Toulouse-Lautrec, Henri-Marie-Raymond de (Albi, 24 de noviembre de 1864 - Château Malromé, Saint-André-du-Bois, 9 de septiembre de 1901)
Pintor francés, hijo de los condes de Toulouse-Lautrec Monfa. Dos graves caídas consecutivas provocaron el defectuoso desarrollo de sus piernas. De salud endeble, durante sus convalecencias comenzó a pintar, animado por su madre. Sus primeras pinturas describen escenas ecuestres o militares (Soldado ensillando un caballo, 1879), que lo situaron como descendiente de David, Ingres y Degas. Instalado en París, a partir de 1882 decidió convertirse en pintor profesional. Atraído por el mundo del circo, del teatro, de los cabarets de Montmartre, pintó escenas del Moulin Rouge que habían de inmortalizarle (La Goulue, Jane Avril, etc.). En 1891 realizó su primer cartel, que revolucionó el arte publicitario por el cuidado gráfico del diseño, inspirado en los grabados japoneses. Su genio se puso de manifiesto especialmente por el empleo simultáneo, en dos campos bien diferenciados, del óleo y la litografía. En su obra sobresalen La caballista del Circo Fernando (1888), El salón de la rue des Moulins (1894), La cama (1894), La payasa Cha-u-Kao (1895) y El baile de la Goulue (1895).
Toulouse-Lautrec, el oropel del music-hall
La pintura de Henri de Toulouse-Lautrec (18641901), que tuvo su momento de apogeo alrededor del año 1895, se sitúa en la misma línea de atenta observación realista de los lienzos de Degas.
Nacido en Albi, pertenecía a una de las estirpes más ilustres de Francia, ya que descendía de los condes de Toulouse, que habían conquistado Jerusalén en la primera Cruzada, junto a Godofredo de Bouillon, y eran dueños de casi todo el sur de Francia. Su padre fue el conde Alphonse de Toulouse-Lautrec Monfa, gran aficionado a la caza a caballo, que practicaba en sus dominios familiares del Midi, y además hombre algo extravagante. Su madre, Adele Tapié de Céleyran, era persona muy culta, y pertenecía a una familia noble del sur de Francia.
Henri de Toulouse-Lautrec ya desde sus primeros años se vio obligado a hacer curas en balnearios y empezó con irregularidad sus estudios en París, donde, desde 1872, la familia pasaba gran parte del año.
Retrato de la condesa Adela de Henri de Toulouse-Lautrec (Museo Toulouse-Lautrec, Albi). La condesa Adela de Toulouse-Lautrec fue una madre atenta, apasionada y discreta. Abandonada por su marido fantasioso, entristecida por la muerte de su segundo hijo y la enfermedad de su primogénito, a éste consagra su vida. Entre madre e hijo, a pesar de sus diferencias de vida, hubo siempre un afecto profundo, que nada consiguió empañar. Henri murió en sus brazos. El retrato que le pintó es de 1883, cuando él tenía 19 años.
A los catorce y quince años había sufrido dos caídas -debidas quizás a una flojedad en sus huesos que le habían quebrado las piernas, y a consecuencia de ello quedó con una figura grotesca: un tronco desarrollado con normalidad sobre dos piernas cortísimas. Como sucede en los cuentos infantiles, el último descendiente de una estirpe de reyes fue un enanito.
⇦ La Goulue de Henri de Toulouse-Lautrec. "La Goulue", protagonista de este cartel litográfico, era una mujer de bandera, ex amante de un anarquista ajusticiado y bailarina de cancán en el Moulin Rouge, el café concierto más postinero de París. Su fama fue efímera, pero Toulouse-Lautrec le regaló con este cartel la inmortalidad.
Desde su niñez demostró gran afición por el dibujo, especialmente de animales, por lo que sus padres le pusieron un profesor, René Princeteau, autor de escenas militares y ecuestres. Después, influido por Degas y por el arte del inglés J. Lewis-Brown, se dedicó a tomar apuntes de caballos y de escenas del turf, y se aficionó mucho a las estampas japonesas.
Sus primeras obras: Artillero ensillando un caballo y Mailcoach en Niza denotan ya un gran virtuosismo en su técnica y evidente modernidad en la concepción.
Más tarde, cuando hubo concluido su bachillerato, fue por un corto tiempo discípulo de Bonnat y Cormon. Por entonces le influyen sobre todo los ilustradores en boga, como Willette o Jean-Louis Farain; pero no tardó en descubrir con admiración a Manet y, sobre todo, a Degas, admiración esta última, que provocó en él una decidida vocación por los asuntos naturalistas y le apartó definitivamente de su antiguo estilo, de formación académica. Como ya se ha anotado, en esa época conoció a Van Gogh durante su estancia en París, y pronto instaló su estudio propio en el corazón de Montmartre.
La payasa Cha-U-Kao de Henri de Toulouse-Lautrec (Musée d'Orsay, París). Su nombre, pronunciado a la francesa -chau-hutchaos- significa "barullo y desorden". Toulouse-Lautrec la retrató en 1895 en una actitud de abandono que la afea, pese a que las fotografías de la época la muestran bonita y graciosa. Así, esta imagen es casi una protesta.
Allí, lejos de sus castillos y blasones aristocráticos, se dedicó a trazar el retrato de la vida de París. Los temas fueron varios: las carreras de caballos en los hipódromos elegantes, las bailarinas de café-concert, el cancán del Moulin Rouge, los payasos y acróbatas de las pistas de circo y la inquietante y abigarrada fauna humana de los burdeles: toda la elegancia espumosa y ya un poco moribunda de la vida nocturna de los elegantes, que frecuentaba con un grupo de amigos capitaneados por su primo Gabriel Tapié de Céleyran, médico de profesión, de quién pintó un retrato -hoy célebre- que le representa, con sombrero de copa, en él vestíbulo de la Comédie Française (Museo Toulouse-Lautrec, Albi).
La toilette de Henri de Toulouse-Lautrec (Musée d'Orsay, París). Este cuadro es uno de los esbozos -dibujos y óleos sobre cartón- para una serie de litografías que Toulouse-Lautrec tituló simplemente "Elles". Sus modelos, profesionales del amor, posan con una naturalidad y espontaneidad que les confiere la gracia de las ninfas o las diosas antiguas. Son desnudos admirables, libres y naturales y, por tanto, castos. Una demostración de que el arte y la moral no son incompatibles.
Ese mundo turbador fue captado por Toulouse-Lautrec en lienzos admirables por su aguda percepción del movimiento, por las expresiones y efectos de luz y -sobre todo- por su grafismo nervioso, por los contornos de líneas vibrantes, aprendidos en las estampas japonesas del siglo XVIII, largamente contempladas en la trastienda del "Pere"Tanguy, amigo de todos los pintores desconocidos de París, a los que prestaba telas y colores cuando no tenían dinero para pagarle. Este "japonesismo", que ya había influido antes en Degas, explica que Toulouse-Lautrec se sintiese atraído por los temas llenos de movimiento: carreras, music-hall, circo.
⇦ Gabriel Tapié de Céleyran de Henri de Toulouse-Lautrec (Museo Toulouse-Lautrec, Albi). El retratado era el primo hermano del pintor. Lo representó en una actitud pensativa, incluso triste, vestido de etiqueta y sombrero de copa. Al fondo se ven dos figuras femeninas lo que podría llevar a pensar que el retrato fue realizado en una de las frecuentes visitas de Toulouse-Lautrec a los cafés parisinos.
Quien le introdujo en la vida nocturna de Montmartre fue el poeta y chansonnier Aristide Bruant, al cual el pintor representó tantas veces con su vestido de terciopelo negro, su gran bufanda roja y su sombrero de alas anchas. Bruant cantaba en el cabaret Le Mirliton, para el que Toulouse-Lautrec realizó uno de sus primeros carteles. Luego se hizo asiduo del Moulin Rouge, que inmortalizó en varios cuadros y para el que realizó carteles famosos. En la mayoría figuran las componentes del célebre cancán: La Môme Fromage, Grille d’Égout, Nini Patte en l’Air y -sobre todo- Louise Weber, llamada La Goulue, que, en 1890, a los 20 años, llevaba su flequillo rubio y mostraba -como el mismo Toulouse-Lautrec- un terrible apetito por todos los placeres de la vida: comer, beber, divertirse, bailar, triunfar. Yvette Guilbert describe así su famoso número del Moulin Rouge: “La Goulue, con sus medias de seda negra, tomaba su pie con la mano y lo llevaba más alto que su cabeza, mientras hacía ondular sus sesenta metros de puntillas de sus enaguas y mostraba su pantalón”. La mirada, siempre en acecho, de Toulouse-Lautrec descubría a las diosas del café-concert extrañamente maquilladas y con la sorprendente iluminación de abajo arriba que proyectaban las candilejas. Para ellas realizó una fantástica serie de carteles utilizando la litografía en colores, modalidad que revolucionó totalmente: Jane Avril, alegre, con su silueta elegante y fina, danzaba “como una orquídea en delirio”, según decía Maurice Joyant; Yvette Guilbert, la cantante de los largos guantes negros, que en 1895 tenía el mismo éxito entre el gran público y los intelectuales que Greta Garbo en 1930 o Brigitte Bardot en 1960; May Belfort, la irlandesa que aparecía en escena perversamente vestida de bebé, con un gatito negro en los brazos; la pelirroja inglesa May Milton, y tantas otras. Para todas ellas, los muros del París de la belle époque se cubrían con la floración fastuosa y los colores brillantes de los carteles de Toulouse-Lautrec, sin los cuales no se podría explicar satisfactoriamente el primer estilo, entre parisiense y barcelonés, de Picasso.
Izquierda: El jockey de Longchamps de Henri de Toulouse-Lautrec (Biblioteca Nacional, París). Toulouse-Lautrec realizó numerosos dibujos y pinturas con el tema de las carreras de caballos. En ellos se advierte que el artista pretendió dotar de fuerza y velocidad a la representación de los caballos dibujándolos con las cuatro patas en el aire momento que se produce al galopar. Las imágenes de Toulouse-Lautrec tienen algo de fotografía instantánea; pretende captar un momento de gran velocidad en movimiento. Derecha: Cartel que Toulouse-Lautrec pintó cuando Aristide Bruant fue "vedette" del café concierto "Mirliton". Al director le pareció una monstruosidad, pero Bruant rugió: "Si a las ocho menos cuarto, no a las ocho, los carteles no están puestos, no actúo, ¿entiendes?". Después del éxito, Bruant, condescendiente: "Y, para castigarte, ahora me vas a cubrir todos los muros de París". Lo que fue hecho.
Pronto colaboró, como ilustrador, en varias revistas de la época, como L’Escarmouche, el Fígaro Illustré y Le Rire. En 1893 celebró una exposición en la Galería Goupil, e invitó a Degas, quien después de contemplar largo tiempo en silencio sus cuadros y dibujos, los aprobó, en el momento de abrir la puerta para salir, con una frase breve: Ca, Lautrec, on voit que vous êtes du bâtiment!
En 1895 decoró con paneles pintados sobre sargas el barracón que La Goulue instaló en la Foire du Trône y que ahora se hallan en el Musée d’Orsay
Tras un viaje a Londres, efectuado en 1898, en ocasión de una exposición de obras suyas allí celebrada, su salud quedó muy postrada a causa de su trepidante vida nocturna y de sus abusos de las bebidas alcohólicas, y durante el año siguiente siguió una cura de desintoxicación en una clínica. Convaleciente, creyendo recuperada su salud, se trasladó a Le Havre, donde realizó uno de sus últimos retratos: miss Dolly, una inglesa camarera del café-concert “Le Star”, para la que pintó una tela maravillosa, toda entonada en rosas y azules, que acompañan su abundante cabellera rubia.
En el salón de Henri de Toulouse-Lautrec (Museo de Toulouse-Lautrec, Albi). Este cuadro fue la conclusión de una serie de estudios sobre las residentes de un prostíbulo de la "Rue des Moulins". Es una obra maestra que escamotea los detalles vulgares. Sus protagonistas -Mireille, Rolande- pueden ser feas y dolientes, pero nunca repugnantes. El arte del pintor reside en esto: decir las más duras verdades con un acento ligero, espiritual; en el don de extasiarse, de descubrir una noble belleza allí donde nadie la ve.
Izquierda: Jane Avril de Henri de Toulouse-Lautrec (Musée d'Orsay, París). Bailarina del Moulin Rouge que danzaba con tan alada gracia que la llamaban "la etérea". Jamás vulgar ni provocativa, su amistad con el pintor fue profunda y duradera. Derecha: Ivette saludando al público de Henri de Toulouse-Lautrec (Musée d'Orsay, París). lvette Guilbert, espiritual y cultivada, tenía "grandes ojos inteligentes, perdidos en el vacío" y la suerte de agradar por igual tanto al público poco cultivado como a los intelectuales. Cincuenta años de éxito ininterrumpido lo atestiguan. El pintor hizo varios cuadros para ella.
En 1901, habiendo reincidido en la bebida, sufrió un ataque de parálisis y se hizo transportar al lado de su madre en el castillo de Malromé (Gironda), donde murió a la edad de treinta y siete años. Con su figura de enano, su mirada llena de ternura y su ironía siempre vigilante, Toulouse-Lautrec -pese a su corta vida- creó para siempre un mito aun hoy deslumbrante: el del París de fin de siglo.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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