Punto al Arte: La época de las primeras dinastías sumerias

La época de las primeras dinastías sumerias

El más extraordinario invento de los sumerios fue la escritura. Tal invención debió realizarse alrededor del año 3000 a.C. Los textos más antiguos de Uruk emplean cerca de 900 signos, la mayoría de los cuales son ideogramas que representan palabras. Pero con bastante rapidez se fue reduciendo el número hasta llegar a la abstracción que representa inventar signos que sólo representan sonidos. A partir de este momento la humanidad se encuentra ya en tiempos históricos.

Tableta sumeria (Musée du Louvre, París). Pieza de hacia 2500 a.C., procedente de Lagash. Representa a un orante con desnudo ritual que ofrece la libación a la diosa de la montaña, posiblemente con el fin de conseguir que por magia simpática ésta provoque la lluvia fertilizante. Se supone que por el orificio central de la tableta se vertía el agua sagrada o la sangre de los sacrificios.
El primer período de la historia mesopotámica es llamado early dinastic (dinastías antiguas) por los ingleses. Otros prefieren denominarlo "presargónico", puesto que, como se verá, la unificación del país bajo Sargón I (un rey semita) representó algo muy importante para la historia y el arte.

Con uno u otro nombre, este primer período está centrado en torno a las producciones artísticas de la I dinastía de Ur y de la primera de Lagash. En el norte del país, muy lejos del delta, desempeñó un papel fundamental la ciudad de Mari. El período presargónico duró más de tres siglos, aproximadamente del 2800 al 2470 a.C. Es contemporáneo, por tanto, de las primeras dinastías del Antiguo Imperio egipcio.

El intendente Ebih-il de la ciudad de Mari (Musée du Louvre, París). Este personaje vivió en la primera mitad del III milenio a.C. Cuando, en 1933, se descubrió Mari, fueron hallados varios retratos como éste, en posición de orantes, con expresión beatífica y vestidos con el kaunakes de piel de cordero, cuyos vellones de lana se ven aquí cuidadosamente estilizados. 
Ejemplo del impetuoso desarrollo arquitectónico de esta época son los templos de Al-Ubaid y de Mari. Al-Ubaid (que los franceses transcriben del árabe como El Obeid) es una localidad situada a siete kilómetros de Ur. Hall, del British Museum, dirigió la excavación del templo y tuvo la fortuna de hallar la inscripción que describe la fundación del mismo. Gracias a ella sabemos que fue dedicado por un rey de la I Dinastía de Ur a la diosa Nin-Kursag, la diosa madre de los sumerios. Estaba situado en lo alto de una plataforma y rodeado por un recinto ovalado. Las paredes de ladrillo cocido al horno tienen unas pilastras salientes que quedarán como características de toda la arquitectura sumeria.

Son como gigantescas estrías que marcan sombras rectilíneas, paralelas y verticales, en las que reside gran parte del secreto de la belleza de las construcciones sumerias: las amplias superficies de las paredes se convierten así en una composición alternada de zonas brillantes y líneas oscuras de sombra que resbalan a lo largo del muro. En Mari hay varios templos de esta época, el mejor conservado de los cuales es el de Ninni-Zazá. Las construcciones que lo componen flanquean un patio cuadrado, cuyos muros también tienen las típicas pilastras que hacían jugar los contrastes del negro y el blanco. En el centro del patio se encontró la piedra sagrada en tomo a la cual debían desarrollarse las procesiones.

lku-Shamagan (Museo Nacional, Damasco). Detalle de la estatuilla votiva del rey de Mari, esculpida en alabastro (hacia 3000 a.C.). El detalle de la cabeza muestra una imagen intrépida con unos ojos inquisidores hechos de concha, betún y lapislázuli, que sobresalen de las órbitas. Una larga barba le confiere un aspecto majestuoso.
Algunas tabletas sumerias con relieves, como la que se publica aquí, procedente de Lagash, tienen un agujero en el centro por el que se debía verter el agua sagrada o la sangre de los sacrificios. En los relieves que las adornan, el sacerdote oficiante aparece siempre desnudo. Es una idea que se encuentra en muchos lugares y épocas distintas; la de que hay que acercarse al dios, desnudo como se ha nacido. Todavía en el siglo V a.C., Prisciliano y sus seguidores se retiraban a lugares secretos para orar desnudos.

En Mari se han hallado los que son -sin duda- algunos de los más antiguos retratos conservados. La estatua del intendente de la ciudad Ebih-ll, la del rey Iku-Shamgan, la del funcionario Nani. Todos ellos, como docenas de otras estatuitas anónimas, que eran llevadas como exvotos a los templos, presentan personajes orantes, con la mirada perdida en lejana contemplación y una expresión de paz sonriente, de bondadosa afabilidad en el rostro, que indica que el terror y las angustias han sido desechados. Estos personajes van ataviados con un curioso vestido de forma acampanada, llamado kaunakes, confeccionado con piel de cordero, cuyos vellones de lana han  sido esculpidos cuidadosamente. Todos, hombres y mujeres, tienen las manos juntas, en una posición que debe ser la ritual de la oración.

Estandarte de Ur, cara de la guerra (Museo Británico, Londres). Célebre monumento en forma de facistol con representaciones en sus cuatro caras, compuesto por un mosaico de marfil sobre lapislázuli. Esta cara ofrece la primera representación plástica de un combate con carros de guerra. La narración empieza por el registro inferior: los anagros comienzan por tirar del carro al paso y acaban arrastrándolo al galope. En el registro intermedio, los vencedores, con casco y manto de cuero claveteado, reúnen a los prisioneros, que presentan luego al rey en el registro superior. 
La vida de los príncipes de la I Dinastía de Ur está maravillosamente contada en el llamado Estandarte de Ur, que conserva el British Museum. Se trata de una pieza en forma de facistol, ornamentada por sus cuatro caras con un mosaico de piezas de marfil que destacan sobre el fondo azul oscuro de piezas de lapislázuli. Los dos paneles más largos son los más característicos. En ellos se ven ilustrados dos aspectos de la existencia, las dos caras de la vida: la guerra y la paz. En ambas caras, la narración gráfica empieza por abajo.

En la primera vemos al rey con su escudero subidos al carro y representados en cuatro posiciones, desde el paso al galope; se trata del "primer dibujo animado" en el que el carro de guerra, mirado de derecha a izquierda, cada vez va más deprisa. En el registro intermedio, los vencedores, con casco y manto, conducen a los prisioneros. La escena acaba en el registro alto donde los vencidos, atados de dos en dos, son presentados al rey que ya ha descendido de su carro; el escudero tiene las riendas de los cuatro caballos. En la otra cara, la de la paz, los criados transportan a palacio todo lo necesario para la fiesta; en el registro más alto, el rey viste el kaunakes y bebe, copa en mano, en compañía de sus invitados, mientras una cantante y un arpista los distraen con su música. Es curioso que todas estas escenas hayan de leerse de abajo arriba. Esto hace pensar que la pieza debía mirarse desde abajo y justifica el nombre que le dio Woolley, su descubridor: Estandarte real de Ur.

Las excavaciones de Lagash han proporcionado diversos relieves, vasos y objetos que nos informan sobre nuevos detalles de la vida en los tiempos presargónicos. En un relieve del Louvre, gracias a sus inscripciones, ha podido identificarse a Ur-Niná, rey de la I Dinastía de Lagash. A la izquierda, aparece Ur-Niná con una esportilla de albañil en la cabeza y, enfrente de él, sus cinco hijos; en primer lugar, está situada la princesa Lidda, vestida con kaunakes. Es evidente que se trata de la escena de colocación del primer ladrillo de un templo. Es interesante que el rey quiera aparecer como un simple albañil. A la derecha, se repite la figura de Ur-Niná, esta vez sentado en su trono y bebiendo en una copa. Frente a él le acompañan sus cuatro hijos varones.

Estandarte de Ur, cara de la paz (Museo Británico, Londres). En esta cara, el registro inferior muestra a los criados transportando a palacio los diversos manjares para el festín que ha de celebrar la victoria. En el registro superior, el rey no lleva ya su atavío de guerra, sino el kaunakes y, copa en mano, escucha con sus invitados el concierto que le ofrece la cantante acompañada por el arpista.
Las excavaciones de Lagash proporcionaron, roto en pedazos, otro relieve hoy famoso con el nombre de estela de los buitres. Se trata de la narración histórica de las victorias del nieto de Ur-Niná, Eannatum. En la inscripción, el propio rey explica que el dios Ningirsu se le apareció en sueños y le prometió la victoria. De las diversas escenas que componen la estela, la mejor conservada es la que representa la marcha hacia el campo de batalla: el propio Eannatum, revestido de una túnica espesa, conduce a sus soldados; éstos aparecen como una potente masa de combatientes con casco, grandes escudos y lanzas en ristre, que pisotean los cadáveres desnudos de los enemigos ya vencidos. En otros fragmentos de la estela figuran otras escenas de la batalla y el propio dios Ningirsu con un águila, cuyas garras cogen la red que envuelve a los vencidos. Se trata de una literal ilustración de la frase: "A los hombres de Urna, yo, Eannatum, he tirado la red grande".

La misma águila con cabeza de león, que sostiene el dios de la estela de los buitres, reaparece tres veces en una jarra de plata descubierta también en Lagash. Es evidente que se trata del emblema de la ciudad, pero es un águila extraña porque en esta jarra, consagrada por el rey Entemena, aparece con un ombligo fuertemente dibujado. ¿Se trata de una enérgica alusión al origen de la vida? En todo caso, el estremecimiento comunicado por el buril a este monstruo que agarra ciervos, cabras y leones, contrasta con la finura perfecta y fría del perfil de la jarra. En lo alto, justo antes del cuello de este vaso, figura un friso con siete terneras -siete es un número sagrado-, cuya pacífica calma corona los conflictos de los animales sagrados.

Ur-Nina (Museo Nacional, Damasco). Estatuilla votiva en alabastro de la cantante del templo de lshtar, en Mari. La cantante sentada sobre un cojín y con sus brazos incompletos sobre el pecho en actitud de adoración. Los largos cabellos rizados aún conservan su color negro original y sus ojos son incrustaciones de lapislázuli. Las vestiduras indican que no sólo era cantante sino también bailarina. Tiene una antigüedad de alrededor de 2000 a.C.
El rey Ur-Niná con su familia (Musée du Louvre, París) Tableta que muestra al rey de Lagash, a la izquierda, con el busto de frente y la cabeza de perfil; viste el kaunakes y lleva una esportilla de albañil sobre la cabeza rapada. A su lado está la princesa Lidda seguida por sus hijos que llevan sus nombres respectivos grabados en los faldones. Al parecer, esta tableta conmemora el inicio de la construcción de un templo. En el registro inferior, Ur-Niná alza la copa entre el servidor y sus cuatro hijos. Este frágil documento de arcilla data de hacia 2875 a.C. y ostenta caracteres cuneiformes arcaicos.
La perfección de este vaso de Entemena introduce en el mundo fabuloso de las obras artísticas de metal que realizaron los sumerios. No hay civilización que haya realizado tales maravillas en oro y lapislázuli, a mediados del III milenio a.C., como las que se hallaron en las "tumbas reales" de Ur.

La magnitud de los hallazgos realizados hasta la fecha en materia de arquitectura funeraria permite referirse a un auténtico Cementerio de Ur, con más de 1.800 inhumaciones. Así, durante el invierno de 1927 a 1928, los arqueólogos de la misión conjunta del British Museum y de la universidad de Pensilvania descubrieron en Ur dos tumbas con un tesoro fantástico. No tenían una monumentalidad impresionante: eran simplemente espacios subterráneos a los que conducía una rampa para la ceremonia del funeral. Una vez terminado, todo había sido cubierto de tierra. Lo que hallaron los arqueólogos fue algo horrible: en la rampa y en la antecámara había sesenta y ocho esqueletos de hombres y mujeres en posición que indicaba que habían sido asesinados allí mismo, sin hacer resistencia ni recibir mutilaciones. Los guardias y servidores de los príncipes parecían haber sido previamente drogados para acompañar a sus amos a través de la muerte.

Lo horrible se mezcla aquí a lo maravilloso, porque el ajuar funerario es de una riqueza material incalculable (enormes cantidades de objetos de oro, perlas, lapislázuli, marfil y madreperla) y de un mérito artístico extraordinario. En la primera de las tumbas, perteneciente a la reina Shubad, se encontró junto a su cabeza la concha con un colorante verde que usaba para maquillarse los ojos; llevaba puestos dos pares de grandes pendientes y varios collares pendían sobre su pecho. Todo de oro y piedras. Pero lo más sensacional era el tocado de hojas y flores de oro que adornaba su cabeza, hoy conservado en el Museo de la Universidad de Pensilvania, en Filadelfia.

Estela de los Buitres (Musée du Louvre, París). Detalle del célebre monumento fechado hacia 2450 a.C., que conmemora la victoria de Eannatum de Lagash sobre la vecina ciudad de Umma. El rey avanza al frente de sus soldados, que se protegen con sus escudos de cuero y mantienen las lanzas en posición de ataque, al tiempo que pisan con olímpico desprecio los cadáveres desnudos de los enemigos.
Estela de los Buitres (Musée du Louvre, París). En este detalle de la estela se ve al dios sumerio Ningirsu atrapando a los hombres de Urna, enemigos de Eannatum. Las figuras se presentan con el torso de frente y la cabeza de perfil, y el tamaño del personaje está en relación directa con su jerarquía social.
Las otras mujeres sacrificadas en el funeral también iban fantásticamente enjoyadas. Los soldados llevaban puesto el casco y tenían sus armas. Una muchacha, que debía ser la arpista de la reina, tenía el instrumento apoyado sobre el pecho, como si debiera tocar eternamente. Todas las víctimas de aquella matanza ritual habían sido arregladas con decente compostura. Había además vasos de oro y plata, arpas, cofres y tableros para un juego semejante al ajedrez, todo de oro, cristal de roca y nácar.

Vaso de plata de Entemena (Musée du Louvre, París).
Vaso procedente de Tello, que el rey Entemena dedicó
al dios Nirgisu. El águila leontocéfala, trazada al buril
con maravillosa técnica, se repite hasta cuatro veces.
Tiene siempre en sus garras distintos animales: leones,
ciervos, cabras monteses. La pieza, obra maestra de la
orfebrería de todos los tiempos, está fechada hacia el
2500 a.C.
Entre los tesoros de la reina Shubad y los de otras tumbas (de particular riqueza es la tumba de Meskalamdug, descubierta dos años más tarde) llaman la atención las arpas que llevan como mascarones de proa cabezas de toro, de oro y lapislázuli. La madera había desaparecido, pero los mosaicos riquísimos que cubrían las cajas de resonancia y los brazos que sostenían las cuerdas, se habían conservado en su lugar, y permitieron una restauración completa de tales instrumentos. En un ángulo de la antesala de la tumba de la reina Shubad se encontraron dos estatuas de macho cabrío, de oro y lapislázuli, que apoyaban sus patas anteriores en unos estilizados arbustos en flor.

Del ajuar hallado en las tumbas reales de Ur también destacaríamos algunas piezas que por su belleza aún hoy nos siguen deleitando. Un Carnero apoyado en el árbol de la vida, hecho con materiales preciosos, como el oro o el lapislázuli, una Testuz de toro, parte delantera de una lira. También hay vasos de oro, agujas para la manicura, tocados para el pelo llenos de abalorios de oro y piedras preciosas, etc. Se llevaban a la tumba aquello que más les había satisfecho en vida, ya fueran objetos de la vida cotidiana o personas muy allegadas a ellos. En tumbas posteriores ya no se han encontrado estas ofrendas humanas, si no que unas estatuillas representando a los servidores han hecho la función de acompañamiento en el entierro real.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario.

Punto al Arte