Punto al Arte: El arte de los aborígenes australianos

El arte de los aborígenes australianos


Churinga australiano (Colección Tara, Nueva 
York). Estos objetos totémicos realizados por los
aborígenes se remontan hasta un presunto origen 
prehistórico. Los dibujos simbólicos con que a-
dornan guijarros o cortezas de madera contienen 
al espíritu de un antepasado. Dichos fetiches se 
solían guardar en lugar sagrado y se empleaban, 
entre cantos y narraciones orales, en todo tipo de 
liturgias sociales y religiosas por contener en sus 
muescas las antiguas crónicas del pasado. 
En el norte de Australia, en la denominada Tierra de Arnhem, y en algunos puntos del desértico centro del continente, sobreviven los aborígenes australianos, uno de los grupos humanos de cultura más primitiva de la Tierra. Son además bastante distintos físicamente de los demás habitantes de Oceanía, constituyendo un grupo racial independiente, del que se desconoce el origen, si bien se supone que pudieran estar emparentados con los veddas de Sri Lanka.

Los australianos desconocen la agricultura, viven de la recolección, la caza y la pesca. Sus armas, usadas exclusivamente para la caza, ya que no guerrean entre ellos, son hachas de piedra tallada, y lanzas, dardos y bumeranes de madera; también utilizan mazas y escudos de madera.

Hasta hace pocos años iban enteramente desnudos, y sólo ostentaban pequeños cintos, taparrabos de corteza o conchas, y tocados y adornos corporales. Desconocen la cerámica y, por supuesto, los metales. Como recipientes utilizan bateas de madera y corteza; para guardar los alimentos hacen bolsas de fibras retorcidas que no llegan a constituir verdadera cestería.

No construyen casas ni chozas; antiguamente habitaban en cuevas y, más tarde, empujados por el hombre blanco a lugares cada vez más inhóspitos, hicieron pequeños paravientos de corteza, fácilmente transportables, cosa imprescindible para su vida nómada siempre siguiendo las pistas de la caza.

Actualmente, el gobierno australiano intenta protegerlos, ha creado zonas acotadas, en las que se ven libres del constante acoso de los agricultores y ganaderos blancos, y donde, si lo desean, pueden acceder a las ventajas que ofrece la vida occidental. No obstante, esas ventajas muchas veces consisten en la posibilidad de comer sin hacer nada, con lo que se embrutecen lentamente, o lo que es aún peor, acceden a las bebidas alcohólicas que los aniquilan rápidamente. Y aun en el mejor de los casos, la vida en las reducciones supone la irremisible desaparición de su cultura tradicional lo cual es, evidentemente, lastimoso.

Porque, en efecto, junto a una vida material tan extraordinariamente limitada, los aborígenes australianos poseen bien desarrollados conceptos sobre un mundo sobrenatural sabias leyes de conducta, una organización social muy compleja y, sobre todo, un arte de incomparable originalidad, cuyas realizaciones revisten gran belleza.
Espíritus mimis australianos (Sala Santa Cata-
lina del Ateneo, Madrid). Las finas figuras ta-
lladas por los aborígenes australianos poseen 
rasgos de marcado primitivismo, reflejando las
escarificaciones y las subincisiones tribales con
que marcaban su cuerpo. Algunas de estas an-
cestrales esculturas presentan la peculiaridad de 
mostrar externamente la parte no visible del 
cuerpo, destacando el esqueleto y las vísceras. 
Los seres espectrales denominados mimis eran 
siempre representados tipológicamente como
muy altos y delgados, ya que se creía que vi-
vían debajo de las grandes piedras.

El arte de los aborígenes está perfectamente adaptado a las condiciones de vida, y los materiales utilizados son los que la naturaleza les ofrece. Así, los que vivían en las cuevas pintaron las paredes de sus refugios, grabaron dibujos en los suelos rocosos o practicaron surcos en los terrenos arenosos, hicieron motivos en relieve en la corteza de los árboles y decoraron, en fin, los objetos que constituían su ajuar: escudos, lanzas, bumeranes, etc.

Cuando se vieron forzados a abandonar los abrigos rocosos y se refugiaron en las zonas septentrionales, por las que todavía no se interesaba el hombre blanco, y en las que había grandes bosques de eucaliptos, tomaron la corteza de estos árboles y con gran ingenio elaboraron suaves, amplias y planas superficies en las que pintaron escenas relacionadas con sus creencias religiosas y su vida cotidiana. El acceso a unos materiales blandos, como son la madera y la corteza, les permitió realizar pequeñas esculturas, bateas para la recolección, gorros, bolsas, etc. La piedra, más difícil de encontrar en estas tierras, fue reservada para las hojas de las hachas y para sus objetos más sagrados, las churingas, piedras planas, oblongas, cuidadosa y penosamente talladas y en cuya superficie se trazaron diseños de tipo geométrico relacionados con los tótems de los antepasados; en estas churingas se supone que se halla concentrada la fuerza espiritual de los ancestros.

En cualquier caso, el arte era un elemento esencial en la vida del hombre australiano, ya que constituía la expresión de sus creencias religiosas, la fuente de la fertilidad, el medio que les permitía transmitir a sus descendientes los conocimientos del grupo del que formaban parte, para describir sus hazañas y, también, que quedara memoria de ellas.

En las paredes de las cavernas que habitaron en el pasado se pueden contemplar sus narraciones acerca de la creación del mundo, que se inician con el relato de cómo era la tierra cuando estaba vacía, cuando no había vegetación ni animales, ni por supuesto hombres; entonces, de algún lugar desconocido surgieron los héroes; éstos, al caminar, fueron creando los caminos de la Tierra, los ríos, el mar, que pronto se poblaron de animales. Más tarde fueron creados los hombres. En las paredes de las cuevas aparecen representados esos héroes; son los denominados wandjina, figuras antropomorfas de gran tamaño, cuyos cuerpos están pintados de blanco y contorneados de rojo: los colores de la fertilidad, del agua y de la sangre.

Otro tema que aparece en las cuevas son figuras de seres mágicos -los mimis- que tienen forma de hombres delgadísimos, casi filiformes, y aparecen siempre en movimiento, en escenas llenas de espontaneidad.

Aunque todas estas pinturas fueron realizadas hace mucho tiempo, frecuentemente acuden aborígenes para "renovarlas"; las repintan y a veces les añaden motivos. Hasta la década de 1960 perduró esta práctica, para mantener contacto con los espíritus de la creación.

Corteza decorada. Sobre corteza de eucalipto los aborígenes australianos pintaban escenas mitológicas y de carácter mágico, animales y espíritus de los antepasados. El acto creativo de la pintura se hacía en secreto mientras el artista recitaba cantos sagrados durante la realización de la obra.

Aunque no son tan antiguas como las pinturas realizadas en las cuevas, o los petroglifos, se sabe que los primeros colonos europeos que se establecieron en Australia dejaron constancia de que los indígenas pintaban escenas de animales y hombres en piezas de corteza. Hacia 1850 todos los grupos indígenas que habitaban en el continente realizaban este tipo de pinturas; posteriormente, al ir retrocediendo el hábitat indígena ante el avance de los blancos, esta producción quedó reducida, como ya se ha dicho, a la zona de la Tierra de Arnhem, ya que los indígenas que vivían en el centro de Australia (en 1960 todavía había grupos arunta en las zonas desérticas centrales) carecían de árboles de los que extraer la corteza.

Espíritus mimis australianos (Yirrkalla, Tierra de Arnhem). En la región nordeste de la Tierra de Arnhem, en Australia, se halló un curioso estilo escultórico de figuras antropomorfas que representan a los espíritus ancestrales de los aborígenes. Si bien lo habitual es encontrarlas en zonas rocosas, los hay también pintados en rojo u ocre en las cavernas o esculpidas en madera. El destacado detalle de las extremidades responde al fuerte sentimiento por la composición que compartían los antiguos artesanos por las imágenes en movimiento.

Una vez obtenida la plancha de corteza, arrancadas las rugosidades, y ablandada al fuego, se procede a dejarla perfectamente plana y lisa; luego se confecciona la materia pictórica con colores naturales: blanco (obtenido de piedras calizas), negro (de carbón o de piedras ferrosas), y rojos y ocres (procedentes de arcillas), que se mezclan, una vez reducidos a polvo, con el jugo de unas orquídeas o con miel de abejas, a modo de aglutinante.

La realización de la pintura propiamente dicha se efectúa en secreto, sin espectadores; a veces trabajan en la misma corteza dos o tres pintores, que mientras realizan su tarea van salmodiando sus cantos sagrados.

Las pinturas tienen temas diversos: las hay de carácter sagrado en las cuales se reflejan temas míticos referentes a los wandjina y a los mimis. Otras son de carácter puramente narrativo, en las que puede explicarse, por ejemplo, una expedición de caza o pesca. En este caso, la escena suele estar dividida en diversos compartimientos, en cada uno de los cuales se representa una secuencia de una acción (como en un cómic).

Pintura rupestre (Parque Nacional Kakadu, Tierra de Arnhem). Realizada con una mezcla especial de pigmentos naturales, las figuras rupestres que se reparten por los acantilados australianos suelen representar escenas del mundo mítico y elementos de la naturaleza, relacionando íntimamente la fauna, la flora y la mitología del lugar.

En otro tipo de pinturas se plasma la figura de un animal que ocupa toda la corteza; en esa figura aparece representado no solamente el aspecto externo del animal, sino también lo que el pintor sabe que tiene dentro (columna vertebral, corazón, intestinos). A este tipo de pinturas se las ha denominado de rayos X o radiografías.

Por fin, hay un cuarto tipo de pinturas conocidas como abstractas, aplicando abusivamente una terminología propia del arte occidental a un arte completamente ajeno a los parámetros modernos. Son pinturas que aparentemente no guardan relación alguna con objetos reales; sin embargo, los aborígenes las interpretan rápidamente como "el arco iris", "pozo de agua con lanzas alrededor", o "la luna deslizándose sobre las olas".

La pintura sobre corteza ha sobrevivido con toda su autenticidad hasta hace pocos años, e incluso su producción se acrecentó, puesto que misioneros, sociólogos y la misma administración gubernamental animaban a los aborígenes a realizarlas; pues, a medida que era conocido en Occidente este arte, se acrecentaban las peticiones de pintura, que proporcionaban buenas ganancias a sus creadores.

Espíritu maligno Nabulwinjbulwinj (Roca Nourlangie, Tierra de Arnhem). Entre las pinturas rupestres halladas en el interior de una cueva del Parque Nacional de Kakadu se encuentra esta representación de un ser mitológico que se alimentaba con la carne de las mujeres que previamente raptaba y violaba. Muchas de estas pinturas son narraciones que cuentan la creación del mundo, con la presencia sistemática de los mimis mitológicos.

Mas, para lograr ese incremento, primero se procedió a facilitar la tarea del arranque de la corteza mediante herramientas metálicas, luego se proporcionaron a los artistas pinceles industriales, e incluso pinturas químicas. Más tarde se les propuso la realización de nuevos temas. Actualmente apenas usan la corteza y las pinturas las hacen sobre lienzo, bien tensado y enmarcado. 

No obstante, hay que reconocer que las muestras recientes que ha sido posible estudiar, aunque poco o nada tengan que ver con la antigua pintura, son de elegante y refinado trazo, y sus sutiles combinaciones de colores permiten augurar que los artistas jóvenes aborígenes, con toda seguridad, influirán eficazmente en el arte australiano del futuro con su personalísima contribución.

Fuente: Historial del Arte. Editorial Savat.

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