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Artistas de la A a la Z

El apogeo de Lagash

La escultura neosumeria la conocemos, sobre todo, por los hallazgos de Lagash, ciudad cuyos soberanos jamás se atribuyeron el título de rey, sino el de patesi o gobernador. Del primero, Ur-Bau, el Musée du Louvre posee una estatua sin cabeza; pero el más importante fue el séptimo, según las listas antiguas, llamado Gudea. Este patesi, que gobernó Lagash durante poco más de quince años, construyó templos y palacios y nos ha dejado una prodigiosa serie de retratos suyos que constituyen quizás el conjunto escultórico más impresionante debido a la voluntad de un solo individuo. Se conocen hoy más de treinta de estas estatuas esculpidas en duras y brillantes rocas volcánicas: diorita azul o dolerita negra.

Patesi Gudea (Musée du Louvre, París). Escultura del célebre patesi o gobernador sumerio de Lagash hacia 2200 a.C. Lleva en la cabeza una banda geomé­trica usada en ciertas ceremonias religiosas y en el faldón figura el texto de las plegarias. A pesar de la desproporción de tronco y extremidades y de la cabeza hundida entre los hombros, se aprecia la fuerza muscular de este príncipe que no quiso ser idealizado. Se conocen más de treinta estatuas similares de este personaje hermético que viste siempre austeramente como un monje.
Estatua de Gudea, patesi de Lagash
(Musée du Louvre, París). Llamada tam-
bién estatua anepigráfica, aquí el perso-
naje está en actitud de adoración y se
remonta al siglo XXII a.C. La serena ma-
jestad y el intenso fervor religioso que re-
fleja esta imagen están de acuerdo con
ese gobernador, cuyas inscripciones le
proclaman repetidamente "mantenedor
del orden y la justicia", y que sabemos se
entregó por entero a las tareas de la paz,
poniendo freno absoluto a sus ambiciones
personales.
En todas ellas, el patesi Gudea aparece vestido como un monje, con una túnica que deja descubiertos el hombro y el brazo derechos, y siempre con las manos juntas en actitud de oración. Muchas de ellas están decapitadas, pero también se ha conservado alguna cabeza suelta como la extraordinaria del Museo del Louvre, llamada cabeza con turbante. La finura de los detalles, como los dedos, los labios y las cejas, y algunos músculos sutilmente acentuados en el cuerpo, contrasta con la severa sencillez de la túnica. Todas las estatuas de la serie producen una impresión no sólo de serena majestad, sino también de intenso fervor religioso. En la época de Gudea, la ciudad de Lagash disfrutó de los beneficios de la paz y de una extraordinaria prosperidad. Este príncipe de ojos fijos, pómulos salientes, boca finamente dibujada y barbilla voluntariosa, tenía como ideal de gobierno el orden y la justicia, que proclama repetidamente en sus inscripciones.

La casualidad ha querido que llegase hasta nosotros uno de los objetos más sagrados del ajuar de Gudea: el vaso de libaciones que utilizaba en las ceremonias religiosas. Se trata de un cubilete de piedra, cuyos relieves nos informan de que, pese a la humanización de los dioses introducida en el intermedio acadio, los antiguos monstruos divinos no habían desaparecido totalmente. En el vaso de libaciones de Gudea figuran dos dragones de pie que sujetan una lanza con las patas delanteras. Son monstruos terroríficos con cabeza de serpiente, cuerpo de felino, alas y garras de águila y cola de escorpión. Ambos dan guardia a un bastón en el que se enroscan dos serpientes cuyas cabezas ascienden hasta el borde del vaso como si quisieran abrevarse en el líquido ritual. Este símbolo sagrado es ya idéntico al caduceo del griego Esculapio, utilizado por los mé­dicos antiguos, y que todavía hoy sigue siendo emblema de los farmacéuticos.

Cabeza de Gudea (Musée du Louvre, París). Llamada también cabeza con turbante, esta escultura en diorita, que representa al legendario gobernador de Lagash, está datada hacia el año 2120 a.C.
Hombre con las manos entrelazadas (Musée du Louvre, París). Escultura en diorita procedente de Lagash, que representa a un personaje, que parece estar en actitud de orar.
Las excavaciones de la antigua Lagash han prorcionado varias estatuas que no son retratos de reyes: hombres jóvenes, con el rostro y el cráneo totalmente afeitados, y diversas representaciones de mujeres, como la llamada La mujer del aríbalo, del Musée du Louvre. La más importante de todas las representaciones femeninas es una figura también del Louvre, con las manos unidas, en la misma po­sicón que las de Gudea, vestida con túnica y manto engalanados con cintas de bordados y cuyos callos rizados cubre una toca sujeta con una cinta. El aire majestuoso de esta imagen y cierto sentido místico que se desprende de ella, acentuado por la posición de orante que adoptan sus manos, ha hecho que muchos arqueólogos la identificasen como la esposa del propio Gudea.
Vaso de libaciones de Gudea (Musée du Louvre,
París). Procedente de Lagash, esta pieza es de
esteatita y está fechada en el siglo XXII a.C.
La representación de divinidades repite la tradi-
ción antigua de los vasos de piedra con relieves.
Dos serpientes enlazadas alrededor de un bastón
se levantan hasta el borde del vaso, mientras dos
dragones alados montan guardia, sujetando con
sus patas delanteras una lanza. El animal, atribu-
to del dios, protege a Gudea asegurándole la fer-
tilidad del país.

Lagash, localizada en la actualidad en Tell El-Hiba, en Iraq, fue una de las ciudades antiguas de Sumeria. Estaba situada al noroeste de la unión del Éufrates con el Tigris y al este de Uruk, y pese a no ser la más importante de las ciudades-estado meopotámicas, la gran cantidad de escritos y restos arqueológicos encontrados en el siglo XIX ha aportado muchos datos acerca de su historia.

Gracias a las inscripciones que nos han llegado, nos podemos hacer una idea muy aproximada de la gran actividad económica que emprendió Gudea y de las relaciones comerciales que llevó a cabo para la obtención de las diferentes materias primas y productos necesarios para sus amplias empresas constructoras. Así, algunas de las zonas de las que llegaron a Lagash piedras, metales y maderas fueron: la India, Arabia, el golfo de Omán, Asiria, Éufrates medio y alto y quizá Capadocia.

Realizó también una serie de reformas administrativas -pesos y medidas, reajuste del calendario- y legislativas -protección de las gentes desfavorecidas- que redundaron en beneficio de sus 216.000 súbditos. Se dice que fue el prototipo de príncipe piadoso, justo, sabio y perfecto.

Gudea consolidó las murallas de sus ciudades, reparó y construyó canales, realizó obras de saneamiento y dedicó especial interés a las construcciones religiosas. Templos como el de Eninnu, del dios Ningirsu; el Etarsisir de la diosa Baba; el templo de a diosa Gatumdu y el Ebagara, de Ningirsu, evidencian su actividad. Asimismo, el gran número de estatuas y objetos artísticos que destacan tanto por su calidad plástica como por los materiales en que fueron ejecutados, han demostrado el altísimo nivel cultural y económico que tuvo Lagash a finales del III milenio.

Estas estatuas estuvieron destinadas a templos que se había ordenado edificar o restaurar, y fueron dedicadas a diferentes divinidades. También ordenó esculpir siete estelas para ser colocadas en el Eninnu de Girsu, riqueza artística a la que se suman infinidad de objetos menores perfectamente trabajados. La actividad literaria de la época quedó reflejada asimismo en textos sobre construcción, estatuas, estelas, himnos y sellos.

La Mujer de la toca (Musée du Louvre, París). Procedente de Telloh, la antigua Grisú, en este buso de esteatita verde se ha querido ver un retrato de a esposa de Gudea, realizado hacia 2150-2130 a.C. Se trata desde luego e una dama de alcurnia a juzgar por su vestido de dos piezas, con adorno sencillo aunque elegante y el collar rígido de varias e vueltas que le rodea el cuello. Una austera toca, sujeta con una cinta, le vela el cabello como un símbolo de castidad.
La Mujer del aríbalo (Musée du Louvre, París). Figura mucho menos elaborada que la de Gudea, esta escultura procede de Lagash y está fechada hacia 2200 a.C.

Soldado con prisionero (Musée du Louvre, París). Relieve de terracota del período de las dinastías amorritas (2000-1595 a.C.), procedente de Bagdad.
La recuperación de más de treinta estatuas personales, relieves, estelas, estatuillas fundacionales, cilindros-sellos, vasijas y otros objetos menores que han permitido por su estilo unitario ser catalogados como de tipo Gudea, han contribuido a su popularidad y sobre todo a la aureola de devoto con la que quiso pasar a la historia.

La trascendencia de Gudea se plasmó en la elevación de tal personaje a la categoría de dios, recibiendo culto en templos y capillas levantados a propósito. Para el pueblo llano, Gudea también fue un personaje popular, dado que algunos textos recogen su nombre adoptado como onomástico por diferentes personas. Durante su reinado, Lagash vivió su último y gran apogeo.

La ciudad de Lagash se remonta a los orígenes de la civilización mesopotámica y surge por el contacto con el mar a través de la navegación fluvial de poblaciones originariamente agrícolas, a las que se sumaron marinos y artesanos. Es uno de los asentamientos que registran desde más antiguo formas de propiedad individual cuyos detentadores se hacían conocer a través de sellos. Estos sellos favorecieron el desarrollo de una escritura pictográfica primero y cuneiforme después. Se trata de una sociedad agraria y teocrática, pero con un desarrollo de la propiedad privada, los contratos e incluso hipotecas, lo que habla de avanzados mecanismos institucionales.

Carro de guerra (Musée du Louvre, París). Modelo de terracota del período de las dinastías amorritas (2000-1595 a.C), decorado con figuras en relieve.
Tanto en Lagash como en las demás ciudades, se concebía a los hombres al servicio de los dioses. Esto se expresaba mediante el cuidado de los templos y el culto religioso escrupulosamente regulado por el clero, Todos los sumerios eran devotos de los mismos dioses pertenecientes al panteón politeísta presidido por Enlil. Pero a su vez existía la figura de un dios protector de cada ciudad que valía como arma ideológica -en el enfrentamiento entre Lagash y Umma-, por ejemplo, el favor de Ningirsu, dios de la guerra y protector de Lagash, habría posibilitado la victoria sobre Umma, mientras que desde la óptica de la ciudad derrotada, la lectura del gobernante atribuía la responsabilidad a sus súbditos, quienes con su proceder habrían causado el rechazo de su dios protector.

Otros dioses a los que se rindió culto en Lagash fueron Inanna, diosa de la reproducción y la lucha; Ninkhursag, divinidad agrícola; Gatumdu, diosa de la fecundidad y fertilidad; Nisaba, diosa de la escritura y las actividades intelectuales.

La sociedad se estructuraba en clases: eran libres los dirigentes, sacerdotes y funcionarios, semilibres los que vendían su trabajo y esclavos los prisioneros y condenados. Contaba asimismo con el en -representante de la deidad y responsable de la organización religiosa, así como de la planificación del sistema hidráulico para la mejor explotación de las tierras que administraba el templo-, con el lugal o rey -la más alta autoridad civil-, con el ensi -especie de príncipe equivalente a la categoría de gobernador- y con un ejército cada vez mejor establecido.

Ruinas de construcciones elamitas, en Susa. Situados en territorio iraní, éste es el aspecto que ofrecen los restos que aún quedan en pie de las edificaciones, como los muros de ladrillos.
Las principales actividades económicas eran la agricultura y la ganadería, acampanadas de la artesanía. El hecho de carecer de algunas materias primas básicas y la posibilidad de comunicación que ofrecían los ríos, promovió el intercambio de productos a cambio de excedentes agrícolas. Lagash importaba sobre todo madera y piedra, ya que por estar asentada sobre una llanura fluvial carecía de estos materiales. Los metales procedían de Asia Menor y el oro de Egipto, que recibía a cambio lana y cereales.

En cuanto a la administración, la jerarquía en base a reyes se instauró como consecuencia de la rivalidad entre ciudades, con una clase dominante representada por sacerdotes y nobles terratenientes. Sin embargo, el constante desarrollo del comercio hizo que la burguesía fuera adquiriendo una importancia cada vez mayor y provocó entre ésta y las clases privilegiadas conflictos sociales que llevaron a una reforma igualitaria, durante el reinado de Urukagina. Se estableció una primera codificación y al triunfo del individualismo jurídico correspondió el advenimiento de un sistema económico liberal.

Zigurat de Choga Zambil, cerca de Ahvaz. Construido por el rey elamita Untash-Huban hacia el año 1250 a.C., este zigurat es una de las edificaciones de este tipo mejor conservadas, ya que aún permanecen en pie tres de las cinco escaleras originales.
El desarrollo de la literatura varía según las dife­ntes etapas. Durante el dinástico arcaico, en La­gash la escritura se centra sobre todo en cuestiones económicas y administrativas. Y es durante el reinado de Gudea de Lagash cuando se componen obras de alta calidad literaria tales como el himno a la construcción de Eninnu, templo del dios Ningirsu. Lo mismo sucede en cuanto a las artes, impulsadas por Gudea mediante construcciones arquitectónicas en honor a dioses y esculturas que constituyen los mejores ejemplares de la estatuaria mesopotámica de todos los tiempos.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat.

La caída de Ur

La III Dinastía de Ur fue la última de las dinastías sumerias. Shulgi, hijo, como ya hemos mencionado, de Ur-Nammu, fundador de la dinastía, seguramente fue asesinado por tres de sus hijos, que fueron los que, uno a uno, le sucedieron en el poder: Amar-Sin -que reinó nueve años-, Shu-Sin -que reinó también nueve- e Ibbi-Sin. Este último gobernó veinticuatro, y fue durante su reinado cuando se produjo la caída del imperio.

Zigurat de Choga Zambil, cerca de Ahvaz. Vista aérea de la edificación, situada en la banda derecha del río Ab-e Diz, y punto focal de la ciudad de Dur Untashi. La gigantesca montaña artificial está rodeada por u na muralla exterior y otra interior. 
Ya durante el mandato de Shu-Sin el peligro amenazaba Sumer, por lo que se edificó el llamado Muro de Amurra, para mantener apartado al pueblo semita de los amorreos que merodeaban por la zona. Luego su hermano Ibbi-Sin se dedicó al menos tres años a reparar las fortificaciones de Ur y Nippur, a lo que sobrevinieron luchas y problemas. Uno fue que los amorreos franquearon el mencionado muro y se lanzaron sobre Sumer, asumiendo el control de las provincias norteñas del imperio.

Ante la crítica situación, Ibbi-Sin recurrió al comandante de sus tropas septentrionales, un amorreo de Mari, llamado Ishbi-Erra, con cuya ayuda pudo prolongar su reinado pero a costa de un elevado precio. Ishbi-Erra obtuvo a cambio el control total de la provincia de Isin y de la cercana capital religiosa de Nippur, la única que dispensaba la legitimidad monárquica. Poco después reclamaría también para sí la lealtad de las restantes provincias sumero-acadias.

Como es natural, semejante situación fue aprovechada por otras ciudades para obtener su propia independencia. En un comienzo, la medida fue no enviar los tributos debidos ni la mano de obra requerida para enfrentar las necesidades económicas y militares del imperio. Luego, los gobernantes sustituyeron en sus inscripciones y nombres personales el nombre del deificado Ibbi-Sin por el de sus divinidades locales. Al no obtener respuesta a estas acciones, se proclamaron reyes de sus respectivas ciudades y fecharon los años con sus propios nombres y no con el de Ibbi-Sin.

Estas usurpaciones se produjeron primero en las ciudades alejadas, tales como Assur, Eshnunna, Der y Susa. Pero en poco tiempo sucedió también en las ciudades más próximas como Lagash, Nippur y Umma. Las deserciones se llevaron a cabo en cadena, y no sólo debilitaron el poder central sino que provocaron serios golpes al conjunto de la economía de Sumer. La interrupción de los tributos produjo una inflación de un sesenta por ciento, aproximadamente, lo que tuvo como consecuencia directa una formidable carestía de productos básicos.

Zigurat de Choga Zambil, cerca de Ahvaz. Inscripciones cuneiformes incisas en un ladrillo de adobe, en las que se puede leer el nombre del rey elamita Untasha Gal, fechadas hacia 1300 a.C. 
        















De la difícil época que vivió el reinado de Ibbi-Sin han sobrevivido tres cartas, que aportan datos sobre las características de este período. Una de estas cartas es la respuesta a la petición de grano por parte del rey a Ishbi-Erra, respuesta negativa que da como excusa la no disponibilidad de barcos capaces de transportar el grano requerido a Ur. La segunda de las cartas fue enviada a Ibbi-Sin por el gobernador de Kazallu, Puzur-Numushda -llamado en ocasiones Puzur-Shulgi-, y por ella se conoce la secesión de Ishbi-Erra, declarado independiente en Isin desde donde se había apoderado de otras ciudades. La tercera es la respuesta del rey de Ur a Puzur-Numushda. En ella, un Ibbi-Sin creyente lamenta que Enlil le haya concedido la realeza a Ishbi-Erra ya que no es de naturaleza sumeria. Expresa su deseo de que, voluntad de los dioses mediante, los martu y los elamitas capturen al traidor Ishbi-Erra.

Lo cierto es que lshbi-Erra, ensi independiente, se había titulado dios de su país y rey del territorio, y había comprado la retirada de los martu o amorreos -según algunos no les pagó sino que logró expulsarlos-. De esta manera, el imperio de Ur quedó dividido en dos monarquías: por un lado la monarquía de Ur con Ibbi-Sin al frente de las escasas tierras de la capital y sus cercanías, y por el otro la de lsin, con el sublevado Ishbi-Erra a la cabeza. Este último detentaba el mando efectivo sobre la mayoría de las ciudades sumero-acadias.

Ruinas de las murallas de Choga Zambil, cerca de Ahvaz. A pesar del tiempo transcurrido, aún quedan restos de las murallas que rodeaban al zigurat. 
Tal era la situación cuando en el año veintiuno del reinado de Ibbi-Sin los elamitas, aliados con los subarteos, los sua y otras gentes de los Zagros, atravesaron el Tigris al mando de Kindattu, rey de Simashki, y se lanzaron sin miramientos contra Ur. Por entonces, Ibbi-Sin seguía contando con algunos ensi que eran afectos a su causa, y gracias a su ayuda logró contener y rechazar la invasión. No obstante, hubo una nueva embestida al cabo de tres años y en esta ocasión las consecuencias fueron fatales para Ur.

Los elamitas no sólo se apoderaron de Ur. Además la saquearon salvajemente, la destruyeron y al fin la incendiaron, para luego abandonarla dejando una pequeña guarnición junto a sus ruinas. El rey Ibbi-Sin fue trasladado como prisionero y murió en Ansham.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

El arte elamita

La historia conocida de los elamitas se remonta muchos años antes de su entrada triunfal en Ur, cuando pusieron punto y final a una de las civilizaciones más espléndidas de la Mesopotamia de la antigüedad y dieron inicio, de ese modo, a un pueblo que, no sin intermitencia se convirtió en una de las culturas más relevantes de su época en la región. Por lo tanto, y yéndonos a los albores de la cultura elamita, sabemos que hacia el año 2500 a.C. Eannatum de Lagash, como ya se ha mencionado anteriormente, nieto de Ur-Niná, logró hacerse con el control de los territorios dominados por los elamitas, una zona bastante extensa que correspondería al actual suroeste de Irán, región que hoy se denomina Khuzistán. Por aquel entonces, teniendo en cuenta los datos que se poseen en la actualidad, no parecía ser el pueblo elamita de una cultura excesivamente militarizada, por lo que se hace perfectamente comprensible que una civilización como la que gobernaba Eannatum, soberano ambicioso, no tuviera mayores problemas en asimilar dichos territorios.

Reina Napir-Asu (Musée du Louvre, París).
Estatua de la esposa del rey Untash-Huban.
Este impresionante bronce, que pesa más
de mil ochocientos kilos, impone por la so-
bria dignidad del personaje, conseguida con
gran rigor de medios. Aunque le falte la ca-
beza, por la posición de las manos y el ador-
no geométrico del traje se adivina sin error
que se trata de una dama de alcurnia. 
Por otro lado, el dominio ejercido por Eannatum fue mucho más tiránico que el que ejercería más tarde Sargón de Akkad, así que deberá entenderse que aquella época fue especialmente complicada para las manifestaciones artísticas propias de los elamitas, que se debieron ver claramente influidas por las concepciones estilísticas de los sumerios. En cambio, como se ha apuntado, Sargón de Akkad también incorporó al pueblo elamita a su imperio aunque, a diferencia de Eannatum, mantuvo las instituciones locales, lo que permitió, probablemente, que se fuera gestando, quizá de una manera algo tí­mida, una cultura elamita mucho más libre y, por tanto, propia, que la que debió de haber durante el período de Eannatum. Así, no fue hasta el declive del imperio levantado por Sargón que el pueblo elamita recupera la independencia. De todos modos, aún conocerían otro período de dominación antes de entrar triunfantes en Ur, pues los sumerios controlaron los territorios elamitas durante la época de la III Dinastía (2064-1955 a.C.).

Los inicios de Elam como un pueblo poderoso que gozaba de un estado sólido se encuentran en la conquista de Ur. Durante más de doscientos años a partir de la caída de una las ciudades más importantes de la antigüedad, los elamitas participarían de una forma claramente protagonista en el curso de la historia de Mesopotamia, legando, asimismo, un arte de sumo interés y no siempre excesivamente ponderado en su justa medida. Por otro lado, de este período de más de dos centurias han llegado algunas de las obras de arte más importantes de los elamitas. Posteriormente, Elam quedó subyugada por el imperio babilónico levantado por Hammurabi, y los elamitas habrían de esperar hasta bien entrado el siglo XIII a.C. para disponer de un estado autónomo y fuerte. Se confirma, por tanto, que se cumple la idea que ya se había señalado al empezar a tratar del arte elamita, pues, como se decía, este pueblo conoció intermitentes épocas de independencia y de esplendor que se alternaban con otras durante las cuales quedaban sometidas, en mayor o menor medida, por otros imperios que necesariamente debían de dejar impronta en su cultura y, por lo tanto, en su concepción del arte.

Dios con la mano dorada (Musée du Louvre,
París). Estatuilla del período elamita medio
(hacia 2000 a.C.), que procede de Susa. 
Por tanto, a partir de la citada fecha, el Elam entra en un segundo período de gran poder, y, a diferencia de la política seguida siglos atrás, los soberanos elamitas se muestran claramente decididos a ampliar los límites de su territorio. Quizá llegó al poder una elite especialmente ambiciosa que se dio cuenta de que no podían seguir viviendo a merced de las ansias conquistadoras de pueblos vecinos. En todo caso, los elamitas decidieron convertirse en un pueblo dominante en lugar de presa fácil para las ambiciones de otros imperios. Nuevamente desde Babilonia llegaría el mayor enemigo de los deseos expansionistas de los soberanos de Elam. Nabucodonosor I acaba con la autonomía elamita conquistando la ciudad de Susa, una de las ciudades más importantes de Elam, y somete al pueblo hasta que en el siglo VIII a.C. el rey elamita Humbanigas vence a Sargón II. Aunque poco duraría este espejismo de independencia, pues enseguida, otro gobernante con ansias de poder, Senaquerib, derrota a los elamitas y pone a fin a su cultura.

Efectivamente, han pasado, desde aquel lejano año 2500 a.C., en el que los elamitas se encontraban so­metidos al control del importante soberano sumerio Eannaturn de Lagash, prácticamente 1700 años en los que los elamitas han gozado de períodos de dependencia y han padecido épocas de someti­miento a otras culturas. Así, llegados al siglo VIII a.C. el pueblo elamita confirma su definitivo declive pues sus territorios quedarán sometidos una par­te al dominio babilónico y la otra al persa, diluyéndose definitivamente su cultura en ambos pueblos.

Recorrida esta breve introducción histórica sobre pueblo elamita, hay que tratar de Susa, vieja ciudad de la alta llanura del Elam, situada en un con­trafuerte montañoso que cierra el golfo Pérsico por el Este. Susa produjo sus hermosas piezas cerámicas mucho antes de que se desarrollase el arte elamita, o de los ciclos artísticos más antiguos del Irán. Se trata de las construcciones y obras de arte creadas bajo el dominio de una dinastía de soberanos locales, contemporáneos del dominio kasita sobre Babilonia, entre los años 1600 y 1000 a.C.

Sit-Shamshi (Musée du Louvre, París). Tabla de bronce que parece resumir sabiamente el ritual del antiguo Elam. Los zigurats recuerdan el arte mesopotámico, el bosque sagrado alude a la devoción semita por el árbol verde, la tinaja trae a la mente el "mar de bronce". Los dos hombres en cuclillas hacen su ablución para celebrar la salida del Sol. Una inscripción, que lleva el nombre del rey Silhak-in-Shushinak, permite fijar su datación en el siglo XII a.C. 
Las obras arquitectónicas fundamentales del arte debieron de estar en Susa, su capital. Seguramente se debió de tratar de una ciudad importante que acogería numerosas edificaciones que hoy serían de gran ayuda para comprender la evolución artística de este pueblo. Pero siglos más tarde, como se verá, fue en Susa donde los reyes persas aqueménidas establecieron su residencia de invierno. Su capital de Persépolis, en las montañas, era demasiado fría y a menudo estaba cubierta de nieve, así que durante los duros meses de invierno necesitaban fijar su residencia en otro enclave que gozara de un clima más benigno. Por eso, se trasladaban temporalmente cada año a Susa, antigua capital de los elamitas, y al construir sus palacios en Susa arrasaron las construcciones anteriores e hicieron desaparecer todo lo que podía haber de elamita en aquel lugar. Lo que se ha descubierto, pues, en Susa, salvo raras excepciones, es persa aqueménida. Afortunadamente, aunque pocas, estas excepciones son muy sugestivas.

El resto arquitectónico más importante es un fragmento de muro de ladrillos moldeados con relieves que conserva el Musée du Louvre y que representa a una divinidad, cuya mitad inferior es el cuerpo de un toro, frente a una palmera estilizada. El dios-toro parece estar realizando la fecundación artificial de las flores de la palmera con la espiga masculina. Esta obra es de gran valor no solamente porque se trata del vestigio arquitectónico que se encuentra en mejor estado de la cultura elamita sino porque en ella se puede observar la representación más antigua de esta ceremonia de fecundación, que debemos suponer que sería protagonista en otros muchos relieves de la ciudad de Elarn que borraron los persas al establecerse en ella durante los meses de invierno. Así, esta escena de la fecundación artificial protagonizada por un dios-toro después será muy frecuente en los relieves asirios. La técnica de los ladrillos moldeados procede de la que inventaron los kasitas y será heredada por los arquitectos neobabilónicos y por los persas aqueménidas.

Músico barbado tañendo un instrumento de cuerda
(Musée du Louvre, París). Relieve de terracota del
período elamita, procedente de Susa. La figura a-
parece desnuda, pero con la cabeza cubierta por un
sombrero. 
Éste es, por tanto, el resto arquitectónico que mejor se ha conservado del arte elamita y que, por lo tanto, el que más información puede proporcionar sobre ese período artístico. Lógicamente, se debería esperar encontrar los vestigios arquitectónicos más importantes en la que fuerr la capital del Elam, Susa, pero debido a la acción de los persas, las excavaciones realizadas hasta la fecha no han descubierto ruinas arquitectónicas de mayor importancia. Por tanto, las obras de arquitectura del Elam hay que buscarlas no muy lejos de Susa, en Choga Zambil, donde el rey Untash-Huban erigió un gigantesco zigurat de cinco pisos, cuyas ruinas se elevan todavía hoy como una enorme montaña sobre el desierto llano y desolado. Pese a que en verano la temperatura de Choga Zambil alcanza los 60 grados, lo que dificulta enormemente el desarrollo de una agricultura, es posible que antiguamente hubiera en este lugar huertas para el sustento de los sacerdotes del templo y del rey, su corte y su servidumbre, que se albergaban en un gran palacio junto al zigurat.


Cabeza de terracota pintada (Musée du Louvre, París). Hallada en Susa, esta escultura data del primer milenio. El rictus de la boca y los gruesos trazos negros dan a este rostro un aire triste y enigmático. 



La realización de un proyecto holandés y estadounidense para plantaciones de caña de azúcar en las proximidades demuestra que el suelo es fértil cuando se utiliza un buen sistema de regadío. Ya se ha mencionado al inicio del presente volumen que en Mesopotamia, desde muy antiguo, se había conseguido desarrollar sistemas de riego de gran oficia, y debemos suponer que la elección del enclave de Choga Zambil pudo realizarse atendiendo quizás únicamente a motivos estratégicos sabedores los elamitas de su capacidad para aprovechar la tierra. De este modo, el zigurat encontrado en Choga Zambil está rodeado por una muralla exterior de 1.200 por 800 metros y por otra interior de 400 por 400 metros, en la que hay siete puertas. Ello proporciona una idea de lo necesario que se hacía proteger a la corte de posibles ataques, pues se trata, como se ha visto, de un recinto fuertemente fortificado.

El dios Toro (Musée du Louvre, París). Relieve cerámico, de estilo elamita, descubierto en Susa y fechado entre los años 1500 y 1000 a.C. La divinidad, que tiene la Mitad inferior del cuerpo en forma de toro, realiza la fecundación artificial de las flores de palmera con la espiga masculina. Es la primera representación de esta ceremonia que luego Jos relieves asirios reproducirán tantas veces. 
Dos orantes (Musée du Louvre, París). Esculturas en bronce procedentes del templo de lnshushinak (Susa), que corresponden a la época de la dinastía Shutrukida (siglo XIII a.C.). Una de las figuras sostiene un pájaro. 
Junto a las puertas había parejas de animales, pero no se ha podido encontrar hasta ahora en Choga Zambil ninguna decoración mural con ladrillos moldeados. Lo más misterioso de este zigurat es que no era totalmente macizo: había multitud de cámaras en las que se amontonaban clavos y placas de barro cocido y se tapiaban después. Si bien en Susa no han podido encontrarse edificios de época elamita, se han hallado esculturas que han permitido conocer algunos aspectos de aquella antigua civilización. Entre ellas destaca la gran estatua de bronce de la reina Napir-Asu, esposa de Untash-Huban.

Pese a faltarle la cabeza, esta figura impresionante, que pesa cerca de 1.800 kilos, admira por su extraña modernidad y por la elegancia de su regio aspecto. Su vestido es una falda acampanada, que termina con flecos, y se cubre, además, con una túnica ceñida que moldea su torso juvenil. Al contemplarla, no puede evitarse la impresión de una gran dama que se desliza con su vestido de gala sobre la alfombra de un salón. Tranquila y solemne, sus bellas manos cruzadas con dignidad y nobleza atraen más la atención a causa de la mutilación de la cabeza: uno solo de sus dedos se adorna con un anillo.

Carro (Museo Británico, Londres). Fechada hacia el año 1000 a.C., esta escultura en bronce procedente del oeste de Irán, representa un carro tirado por dos caballos. 
Entre los diversos bronces elamitas de esta segunda mitad del II milenio a.C., tiene un singular atractivo la tabla de bronce del Louvre conocida con el nombre de Sit-Shamshi. Sobre una superficie de 60 por 40 centímetros se ha representado con todo cuidado una especie de maqueta de una ceremonia religiosa que dos hombres en cuclillas y desnudos celebran a la salida del Sol. Aquella explanada en la que además de las figuras de los oficiantes destacan una tinaja, dos columnas y diversos elementos rituales conserva aún para la actualidad la emoción del rito de una religión desconocida.

Más tardía, de hacia el año 1000 a.C., es una extraordinaria cabeza masculina de terracota, hallada en Susa. La policromía en negro cubre sus poderosas cejas, y la barba y el bigote recortados le dan el aspecto de persona importante. Los labios cerrados, cuyas comisuras se inclinan hacia abajo, parecen conferirle una expresión de triste desencanto.


Escudo de bronce (Museo Nacional, Teherán). La región de Luristán, al oeste de Irán, es muy rica en yacimientos arqueológicos, donde se han hallado objetos de bronce. En este caso es un escudo con decoración de animales fechado en 1200-1000 a.C. 



Hacia 1935, el mercado internacional de antigüedades empezó a verse bruscamente invadido por gran cantidad de extraños objetos de bronce que no se parecían a ninguna de las series antiguas conocidas. Los vendían traficantes armenios que no sabían, o no querían declarar, el lugar exacto de su origen. Se empezó por creer que eran objetos de las tribus de escitas de que hablaban los autores clásicos. Lo único que daba fuerza a esta atribución era el hecho de que, en su mayoría, eran frenos de caballo y el saber que los escitas fueron -según cuentan Heródoto y Estrabón- infatigables jinetes de las estepas de las orillas del mar Caspio. La atribución fue muy discutida porque aquellos bronces no se parecían nada a lo que se conocía de los escitas. Además, pronto empezaron a aparecer también hachas ceremoniales, calderos, coronamientos de estandartes y agujas para los peinados femeninos, todo ello de bronce, y cada vez más alejado del arte conocido de los escitas.

Rueda de los genios (Musée du Louvre, París). Emblema de Bronce hallado en Luristán (Irán), que se remonta a 1900- 1800 a.C.



Entonces se empezó a decir que tales bronces procedían del Luristán, región iraniana montañosa, situada hacia el sur del país, que hasta hace pocos años no era aconsejable para los viajeros que iban sin armas. Actualmente atraviesa el Luristán una de las carreteras de más bellas perspectivas paisajísticas de todo el Oriente, que va desde Susa hasta Kermanshah. Sin embargo, los arqueólogos no esperaron las comodidades turísticas; en 1938, F. Schmidt excavó un santuario en Surkh Dum, en pleno Luristán, y obtuvo un importante lote de objetos idénticos a los que vendían los traficantes clandestinos. Esta es aún la única excavación científica realizada, lo que hace que las fechas propuestas para los bronces del Luristán varíen entre el 1500 y el 800 a.C.

Lo más característico de estos bronces son los frenos de caballo y los estandartes. Los primeros van adornados generalmente con dos figuras de ibex o cabras monteses, aparejadas con un barrote transversal, y con sendas anillas que servían para sujetar las riendas. Puede decirse que el ibex es el animal patronímico del Irán, como lo era el león para Asiria, el dragón para Babilonia y el toro para Sumer. En cuanto a los estandartes o remates de mástil, aparte de su valor artístico, son interesantes porque presuponen una organización social avanzada. Algunos parecen un acertijo en el que es difícil descifrar las figuras que los componen. Generalmente hay un personaje central que agarra con sus manos las cabezas de dos monstruos que unas veces tienen fauces de león y otras pico de ave de presa. Todos estos bronces del Luristán fueron fundidos con la técnica que hoy llamamos "a la cera perdida".

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Arte oceánico

Oceanía, el quinto continente, está dividida, desde el punto de vista geográfico, y también en consideración a los grupos humanos que la pueblan, en cuatro áreas bien definidas: Australia y Tasmania, Melanesia, Micronesia y Polinesia.

Con excepción de Australia-Tasmania, cuya población aborigen (la de Tasmania totalmente extinguida) no tiene relación alguna, ni racial ni cultural, con las poblaciones del resto de Oceanía, los nativos que habitan en Melanesia, Micronesia y Polinesia son descendientes de sucesivas oleadas de migraciones que procedían de Asia o Indonesia, que pertenecían a diferentes grupos raciales y se hallaban en distintas fases de progreso cultural.

Diosa de la maternidad (Musée de I"Homme, París).
Estatuilla, procedente de Nueva Guinea, de madera
policromada. La postura de la figura muestra que es-
tá, simbólicamente, presta a dar a luz bajo las faldi-
llas con las que pudorosamente se cubre.

Según la naturaleza del hábitat en el que se establecieron, estos pueblos modificaron sus culturas nativas para adaptarse a las circunstancias ambientales. Cuando cesaron las migraciones procedentes del continente asiático, esas culturas se desarrollaron a lo largo de varias centurias sin recibir influencia alguna ajena a la propia Oceanía; no obstante, siempre existió un intenso intercambio cultural entre los distintos archipiélagos, dentro de zonas próximas, lo cual, de alguna manera, produjo una cierta homogeneidad en rasgos culturales determinados y en especial en el arte, de modo que no resulta abusivo hablar de un arte melanesio o de un arte polinesio, aunque es bastante discutible establecer los rasgos que pudieron caracterizar al arte de Micronesia, prácticamente inexistente en la actualidad.

Nueva Guinea

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

Melanesia

Constituyen esta parte de Oceanía una gran isla, Nueva Guinea (la segunda del mundo en extensión) con más de 800.000 kilómetros cuadrados, y los archipiélagos del Almirantazgo, Entrecasteaux, Luisiadas, islas Salomón, islas Trobriand, Woodlark, Santa Cruz, Nuevas Hébridas, Lealtad, Nueva Caledonia y las Fidji.

Choza melanesia (Islas Fidji). Las tradicionales chozas que los pobladores de las Fidji construyen en mitad de la jungla precisan de una laboriosa selección de hierbas, pajas y hebras de esparto, descartando las bastas para conseguir una mayor fijación en el tupido techo que las recubre y que se sostiene a su vez por un enrejado de cañas de bambú y un mástil central que sirve de eje para toda la estructura interna. El conjunto de las Fidji lo componen más de trescientas islas, pero sólo una tercera parte está habitada.

        Sus habitantes pertenecen a la denominada raza melanesia. Son gentes de estatura mediana, piel muy oscura, cabello crespo y largo, frente huidiza, arcos superciliares prominentes y mentón huidizo.

        Básicamente, son agricultores que practican el tipo de cultivo denominado de rozas. La caza y la pesca son también actividades muy importantes de su economía. Viven agrupados en poblados; suelen ser polígamos y cada una de las distintas esposas, con sus hijos, habitan en pequeñas chozas unifamiliares, mientras que los hombres y los muchachos célibes conviven en grandes casas comunales (Nueva Guinea); en cambio, en otros lugares, varias familias emparentadas habitan en una gran casa comunal (islas Salomón). Las relaciones sociales son complicadas y competitivas.

Máscara ceremonial de la isla de Malekula (Museo de Artes Africanas y Oceá-
nicas, París). Hallada en Nueva Ebudi, esta máscara ritual de madera responde a
un uso ambivalente, pues sirve tanto para ahuyentar al enemigo como para in-
vocar a los buenos espíritus liderados por la diosa guardiana de la caverna de la
Tierra de los Muertos de la tradición Namba y por la diosa del volcán donde se 
halla el Árbol de la Vida de la vecina tribu Vanuatu.

        Practican el culto a los antepasados y a los héroes culturales. Los mitos que narran las relaciones entre lo sobrenatural y el hombre, y la magia, que permite a este último dominar a los espíritus, están presentes en muchos aspectos de la vida cotidiana.

        El arte melanésico se caracteriza por la fuerza expresiva de las imágenes y de los diseños. Son frecuentes las distorsiones, la desproporción y la exageración de los volúmenes, lo que confiere a sus tallas, máscaras y objetos culturales un intenso y agresivo dramatismo, subrayado por los amplios trazos curvilíneos que decoran las superficies y por los fuertes contrastes de color.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat

Punto al Arte