La
civilización mesopotámica ha estado marcada desde sus orígenes por los recursos
disponibles y por las carencias del país. Y ello, como se tendrá ocasión de
comprobar a lo largo del presente volumen, repercutirá de una manera importante
en las obras que surjan en la zona. En la gran llanura no hay piedra ni madera,
abundantes en otras regiones del mundo, en las que las grandes obras de arte
están realizadas con estos materiales, que resisten mucho mejor el paso del
tiempo que la arcilla transportada por los ríos, el principal elemento del que
dispusieron los artistas mesopotámicos. Con este material se construyeron
ladrillos secados al sol y -en mucha menor proporción-cocidos en hornos.
"Y utilizaron ladrillo en lugar de piedra", transmite el Génesis. Esto explica que los milenios
transcurridos desde entonces hayan transformado las ciudades en esos montículos
informes: los tells.
Hasta hace cincuenta años no se conocía
casi nada de la época más primitiva, la que los arqueólogos llaman
"protohistórica", que, a falta de vestigios que estudiar, no era más
que un inmenso vacío de cientos y cientos de años en los libros de historia. Este
período, en Mesopotamia, se extiende desde los confines mismos de la
prehistoria hasta aproximadamente el año 3000 a.C., cuando la invención de la
escritura hace posible disponer de los primeros documentos escritos y se inicia
ya la verdadera Historia. Por tanto, no se trata de un pequeño episodio en el
devenir de la humanidad, sino de un amplio período de tiempo del que debía
haber importantes restos aguardando en alguna parte a que alguien diera con
ellos.
La época protohistórica duró unos dos mil
años y de ella no se habían conservado más que unos vasos y platos de cerámica
pintada. Sobre un fondo amarillento, esos vasos de hermosas y sencillas formas
tienen dibujos trazados a pincel en tonos bistre y negro que algunas veces
permiten reconocer formas naturales estilizadas (hojas de palmeras, aves,
cuadrúpedos), pero que, sobre todo, están cubiertos de formas geométricas. Son
los vasos que los arqueólogos llaman del "estilo de Susa",
característico por su delicado perfil que a veces recuerda un cubilete y por su
decoración abstracta o de inspiración naturalista muy estilizada,
maravillosamente equilibrada y armónica. Su perfección es tal que se ha dicho
que, durante el IV milenio a.C., Susa se convirtió en la Sèvres de la
Antigüedad. La observación de fotografías que representan aquella cerámica
demuestra que no hay ninguna exageración en esta frase.
A falta de vestigios más importantes,
estos vasos y platos de cerámica eran, evidentemente, todo un tesoro
arquitectónico, pues en ellos residían dos mil años del curso de la humanidad.
Pero en los últimos cincuenta años las excavaciones han proporcionado una
abundante documentación arqueológica de ese larguísimo período de los dos
milenios anteriores a la invención de la escritura. En el British Museum, uno
de los museos, con el Musée du Louvre, en el que se guardan más tesoros de este
período, se encuentra el llamado "cilindro de la Tentación", del III
milenio a.C., del que se tendrá ocasión de referir más adelante.
Los hallazgos que ilustran sobre la
época protohistórica tienen sus piezas más antiguas en el yacimiento de
Hassuna, del V milenio a.C. Los restos allí encontrados permiten afirmar que en
esa zona los nómadas se transformaron en sedentarios, dedicados a la
agricultura y a la ganadería, y construyeron las primeras casas con un plano
tan armónico, con una distribución tan funcional, que aún hoy causan asombro
pese a su sencillez. Es posible afirmar que, llegados a esas fechas, la
arquitectura había nacido. De un modo sencillo, pero también de un modo algo
más que meramente práctico. También se encontraron en Hassuna diversos
instrumentos que eran algo más que útiles para la vida diaria: la fantasía
humana les había añadido una ornamentación abstracta, cuyo desarrollo conducirá
a los maravillosos dibujos de la cerámica del "estilo de Susa", ya citada,
que pertenece al N milenio. Las etapas intermediarias entre la cerámica de
Hassuna y el" estilo de S usa" se hallaron en las excavaciones
practicadas por los alemanes en Samarra y en Tell Halaf. Todos estos
testimonios de los orígenes de la civilización mesopotámica proceden de la
parte norte del país, pero en el sur, en el delta de los ríos, junto al golfo
Pérsico, los arqueólogos iraquíes exploraron en 1946-1949las capas más
profundas de la antigua ciudad sumeria de Eridu. Allí se descubrieron nada
menos que dieciocho templos superpuestos, uno sobre otro, todos en el mismo
lugar.
Máscara
femenina sumeria (Museo de Bagdad). Procedente de Warka, la
antigua Uruk.
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Sacerdote.
Fragmento
de estatuilla sumeria procedente de Uruk de aproximadamente el III milenio a.C.
La escultura mesopotámica más antigua
ofrece la imagen de las divinidades de esta época protohistórica. Se trata de
pequeñas figuras de arcilla; pequeñas por su tamaño, pero impresionantes por su
expresión. Las primeras fueron halladas en las capas más profundas de Ur, en
las excavaciones realizadas. por el British Museum y la universidad de
Pensilvania, bajo la dirección de sir Leonard Woolley, más allá del nivel que
se creía virgen, anterior a la primera ocupación humana.
Allí, en el invierno de 1929, se descubrieron
las primeras figuritas de arcilla que representan mujeres con cabeza de pájaro
o de serpiente. Son esbeltas mujeres desnudas, de pie, que apoyan las manos en
su estrecha cintura. Tienen senos pequeños y altos, y el triángulo del pubis
fuertemente marcado.
Su carácter híbrido de mujer y animal,
resulta inquietante. ¿Son divinidades, demonios o potencias benéficas? Quién
sabe. Lo positivo es que estas figuras de Ur sugieren unos seres primitivos
llenos de malicia y de ingenuidad al mismo tiempo.
Estas representaciones extrañas del IV
milenio, que responden a sueños y terrores primitivos, ilustran bien esta fase
de la civilización en la que mientras en las vasijas se pintan sólo formas
abstractas, en escultura se aceptan formas figurativas, aunque con una
condición esencial: lo representado no pertenece al mundo real, visible. Otra
representación análoga, pero algo más tardía (principios del III milenio a.C.),
es el monstruo de piedra cristalina que posee el Museo de Brooklyn. Aquí un
cuerpo humano, en el que se ha tenido un cuidado especial en despojarle de toda
indicación de sexo, exhibe una cabeza de leona.
Pero esta última pieza, que pertenece ya
al final del período protohistórico, es obra del pueblo sumerio. Nadie sabe de
dónde procedía esta nueva población ni a qué grupo étnico pertenecía. Lo seguro
es que no eran semitas como las tribus que ocuparon el norte del país alrededor
de las mismas fechas en que ellos poblaron la zona del delta. Además, la lengua
que hablaban los sumerios, que se conoce perfectamente gracias a sus
inscripciones hoy descifradas, no se parece a ninguna otra conocida hasta hoy.
Para los arqueólogos, el final del
período protohistórico está representado por los restos más antiguos de Kish y
por los de la I Dinastía de Uruk. Es la época a la que pertenecen el monstruo
del Museo de Brooklyn y diversas piezas que enriquecen el Museo de Bagdad, como
la célebre cabeza femenina hallada en Warka (nombre árabe actual del antiguo
asentamiento de Uruk). Ese lugar que la Biblia llama Erek conserva restos de
una serie de templos que demuestran hasta qué punto la arquitectura tuvo un
desarrollo fantástico en manos de los sumerios.
Vaso
ritual (Museo de Bagdad). Detalle del relieve del Vaso de Warka,
que muestra la procesión de hombres portando ofrendas a la diosa lnanna.
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Lamgi-Mari
o Rey de Mari (Colección privada). Estatuilla votiva en
mármol procedente del Éufrates medio, que corresponde al período presargónico.
Tiene una antigüedad aproximada de 3000 a.C.
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Algunos de estos templos tienen las columnas tapiza das de mosaicos que forman dibujos geométricos (zigzags, triángulos, rombos) en negro, blanco o rojo. Uno de ellos, llamado por los arqueólogos el Templo Blanco, se levanta sobre una colina artificial de más de doce metros de altura, en la antigua Caldea, y, como se verá más adelante, es el prototipo más antiguo de las arquitecturas verticales que caracterizarán durante tres mil años las construcciones sagradas mesopotámicas: los zigurats, gigantescas torres de varios pisos, cuyo eco se encuentra en la Torre de Babel de que habla la Biblia.
Fuente:
Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat.
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