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Artistas de la A a la Z

Yacimiento de Los Millares

Dirección:
El Yacimiento de Los Millares se halla a 17 kilómetros de Almería (España).

Acceso:
Por carretera, se accede desde Benahadux por la A-348 desviándose en el cruce de Santa Fe y tomando la antigua N-324 hasta llegar a la Venta de Los Millares. Allí se encuentra el centro de recepción de visitantes.

Web:

Vista parcial del yacimiento de Los Millares, en Santa Fe de Modújar (Aimería).

El Ayuntamiento de Santa Fe de Mondújar, en un convenio suscrito con la Delegación Provincial de la Consejería de Cultura de Andalucía, se ha propuesto colaborar en la difusión del yacimiento arqueológico de Los Millares. Como primera consecuencia de dicho acuerdo se preparó por parte de la Delegación de Cultura a un grupo de jóvenes de Santa Fe para que en calidad de voluntariado cultural se encargara de atender a las visitas y de guiarlas por el yacimiento. Desde entonces son más de 2.000 las personas que han visitado Los Millares.

En el año 1891, durante los trabajos de apertura de las trincheras para el trazado del ferrocarril Almería-Linares, se descubrió de forma casual una serie de sepulturas prehistóricas ubicadas en el municipio de Santa Fe de Mondújar, a 17 kilómetros de Almería.
Ajuar funerario encontrado en el 
yacimiento de Los Millares (Aimería).

Se trataba de un poblado neolítico, elevado a 270 metros sobre una estratégica meseta en forma de espolón entre el Río Andarax y la Rambla de Huéchar, que data de aproximadamente 3000 a.C.

Según las excavaciones realizadas hasta el momento, la mayor cantidad de viviendas se encontraba próxima a la Hnea perimetral marcada por las cuatro líneas de murallas que existían. Se trataba de edificios de planta circular, con un diámetro comprendido entre los cuatro y siete metros.

Destaca la certidumbre sobre la presencia de una metalurgia del cobre bastante avanzada. La actividad se llevaba a cabo en  hornos poco complejos, emplazados en huecos cavados en el suelo de algunas viviendas, rodeados de un pequeño y simple muro de piedras selladas con barro.

Entre las principales particularidades de Los Millares, es imprescindible destacar su impactante necrópolis. La mayor parte de las tumbas que la componen está construida con un techo de piedra en forma de cúpula y una estructura interna constituida por un atrio o recibidor dividido por lozas de pizarra y una cámara circular de un diámetro que oscila entre los tres y cuatro metros, revestida también por zócalos de pizarra. Los preciados objetos de los ajuares descubiertos en su interior (ídolos de hueso o piedra decorada, platos y recipientes de cerámica con delicadas grabaciones, utensilios domésticos de metal o sílex pertenecientes al difunto) han posibilitado una idea bastante aproximada de las creencias religiosas y las condiciones sociales que poseían sus propietarios.

Este tipo de tumbas recibe el nombre de tholoi, y se encuentra también difundida en territorios griegos. Su singularidad radica, sobre todo, en la construcción y naturaleza de las falsas cúpulas que forman el techo. La técnica para su construcción consiste en la superposición de lajas de piedra a partir de los muros de la tumba, de forma que cada piedra superior sobresalga de la inferior curvándose hasta cerrar por completo el espacio. Finalmente toda la estructura se cubre con un tú­ mulo de tierra que posibilita su consistencia y actúa como contrapeso.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat.

Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira

Dirección:
Santillana del Mar (Cantabria).
39330 España.
Teléfono: 942 818 815 -942 818 005.
Fax: 942 840 157.
Correo Electrónico: informacion@maltamira.mcu.es

El Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira se encuentra situado a 2 km del núcleo urbano de $antillana del Mar.
Reconstrucción de la cueva de Altamira en el Centro de Investigación de Altamira.
Vista exterior del Museo Nacional y
Centro de Investigación de Altamira

El descubrimiento de Altamira supuso un revulsivo para los criterios generales que se asumían respecto al grado cultural del hombre paleolítico. Si bien en ocasiones se ha discutido sobre su inclusión en la historia del arte, siendo objeto de acalorados debates, en la actualidad no se duda en calificarlas de verdaderas obras de arte, comparables a las más bellas piezas de los museos. Las cuevas de Altamira pudieron visitarse durante mucho tiempo, pero cuando se hizo evidente que se estaban deteriorando las pinturas rupestres de una forma preocupante, se tomó la decisión de cerrarlas a las visitas. Ése es el origen de Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, que no sólo alberga las obras sino que impulsa su investigación.

A pesar de que las cuevas de Altamira están cerradas al público es posible visitar las pinturas rupestres en este museo con la misma impresión de realidad que si estuviera en el interior de las cuevas originales. Esto es lo que permite la Neocueva, una imponente sala de exposiciones que reproduce al milímetro, hasta el más mínimo detalle, las cuevas que descubrieran Marcelino Sanz de Sautuola y su hija a finales del siglo XIX. De este modo, un recorrido por la Neocueva descubre no sólo las famosas pinturas rupestres sino diversos e interesantes aspectos relacionados con las excavaciones arqueológicas que han permitido poner al descubierto las pinturas. Obviamente, el elemento central de la visita es la "Sala de pinturas", en la que aparecen las réplicas -cuesta dilucidar que es una copia si no es porque se sabe dónde se está- de las magníficas pinturas rupestres de Altamira.

Asimismo, el Museo se completa con una exposición permanente que alberga importantes objetos del Paleolítico Superior y con el parque paleolítico de Altamira, que corresponde a los alrededores del Museo, cuya flora se ha "reconstruido" para evocar a la que existiría en aquellos tiempos paleolíticos.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat.

Las cuevas de Altamira

Las cuevas de Altamira

Las cuevas de Altamira, en las inmediaciones de Santillana del Mar, en Cantabria, son el ejemplo más rico y completo de arte de la era magdaleniense de que dispone la humanidad, así como uno de los ciclos pictóricos más importantes de toda la prehistoria. Por ello, se las conoce también con el sobrenombre “La Capilla Sixtina del arte cuaternario”.

Fueron descubiertas en 1868 por un cazador, Modesto Cubillas, quien, persiguiendo a su perro, topó con la entrada. No obstante, éstas no fueron exploradas y estudiadas en profundidad hasta algunos años más tarde, por Marcelino Sanz de Sautuola. Este reputado intelectual santanderino, aficionado a la paleontología, visitó siete años más tarde las cuevas, sin duda a raíz de informaciones facilitadas por el mismo Cubillas, quien trabajaba en su finca. En esta primera ocasión, Sanz de Sautuola apenas consiguió distinguir ciertos motivos abstractos a los que no otorgó mayor importancia. En 1879, durante un recorrido por las cuevas con la intención de recoger muestras de huesos y sílex, su hija María descubrió las representaciones de bisontes escondidas entre las rocas del techo.

Bisonte pintado en la cueva de Altamira (Cantabria). Esta imagen pintada en la oscuridad de la cueva puede ser un resumen en el que quedan recogidos el pensamiento, los deseos y los temores de los seres humanos a través de los siglos. Data de hace más de 15.000 años.
Sanz de Sautuola publicó, en 1880, un librito en el que se sostenía el origen prehistórico de las pinturas descubiertas, e incluía copias de los dibujos allí observados. Su causa fue sostenida por Juan de Vilanova, catedrático de Geología de la Universidad de Madrid.

Sin embargo, ambos morirían sin ver reconocidas sus teorías, pues la publicación del libro de Sanz Sautuola suscitó airadas críticas por parte de la gran mayoría de estudiosos del arte de la prehistoria, que consideraban al propio Sanz de Sautuola como autor de las pinturas de Altamira y, en consecuencia, a las obras como burdas falsificaciones.

Émile Cartailhac, gran erudito especialista en arte prehistórico, fue una de las voces que se alzaron en contra de las teorías de Sanz de Sautuola, hasta el descubrimiento de las cuevas francesas de La Mouthe (1896) y Font-de-Gaume (1901), entre otras. La aparición de estas grutas, en las que había dibujos y grabados semejantes a los de Altamira, ayudó a que variara el juicio emitido tanto por los entendidos en la materia como por la opinión pública. En 1902 salieron a la luz dos publicaciones, el catálogo del Abate Breuil y un artículo del propio Cartailhac, en el que reconocía su error. Hugo Obermeier retomó las investigaciones de Breuil, dando lugar a la publicación de una monografía, en 1935. Estos textos confirmaron la autenticidad de las pinturas, reconociéndolas como obras de arte genuinas del Paleolítico.

Conjunto de figuras policromadas del techo de la sala de entrada a la cueva de Altamira (Cantabria), segúh la reproducción que se halla en el Museo Arqueológico de Madrid. Esta fue la primera gruta decorada que se descubrió y sigue siendo aún la más espléndida. Su techo mide 18 m de largo por unos 9 de ancho y su altura era sólo de 2 m. Cada una de sus protuberancias rocosas tiene pintado un bisonte y el conjunto da la impresión de un impetuoso rebaño a los pies de la gran corza policroma de más de dos metros de longitud que, en el extremo opuesto a la entrada, vuelve la cabeza hacia ésta.
Las cuevas de Altamira cuentan con grutas de unos 270 metros de longitud. De estructura irregular, se componen de una galería principal o vestíbulo, a partir del cual se organizan varios espacios paralelos. La galería es una zona de grandes dimensiones en la que penetra la luz del sol, y donde se cree habitó el hombre desde épocas remotas. Este espacio fue abandonado en el magdaleniense medio, al derrumbarse una parte de la bóveda, y en él se han hallado artefactos prehistóricos muy interesantes, tales como objetos de piedra, asta o hueso.

Ésta da paso a la sala en la que se encuentran las magníficas pinturas descubiertas por la hija de Sanz de Sautuola, la llamada “Gran Sala de los Polícromos", así como a otros espacios y corredores en los que también están presentes manifestaciones artísticas, como la denominada “Sala de la Hoya" o la 'Cola de Caballo". En ella hay representaciones de animales, pintadas en negro o grabadas, además de otros trazos y signos geométricos. Sin embargo, la fuerza expresiva de las pinturas de Altamira se concentra en las plasmaciones presentes en la sala grande.

Bisontes de la cueva de Altamira (Cantabria). Todos los bisontes representados en la cueva adoptan distintas posiciones: unos se encuentran de pie y en reposo, otros se hallan echados o volviendo la cabeza, simulando su propio mugir. Los colores utilizados son el rojo, el casta- ño y el negro, aunque existen también algunos pintados sólo en negro. En la imagen se encuentra, asf mismo, la voluntad por reflejar la sensación de movimiento y perspectiva: los cuernos, extraordinariamente bien dibujados, revelan un cierto sentido frontal.
La capa de rocas que separa la sala grande del exterior es relativamente fina, hecho que dificulta su conservación. Por ello, se ha procedido a la colocación de contrafuertes y de puntales.

Este espacio central, cuyo techo originariamente descendía desde los dos metros a tan sólo uno en la parte más baja, fue modificado para la correcta visualización de sus pinturas, para lo que se practicó un rebajamiento del suelo. Se encuentra cerca de la entrada, a unos 30 metros aproximadamente, y presenta una superficie decorada de unos 162 m2 (18 metros de largo por 9 metros de ancho).

Cabe decir que las pinturas que cubren el cuerpo central de la cúpula de la sala grande fueron fechadas por los investigadores Larning y Leroi-Gurhan, con la ayuda del carbono 14, entre 15.000 y 12.000 años de antigüedad. Por consiguiente, y como ya se había apuntado antes, las pinturas de Altamira son pertenecientes al período Magdaleniense III. No obstante, comparten el mismo espacio con algunos elementos procedentes de otras épocas. En las zonas de menos altura, son todavía observables ciertos vestigios de estilo auriñaciense-perigordiense; así como algunos trazos rojizos, caballos del mismo color y manos humanas contorneadas, todo ello de época solutrense y por tanto anterior a las representaciones magdalenienses.

Los bisontes de Altamira (Cantabria). Los animales -unos 38- han sido dibujados siempre vistos de lado. En este ejemplo se puede percibir el interés por la observación detallada del animal. Aquí el artista ha querido reflejar con todo detalle el pelo del bisonte aplicando trazos cortos y rítmicos. Es notable la voluntad por crear una cierta perspectiva, gracias a la colocación determinada de la parte trasera de las patas del animal: una detrás de la otra.
Los dibujos de Altamira representan animales relacionados con la caza del momento, sobre todo bisontes, aunque también están presentes ciervos, jabalíes, caballos, etc. Las técnicas usadas para la confección de estas decoraciones combinan la pintura (aplicada con un rudimentario pincel, con las manos o bien soplando) y el grabado, mediante la utilización de pedernal. Así, el conjunto de la "Gran Sala de los Polícromos", está formado por más de 70 grabados sobre la piedra de la bóveda, aparte de prácticamente 100 figuras pintadas.

Las decoraciones pictóricas de esta cueva cántabra se realizaron con pigmentos extraídos de la naturaleza. De hecho, se cree que los materiales usados pudieron ser obtenidos en el interior de la misma caverna. La gama de colores, bastante reducida aunque de mucha fuerza y durabilidad, consiste bá­sicamente en tonalidades ocre rojo sangre y parduzco, para el interior de las figuras. Además, se usó un óxido de manganeso, que servía para realizar el perfilado en negro, siempre presente en estas pinturas para delimitar los espacios pictóricos.

Las pinturas y grabados de Altamira dan fe de la gran destreza y la capacidad expresiva de unos pueblos dedicados básicamente a la caza y la recolección. A menudo se ha afirmado que este tipo de representaciones tenía tan sólo un carácter pragmá­tico, de invocación para la cacería, teoría que pierde fuerza si tenemos en cuenta la propia idiosincrasia de las figuras, entre las que no aparece plasmado ningún cazador, animal agónico ni arma alguna. Tampoco se trata de un tipo de obras simplemente ornamentales o decorativas, sino de elementos relacionados con los ritos, ideados por un líder espiritual del grupo, y de carácter colectivo y social. A través de ellas se expresaba la manera que tenía éste de entender el mundo, de relacionarse con el entorno y de interactuar con él.
Cabeza de bisonte, en Altamira (Cantabria). Pintada en negro, se localiza en la parte central izquierda de la "Gran Sala de los Polícromos" de esta cueva. Como puede observarse, es el contorno de la figura de un bisonte lo que aparece representado. Son múltiples las formas con las que han sido plasmados los animales en esta sala. Al parecer las figuras pintadas en rojo fueron las primeras; posteriormente, se les añadieron varias pinturas negras, las figuras con policromía y finalmente figuras en negro.
Poseen detalles que sorprenden por su habilidad, como el hecho de que se valieran de los salientes de las rocas para componer los volúmenes de los cuerpos de los animales que debían representarse. Ello es particularmente apreciable en el grupo de los bisontes encogidos, de la "Gran Sala de los Polícromos", así como el rostro existente en la sala conocida como "Cola de Caballo".

De entre los animales representados en la "Gran Sala de los Polícromos", hay que destacar la figura de una cierva roja, situada en el extremo izquierdo de la bóveda. Ésta sobresale por sus grandes dimensiones (algo más de 2 metros), así como por su emplazamiento. Está colocada en un espacio periférico, aislada del resto, entre las múltiples representaciones de bisontes que caracterizan el espacio. Su cuerpo, bícromo, combina un color rojizo con un tono ocre. Sin lugar a dudas, dada su situación y su tratamiento, esta pintura ocupaba un lugar destacable en el conjunto.

Otra de las figuras que puede remarcarse en este espacio es el bisonte enfurecido, ocupando un espacio cercano al de la cierva. Su cuello y cabeza, levantados para mugir, le diferencian del grupo, distinción que se ve agudizada debido a las deformaciones expresivas a las que se sometió su cuerpo, cuyo perí­metro hubo que acoplar al relieve de la bóveda. Las tonalidades usadas para dar color a esta figura son también especiales, ya que se hallan entre las más oscuras de todo el espacio.
Caballo en negro, pintura de las cuevas de Altamira (Cantabria). Figura contorneada en negro. En las pinturas y los grabados de Altamira no aparece plasmado ningún cazador, ni una animal agonizante, ni tampoco un arma, por Los orígenes del arte 109 lo que el propósito de las representaciones sólo serfan una mera invocación a la cacería; a través de ellas se expresaba la manera del artista y del hombre del paleolítico de entender el mundo y relacionarse con él.
Finalmente, la presencia de los bisontes recostados termina de imprimir el carácter de las pinturas de esta "Gran Sala de los Polícromos". Sus cuerpos, sin movimiento -tal vez descansando, tal vez pariendo- se acoplan completamente a los salientes de la bóveda, resultando un bellísimo espectáculo de ingenio y agudeza aplicados al arte.

Las cuevas de Altamira, abiertas al público en 1917, fueron declaradas Monumento Nacional en 1924. Sin embargo, sus pinturas fueron degradándose, por lo que se decidió cerrarlas a los visitantes. Paralelamente, en el año 2001 fue inaugurado el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, que contenía una réplica exacta de la bóveda de la "Gran Sala de los Polícromos".

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat

Sobre el Arte


Venus de Brassempouy (Museo de Saint
-Germain-en-Laye). Cabeza femeninata-
llada en marfil de mamut de unos 3,5 cm 
de altura. Hallada por E. Piette en 1894, 
se atribuye una antigüedad de entre 
30.000 y 15.000 años.  

Establecer el momento crucial en que aparece el arte es una tarea compleja y de difícil concreción. Para unos, el arte nace en el mismo instante histórico en que el ser humano es capaz de construir una casa o realizar pinturas o esculturas. En este sentido, como afirma el profesor Ernest Gombrich, "no existe, realmente, Arte. Tan sólo hay artistas", pues, éstos eran "hombres que cogían tierra coloreada y dibujaban toscamente las formas de un bisonte sobre las paredes de una cueva", mientras que ahora" compran sus colores y trazan carteles para las estaciones del metro".


Fuente:  Historia del Arte. Editorial Salvat

Teoría de la creación artística

¿Es el arte el resultado de un rapto de la inspiración o de un arduo trabajo? Velázquez parece plantearse esta misma pregunta en Las Meninas, obra en la que se autorretrata en el acto de pintar un cuadro. A su lado, la infanta Margarita y otras damiselas de honor contemplan su trabajo. Los monarcas aparecen representados en una imagen situada en el fondo del taller, que bien pudiera ser la imagen reflejada en un espejo de lo que Velázquez está reproduciendo o un cuadro ya finalizado. En esta ambigüedad que se da entre ilusión y realidad radica la riqueza de esta obra, que también resulta excepcional por otro aspecto: no hay muchas pinturas antiguas en las que el espectador pueda ser testigo de cómo se desarrolla el acto creador, puesto que el arte nunca se ha valorado mucho como resultado de un trabajo. Por el contrario, se suele ensalzar su parte creativa, es decir, la mental o la intelectual, y menoscabar la técnica.

Detalle de Las meninas de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (Museo del Prado, Madrid). Es uno de los cuadros más enigmáticos de la historia de la pintura española, ya que se han vertido muchas interpretaciones acerca de él. Finalizado en 1656, no fue hasta 1843 que recibió el nombre actual, cuando se realizó el catálogo del Prado. Anteriormente se lo había titulado La señora emperatriz con sus damas y una enana y, más tarde, La familia del rey Felipe IV. 

A partir de esta premisa, puede establecerse una división en cuanto a la manera que se ha concebido la actividad artística a lo largo de la historia: por un lado, existe la opinión de que en la creación debe primar una habilidad o una destreza, y por lo tanto que ésta tiene que ver con la mimesis o imitación; por otro, se considera que el arte es el resultado de una idea, de la imaginación o de unos conceptos, y puede relacionarse entonces con la libertad creativa.

En el primer caso, el arte es el fruto de un trabajo y, en consecuencia, se entiende como el producto de unos conocimientos adquiridos y de la aplicación de reglas según unas determinadas habilidades. La misma palabra" arte" proviene de la expresión latina ars, a su vez originada en la voz griega Téchne y que significa destreza.

Esta interpretación es la que ha imperado a lo largo de la historia en Occidente y ha dado lugar a que, en términos generales, las artes plásticas no hayan estado muy valoradas. De hecho, en la antigüedad clásica se clasificaron como una de las artes vulgares, en oposición a las liberales.

Sin embargo, los intentos por romper con esta manera de entender el arte como habilidad y elevar al artista a una nueva condición han sido varios. Baste citar a Leonardo da Vinci, quien encarna, entre los siglos XV y XVI, el prototipo de artista curioso que se interesa por muy diversos temas; entre sus escritos se encuentran teorías científicas acerca de la perspectiva, la anatomía, el color y las sombras, así como una teoría sobre las proporciones ideales entre las distintas partes del cuerpo que luego aplicó en sus obras.
Detalle de Las meninas de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (Museo del Prado, Madrid). Es uno de los cuadros más enigmáticos de la historia de la pintura española, ya que se han vertido muchas interpretaciones acerca de él. Finalizado en 1656, no fue hasta 1843 que recibió el nombre actual, cuando se realizó el catálogo del Prado. Anteriormente se lo había titulado La señora emperatriz con sus damas y una enana y, más tarde, La familia del rey Felipe IV. 

La consideración del arte como una actividad intelectual ha sido llevada al extremo por algunos artistas contemporáneos. En el trabajo de Andy Warhol, por ejemplo, queda perfectamente plasmada la manera de entender el arte como resultado de una idea y no de su ejecución. Así, en la serie de las latas Campbell, de principios de la década de 1960 Warhol se limitó a reproducir un icono o una imagen ya existente mediante serigrafía u otras técnicas.

Sin embargo, lo más habitual es que en toda creación se dé de forma paralela tanto uno como otro proceso, el mental y el de la realización. Así pues, normalmente se parte de una idea, que es preciso concretar mediante una materia, una técnica y una forma.

Paralelamente a la dualidad que plantea el proceso creativo, en el arte se da otra división que se basa en la fuente en la que se inspira el artista para crear sus obras: la realidad exterior o la interior.

En este punto podría mencionarse la dicotomía establecida por el filósofo ateniense Platón (siglo IV a.C.) en el mito de la caverna (La República, libro X) entre un mundo real (el de la Idea o la ver dad) y el mundo de las apariencias (de las copias). En dicho mito, Platón describe una cueva iluminada tan sólo por una hoguera que se encuentra a la entrada de ésta. Los prisioneros únicamente pueden ver las sombras producidas por el fuego, por lo que creen que estas sombras constituyen la realidad. De ello se desprende que existen al menos dos niveles de realidad o de acercamiento a la verdad.

Primavera de Giuseppe Arcimboldo (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid). Realizada en 1563, esta obra forma parte de una serie de pinturas sobre las estaciones realizada para Fernando l. Considerado un precursor del surrealismo, Arcimboldo se ha hecho famoso por sus cabezas formadas con productos naturales como frutas, flores u hortalizas. 

En la primera de las maneras de enfrentarse a la realidad, cuando el artista parte de una realidad exterior (La naturaleza, un bodegón, un retrato), se prima la mimesis como medio para dominar el arte.

Siguiendo esta concepción, los impresionistas, a partir de las décadas de 1860-1870, se propusieron captar de manera fiel la realidad en estado puro, es decir, pretendieron plasmar en sus telas la luz y los colores mediante la fragmentación de las pinceladas.

En oposición a esta manera de entender la realidad, también es posible considerar que el arte surge de unas ideas previas del artista, de su imaginación o de su fantasía, si bien éstas pueden tener como base la realidad.

En la terraza de PierreAuguste Renoir (Instituto de Arte, Chicago). Pintado en 1881, cuando el artista retoma la figura humana en sus composiciones. Aquí retrata a una actriz de la Comédie-Franc;aise, Mlle. Dartaud, y una niña sin identificar, supuestamente en la terraza del restaurante Fournaise. 

Giuseppe Arcimboldo, artista italiano de la segunda mitad del siglo XVI, constituye un caso curioso: en sus obras, unos insólitos retratos compuestos con frutas, verduras y peces, la imaginación desempeña un papel destacado en una época en que se daba primacía a la realidad.

Alucinación parcial, seis apariciones de Lenin sobre un piano de Salvador Dalí (Musée d' Art Moderne, Centre Pompidou, París). Influido por un sueño, a los que Dalí les daba mucha importancia, el artista pintó este cuadro, donde aparecen seis imágenes de Lenin que surgen de las teclas de un piano, un grupo de hormigas que se pasea por la partitura y unas cerezas sobre una silla; todo ello observado por un personaje irreal que parece un maniquí.  

Asimismo, en el extremo de esta interpretación se halla el surrealismo, importante movimiento de la primera mitad del siglo XX. Con la expresión "escritura automática" se definía el principio consistente en liberar el estado interior del ser humano, lo que acabó plasmándose en, por ejemplo, pinturas en las que los sueños siempre estaban presentes, como las conocidas obras de Salvador Dalí

Fuente: Historia delArte. Editorial Salvat

Función del arte


Henri Rousseau, pintor más conocido como El Aduanero, nació a mediados del siglo XIX en el seno una familia humilde. Sus padres no pudieron costearle los estudios de pintura. Había otras prioridades, y el arte, a fin de cuentas, ¿sirve para algo? Rousseau trabajó toda su vida como modesto funcionario hasta que en 1885 se jubiló con una pequeña pensión y pudo dedicarse a pintar unos maravillosos cuadros que muestran un personalísimo estilo primitivo.

Pintura rupestre, en las. cuevas de Altamira (Cantabria). Fechada en unos 12.000 años a.C., este sector de las pinturas muestra a dos bisontes. 

En sus orígenes, el arte tuvo una finalidad mágico-simbólica. En las pinturas rupestres de las cuevas de Altamira, fechadas hacia 12000 a. C., se ven representadas con gran realismo unas figuras de bisontes, ciervos y jabalíes a las que unos humanos están dando caza. Parece poco verosímil que en la creación de estas pinturas haya intervenido el deseo de sus autores de embellecer las cuevas. En cambio, se cree que su función pudo derivar de la necesidad del ser humano de dominar un medio natural que le era hostil y le resultaba amenazador. El arte sería un instrumento mágico con el que se conjuraría la naturaleza. Gracias a él, los cazadores primitivos habrían creído que los animales reales iban a sucumbir a su poder.

Capitel izquierdo: La degollación de los inocentes y los Reyes Magos, capitel del claustro del monasterio de San Juan de la Peña (Huesca). Veinte de los capiteles del claustro fueron realizados por la escuela del llamado Maestro de San Juan de la Peña, que narran iconográficamente desde el Génesis hasta la Ascensión, pasando por la vida de Jesucristo. Capitel derecho: El sueño de San José, capitel del claustro del monasterio de San Juan de la Peña (Huesca). Realizado por la escuela del Maestro de San Juan de la Peña, en el que se reproduce uno de los pasajes de la vida de Jesús. 

Todavía en el siglo XX existían algunas etnias que tenían una concepción parecida en cuanto al poder de las imágenes, y por ello se negaban a que se les fotografiara, pues creían que la fotografía se apropiaba de su alma.

También en la Edad Media, templos, iglesias y catedrales cumplieron una finalidad mágica parecida. El arte que acogían estos edificios en sus pinturas murales o sus esculturas tenía por misión elevar al ser humano espiritualmente a otros mundos más perfectos; con ellas se pretendía, en cierta manera, que el fiel experimentara unas vivencias próximas a las que tendrían lugar en el reino celestial.

El "tianquiztli" o mercado indígena prehispánico de Diego de Rivera, en el Palacio Nacional de Ciudad de México. Fragmento de un mural en el que el artista representa con gran maestría los personajes que participaban en el mercado de Tlatelolco, que se celebraba antes de la llegada de Hernán Cortés. Esta tradición de mercado ambulante, donde se vende una gran variedad de productos, aún perdura hoy día con el nombre original, tianquiztli, palabra procedente de la lengua náhuatl de los aztecas. ·



Por otra parte, junto con esta voluntad de transportar al ser humano a otros mundos, en los edificios medievales también se daba una importante finalidad didáctica, pues se pretendía comunicar un mensaje religioso a la población analfabeta. Por ello, el programa iconográfico de las iglesias y catedrales acostumbraba a estar cuidadosamente planificado, lo que explica las escasas modificaciones de unas obras a otras.

No obstante, una parte de las obras estaba dirigida a un público minoritario, más culto, y se acostumbraba a hallar en lugares no tan accesibles, como los capiteles de los claustros.

Esta concepción de que el arte debía tener un objetivo didáctico ha persistido a lo largo de los siglos, si bien en el arte moderno y contemporáneo se ha mantenido algo reducida, con algunas importantes excepciones. Una de ellas son muralistas que trabajaron a partir de la década de 1920 en algunos edificios públicos mexicanos por encargo de José Vasconcelos, ministro de Educación. México era entonces un país analfabeto y pobre en el que acababa de triunfar la revolución, por lo que era necesario un arte que fuera accesible para la mayoría de la gente, de lo que se encargaron artistas como José Clemente OrozcoDiego Rivera y David Alfaro Siqueiros.

Estrechamente ligada a esta función didáctica se suele hallar cierta intención moralizante o de transmitir una doctrina, lo que se confunde, en la mayoría de los casos, con una voluntad propagandística.

El hecho de que el arte haya estado muy relacionado con el poder a lo largo de la historia ha te nido como consecuencia que el uso propagandístico constituya un aspecto destacado de algunas obras. La Alemania nazi, la España franquista, la Italia mussoliniana y el Portugal de Salazar estaban llenas de obras, principalmente arquitectónicas, que se distinguían por la monumentalidad y por una belleza que se inspiraba en los modelos clásicos.

También con clara finalidad política, algunas obras de arte pretenden denunciar una situación injusta o llamar la atención sobre algún aspecto negativo de la sociedad. Por ejemplo, Francisco de Goya pintó en 1808 la obra El tres de mayo de 1808 en Madrid: los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío tras quedar impresionado por los fusilamientos, por parte de los franceses, de los españoles que resistieron la invasión napoleónica.

Funeral en Ornans de Gustave Courbet (Musée d'Orsay, París). Representante del Realismo, este artista logró con este cuadro realizar su obra maestra. La escena corresponde al entierro de un personaje importante, que quizás fuera su abuelo materno, al que asiste toda la comunidad. El resultado fue el conjunto de casi 40 retratos a tamaño natural, pintados con gran verismo y utilizando colores oscuros.
    
Como oposición a un arte realista y de connotaciones políticas representado en el siglo XIX por Gustave Courbet, entre otros, nació L 'art pour l'art, un movimiento relacionado con el romanticismo. Théophile Gautier, uno de sus artífices, se planteó que el arte debía hallarse libre de toda doctrina y debía ser la encarnación de la belleza.

Sin embargo, a partir de la Revolución industrial, a las posibles funciones de embellecimiento de la obra de arte se les añade otra: la utilitaria. En este sentido, los ingleses John Ruskin y William Morris propusieron de manera clara una nueva relación entre el arte y la sociedad, que se basaba en una revitalización de las artes y los oficios tal como se habían dado en la Edad Media. El arte debía responder a las nuevas condiciones de la sociedad que estaba surgiendo. Los nuevos objetos debían ser funcionales y al mismo tiempo bellos. Con ello inauguraron nuevos planteamientos que llevarían al Art Nouveau.

Tapicería del siglo XIX de William Morris (Victoria and Albert Museum, Londres). Fechado entre 1877 y 1900, este tapiz realizado a mano es un diseño de Morris, uno de los promotores del movimiento Arts and Craft en Gran  Bretaña. Los  motivos vegetales y florales, como los de la pieza que se reproduce, fueron una constante en las obras de este autor, que ha ejercido una gran influencia en la tapicería moderna. 

En la actualidad, a todas las funciones mencionadas se le ha sumado otra en el arte moderno y contemporáneo: lo que ahora busca el artista es expresarse, plantear preguntas o entender mejor la esencia de la vida. En este sentido, las obras de la pintora mexicana 
Frida Kahlo, de la primera mitad del siglo XX, surgen de la necesidad de la artista de expresar el dolor que sentía.

Las dos Fridas de Frida Kahlo (Museo de Arte Moderno, Ciudad de México). En este doble autorretrato, la artista parece querer expresar el doloroso momento de su separación de Diego de Rivera. La imagen de la izquierda es la Frida vestida a la europea, con el corazón roto y unas tijeras que le sirvieron para cortar el fuerte vínculo sanguíneo con su p.:lrc ja: su traje está manchado de sangre. La imagen de la derecha, vestida con traje popular mexicano, es la Frida que todavía ama a Diego, que tiene el corazón entero y sostiene en su mano izquierda un pequeño retrato del pintor. 

IzquierdaÁnfora ática de figuras negras (Museo de Arte e Historia, Bruselas). Con una antigüedad que se remonta al siglo IV a.C., esta pieza se utilizaba en la Antigua Grecia para guardar el aceite sagrado de la Atenea y se entregaba como trofeo a los vencedores de los juegos de la diosa protectora de Atenas.  Derecha Máscara de antílope de los bambara, en Sudán (Museo Rietberg, Zurich). Máscara ritual, que los Bambara utilizan en susdanzas y que está tallada en un solo bloque de madera. Estos ritos se celebran una sola vez al año, al final de la estación seca.

        No se puede cerrar este capítulo sin plantear la siguiente cuestión: ¿qué lugar merece el entretenimiento en el arte? Debe tenerse en cuenta, a este respecto, que gran parte del arte actual integra con un importante elemento lúdico, pues la participación del espectador y su implicación en los happenings, por ejemplo, resulta sumamente importante.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat

Naturaleza de la obra de arte

Tomemos como ejemplo las siguientes obras de arte: un ánfora ática de figuras negras, del siglo V a.C.; una máscara africana; una fotografía de Tina Modotti; un móvil de Alexander Calder y un grabado de Alberto Durero.

Campesinos leyendo "El Machete" de Tina Modotti. Esta fotógrafa italo-mexicana, comprometida políticamente con el Partido Comunista y las causas justas como la Guerra Civil española, realizó esta foto en 1929, en la que un grupo de trabajadores del campo está leyendo un diario para el que ella trabajaba. 

Ante estas obras, la pregunta que surge es: qué tienen en común y qué es lo que las caracteriza para que puedan ser calificadas como artísticas.

Entre las diversas maneras de abordar la naturaleza de la obra de arte, hay que partir de la consideración de que éstas se encuentran determinadas por una forma y un contenido.

En otras palabras, la obra de arte se puede interpretar, por una parte, mediante los sentidos, y por otra, con la razón o el intelecto, o con ambos, lo que suele ser más habitual. El primero de los elementos constitutivos, la forma, está dirigido a la percepción de las cualidades sensibles de la obra. El segundo, el contenido, se orienta a la comprensión de cuestiones como la temática, el contexto en que la obra fue realizada, etc.

En cuanto a la forma, el primer aspecto evidente que comparten las obras que acabamos de citar es que se trata de objetos. Por lo tanto, pueden analizarse a partir de sus características físicas: color, técnica, estilo, materiales empleados, etc.

La interpretación de la obra desde este punto de vista, la forma, es esencial. Pese a que la técnica empleada en la realización de la obra de arte siempre se ha tenido por una cuestión minoritaria, su análisis resulta fundamental, pues no se pueden obtener los mismos resultados con una acuarela que con un óleo.

De igual manera, el material que se utiliza implica unos condicionamientos técnicos y una estética determinada que singularizan la obra, como se pone de relieve en el uso del ladrillo en Mesopotamia y Roma, y el mármol en la Grecia clásica.

No obstante, ateniéndose a la consideración de la obra de arte como un objeto, se excluye a gran parte del arte contemporáneo, el arte-no objetual o de proceso. Por ejemplo, al happening o la performance, manifestaciones artísticas que se dan principalmente a partir de la década de 1960 y en las que se desarrolla una acción; al ser ésta efímera, tan sólo se conservan documentos de ella.

El hecho de suponer que una obra de arte debe concretarse en un objeto también plantea la pregunta de si éste debe ser único e irrepetible para que pueda ser reconocido como artístico. Dicho de otra manera, ¿pierde valor una obra gráfica por haber sido reproducida a partir de un original? ¿Resulta más valioso un óleo de Picasso que una reproducción de la serie La Tauromaquia? Según cierta concepción, es el carácter excepcional de una obra lo que hace que ésta tenga más valor.

Constelación de Alexander Calder (Museo Hirschhorn, Washington). En 1943, el artista crea esta obra que deja a expensas de que el aire la mueva y vaya creando múltiples formas. Se ha dicho que Calder colonizó el aire, porque éste es parte y artífice de sus creaciones. 

Frente a este argumento, el arte moderno y contemporáneo suele reivindicar la multiplicidad como una manera de romper con el circuito elitista del arte, es decir, del arte al que sólo puede acceder y poseer una minoría. A la obra única se le opone la obra gráfica, la cerámica, el diseño industrial, la cinematografía, etc. La segunda manera de aproximarse a la obra de arte es a partir del análisis de su contenido. Éste engloba aspectos como la temática, la finalidad de la obra, asociaciones simbólicas e influencias del contexto social y cultural, entre otras.

La interpretación de la obra según estos parámetros es la que más se adecua a gran parte del arte que se crea actualmente. Así, una obra podría abordarse como expresión de unas ideas o como aquello que presenta una intencionalidad artística, se concrete o no en un objeto, como sucede con el arte del proceso, los happenings, el land art o el body art.

Una cuestión que suscita el hecho de tratar la obra a partir de su contenido es si éste debe ser básicamente de carácter artístico. Es decir, cuando el artista concibe su trabajo, ¿ha de tener en mente tan sólo aspectos que durante siglos se han relacionado con el arte como la belleza?

San Eustaquio de Alberto Durero (Gabinete de Dibujos Dahlem, Berlfn). Éste es uno de los mejores grabados del artista, en el que representó a un santo de la Antigüedad al que Cristo se le reveló mientras estaba cazando en el bosque. Durero ambientó la escena en los idílicos bosques de su país, llenos de animales, y coronó la montaña con un espléndido castillo. 

En la actualidad, este planteamiento resulta totalmente insuficiente, puesto que ya no existe una única manera de entender la belleza ni el arte.

Por otra parte, es evidente que el artista no puede evitar recibir múltiples influencias ajenas al mundo del arte que quedan plasmadas en su trabajo, desde políticas hasta culturales, y de las que en numerosas ocasiones ni siquiera es consciente.

En otros casos, el artista tiene claro que con su obra pretende transmitir un mensaje o despertar una conciencia crítica, lo que no siempre se considera legítimo, pues, sostienen algunos críticos, se dejan de lado los aspectos más puramente artísticos.

Bloques de basalto en Friedricshplatz de Joseph Beuys, en Kassel (Hesse). Frente al Fridericianum Museum, el autor hizo esta fotografía en 1982 para su proyecto 7.000 Eichen (7.000 robles).

Al margen de las cuestiones que se acaban de plantear, el criterio que finalmente se aplica para establecer si una obra puede considerarse artística o no es el de su ejemplaridad. La comparación de unas obras de arte con otras de la misma época o que se han creado en condiciones semejantes pone de relieve las posibles cualidades que hacen de esa obra algo excepcional: sus aportaciones, la novedad que implica, una nueva manera de abordar un tema, entre otros.

Como puede observarse, la complejidad del arte contemporáneo radica, precisamente, en que los criterios que se emplean para valorar las obras son muy amplios. Se podría decir, en resumidas cuentas, que lo que hoy caracteriza al mundo artístico es la libertad de planteamientos.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

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