Punto al Arte: El arte elamita

El arte elamita

La historia conocida de los elamitas se remonta muchos años antes de su entrada triunfal en Ur, cuando pusieron punto y final a una de las civilizaciones más espléndidas de la Mesopotamia de la antigüedad y dieron inicio, de ese modo, a un pueblo que, no sin intermitencia se convirtió en una de las culturas más relevantes de su época en la región. Por lo tanto, y yéndonos a los albores de la cultura elamita, sabemos que hacia el año 2500 a.C. Eannatum de Lagash, como ya se ha mencionado anteriormente, nieto de Ur-Niná, logró hacerse con el control de los territorios dominados por los elamitas, una zona bastante extensa que correspondería al actual suroeste de Irán, región que hoy se denomina Khuzistán. Por aquel entonces, teniendo en cuenta los datos que se poseen en la actualidad, no parecía ser el pueblo elamita de una cultura excesivamente militarizada, por lo que se hace perfectamente comprensible que una civilización como la que gobernaba Eannatum, soberano ambicioso, no tuviera mayores problemas en asimilar dichos territorios.

Reina Napir-Asu (Musée du Louvre, París).
Estatua de la esposa del rey Untash-Huban.
Este impresionante bronce, que pesa más
de mil ochocientos kilos, impone por la so-
bria dignidad del personaje, conseguida con
gran rigor de medios. Aunque le falte la ca-
beza, por la posición de las manos y el ador-
no geométrico del traje se adivina sin error
que se trata de una dama de alcurnia. 
Por otro lado, el dominio ejercido por Eannatum fue mucho más tiránico que el que ejercería más tarde Sargón de Akkad, así que deberá entenderse que aquella época fue especialmente complicada para las manifestaciones artísticas propias de los elamitas, que se debieron ver claramente influidas por las concepciones estilísticas de los sumerios. En cambio, como se ha apuntado, Sargón de Akkad también incorporó al pueblo elamita a su imperio aunque, a diferencia de Eannatum, mantuvo las instituciones locales, lo que permitió, probablemente, que se fuera gestando, quizá de una manera algo tí­mida, una cultura elamita mucho más libre y, por tanto, propia, que la que debió de haber durante el período de Eannatum. Así, no fue hasta el declive del imperio levantado por Sargón que el pueblo elamita recupera la independencia. De todos modos, aún conocerían otro período de dominación antes de entrar triunfantes en Ur, pues los sumerios controlaron los territorios elamitas durante la época de la III Dinastía (2064-1955 a.C.).

Los inicios de Elam como un pueblo poderoso que gozaba de un estado sólido se encuentran en la conquista de Ur. Durante más de doscientos años a partir de la caída de una las ciudades más importantes de la antigüedad, los elamitas participarían de una forma claramente protagonista en el curso de la historia de Mesopotamia, legando, asimismo, un arte de sumo interés y no siempre excesivamente ponderado en su justa medida. Por otro lado, de este período de más de dos centurias han llegado algunas de las obras de arte más importantes de los elamitas. Posteriormente, Elam quedó subyugada por el imperio babilónico levantado por Hammurabi, y los elamitas habrían de esperar hasta bien entrado el siglo XIII a.C. para disponer de un estado autónomo y fuerte. Se confirma, por tanto, que se cumple la idea que ya se había señalado al empezar a tratar del arte elamita, pues, como se decía, este pueblo conoció intermitentes épocas de independencia y de esplendor que se alternaban con otras durante las cuales quedaban sometidas, en mayor o menor medida, por otros imperios que necesariamente debían de dejar impronta en su cultura y, por lo tanto, en su concepción del arte.

Dios con la mano dorada (Musée du Louvre,
París). Estatuilla del período elamita medio
(hacia 2000 a.C.), que procede de Susa. 
Por tanto, a partir de la citada fecha, el Elam entra en un segundo período de gran poder, y, a diferencia de la política seguida siglos atrás, los soberanos elamitas se muestran claramente decididos a ampliar los límites de su territorio. Quizá llegó al poder una elite especialmente ambiciosa que se dio cuenta de que no podían seguir viviendo a merced de las ansias conquistadoras de pueblos vecinos. En todo caso, los elamitas decidieron convertirse en un pueblo dominante en lugar de presa fácil para las ambiciones de otros imperios. Nuevamente desde Babilonia llegaría el mayor enemigo de los deseos expansionistas de los soberanos de Elam. Nabucodonosor I acaba con la autonomía elamita conquistando la ciudad de Susa, una de las ciudades más importantes de Elam, y somete al pueblo hasta que en el siglo VIII a.C. el rey elamita Humbanigas vence a Sargón II. Aunque poco duraría este espejismo de independencia, pues enseguida, otro gobernante con ansias de poder, Senaquerib, derrota a los elamitas y pone a fin a su cultura.

Efectivamente, han pasado, desde aquel lejano año 2500 a.C., en el que los elamitas se encontraban so­metidos al control del importante soberano sumerio Eannaturn de Lagash, prácticamente 1700 años en los que los elamitas han gozado de períodos de dependencia y han padecido épocas de someti­miento a otras culturas. Así, llegados al siglo VIII a.C. el pueblo elamita confirma su definitivo declive pues sus territorios quedarán sometidos una par­te al dominio babilónico y la otra al persa, diluyéndose definitivamente su cultura en ambos pueblos.

Recorrida esta breve introducción histórica sobre pueblo elamita, hay que tratar de Susa, vieja ciudad de la alta llanura del Elam, situada en un con­trafuerte montañoso que cierra el golfo Pérsico por el Este. Susa produjo sus hermosas piezas cerámicas mucho antes de que se desarrollase el arte elamita, o de los ciclos artísticos más antiguos del Irán. Se trata de las construcciones y obras de arte creadas bajo el dominio de una dinastía de soberanos locales, contemporáneos del dominio kasita sobre Babilonia, entre los años 1600 y 1000 a.C.

Sit-Shamshi (Musée du Louvre, París). Tabla de bronce que parece resumir sabiamente el ritual del antiguo Elam. Los zigurats recuerdan el arte mesopotámico, el bosque sagrado alude a la devoción semita por el árbol verde, la tinaja trae a la mente el "mar de bronce". Los dos hombres en cuclillas hacen su ablución para celebrar la salida del Sol. Una inscripción, que lleva el nombre del rey Silhak-in-Shushinak, permite fijar su datación en el siglo XII a.C. 
Las obras arquitectónicas fundamentales del arte debieron de estar en Susa, su capital. Seguramente se debió de tratar de una ciudad importante que acogería numerosas edificaciones que hoy serían de gran ayuda para comprender la evolución artística de este pueblo. Pero siglos más tarde, como se verá, fue en Susa donde los reyes persas aqueménidas establecieron su residencia de invierno. Su capital de Persépolis, en las montañas, era demasiado fría y a menudo estaba cubierta de nieve, así que durante los duros meses de invierno necesitaban fijar su residencia en otro enclave que gozara de un clima más benigno. Por eso, se trasladaban temporalmente cada año a Susa, antigua capital de los elamitas, y al construir sus palacios en Susa arrasaron las construcciones anteriores e hicieron desaparecer todo lo que podía haber de elamita en aquel lugar. Lo que se ha descubierto, pues, en Susa, salvo raras excepciones, es persa aqueménida. Afortunadamente, aunque pocas, estas excepciones son muy sugestivas.

El resto arquitectónico más importante es un fragmento de muro de ladrillos moldeados con relieves que conserva el Musée du Louvre y que representa a una divinidad, cuya mitad inferior es el cuerpo de un toro, frente a una palmera estilizada. El dios-toro parece estar realizando la fecundación artificial de las flores de la palmera con la espiga masculina. Esta obra es de gran valor no solamente porque se trata del vestigio arquitectónico que se encuentra en mejor estado de la cultura elamita sino porque en ella se puede observar la representación más antigua de esta ceremonia de fecundación, que debemos suponer que sería protagonista en otros muchos relieves de la ciudad de Elarn que borraron los persas al establecerse en ella durante los meses de invierno. Así, esta escena de la fecundación artificial protagonizada por un dios-toro después será muy frecuente en los relieves asirios. La técnica de los ladrillos moldeados procede de la que inventaron los kasitas y será heredada por los arquitectos neobabilónicos y por los persas aqueménidas.

Músico barbado tañendo un instrumento de cuerda
(Musée du Louvre, París). Relieve de terracota del
período elamita, procedente de Susa. La figura a-
parece desnuda, pero con la cabeza cubierta por un
sombrero. 
Éste es, por tanto, el resto arquitectónico que mejor se ha conservado del arte elamita y que, por lo tanto, el que más información puede proporcionar sobre ese período artístico. Lógicamente, se debería esperar encontrar los vestigios arquitectónicos más importantes en la que fuerr la capital del Elam, Susa, pero debido a la acción de los persas, las excavaciones realizadas hasta la fecha no han descubierto ruinas arquitectónicas de mayor importancia. Por tanto, las obras de arquitectura del Elam hay que buscarlas no muy lejos de Susa, en Choga Zambil, donde el rey Untash-Huban erigió un gigantesco zigurat de cinco pisos, cuyas ruinas se elevan todavía hoy como una enorme montaña sobre el desierto llano y desolado. Pese a que en verano la temperatura de Choga Zambil alcanza los 60 grados, lo que dificulta enormemente el desarrollo de una agricultura, es posible que antiguamente hubiera en este lugar huertas para el sustento de los sacerdotes del templo y del rey, su corte y su servidumbre, que se albergaban en un gran palacio junto al zigurat.


Cabeza de terracota pintada (Musée du Louvre, París). Hallada en Susa, esta escultura data del primer milenio. El rictus de la boca y los gruesos trazos negros dan a este rostro un aire triste y enigmático. 



La realización de un proyecto holandés y estadounidense para plantaciones de caña de azúcar en las proximidades demuestra que el suelo es fértil cuando se utiliza un buen sistema de regadío. Ya se ha mencionado al inicio del presente volumen que en Mesopotamia, desde muy antiguo, se había conseguido desarrollar sistemas de riego de gran oficia, y debemos suponer que la elección del enclave de Choga Zambil pudo realizarse atendiendo quizás únicamente a motivos estratégicos sabedores los elamitas de su capacidad para aprovechar la tierra. De este modo, el zigurat encontrado en Choga Zambil está rodeado por una muralla exterior de 1.200 por 800 metros y por otra interior de 400 por 400 metros, en la que hay siete puertas. Ello proporciona una idea de lo necesario que se hacía proteger a la corte de posibles ataques, pues se trata, como se ha visto, de un recinto fuertemente fortificado.

El dios Toro (Musée du Louvre, París). Relieve cerámico, de estilo elamita, descubierto en Susa y fechado entre los años 1500 y 1000 a.C. La divinidad, que tiene la Mitad inferior del cuerpo en forma de toro, realiza la fecundación artificial de las flores de palmera con la espiga masculina. Es la primera representación de esta ceremonia que luego Jos relieves asirios reproducirán tantas veces. 
Dos orantes (Musée du Louvre, París). Esculturas en bronce procedentes del templo de lnshushinak (Susa), que corresponden a la época de la dinastía Shutrukida (siglo XIII a.C.). Una de las figuras sostiene un pájaro. 
Junto a las puertas había parejas de animales, pero no se ha podido encontrar hasta ahora en Choga Zambil ninguna decoración mural con ladrillos moldeados. Lo más misterioso de este zigurat es que no era totalmente macizo: había multitud de cámaras en las que se amontonaban clavos y placas de barro cocido y se tapiaban después. Si bien en Susa no han podido encontrarse edificios de época elamita, se han hallado esculturas que han permitido conocer algunos aspectos de aquella antigua civilización. Entre ellas destaca la gran estatua de bronce de la reina Napir-Asu, esposa de Untash-Huban.

Pese a faltarle la cabeza, esta figura impresionante, que pesa cerca de 1.800 kilos, admira por su extraña modernidad y por la elegancia de su regio aspecto. Su vestido es una falda acampanada, que termina con flecos, y se cubre, además, con una túnica ceñida que moldea su torso juvenil. Al contemplarla, no puede evitarse la impresión de una gran dama que se desliza con su vestido de gala sobre la alfombra de un salón. Tranquila y solemne, sus bellas manos cruzadas con dignidad y nobleza atraen más la atención a causa de la mutilación de la cabeza: uno solo de sus dedos se adorna con un anillo.

Carro (Museo Británico, Londres). Fechada hacia el año 1000 a.C., esta escultura en bronce procedente del oeste de Irán, representa un carro tirado por dos caballos. 
Entre los diversos bronces elamitas de esta segunda mitad del II milenio a.C., tiene un singular atractivo la tabla de bronce del Louvre conocida con el nombre de Sit-Shamshi. Sobre una superficie de 60 por 40 centímetros se ha representado con todo cuidado una especie de maqueta de una ceremonia religiosa que dos hombres en cuclillas y desnudos celebran a la salida del Sol. Aquella explanada en la que además de las figuras de los oficiantes destacan una tinaja, dos columnas y diversos elementos rituales conserva aún para la actualidad la emoción del rito de una religión desconocida.

Más tardía, de hacia el año 1000 a.C., es una extraordinaria cabeza masculina de terracota, hallada en Susa. La policromía en negro cubre sus poderosas cejas, y la barba y el bigote recortados le dan el aspecto de persona importante. Los labios cerrados, cuyas comisuras se inclinan hacia abajo, parecen conferirle una expresión de triste desencanto.


Escudo de bronce (Museo Nacional, Teherán). La región de Luristán, al oeste de Irán, es muy rica en yacimientos arqueológicos, donde se han hallado objetos de bronce. En este caso es un escudo con decoración de animales fechado en 1200-1000 a.C. 



Hacia 1935, el mercado internacional de antigüedades empezó a verse bruscamente invadido por gran cantidad de extraños objetos de bronce que no se parecían a ninguna de las series antiguas conocidas. Los vendían traficantes armenios que no sabían, o no querían declarar, el lugar exacto de su origen. Se empezó por creer que eran objetos de las tribus de escitas de que hablaban los autores clásicos. Lo único que daba fuerza a esta atribución era el hecho de que, en su mayoría, eran frenos de caballo y el saber que los escitas fueron -según cuentan Heródoto y Estrabón- infatigables jinetes de las estepas de las orillas del mar Caspio. La atribución fue muy discutida porque aquellos bronces no se parecían nada a lo que se conocía de los escitas. Además, pronto empezaron a aparecer también hachas ceremoniales, calderos, coronamientos de estandartes y agujas para los peinados femeninos, todo ello de bronce, y cada vez más alejado del arte conocido de los escitas.

Rueda de los genios (Musée du Louvre, París). Emblema de Bronce hallado en Luristán (Irán), que se remonta a 1900- 1800 a.C.



Entonces se empezó a decir que tales bronces procedían del Luristán, región iraniana montañosa, situada hacia el sur del país, que hasta hace pocos años no era aconsejable para los viajeros que iban sin armas. Actualmente atraviesa el Luristán una de las carreteras de más bellas perspectivas paisajísticas de todo el Oriente, que va desde Susa hasta Kermanshah. Sin embargo, los arqueólogos no esperaron las comodidades turísticas; en 1938, F. Schmidt excavó un santuario en Surkh Dum, en pleno Luristán, y obtuvo un importante lote de objetos idénticos a los que vendían los traficantes clandestinos. Esta es aún la única excavación científica realizada, lo que hace que las fechas propuestas para los bronces del Luristán varíen entre el 1500 y el 800 a.C.

Lo más característico de estos bronces son los frenos de caballo y los estandartes. Los primeros van adornados generalmente con dos figuras de ibex o cabras monteses, aparejadas con un barrote transversal, y con sendas anillas que servían para sujetar las riendas. Puede decirse que el ibex es el animal patronímico del Irán, como lo era el león para Asiria, el dragón para Babilonia y el toro para Sumer. En cuanto a los estandartes o remates de mástil, aparte de su valor artístico, son interesantes porque presuponen una organización social avanzada. Algunos parecen un acertijo en el que es difícil descifrar las figuras que los componen. Generalmente hay un personaje central que agarra con sus manos las cabezas de dos monstruos que unas veces tienen fauces de león y otras pico de ave de presa. Todos estos bronces del Luristán fueron fundidos con la técnica que hoy llamamos "a la cera perdida".

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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