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Artistas de la A a la Z

La ciudad dormida de Paul Delvaux


Pintada en 1938, en esta obra, el artista reproduce una ciudad clásica para servir de marco al mito de la inalcanzable mujer soñada. El personaje masculino se asoma a la puerta del ensueño como para asistir impotente a la freudiana danza macabra en que el amor es un mero episodio entre la vida y la muerte.

(Centro de Arte Surrealista, Londres)

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

Giacomo della Porta (1533-1602)



Della Porta, Giacomo (Génova, 1533 - Roma, 3 de septiembre de 1602) Escultor y arquitecto italiano que trabajó en muchos edificios importantes en Roma, incluyendo la Basílica de San Pedro de la Ciudad del Vaticano.

Biografía

Della Porta nació en Porlezza, Lombardía. Colaborador de Miguel Ángel y alumno de Vignola, fue influenciado por ambos maestros. Después de 1563 trabajó sobre los planos de Miguel Ángel para la reconstrucción de los espacios abiertos de la capital: en la colina del Capitolio intervino en el diseño de la fachada y las escalinatas del Palacio senatorial.

Tras la muerte de Vignola en 1573, continuó la construcción de la iglesia del Gesù, y en 1584 modificó su fachada con su propio diseño. Desde 1573 lideró la reconstrucción de la Basílica de San Pedro, y posteriormente, en colaboración con Domenico Fontana, completó la cúpula (1588-1590).

Della Porta completó la mayoría de las fuentes romanas del siglo XVI, incluyendo las de Neptuno y del Moro.


Obra
Oratorio del Santísimo Crucifijo, 1562-1568

Fuentes en el Palacio Borghese. Fontana del moro, 1573

Sonia Delaunay (1885-1979)



Delaunay, Sonia Terk (Gradzihsk (Ucrania), 1885 – París, 1979) Pintora francesa de origen ruso, esposa de Robert Delaunay.

Biografía

De 1903 a 1905 estudia dibujo en Karlsruhe, hasta que llega a París, donde frecuenta la Academia de la Paleta y empieza a realizar grabados. En 1907 su trabajo tiene una marcada influencia de Van Gogh y de Gauguin. En 1908 hace su primera exposición individual en la galería Nuestra Señora de los Campos en París. Al año siguiente se casa con Robert Delaunay, con quién estará hasta la muerte de éste.

En 1911 realiza su primera obra abstracta en tela (una manta para su hijo Carlos). A partir de aquí estudia tejidos de contraste simultáneo y hace estudios de luz y movimiento; en 1914, la guerra les sorprende en España, y pasan siete años entre España y Portugal. Estudia los movimientos del baile (tango y flamenco) y hace la serie de las Bailarinas (1917). La Revolución Rusa la priva de sus rentas pero, gracias a su talento, y a su relación con Diaguilev, se lanza con éxito al mundo de la decoración y la moda, convirtiéndose en la decoradora de la aristocracia española. En 1920 realiza los trajes para la Aida de Verdi en el Liceo, y sus obras realizadas en Portugal se exponen en la Galería Der Sturm de Berlín.

En 1921 vuelven a París y entablan relación con la vanguardia literaria (gran amistad con Tristan Tzara). Realiza diseños de tejidos simultáneos y trabaja en moda. En 1931 vuelve a consagrarse casi exclusivamente a la pintura, lo que le lleva a realizar objetos integrados en arquitectura durante los siguientes años, como carteles luminosos, puertas monumentales y grandes pinturas murales.

Tras la muerte de Robert en 1941 realiza obras conjuntas con Arp y Magnelli (litografías publicadas en 1950); en 1944 decora el Centro Internacional de la Cruz Roja en Toulouse. En 1945 expone con el grupo Arte Concreto, en la galería Drouim de París, y al año siguiente organiza la primera gran retrospectiva de Robert Delaunay. En 1953 es miembro del recién fundado Grupo Espacio y a partir de ese momento participará en las más grandes manifestaciones artísticas de todo el mundo. En 1958 expone doscientas obras en el Museo de Bielefeld y publica en "Arte de Hoy" El color bailando, cincuenta años de investigación. Al año siguiente se realiza una exposición retrospectiva de su obra y de la de Robert en el Museo de Lyon. A partir de ahora se dedicará intensamente a la ilustración de obras literarias. En 1974 expone sus obras maestras en el Museo de Grenoble y al año siguiente se realiza una exposición homenaje a Sonia Delaunay en el Museo Nacional de Arte Moderno de París.

En 1977 hace la Donación Delaunay a la Biblioteca Nacional de París; en 1979 tiene lugar la retrospectiva Sonia-Robert Delaunay en el Museo Nacional de Arte Moderno de Tokyo. Muere, el 5 de Diciembre de 1979, en su estudio de París.


Galería
Muchacha durmiendo. 1907. Fauvismo


 Philomene, 1907. Fauvismo

Las torres de Laon de Robert Delaunay


La catedral recortada al fondo del paisaje realza las formas, interrumpiendo el tramo de árboles en el lado derecho del cuadro y cerrando la perspectiva del cielo invirtiendo un triángulo sobre el tejado de la catedral, conduciendo así la mirada del espectador hacia un punto de fuga creado artificiosamente. Los colores casan plácidamente con la sensación de tranquilidad campestre de la escena.

(Museo Nacional de Arte Moderno, París)

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Formas circulares de Robert Delaunay


Pintado a principios de la década de 1910, en unos años en los que se estaba potenciando el desarrollo tecnológico de la aviación, el cuadro de Delaunay muestra su especial sensibilidad ante la fijación del movimiento, una obsesión que los futuristas perseguían denodadamente. Los experimentos postcubistas de KupkaPicabia y el citado Delaunay se basarían en las proporciones áureas y en las teorías de Seurat  sobre la armonía cromática, creando composiciones como ésta en la que la disposición del color en el plano produce una sensación de ritmo animado, sin necesidad de aludir a un referente real . Los círculos concéntricos del cuadro se van subdividiendo en sectores que corresponden a diferentes armonías de color, logrando un excelente dinamismo rotativo. Este acorde visual cromático se puede subordinar sin duda alguna a una analogía con el ritmo de una composición musical.

(Museo Wilhelm-Hack, Colonia)

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

La ville de Paris de Robert Delaunay


Parodiando las figuras de las tres míticas Gracias, el pintor rodea los desnudos con breves fragmentos paisajísticos de París, tan sólo unas leves referencias visuales que sirven para situar al espectador frente a los contenidos del cuadro. La estructuración del espacio sigue siendo claramente cubista, pero Delaunay ha procurado enriquecerlo con un cromatismo brillante a modo de teselas que organizan la escena de manera armónica.

(Museo Nacional de Arte Moderno, París)

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Ritmos sin fin de Robert Delaunay


Aunque surgido de una formación puntillista, Delaunay pasaría pronto a desarrollar una primeriza abstracción pictórica todavía muy ligada a una realidad referencial, tal y como aún le ocurría al arte cubista. Delaunay nunca consiguió desprenderse del todo de la pintura figurativa, y entre 1913 y 1930 tan sólo supo desarrollar un personal espacio cromático basándose en los contrastes de color y en alguna manera de ser percibidos de forma simultánea en un mismo cuadro.

(Museo Nacional de Arte Moderno, París)

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

La Torre Eiffel roja de Robert Delaunay


Delaunay quiso hacer un homenaje particular a la célebre torre de París fragmentándola de tal forma que se confundiera con las nubes y la arquitectura que la rodea. El pintor aporta así un elemento dinámico que rompía con el enclaustramiento del espacio cubista. También la importancia del color resulta esencial para dirigir las nuevas tendencias artísticas hacia una abstracción pictórica que acabaría por diluir por completo las formas en beneficio de las atmósferas.

(lnstitute of Art, Chicago)

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Ventana sobre la villa de Robert Delaunay



La obra de Delaunay se reduce en este caso a la mera experimentación técnica del color, combinando formas geométricas que no se apoyan necesariamente en ningún objeto reconocible de la realidad. El color viene a sustituir todos los demás elementos constitutivos de la pintura, desde el dibujo hasta el volumen de las formas. Rehuyendo de la figuración descriptiva, el pintor obtiene no obstante un notable trabajo de fondos y profundidades.

(Kunsthalle, Hamburgo)


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Eungène Delacroix y el linaje de la pintura moderna


EUGENE DELACROIX
Y EL LINAJE DE LA PINTURA MODERNA

LA NATIONAL GALLERY DE LONDRES EXAMINA, A TRAVÉS DE UNA AMBICIOSA EXPOSICIÓN, EL LEGADO DE D ELACROIX EN LA PINTURA MODERNA Y EL SIGNIFICADO DE SU CRUCIAL INFLUENCIA EN LA OBRA DE LOS MÁS DESTACADOS PINTORES, DE MANETA KANDINSKI; MIENTRAS TANTO, EN PARÍS, EL MUSEO DELACROIX INDAGA EN EL INTERÉS DEL PINTOR POR EL ARTE GRIEGO Y ROMANO CARLOS G. NAVARRO

         UN CÉLEBRE historiador del arte, Alfred H. Barr. Jr. ( 1902-1981 ), fue el reconocido autor de un árbol genealógico del arte moderno cuya influencia ha sido determinante para comprender la cultura contemporánea. Barr, primer director del MoMA de Nueva York, la institución cultural más influyente del siglo XX, sintetizó en un sencillo diagrama el parentesco histórico del arte moderno con el pasado más glorioso de la historia de la pintura.

         El MoMA había nacido con la intención de prestigiar y hacer accesible el nuevo arte a un público que, en la década de los años treinta del siglo pasado, todavía se resistía a aceptarlo. Para ello llevó a cabo una valiosísima labor de selección y razonamiento de obras y artistas a través de un irrepetible programa de exposiciones que ha ofrecido durante décadas las claves necesarias para hacer comprender a la sociedad los discursos de la modernidad.

PATRIARCA DE LO MODERNO

         En su afán de legitimación, Barr asoció en ese significativo esquema, elaborado como un árbol genealógico, a los más importantes pintores modernos con algunos maestros pretéritos, cuidadosamente seleccionados como eslabones previos, de acuerdo al orden dado por la crítica tradicional, dotándoles con esa secuencia ficticia de una necesaria nobleza heredada que identificaba a los primeros modernos como parte de una larga estirpe artística. Se autorizaba así, desde la noción académica de tradición, la entrada definitiva del arte moderno en la historia de la cultura y, con ello, ocupaba legítimamente el lugar privilegiado que le había reservado la posteridad.

         En ese esquema, la más fecunda línea de creación contemporánea quedaba trazada a partir del maestro francés Eugene Delacroix (1798-1863). Barr fijó así una idea clave del imaginario contemporáneo: la condición de Delacroix-compartida con otros dos pintores franceses, lngres y Manet-como precursor del arte moderno, al tiempo que enlazaba a cada uno de ellos con grandes maestros de la tradición clásica de los siglos XVI y XVII – RubensRafael y Velázquez, respectivamente-, distinguiéndose de esta forma tres claras sagas modernas. El ascendente de Delacroix sobre las generaciones inmediatamente posteriores a la suya es por tanto un hecho reconocido, y su influencia no ha pasado en absoluto desapercibida para la crítica.

         La ambiciosa exposición que presenta ahora la National Gallery de Londres, organizada en colaboración con el Minneapolis lnstitute of Art, que ha sido su primera sede, se pregunta por la fecundidad real de esta asociación tradicional y por sus consecuencias plásticas más palpables hasta bien entrado el siglo XX, para, a partir de esta reflexión, explicar claramente los límites artísticos de esa genealogía ideal, valorando la recepción de la herencia artística de Delacroix más allá de su propio contexto histórico.

         En ella se exhiben más de 80 obras, de las que cerca de un tercio son pinturas del maestro francés, entre las que destacan las réplicas y bocetos de algunas de sus composiciones míticas, así como sus trabajos preparatorios, que contienen en realidad lo más maduro y audaz de su arte, lo que enlaza con el modo en que fue apreciado por los primeros modernos. El resto de las pinturas de la exposición inglesa se deben a grandes artistas de la modernidad, en las que puede percibirse de forma nítida el impacto de su obra a través de varias generaciones posteriores a la suya, hasta llegar a la de Henri Matisse.

         Comisariada por Patrick Noon y Christopher Riopelle, conservadores del Minneapolis lnstitute of Art y de la National Gallery, respectivamente, la muestra se ordena en cuatro grandes secciones que abordan los aspectos fundamentales de esta noción genealógica del estilo y sus repercusiones inmediatas en el arte de finales del siglo XIX y principios del XX. La exposición comienza con una alusión al famoso Homenaje a Delacroix, de Henri Fantin-Latour (París, Museo de Orsay), en el que diez célebres pintores se reúnen en torno al retrato de Delacroix un año después de su muerte para rendirle justo tributo; por tanto, enlaza, convenientemente, con la reveladora exposición, dirigida por Christophe Leribault en París en 2011, en torno a esa icónica pintura que exploraba la reivindicación de Delacroix no solo por sus propios discípulos, sino por una égida de pintores y poetas independientes que, frente a las convenciones académicas, reconocían como referente al maestro, por su forma libre de concebir la pintura.

         A lo largo de su vida, la producción artística de Delacroix había dividido a la crítica debido a la consideración tan distinta que motivaron tanto su color como su técnica. Sin embargo, después de su muerte, y tras la publicación de sus diarios, el pintor fue revelado como un auténtico teórico del arte, lo que contribuyó notablemente a su apreciación como el ingrediente reconocible de la afirmación del estilo de las siguientes generaciones, que le encumbraron como a su mejor precursor. Inspirados por los argumentos más característicos de Delacroix, fueron estos los que determinaron decididamente el interés de los jóvenes artistas por sus obras.


MODELO DE PERFECCIÓN


Piedad (a partir de Delacroix),
por Vincent van Gogh, 1 889,
óleo sobrelienzo,
73 x 60,5 cm, Ámsterdam,
Van Gogh Museum

         Así, el primer ámbito de la exposición de Londres aborda el concepto mismo de emulación, mostrando el modo en que fue admirado y reconocido por otros artistas, que copiaron sus obras como las de los grandes maestros antiguos. Junto a los homenajes, como el de Fantin-Latour del National Museum de Gales o la Apoteosis de Delacroix, pintado por Cézanne, del Museo de Orsay, que explican por sí solos la sinceridad de su reconocimiento, hay ejemplos de copias de obras del pintor, como la realizada por Manet de su Barca de Dante (Museo de Bellas Artes de Lyon) o la de su Boda judía en Marruecos realizada por Renoir (Worcester Art Museum), o incluso la incorporada en el fondo de la Naturaleza muerta con un boceto de Delacroix, de Paul Gauguin (Estrasburgo, Museo de Arte Moderno), quien llegó a coleccionar -como también hiciera Degas- un buen número de obras del pintor romántico. Todas ellas reflejan la conciencia, como modelo de perfección, con la que contemplaron su ejemplo, y junto a la copia de Rubens realizada por el propio Delacroix, profundizan en la noción de linaje artístico heredado a la que alude el concepto principal de esta exposición.

ORIENTALISMO ROMÁNTICO

         Por otro lado, Delacroix es considerado como un descubridor para la modernidad del concepto de orientalismo. Su amor por el exotismo, interpretado como un escenario fuera de la norma, le llevó primero a imaginar y luego a conocer y repensar Oriente como un concepto genuinamente acuñado por la imaginación romántica. En pos de la autenticidad que emanaban sus pinturas, viajaron al norte de África –o incluso a España- un número casi infinito de artistas europeos que buscaron la experiencia de descubrir un paraíso lejano. Una de las claves de su fortuna crítica fue precisamente la recuperación por parte de los pintores modernos del orientalismo en clave teórica, para profundizar en cada una de suspropias propuestas artísticas.

         A lo largo de la amplia sección dedicada a este aspecto pueden verse, mezcladas con algunas de las más bellas pinturas orientalistas debidas a Delacroix, las composiciones de Cézanne, Eugene Fromentin, Pierre-Auguste Renoir, Théodore Chassériau o Frédéric Bazille; todos ellos supieron capturar devotamente los motivos acuñados previamente por el maestro. Pero el empleo de esos motivos dados para la reflexión puramente pictórica queda en la exposición brillantemente asociado a la relación que mantuvo la pintura moderna no solo con la experiencia del viaje a Oriente o su conceptuación literaria, sino sobre todo con la forma en que los artistas modernos recibieron los argumentos narrativos propios de la tradición académica, con los que Delacroix había convivido.

         Destaca particularmente en el contexto de la exposición el papel concedido por uno y por los otros al arte religioso, que asume el protagonismo principal de la tercera sección de la exposición. A partir del tratamiento de Delacroix de las imágenes icónicas de la tradición cristiana, la exposición lo relaciona con el interés de algunos de los modernos por esos mismos conceptos, ya en clave de contemplación estrictamente plástica. Así, Gustave MoreauOdilon RedonVan Gogh o Gauguin demostraron un interés sincero por interpretar esos mismos argumentos académicos, a menudo religiosos pero también históricos o literarios, a partir de Delacroix, como un camino de libertad hacia sus propias búsquedas personales.

         El último tramo de la exposición culmina con la valoración del maestro como un precursor de la modernidad, desde lo formal, en pos de la idea de relativización del argumento, para ofrecer así el más hondo calado de su ejemplo a través de su posteridad artística. La liberación del colorido y de la pincelada fueron decisivas para la aceptación del gusto moderno, pero también lo fue que la observación de la naturaleza y la renuncia a los asuntos tradicionales se trataran con la misma gravedad que la tradición académica. Para Delacroix, "todos los temas se vuelven buenos por mérito del autor". De hecho, escribiría una valiosa admonición en ese sentido: " ¡Oh. joven artista!, ¿esperas un tema? Todo es tema, el tema eres tú mismo, son tus impresiones, tus emociones frente a la naturaleza. Dentro de ti es donde debes mirar, y no a tu alrededor". Liberados así de la dictadura de los argumentos poéticos impuestos por la Academia, los artistas modernos se enfrentaron, guiados por Delacroix, a la prosa del natural. De hecho, la exposición concluye con un conjunto de obras que se refieren a argumentos de la naturaleza, entre los que destacan las pinturas de floreros y los paisajes. Obras como Un jarrón de flores, de Gauguin, Estudio para una improvisación,  de Kandinski, o dos pequeños estudios de Matisse, uno para Calma, lujo y voluptuosidad y otro llamado La japonesa, toman el relevo plástico al maestro francés. En ellas se asumen sus propósitos coloristas y libres y completan, finalmente, su mensaje de independencia artística.

         Paradójicamente, el Museo de Delacroix de París exhibió hasta fina les de marzo de este año una pequeña pero muy pertinente e interesante exposición que plantea, sin pretensiones, el sincero interés que acercó al maestro francés al mundo de la Antigüedad y que supone el contrapunto a la muestra londinense, con la que ha coincidido algún tiempo.

         La exposición francesa estaba centrada en la génesis y en el significado de la decoración que desplegó en su atelier parisino de la rue de Fürstenberg. Ese decorado estaba compuesto básicamente de altorrelieves vaciados de escogidas esculturas antiguas, y se han expuesto además algunos de sus dibujos de estudio de antigüedades griegas y romanas y varias pinturas. Todo ello deja al descubierto el aprecio y la sensibilidad de Delacroix hacia el mundo antiguo, lo que permite junto a la exposición de la National Gallery, una reflexión sobre la compleja noción de genealogía asociada a la aparición del gusto moderno. Delacroix, ferviente admirador de las antigüedades griegas y romanas, que pudo estudiar en el Louvre desde su juventud, contempló de ellas precisamente lo que tenían de audaces y poco convencionales, interesándose no tanto por los aspectos clásicos a los que venían asociándose, sino más bien por explorar sus límites formales y sus formas más transgresoras, como si reconociera lo anticlásico como un componente inmarcesible de la cultura.

         (Fuente: Revista “Descubrir el Arte”, Mayo 2016, nº 207)

La Libertad guiando al pueblo de Delacroix



La Libertad guiando al pueblo (La Liberté conduisant le peuple aux barricades) fue pintada por Eugéne Delacroix inmediatamente después de los sucesos del 28 de julio de 1830, que motivaron la caída de Carlos X y su sustitución por Luis Felipe de Orleáns, el llamado Rey Burgués.

En medio de una ciudad en llamas, surge una mujer, con el torso desnudo, que representa a la vez la Liberad y Francia, porta en su mano derecha la bandera tricolor y en la izquierda el fusil. Le acompañan miembros de las diferentes clases sociales, un obrero con una espada, un burgués con sombrero de copa portando una escopeta, un adolescente con dos pistolas, etc., para manifestar la amplia participación y dejar clara que la causa común no mira la procedencia jerárquica. A los pies de la figura principal, un moribundo mira fijamente a la mujer para señalar que ha merecido la pena luchar.

La composición se inscribe en una pirámide cuya base son los cadáveres que han caído en la lucha contra la tiranía, cadáveres iluminados para acentuar su importancia, que se contraponen con el gesto hacia delante de los combatientes.

La composición se basa claramente en la Balsa de "La Medusa", no obstante, aquí Delacroix invierte la orientación de las figuras que, en este caso, avanzan hacia el espectador. Los escorzos, el movimiento y la disposición asimétrica de los personajes, recuerdan las obras del Barroco.

Como advierte Argan, es el primer cuadro político de la pintura moderna, que exalta la insurrección popular contra la monarquía borbónica restaurada, es decir, con esta obra, el romanticismo deja de mirar hacia la antigüedad y comienza a querer participar en la vida contemporánea. En ella el deseo de compromiso político se hace patente al convivir en la representación personajes reales, como el mismo artista.

El cuadro radica en la extraordinaria brillantez del color y el claroscuro. En la Libertad guiando el pueblo, la luz es un elemento primordial. Estalla con fuerza en la camisa del hombre caído en primer plano para envolver la figura de la alegoría y disolverse por medio de la polvareda con el humo y las nubes, e impedir contemplar con claridad el grupo de figuras que se sitúan tras el personaje femenino, así como las torres de Notre-Dame. Es una luz violenta.

La pincelada, que recoge lecciones de Goya, es suelta. Las fachadas y tejados de las casas se reducen a un conjunto de minúsculos toques, así como las pequeñas imágenes de soldados en el centro del extremo derecho, que no son más que un conjunto de manchas.

Se está ante una composición absolutamente dramática donde las líneas y las pinceladas de color se ondulan aumentando la tensión del momento. Todas las formas están recorridas por un movimiento ondulante siendo difícil encontrar una línea recta y más todavía percibir una figura estática o serena.

La pintura es, en definitiva, una reminiscencia de la Balsa de "La Medusa". Al igual que ésta, el plano de la base es inestable a partir del cual nace y se desarrolla de manera ascendente el movimiento. De igual modo, la masa humana culmina con una figura que agita algo, allá un trapo, aquí una bandera. Al igual que su compatriota, en primer plano sitúa los muertos en unas posiciones tremendamente realistas.

La Libertad guiando al pueblo fue presentada al Salón de 1831 y adquirida por Luis Felipe para el Museo Real. Actualmente este óleo sobre lienzo, la obra maestra de Delacroix, de 260 x 325 cm se conserva en el Museo del Louvre, en París.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Punto al Arte