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Artistas de la A a la Z

Iglesia de san Francisco en La Paz

La obra más importante de La Paz, la capital de Bolivia es la iglesia de San Francisco, comenzada a mediados del siglo XVIII en reemplazo de una antigua iglesia del siglo XVI, pues los primeros intentos de alzar un templo se remontan a 1549.

Se desconoce el arquitecto de tal monumento que merece ocupar indudablemente un lugar destacado dentro de la arquitectura religiosa del XVIII, y sólo se sabe que el actual edificio se comenzó en 1744 gracias a los aportes de Diego Baena, un minero descubridor de un valioso yacimiento en el río Orco, que fue en realidad el gran impulsador para la realización y finalización del edificio.

Tanto la iglesia como el convento fueron construidos con piedra labrada, cubriéndose la cúpula y cruceros en el año 1753. En 1772 se habían cerrado todas las naves consagrándose el conjunto en 1784, aunque la fachada se concluyó más tarde, al igual que la torre, que fue agregada posteriormente a finales del siglo XIX, en 1885.

El interior presenta una planta de tres naves con ábside rectangular, cubierta con bóveda de cañón la central, y con cúpulas las laterales. La cúpula del crucero, con cuatro ventanas, exhibe una delicada decoración que se enriquece especialmente en las pechinas. La austera desnudez de sus muros interiores contrasta con las obras artísticas que alberga, notables retablos, que se convierten prácticamente en la única decoración de la iglesia, aunque el rico trabajo esculpido de su entrada principal es digno de elogio y admiración.


La portalada central, construida hacia 1790, destaca por su extensa decoración, que casi no deja ningún resquicio vacío, es como un horror vacui, tan característico de las obras del momento. Se le ha clasificado como ejemplo de fachada-retablo, aunque si bien presenta una amplia ornamentación con capillas para colocar las esculturas que refuerzan la idea de retablo, no se le puede clasificar como tal, a pesar de que se aproxima a tal genero por predominar el sentido arquitectónico de los retablos de cuerpos y calles.

De todos modos, se puede decir que se divide en dos cuerpos y tres calles. Y la corona un pequeño remate también espléndidamente labrado. Un arco trilobulado da el acceso al interior del recinto. El dintel del arco, por su parte, reitera el esquema expresivo de San Francisco de Potosí y el de la iglesia de Santo Domingo de La Paz.

Se sitúan dos hornacinas en el cuerpo bajo, destinando la central, en la parte superior, a la imagen del santo titular. La decoran ocho grandes columnas salomónicas distribuidas por igual en el arte alta y baja. Las inferiores descansan sobre cabezas monstruosas, que parecen la imagen de un sátiro. Estas figuras representan el submundo de lo monstruoso y del mal. En las enjutas hay cabezas de delfines y en la parte alta sirenas enlazadas por la cintura. En cambio, las portadas laterales presentan rostros de indios, con la cabeza tocada con vincha y plumas.

La portada de esta inmensa mole es precisamente aquellas que integran los repertorios decorativos americanos y que por ello ha sido considerada dentro del “estilo mestizo”. De hecho, la iglesia de San Francisco de La Paz refleja toda una modalidad típica de la región en la segunda mitad del siglo XVIII.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Arte precolombino de México

De la prehistoria mexicana casi no quedan huellas de una actividad que pudiera llamarse "artística", si bien se tienen algunas evidencias de que los pueblos nómadas -simples recolectores, o cazadores del mamut y de otras especies prehistóricas- vivían hace más de diez mil años en Mesoamérica. Habría que esperar hasta el año 5000 a.C. para encontrar los primeros intentos de una precaria vida sedentaria en torno a los inicios del cultivo del maíz, planta que estaba destinada a modificar por completo la vida del hombre americano, al menos en muchas regiones del denominado Nuevo Mundo.

Chicomecóatl (Museo Na-

cional de Antropología, 

Ciudad de México). Ima-

gen en piedra de la deidad
del maíz de la cultura Mexica.

⇦ Metate y mano (Museo de Tehuacán). Pieza que procede de Coxcatlán (Puebla) que utilizaban sobre todo las mujeres para moler los cereales. Está fabricada en piedra, de forma cuadrilonga y algo abarquillada en su cara superior; actúa como un plano inclinado por el que se hace rodar la mano cilíndrica sobre el grano para molerlo. 



Hasta los albores del segundo milenio antes de nuestra era, se asiste en México a la paciente domesticación de las especies primigenias de maíz y a su hibridación con otras plantas, lográndose así un alimento que, asentado en el suelo, habría de convertir definitivamente en sedentarios a muchos de estos pueblos. Y pronto, junto al cultivo del maíz, surgirían el de otras plantas, como las diversas especies de calabaza, el frijol, el tomate, el cacao, aparte de numerosas fibras y de una de las especies de algodón.

⇨ Mortero (Departamento de Prehistoria de la UNAM, Ciudad de México). Perteneciente a la fase Tlapacoya, este mortero de piedra tiene una forma cóncava para que, con su vaivén, se pueda moler el grano. 



Y mientras se enriquece la agricultura, se verá la diversificación de las sociedades, pasando de primitivas aldeas agrícolas a estratos más avanzados de civilización. Sin embargo, aunque se asistirá a un notable adelanto en el campo de las artes y del pensamiento, se verificará en cambio como los pueblos precortesianos se mantuvieron, en lo que se refiere a tecnología, a un nivel relativamente bajo. En efecto, nunca supieron emplear la rueda para aliviar tareas humanas (quizá porque no poseían animales de tracción), y no conocieron la metalurgia del oro, de la plata y del cobre -tres metales blandos- hasta el año 1000 a.C., aproximadamente, o sea unos cinco siglos antes de la conquista española. Pero estos retrasos o lagunas tecnológicas sólo hacen más admirable todavía la altura alcanzada por ellos en otros campos. Basta simplemente recordar los comentarios de algunos cronistas -incluyendo la sincera admiración de artistas como Durero-ante las asombrosas joyas de jade, oro y plata, las finas tallas en madera, las delicadas vasijas policromadas o los tornasolados mosaicos de plumas preciosas," ... cosas nunca vistas, ni siquiera soñadas", como exclama Bernal Díaz del Castillo, el fiel cronista de la conquista española.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Culturas de los Andes

Las primeras huellas culturales aparecen en la zona andina, hacia el décimo milenio antes de nuestra era, en la llamada industria de Chuqui y sus similares en Oquendo y Zona Roja. Esta industria consiste en artefactos pequeños de piedra, como buriles y raederas. Ligeramente posterior es el conjunto lírico conocido con el nombre de Chivateros, que se caracteriza por un gran número de instrumentos bifaciales tallados a percusión: cuchillos, raederas y largas puntas, al parecer de lanzas. Es una cultura orientada hacia la explotación del mundo vegetal, dando alguna importancia a la caza. Parece contemporánea a esta primera fase de Chivateros la cultura de Vizcachani, yacimiento situado en el departamento de La Paz, Bolivia. En el norte de Chile, el sitio más antiguo es el de Gatchi, cerca de San Pedro de Atacama.

Cabeza monumental de Tiahua-

naco (La Paz, Bolivia). Realizada

en arenisca roja y de más de 7 m
de altura, es uno de los pocos 
monolitos antropomórficos que se 
salvaron de las campañas antii-
dólatras de los colonizadores espa-
ñoles. 
Se encontró en Lauricocha (Perú) una serie de cuevas y restos Uticos datados entre el octavo y segundo milenio antes de nuestra era. Esta cultura se debe a un grupo de cazadores provistos de una industria lítica avanzada relacionada con la cacería de cérvidos y del guanaco. Los restos líticos se caracterizan principalmente por sus puntas foliáceas con la típica forma de “hoja de sauce”. Junto con las hojas se encuentran cuchillos unifaciales y bifaciales, puntas y raspadores. Las puntas suelen presentar aristas denticuladas.

Los restos del arte rupestre, también datables de hacia el octavo milenio, están caracterizados por la cueva de Toquepala, en la serranía de Moquegua (Perú), donde se han representado escenas de caza con siluetas humanas persiguiendo a manadas de guanacos. Las figuras nunca sobrepasan los 22 cm de altura y se hallan pintadas en negro, blanco, rojo y amarillo. La pintura rupestre es relativamente frecuente en Perú y Bolivia, y se pueden señalar entre las más significativas las pictografías de Kalakala, en el departamento de Oruro, Bolivia.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La cordillera de los Andes

Cordillera de los Andes (Colombia). Los montes andinos atraviesan toda América del Sur hasta el Caribe, extendiéndose a lo largo de Argentina, Chile, Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela.

La cordillera de los Andes es un gran sistema montañoso que se extiende prácticamente 8.000 kilómetros desde Venezuela, en el norte de América del Sur, hasta la Tierra del Fuego, en el sur de Chile y Argentina. La anchura de la cordillera alcanza en algunos puntos los 800 kilómetros, dato que, sumado a la longitud mencionada, ayuda a entender la magnitud de este sistema montañoso.

Por otro lado, la cordillera se divide en tres grandes tramos: Andes Septentrionales, Andes Centrales y Andes Meridionales. Los primeros se originan en la cordillera de la costa de Venezuela y se prolongan hasta Perú, concretamente hasta la zona del Nudo de Pasco, donde se inicia el tramo de los Andes Centrales. A partir de aquí, las montañas son cada vez más elevadas, por regla general, y en este tramo, asimismo, aparecen algunas de las zonas más anchas de toda la cordillera. Por último, los Andes Meridionales acogen la que es la montaña más elevada del continente americano, el Aconcagua, que tiene una altitud de 6.959 metros.

Es preciso señalar que el concepto de culturas de Los Andes que se ha venido a denominar “área cultural andina” ha sido durante mucho tiempo motivo de discusiones y desencuentros por parte de los investigadores, que debatían la necesidad o no de incluir entre las culturas de los Andes las manifestaciones de algunos pueblos de los actuales países de Venezuela, Colombia y Ecuador.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Aparición de la cerámica

Hacia el año 4000 antes de nuestra era, cambia el panorama cultural del Perú con el advenimiento de formas agrícolas rudimentarias; este período, que dura hasta el año 1500 a.C, no conoce la cerámica, pero en él se levantan los primeros centros ceremoniales. El centro más antiguo conocido es el de Huaca Prieta, en el valle de Chicama. También se hallaron varios centros precerámicos pudiendo determinar que, a partir del año 2500 antes de nuestra era, se cultivó el algodón.

Los centros arquitectónicos más importantes del precerámico son el complejo de Las Haldas y el templo de las Manos Cruzadas, en Cotosh, ambos datables hacia el 1800 a.C.

⇦ Venus de Valdivia. Se han hallado infinidad de figurillas antropomórficas talladas en piedra que representan la fecundidad, datadas del período prehispánico entre 3500 a.C. y 900 d.C., que servían de fetiche en los ritos y en las ceremonias religiosas.



El sitio de Las Haldas, en el valle de Casma, reúne un grupo de viviendas junto a un centro ceremonial; éste se halla dominado por un edificio piramidal que tiene siete plataformas, su longitud es de 465 m y presenta varios recintos cuadrangulares abiertos, dispuestos entorno a un eje de simetría.

El templo de las Manos Cruzadas, en Cotosh, es el más antiguo de la sierra. Se trata de un centro ceremonial formado por recintos cuadrangulares limitados por muros de piedra canteada unida con argamasa de barro. Los muros son altos y presentan nichos donde se encontraron ofrendas. Sobre estos paramentos hay brazos cruzados modelados en barro con un estilo primitivo. En el centro hay un patio con un hogar.

La cerámica más antigua es la que se ha encontrado en la costa norte del Perú y recibe el nombre de Guañape (temprano). Carece de pintura y está decorada con unas líneas incisas en forma de la letra M. Asimismo muestra incisiones practicadas con la uña sobre el barro fresco. Esta cerámica tiene generalmente forma de olla con borde engrosado. La datación de la cerámica de Guañape por el radiocarbono es del año 1250 antes de nuestra era.

Asimismo, esta denominación de Guañape sirve para designar a la cultura precolombina que habitaba en la costa norte del Perú, en la zona del valle de Virú, durante buena parte del segundo y primer milenios antes de nuestra era. A pesar de la antigüedad de este pueblo se ha podido constatar su evolución cultural, de modo que en la actualidad se distinguen tres períodos en el curso de su historia. En el período inicial, que se origina, aproximadamente, en el siglo XIII a.C, y al que pertenece la antigua cerámica a la que ya se ha hecho mención, las manifestaciones artísticas que se han encontrado, sobre todo en el yacimiento de Queneto, nos muestran cierta tosquedad en los estilos y las técnicas. De este modo, los objetos de cerámica que han sobrevivido al paso del tiempo son monocromos, casi siempre de color marrón o negro. Además, apenas hay dos tipos de cerámicas, ambos en forma de olla, una con el borde engrosado, y otra, de la que se han encontrado muestras posteriores, con un mínimo labio. Más adelante, en el denominado período medio, se produce un salto cualitativo especialmente en el apartado de la cerámica y empiezan a dominar los diseños geométricos. Por último, en el período tardío el pueblo Guañape recibe una fuerte influencia por parte de la cultura Chavín.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La cultura de Valdivia

Al igual que Machalilla, Chorrera y Narrío, Valdivia es una parte del período cultural formativo del Ecuador, si bien es Valdivia quien da origen a este período hacia el año 3500 a.C. en que comienza el formativo anterior.

En Valdivia ya se encuentra un tipo de cerámica de alto grado de elaboración, con bordes redondeados y vasijas de gran tamaño que hace pensar en un tipo de sociedad de asentamientos estables que empleaba estos recipientes para almacenar el grano, y por tanto se está en una sociedad en plena revolución agrícola.

La similitud en algunos aspectos a las piezas que se elaboraban en esa época en la isla de Kiushu en Japón, y del resto de la cerámica Jomón, llevó a algunos investigadores a establecer una teoría de trabajo en la cual estos primeros asentamientos habrían llegado a las costas ecuatorianas de la mano de pescadores japoneses arrastrados por la corriente del Kuro-Shivo y de allí se extendieron al resto del continente internándose por las cuencas de los ríos, donde se presentan áreas óptimas para el cultivo. No obstante, parece estar suficientemente demostrado que la cerámica de Valdivia es varios siglos más antigua que la cerámica Jomón.

Maternidad de Valdivia. Esta figura de cerámica sirvió como símbolo de la nueva cosecha en las sociedades precolombinas. La imagen de la mujer con su bebé o con frutas en los brazos es típica de una cultura que asociaba a la feminidad con un rasgo divino, ofreciéndole un rango de demiurgo creador dado su poder de reproducción. 

 Las excavaciones realizadas en 1959 en áreas próximas a Valdivia llegan a las conclusiones de que el asentamiento descubierto se corresponde con el villorio preurbano donde ya se facilitaba el trabajo colectivo, en contraste con los pueblos netamente cazadores recolectores.

De las ocho fases en que un grupo de arqueólogos divide la evolución de la cerámica de Valdivia, la más antigua es la que corresponde al yacimiento de Real Alto y que las dataciones sitúan entre el 3100 y el 2600 a.C.

A través de la cerámica se deduce que estas civilizaciones cultivaron no sólo el maíz, sino también la yuca, el camote, las calabazas, e incluso el algodón puesto que en las incisiones decorativas se han encontrado tejidos de diferentes texturas.

Las primeras vasijas eran más bien pequeñas, pero más adelante se encuentran piezas con cuatro pies que permitían almacenar una gran cantidad de grano. En las muestras que han llegado hasta nuestros días se observa una decoración ordenada con incisiones, impresiones digitales y de conchas ocupando el tercio superior de las piezas.

Junto con las vasijas, en Valdivia también se han encontrado unas figuras que representan rostros femeninos que posteriormente fueron denominadas como las Venus de Valdivia, y que tendrían relación con la madre tierra y el culto a la fertilidad. Las dataciones sitúan estas figuras en el 2500 a.C.

Vasija de Valdivia. Este cuenco irregular de cerámica presenta decoraciones incisas con motivos vegetales y dos ondulaciones incisivas que producen cierta impresión de dinamismo visual. 

Las representaciones tan acentuadas de la veneración a la figura femenina, más allá de la religiosidad relacionada con la Gran Diosa Madre Tierra, tiene que ver con la fecundidad femenina y su consideración de que todos los fenómenos naturales se rigen por el principio femenino. Se está pues ante un matriarcado de divinidades femeninas que precede a los cultos politeístas de tendencia más patriarcal.

Las denominadas Venus de Valdivia fueron encontradas en tumbas y lugares de ritos en medio de campos donde eran enterradas con el fin de “fecundar la tierra” y propiciarle la fertilidad que diera origen a las cosechas. Estas piezas no encuentran paralelo entre las representaciones antropomorfas del estadio preparatorio de las grandes culturas precolombinas como la Maya, Azteca o Inca.

Las figurillas más antiguas eran de piedra y posteriormente se decantaron por el barro, material que permitía un mejor modelado en particular para resaltar la zona del vientre la cual procedían a abultar como símbolo de fertilidad y embarazo.

Las características más resaltables de este tipo de pieza son los contornos redondeados, las pobladas cabelleras -algunas rematadas en pintorescos peinados- y los ojos en forma de granos de café. En paralelo con la fecundidad, también es frecuente su relación con la salud y la ofrenda como tributo a la madre tierra, frente a un miembro de la comunidad enfermo.

Se han encontrado gran cantidad de figurillas fragmentadas que posiblemente hayan sido ofrendadas para la curación de algún paciente. Una vez que ésta se producía ya no se le atribuía ningún valor y el símbolo era abandonado. Esta misma práctica se ha encontrado en tribus que se corresponden con las zonas de América Central y Brasil.

Incensario de Valdivia. Son típicos los utensilios de cerámica con formas de animales en la cultura valdiviense. como este incensario con cuerpo de mono procedente de las excavaciones de Chorrera.

Si bien la cultura de Valdivia se localiza en las costas ecuatorianas de la actual provincia de Guayas, su influencia se ha observado desde la zona de Atacames en Esmeraldas hasta el sur del Golfo de Guayaquil en la zona de Tumbes provincia de El Oro, cubriendo una extensión de unos 500 kilómetros. La posible similitud con la cerámica de Puerto Hormiga en Colombia ha sido descartada por todos los especialistas que estiman a ésta última, más tardía y peor cocida.

La calidad en lo que se refiere a estética y perspectiva en rostros y peinados de muchas de las figurillas de Valdivia, en particular las del segundo período (2300-2000 a.C.), es similar a algunas piezas egipcias. Las hendiduras que representan los distintos rasgos muestran detalles de boca, ojos y cejas de gran refinamiento.

Con el tiempo, la calidad artística de la cerámica de Valdivia va disminuyendo y en el tercer período (2000-1500 a.C.) su acabado e imaginación en los detalles, como peinados y rostros, denota un retroceso. Algunos investigadores justifican esta involución a las teorías que ven a la Cultura de Valdivia proveniente de influencias exteriores.

Los relieves que muestran las primeras vasijas, provenientes de apretar valvas de conchas contra el barro aún tierno, muestran la influencia de los concheros de la costa en el desarrollo de esta cerámica. Los acabados presentan singularidades como el brillo que producían sobre los barnices frotando sobre la cerámica ya cocida, astas y huesos de animales. Esta técnica fue posteriormente copiada en las fases de Machalilla y Chorrera.

Por último, cabe aclarar que la actual localidad de Valdivia es solo un punto de referencia de una cultura que estuvo extendida en una zona que ocupaba varios centenares de kilómetros sobre la costa ecuatoriana e incluso algunas decenas de kilómetros alejada de la costa habiéndose encontrado restos al este de la provincia de Manabí. Remontando el río Guayas, en la provincia del mismo nombre, se han excavado yacimientos hasta 40 kilómetros alejados del mar.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Período formativo (1250 a.C.-100 d.C.)

En el período que incluye aproximadamente desde el año 4000 a.C. hasta el año 1500 a.C. se producen importantes cambios en los pueblos que habitan la zona peruana, gracias sobre todo a la aparición de la agricultura, aunque estas culturas aún no han logrado desarrollar la cerámica. Ya se ha señalado, por otro lado, que los vestigios de cerámica más antiguos que se han encontrado hasta el momento corresponden al año 1250, aproximadamente, y se han localizado en la costa norte de Perú.

Relieve de jaguares (Chavín de Huantar, Perú). En las escalinatas del centro ceremonial de la antigua ciudad se esculpieron estas estilizadas figuras de animales, siendo el más representativo el felino salvaje por su imagen amenazadora y varonil. 

Ruinas de Chavín de Huantar (Perú). Los restos arqueológicos de Chavín suponen uno de los primeros vestigios de las antiguas civilizaciones andinas. A la derecha puede apreciarse un pórtico ceremonial en el que los sacerdotes oficiaban los ritos religiosos. 

De este modo, puede decirse que el período formativo queda inaugurado con estos hallazgos, pues durante los últimos siglos del segundo milenio antes de nuestra era nacen las altas culturas andinas. A pesar, claro está, de las múltiples diferencias que se dieron entre los numerosos pueblos que conforman este gran conglomerado que ha sido denominado “culturas andinas”, diferencias debidas a la distancia y a las barreras geográficas que impone una cordillera como la de los Andes, se pueden señalar varias características comunes. Por ejemplo, estos pueblos se caracterizan por poseer una agricultura y una cerámica desarrolladas, centros comerciales y arquitectura habitacional, pero no hay evidencia de centros urbanos o ciudades propiamente dichas. También se caracteriza este período por su metalurgia y el descubrimiento del bronce, y por el cultivo del maíz y de la patata.

Las culturas más representativas del período formativo son las de Chavín y Paracas Cavernas. La primera, situada en la sierra sobre el río Mosne, se remonta al primer milenio a.C. En el Sur, sobre el actual territorio de Bolivia, están las culturas de Wankarani y Chiripa. En cerámica destacan en este mismo período la de Cupisnique, estilísticamente relacionada con Chavín, y la de Salivar en la costa norte. Al sur, en la sierra, deben citarse Chañapata y Caluyo.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Estela Raimondi


Entre los años 1200 y 300 a.C. se desarrolló, en las altas montañas del norte del Perú, un estilo que tuvo su foco de origen en un pequeño pueblo llamado Chavín de Huantar, situado en el valle del río Monza, que se convirtió en un centro religioso -y sin duda económico- de primera importancia, y que alcanzó su punto álgido entre los años 800 y 500 a.C.

El estilo de Chavín fue una de las primeras manifestaciones artísticas más espectaculares del mundo andino y uno de los grandes estilos del Perú antiguo. Gracias a las exploraciones llevadas a cabo por el arqueólogo peruano Julio C. Tello a partir de 1919, los restos de esta civilización adquirieron la importancia y originalidad que merecían, visitadas y descritas ya desde el siglo XVI. Según Tello, Chavín había sido la cuna de una cultura ancestral, de la que habrían salido todas las otras culturas prehispánicas del país peruano.

El estilo artístico de esta zona se refleja muy bien en las estelas conservadas, donde el relieve adquiere una gran riqueza y significación, aunque en su mayoría con escenas de difícil interpretación. Una de las obras más importantes es la Estela de Raimondi que, junto al conocido Obelisco Te/lo, es una de las piezas maestras de esta cultura. El monolito Raimondi fue el primer objeto de estilo Chavín que se dio a conocer, y por su complicada decoración metafórica probablemente pertenece a la fase final.

Aunque su emplazamiento original es incierto, de acuerdo con algunos relatos de las gentes locales, estaba en la terraza oeste de un gran templo, un santuario de complicadísima planta, cerca de la plaza hundida, hasta que se lo llevó a Lima, en 187 4, el geógrafo y naturalista italiano Antonio Raimondi, del que toma su nombre.

Se trata de una losa de forma rectangular tallada por una de sus caras y cubierta por un relieve de elevada complejidad. La figura central es un ser antropomorfo, situado de pie y frontalmente, que podría corresponder a la divinidad a la que se rendía culto en el Templo Nuevo o Pirámide Mayor, y que en un momento dado se hizo incluso más importante que el "Dios Sonriente".

Es una divinidad de rostro draconiano y cuerpo humano cuyos pies acaban en garras de rapaz. Tiene un aspecto felino, más si observamos las comisuras de la boca vueltas hacia abajo y con colmillos. Mantiene los brazos abiertos y sostiene en cada mano largos cetros. Al llevar estas especies de barras ceremoniales, la supuesta divinidad recibe el nombre de "Dios de los Bastones" o "Dios de las Varas". La figura ocupa un tercio de la altura total de la piedra, cubriéndose el resto con un elaborado dibujo que puede referirse al cabello. Esta enorme cabellera está compuesta por numerosas volutas, imágenes de serpientes y rostros de jaguar que acaban llenando toda la superficie.

A rasgos generales, la estela acoge las características propias de su cultura, pues como otras piezas, está realizada en piedra grabada, donde se muestra un personaje con apariencia más o menos humana y en relación con el jaguar. Además, se emplea una especie de lenguaje metafórico, que, aunque es fácil de reconocer, es, por el contrario, difícil de interpretar.

La estela mide 1,98 metros de altura, 7,4 metros de anchura y 1,7 de espesor, y se conserva en el Museo Nacional de Antropología y Arqueología de Lima, en Perú.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La cultura de Chavín

Chavín de Huantar muestra un conjunto de edificios situados en la provincia de Ancash, en la confluencia de los ríos Mosne y Wacheksa, a una altura de 3.177 m sobre el nivel del mar. Su descubridor fue el arqueólogo peruano Julio C. Tello, quien durante las décadas de 1910 y 1920 llevó a cabo numerosas investigaciones en la zona.

⇦ Cabeza calva (Chavín de Huantar, Perú). Enclavada en el muro del castillo de Chavín, junto a muchas otras cabezas antropomórficas, se halla este zócalo exterior de piedra labrada. Por sus exageradas dimensiones se descarta que tuviera una función meramente ornamental, siendo más plausible interpretarla como representación gigante de las fuerzas temidas, como gárgola amedrentadora. Las imágenes más usuales como símbolos protectivos de los templos son las del jaguar, el puma, el halcón y la serpiente. 



En 1924 realizó los mayores descubrimientos, cuando halló numerosos restos de cerámica que presentaban claras características comunes, pues era de un tipo en el que dominaba el color negro, con piezas decoradas casi todas con incisiones y diseños en relieve. Era, por tanto, una cerámica muy parecida a la que se había encontrado en otras zonas, como en Ancón, por ejemplo, y en el valle de Chicama.

Lanzón (Chavín de Huantar, Perú). Esta estela monolítica de más de cuatro metros se halla en una de las galerías del Templo Temprano. Su forma de puñal gigantesco y su punta atravesando el techo de la estancia hacen suponer que no fue labrado en el mismo lugar, sino colocado después. Sus tres caras tienen esculpido un dios antropomórfico con rostro de jaguar. Se exhibe una réplica en el Museo Nacional de Antropología de Lima. 

Los centros ceremoniales andinos y el poder

Desde sus orígenes, el hombre relacionó las diversas manifestaciones de la naturaleza con extrañas divinidades que auguraban buenos o malos presagios. La intuición y el estudio contemplativo y deductivo de alguno de los primeros líderes de grupos humanos, los convirtió en los elegidos para mandar y gobernar atribuyendo a sus deducciones, poderes sobrenaturales por encima del resto de los integrantes del grupo.

Los primeros sacrificios se relacionan con las propias pugnas por el poder y los “elegidos por los dioses” suelen ser posibles adversarios del líder que recibe el encargo divino de la ofrenda al dios para complacerlo. Esta transmisión del mandato entre la divinidad y el grupo se mantiene en algunas religiones hasta nuestros días adaptando la forma y el tributo de los creyentes desde las oraciones y las ofrendas de objetos, hasta los pagos en metálico.

⇦ Vasija con rostro (Museo Etnológico, Barcelona). Este cuenco modelado a mano presenta una cara incisa y pintada cuyo color recuerda la viva policromía de las telas incas. La simpleza de los rasgos faciales, sintetizados en el uso de formas geométricas esenciales. 



De las deducciones sobre los cambios climáticos y su predicción, surgen los primeros sacerdotes o magos, que pretenden controlar las fuerzas de la naturaleza por medios coercitivos, intento que les lleva a la especialización, surgiendo el chamán, el mago o el hechicero, que utilizará los poderes de que se le ha investido o atribuido, sea de forma congénita, por el aprendizaje vocacional, posesión por un espíritu u otras formas de reclutamiento, unas veces para hacer el bien (magia blanca), otras para hacer daño a algún enemigo (magia negra).

Los primeros centros religiosos de los cultivadores de maíz, están directamente relacionados con tumbas donde se conservan huesos y ajuares dentro de urnas de barro. Estas urnas fueron halladas en cámaras de tamaños diversos, algunas de las cuales alcanzan los 40 metros cuadrados.

⇦ Botella con forma de papagayo. Muchos de los utensilios domésticos de la cultura de Vicus presentan rasgos animales como esta botella de cerámica. El realismo con el que está modelado y el colorido utilizado demuestran su elevado conocimiento del arte de la alfarería y el detallismo con el que observaban la realidad. 



La contemplación del firmamento en aras de obtener información sobre los cambios climáticos lleva a los sacerdotes a las partes más altas donde se encuentran altares que serán lugares de ofrendas. El gusto del sacerdote y su deseo es el del dios a quien venera y a quien entrega las jóvenes vírgenes que se reservan desde la infancia junto con algunos adolescentes masculinos.

Si bien los incas tenían a Viracocha como dios creador, y a Pachamama como madre de la tierra, no existe ninguna representación figurativa de los mismos a favor de Inti (el Sol) que estaba representado por un disco de oro y a quien le eran ofrendadas las víctimas para obtener sus favores. Los sacerdotes leían el porvenir en las entrañas de animales y de seres humanos sacrificados que posteriormente eran venerados en sus tumbas y colmados de todo tipo de ofrendas

De estos ritos y sacrificios han llegado a nuestros días tras recientes investigaciones los niños de Llullaillaco, tres momias encontradas a 6.730 metros de altura en la cumbre del legendario volcán del mismo nombre. Son las “entregas” en los altares más altos que el hombre jamás haya construido. Estos niños ofrendados a los dioses (también pueden ser considerados como dioses ellos mismos), son los seres humanos que estuvieron más próximos a la refulgente divinidad de Inti.

⇨ Vaso-retrato con estribo (Columbian Jacksonville Museum of Contemporary Art, Jacksonville). La cultura mochica produjo verdaderas maravillas en la cerámica de la civilización andina. Su extraordinario interés radica sobre todo en haber concebido retratos tridimensionales buscando por encima de todo la pureza del estilo y el máximo parecido con la realidad. Las pinturas de guerra de la cara, la dura mirada con los párpados bajos y el sutil endurecimiento del labio inferior denotan la excelente composición psicológica del retratado. 



Una de las momias encontradas está ligada a la historia de Tanta Carhua, una joven aclla (elegida, virgen del Sol) que fue sacrificada con motivo de la fiesta de la Capacoha (fiesta del sacrificio) durante la conmemoración estatal incaica en honor al sol. Se sabe que las personas sacrificadas eran “elegidos” como mensajeros del “más allá”, de allí su indumentaria y alimentos encontrados, para su “viaje celestial”.

Las montañas eran veneradas por estar más cerca del cielo que resultaba ser la morada de los dioses. Tanta Carhua, vestida como una reina ascendió junto a su séquito hasta lo alto de la montaña, allí la esperaba su última morada. Fue adormecida con una bebida especial para la ocasión que podría ser la conocida chicha (bebida alcohólica obtenida de la fermentación del maíz) y fue dejada junto a un suntuoso ajuar. Los participantes de esta trascendental ceremonia descendían hasta sus respectivos lugares de origen. Caque Poma, el padre de Tanta Carhua, por haber concedido su única y pequeña hija al Sol fue agraciado por el Inga, y por ello ascendido a una mayor jerarquía, papel que era extensivo para su gente y descendientes futuros. Por su parte, Tanta Carhua, en su elevado y gélido santuario se deificó, transformándose en una huaca digna de veneración y sublime respeto, que protegía y custodiaba a todos sus vecinos.

A través de los objetos encontrados se sabe que las momias de Llullaillaco eran personajes pertenecientes a la nobleza Inca procedentes de la capital del Imperio en el Perú. Se puede apreciar un textil de brillantes colores, combinando el rojo, azul, verde y amarillo, en diferentes formas y figuras geométricas típicamente incaicas y que el autor del artículo se refiriera a tales motivos como la”clave Inca”, donde hay información registrada. Este unku (especie de camisa sin mangas) que se encontraba sobre el hombro de la niña mayor parece provenir, o por lo menos tener relación con los grupos de la costa peruana, ya que un textil idéntico (unku) que seguramente perteneció a algún alto dignatario del Inca, fue hallado en la costa central del Perú y fechado entre 1500-1534 d.C.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Otras culturas del período formativo

La cultura de Paracas Cavernas, que aparece en la zona de Ica, es contemporánea de Chavín y, aunque se la considera independiente con respecto a esta cultura, muestra en un comienzo, con la cerámica denominada “ocucaje”, una influencia chavinoide.

Paracas Cavernas recibe su nombre por las cavernas funerarias subterráneas, a las que se llega por un estrecho pozo vertical que termina en una cámara semiesferica de unos 4 m de diámetro. En su interior hay fardos funerarios junto con cerámica. Las momias se encuentran en posición fetal, con los cráneos deformados artificialmente. La cerámica de Paracas Cavernas es incisa, pintada después de su cocción. Los pigmentos son espesos y se dan en amarillo, verde, rojo y negro. Los dibujos, por lo general, son geométricos y rectilíneos, raramente biomorfos.

Vasija con forma de halcón (Museum of Fine Arts, Houston). Perteneciente al período tardío de la cultura de Paracas, esta cerámica policromada en resina presenta marcas incisas del plumaje de un animal que se asociaba a la feminidad. 

Muy avanzado ya el período formativo aparece el estilo Paracas Necrópolis, con sus cámaras funerarias precedidas de patios y salas en las que se encuentran fardos formados por finísimos tejidos. Son mantos de algodón, bordados con lana de auquénidos (alpacas, guanacos, llamas y vicuñas ), de casi 1,30 m de ancho por 2,50 de largo, que cubren las momias. Estos tejidos han sido datados con una antigüedad de 300 años antes de nuestra era. Los tejidos son tan finos que llegan a encerrar hasta 300 hilos por pulgada cuadrada. Tienen una guarda marginal y su parte central es oscura con figuras bordadas y dispuestas en un esquema ajedrezado. Estas figuras son antropomorfas, con caracteres felinos en el rostro y cuerpo de ciempiés, y llevan cabezas-trofeo en las manos.

También pertenecen al período formativo las culturas de Saliñar, Vicus y Gallinazo. En la sierra sur, durante este período, aparece la cultura de Chañapata, pero las culturas más importantes de esta región son las de Chiripa y Wankarani, y en un período muy avanzado la de Pucará.

La cultura de Wankarani se desarrolla al norte del lago Poopó, en el actual departamento de Oruro (Bolivia), en una meseta a 4.000 m de altura sobre el nivel del mar. Esta cultura se conocía también con el nombre de Belén. Consta de 17 sitios arqueológicos, compuestos por aldeas reducidas carentes de centro ceremonial. Wankarani, que está considerado como sitio tipo, consta de un montículo que tiene un diámetro de 75 m, sobre el cual se alzan un centenar de casas.



Momia enjoyada (Museo de América, Madrid). Hallado en la necrópolis de Paracas, este cadáver momificado está envuelto con vendas de colores y engalanado con abalorios de oro a la manera funeraria precolombina.  

Oficiante con máscara (Museo Arqueológico, Lima). El detalle de este tejido peruano demuestra que el arte textil ha había alcanzado total madurez en la cultura de Paracas, alrededor del año 300 a.C. En este fragmento, un sacerdote sacrifica varios peces portando una aparatosa máscara cuyos cuernos imitan las formas de dos serpientes. 

⇨ Detalle de una cinta con decoración figurativa (David Bernstein Fine Art, Nueva York). Los tejedores de Paracas conocían todas las técnicas textiles y manejaban el soberbio colorido recorriendo ágilmente todas las gamas para formar motivos de extraños personajes (sacerdotes, bailarines, guerreros) en series ritmadas. 



Estas son en su mayoría de planta circular, con cimientos de piedra y muros de barro. Algunos de estos montículos, como el de Kella-kollu, están circundados por cimientos de piedra. Esta cultura conocía la fundición del cobre y usaba la obsidiana para fabricar puntas de flecha, obtenida aquélla de las canteras de Querimita. La cerámica es lisa y pulida a espátula. Son características de la cultura de Wankarani una serie de esculturas en piedra que representan cabezas de auquénidos con una espiga, que al parecer permitía empotrarlas en el suelo. Aunque las hay de variada calidad, algunas de ellas impresionan por su estilo y fuerza.

⇦ Sacrificio humano (Museum für Volkerkunde, Berlín). Muchas vasijas moche presentaban rasgos antropomórficos cuyo detallismo buscaba producir una perfecta identificación de las escenas o de los personajes que representaran. Esta pieza, pintada a mano, muestra a un dios cruel de cuerpo entero oficiando su sanguinario ritual. La víctima, que se mantiene impertérrito mirando al monstruo, yace postrado a sus pies mientras el extraño ser le saja el cuello con un puñal. 



La fecha más antigua de la cultura de Wankarani se remonta al 1100 antes de nuestra era. Al parecer es una cultura incipiente que no alcanzó su total desarrollo.

En el sitio arqueológico de la localidad de Chiripa hay un templete semisubterráneo de 23 m X 21,50 m. Es un patio formado por cuatro muros de contención. Estos muros, de acuerdo con las formas constructivas de la región, se forman con pilares de piedra entre los cuales se levanta el paramento de sillar. Este templete representa la fase tardía de la cultura de Chiripa, pues en estratos inferiores se ve un poblado compuesto por varias casas de planta rectangular dispuestas en torno a un patio circular. Estas casas tienen cimientos de piedra y muros dobles, con señales evidentes de haber tenido nichos y ranuras dispuestas para recibir puertas corredizas. Debajo de las viviendas hay enterramientos.

Máscara de Ai-aepec (Museo Larco Herrera, Lima). En la cultura machica, este dios con aspecto fiero era considerado el más poderoso de las deidades preincaicas. De apariencia severa y con rasgos felinos identificados por los OJOS y los colmillos sobresa tientes, este ser mitológico simbolizaba el don de la ubicuidad al ser caracterizado con formas de animales cazadores y fuertes como el jaguar, la serpiente o la lechuza. Al estar en un principio asociado con sacrificios humanos, se le conoció como el dios degollador. 

⇨ Vaso antropomórfico nazca (Colección Díaz de Medina, La Paz). El cuerpo esférico es característico de muchas cerámicas de la cultura Nazca, careciendo de base y pedestal que lo sustente. Para suplir la falta de equilibrio, el alfarero se limitó a aplanar un poco la redondez de la vasija en su parte inferior, de tal modo que no baile demasiado al apoyarlo en el suelo. La decoración pintada, gracias a un colorido brillante y luminoso, sugiere un esquemático retrato humano, pero el cuerpo no se corresponde con la forma dada de manera previa a la vasija.



La alfarería más antigua es la que no tiene pintura; después hay un tipo de cerámica pintada, amarillo sobre rojo. Los motivos son geométricos, preferentemente escalonados. A veces, muestran decoración incisa con cabezas humanas o zoomorfas modeladas. El apogeo de esta cultura corresponde al siglo VI antes de nuestra era. Al final del período formativo, en los albores de las culturas regionales, hacia el siglo I a.C, surgió al noroeste del lago Titicaca la cultura de Pucará. El sitio muestra edificios toscos, junto a un centro ceremonial dispuesto en torno a un patio. Está construido en piedra y tiene escalinatas y muros lisos. En Pucará hay esculturas importantes relacionadas estilísticamente con Tiahuanaco; la mejor es la llamada Degollador, que representa un hombre con colmillos sosteniendo una cabeza cortada.

La cerámica de Pucará está relacionada morfológicamente con la de Tiahuanaco; su técnica, en cambio, es incisa y pintada como en Paracas Cavernas. Es frecuente en ella la decoración de felinos y cabezas humanas.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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