La pintura de paisaje adquiere,
durante las décadas finales del siglo XVIII, una gran importancia. Hay que
citar al escocés Nasmyth (1758-1840), a Thomas Baker (1769-1847), a John Crome,
apodado Old Crome (1768-1821), buen
intérprete del paisaje de la comarca de Norfolk, y que durante su única salida
de la isla, un viaje realizado a París, pintó su célebre lienzo sobre un tema
urbano: Bulevard des Italiens; y,
también, por el interés de su producción acuarelística, a su discípulo John
Sell Cotman (1782-1842).
Pero hecho ya este breve repaso a
la lista de pintares de paisaje hay que referirse a otra gran figura de la
pintura de Inglaterra y que fue también ex el usivamente paisajista. Se trata
de John Constable (1776-1837).
Nacido en Suffolk, como Rembrandt,
fue hijo de un molinero, y se crió en plena campiña. Su vida no ofrece más
dramatismo ni reseñables tramas que justifiquen una novela que las corrientes
de la existencia de la mayoría de los mortales. Dibujante y pintor instintivo,
a los veintiún años de edad tuvo que abandonar su afición para ayudar a su
padre, y hasta 1800 no logró, por fin, ingresar como alumno en la Royal
Academy , que sistemáticamente, después, rechazaba sus
propuestas de ingresar en su seno en calidad de miembro, hasta que, finalmente,
en 1829 le concedió este honor. Si hubo romanticismo en su vida, ello consistió
en sus contrariedades amorosas, ya que prendado de una joven, nieta de un
párroco evangélico, hombre opulento y de carácter difícil, éste se opuso
tenazmente a que se realizase aquella unión, hasta que por fin la muchacha,
María Bicknell, decidió, a pesar de ello, casarse con el pintor; le dio varios
hijos, y murió algunos años después tísica.
El vado de John Constable (National Gallery, Londres). Los efectos atmosféricos, como las manchas de sol filtrándose a través de un cielo nuboso, y los prodigiosos reflejos del agua hacen de su autor uno de los precursores del impresionismo.
Constable admiraba a Ruysdael, a Claudio Lorena y Gainsborough, pero admiraba sobre todo a la Naturaleza, a la que había estudiado profundamente desde los años de su niñez en su Suffolk natal. Debido a sus antecedentes familiares, conocía profundamente el secreto de las nubes y de su formación y despliegue en el cielo, y por ende los secretos de sus efectos de luz y sombra, y llegó a formular, a ese respecto, una teoría propia, a la que dio el nombre de Claroscuro de la Naturaleza, cuyo principio básico es el axioma de que en
Atardecer en el río Norwich de John Crome (Norwich Castle Museum, Norfolk). Pintor naturalista que representó con intenso realismo los paisajes de su zona de origen, donde vivió siempre. Intentaba y, por cierto lo lograba, hacer una interpretación personal de su entorno y transmitir la admiración que sentía por los bosques y la campiña inglesa. En este aspecto se lo puede considerar un antecesor de Constable.
Todo esto fue producto de su
propia sensibilidad, enriquecida por un cúmulo de experiencias y que quizá
hubiera evolucionado de forma bien diferente, quién sabe si mejor o peor, si en
lugar de haber sido en sus años más jóvenes autodidacto hubiera seguido los
pasos más convencionales que marcan los estudios académicos. Su aportación al
arte europeo de la pintura fue, pues, muy positiva, y consistió en la libertad
de observar e interpretar los valores de la iluminación natural según una
escala de color mucho más exacta y armónica que en todos los paisajistas que le
habían precedido. Sus paisajes y apuntes de marina son siempre muy densos y de
técnica muy empastada. Variando la costumbre que prevalecía en Inglaterra, daba
a sus lienzos -como Goya-
una preparación roja pardusca, en lugar de cubrirlos de una preparación gris.
El Carro de Heno, varias Vistas de la Catedral de Salisbury y del
Valle de Dedham, así como otros
inspirados en el río S tour, con sus pequeños puentes, las presas y molinos de
sus márgenes, son sus obras mejores y algunas de las más relevantes del siglo.
Y es que el éxito de Constable trascendió los límites de las Islas Británicas. Introducidos en Francia algunos de sus cuadros gracias a dos marchantes de París, obtuvo la Medalla de Oro en el Salón parisiense en 1825, y su relación con la pintura francesa de su época fue directa, semejante a como ocurrió con Bonington.
Lluvia, vapor y velocidad de William Turner (National Gallery, Londres). Este famosísimo cuadro fue pintado en 1844 y es probablemente el primer cuadro de la historia en la que aparece un tren. En este caso se trata, según identificación del propio Turner, del Great Westem Railway. Pero el protagonista real es la luz vista a través de la lluvia. Se trata de una pintura casi abstracta, que se anticipa un siglo a las obras en las que la materia pictórica y el color crearán una atmósfera evanescente de un encanto casi mágico.
Por su parte, Joseph Mallord William Turner
(17751851) fue otro gran estudioso en los fenómenos luminosos del cielo, pero
con un propósito muy diferente al de C3onstable, por lo que ambos son, de forma
complementaria, sin competir en una exacta concepción estilística, dos de los
grandes paisajistas de su época. Discípulo de Cozens, y dedicado al principio a
la acuarela, pensó en sus iniciales tanteas en el mundo de la pintura
especializarse en la ilustración, oficio de gran importancia en ese tiempo. Sin
embargo, le estaba reservado un destino de gran importancia: el papel de dar,
del paisaje, una de las versiones más personalmente románticas que han existido
en el Arte. Muy joven todavía, anduvo por su patria; después, en 1819, viajó
por Francia, Suiza, el Valle del Rin e Italia, y a Italia volvió de nuevo en
1829 y en 1840. Fue un hombre de personalidad extraña, huidiza, que en sus
últimos años vivió solo, y vino a morir, desconocido, bajo nombre supuesto, en
una casucha junto al Támesis, atesorando la mayor parte de sus estudios, que
anhelaba legar a su patria. Fue siempre un apasionado de los cielos
crepusculares y de los efectos maravillosos de la luz solar filtrándose a
través de la niebla londinense. A tales temas dedicó incontables acuarelas; pero,
sus más importantes producciones fueron pintorescas vistas panorámicas
italianas, concebidas en una atmósfera de ensueño y por las que misteriosamente
se difunde una luz fría, entre amarillenta y plateada. Sus estudios se
conservan hoy, en su mayor parte, en la Tate Britain de Londres, y su obra maestra (en la National Gallery )
es una marina pintada con un rutilante cielo de ocaso que representa a una
vieja nave de guerra, el Temeraire,
en el momento de ser remolcada a su último fondeadero. Jamás pintor alguno se
sintió inmerso como él, por irresistible vocación, en un solitario ensueño de
indefinibles maravillas.
Ulises burlándose de Polifemo de William Turner (National Gallery, Londres). Después de una de sus estancias en Italia, el artista regresó a Londres en 1829, para realizar este cuadro basado en el relato homérico. La utilización de colores más claros revela la influencia que ejerció en él la contemplación de los pintores renacentistas italianos.
Por otro lado, cabe señalar que
la datación de las obras de Turner plantea graves problemas a los estudiosos
del Arte, puesto que las únicas indicaciones del autor son citas de su libro Fallacies of Hope, y ello sólo en
algunas ocasiones. De todas formas, es posible observar el desarrollo de su
estilo desde el preciso dibujo arquitectónico de los paisajes más antiguos,
pasando por la romántica atmósfera vibrante de su madurez, hasta sus últimas
obras que aparecen como extrañas visiones en las que la luz y el color se
compenetran en un mundo etéreo de reflejos infinitos. De este modo, se tiene
una visión general de las grandes etapas artísticas de Turner aunque es poco
menos que un juego de azar, en muchos casos, arriesgar una fecha a muchas de
sus obras. Su arte es básicamente épico porque, como queda patente en sus
pinturas, identificó siempre su lucha personal con la vida de la humanidad en general.
Ello explica que el aspecto vago y etéreo de sus últimas visiones se haga cada
vez más abstracto, porque la meta fijada se hace cada vez más difícilmente
alcanzable en la realidad.
Al igual que a Turner, hay que
considerar a Richard Parkes Bonington (1802-1828), como a un autor plenamente
romántico. Residió en Francia la mayor parte de su corta vida, y sus obras son
ciertamente un enlace entre la escuela pictórica de su país y la romántica
francesa.
El "Temerario" remolcado a su último fondeadero de William Turner (National Gallery, Londres). Fragmento de este cuadro considerado por muchos la obra maestra de este artista, constituye una muestra excelente de las calidades etéreas y de la tempestuosa fantasía de la segunda época de Turner. Un navío de formas gloriosas y altivas, tan pálido como su propio fantasma e iluminado por el sol poniente, es conducido a la muerte por un oscuro y vulgar remolcador.
Pintó acuarelas que son pequeñas
obras maestras de límpida factura, y en algunas de sus evocaciones históricas,
así como en sus escasos óleos sobre temas de paisaje francés, se adivina cuán
lejos habría llegado, en su dirección romántica, la obra de este pintor muerto
prematuramente.
Otro aspecto que se debe señalar
en este breve resumen de la escuela inglesa de pintura iniciada durante el
siglo XVIII, es el representado por William Blake (1757 -1827), figura que sobrepasa cualquier etiqueta y cuyo interés
excede el meramente artístico. Blake fue poeta, dibujante, ilustrador, grabador
y pintor y, además, su concepción del arte y de la vida influyó a no pocos y
variopintos artistas de los siglos XIX y XX y continúa siendo un personaje de
referencia en la
actualidad. Como artista plástico y como escritor fue un caso
parecido al del suizo Heinrich Füssli o Fuseli (17 41-1825), su contemporáneo, radicado en Londres y como él
dedicado a las representaciones fantasmagóricas. En cierto modo Blake parte del
arte del dibujante neoclásico Flaxman; pero se distingue de esta clara
dirección de neoclasicismo por su contenido místico, misterioso, y su gran potencia
imaginativa, que llegó a adquirir auténtica grandeza.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.