No puede negarse que se producen en este período obras escultóricas tan interesantes como las del siglo anterior. Una de las esculturas más estimables del comienzo del Barroco es la Santa Cecilia, de Stefano Maderno: bello cuerpo joven caído.
Pero el escultor barroco más grande de Italia es Gian Lorenzo Bernini. Llamado en Roma el cavaliere Bernini, había nacido en Nápoles el 1598. Ya a los dieciséis años dio en su grupo de la Cabra Amaltea una prueba de su excepcional fantasía y de su dominio técnico del mármol. Pero Gian Lorenzo empezó a hacerse notar en Roma con el monumento funerario del obispo Santoni, mayordomo del papa Sixto V, en la iglesia de Santa Práxedes. El cardenal Scipione Borghese tomó a su servicio como restaurador al joven Bernini, y, satisfecho de su trabajo, le encargó en 1620 una estatua de David.
⇨ Cabra Amaltea de Bernini (Galería Borghese, Roma). Grupo esculpido por el célebre arquitecto y escultor cuando sólo contaba dieciséis años de edad, dando ya pruebas, en la composición del mismo, de su excepcional fantasía y de su dominio técnico del mármol, tanto en las extraordinarias calidades de los desnudos de los niños como en la del pelaje de la cabra. s ven en esta cabeza el autorretrato de Bernini.
En ella Gian Lorenzo, que tenía entonces veintidós años, llegó más lejos que ningún otro escultor en la representación de la energía y del movimiento. El cuerpo de David está torcido, en el acto de arrojar la piedra con la honda, y representa el polo opuesto a la gracia platónica de los otros David de Donatello y de Verrocchio, e incluso el de Bernini es más vivo que el épico David de Miguel Ángel. El rostro, frunciendo las cejas y mordiéndose el labio superior, dirige una mirada violenta, llena de energía. Con esta obra, Bernini realizó plásticamente el ideal del nuevo momento histórico al que corresponde el Barroco: el espíritu de combate. El fuego que quería lanzar sobre la tierra San Ignacio hace temblar en un ardiente movimiento los músculos duros de este David y, al parecer, el rostro de esta estatua es un autorretrato del propio Bernini.
En 1622 labró el grupo de Plutón y Proserpina, basado en el contraste entre la musculatura nudosa y robusta del dios subterráneo y la dulzura de la graciosa diosa de la primavera, raptada. Entre 1622 y 1625 esculpió el grupo, aún más célebre, de Apolo y Dafne, concebido como un cuadro animado, casi un espectáculo. Se trata de una ilustración del pasaje clásico de Ovidio que describe el mito de Dafne, quien, perseguida por Apolo, se salva transformándose en laurel. Apolo -caracterizado con el rostro del famoso Apolo del Belvedere- está a punto de alcanzar a la joven, a la que mira con intenso deseo; ésta lanza un grito de miedo, mientras sus cabellos se transforman en hojas, en ramas los brazos y crecen raíces en sus pies. Una corteza protectora crece en torno a su ágil cuerpo desnudo, terso y fino como el de una ninfa sobrenatural. Esta fue la última obra, y la mejor, que Bernini realizó para el cardenal Scipione Borghese.
Nombrado Caballero de Cristo en 1622 por Gregorio XV, momento a partir del cual se le llamó siempre “el caballero Bernini”, su excepcional fortuna empezó en 1623 cuando su gran admirador, el cardenal Maffeo Barberini ascendió al solio pontificio con el nombre de Urbano VIII. Se cuenta que entonces dijo al artista: “Es una suerte para vos tener por Papa al cardenal Barberini; pero es una dicha todavía mayor para mí que el caballero Bernini viva bajo mi pontificado”.Y es que pocos artistas han llegado a disfrutar de la consideración y aprecio de los intelectuales y de los grandes como lo alcanzara Bernini. Ya nos hemos referido a la decoración interior de la basílica romana y a su baldaquino. Complemento del mismo son las estatuas colocadas en las cuatro hornacinas que se abren al pie de los gigantescos pilares de la cúpula. La de San Logino fue terminada por Bernini en 1641. En el Vaticano se encuentran también la majestuosa Cátedra de San Pedro, la famosísima Escala Regia, verdadero prodigio de escenografía barroca, y los grandes sepulcros de Urbano VIII y Alejandro VII.
Pero acaso su obra más estimada sea el Éxtasis de Santa Teresa, en la Capilla Cornaro, en Santa Maria della Vittoria, realizada en 1646.
El tema escogido no podía ser de más actualidad. Santa Teresa de Jesús había sido en efecto canonizada recientemente, en 1622. Toda la capilla es un derroche fastuoso de mármoles y jaspes de colores, combinados de la manera más barroca. En las dos paredes, como en sendos balcones, Bernini esculpió a los miembros de la familia Cornaro en mármol blanco. Ellos desde atrás de las balaustradas y el espectador desde el suelo contemplan juntos la escena milagrosa del Éxtasis, como si todos fuesen seres igualmente vivientes, situados en un mismo espacio. Así la frontera entre nuestro universo real y el mundo del arte es ingeniosamente escamoteada.
La escena representada es la que describe Santa Teresa en el capítulo XXIX de su autobiografía: se le apareció un ángel en forma corpórea con una cara bellísima y toda iluminada. El ángel sacó un dardo, que le pareció tener la punta inflamada, con el que le traspasó las entrañas, pareciendo, al retirarse, que le daba vida y dejándola “toda agitada en grande amor de Dios”. Dice la santa que el dolor y el placer que este dardo le produjo no era corporal, sino espiritual, “por bien que el cuerpo no le fuese del todo extraño”. Bernini logró el realismo más exquisito al esculpir el pesado manto de la monja, las nubes vaporosas, el velo ligero y la tierna epidermis del ángel adolescente. Una enigmática sonrisa modela la cara de este ángel. Es una sonrisa ambigua, entre maliciosa y beatífica, que le hace semejante al turbador San Juan de Leonardo.
⇦ David de Bernini (Galería Borghese, Roma). Realizada cuando el autor tenía veintidós años, es una pasmosa expresión de energía y de movimiento, captado en el momento decisivo de la acción con tal realismo y "verismo" que no deja adivinar nada al espectador. Algunos ven en esta cabeza el autorretrato de Bernini.
La expresión del rostro de la santa es la de la pérdida de la consciencia, cerrados los ojos, abiertos los labios y las aletas de la nariz. Las manos y los pies expresan un abandono total, en dramática actitud. Al mismo tiempo, el cuerpo suspendido en el aire y el movimiento en diagonal que lo anima hace creer en algo imposible. Una abertura al exterior, cerrada por un vidrio amarillo y colocada por encima y más atrás que el grupo, baña la escena con una luz mágica.
Pero todavía tenía que dar Bernini, antes de morir, otra nota más elevada del amor divino: la estatua yacente de la Beata Ludovica Alberoni. Excepto la Santa Teresa, nada puede compararse a la emoción de esta joven tendida, cuya cara expresa a la vez dolor y placer, y parece derramar luz de sus facciones. El pathos barroco alcanza el punto culminante en el gesto de su boca, una de estas vivas bocas abiertas que, desde Dafne, son la maravilla de Bernini.
Éxtasis de Santa Teresa de Bernini (capilla Cornaro de la iglesia de Santa Maria della Vittoria, Roma), Grupo escultórico realizado en mármol en 1646. Es, quizá, su obra más famosa y admirada por el realismo del rostro y el cuerpo, "toda agitada en grande amor de Dios" en palabras de la Santa de Ávila. "Es la expresión más viva y natural, ¡qué divino arte!, ¡qué voluptuosidad!", escribía Sthendal a propósito de esta obra. Y el monje que le acompa- ñaba apostilló: "Es gran pecado que estas estatuas puedan representar fácilmente la idea de un amor profano".
Beata Ludovica Alberoni de Bernini (capilla Altieri de la iglesia de San Francesco a Ripa, Roma). Fue esculpida en mármol, cuando el artista era ya octogenario, por encargo del cardenal Paluzzo Altieri, primo de Clemente X. En esta obra, terminada en 1675 y que marca el punto culminante del "pathos" barroco, Bernini vuelve a encontrar la inspiración y el éxtasis místico de la Santa Teresa. El cuerpo de la bienaventurada se estremece por el sufrimiento, pero su rostro se ilumina por el gozo de la eternidad entrevista.
Donna 0limpia Pamphili de Alessandro Algardi (Galería Doria-Pamphili, Roma). Rival de Bernini, Algardi plasmó este expresivo retrato, en el que muestra el temperamento viril, enérgico y poderoso, de esta dama romana, cuñada del papa Inocencia X, que gustaba de la política y de las cacerías.
Algardi era bolonés, pero sus mejores esculturas se hallan en Roma: la estatua de bronce de Inocencio X, retrato realista, hoy en el Palacio de los Conservadores; el altar de San León el Magno, retablo marmóreo acertadamente calificado de “pintura petrificada”; y el monumento sepulcral de León XI, en la basílica de San Pedro, donde emplea exclusivamente mármol blanco, monocromía que obedece al mismo gusto que hacía preferir también los blancos al Borromini. La escultura barroca de Algardi, por su ideal más cercano al espíritu clásico y académico que la de Bernini, parece que ya prefigura el gusto del neoclasicismo.