En
el más lejano confín de Polinesia, a unos 3.500 kilómetros de las costas de
Chile, se halla la isla de Pascua, a la que llegaron las migraciones
polinésicas probablemente por la misma época que a Nueva Zelanda.
Una vez más tuvieron que adaptarse a
circunstancias ambientales totalmente distintas a las de los archipiélagos de
la Polinesia central. La isla de Pascua está totalmente desprovista de árboles;
la única vegetación son arbustos y matorrales que, evidentemente, no
proporcionan madera suficiente para construir nuevas embarcaciones que
permitieran emprender el viaje de regreso a los lugares de origen, ni buscar
ambientes más propicios.
La madera es tan escasa, que se la
considera como un material precioso, y los objetos que se tallaban con ella
(siempre de pequeño tamaño) estaban relacionados con las divinidades que
adoraban los isleños, o representaban a los espíritus de los antepasados,
aunque estas imágenes, más que objetos de culto, constituían una muestra de
riqueza para su poseedor, que las ostentaba y exhibía como signo de
magnificencia y poder.
Estas figuras suelen ser de extrañas
formas, retorcidas, distorsionadas, ya que se aprovechaba el mínimo fragmento
de madera que podía obtenerse de los arbustos, o mejor aún de los árboles o
maderos que llegaban hasta las playas, flotando en el mar, y desde muy lejanas
tierras. Las más interesantes de estas figuras se relacionan con los espíritus
de los difuntos, a los que parecen representar, ya que presentan una
extraordinaria delgadez, con el costillar protuberante y el vientre rehundido,
ojos desorbitados y rostro emaciado. Otras imágenes tienen forma de hombre
pájaro y se relacionan con la principal divinidad venerada en la isla.
Pero el gran misterio de la isla de
Pascua lo constituyen las gigantescas figuras (casi siempre cabezas humanas)
talladas en piedra volcánica, que en ocasiones alcanzan hasta 10 metros de
altura y aparecen situadas al borde de los acantilados, de cara al mar, y sobre
plataformas escalonadas, también de piedra tallada. Además, muchas de estas
figuras llevan sobre la cabeza, y a modo de tocados, cilindros de toba roja,
que fueron colocados una vez emplazadas las figuras en su lugar.
El enorme tamaño de las cabezas
prismáticas, de ojos hundidos en las órbitas, que parecen mirar al infinito, ha
provocado las más peregrinas hipótesis, entre las que se incluye considerarlas
obra de gigantes o de extraterrestres.
Aunque la piedra en que están talladas
es muy blanda, no deja de constituir un arduo problema, si no se cuenta con la
ayuda de herramientas metálicas; sin embargo, los pascuenses las tallaban en la
misma cantera, con la ayuda de instrumentos líticos. Esa cantera se halla en
las laderas del más elevado volcán de la isla, el Rano-Raraku, donde todavía
pueden verse algunas esculturas abandonadas, seguramente por no haber podido
llevarlas hasta el lugar deseado. Hay que tener en cuenta que esas cabezas
llegan a pesar hasta 20 o 30 toneladas.
Otro de los misterios de la isla de
Pascua son unas tablillas planas, oblongas, en las cuales aparecen hileras de
pequeños motivos incisos, que parecen caracteres de una escritura desconocida.
Al parecer, las conservaban los rongo-rongo, hombres sabios que conservaban las
narraciones acerca de los antepasados y sus conocimientos. Las tablillas serían
signos pictográficos que servían para recordar -o "leer"- tales
narraciones.
Desgraciadamente, a fines del siglo
pasado gentes procedentes de Perú arribaron a la isla y se llevaron consigo a
los hombres adultos para que trabajasen como esclavos en las islas guaneras.
Sólo quedaron las mujeres, los niños y los viejos. De esta brutal manera se
perdió la memoria de los conocimientos de aquel pueblo que, en tan difíciles
condiciones, realizó tan extraordinarias obras.
Fuente:
Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat
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