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Puerta de lshtar


La llamada Puerta de Ishtar era el principal acceso a la ciudad de Babilonia durante su Segundo Imperio.

Nabopolasar estableció en Babilonia su capital fundando la era Neobabilónica, que conseguirá su magnífico esplendor con el reinado de Nabucodonosor. La gran obra del nuevo imperio se centró en la reconstrucción de la mítica metrópoli, destruida por Senaquerib, que alcanzó una enorme vida social, cultural y religiosa.

La ciudad formaba un rectángulo rodeado por una doble muralla y un profundo foso lleno de agua. Las ocho puertas de entrada fueron dedicadas a las principales divinidades adoradas por los babilonios. La más famosa de todas fue la situada al norte de la ciudad, la conocida Puerta de Ishtar, denominada así en memoria de la diosa de la guerra y de la fecundidad, la antigua Venus sumeria que los hebreos llamaron Astarté.

La Puerta de lshtar estaba al principio de la Vía de las Procesiones o Vía Sacra, que recorría las principales sedes, entre ellas, el Palacio Real y el templo del dios Marduk. La hermosa estructura estaba compuesta por dos torreones cuadrangulares con almenas que flanqueaban el arco central de medio punto. La visión a primera vista era la de un monumental arco triunfal.

Toda ella, con una altura aproximada de 12 metros, estaba revestida por ladrillos esmaltados y moldeados con imágenes de animales sagrados. Hay que subrayar que los relieves con decoración de animales muy coloreada son propios de las ciudades mesopotámicas. El intenso cromatismo a base de tonos amarillos, azules, blancos y rojos enfatizaban la brillantez de la técnica del esmaltado.

Durante el período neobabilónico, los ladrillos esmaltados adquirieron una enorme importancia. La estructura de este material, el ladrillo, permitió la construcción de muros gigantescos, a los cuales se les aplicaba la decoración en relieves.

Como las otras puertas, las torres y toda la muralla, estaba revestida con una decoración en ladrillos vidriados en los que aparecían toros y dragones en blanco sobre un fondo azul oscuro. Estos animales situados en filas paralelas, se iban alternando, dando un movimiento rítmico a la composición. Los dragones, monstruos llamados sirrush, con cabeza de serpiente, patas de león y de águila, eran atributo de Marduk, el santuario ubicado en el interior del mismo recinto.

Asimismo, los muros de la vía procesional estaban magníficamente decorados con ladrillos, unos lisos y otros moldeados en relieve, con representaciones zoomorfas diferentes. Esta vez eran imágenes de leones con las fauces abiertas sobre un fondo azulado. Eran un total de ciento veinte figuras, sesenta a ambos costados, de dos metros cada una.

Se ha calculado que había al menos 575 bajorrelieves con las imágenes de estos animales fantásticos adornando los muros y las puertas, entre ellos la Puerta de lshtar, una de las más bellas construcciones que formaban el complejo arquitectónico de Babilonia.

La famosa Puerta de lshtar, hoy reconstruida en el Museo de Berlín, se alzó en la época primera de Nabucodonosor, durante los siglos VII-VI a.C.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La sociedad del período neobabilónico


La vida en Babilonia (Westfälisches Schulmuseum, Dortmund). En el norte de la ciudad se levantó la Puerta de lshtar, principal reclamo de los peregrinos por sus 20.000 ladrillos vidriados de azul dedicada a lshtar y Marduk.
Con la dinastía de los amorreos, Babilonia se convirtió en la capital de Oriente, hallando de nuevo la gloria con la efímera restauración del reino neobabilónico (612 -539 a.C.). En el 625 a.C., Nabopolasar había conseguido fundar una nueva dinastía babilónica empezando así la segunda edad de oro, la primera fue la de Hammurabi, el primer gran administrador de la historia. Pocos restos perviven de al Babilonia de Hammurabi, y los que quedan corresponden al último momento de esplendor babilónico (siglos VII y VI a.C.), aunque gracias al Código Hammurabi existe valiosa información sobre la vida social del antiguo Próximo Oriente.

 Entre la Mesopotamia arcaica y la Mesopotamia neobabilónica, denominada de tal modo por los arqueólogos porque tuvo su capital en la vieja ciudad de Hammurabi, se produjo una importante evolución social. En el período neobabilónico la población volvió a estructurarse en tres capas o grupos, tal como quedó dividida cuando gobernaba Hammurabi. Básicamente se dividía en peronas libres -diferenciadas por sus profesiones-, oblatos -dependientes o semilibres, sometidos al estamento religioso- y esclavos -a veces, simples ciudadanos que perdían su libertad por no pagar una deuda.

Había otros grupos que no constaban en el famoso código, y que eran los hombres sin derecho. Eran normalmente soldados enemigos prisioneros o gente de un pueblo vencido después de una dura batalla. Por otra parte, la mujer gozaba de los mismos derechos legales que el hombre.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Arte mesopotámico primitivo

El viejo país que los griegos llamaron Mesopotamia ("País entre ríos"), situado entre el Tigris y el Éufrates, fue sede de una potente civilización, una cultura que por los años que se prolongó y por las espléndidas manifestaciones artísticas que produjo sólo puede ser comparada con la del Egipto antiguo. Como en Egipto, Mesopotamia se trata de una zona en extremo fértil, abundantemente regada en su parte inferior por los cursos fluviales, donde se produjo muy pronto la sedentarización de los pueblos nómadas, que se convirtieron en agricultores y con ello se encontraron en condiciones de iniciar el desarrollo de una civilización.

Vaso de cerámica pintada (Museo Re-
al de Arte, Bruselas). Esta pieza co-
rresponde a la época más primitiva de
Susa, que se remonta probablemente
al IV milenio a.C.
Ídolo femenino mesopotámico (Musée
du Louvre, París). Pieza anterior a la
diferenciación de las divinidades, que
muestra el desarrollo adiposo caracte-
rístico de las esculturas primitivas.
En la actualidad, y a pesar de las numerosas excavaciones y estudios llevados a cabo en ambas zonas, no es posible todavía determinar si la aparición de la agricultura sucedió primero en el delta del Nilo o en el Tigris y el Éufrates. De todos modos, y a la espera de dilucidar definitivamente qué zona fue la pionera en este sentido, cabe destacar un hecho de gran importancia en lo que a la historia del arte se refiere. Así, mientras el arte egipcio disfrutó de una homogeneidad étnica y de una autonomía geográfica que le permitieron un desarrollo aislado y progresivo, como se podrá comprobar este capítulo dedicado exclusivamente a este fascinante período artístico, el arte de Mesopotamia, en cambio, es el producto de una gran diversidad étnica (sumerios, semitas, indoeuropeos) y de grandes vicisitudes históricas que complicaron extraordinariamente su desarrollo y produjeron una considerable variedad de formas y estilos. Por lo tanto, no cabe realizar un recorrido puramente cronológico del arte surgido en Mesopotamia, sino que es necesario atender a las evoluciones de los diferentes pueblos que, a la vez que se influían de forma más o menos importante entre sí, daban lugar a sus propias biografías artísticas.

Mesopotamia llamaba la atención porque los libros más antiguos de la Biblia sitúan allí el origen de la Historia. Por ello, es lógico que se hayan buscado en las ruinas que alberga la zona los primeros pasos de la Historia de la humanidad. En ellos se refieren las primeras ciudades que construyeron los hombres: Erek, Akkad, Babil o Babilonia, Ur, patria de Abraham. Nombres de ciudades y personajes que transportan a miles de años atrás. Ese texto habla de reyes poderosos que dominaban la llanura mesopotámica, de sabios sacerdotes, de jardines colgantes y de torres que escalaban el cielo.

Los profetas de aquellos antiguos libros de la biblia habían condenado la perversidad de Nínive y de Babilonia, dos de las ciudades más importantes que surgieron en la antigua Mesopotamia; los libros sagrados contaban el poder y la crueldad de los monarcas que habían oprimido el pueblo hebreo. Todo ello parecía evocar una realidad histórica, pero, obviamente, era preciso poner en tela de juicio muchas de las afirmaciones que se realizaban en esos libros hasta contar con pruebas fehacientes que las apoyaran y complementaran. Pero ¿qué se había hecho de Nínive y de Babilonia? Una civilización de tal importancia no podía haberse desvanecido sin dejar huellas.

Vaso del estilo de Susa. Con una antigüedad que se 
remonta al cuarto milenio antes de nuestra era, es-
ta pieza de cerámica pintada es uno de los objetos
más antiguos de la protohistoria mesopotámica.
Aunque realmente lo parecía. En la monótona llanura mesopotámica, y para mayor desesperación de los estudiosos del arte y la historia, no había nada que llamase la atención, nada que recordase, como las pirámides, estatuas y obeliscos de Egipto, la gloria pasada. Algunos viajeros, funcionarios consulares y aventureros habían recogido ciertos ladrillos con extrañas inscripciones. Pero ¿qué podían representar un montón de ladrillos aliado de las colosales y espléndidas pirámides de Egipto? ¿Acaso era posible derivar el estudio de una civilización a partir de simples ladrillos?

Obviamente la respuesta es negativa. Era preciso encontrar restos más sólidos e importantes para que aquellas lejanas civilizaciones mesopotámicas, de las que tan sugestivamente hacía referencia la Biblia, fueran más que un espejismo en el desierto. Estos ladrillos a los que se hacía mención se encontraban en algunas colinas arcillosas que dominaban la llanura. Los naturales del país ignoraban la naturaleza y origen de esas colinas que ellos llamaban tell. No obstante, estas colinas ocultaban las ciudades legendarias.

En 1843, el cónsul francés en Mosul, Paul-Emile Botta, excavó los tells de Qujundjiq y Jorsabad. Bajo el primero descubrió Nínive y bajo el segundo, el palacio del rey asirio Sargón. Pocos años después, el inglés Layard descubrió otras dos ciudades asirias: Assur y Kalakh (Nimrud; 1846-1847).

En 1847, el Musée du Louvre inauguró su primera colección de antigüedades asirias y en 1848 le siguió el British Museum. Mientras tanto, Grotefend desde Alemania y Rawlinson en Bagdad empezaban a descifrar las inscripciones escritas en caracteres cuneiformes.

En los años que siguieron se precipitaron los hallazgos: los ingleses descubren Uruk (el Erek de la Biblia) y Ur, la patria de Abraham, y el cónsul francés Sarzec encuentra Lagash. Pero estas antiquisimas ciudades sumerias de la Baja Mesopotamia parecían más pobres, y los enviados de museos se dirigieron otra vez a las ciudades asirias del Norte, más ricas en hallazgos. En 1899, el alemán Koldewey descubre Babilonia y lleva a cabo su excavación sin descanso hasta 1917, removiendo gigantescas montañas de barro y cascotes. Sus discípulos empiezan en 1912 una minuciosa exploración de Uruk en la que aplican ya la técnica de excavación "con microscopio", examinando hasta el más pequeño detalle cuya posición es escrupulosamente fijada en un plano. Por tanto, en poco más de 50 años se habían descubierto prácticamente las ruinas de toda una civilización, pero aún habría hallazgos de gran importancia.

Vasos de cerámica pintada (Musée du Louvre, París). De forma sencilla pero hermosa, estas piezas están decoradas a pincel con representaciones de plantas enmarcadas por composiciones geométricas, un estilo característico de Susa. Están datados hacia el 4000 a.C.
Por ejemplo, en 1927-1929, el inglés Woolley descubre las tumbas reales de Ur, cuyos tesoros casi eclipsaron el esplendor del entonces reciente descubrimiento de la tumba de Tutankamon. Pero hasta la década de 1930 no se encuentran las capas más antiguas de Lagash; hasta 1933, André Parrot no descubre Mari; hasta 1943, los arqueólogos iraquíes no descubren el yacimiento de Hassuna, que hace retroceder los orígenes de la civilización mesopotámica hasta el IV milenio a.C., y hasta 1948 no se descubre el templo de Eridu, el edificio religioso más antiguo del mundo.

Vasija de cerámica con motivos incisos. Procedente del yacimiento de Hassuna, esta pieza del neolítico se remonta hacia 6000-5800 a.C. 
En definitiva, las líneas de desarrollo de la civilización mesopotámica hoy ya son conocidas, incluso en detalle. Si las grandes obras de Egipto, Grecia y Roma han permanecido visibles desde siempre, se ha comprobado que las manifestaciones artísticas de la cultura mesopotámica han permanecido miles de años ocultas bajo metros y metros de tierra. Puestos a especular, quién sabe si los períodos artísticos más importantes de la cultura europea, como el Renacimiento, por ejemplo, claramente influidos por las glorias del pasado, hubieran sido quizá diferentes de haber conocido los grandes artistas las creaciones mesopotámicas.

Los futuros descubrimientos enriquecerán el conocimiento sobre este fabuloso pasado, aunque no parece probable que modifiquen las conclusiones a las que se ha llegado en estas últimas décadas.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La protohistoria mesopotámica

La civilización mesopotámica ha estado marcada desde sus orígenes por los recursos disponibles y por las carencias del país. Y ello, como se tendrá ocasión de comprobar a lo largo del presente volumen, repercutirá de una manera importante en las obras que surjan en la zona. En la gran llanura no hay piedra ni madera, abundantes en otras regiones del mundo, en las que las grandes obras de arte están realizadas con estos materiales, que resisten mucho mejor el paso del tiempo que la arcilla transportada por los ríos, el principal elemento del que dispusieron los artistas mesopotámicos. Con este material se construyeron ladrillos secados al sol y -en mucha menor proporción-cocidos en hornos. "Y utilizaron ladrillo en lugar de piedra", transmite el Génesis. Esto explica que los milenios transcurridos desde entonces hayan transformado las ciudades en esos montículos informes: los tells.

Monstruo sumerio (Brooklyn Museum of Art, Nueva York). Escultura fechada a principios del III milenio a.C., que está elaborada en piedra cristalina. Su cuerpo asexuado con cabeza de leona permite imaginar el mundo de terrores que acechaba a los primitivos sumerios.
Hasta hace cincuenta años no se conocía casi nada de la época más primitiva, la que los arqueólogos llaman "protohistórica", que, a falta de vestigios que estudiar, no era más que un inmenso vacío de cientos y cientos de años en los libros de historia. Este período, en Mesopotamia, se extiende desde los confines mismos de la prehistoria hasta aproximadamente el año 3000 a.C., cuando la invención de la escritura hace posible disponer de los primeros documentos escritos y se inicia ya la verdadera Historia. Por tanto, no se trata de un pequeño episodio en el devenir de la humanidad, sino de un amplio período de tiempo del que debía haber importantes restos aguardando en alguna parte a que alguien diera con ellos.

La época protohistórica duró unos dos mil años y de ella no se habían conservado más que unos vasos y platos de cerámica pintada. Sobre un fondo amarillento, esos vasos de hermosas y sencillas formas tienen dibujos trazados a pincel en tonos bistre y negro que algunas veces permiten reconocer formas naturales estilizadas (hojas de palmeras, aves, cuadrúpedos), pero que, sobre todo, están cubiertos de formas geométricas. Son los vasos que los arqueólogos llaman del "estilo de Susa", característico por su delicado perfil que a veces recuerda un cubilete y por su decoración abstracta o de inspiración naturalista muy estilizada, maravillosamente equilibrada y armónica. Su perfección es tal que se ha dicho que, durante el IV milenio a.C., Susa se convirtió en la Sèvres de la Antigüedad. La observación de fotografías que representan aquella cerámica demuestra que no hay ninguna exageración en esta frase.

Cuenco de cerámica pintada (Musée du Louvre, París). Procedente del yacimiento de Arpatchiya, la pieza presenta decoraciones florales y geométricas, características de la cultura de Halaf, que data de 6000 a 5700 a.C. 
A falta de vestigios más importantes, estos vasos y platos de cerámica eran, evidentemente, todo un tesoro arquitectónico, pues en ellos residían dos mil años del curso de la humanidad. Pero en los últimos cincuenta años las excavaciones han proporcionado una abundante documentación arqueológica de ese larguísimo período de los dos milenios anteriores a la invención de la escritura. En el British Museum, uno de los museos, con el Musée du Louvre, en el que se guardan más tesoros de este período, se encuentra el llamado "cilindro de la Tentación", del III milenio a.C., del que se tendrá ocasión de referir más adelante.

Los hallazgos que ilustran sobre la época protohistórica tienen sus piezas más antiguas en el yacimiento de Hassuna, del V milenio a.C. Los restos allí encontrados permiten afirmar que en esa zona los nómadas se transformaron en sedentarios, dedicados a la agricultura y a la ganadería, y construyeron las primeras casas con un plano tan armónico, con una distribución tan funcional, que aún hoy causan asombro pese a su sencillez. Es posible afirmar que, llegados a esas fechas, la arquitectura había nacido. De un modo sencillo, pero también de un modo algo más que meramente práctico. También se encontraron en Hassuna diversos instrumentos que eran algo más que útiles para la vida diaria: la fantasía humana les había añadido una ornamentación abstracta, cuyo desarrollo conducirá a los maravillosos dibujos de la cerámica del "estilo de Susa", ya citada, que pertenece al N milenio. Las etapas intermediarias entre la cerámica de Hassuna y el" estilo de S usa" se hallaron en las excavaciones practicadas por los alemanes en Samarra y en Tell Halaf. Todos estos testimonios de los orígenes de la civilización mesopotámica proceden de la parte norte del país, pero en el sur, en el delta de los ríos, junto al golfo Pérsico, los arqueólogos iraquíes exploraron en 1946-1949las capas más profundas de la antigua ciudad sumeria de Eridu. Allí se descubrieron nada menos que dieciocho templos superpuestos, uno sobre otro, todos en el mismo lugar. 
      
Máscara femenina sumeria (Museo de Bagdad). Procedente de Warka, la antigua Uruk.
 
Sacerdote. Fragmento de estatuilla sumeria procedente de Uruk de aproximadamente el III milenio a.C.
La escultura mesopotámica más antigua ofrece la imagen de las divinidades de esta época protohistórica. Se trata de pequeñas figuras de arcilla; pequeñas por su tamaño, pero impresionantes por su expresión. Las primeras fueron halladas en las capas más profundas de Ur, en las excavaciones realizadas. por el British Museum y la universidad de Pensilvania, bajo la dirección de sir Leonard Woolley, más allá del nivel que se creía virgen, anterior a la primera ocupación humana.

Allí, en el invierno de 1929, se descubrieron las primeras figuritas de arcilla que representan mujeres con cabeza de pájaro o de serpiente. Son esbeltas mujeres desnudas, de pie, que apoyan las manos en su estrecha cintura. Tienen senos pequeños y altos, y el triángulo del pubis fuertemente marcado.

Vaso ritual (Museo de Bagdad). Proce-
dente de Warka, la antigua Uruk, esta
pieza está decorada con bajorrelieves
dispuestos en cinco franjas que descri-
ben las ofrendas a la diosa lnanna: a-
gua, cereales, ovejas y regalos. Se
estima que tiene una antigüedad entre 
5000 y 2000 a.C.
        Su carácter híbrido de mujer y animal, resulta inquietante. ¿Son divinidades, demonios o potencias benéficas? Quién sabe. Lo positivo es que estas figuras de Ur sugieren unos seres primitivos llenos de malicia y de ingenuidad al mismo tiempo.

        Estas representaciones extrañas del IV milenio, que responden a sueños y terrores primitivos, ilustran bien esta fase de la civilización en la que mientras en las vasijas se pintan sólo formas abstractas, en escultura se aceptan formas figurativas, aunque con una condición esencial: lo representado no pertenece al mundo real, visible. Otra representación análoga, pero algo más tardía (principios del III milenio a.C.), es el monstruo de piedra cristalina que posee el Museo de Brooklyn. Aquí un cuerpo humano, en el que se ha tenido un cuidado especial en despojarle de toda indicación de sexo, exhibe una cabeza de leona.

        Pero esta última pieza, que pertenece ya al final del período protohistórico, es obra del pueblo sumerio. Nadie sabe de dónde procedía esta nueva población ni a qué grupo étnico pertenecía. Lo seguro es que no eran semitas como las tribus que ocuparon el norte del país alrededor de las mismas fechas en que ellos poblaron la zona del delta. Además, la lengua que hablaban los sumerios, que se conoce perfectamente gracias a sus inscripciones hoy descifradas, no se parece a ninguna otra conocida hasta hoy.

Para los arqueólogos, el final del período protohistórico está representado por los restos más antiguos de Kish y por los de la I Dinastía de Uruk. Es la época a la que pertenecen el monstruo del Museo de Brooklyn y diversas piezas que enriquecen el Museo de Bagdad, como la célebre cabeza femenina hallada en Warka (nombre árabe actual del antiguo asentamiento de Uruk). Ese lugar que la Biblia llama Erek conserva restos de una serie de templos que demuestran hasta qué punto la arquitectura tuvo un desarrollo fantástico en manos de los sumerios.

Vaso ritual (Museo de Bagdad). Detalle del relieve del Vaso de Warka, que muestra la procesión de hombres portando ofrendas a la diosa lnanna. 
Ruinas de Uruk, en lraq. Situada el este del río Éufrates y al sudeste de Bagdad, fue una de las ciudades más antiguas e importantes del período sumerio. Construida por órdenes de Enmerkar, quien trasladó allí su sede real desde la ciudad de Eanna, posteriormente Gilgamesh hizo levantar los muros que la rodeaban. El nombre de lraq deriva del de esta ciudad.
Lamgi-Mari o Rey de Mari (Colección privada). Estatuilla votiva en mármol procedente del Éufrates medio, que corresponde al período presargónico. Tiene una antigüedad aproximada de 3000 a.C.

Divinidad femenina (Museo Nacional, Damasco). Procedente de los estratos más profundos de Mari, ésta es una de las esculturas mesopotámicas más antiguas (25002400 a.C.). Forma parte de un grupo de estatuillas de divinidades sumerias en forma de mujeres, esbeltas y desnudas, con cabeza de pájaro o de serpiente. Es de metal y en su extraña expresión caben tanto la ingenuidad como la malicia.

Algunos de estos templos tienen las columnas tapiza das de mosaicos que forman dibujos geométricos (zigzags, triángulos, rombos) en negro, blanco o rojo. Uno de ellos, llamado por los arqueólogos el Templo Blanco, se levanta sobre una colina artificial de más de doce metros de altura, en la antigua Caldea, y, como se verá más adelante, es el prototipo más antiguo de las arquitecturas verticales que caracterizarán durante tres mil años las construcciones sagradas mesopotámicas: los zigurats, gigantescas torres de varios pisos, cuyo eco se encuentra en la Torre de Babel de que habla la Biblia.


Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat.

La época de las primeras dinastías sumerias

El más extraordinario invento de los sumerios fue la escritura. Tal invención debió realizarse alrededor del año 3000 a.C. Los textos más antiguos de Uruk emplean cerca de 900 signos, la mayoría de los cuales son ideogramas que representan palabras. Pero con bastante rapidez se fue reduciendo el número hasta llegar a la abstracción que representa inventar signos que sólo representan sonidos. A partir de este momento la humanidad se encuentra ya en tiempos históricos.

Tableta sumeria (Musée du Louvre, París). Pieza de hacia 2500 a.C., procedente de Lagash. Representa a un orante con desnudo ritual que ofrece la libación a la diosa de la montaña, posiblemente con el fin de conseguir que por magia simpática ésta provoque la lluvia fertilizante. Se supone que por el orificio central de la tableta se vertía el agua sagrada o la sangre de los sacrificios.
El primer período de la historia mesopotámica es llamado early dinastic (dinastías antiguas) por los ingleses. Otros prefieren denominarlo "presargónico", puesto que, como se verá, la unificación del país bajo Sargón I (un rey semita) representó algo muy importante para la historia y el arte.

Con uno u otro nombre, este primer período está centrado en torno a las producciones artísticas de la I dinastía de Ur y de la primera de Lagash. En el norte del país, muy lejos del delta, desempeñó un papel fundamental la ciudad de Mari. El período presargónico duró más de tres siglos, aproximadamente del 2800 al 2470 a.C. Es contemporáneo, por tanto, de las primeras dinastías del Antiguo Imperio egipcio.

El intendente Ebih-il de la ciudad de Mari (Musée du Louvre, París). Este personaje vivió en la primera mitad del III milenio a.C. Cuando, en 1933, se descubrió Mari, fueron hallados varios retratos como éste, en posición de orantes, con expresión beatífica y vestidos con el kaunakes de piel de cordero, cuyos vellones de lana se ven aquí cuidadosamente estilizados. 
Ejemplo del impetuoso desarrollo arquitectónico de esta época son los templos de Al-Ubaid y de Mari. Al-Ubaid (que los franceses transcriben del árabe como El Obeid) es una localidad situada a siete kilómetros de Ur. Hall, del British Museum, dirigió la excavación del templo y tuvo la fortuna de hallar la inscripción que describe la fundación del mismo. Gracias a ella sabemos que fue dedicado por un rey de la I Dinastía de Ur a la diosa Nin-Kursag, la diosa madre de los sumerios. Estaba situado en lo alto de una plataforma y rodeado por un recinto ovalado. Las paredes de ladrillo cocido al horno tienen unas pilastras salientes que quedarán como características de toda la arquitectura sumeria.

Son como gigantescas estrías que marcan sombras rectilíneas, paralelas y verticales, en las que reside gran parte del secreto de la belleza de las construcciones sumerias: las amplias superficies de las paredes se convierten así en una composición alternada de zonas brillantes y líneas oscuras de sombra que resbalan a lo largo del muro. En Mari hay varios templos de esta época, el mejor conservado de los cuales es el de Ninni-Zazá. Las construcciones que lo componen flanquean un patio cuadrado, cuyos muros también tienen las típicas pilastras que hacían jugar los contrastes del negro y el blanco. En el centro del patio se encontró la piedra sagrada en tomo a la cual debían desarrollarse las procesiones.

lku-Shamagan (Museo Nacional, Damasco). Detalle de la estatuilla votiva del rey de Mari, esculpida en alabastro (hacia 3000 a.C.). El detalle de la cabeza muestra una imagen intrépida con unos ojos inquisidores hechos de concha, betún y lapislázuli, que sobresalen de las órbitas. Una larga barba le confiere un aspecto majestuoso.
Algunas tabletas sumerias con relieves, como la que se publica aquí, procedente de Lagash, tienen un agujero en el centro por el que se debía verter el agua sagrada o la sangre de los sacrificios. En los relieves que las adornan, el sacerdote oficiante aparece siempre desnudo. Es una idea que se encuentra en muchos lugares y épocas distintas; la de que hay que acercarse al dios, desnudo como se ha nacido. Todavía en el siglo V a.C., Prisciliano y sus seguidores se retiraban a lugares secretos para orar desnudos.

En Mari se han hallado los que son -sin duda- algunos de los más antiguos retratos conservados. La estatua del intendente de la ciudad Ebih-ll, la del rey Iku-Shamgan, la del funcionario Nani. Todos ellos, como docenas de otras estatuitas anónimas, que eran llevadas como exvotos a los templos, presentan personajes orantes, con la mirada perdida en lejana contemplación y una expresión de paz sonriente, de bondadosa afabilidad en el rostro, que indica que el terror y las angustias han sido desechados. Estos personajes van ataviados con un curioso vestido de forma acampanada, llamado kaunakes, confeccionado con piel de cordero, cuyos vellones de lana han  sido esculpidos cuidadosamente. Todos, hombres y mujeres, tienen las manos juntas, en una posición que debe ser la ritual de la oración.

Estandarte de Ur, cara de la guerra (Museo Británico, Londres). Célebre monumento en forma de facistol con representaciones en sus cuatro caras, compuesto por un mosaico de marfil sobre lapislázuli. Esta cara ofrece la primera representación plástica de un combate con carros de guerra. La narración empieza por el registro inferior: los anagros comienzan por tirar del carro al paso y acaban arrastrándolo al galope. En el registro intermedio, los vencedores, con casco y manto de cuero claveteado, reúnen a los prisioneros, que presentan luego al rey en el registro superior. 
La vida de los príncipes de la I Dinastía de Ur está maravillosamente contada en el llamado Estandarte de Ur, que conserva el British Museum. Se trata de una pieza en forma de facistol, ornamentada por sus cuatro caras con un mosaico de piezas de marfil que destacan sobre el fondo azul oscuro de piezas de lapislázuli. Los dos paneles más largos son los más característicos. En ellos se ven ilustrados dos aspectos de la existencia, las dos caras de la vida: la guerra y la paz. En ambas caras, la narración gráfica empieza por abajo.

En la primera vemos al rey con su escudero subidos al carro y representados en cuatro posiciones, desde el paso al galope; se trata del "primer dibujo animado" en el que el carro de guerra, mirado de derecha a izquierda, cada vez va más deprisa. En el registro intermedio, los vencedores, con casco y manto, conducen a los prisioneros. La escena acaba en el registro alto donde los vencidos, atados de dos en dos, son presentados al rey que ya ha descendido de su carro; el escudero tiene las riendas de los cuatro caballos. En la otra cara, la de la paz, los criados transportan a palacio todo lo necesario para la fiesta; en el registro más alto, el rey viste el kaunakes y bebe, copa en mano, en compañía de sus invitados, mientras una cantante y un arpista los distraen con su música. Es curioso que todas estas escenas hayan de leerse de abajo arriba. Esto hace pensar que la pieza debía mirarse desde abajo y justifica el nombre que le dio Woolley, su descubridor: Estandarte real de Ur.

Las excavaciones de Lagash han proporcionado diversos relieves, vasos y objetos que nos informan sobre nuevos detalles de la vida en los tiempos presargónicos. En un relieve del Louvre, gracias a sus inscripciones, ha podido identificarse a Ur-Niná, rey de la I Dinastía de Lagash. A la izquierda, aparece Ur-Niná con una esportilla de albañil en la cabeza y, enfrente de él, sus cinco hijos; en primer lugar, está situada la princesa Lidda, vestida con kaunakes. Es evidente que se trata de la escena de colocación del primer ladrillo de un templo. Es interesante que el rey quiera aparecer como un simple albañil. A la derecha, se repite la figura de Ur-Niná, esta vez sentado en su trono y bebiendo en una copa. Frente a él le acompañan sus cuatro hijos varones.

Estandarte de Ur, cara de la paz (Museo Británico, Londres). En esta cara, el registro inferior muestra a los criados transportando a palacio los diversos manjares para el festín que ha de celebrar la victoria. En el registro superior, el rey no lleva ya su atavío de guerra, sino el kaunakes y, copa en mano, escucha con sus invitados el concierto que le ofrece la cantante acompañada por el arpista.
Las excavaciones de Lagash proporcionaron, roto en pedazos, otro relieve hoy famoso con el nombre de estela de los buitres. Se trata de la narración histórica de las victorias del nieto de Ur-Niná, Eannatum. En la inscripción, el propio rey explica que el dios Ningirsu se le apareció en sueños y le prometió la victoria. De las diversas escenas que componen la estela, la mejor conservada es la que representa la marcha hacia el campo de batalla: el propio Eannatum, revestido de una túnica espesa, conduce a sus soldados; éstos aparecen como una potente masa de combatientes con casco, grandes escudos y lanzas en ristre, que pisotean los cadáveres desnudos de los enemigos ya vencidos. En otros fragmentos de la estela figuran otras escenas de la batalla y el propio dios Ningirsu con un águila, cuyas garras cogen la red que envuelve a los vencidos. Se trata de una literal ilustración de la frase: "A los hombres de Urna, yo, Eannatum, he tirado la red grande".

La misma águila con cabeza de león, que sostiene el dios de la estela de los buitres, reaparece tres veces en una jarra de plata descubierta también en Lagash. Es evidente que se trata del emblema de la ciudad, pero es un águila extraña porque en esta jarra, consagrada por el rey Entemena, aparece con un ombligo fuertemente dibujado. ¿Se trata de una enérgica alusión al origen de la vida? En todo caso, el estremecimiento comunicado por el buril a este monstruo que agarra ciervos, cabras y leones, contrasta con la finura perfecta y fría del perfil de la jarra. En lo alto, justo antes del cuello de este vaso, figura un friso con siete terneras -siete es un número sagrado-, cuya pacífica calma corona los conflictos de los animales sagrados.

Ur-Nina (Museo Nacional, Damasco). Estatuilla votiva en alabastro de la cantante del templo de lshtar, en Mari. La cantante sentada sobre un cojín y con sus brazos incompletos sobre el pecho en actitud de adoración. Los largos cabellos rizados aún conservan su color negro original y sus ojos son incrustaciones de lapislázuli. Las vestiduras indican que no sólo era cantante sino también bailarina. Tiene una antigüedad de alrededor de 2000 a.C.
El rey Ur-Niná con su familia (Musée du Louvre, París) Tableta que muestra al rey de Lagash, a la izquierda, con el busto de frente y la cabeza de perfil; viste el kaunakes y lleva una esportilla de albañil sobre la cabeza rapada. A su lado está la princesa Lidda seguida por sus hijos que llevan sus nombres respectivos grabados en los faldones. Al parecer, esta tableta conmemora el inicio de la construcción de un templo. En el registro inferior, Ur-Niná alza la copa entre el servidor y sus cuatro hijos. Este frágil documento de arcilla data de hacia 2875 a.C. y ostenta caracteres cuneiformes arcaicos.
La perfección de este vaso de Entemena introduce en el mundo fabuloso de las obras artísticas de metal que realizaron los sumerios. No hay civilización que haya realizado tales maravillas en oro y lapislázuli, a mediados del III milenio a.C., como las que se hallaron en las "tumbas reales" de Ur.

La magnitud de los hallazgos realizados hasta la fecha en materia de arquitectura funeraria permite referirse a un auténtico Cementerio de Ur, con más de 1.800 inhumaciones. Así, durante el invierno de 1927 a 1928, los arqueólogos de la misión conjunta del British Museum y de la universidad de Pensilvania descubrieron en Ur dos tumbas con un tesoro fantástico. No tenían una monumentalidad impresionante: eran simplemente espacios subterráneos a los que conducía una rampa para la ceremonia del funeral. Una vez terminado, todo había sido cubierto de tierra. Lo que hallaron los arqueólogos fue algo horrible: en la rampa y en la antecámara había sesenta y ocho esqueletos de hombres y mujeres en posición que indicaba que habían sido asesinados allí mismo, sin hacer resistencia ni recibir mutilaciones. Los guardias y servidores de los príncipes parecían haber sido previamente drogados para acompañar a sus amos a través de la muerte.

Lo horrible se mezcla aquí a lo maravilloso, porque el ajuar funerario es de una riqueza material incalculable (enormes cantidades de objetos de oro, perlas, lapislázuli, marfil y madreperla) y de un mérito artístico extraordinario. En la primera de las tumbas, perteneciente a la reina Shubad, se encontró junto a su cabeza la concha con un colorante verde que usaba para maquillarse los ojos; llevaba puestos dos pares de grandes pendientes y varios collares pendían sobre su pecho. Todo de oro y piedras. Pero lo más sensacional era el tocado de hojas y flores de oro que adornaba su cabeza, hoy conservado en el Museo de la Universidad de Pensilvania, en Filadelfia.

Estela de los Buitres (Musée du Louvre, París). Detalle del célebre monumento fechado hacia 2450 a.C., que conmemora la victoria de Eannatum de Lagash sobre la vecina ciudad de Umma. El rey avanza al frente de sus soldados, que se protegen con sus escudos de cuero y mantienen las lanzas en posición de ataque, al tiempo que pisan con olímpico desprecio los cadáveres desnudos de los enemigos.
Estela de los Buitres (Musée du Louvre, París). En este detalle de la estela se ve al dios sumerio Ningirsu atrapando a los hombres de Urna, enemigos de Eannatum. Las figuras se presentan con el torso de frente y la cabeza de perfil, y el tamaño del personaje está en relación directa con su jerarquía social.
Las otras mujeres sacrificadas en el funeral también iban fantásticamente enjoyadas. Los soldados llevaban puesto el casco y tenían sus armas. Una muchacha, que debía ser la arpista de la reina, tenía el instrumento apoyado sobre el pecho, como si debiera tocar eternamente. Todas las víctimas de aquella matanza ritual habían sido arregladas con decente compostura. Había además vasos de oro y plata, arpas, cofres y tableros para un juego semejante al ajedrez, todo de oro, cristal de roca y nácar.

Vaso de plata de Entemena (Musée du Louvre, París).
Vaso procedente de Tello, que el rey Entemena dedicó
al dios Nirgisu. El águila leontocéfala, trazada al buril
con maravillosa técnica, se repite hasta cuatro veces.
Tiene siempre en sus garras distintos animales: leones,
ciervos, cabras monteses. La pieza, obra maestra de la
orfebrería de todos los tiempos, está fechada hacia el
2500 a.C.
Entre los tesoros de la reina Shubad y los de otras tumbas (de particular riqueza es la tumba de Meskalamdug, descubierta dos años más tarde) llaman la atención las arpas que llevan como mascarones de proa cabezas de toro, de oro y lapislázuli. La madera había desaparecido, pero los mosaicos riquísimos que cubrían las cajas de resonancia y los brazos que sostenían las cuerdas, se habían conservado en su lugar, y permitieron una restauración completa de tales instrumentos. En un ángulo de la antesala de la tumba de la reina Shubad se encontraron dos estatuas de macho cabrío, de oro y lapislázuli, que apoyaban sus patas anteriores en unos estilizados arbustos en flor.

Del ajuar hallado en las tumbas reales de Ur también destacaríamos algunas piezas que por su belleza aún hoy nos siguen deleitando. Un Carnero apoyado en el árbol de la vida, hecho con materiales preciosos, como el oro o el lapislázuli, una Testuz de toro, parte delantera de una lira. También hay vasos de oro, agujas para la manicura, tocados para el pelo llenos de abalorios de oro y piedras preciosas, etc. Se llevaban a la tumba aquello que más les había satisfecho en vida, ya fueran objetos de la vida cotidiana o personas muy allegadas a ellos. En tumbas posteriores ya no se han encontrado estas ofrendas humanas, si no que unas estatuillas representando a los servidores han hecho la función de acompañamiento en el entierro real.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat

La Epopeya de Gilgamesh


Fragmento de terracota (Museo Israelí, Jeru-
salén). Texto que narra las hazañas del héroe,
procedente de Megiddo (Israel).
La Epopeya de Gilgamesh es una de las obras literarias más importantes de la antigüedad, y sus ecos resuenan en la literatura posterior, desde la Biblia hasta Homero. Gilgamesh fue el cuarto rey de Uruk hacia el año 2750 a.C. y es el protagonista de esta epopeya, en la que se cuentan sus aventuras y la búsqueda de la inmortalidad junto a su amigo Enkidu. 

La historia de Gilgamesh está escrita en doce tablillas halladas entre las ruinas de la biblioteca de Assurbanipal, en Nínive. Se sabe que esta versión fue escrita por Shin-eqi-unninni, lo que le convierte en el autor conocido más antiguo de la humanidad.

De las doce tablillas sobre Gilgamesh, once conforman el poema, probablemente escrito hacia la primera mitad del II milenio a.C.. y la última representa una narración de origen independiente, sobre el mismo rey, más reciente que las anteriores, escrita hacia el final del 1 milenio a.C.

Gilgamesh es un rey que oprime a los ciudadanos de Uruk, por lo que éstos claman ayuda a los dioses, quienes crean a Enkidu para que luche contra Gilgamesh y le derrote. Pero el combate resulta muy igualado, y ambos luchadores se hacen amigos y deciden hacer un largo viaje en busca de gloria y aventuras, en el que aparecerán toda clase de animales fantásticos y peligrosos. La narración concluye, tras innumerables vicisitudes, con un final feliz, pues Gilgamesh, que ha visto morir a Endiku y ha conocido toda clase de frustraciones y miedos, se dedica a trabajar, a su regreso, por el bien de su pueblo.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat.

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