En el norte de Australia, en la
denominada Tierra de Arnhem, y en algunos puntos del desértico centro del
continente, sobreviven los aborígenes australianos, uno de los grupos humanos
de cultura más primitiva de la Tierra. Son además bastante distintos
físicamente de los demás habitantes de Oceanía, constituyendo un grupo racial
independiente, del que se desconoce el origen, si bien se supone que pudieran
estar emparentados con los veddas de Sri Lanka.
Los australianos desconocen la
agricultura, viven de la recolección, la caza y la pesca. Sus armas, usadas
exclusivamente para la caza, ya que no guerrean entre ellos, son hachas de
piedra tallada, y lanzas, dardos y bumeranes de madera; también utilizan mazas
y escudos de madera.
Hasta hace pocos años iban enteramente
desnudos, y sólo ostentaban pequeños cintos, taparrabos de corteza o conchas, y
tocados y adornos corporales. Desconocen la cerámica y, por supuesto, los
metales. Como recipientes utilizan bateas de madera y corteza; para guardar los
alimentos hacen bolsas de fibras retorcidas que no llegan a constituir
verdadera cestería.
No construyen casas ni chozas;
antiguamente habitaban en cuevas y, más tarde, empujados por el hombre blanco a
lugares cada vez más inhóspitos, hicieron pequeños paravientos de corteza,
fácilmente transportables, cosa imprescindible para su vida nómada siempre
siguiendo las pistas de la caza.
Actualmente, el gobierno australiano
intenta protegerlos, ha creado zonas acotadas, en las que se ven libres del
constante acoso de los agricultores y ganaderos blancos, y donde, si lo desean,
pueden acceder a las ventajas que ofrece la vida occidental. No obstante, esas
ventajas muchas veces consisten en la posibilidad de comer sin hacer nada, con
lo que se embrutecen lentamente, o lo que es aún peor, acceden a las bebidas
alcohólicas que los aniquilan rápidamente. Y aun en el mejor de los casos, la
vida en las reducciones supone la irremisible desaparición de su cultura
tradicional lo cual es, evidentemente, lastimoso.
Porque, en efecto, junto a una vida
material tan extraordinariamente limitada, los aborígenes australianos poseen
bien desarrollados conceptos sobre un mundo sobrenatural sabias leyes de
conducta, una organización social muy compleja y, sobre todo, un arte de
incomparable originalidad, cuyas realizaciones revisten gran belleza.
El arte de los aborígenes está
perfectamente adaptado a las condiciones de vida, y los materiales utilizados
son los que la naturaleza les ofrece. Así, los que vivían en las cuevas
pintaron las paredes de sus refugios, grabaron dibujos en los suelos rocosos o
practicaron surcos en los terrenos arenosos, hicieron motivos en relieve en la
corteza de los árboles y decoraron, en fin, los objetos que constituían su
ajuar: escudos, lanzas, bumeranes, etc.
Cuando se vieron forzados a abandonar
los abrigos rocosos y se refugiaron en las zonas septentrionales, por las que
todavía no se interesaba el hombre blanco, y en las que había grandes bosques de
eucaliptos, tomaron la corteza de estos árboles y con gran ingenio elaboraron
suaves, amplias y planas superficies en las que pintaron escenas relacionadas
con sus creencias religiosas y su vida cotidiana. El acceso a unos materiales
blandos, como son la madera y la corteza, les permitió realizar pequeñas
esculturas, bateas para la recolección, gorros, bolsas, etc. La piedra, más
difícil de encontrar en estas tierras, fue reservada para las hojas de las
hachas y para sus objetos más sagrados, las churingas,
piedras planas, oblongas, cuidadosa y penosamente talladas y en cuya superficie
se trazaron diseños de tipo geométrico relacionados con los tótems de los
antepasados; en estas churingas se
supone que se halla concentrada la fuerza espiritual de los ancestros.
En cualquier caso, el arte era un
elemento esencial en la vida del hombre australiano, ya que constituía la
expresión de sus creencias religiosas, la fuente de la fertilidad, el medio que
les permitía transmitir a sus descendientes los conocimientos del grupo del que
formaban parte, para describir sus hazañas y, también, que quedara memoria de
ellas.
En las paredes de las cavernas que
habitaron en el pasado se pueden contemplar sus narraciones acerca de la
creación del mundo, que se inician con el relato de cómo era la tierra cuando
estaba vacía, cuando no había vegetación ni animales, ni por supuesto hombres;
entonces, de algún lugar desconocido surgieron los héroes; éstos, al caminar,
fueron creando los caminos de la Tierra, los ríos, el mar, que pronto se
poblaron de animales. Más tarde fueron creados los hombres. En las paredes de
las cuevas aparecen representados esos héroes; son los denominados wandjina, figuras antropomorfas de gran
tamaño, cuyos cuerpos están pintados de blanco y contorneados de rojo: los
colores de la fertilidad, del agua y de la sangre.
Otro tema que aparece en las cuevas son
figuras de seres mágicos -los mimis-
que tienen forma de hombres delgadísimos, casi filiformes, y aparecen siempre
en movimiento, en escenas llenas de espontaneidad.
Aunque todas estas pinturas fueron
realizadas hace mucho tiempo, frecuentemente acuden aborígenes para
"renovarlas"; las repintan y a veces les añaden motivos. Hasta la
década de 1960 perduró esta práctica, para mantener contacto con los espíritus
de la creación.
Aunque no son tan antiguas como las
pinturas realizadas en las cuevas, o los petroglifos, se sabe que los primeros
colonos europeos que se establecieron en Australia dejaron constancia de que
los indígenas pintaban escenas de animales y hombres en piezas de corteza.
Hacia 1850 todos los grupos indígenas que habitaban en el continente realizaban
este tipo de pinturas; posteriormente, al ir retrocediendo el hábitat indígena
ante el avance de los blancos, esta producción quedó reducida, como ya se ha
dicho, a la zona de la Tierra de Arnhem, ya que los indígenas que vivían en el
centro de Australia (en 1960 todavía había grupos arunta en las zonas desérticas centrales) carecían de árboles de
los que extraer la corteza.
Una vez obtenida la plancha de corteza,
arrancadas las rugosidades, y ablandada al fuego, se procede a dejarla
perfectamente plana y lisa; luego se confecciona la materia pictórica con
colores naturales: blanco (obtenido de piedras calizas), negro (de carbón o de
piedras ferrosas), y rojos y ocres (procedentes de arcillas), que se mezclan,
una vez reducidos a polvo, con el jugo de unas orquídeas o con miel de abejas,
a modo de aglutinante.
La realización de la pintura propiamente
dicha se efectúa en secreto, sin espectadores; a veces trabajan en la misma
corteza dos o tres pintores, que mientras realizan su tarea van salmodiando sus
cantos sagrados.
Las pinturas tienen temas diversos: las
hay de carácter sagrado en las cuales se reflejan temas míticos referentes a
los wandjina y a los mimis. Otras son de carácter puramente
narrativo, en las que puede explicarse, por ejemplo, una expedición de caza o
pesca. En este caso, la escena suele estar dividida en diversos
compartimientos, en cada uno de los cuales se representa una secuencia de una
acción (como en un cómic).
En otro tipo de pinturas se plasma la
figura de un animal que ocupa toda la corteza; en esa figura aparece
representado no solamente el aspecto externo del animal, sino también lo que el
pintor sabe que tiene dentro (columna vertebral, corazón, intestinos). A este
tipo de pinturas se las ha denominado de rayos
X o radiografías.
Por fin, hay un cuarto tipo de pinturas
conocidas como abstractas, aplicando
abusivamente una terminología propia del arte occidental a un arte
completamente ajeno a los parámetros modernos. Son pinturas que aparentemente
no guardan relación alguna con objetos reales; sin embargo, los aborígenes las
interpretan rápidamente como "el arco iris", "pozo de agua con
lanzas alrededor", o "la luna deslizándose sobre las olas".
La pintura sobre corteza ha sobrevivido
con toda su autenticidad hasta hace pocos años, e incluso su producción se
acrecentó, puesto que misioneros, sociólogos y la misma administración
gubernamental animaban a los aborígenes a realizarlas; pues, a medida que era
conocido en Occidente este arte, se acrecentaban las peticiones de pintura, que
proporcionaban buenas ganancias a sus creadores.
Mas, para lograr ese incremento, primero
se procedió a facilitar la tarea del arranque de la corteza mediante
herramientas metálicas, luego se proporcionaron a los artistas pinceles
industriales, e incluso pinturas químicas. Más tarde se les propuso la
realización de nuevos temas. Actualmente apenas usan la corteza y las pinturas
las hacen sobre lienzo, bien tensado y enmarcado.
No obstante, hay que reconocer que las
muestras recientes que ha sido posible estudiar, aunque poco o nada tengan que
ver con la antigua pintura, son de elegante y refinado trazo, y sus sutiles
combinaciones de colores permiten augurar que los artistas jóvenes aborígenes,
con toda seguridad, influirán eficazmente en el arte australiano del futuro con
su personalísima contribución.
Fuente: Historial del Arte. Editorial Savat.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario.