En tiempo de Constantino se había
construido en el Vaticano una primitiva basílica de cinco naves. El Papa
humanista Nicolás V fue el primero que sintió deseos de derribarla para
sustituirla por otra más moderna, y en un volumen anterior se ha hecho mención
de cómo, habiendo llamado a Roma a su amigo León Bautista Alberti, éste dio la
traza de los cimientos del ábside nuevo. Pero ninguno de sus sucesores se ocupó
ya en el proyecto. En los frescos del Pinturicchio, de la Biblioteca
Piccolomini, en la catedral de Siena, se ve pintado el interior de la basílica
constantiniana de San Pedro, con el mosaico del ábside aún intacto. Julio II
decidió que la iglesia romana que se levantase sobre el sepulcro del príncipe
de los Apóstoles no tenía que ser una vieja y venerable basílica llena de
reliquias, sino un templo colosal, único en el mundo por su riqueza y
dimensiones, encarnación de la Iglesia católica triunfante.
Dos años después de haber sido
promovido al pontificado, en 1505, convocó una especie de concurso privado para
examinar el nuevo proyecto y, según dice Vasari,
con sorpresa de todo el mundo predominaron las ideas de un arquitecto llegado
de Milán, Bramante,
establecido en Roma hacía pocos años, y ajeno a la camarilla de artistas
florentinos que rodeaban a Julio II ya desde antes de su elección, cuando sólo
era cardenal. Las ideas de Bramante, modificadas en algunos detalles,
perduraron como una obsesión en el ánimo de los que le sucedieron en la
dirección de la obra. El, por su parte, desde aquel momento ya no pensó en otra
cosa que, en la gran iglesia, y los papas le albergaron en el Vaticano hasta
que murió, reservándole una habitación en las dependencias del Belvedere.
Bramante había nacido cerca de
Urbino en 1444, y allí, en la escuela de Luciano Laurana, el exquisito
dibujante del Palazzo Ducale, aprendió una elegancia que no debía abandonar
nunca, ni al proyectar edificios gigantescos como la iglesia de San Pedro. De
Urbino pasó a Milán hacia 1482, dejando testimonio de su paso en la iglesia de
San Sátiro y en Santa Maria delle Grazie, y de Lombardía recibió lecciones de
energía y audacia.
Templete de San Pietro in Montorio de Bramante, en Roma. Es la segunda obra del arquitecto en esta ciudad. Recinto pequeño y circular, que señala el inicio del estilo renacentista genuinamente romano.
La iglesia de San Sátiro era un pequeño templo circular prerrománico, del siglo IX. Bramante lo remodeló exteriormente (respetando su interior carolingio) y, junto a él, construyó la iglesia de Santa María presso San Sátiro, cuyas obras ya estaban iniciadas. Se trata de una iglesia con planta de cruz latina, para uno de cuyos brazos (precisamente el correspondiente al presbiterio y al ábside) no había espacio a causa de la posición de la calle adyacente. Bramante salvó la dificultad insuperable valiéndose de un recurso eminentemente pictórico: sugirió la existencia del espacio gracias a un efecto óptico de perspectiva conseguido con molduras y pintura sobre estuco. El trompe l’oeil, concebido por Bramante, sustituye el espacio real, que no existe, por la ilusión del espacio: es un fantástico espectáculo óptico.
Su otra obra milanesa, Santa
Maria delle Grazie, fue también la conclusión de un edificio iniciado por otro
arquitecto: Guiniforte Solari, que había construido una hermosa iglesia de tres
naves a la que sólo faltaba la cabecera. Cuando, hacia 1492, Bramante recibió
el encargo de continuarla, resolvió el contacto entre ambas construcciones
utilizando el mismo ritmo geométrico, pero agigantando osadamente los órdenes
hasta transformarlo en algo propio, magistral. Así, las tres naves de Solari
son coronadas por un alto espacio cúbico sobre el que se alza una cúpula con un
elevado tambor. Las tres caras exteriores del cubo están ocupadas por tres
elevados ábsides semicilíndricos. Bramante construyó al lado un maravilloso
claustro con arcos “a la Brunelleschi”, desde el que se puede contemplar su
obra con mucho mayor emoción que desde el bullicioso Corso Magenta contiguo.
Después de casi veinte años de
trabajo en Milán, en el ambiente difícil creado por Ludovico Sforza, su señor
-ambiente que ya obligó a Bramante a huir momentáneamente en 1493, para
protestar de las modificaciones que se introducían en su proyecto para Santa
Maria delle Grazie-, Bramante se trasladó a Roma, última y trascendental etapa
de su actividad.
Serlio ha dejadao escrito que
Bramante empezó como pintor; pero se puede asegurar que sólo cerca de los
sesenta años, edad que tenía cuando llegó a Roma, acabó de formarse su
espíritu. Las ruinas de la antigüedad le hicieron estremecer como si fuera un
joven de veinte años, despertando en él un afán ardiente de imitar a los antiguos,
no sólo en los detalles, como habían hecho los decoradores cuatrocentistas,
sino en su ordenación general y en los procedimientos constructivos. Quedan en
Roma dos obras suyas anteriores a los proyectos de la fábrica nueva de San
Pedro.
Una de ellas es un claustro de la
iglesia de Santa María de la Paz iniciado para el cardenal Carafa en el verano
del año 1500. Se trata de una pura superposición de galerías: la inferior, de
simples arcos de medio punto; la superior, con columnitas jónicas y pilastras
alternadas, sin ningún adorno, ya despojadas de la profusión de guirnaldas,
palmetas y medallones con que los arquitectos cuatrocentistas trataban de
vestir a lo clásico sus edificios, todavía excesivamente complicados.
La segunda obra de Bramante en
Roma es el templete de San Pietro in Montorio, que pasa por ser el punto de
partida del estilo genuinamente romano del Renacimiento. Es un pequeño edificio
circular, rodeado de un pórtico de columnas toscanas; el cuerpo central se
eleva más, formando un segundo piso con ventanas y rematado con una cúpula
esférica. Aquí, lo interesante es la disposición general y su estructura tan
clásica. Este templete, minúsculo por su tamaño, pero inmenso por su
perfección, fue erigido en el año 1503, por deseo de los Reyes Católicos, en el
lugar donde, según la tradición, había sido crucificado y decapitado San Pedro.
El elegantísimo peristilo
circular de dieciséis columnas está colocado sobre un pequeño basamento, y
sostiene un friso con triglifos y una diminuta balaustrada que ciñe el cuerpo
superior como un cinturón transparente. Es el templo platónico ideal, soñado
por el platonismo cristiano de Marsilio Ficino y sus contertulios florentinos
del palacio Médicis, tal como lo vemos imaginado en pinturas del Perugino y en los célebres Desposorios de la
Virgen, de Rafael.
Estos dos edificios secundarios
hablan en todos sentidos de lo que fue la preocupación principal de Bramante en
Roma. Porque de su gran obra del proyecto de la iglesia nueva de San Pedro
habrá que enterarse haciendo un trabajo de crítica mental, apartando con la
imaginación todo lo que fue añadido por los que le sucedieron en la dirección
de la obra y agregando las partes que éstos quitaron o modificaron.
Afortunadamente, en el archivo de dibujos que los Médicis reunieron en
Florencia, quedan multitud de estudios, en los que pueden sorprenderse las
ideas de Bramante para la elaboración de San Pedro. Queda también una planta
completa en un gran pergamino, dibujado sólo en una mitad, pero que ofrece
todos los detalles de aquel conjunto lleno de simetría. La tinta pardusca
descolorida marca, en contorno trazado con gran precisión, el plan de un
edificio cuadrado con una cúpula central. Cuando se levantan los ojos del
pergamino, parece como si buscaran en los aires un gran templo con pórticos,
abiertos en las cuatro fachadas, y cinco cúpulas, una de ellas central, mayor,
que remata el conjunto.
Esta planta de Bramante, con sus
cinco cúpulas, tiene algo de bizantina; recuerda las descripciones de la
iglesia de los Santos Apóstoles, en Constantinopla, y la de San Marcos de
Venecia. Al cabo de diez siglos se repetía el mismo problema de construir un
templo que fuera el mayor de la Cristiandad, y tanto los arquitectos de Santa
Sofía como los de San Pedro de Roma adoptaban la idea de la cúpula como motivo
predominante. Ya se ha visto que la cúpula de Brunelleschi, en Florencia, se
levanta sobre una iglesia de tres naves y que la solución tiene algo de
improvisación medieval. Bramante se complace en atacar de nuevo el problema;
dando un empuje igual en todos sentidos, parece que racionalmente reclama una
planta cuadrada o circular para apoyarla por igual en todo su alrededor.
La solución de planta
concentrada, bizantina, de Bramante
para San Pedro de Roma no parecerá tan extraña si se advierte que, viniendo de
Milán, había de tener muy presentes algunos edificios semibizantinos de Venecia
y paleocristianos del mismo Milán y de Lombardía, y acaso también las iglesias
de Ravena. Roma le deparó ocasión grandiosa para desplegar todo su genio. Según
él mismo decía, su idea era colocar la cúpula esférica del Panteón sobre el
cruce de dos grandes naves con bóveda de cañón, como las de la basílica de
Constantino.
Estas dos naves, formando una
cruz griega, terminarían interiormente en cuatro ábsides, y con un pórtico a
cada lado formarían las fachadas. En los cuatro espacios que quedaban
diagonalmente en los cuatro ángulos de las naves en cruz, habría cuatro cúpulas
menores y cuatro salas para sacristías. Para disimular las enormes masas de los
pilares y los muros pensaba valerse de grandiosos nichos, como los que podían
verse, todavía, en las construcciones romanas.
Aunque la obra no se llegó a
ejecutar según esta disposición, parece que los artistas de la época se
hicieron cargo perfectamente del proyecto y en pequeño lo realizaron en
iglesias rurales que hoy resultan preciosas, porque nos dan un reflejo de lo
que hubiera sido San Pedro, de haberse seguido el proyecto primitivo. Así son,
con una cúpula sobre los cuatro brazos de una cruz griega, la iglesia de Santa
María de la Consolación, en Todi, y la de San Blas, en Montepulciano, ambas
vecinas a Roma. La primera fue comenzada por Cola di Mateuccio, natural de
Caprarola, en 1508, y la segunda es obra del florentino Antonio da Sangallo, lo
cual prueba que las ideas de Bramante eran admitidas sin vacilación.
El propio Julio II hizo acuñar
una medalla con su retrato en una cara y en la otra una vista de la iglesia,
como si estuviera ya terminada, con la leyenda: Templi Petri instauratio. Se colocó la primera piedra el día 18 de
abril del año 1506. El propio Papa descendió a la enorme excavación practicada
para los cimientos de la nueva iglesia, y después de proclamar allí las
indulgencias concedidas a los bienhechores de la obra, regresó en procesión con
la cruz alzada a su palacio del Vaticano.
Los trabajos comenzaron por la
parte posterior: el ábside y los pilares de la cúpula. Julio II dejó que Bramante
derribara todo lo que fuera preciso de la antigua basílica paleocristiana,
construida entre el 324 y 330, bajo Constantino. Tan sólo se le impuso la
prohibición de tocar el lugar central, donde está la confesión de San Pedro, una especie de pozo que nunca había sido
violado y en el que se han realizado recientemente excavaciones en busca del sepulcro
del cuerpo del Apóstol. Por mucho tiempo el culto se practicó en lo que quedaba
en pie de la antigua iglesia; más tarde se hizo una capilla provisional sobre
el sepulcro, hasta que la basílica quedó del todo terminada. Una mínima parte
de lo que se creyó digno de conservarse se almacenó, con el mayor desorden, en
los subterráneos que quedan entre el pavimento antiguo y el de la actual
basílica, mucho más alto.
Allí hay fragmentos de esculturas
de las tumbas de los pontífices, de ciertos altares y el sepulcro de Otón II,
que estaba en el patio, ante la fachada de la iglesia. Pero toda la decoración
de los antiguos mosaicos cristianos, los frescos de Giotto y
otras bellas obras del primer Renacimiento cuatrocentista, fueron destruidos
sin respeto. El pueblo de Roma y las personas cultas, entre ellas algunos
cardenales, no presenciaron indiferentes aquel vandalismo; imponíase la excusa
de que la vieja construcción amenazaba ruina, pero, así y todo, se elevaron
veces de protesta, sobre todo contra Bramante."El hubiera destruido a Roma
entera y el Universo si hubiese podido", dice un escritor de la época. La
gente del pueblo, tan aguda y maliciosa en la vieja Roma, decía en sus sátiras
que Bramante tendría que quedarse fuera del cielo, porque San Pedro, irritado
por haberle destruido su vieja basílica, no le dejaría entrar.
A la muerte de Bramante en 1514
le fue encargada a Rafael la dirección de la nueva iglesia, por creerse que
sería el que más fielmente podía desarrollar el proyecto. Rafael venía también de
Urbino, y su carrera en la Corte pontificia, al decir de Vasari, había
comenzado con la protección del gran arquitecto. Pero Rafael no era el genio
más indicado para una construcción tan gigantesca, y aunque le auxilió el gran
arquitecto florentino Antonio da Sangallo, las obras no avanzaron mucho.
Por fin, muerto Rafael y años
después Antonio da Sangallo, nadie pareció capaz de llevar a buen término la
construcción sino Miguel Ángel, que sobrevivía a todo el mundo, creciendo cada día más su
reputación. "Habiendo muerto Antonio da Sangallo el año 1546 -dice Vasari-
y faltando quien dirigiese la fábrica de San Pedro, hubo diferentes pareceres,
hasta que Su Santidad, inspirado por Dios, resolvió confiarla a Miguel Ángel,
el cual rehusó diciendo, para excusarse de esa carga, que no era su arte el de
la arquitectura. Finalmente, no admitiendo sus escrúpulos, el Papa le mandó que
la aceptase, por lo que, muy contra su voluntad, tuvo que entrar en aquella
empresa ... "
Suprimió Miguel Ángel infinidad
de detalles del último proyecto de Sangallo, torres y más torres, agujas y
columnatas del exterior, que quitaban a la iglesia la simplicidad clásica, pero
que, siendo motivo de gastos cuantiosos, parecían complacer a los
administradores de la fábrica, concitándose con esto la animosidad de los que
veían su provecho en dar largas a la construcción, en cuyos trabajos se llevaba
empleado ya cerca de medio siglo. Y para desvanecer toda sospecha de venalidad,
Miguel Ángel exigió que en el motu propio
en que se le nombraba director de la obra, con entera autoridad para hacer y
deshacer, añadir y quitar, se hiciese constar que él servía allí a la Iglesia
sin ninguna recompensa y sólo por el amor de Dios. El papa Paulo III, que veía
en el glorioso escultor el genio que convenía para terminar la obra, sostuvo
siempre a Miguel Ángel contra las intrigas de sus enemigos. "Vuestro
cometido -decía el escultor a los administradores en el año 1551- es tener
cuenta de que lleguen las limosnas y vigilar que no las distraigan los ladrones;
el plan y los dibujos de la iglesia corren, en cambio, de mi cuenta."
La intervención de Miguel Ángel
en el proyecto de San Pedro consiste, pues, principalmente, en simplificar la
planta, esto es, la idea general de Bramante, quitando elementos accesorios que
debilitaban la construcción, pórticos y aberturas que reducían la resistencia
de los muros. En cambio, levantó la cúpula a una altura mucho mayor de la
proyectada. Bramante había querido repetir la cúpula romana del Panteón,
grandiosa por dentro, pero sin visualidad por fuera. Miguel Ángel la sustituyó
por una cúpula como la de Santa María de Florencia, y así lo que quitaba al
edificio en extensión, se lo daba en altura. Sin duda, lo que caracteriza hoy
exteriormente la iglesia de San Pedro de Roma es la cúpula, con su altura
colosal de 131 metros, dominando todo el edificio.
Miguel Ángel murió en 1564,
cuando la cúpula estaba solamente en el arranque, pero dejó un modelo
detallado, que se conserva todavía. Su sucesor en la dirección de la obra fue
su discípulo predilecto Giacomo della Porta, quien no se contentó con proveer
discretamente a las grandes dificultades de la construcción de la bóveda
colosal, sino que además alteró con gracia la linterna superior, haciéndola más
rica y complicada, ya casi barroca. Esta ligera nota más moderna, en lo alto de
la curva superficie gris de la cúpula, cubierta de planchas de plomo, acaba de
completar la belleza de aquella magnífica obra.
Vista desde lejos, la cúpula de
San Pedro se distingue sobresaliendo de la llanura poco accidentada del Lacio;
es lo que caracteriza más el paisaje de Roma. Como la ciudad queda a un lado
del Vaticano, el sol en Roma se pone siempre por detrás de aquella cúpula,
recortando su silueta en los bellos y diarios crepúsculos luminosos. Cientos de
romanos se reúnen cada atardecer, desde hace siglos, en las terrazas de los
jardines del Pincio, al otro lado del Tíber, frente al Vaticano, para
presenciar este soberbio espectáculo ofrecido por la conjunción de la
naturaleza y del ingenio humano.
Es, verdaderamente, una entidad
moral dotada de espíritu propio, tan parecida y tan distinta de la cúpula de
Florencia y de todas las que se hicieron después, a su imitación.
Fue tal el efecto que la cúpula
de San Pedro produjo en los artistas, que a partir de la mitad del siglo XVI no
hay iglesia, por grande o pequeña que sea, que no quiera tener también su
cúpula, en testimonio de admiración de la de San Pedro de Roma. No sólo en
Italia, sino en todos los demás países adonde llegó el Renacimiento, en iglesias
rurales de ladrillo, revestidas de estuco, o en grandes monumentas como la
iglesia de El Escorial, y más tarde también en la de los Inválidos, de París,
siempre se repite el mismo tema: una iglesia en planta de cruz con una cúpula
sobre un tambor cilíndrico en el crucero.
Además de la cúpula, puede
decirse que, a excepción de la fachada, todo el exterior de la iglesia de San
Pedro es obra de Miguel Ángel; la que había proyectado Bramante hubiera sido
absolutamente distinta, con sus múltiples pórticos y galerías abiertas. En el
ábside de San Pedro es donde se comprende el estilo propio de Miguel Ángel como
arquitecto. Los altísimos muros curvos de los ábsides rematan en un
simplicísimo ático horizontal, que debía dar la vuelta a todo el templo,
sostenido aparentemente por colosales pilastras corintias, también de toda su
altura. En los espacios lisos se abren balcones y ventanas, de formas civiles,
laicas, pero tan grandiosos, que vuelven a dar al edificio el carácter de
religiosidad que habría perdido, en otras condiciones, con aquellas aberturas
domésticas y mundanas.
⇨ Iglesia de Il Gesu, en Roma. Iniciada en 1568 por Giacomo da Vignola, este discípulo de Miguel Ángel concibió una nave única cubierta por una bóveda de cañón de 18 metros de luz, con cuatro capillas intercomunicadas a cada lado y un transepto alineado con los muros exteriores de éstas.
La obra de Miguel Ángel en San
Pedro generalmente queda olvidada detrás de la impresión barroca de la plaza y
la fachada, ejecutadas mucho más tarde; pero al dar la vuelta al edificio, si el
ánimo no está ya cansado por tantas sensaciones diversas, al ver la iglesia
enorme, con sus muros severamente arquitectónicos, y al elevar la vista hasta
la altísima comisa, recorriendo con la mirada aquellos lienzos de piedra,
únicos en el mundo por sus dimensiones y nobleza, uno vuelve a sentir el mismo
efecto de emoción religiosa que producen las catedrales de la Edad Media.
Miguel Ángel consiguió, con su espíritu elevado, dar un sentido nuevamente
místico a la obra fastuosa que proyectó realizar la Roma pagana del
Renacimiento.
En las obras de San Pedro se
formaron los arquitectos de la escuela romana. Uno de los discípulos de Miguel
Ángel, Giacomo da Vignola (1507-1573), divulgó sus principios en un Tratado de Arquitectura. Vignola es el
arquitecto de la iglesia de Il Gesu o de Jesús, en Roma, también con una cúpula
y una sola nave con capillas laterales, que aparece como el desarrollo final de
la idea iniciada por León
Bautista Alberti en la iglesia de San Andrés de Mantua. El crucero, ancho,
está iluminado por la cúpula; la bóveda, de medio punto, se contrarresta por
grandes contrafuertes entre los que hay espacio para albergar las capillas
laterales.
Iglesia de Il Gesu, en Roma. La fachada fue realizada por Giacomo della Porta, entre 1573 y 1 584 como continuación de la obra comenzada por Vignola. Esta fachada había de servir de modelo durante casi cuatro siglos a todas las iglesias de los jesuitas de Europa. Desarrollando un tema de Alberti, esta fachada soluciona el problema de proyectar al exterior las dimensiones desiguales de una nave central muy alta y dos naves laterales enormemente bajas en comparación. Las extraordinarias volutas laterales son pues, más que un elegante motivo decorativo barroco, una solución estructural.
⇨ Iglesia de Il Gesu, en Roma. En el interior de la iglesia, una cúpula impresionante se eleva sobre el crucero, iluminando el presbiterio. A ambos lados, unas pilastras adosadas y arcos de medio punto dan paso a las capillas que quedan en la penumbra, en tanto que la nave recibe la luz por los lunetas, las ventanas y la cúpula.
Este interior, iniciado en 1568,
sirvió de modelo a miles de iglesias barrocas distribuidas por toda Europa,
cuyas raíces hay que buscarlas en la arquitectura católica de la
Contrarreforma. Este movimiento religioso, dirigido por los jesuitas,
necesitaba durante el último período del Renacimiento amplias salas sin
columnas, aptas para la predicación. El paso decisivo marcado por Il Gesu de
Vignola respecto a San Andrés de Mantua, de Alberti, viene determinado por el
papel de la cúpula como elemento distribuidor de la luz, que cae a raudales de
la misma, en contraste con la iluminación moderada de la nave y del
presbiterio. Así, por primera vez, aparece en la organización de un espacio
interior este elemento que sería de capital importancia en la arquitectura
barroca: la luz.
La fachada de Il Gesu es de
Giacomo della Porta, quien fue el introductor de algunos detalles de decoración
poco clásicos, que muestran los progresos del barroquismo, pese a que esta
fachada es del año 1573. Hay encima de la puerta un escudo del que cuelgan unas
guirnaldas, dentro del estilo de Miguel Ángel, aunque más complicado y retorcido.
La disposición general de aquella fachada es todavía la propuesta por León
Bautista Alberti en Santa Maria Novella de Florencia, que se conservaba por
tradición desde el siglo anterior: un cuerpo bajo, con un orden de pilastras, y
un cuerpo superior que termina en un frontón. Como el cuerpo bajo es más ancho,
porque tiene la amplitud de las tres naves (o de la nave central y las
capillas), y el superior no tiene más anchura que la de la nave central, estos
dos pisos están reunidos por una curva ondulada que acaba en dos volutas. Así,
el cuerpo alto se ensancha ingeniosamente para combinarse con el piso inferior.
Esta solución, popularizada por los libros de los tratadistas del Renacimiento,
logró singular fortuna.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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