En la zona del
río Sepik, en Nueva Guinea septentrional, se halla un gran número de grupos y
etnias que habitan la región desde hace cuarenta mil años. Es una de las más
ricas en arte oceánico por la diversidad cultural de sus pueblos.
La variedad artística de la zona del
Sepik es notable. Destaca la perteneciente a los poblados de Abelam, Arapesh y
Iatmul. En el área se encuentran como disciplinas recurrentes la escultura y la
pintura, cuyas representaciones son básicamente humanas y animales, con estilos
también muy diversos, yendo del naturalismo a la abstracción. Los objetos más
frecuentes son tambores, escudos, armas, amuletos y máscaras; además de
elementos ornamentales aplicados a la arquitectura, como postes esculpidos o
fachadas pintadas.
Toda esta diversidad impide agrupar el
arte de esta región bajo un todo unitario. Así pues, creemos que la
denominación conjunta de este arte bajo el epígrafe "de la cuenca del
Sepik" se debe a consideraciones geográficas más que estilísticas. Sin
embargo, el denominador común de estos pueblos es su visión ritual del cosmos y
de la vida. Tanto las representaciones antropomórficas como las zoomorfas están
vinculadas al mundo de los espíritus y los antepasados, por lo que los diseños
no son ornamentales, sino que su función se acerca a lo sagrado.
El ámbito del
arte por excelencia es la Casa Tambarán, ya que es en ella donde se encuentran
la mayor parte de las obras sepik. Su interior es un espacio secreto y sagrado
donde se guardan los objetos que no se pueden ver (no pueden ser vistos ni por
las mujeres ni por los no iniciados) y los artefactos sagrados que se incluyen
en las ceremonias. Las Casas Tambarán están relacionadas con los ritos de
iniciación y dan prestigio al clan.
Estas casas duran más o menos veinte
años. Los trabajos de construcción no pueden realizarse sin unos cuidados
previos, ya que debe mantenerse un ambiente sacro propicio. De hecho, la
construcción en sí es ya una ceremonia. Los hombres trabajan al alba antes de
que las mujeres y los niños se despierten, de manera que el levantamiento de la
casa (su estructura) quedará atribuido a los espíritus. Este hecho muestra la dualidad
de pensamiento que existe en estas culturas: entre lo natural y lo sobrenatural
y lo masculino y lo femenino.
Otro aspecto importante presente en la
naturaleza de estos pueblos es la Caza de Cabezas, relacionada con la guerra, y
que se encuentra básicamente en la etnia Asmat. Históricamente, las guerras de
los Sepik no eran de exterminio (aunque la presencia europea cambiará este
aspecto debido a la introducción de las armas de fuego). De hecho, la caza de
cabezas también se daba en la América Precolombina y estaba naturalmente
asociada a la guerra, al culto de los antepasados y a los ritos funerarios. Lo
bélico ocupa un lugar central en muchas sociedades del Pacífico, porque por un
lado es un vehículo de prestigio masculino y, por el otro, permite la
apropiación de las energías vitales de los individuos enemigos. Un motivo para
declarar la guerra puede hallarse en la necesidad de encontrar víctimas
destinadas a los sacrificios.
Las armas, objetos importantes para la
vida en el Sepik, pueden estar cubiertas de formas, esculpidas o pintadas y
llegan a ser verdaderas obras de arte. Aparte de la presencia de las armas, los
conflictos armados entre los Sepik se caracterizaban por la pintura corporal
que se aplicaba sobre los cuerpos de los guerreros. Nada es ornamental ni
arbitrario, sino que todo tiene una función, como por ejemplo aterrorizar al
enemigo o hacer más eficaces las actuaciones emprendidas.
Por otra parte, en las Casas Tambarán se
encuentran unos escudos muy ornamentados. No se trata exclusivamente de
elementos defensivos, sino investidos de un gran poder psicológico. Cada escudo
lleva el nombre de un ancestro y está asociado a la persona que debe ser
vengada. Originalmente se realizaban para una ceremonia, previa a la Caza de
Cabezas. El escudo es propiedad del guerrero y está asociado a su persona y
cuando muere se destruye. Es un elemento tan asociado a lo sagrado que unía la
fuerza del hombre que lo utilizaba y el ancestro representado por el nombre del
escudo. Tal creen que es su poder, que el enemigo debe rendirse con sólo
verlos.
A pesar de las diferencias existentes
entre los diferentes grupos de habitantes de la cuenca del Sepik, se han
establecido una serie de elementos recurrentes en todas sus manifestaciones
artísticas. Por ejemplo, es muy habitual encontrar narices fálicas,
exageraciones del rostro y la cabeza, entre otros. Así mismo, las técnicas
escultóricas se caracterizan por la inclusión de barro en muchos casos, ya sean
obras talladas como ensambladas. Por lo que se refiere a la decoración,
habitualmente ésta presenta motivos geométricos (triángulos, zig-zag, cenefas
curvilíneas, círculos concéntricos ...).
Fuente: Texto
extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat.
Cabe tener en cuenta que los pueblos del
Sepik no establecen una diferencia entre la función del objeto y su valor
decorativo, como tampoco hay separación entre mito, rito y vida cotidiana.
Fuente: Historial del Arte. Editorial Salvat.
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