Páginas

Artistas de la A a la Z

Mirón, el primer gran artista

Discóbolo de Castelporziano (Museo Nacional
de las Termas, Roma). Copia romana de la
obra del célebre Mirón (hacia el año 450 a.C.). 

Alcanzada la época de Mirón, se puede afirmar que por primera vez en la Historia del Arte se está ante una personalidad original y documentada. Desde este momento, hay que prestar atención no sólo a las magistrales obras de arte que habrán de llegar, sino a los artistas que las imaginan y crean.

Antes de Mirón se han encontrado obras de arte maravillosas en Egipto, Grecia y Oriente, pero eran más bien obras colectivas, impersonales; ningún artista se destacaba del conjunto característico de su escuela. De la misma Grecia se conocen varios nombres de escultores que firmaron sus obras en los siglos anteriores: Antenor, Akermos, Critio, Nesiotes, Onatas... ,mas para la actualidad son tan sólo nombres, y no se tenía forma de componer un retrato de su vida y de su personalidad.

Se produjeron en tiempos más antiguos obras más bellas, más grandiosas, más perfectas, más proporcionadas, pero no se descubrió hasta entonces una figura de artista tan personal como este Mirón, maestro del movimiento y de la técnica en bronce, que conoció las mieles del éxito y también, como todos los grandes artistas, recibió duras críticas quizá porque su arte se adelantaba a su tiempo y no satisfacía enteramente los parámetros artísticos de su época.

Mientras unos, como Luciano, hablan del Discóbolo como de una obra maestra por todos los conceptos, otros, como el retórico latino Quintiliano, dicen desdeñosamente: "¿Puede haber nada más artificial y contorsionado que el Discóbolo de Mirón?"

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Matisse, la reinvención constante

Sin embargo, esta liberación no tendrá como base la apariencia de desorden, de ingenuidad o de ignorancia, ni el rechazo de las disciplinas de escuela. Muy al contrario, los artistas no reclaman aquella libertad hasta que tienen plena conciencia de haber alcanzado los medios necesarios para su oficio. Estos jóvenes pintores son excelentes alumnos y trabajan conscientemente para aprender la técnica, antes de aventurarse en innovaciones. Incluso Matisse, que daría pruebas tan evidentes de independencia, prosiguió durante años su aprendizaje como artesano escrupuloso, frecuentando asiduamente el Musée du Louvre, estudiando a los grandes maestros, copiando sus cuadros, hasta el punto de llegar a exponer en el tradicional Salón de la Société Nationale des Beaux Arts.


En los primeros años de nuestro siglo, su admiración por Cézanne y el ejemplo de los neoimpresionistas le inducen a una actitud menos prudente y provoca un escándalo con su absoluta intransigencia, tanto en el empleo de los colores más brillantes como en el dibujo o la composición. Considera que este género de investigaciones es la finalidad de la pintura, y pone en tela de juicio aquella noción de estricta imitación de la realidad que ha provocado los malentendidos entre el artista y el público.



Retrato de Margarita leyendo de Henri Matisse (Museo de Grenoble). El artista pintó a su hija Margarita como una colegiala. Empleó una técnica sencilla, sin modelar las formas ni detenerse en dibujar sus rasgos. Esta pintura figura . :! entre las cinco que Matisse envió en 1906 al Salón de Otoño; no llamó especialmente la atención porque La joie de vivre, pintada el año anterior, era mucho más violenta y había sentado con mayor claridad las bases del fauvismo.


Este último se apega a una concepción fotográfica de la realidad; Matisse, en cambio, persigue una transposición menos mecánica, más de conformidad con la esencia de las cosas que con sus apariencias. Según su ideario, el color -y esto es uno de los logros más sorprendentes del fauvismo- no debe concordar obligatoriamente con los tonos reales del objeto, sino que debe utilizarse como valor propio, relacionado con los demás colores y con el lugar que ocupa en el espacio.



De este modo, en el retrato o en un paisaje desempeña el papel de dibujo para conseguir la perspectiva, o el de sombra para modelar un volumen. Esta supresión de sombras y su sustitución por colores puros proporciona a las pinturas un brillo que jamás se había conseguido y que influirá decisivamente, en esta misma época, en el arte de Derain y de Vlaminck.



La danza de Henri Matisse (Museo del Ermitage, San Petersburgo). En este cuadro, el autor se ratifica como integrante del fauvismo al realizar una composición sencilla cuyo movimiento sobrepasa los límites del marco, al utilizar al límite el contraste de colores sin matices y al conseguir un movimiento circular continuo.

Pero, en éstos, la pincelada continúa dividida, sin duda como recuerdo de la técnica del impresionismo, del divisionismo o de Van Gogh, técnica que da como resultado una superficie de vibrante luminosidad, mientras que Matisse emplea el color en amplias zonas, mostrándose con ello más cercano al cloisonismo de Gauguin.

En consecuencia, Matisse raras veces empleará el puntillismo, y en cambio pronto se verá arrastrado por otras tentaciones. Efectivamente, en 1907, Picasso, con Las Señoritas de Aviñón provoca una auténtica revolución al orientar sus investigaciones hacia nuevas estructuras de la forma y dando a ésta prioridad en relación con el color. Los fauves no podían permanecer indiferentes ante esta nueva apertura. La mayoría de ellos se vio influida por esta concepción, y Matisse agrega a su brillante colorido una nueva organización del espacio, una austera geometría más rígida. Él, que había proclamado que el dibujo no depende únicamente de la realidad que delimita, sino también de lo que el artista pretende hacerle expresar y del lugar que cada forma ocupa en el conjunto de la composición, e incluso de los límites v dimensiones del lienzo, añade ahora la disciplina de una composición más firme, rigurosa y arquitectónica.

⇦ Gran interior en ro¡o de Henri Matisse (Museo Nacional de Arte Moderno, París). Pintado en 1948, hallamos en este cuadro los tres elementos fundamentales: el arabesco, el ritmo y el color. Además demuestra una gran libertad en el tratamiento del color y de la composición.


Esta disciplina se combinará más tarde con la sorprendente habilidad de Matisse para distribuir el color en el espacio, de forma que éste quede sugerido sin que intervengan las deformaciones de la perspectiva. Antes de alcanzar este dominio del color, pasará por fases de adaptación más flexible y tomará apariencias casi amables, especialmente en la serie de interiores en Niza, en los que, bañadas con una luminosidad suavizada y uniforme, las ventanas se abren al silencio, y en las serenas odaliscas de un exotismo de antagonismos bien calculados, en las que pone de relieve el mosaico de telas, carnes y paredes, todo ello según calculados contrastes.

La consecuencia de este perfecto oficio, y hasta el fin de la vida de este artista, será un arte aparentemente muy apacible, pero de una inteligencia y un virtuosismo sin par que yuxtaponen los objetos, relacionándolos entre sí, en una atmósfera líquida e inmóvil, con una luminosidad sin sombras, sin degradaciones, creando un estado de plenitud y serenidad que oculta el esfuerzo realizado y abre paso a la alegría de la meditación sin inquietudes, pero sin caer en facilidad, insipidez o negligencia.

La Música de Henri Matisse (Albright Art Gallery, Buffalo). Es la obra más importante que pintó en 1939. En su origen, la figura de la izquierda era un desnudo más bien anguloso y algo envarado que ofrecía un contraste plástico con la mujer que sostiene la guitarra, concebida a modo de composición sinuosa y continua. El tema de la música ya había sido tratado por Matisse en 1909 en una de sus más famosas obras: la decoración mural, semeJante a La danza, que el coleccionista Shchukin adquirió para su mansión de Moscú.


L'Algerienne de Henri Matisse (Museo Nacional de Arte Moderno, París). Obra realizada en 1909, aquí el artista, en vez de buscar las gradaciones de color, la iluminación o el juego de luz y sombras como en la pintura tradicional, unifica grandes zonas de color puro y trata de hallar, mediante las relaoones que se establecen entre ellas, un nuevo lenguaje pictórico. Matisse fue varias veces a África (Marruecos, Argelia) sin duda para percibir directamente la violencia de los contrastes cromáticos, producidos por la fuerte luz de un sol meridional que no permite matices ni veladuras de ninguna clase.

Matisse se sitúa en la cumbre del arte francés del siglo XX, ofreciendo simultáneamente un ejemplo de orden e imaginación, de disciplina y libertad. Sus sucesivas provocaciones son los descubrimientos continuados de un nuevo clasicismo francés v cuando proclama su esperanza de crear un arte lleno de calma que sea un descanso para el hombre fatigado por una jornada de trabajo, no hace ni una "boutade" ni una concesión al fácil bienestar, sino que –al contrario- expresa una severa voluntad de situarse en la cumbre de la serenidad.

Los textos de Matisse y sus confidencias muestran las tensiones de su espíritu y el dominio del mismo sobre la obra. Sin embargo, ésta no refleja inquietud alguna; se sitúa más allá de las complejidades morbosas y tiene la elegancia de la perfección puesta al servicio del mejor clasicismo. En una época de búsquedas y también de incertidumbres, aporta el ejemplo de una completa realización con todas sus certezas.

Interior en Niza Henri Matisse (Colección privada). En este interior el artista introduce la figura de una joven acodada en la ventana, de ahí que también se conozca esta obra como Joven con vestido verde. Una vez más Matisse prescinde de los convencionalismos y en 1921 pinta este cuadro dando al color el protagonismo, sin hacer caso del color real de los objetos.

Así Matisse aparece como un gran revolucionario, pero no como un rebelde, puesto que su aparente facilidad es la respuesta a los problemas que se ha planteado a sí mismo. Entre los grandes arabescos que ritman las composiciones de Alegría de vivir (1907-1908) o los de la gran composición de la Fundación Bames sobre el tema de La Danza (1932-1933) y los papeles recortados del fin de su vida, hay una indiscutible unidad que no tiene nada que ver con un estancamiento. Igualmente, entre las escenas de interiores de Niza (hacia 1919) y los dibujos realizados sobre los muros de la capilla de Saint Paul de Vence (hacia 1950) hay la misma atmósfera de meditación silenciosa. Sin embargo, pese a sus constantes, el arte de Matisse es una incesante reinvención para llegar a lo más profundo de sí mismo, y por ello es, hasta la última obra del artista, de una agudeza casi mágica.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Alegría de vivir


En la Alegría de vívir (Bonheur de vivre), Henri Matisse, uno de los grandes coloristas del siglo XX, pinta una escena donde integra figuras desnudas con el entorno paisajístico, por medio de una ordenación magistral de líneas sinuosas y ondulantes.

En un ambiente campestre, rebosante de erotismo, aparecen personajes masculinos y femeninos en distintas posturas: unos bailan, otros se abrazan, mientras que algunos conversan amigablemente. Esta audaz obra es una verdadera escena pastoral, que nos remite al delicioso espíritu de la Arcadia, a una nostálgica "Edad de Oro". Matisse es aquí fiel a los temas idílicos arcádicos que predominaron desde el Renacimiento, con Giorgione, pero que sobre todo nos enlaza con obras de Poussin y de lngres. Su mirada, como la de sus contemporáneos, se volvió hacia ciertos aspectos de la tradición y a las culturas primitivas y exóticas a través de las cuales podía expresar la armónica belleza de un mundo calmado, sereno y sensual.

No obstante, el motivo de la obra lo vincula directamente con Paul Cézanne, que en la última etapa de su trayectoria pictórica, entre 1890-1894, abordó en diversas ocasiones el tema de las bañistas; aunque, en el caso de la Alegría de vivir, las posturas que adquieren los cuerpos rebosan de una gran sensualidad. Los ritmos curvilíneos, la simplificación de la línea, la importancia del color y la supresión de los detalles que aparecen en esta obra son rasgos preeminentes en la producción artística de Matisse.

Como fauve, el color es el protagonista de la obra. El punto de partida estaba en los colores de los pintores simbolistas, sobre todo de Gustave Moreau, pero usó la intensidad del color de los impresionistas y postimpresionistas para conseguir una mayor riqueza cromática y lumínica. Estos elementos los utilizó con fines simbólicos para así huir de la realidad y poder transmitir sensaciones.

Para Matisse todo cuadro había de estar regido por una "armonía", es decir un equilibrio entre los colores y las formas, las líneas y el cromatismo. La aplicación del color con pinceladas gruesas ayudaba a dar más expresividad sensual al ambiente.

El entusiasmo del artista por la pintura y el dibujo de desnudos parece haber adquirido su primer impulso importante en los estudios para la presente obra. Así, muchos de los tipos aparecidos aquí los desarrollará posteriormente en otras pinturas y esculturas. Es el caso de Desnudo azul, pintado a comienzos de 1907, que proviene de la figura central derecha de la Alegría de vivir.

La obra fue adquirida por Gertrude y Leo Stein, que durante muchos años fue bien conocida en la colección. Es posible que influyera en la realización de Las Señoritas de Aviñón, pues es seguro que Picasso la habría visto ya, fuera en el Salón de los Independientes, donde se expuso en 1906, o en la residencia de los mismos hermanos Stein.

Fechada en 1905-1906 y con unas medidas de 174 x 238 cm, Alegría de vivir se conserva en la Fundación Barnes, Merion, de Pensilvania, y es una de las pinturas de figuras y paisaJe más delicadas de la producción del artista.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

Crucifixión de Masaccio


Masaccio es la figura clave de la pintura del siglo XV florentino. En esta obra la perspectiva tiene en cuenta la mirada del espectador de abajo arriba, ya que estaba situada a gran altura.

(Museo de Capodimonte, Nápoles)

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat

Escena de la vida de San Pedro de Masaccio


Estos frescos fueron realizados por Masaccio en 1428, el mismo año de su muerte. Fueron estudiados por todos los pintores florentinos desde Andrea del Catasgno hasta Leonardo y Miguel Ángel. En esta escena ya parecen las características comunes a toda la serie: representación del espacio tridimensional de acuerdo con los principios geométricos de la perspectiva de Brunelleschi, monumentalidad de las figuras, sobriedad y un ritmo majestuoso.

(Frescos de la capilla Brancacci, iglesia del Carmine, Florencia)

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat

La expulsión del Paraíso de Masaccio



Esta es una de las escenas más conocidas de todo el conjunto de los frescos de la capilla Barncacci, en la que la fuerza de la expresión de Eva acapara toda la atención de la dramática escena.

(Frescos de la capilla Brancacci, iglesia del Carmine, Florencia)

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat

San Pedro y San Juan distribuyendo a los pobres de Jerusalén los bienes de la comunidad de Masaccio



En las calles de un pueblo medieval dominado por un lejano y luminoso castillo, San Pedro, una de las imágenes más humanas que se han pintado de él, pone el óbolo en la mano de una joven madre que sostiene un robusto niño en brazos. La figura de Ananías, postrada en primer término, cruza horizontalmente el espacio en un alarde compositivo. El modelado de las figuras conjuga un fuerte contraste de luz y sombra.

(Frescos de la capilla Brancacci, iglesia del Carmine, Florencia)

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat

Pedro resucita al hijo del emperador de Masaccio


Recreación de otra escena de la vida de San Pedro vemos que Masaccio inventó la perspectiva pictórica, rodeando las figuras de luz y aire de modo que por fin se despegan del fondo y se mueven libremente en el espacio. La presencia de Dios se deja sentir en el orden perfecto que preside la escena, y la virtud reina en el extraordinario dominio que de sí parecen tener estos hombres cuya dignidad hace aparecer el milagro como algo perfectamente lógico y natural.

(Frescos de la capilla Brancacci, iglesia del Carmine, Florencia)

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat

El estilo naturalista de Lisipo

Hay que referirse, por fin, al último gran maestro escultor del siglo que dominó con su personalidad poderosa toda la generación que sucedió a la de Scopas y Praxíteles. Este fue Lisipo, el escultor predilecto de Alejandro, el único con privilegio oficial para esculpir sus retratos. Lisipo no era de Atenas, sino de la misma ciudad que Policleto, de Sicione, de donde habían salido los grandes maestros fundidores del siglo anterior, pero se aprovechó de los inventos de la escuela de Atenas, de Scopas y Praxiteles. Plinio informa que empezó como aprendiz de obrero metalúrgico; no tenía, pues, en su familia antecedentes artísticos; su única escuela fue la de la vida.   

Alejandro de Lisipo (Musée du Louvre, París). Réplica de un original griego realizado por el escultor predilecto de Alejandro Magno. Ésta es una de las diversas esculturas que Lisipo hizo del personaje. Aquí aparece sereno y quizá empapado de la sabiduría que le transmitió su maestro Aristóteles.



Lisipo, después de Fidias con su idealismo glorioso, después de Praxiteles con su mórbida sensualidad, de Scopas con su obsesión trágica, representa otra etapa del arte griego: la del elevado naturalismo, sin descender nunca hasta el nivel de lo grosero personal.

   Debido a su meteórica carrera, Alejandro era un modelo digno de este escultor dinámico y naturalista. Se han conservado innumerables cabezas de Alejandro, las cuales pueden servir para conocer el estilo de Lisipo, con los cabellos leoninos ensortijados en los días de su gloriosa adolescencia, o prematuramente fatigado con los bucles en desorden, como un dios solar. Aquellos rizos fueron siempre característica inconfundible de la cabeza de Alejandro; arrancan de mitad de la frente y se separan cayendo a un lado y otro. Con Lisipo, pues, se ve aparecer lo personal y característico de los retratos, aunque sea tratándose de un héroe semidivino como era Alejandro.

Hércules Farnese (Museo Arqueológico Nacional, Nápoles). En esta magnífica copia de un original de Lisipo se aprecia el trabajo detallado de la musculatura de Hércules, que aparece descansando, en un gesto que denota, a la vez, fuerza y serenidad.




























Sileno y Dionisos (Musée du Louvre, París). Lisipo fue un verdadero maestro en cuanto al dominio de la técnica, aunque también era un auténtico artista que sabía captar el gesto adecuado, como lo demuestra esta copia de un original suyo en el que Sileno acoge en sus brazos con gesto delicado a un indefenso Dionisos.


 Apoxiómenos de Lisipo (Museo Vaticano, Roma). Se trata de un atleta esbelto y ritmado con el movimiento de un péndulo. Sus brazos proyectados hacia delante y su mirada fija en un punto lejano del horizonte incorporan al mármol el aire que le rodea.



Después de Alejandro, el tema predilecto de Lisipo fue Hércules, el hijo de Zeus, infatigable, prototipo del héroe para los intelectuales poco agresivos del siglo IV. Lisipo lo representó en su vida fatigosa con los doce trabajos; acaso un reflejo de estos grupos lisípeos se encuentre en el grupo de Hércules joven y la cierva, de Palermo. Otras veces, el héroe está figurado en reposo y pensativo, apoyado sobre la clava y la piel de león; la pequeña cabeza del musculoso héroe se presta para adaptarse al nuevo canon lisípeo. Una estatua gigantesca de Hércules descansando, apoyado en la clava, fue ejecutada en bronce por Lisipo para Tarento, y de allí trasladada a Roma. Constantino, a su vez, la llevó a Bizancio y figuró en el Foro hasta el 1202, en que la destruyeron los cruzados. Representada en innumerables cajitas bizantinas de marfit puede presumirse que la estatua de Lisipo hubo de ser considerada, en la propia Constantinopla cristiana, como principal ornamento de la ciudad. Otro Hércules, sentado y gozando de las delicias del banquete olímpico, era muy famoso por haberle tomado Alejandro tal afición, que siempre lo llevaba consigo.

   Con Lisipo empieza la escultura ateniense a representar figuras que tienen lo que puede llamarse las tres dimensiones. Antes de Lisipo, acaso con la excepción de Mirón, todos los artistas escultores dan por descontado que sus estatuas se verán desde un determinado punto de vista, por lo cual componen las figuras para que hagan su mejor efecto desde aquel lado.

Venus de Capua (Museo Arqueológico Nacional de Nápoles). Aparte del estilo naturalista tan característico de las obras de Lisipo, destaca que muchas de ellas son susceptibles de ser contempladas desde diferentes perspectivas, como esta copia de una delicada Venus que aparece semidesnuda.
En realidad, más que estatuas independientes, son relieves de bulto entero destacados del fondo, pero todavía desplegándose en un plano que tiene algo de espesor. Esto explica que obras maestras como el Doríforo de Policleto se presenten en estricta frontalidad y que el dorso del Hermes de Praxiteles sea apenas esbozado.

 Agias (Museos Vaticanos, Roma). Copia de una obra de Lisipo que seguramente se encuentra entre las más antiguas de este espléndido artista griego. Esta estatua de un joven atleta se muestra algo estilizada ya que rompe con el famoso canon de Policleto al acreditar una cabeza más de altura de la que le correspondería si siguiera las proporciones marcadas por éste.



Lisipo es el primero que emancipa las estatuas del espectador; muchas de sus figuras pueden contemplarse por varios lados a la vez, extremando las dificultades con temas enrevesados. Hay ya en Lisipo algo del virtuosismo del arte que empieza a cansarse de aquello que es puramente bello y necesita la excitación de lo violento.

   Este escultor es, además, un genio verdaderamente ecléctico, que en su incesante producción se inspira en todo lo que se ha inventado anteriormente. Las obras de pintura y los relieves debieron de proporcionarle motivos de composición para sus figuras, en formas que la escultura no se había atrevido antes a reproducir.

Lisipo ejecutó rarísimas figuras femeninas o juveniles, todo lo contrario de lo que sucedía con Praxiteles. El total de su obra pasaba de 1.500 estatuas, de las cuales conocemos con seguridad una sola, mencionada por los escritores antiguos: la figura del llamado Apoxiómenos, descubiérta en Roma en el año 1849. Por ella se empezó a comprender algo del verdadero carácter del estilo de Lisipo. El Apoxiómenos ("el que se limpia rascando") es un joven corredor que se quita el aceite y el polvo de los brazos con un pequeño instrumento de bronce. Este nuevo tipo de atleta difiere completamente en sus proporciones del Doríforo y otras estatuas atléticas más antiguas. El cuerpo es más flexible y nervioso; aunque se dedica a ejercicios gimnásticos, aquel joven pertenece ya a otra sociedad más refinada; la cabeza es mucho menor y más naturalmente expresiva; tiene en la frente una arruga muy acentuada y una sombra en los ojos, que es como un recuerdo del pathos de Scopas y de la melancolía de Praxiteles. El Apoxiómenos no es un hombre del pueblo, ni un vulgar pugilista, ni un tipo ordinario de gimnasta; Lisipo, sin idealizarlo, lo ha visto de una manera nueva, altamente estética. Extiende los brazos adelante, lo cual obliga a mirarlo de lado para apreciar lo que está haciendo.

 Cabeza de Eros de Lisipo (Museo Éfeso, Selcuk). A Lisipo no le hacía falta esculpir el cuerpo de sus figuras para dotarlas de una gran fuerza expresiva. En este caso, la intensidad emocional de este rostro recae en su mirada y en el escorzo de la cabeza.



Otra estatua encontrada en Delfos, en 1897, parece ser copia muy cercana al original de una escultura de Lisipo. Es el retrato de un joven llamado Agias que formaba parte de un grupo escultórico de varios individuos de una familia de príncipes de Tesalia. El grupo de Delfos llevaba una inscripción poética que sirvió para identificar a los personajes, pero lo más interesante fue que se pudo comprobar que esta lápida de Delfos era idéntica a otra que había existido en la propia patria de los personajes del grupo, y allí estaba con el agregado de que las esculturas eran de Lisipo. No quedaba duda de que los opulentos señores de Tesalia que encargaron a Lisipo un grupo con sus retratos habían regalado al santuario de Delfos copias de las mismas estatuas.

 Hermes probándose las sandalias de Lisipo (Musée du Louvre). Copia de un original en el que el artista griego representa a Hermes en un curioso gesto con el que parece querer humanizar a la divinidad.



De inspiración lisípea, sobre todo por las proporciones y postura del cuerpo, es el conocido Ares Ludovisi, una figura del dios guerrero sentado negligentemente, con las piernas hacia delante y las manos apoyadas sobre la rodilla izquierda. La genealogía de este tipo es muy antigua en el arte griego; Polignoto, ya a principios del siglo V a.C., debió de crearlo en alguno de sus frescos, porque aparece en seguida en el repertorio de los pintores de vasos. En el friso del Partenón, los escultores de la escuela de Fidias lo adoptaron para representar a Ares inquieto en el grupo de los dioses. El dios de la guerra es el único que no puede soportar la duración del cortejo de Atenas, y, en su impaciencia, hace el gesto de levantar una pierna. Pero allí, en el friso del Partenón, la figura no salía del campo de la pintura: el relieve tenía un solo plano, como un cuadro. La dificultad de representarla en bulto entero no fue atacada hasta el tiempo de Lisipo.

Combate de lucha, en el cementerio de Dipylon (Museo Arqueológico Nacional, Atenas). Relieve fechado hacia el año 51 O a.C. que representa a dos jóvenes deportistas practicando la lucha grecorromana. Está realizado en mármol y forma parte de la base de una estatua.
Como el dios guerrero, en sus ocios, era propenso al amor, el Ares Ludovisi tiene un pequeño amorcillo que juega entre sus pies, muy restaurado (el rostro es del escultor barroco Algardi), pero que debía de estar ya en el primitivo original, puesto que figura también en otra copia del Museo de Nápoles.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

Ares Ludovisi. Lisipo

El llamado Ares Ludovisi es una obra atribuida a Lisipo, el último escultor del período clásico. Perteneciente al segundo clasicismo, al siglo IV a.C., destacará junto a otros dos escultores famosos: Praxíteles y Scopas.

Lisipo fue el escultor predilecto de Alejandro, trabajó para él y sus compañeros, lo que le dio gran fama y notoriedad. Fue excesivamente prolífico, pues todo apunta a que llegó a ejecutar más de 1.500 obras. Las primeras de las que conservamos copias fidedignas parecen ser posteriores al 350 a.C.; pero lo cierto es que su trayectoria escultórica comienza sin duda antes de esta fecha.

La mayoría de sus obras fueron cuerpos de atletas a los que parece darles vida y en donde el movimiento se articula con toda verosimilitud, captados en magníficas instantáneas. Fue un renovador de la técnica escultórica. Él mismo se congratulaba de no seguir los modelos de sus predecesores.

Como todo escultor griego buscaba un ideal de belleza basado en el equilibrio y la proporción, pero destacó por representar a los hombres "tal como se ven" y no "como son".

Revolucionó completamente las proporciones elaborando su propio canon. Intentó dar a sus esculturas una marcada esbeltez mediante la reducción del tamaño de las cabezas contraponiéndolas a las largas piernas. Los músculos tensos animaban las figuras, las cuales mantenía algo del pathos de Scopas.

Sin embargo, el elemento más característico de su producción fue el otorgar a sus obras múltiples puntos de vista: sus estatuas invitaban a darles la vuelta, a ser admiradas desde cualquier perspectiva desvelando, de esta manera, aspectos diferentes en cada nueva posición.

En la estatua de Ares Ludovisi emergen de manera ejemplar todos los rasgos que se le atribuyen. El dios de la guerra se presenta desnudo, sentado, pero sin desprenderse de su espada que sostiene con la mano izquierda. A pesar de estar descansando, se está conteniendo en su marcha, aguantando una pierna con las manos, impaciente, inquieto, como corresponde al belicoso dios. Tiene jugueteando entre sus piernas el amorcillo que le impide incluso levantarse y salir a guerrear.


La cara conserva todavía la mirada profunda y patética típica de Scopas; pero en cambio, la obra de Lisipo es una estatua con múltiples facetas. Se acentúa la tendencia al realismo al dar más importancia a la expresión y al movimiento. Un realismo que abrirá las puertas del helenismo. En este período, la exaltación de las emociones y de las pasiones, sin olvidar el movimiento en sus formas, se antepondrá a todos los demás conceptos.

A los ritmos estáticos, el célebre escultor contrapone un verdadero estado de agitación. En el joven Ares de semblante relajado, se desprende una tensión de movimiento en su cuerpo. Una inquietud que se contrapone con el aspecto de serenidad que despierta. Esta es la clave de arte de Lisipo.

La copia del original del Ares Ludovisi de Lisipo, fechado hacia el 320 a.C., se conserva en el Museo de las Termas de Roma, aunque también hay otra copia de la misma obra en el Museo de Nápoles.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Monumento funerario de Carlos V de León y Pompeyo Leoni


En la iglesia-panteón del monasterio de El Escorial (San Lorenzo de El Escorial). Este grupo escultórico del emperador y su familia, que en su estilo anuncia claramente el barroco, fue realizado en Milán y colocado en el monasterio en 1 587. Las figuras de Carlos V y la emperatriz, las princesas María y Leonor, hermanas del emperador, aparecen erguidas, orando con solemne y eterna majestad. El bronce dorado con in'crustaciones de piedras irr\ita adornos y aderezos, hasta convertirse en suntuoso brocado. 
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Punto al Arte