó a Roma, última y trascendental etapa de su actividad.

Serlio ha dejadao escrito que Bramante empezó como pintor; pero se puede asegurar que sólo cerca de los sesenta años, edad que tenía cuando llegó a Roma, acabó de formarse su espíritu. Las ruinas de la antigüedad le hicieron estremecer como si fuera un joven de veinte años, despertando en él un afán ardiente de imitar a los antiguos, no sólo en los detalles, como habían hecho los decoradores cuatrocentistas, sino en su ordenación general y en los procedimientos constructivos. Quedan en Roma dos obras suyas anteriores a los proyectos de la fábrica nueva de San Pedro.

Una de ellas es un claustro de la iglesia de Santa María de la Paz iniciado para el cardenal Carafa en el verano del año 1500. Se trata de una pura superposición de galerías: la inferior, de simples arcos de medio punto; la superior, con columnitas jónicas y pilastras alternadas, sin ningún adorno, ya despojadas de la profusión de guirnaldas, palmetas y medallones con que los arquitectos cuatrocentistas trataban de vestir a lo clásico sus edificios, todavía excesivamente complicados.



Iglesia de San Blas de Montepulciano de Antonio da Sangallo el Viejo. Esta obra también se inspira en Bramante, especialmente en su interior. La cruz griega con cúpula central tenía previstas cuatro torres entre sus brazos, pero de ellas tan solamente llegó a construirse una. 

La segunda obra de Bramante en Roma es el templete de San Pietro in Montorio, que pasa por ser el punto de partida del estilo genuinamente romano del Renacimiento. Es un pequeño edificio circular, rodeado de un pórtico de columnas toscanas; el cuerpo central se eleva más, formando un segundo piso con ventanas y rematado con una cúpula esférica. Aquí, lo interesante es la disposición general y su estructura tan clásica. Este templete, minúsculo por su tamaño, pero inmenso por su perfección, fue erigido en el año 1503, por deseo de los Reyes Católicos, en el lugar donde, según la tradición, había sido crucificado y decapitado San Pedro.

El elegantísimo peristilo circular de dieciséis columnas está colocado sobre un pequeño basamento, y sostiene un friso con triglifos y una diminuta balaustrada que ciñe el cuerpo superior como un cinturón transparente. Es el templo platónico ideal, soñado por el platonismo cristiano de Marsilio Ficino y sus contertulios florentinos del palacio Médicis, tal como lo vemos imaginado en pinturas del Perugino y en los célebres Desposorios de la Virgen, de Rafael.

Estos dos edificios secundarios hablan en todos sentidos de lo que fue la preocupación principal de Bramante en Roma. Porque de su gran obra del proyecto de la iglesia nueva de San Pedro habrá que enterarse haciendo un trabajo de crítica mental, apartando con la imaginación todo lo que fue añadido por los que le sucedieron en la dirección de la obra y agregando las partes que éstos quitaron o modificaron. Afortunadamente, en el archivo de dibujos que los Médicis reunieron en Florencia, quedan multitud de estudios, en los que pueden sorprenderse las ideas de Bramante para la elaboración de San Pedro. Queda también una planta completa en un gran pergamino, dibujado sólo en una mitad, pero que ofrece todos los detalles de aquel conjunto lleno de simetría. La tinta pardusca descolorida marca, en contorno trazado con gran precisión, el plan de un edificio cuadrado con una cúpula central. Cuando se levantan los ojos del pergamino, parece como si buscaran en los aires un gran templo con pórticos, abiertos en las cuatro fachadas, y cinco cúpulas, una de ellas central, mayor, que remata el conjunto.

Basílica de San Pedro, en el Vaticano, Roma. Vista desde el castillo de Sant' Angelo. Cuando Miguel Ángel asumió la dirección de su construcción, suprimió infinidad de detalles, torres, agujas y columnatas del exterior, que aparecían en proyectos anteriores, porque quitaban a la iglesia la simplicidad clásica. 

Esta planta de Bramante, con sus cinco cúpulas, tiene algo de bizantina; recuerda las descripciones de la iglesia de los Santos Apóstoles, en Constantinopla, y la de San Marcos de Venecia. Al cabo de diez siglos se repetía el mismo problema de construir un templo que fuera el mayor de la Cristiandad, y tanto los arquitectos de Santa Sofía como los de San Pedro de Roma adoptaban la idea de la cúpula como motivo predominante. Ya se ha visto que la cúpula de Brunelleschi, en Florencia, se levanta sobre una iglesia de tres naves y que la solución tiene algo de improvisación medieval. Bramante se complace en atacar de nuevo el problema; dando un empuje igual en todos sentidos, parece que racionalmente reclama una planta cuadrada o circular para apoyarla por igual en todo su alrededor. 

La solución de planta concentrada, bizantina, de Bramante para San Pedro de Roma no parecerá tan extraña si se advierte que, viniendo de Milán, había de tener muy presentes algunos edificios semibizantinos de Venecia y paleocristianos del mismo Milán y de Lombardía, y acaso también las iglesias de Ravena. Roma le deparó ocasión grandiosa para desplegar todo su genio. Según él mismo decía, su idea era colocar la cúpula esférica del Panteón sobre el cruce de dos grandes naves con bóveda de cañón, como las de la basílica de Constantino.

Basílica de San Pedro, en el Vaticano, Roma. La fachada de la basílica, vista desde la plaza de San Pedro, fue construida por Carlo Maderno. El estilo clásico predomina en la entrada principal, de una elegante suntuosidad. En primer plano, la explanada de la plaza, que es desde hace muchos siglos escenario de grandes concentraciones religiosas. 

Estas dos naves, formando una cruz griega, terminarían interiormente en cuatro ábsides, y con un pórtico a cada lado formarían las fachadas. En los cuatro espacios que quedaban diagonalmente en los cuatro ángulos de las naves en cruz, habría cuatro cúpulas menores y cuatro salas para sacristías. Para disimular las enormes masas de los pilares y los muros pensaba valerse de grandiosos nichos, como los que podían verse, todavía, en las construcciones romanas.

Aunque la obra no se llegó a ejecutar según esta disposición, parece que los artistas de la época se hicieron cargo perfectamente del proyecto y en pequeño lo realizaron en iglesias rurales que hoy resultan preciosas, porque nos dan un reflejo de lo que hubiera sido San Pedro, de haberse seguido el proyecto primitivo. Así son, con una cúpula sobre los cuatro brazos de una cruz griega, la iglesia de Santa María de la Consolación, en Todi, y la de San Blas, en Montepulciano, ambas vecinas a Roma. La primera fue comenzada por Cola di Mateuccio, natural de Caprarola, en 1508, y la segunda es obra del florentino Antonio da Sangallo, lo cual prueba que las ideas de Bramante eran admitidas sin vacilación.

⇦ Fresco del Vaticano, en Roma. Detalle de un fresco datado hacia 1600 que representa una vista a vuelo de pájaro del Vaticano, y en la que también aparece el castillo de Sant'Angelo y la plaza del Popolo. 



El propio Julio II hizo acuñar una medalla con su retrato en una cara y en la otra una vista de la iglesia, como si estuviera ya terminada, con la leyenda: Templi Petri instauratio. Se colocó la primera piedra el día 18 de abril del año 1506. El propio Papa descendió a la enorme excavación practicada para los cimientos de la nueva iglesia, y después de proclamar allí las indulgencias concedidas a los bienhechores de la obra, regresó en procesión con la cruz alzada a su palacio del Vaticano.

Los trabajos comenzaron por la parte posterior: el ábside y los pilares de la cúpula. Julio II dejó que Bramante derribara todo lo que fuera preciso de la antigua basílica paleocristiana, construida entre el 324 y 330, bajo Constantino. Tan sólo se le impuso la prohibición de tocar el lugar central, donde está la confesión de San Pedro, una especie de pozo que nunca había sido violado y en el que se han realizado recientemente excavaciones en busca del sepulcro del cuerpo del Apóstol. Por mucho tiempo el culto se practicó en lo que quedaba en pie de la antigua iglesia; más tarde se hizo una capilla provisional sobre el sepulcro, hasta que la basílica quedó del todo terminada. Una mínima parte de lo que se creyó digno de conservarse se almacenó, con el mayor desorden, en los subterráneos que quedan entre el pavimento antiguo y el de la actual basílica, mucho más alto.

Allí hay fragmentos de esculturas de las tumbas de los pontífices, de ciertos altares y el sepulcro de Otón II, que estaba en el patio, ante la fachada de la iglesia. Pero toda la decoración de los antiguos mosaicos cristianos, los frescos de Giotto y otras bellas obras del primer Renacimiento cuatrocentista, fueron destruidos sin respeto. El pueblo de Roma y las personas cultas, entre ellas algunos cardenales, no presenciaron indiferentes aquel vandalismo; imponíase la excusa de que la vieja construcción amenazaba ruina, pero, así y todo, se elevaron veces de protesta, sobre todo contra Bramante."El hubiera destruido a Roma entera y el Universo si hubiese podido", dice un escritor de la época. La gente del pueblo, tan aguda y maliciosa en la vieja Roma, decía en sus sátiras que Bramante tendría que quedarse fuera del cielo, porque San Pedro, irritado por haberle destruido su vieja basílica, no le dejaría entrar.

Basílica de San Pedro, en el Vaticano, Roma. Vista del ábside desde los jardines del Vaticano, que fue obra de Miguel Ángel, completando la construcción de Bramante. En realidad, representó la violenta reacción de Miguel Angel contra el espíritu y los ideales renacentistas. En el exterior, sustituyó los motivos austeros y equilibrados por enormes pilastras corintias; la cúpula semiesférica de Bramante se convirtió en una osada empresa que alcanzó ciento treinta y un metros de altura. Trabajó en esta cúpula de 1558 a 1560; treinta años más tarde su discípulo Giacomo della Porta la concluía perfilando el modelo que habían de imitar todas las grandes iglesias occidentales, sin que ninguna de ellas llegara a igualarla. Se ha dicho con justicia que Miguel Ángel concibió, a partir del Renacimiento, no sólo el manierismo, sino también el barroco. 

A la muerte de Bramante en 1514 le fue encargada a Rafael la dirección de la nueva iglesia, por creerse que sería el que más fielmente podía desarrollar el proyecto. Rafael venía también de Urbino, y su carrera en la Corte pontificia, al decir de Vasari, había comenzado con la protección del gran arquitecto. Pero Rafael no era el genio más indicado para una construcción tan gigantesca, y aunque le auxilió el gran arquitecto florentino Antonio da Sangallo, las obras no avanzaron mucho.

Por fin, muerto Rafael y años después Antonio da Sangallo, nadie pareció capaz de llevar a buen término la construcción sino Miguel Ángel, que sobrevivía a todo el mundo, creciendo cada día más su reputación. "Habiendo muerto Antonio da Sangallo el año 1546 -dice Vasari- y faltando quien dirigiese la fábrica de San Pedro, hubo diferentes pareceres, hasta que Su Santidad, inspirado por Dios, resolvió confiarla a Miguel Ángel, el cual rehusó diciendo, para excusarse de esa carga, que no era su arte el de la arquitectura. Finalmente, no admitiendo sus escrúpulos, el Papa le mandó que la aceptase, por lo que, muy contra su voluntad, tuvo que entrar en aquella empresa ... "

Basílica de San Pedro, en el Vaticano, Roma. La nave central de la basílica fue obra de Miguel Angel, cuya intervención en el proyecto consistió en simplificar la planta, siguiendo la idea de Bramante, mediante la eliminación de pórticos y aberturas que reducían la resistencia de los muros. 

Suprimió Miguel Ángel infinidad de detalles del último proyecto de Sangallo, torres y más torres, agujas y columnatas del exterior, que quitaban a la iglesia la simplicidad clásica, pero que, siendo motivo de gastos cuantiosos, parecían complacer a los administradores de la fábrica, concitándose con esto la animosidad de los que veían su provecho en dar largas a la construcción, en cuyos trabajos se llevaba empleado ya cerca de medio siglo. Y para desvanecer toda sospecha de venalidad, Miguel Ángel exigió que en el motu propio en que se le nombraba director de la obra, con entera autoridad para hacer y deshacer, añadir y quitar, se hiciese constar que él servía allí a la Iglesia sin ninguna recompensa y sólo por el amor de Dios. El papa Paulo III, que veía en el glorioso escultor el genio que convenía para terminar la obra, sostuvo siempre a Miguel Ángel contra las intrigas de sus enemigos. "Vuestro cometido -decía el escultor a los administradores en el año 1551- es tener cuenta de que lleguen las limosnas y vigilar que no las distraigan los ladrones; el plan y los dibujos de la iglesia corren, en cambio, de mi cuenta."

La intervención de Miguel Ángel en el proyecto de San Pedro consiste, pues, principalmente, en simplificar la planta, esto es, la idea general de Bramante, quitando elementos accesorios que debilitaban la construcción, pórticos y aberturas que reducían la resistencia de los muros. En cambio, levantó la cúpula a una altura mucho mayor de la proyectada. Bramante había querido repetir la cúpula romana del Panteón, grandiosa por dentro, pero sin visualidad por fuera. Miguel Ángel la sustituyó por una cúpula como la de Santa María de Florencia, y así lo que quitaba al edificio en extensión, se lo daba en altura. Sin duda, lo que caracteriza hoy exteriormente la iglesia de San Pedro de Roma es la cúpula, con su altura colosal de 131 metros, dominando todo el edificio.

Basílica de San Pedro, en el Vaticano, Roma. Vista del crucero de la basílica desde la cúpula. Sobre un cinto de la base de la cúpula está inscrito el famoso mandato de Cristo con letras que miden dos metros de altura: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y te daré las llaves del cielo". 

Miguel Ángel murió en 1564, cuando la cúpula estaba solamente en el arranque, pero dejó un modelo detallado, que se conserva todavía. Su sucesor en la dirección de la obra fue su discípulo predilecto Giacomo della Porta, quien no se contentó con proveer discretamente a las grandes dificultades de la construcción de la bóveda colosal, sino que además alteró con gracia la linterna superior, haciéndola más rica y complicada, ya casi barroca. Esta ligera nota más moderna, en lo alto de la curva superficie gris de la cúpula, cubierta de planchas de plomo, acaba de completar la belleza de aquella magnífica obra.

Vista desde lejos, la cúpula de San Pedro se distingue sobresaliendo de la llanura poco accidentada del Lacio; es lo que caracteriza más el paisaje de Roma. Como la ciudad queda a un lado del Vaticano, el sol en Roma se pone siempre por detrás de aquella cúpula, recortando su silueta en los bellos y diarios crepúsculos luminosos. Cientos de romanos se reúnen cada atardecer, desde hace siglos, en las terrazas de los jardines del Pincio, al otro lado del Tíber, frente al Vaticano, para presenciar este soberbio espectáculo ofrecido por la conjunción de la naturaleza y del ingenio humano.

Es, verdaderamente, una entidad moral dotada de espíritu propio, tan parecida y tan distinta de la cúpula de Florencia y de todas las que se hicieron después, a su imitación.

Basílica de San Pedro, en el Vaticano, Roma. Vista interior de la cúpula de la basílica, que se encuentra justo sobre el altar mayor y la tumba del apóstol Pedro.  

Fue tal el efecto que la cúpula de San Pedro produjo en los artistas, que a partir de la mitad del siglo XVI no hay iglesia, por grande o pequeña que sea, que no quiera tener también su cúpula, en testimonio de admiración de la de San Pedro de Roma. No sólo en Italia, sino en todos los demás países adonde llegó el Renacimiento, en iglesias rurales de ladrillo, revestidas de estuco, o en grandes monumentas como la iglesia de El Escorial, y más tarde también en la de los Inválidos, de París, siempre se repite el mismo tema: una iglesia en planta de cruz con una cúpula sobre un tambor cilíndrico en el crucero.

Además de la cúpula, puede decirse que, a excepción de la fachada, todo el exterior de la iglesia de San Pedro es obra de Miguel Ángel; la que había proyectado Bramante hubiera sido absolutamente distinta, con sus múltiples pórticos y galerías abiertas. En el ábside de San Pedro es donde se comprende el estilo propio de Miguel Ángel como arquitecto. Los altísimos muros curvos de los ábsides rematan en un simplicísimo ático horizontal, que debía dar la vuelta a todo el templo, sostenido aparentemente por colosales pilastras corintias, también de toda su altura. En los espacios lisos se abren balcones y ventanas, de formas civiles, laicas, pero tan grandiosos, que vuelven a dar al edificio el carácter de religiosidad que habría perdido, en otras condiciones, con aquellas aberturas domésticas y mundanas.

⇨ Iglesia de Il Gesu, en Roma. Iniciada en 1568 por Giacomo da Vignola, este discípulo de Miguel Ángel concibió una nave única cubierta por una bóveda de cañón de 18 metros de luz, con cuatro capillas intercomunicadas a cada lado y un transepto alineado con los muros exteriores de éstas.



La obra de Miguel Ángel en San Pedro generalmente queda olvidada detrás de la impresión barroca de la plaza y la fachada, ejecutadas mucho más tarde; pero al dar la vuelta al edificio, si el ánimo no está ya cansado por tantas sensaciones diversas, al ver la iglesia enorme, con sus muros severamente arquitectónicos, y al elevar la vista hasta la altísima comisa, recorriendo con la mirada aquellos lienzos de piedra, únicos en el mundo por sus dimensiones y nobleza, uno vuelve a sentir el mismo efecto de emoción religiosa que producen las catedrales de la Edad Media. Miguel Ángel consiguió, con su espíritu elevado, dar un sentido nuevamente místico a la obra fastuosa que proyectó realizar la Roma pagana del Renacimiento.

En las obras de San Pedro se formaron los arquitectos de la escuela romana. Uno de los discípulos de Miguel Ángel, Giacomo da Vignola (1507-1573), divulgó sus principios en un Tratado de Arquitectura. Vignola es el arquitecto de la iglesia de Il Gesu o de Jesús, en Roma, también con una cúpula y una sola nave con capillas laterales, que aparece como el desarrollo final de la idea iniciada por León Bautista Alberti en la iglesia de San Andrés de Mantua. El crucero, ancho, está iluminado por la cúpula; la bóveda, de medio punto, se contrarresta por grandes contrafuertes entre los que hay espacio para albergar las capillas laterales.

Basílica de San Pedro, en el Vaticano, Roma. La cúpula, concebida por Miguel Ángel, fue terminada casi un cuarto de siglo después de su muerte por Fontana y Delia Porta. Mide 42,5 metros de diámetro y eleva la altura de la basílica hasta los 131 metros. El sol, que se pone por detrás de la cúpula, resalta su silueta durante el crepúsculo, espectáculo que acuden a presenciar cada tarde cientos de personas desde hace varias centurias. 

Iglesia de Il Gesu, en Roma. La fachada fue realizada por Giacomo della Porta, entre 1573 y 1 584 como continuación de la obra comenzada por Vignola. Esta fachada había de servir de modelo durante casi cuatro siglos a todas las iglesias de los jesuitas de Europa. Desarrollando un tema de Alberti, esta fachada soluciona el problema de proyectar al exterior las dimensiones desiguales de una nave central muy alta y dos naves laterales enormemente bajas en comparación. Las extraordinarias volutas laterales son pues, más que un elegante motivo decorativo barroco, una solución estructural. 

⇨ Iglesia de Il Gesu, en Roma. En el interior de la iglesia, una cúpula impresionante se eleva sobre el crucero, iluminando el presbiterio. A ambos lados, unas pilastras adosadas y arcos de medio punto dan paso a las capillas que quedan en la penumbra, en tanto que la nave recibe la luz por los lunetas, las ventanas y la cúpula. 



Este interior, iniciado en 1568, sirvió de modelo a miles de iglesias barrocas distribuidas por toda Europa, cuyas raíces hay que buscarlas en la arquitectura católica de la Contrarreforma. Este movimiento religioso, dirigido por los jesuitas, necesitaba durante el último período del Renacimiento amplias salas sin columnas, aptas para la predicación. El paso decisivo marcado por Il Gesu de Vignola respecto a San Andrés de Mantua, de Alberti, viene determinado por el papel de la cúpula como elemento distribuidor de la luz, que cae a raudales de la misma, en contraste con la iluminación moderada de la nave y del presbiterio. Así, por primera vez, aparece en la organización de un espacio interior este elemento que sería de capital importancia en la arquitectura barroca: la luz.

La fachada de Il Gesu es de Giacomo della Porta, quien fue el introductor de algunos detalles de decoración poco clásicos, que muestran los progresos del barroquismo, pese a que esta fachada es del año 1573. Hay encima de la puerta un escudo del que cuelgan unas guirnaldas, dentro del estilo de Miguel Ángel, aunque más complicado y retorcido. La disposición general de aquella fachada es todavía la propuesta por León Bautista Alberti en Santa Maria Novella de Florencia, que se conservaba por tradición desde el siglo anterior: un cuerpo bajo, con un orden de pilastras, y un cuerpo superior que termina en un frontón. Como el cuerpo bajo es más ancho, porque tiene la amplitud de las tres naves (o de la nave central y las capillas), y el superior no tiene más anchura que la de la nave central, estos dos pisos están reunidos por una curva ondulada que acaba en dos volutas. Así, el cuerpo alto se ensancha ingeniosamente para combinarse con el piso inferior. Esta solución, popularizada por los libros de los tratadistas del Renacimiento, logró singular fortuna.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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