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Artistas de la A a la Z

La época de las primeras dinastías sumerias

El más extraordinario invento de los sumerios fue la escritura. Tal invención debió realizarse alrededor del año 3000 a.C. Los textos más antiguos de Uruk emplean cerca de 900 signos, la mayoría de los cuales son ideogramas que representan palabras. Pero con bastante rapidez se fue reduciendo el número hasta llegar a la abstracción que representa inventar signos que sólo representan sonidos. A partir de este momento la humanidad se encuentra ya en tiempos históricos.

Tableta sumeria (Musée du Louvre, París). Pieza de hacia 2500 a.C., procedente de Lagash. Representa a un orante con desnudo ritual que ofrece la libación a la diosa de la montaña, posiblemente con el fin de conseguir que por magia simpática ésta provoque la lluvia fertilizante. Se supone que por el orificio central de la tableta se vertía el agua sagrada o la sangre de los sacrificios.
El primer período de la historia mesopotámica es llamado early dinastic (dinastías antiguas) por los ingleses. Otros prefieren denominarlo "presargónico", puesto que, como se verá, la unificación del país bajo Sargón I (un rey semita) representó algo muy importante para la historia y el arte.

Con uno u otro nombre, este primer período está centrado en torno a las producciones artísticas de la I dinastía de Ur y de la primera de Lagash. En el norte del país, muy lejos del delta, desempeñó un papel fundamental la ciudad de Mari. El período presargónico duró más de tres siglos, aproximadamente del 2800 al 2470 a.C. Es contemporáneo, por tanto, de las primeras dinastías del Antiguo Imperio egipcio.

El intendente Ebih-il de la ciudad de Mari (Musée du Louvre, París). Este personaje vivió en la primera mitad del III milenio a.C. Cuando, en 1933, se descubrió Mari, fueron hallados varios retratos como éste, en posición de orantes, con expresión beatífica y vestidos con el kaunakes de piel de cordero, cuyos vellones de lana se ven aquí cuidadosamente estilizados. 
Ejemplo del impetuoso desarrollo arquitectónico de esta época son los templos de Al-Ubaid y de Mari. Al-Ubaid (que los franceses transcriben del árabe como El Obeid) es una localidad situada a siete kilómetros de Ur. Hall, del British Museum, dirigió la excavación del templo y tuvo la fortuna de hallar la inscripción que describe la fundación del mismo. Gracias a ella sabemos que fue dedicado por un rey de la I Dinastía de Ur a la diosa Nin-Kursag, la diosa madre de los sumerios. Estaba situado en lo alto de una plataforma y rodeado por un recinto ovalado. Las paredes de ladrillo cocido al horno tienen unas pilastras salientes que quedarán como características de toda la arquitectura sumeria.

Son como gigantescas estrías que marcan sombras rectilíneas, paralelas y verticales, en las que reside gran parte del secreto de la belleza de las construcciones sumerias: las amplias superficies de las paredes se convierten así en una composición alternada de zonas brillantes y líneas oscuras de sombra que resbalan a lo largo del muro. En Mari hay varios templos de esta época, el mejor conservado de los cuales es el de Ninni-Zazá. Las construcciones que lo componen flanquean un patio cuadrado, cuyos muros también tienen las típicas pilastras que hacían jugar los contrastes del negro y el blanco. En el centro del patio se encontró la piedra sagrada en tomo a la cual debían desarrollarse las procesiones.

lku-Shamagan (Museo Nacional, Damasco). Detalle de la estatuilla votiva del rey de Mari, esculpida en alabastro (hacia 3000 a.C.). El detalle de la cabeza muestra una imagen intrépida con unos ojos inquisidores hechos de concha, betún y lapislázuli, que sobresalen de las órbitas. Una larga barba le confiere un aspecto majestuoso.
Algunas tabletas sumerias con relieves, como la que se publica aquí, procedente de Lagash, tienen un agujero en el centro por el que se debía verter el agua sagrada o la sangre de los sacrificios. En los relieves que las adornan, el sacerdote oficiante aparece siempre desnudo. Es una idea que se encuentra en muchos lugares y épocas distintas; la de que hay que acercarse al dios, desnudo como se ha nacido. Todavía en el siglo V a.C., Prisciliano y sus seguidores se retiraban a lugares secretos para orar desnudos.

En Mari se han hallado los que son -sin duda- algunos de los más antiguos retratos conservados. La estatua del intendente de la ciudad Ebih-ll, la del rey Iku-Shamgan, la del funcionario Nani. Todos ellos, como docenas de otras estatuitas anónimas, que eran llevadas como exvotos a los templos, presentan personajes orantes, con la mirada perdida en lejana contemplación y una expresión de paz sonriente, de bondadosa afabilidad en el rostro, que indica que el terror y las angustias han sido desechados. Estos personajes van ataviados con un curioso vestido de forma acampanada, llamado kaunakes, confeccionado con piel de cordero, cuyos vellones de lana han  sido esculpidos cuidadosamente. Todos, hombres y mujeres, tienen las manos juntas, en una posición que debe ser la ritual de la oración.

Estandarte de Ur, cara de la guerra (Museo Británico, Londres). Célebre monumento en forma de facistol con representaciones en sus cuatro caras, compuesto por un mosaico de marfil sobre lapislázuli. Esta cara ofrece la primera representación plástica de un combate con carros de guerra. La narración empieza por el registro inferior: los anagros comienzan por tirar del carro al paso y acaban arrastrándolo al galope. En el registro intermedio, los vencedores, con casco y manto de cuero claveteado, reúnen a los prisioneros, que presentan luego al rey en el registro superior. 
La vida de los príncipes de la I Dinastía de Ur está maravillosamente contada en el llamado Estandarte de Ur, que conserva el British Museum. Se trata de una pieza en forma de facistol, ornamentada por sus cuatro caras con un mosaico de piezas de marfil que destacan sobre el fondo azul oscuro de piezas de lapislázuli. Los dos paneles más largos son los más característicos. En ellos se ven ilustrados dos aspectos de la existencia, las dos caras de la vida: la guerra y la paz. En ambas caras, la narración gráfica empieza por abajo.

En la primera vemos al rey con su escudero subidos al carro y representados en cuatro posiciones, desde el paso al galope; se trata del "primer dibujo animado" en el que el carro de guerra, mirado de derecha a izquierda, cada vez va más deprisa. En el registro intermedio, los vencedores, con casco y manto, conducen a los prisioneros. La escena acaba en el registro alto donde los vencidos, atados de dos en dos, son presentados al rey que ya ha descendido de su carro; el escudero tiene las riendas de los cuatro caballos. En la otra cara, la de la paz, los criados transportan a palacio todo lo necesario para la fiesta; en el registro más alto, el rey viste el kaunakes y bebe, copa en mano, en compañía de sus invitados, mientras una cantante y un arpista los distraen con su música. Es curioso que todas estas escenas hayan de leerse de abajo arriba. Esto hace pensar que la pieza debía mirarse desde abajo y justifica el nombre que le dio Woolley, su descubridor: Estandarte real de Ur.

Las excavaciones de Lagash han proporcionado diversos relieves, vasos y objetos que nos informan sobre nuevos detalles de la vida en los tiempos presargónicos. En un relieve del Louvre, gracias a sus inscripciones, ha podido identificarse a Ur-Niná, rey de la I Dinastía de Lagash. A la izquierda, aparece Ur-Niná con una esportilla de albañil en la cabeza y, enfrente de él, sus cinco hijos; en primer lugar, está situada la princesa Lidda, vestida con kaunakes. Es evidente que se trata de la escena de colocación del primer ladrillo de un templo. Es interesante que el rey quiera aparecer como un simple albañil. A la derecha, se repite la figura de Ur-Niná, esta vez sentado en su trono y bebiendo en una copa. Frente a él le acompañan sus cuatro hijos varones.

Estandarte de Ur, cara de la paz (Museo Británico, Londres). En esta cara, el registro inferior muestra a los criados transportando a palacio los diversos manjares para el festín que ha de celebrar la victoria. En el registro superior, el rey no lleva ya su atavío de guerra, sino el kaunakes y, copa en mano, escucha con sus invitados el concierto que le ofrece la cantante acompañada por el arpista.
Las excavaciones de Lagash proporcionaron, roto en pedazos, otro relieve hoy famoso con el nombre de estela de los buitres. Se trata de la narración histórica de las victorias del nieto de Ur-Niná, Eannatum. En la inscripción, el propio rey explica que el dios Ningirsu se le apareció en sueños y le prometió la victoria. De las diversas escenas que componen la estela, la mejor conservada es la que representa la marcha hacia el campo de batalla: el propio Eannatum, revestido de una túnica espesa, conduce a sus soldados; éstos aparecen como una potente masa de combatientes con casco, grandes escudos y lanzas en ristre, que pisotean los cadáveres desnudos de los enemigos ya vencidos. En otros fragmentos de la estela figuran otras escenas de la batalla y el propio dios Ningirsu con un águila, cuyas garras cogen la red que envuelve a los vencidos. Se trata de una literal ilustración de la frase: "A los hombres de Urna, yo, Eannatum, he tirado la red grande".

La misma águila con cabeza de león, que sostiene el dios de la estela de los buitres, reaparece tres veces en una jarra de plata descubierta también en Lagash. Es evidente que se trata del emblema de la ciudad, pero es un águila extraña porque en esta jarra, consagrada por el rey Entemena, aparece con un ombligo fuertemente dibujado. ¿Se trata de una enérgica alusión al origen de la vida? En todo caso, el estremecimiento comunicado por el buril a este monstruo que agarra ciervos, cabras y leones, contrasta con la finura perfecta y fría del perfil de la jarra. En lo alto, justo antes del cuello de este vaso, figura un friso con siete terneras -siete es un número sagrado-, cuya pacífica calma corona los conflictos de los animales sagrados.

Ur-Nina (Museo Nacional, Damasco). Estatuilla votiva en alabastro de la cantante del templo de lshtar, en Mari. La cantante sentada sobre un cojín y con sus brazos incompletos sobre el pecho en actitud de adoración. Los largos cabellos rizados aún conservan su color negro original y sus ojos son incrustaciones de lapislázuli. Las vestiduras indican que no sólo era cantante sino también bailarina. Tiene una antigüedad de alrededor de 2000 a.C.
El rey Ur-Niná con su familia (Musée du Louvre, París) Tableta que muestra al rey de Lagash, a la izquierda, con el busto de frente y la cabeza de perfil; viste el kaunakes y lleva una esportilla de albañil sobre la cabeza rapada. A su lado está la princesa Lidda seguida por sus hijos que llevan sus nombres respectivos grabados en los faldones. Al parecer, esta tableta conmemora el inicio de la construcción de un templo. En el registro inferior, Ur-Niná alza la copa entre el servidor y sus cuatro hijos. Este frágil documento de arcilla data de hacia 2875 a.C. y ostenta caracteres cuneiformes arcaicos.
La perfección de este vaso de Entemena introduce en el mundo fabuloso de las obras artísticas de metal que realizaron los sumerios. No hay civilización que haya realizado tales maravillas en oro y lapislázuli, a mediados del III milenio a.C., como las que se hallaron en las "tumbas reales" de Ur.

La magnitud de los hallazgos realizados hasta la fecha en materia de arquitectura funeraria permite referirse a un auténtico Cementerio de Ur, con más de 1.800 inhumaciones. Así, durante el invierno de 1927 a 1928, los arqueólogos de la misión conjunta del British Museum y de la universidad de Pensilvania descubrieron en Ur dos tumbas con un tesoro fantástico. No tenían una monumentalidad impresionante: eran simplemente espacios subterráneos a los que conducía una rampa para la ceremonia del funeral. Una vez terminado, todo había sido cubierto de tierra. Lo que hallaron los arqueólogos fue algo horrible: en la rampa y en la antecámara había sesenta y ocho esqueletos de hombres y mujeres en posición que indicaba que habían sido asesinados allí mismo, sin hacer resistencia ni recibir mutilaciones. Los guardias y servidores de los príncipes parecían haber sido previamente drogados para acompañar a sus amos a través de la muerte.

Lo horrible se mezcla aquí a lo maravilloso, porque el ajuar funerario es de una riqueza material incalculable (enormes cantidades de objetos de oro, perlas, lapislázuli, marfil y madreperla) y de un mérito artístico extraordinario. En la primera de las tumbas, perteneciente a la reina Shubad, se encontró junto a su cabeza la concha con un colorante verde que usaba para maquillarse los ojos; llevaba puestos dos pares de grandes pendientes y varios collares pendían sobre su pecho. Todo de oro y piedras. Pero lo más sensacional era el tocado de hojas y flores de oro que adornaba su cabeza, hoy conservado en el Museo de la Universidad de Pensilvania, en Filadelfia.

Estela de los Buitres (Musée du Louvre, París). Detalle del célebre monumento fechado hacia 2450 a.C., que conmemora la victoria de Eannatum de Lagash sobre la vecina ciudad de Umma. El rey avanza al frente de sus soldados, que se protegen con sus escudos de cuero y mantienen las lanzas en posición de ataque, al tiempo que pisan con olímpico desprecio los cadáveres desnudos de los enemigos.
Estela de los Buitres (Musée du Louvre, París). En este detalle de la estela se ve al dios sumerio Ningirsu atrapando a los hombres de Urna, enemigos de Eannatum. Las figuras se presentan con el torso de frente y la cabeza de perfil, y el tamaño del personaje está en relación directa con su jerarquía social.
Las otras mujeres sacrificadas en el funeral también iban fantásticamente enjoyadas. Los soldados llevaban puesto el casco y tenían sus armas. Una muchacha, que debía ser la arpista de la reina, tenía el instrumento apoyado sobre el pecho, como si debiera tocar eternamente. Todas las víctimas de aquella matanza ritual habían sido arregladas con decente compostura. Había además vasos de oro y plata, arpas, cofres y tableros para un juego semejante al ajedrez, todo de oro, cristal de roca y nácar.

Vaso de plata de Entemena (Musée du Louvre, París).
Vaso procedente de Tello, que el rey Entemena dedicó
al dios Nirgisu. El águila leontocéfala, trazada al buril
con maravillosa técnica, se repite hasta cuatro veces.
Tiene siempre en sus garras distintos animales: leones,
ciervos, cabras monteses. La pieza, obra maestra de la
orfebrería de todos los tiempos, está fechada hacia el
2500 a.C.
Entre los tesoros de la reina Shubad y los de otras tumbas (de particular riqueza es la tumba de Meskalamdug, descubierta dos años más tarde) llaman la atención las arpas que llevan como mascarones de proa cabezas de toro, de oro y lapislázuli. La madera había desaparecido, pero los mosaicos riquísimos que cubrían las cajas de resonancia y los brazos que sostenían las cuerdas, se habían conservado en su lugar, y permitieron una restauración completa de tales instrumentos. En un ángulo de la antesala de la tumba de la reina Shubad se encontraron dos estatuas de macho cabrío, de oro y lapislázuli, que apoyaban sus patas anteriores en unos estilizados arbustos en flor.

Del ajuar hallado en las tumbas reales de Ur también destacaríamos algunas piezas que por su belleza aún hoy nos siguen deleitando. Un Carnero apoyado en el árbol de la vida, hecho con materiales preciosos, como el oro o el lapislázuli, una Testuz de toro, parte delantera de una lira. También hay vasos de oro, agujas para la manicura, tocados para el pelo llenos de abalorios de oro y piedras preciosas, etc. Se llevaban a la tumba aquello que más les había satisfecho en vida, ya fueran objetos de la vida cotidiana o personas muy allegadas a ellos. En tumbas posteriores ya no se han encontrado estas ofrendas humanas, si no que unas estatuillas representando a los servidores han hecho la función de acompañamiento en el entierro real.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat

La Epopeya de Gilgamesh


Fragmento de terracota (Museo Israelí, Jeru-
salén). Texto que narra las hazañas del héroe,
procedente de Megiddo (Israel).
La Epopeya de Gilgamesh es una de las obras literarias más importantes de la antigüedad, y sus ecos resuenan en la literatura posterior, desde la Biblia hasta Homero. Gilgamesh fue el cuarto rey de Uruk hacia el año 2750 a.C. y es el protagonista de esta epopeya, en la que se cuentan sus aventuras y la búsqueda de la inmortalidad junto a su amigo Enkidu. 

La historia de Gilgamesh está escrita en doce tablillas halladas entre las ruinas de la biblioteca de Assurbanipal, en Nínive. Se sabe que esta versión fue escrita por Shin-eqi-unninni, lo que le convierte en el autor conocido más antiguo de la humanidad.

De las doce tablillas sobre Gilgamesh, once conforman el poema, probablemente escrito hacia la primera mitad del II milenio a.C.. y la última representa una narración de origen independiente, sobre el mismo rey, más reciente que las anteriores, escrita hacia el final del 1 milenio a.C.

Gilgamesh es un rey que oprime a los ciudadanos de Uruk, por lo que éstos claman ayuda a los dioses, quienes crean a Enkidu para que luche contra Gilgamesh y le derrote. Pero el combate resulta muy igualado, y ambos luchadores se hacen amigos y deciden hacer un largo viaje en busca de gloria y aventuras, en el que aparecerán toda clase de animales fantásticos y peligrosos. La narración concluye, tras innumerables vicisitudes, con un final feliz, pues Gilgamesh, que ha visto morir a Endiku y ha conocido toda clase de frustraciones y miedos, se dedica a trabajar, a su regreso, por el bien de su pueblo.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat.

El nacimiento de la arquitectura

Como ya hemos indicado, los arquitectos mesopotámicos tenían pocos materiales para poder realizar sus edificaciones y debían abastecerse con lo que más tenían a mano, que en este caso era el barro. Realizaban ladrillos de arcilla cruda, amasados y secados al sol para levantar sus edificios. Estos ladrillos reciben el nombre de adobe. En algunas ocasiones los llegaban a cocer, pero sólo en el caso de servir como revestimiento o para las partes ornamentales de las edificaciones. Esta técnica influirá en toda Asia Occidental, pero como podemos deducir, era una técnica muy poco estable y en numerosas ocasiones los reyes debían ocuparse, durante su reinado, de reconstruir y restaurar los edificios más importantes de la ciudad. 


Daga y vaina de oro. Piezas sumerias procedentes del cementerio real de Ur, que están datadas hacia 2450 a C. y denotan una extraordinaria habilidad en el tratamiento de los metales y su decoración.
Se analizarán las distintas tipologías arquitectónicas que se podrían encontrar en una ciudad importante de la época. La más común; la vivienda. Como pasaba con el resto de edificaciones, resultaba muy inestable y en ocasiones era la misma familia la que reconstruía su propia casa, sobre los escombros de la anterior. Solían ser de forma cúbica, con una planta cuadrada. En la parte superior de la casa se encontraban las habitaciones de los diferentes miembros de la familia y en la zona inferior se centraban las estancias comunes, como la cocina, el vestíbulo, la despensa, etc.

Otro de los edificios que podíamos encontrar en las ciudades más importantes es el palacio, centro neurálgico de la administración de la ciudad. En él vivía el soberano rodeado de su séquito, criados, lacayos, etc., con varias zonas muy bien delimitadas. La más privada, donde el monarca desarrollaba su vida más íntima. La zona de trabajo, donde los funcionarios desarrollaban y hacían posible funcionar la gran maquinaria burocrática. Y la zona sagrada, donde se celebraban algunas ceremonias religiosas. Dado su gran polivalencia, el palacio era una gran sucesión de pasillos y estancias que se desarrollaban de forma horizontal y no vertical. Los funcionarios, escribas, artesanos, etc., no sólo trabajaban allí, sino que además vivían en este edificio, por lo que es posible hacerse una idea de las dimensiones que en ocasiones llegaban a adquirir. 


Juego real (Museo Británico, Londres). Juego hallado en el cementerio real de Ur compuesto por un tablero geométrico de veinticuatro casillas y catorce fichas, que está datado entre 5000 y 2000 a.C. Junto a él se encontró una tablilla que explicaba las reglas para jugar.
Como muchos de los edificios públicos de las ciudades mesopotámicas, los palacios se construían sobre un terraplén para evitar las humedades propias de un país situado entre dos ríos. Aunque los sumerios conocían el arco y la bóveda, los techos normalmente eran planos y se recubrían con betún para aislarlos con mayor eficacia de las inclemencias del tiempo. Normalmente, en las entradas de los edificios se colocaban esculturas con representaciones de genios o toros alados y barbudos, con cabeza humana y con una función doble de protección y vigilancia. Y no existían edificios dedicados al deporte o a los espectáculos porque toda la vida cotidiana estaba condicionada por la religión.
Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat

El templo como centro político y económico

La arquitectura religiosa mesopotámica más antigua es la Caldea y existen dos tipos de templos caldeas. El primero, y más antiguo, es un templo de un solo piso, con tablados de madera en el interior para depositar las ofrendas e imágenes de la divinidad. El segundo tipo, algo más moderno, es un templo levantado sobre una terraza, con un santuario al fondo y un altar de sacrificio, a menudo fuera, al pie del terraplén, en el eje de la puerta. Existen dos ejemplos muy conocidos de templos caldeas, nos referimos al Templo Blanco y al Templo Rojo. Eran construcciones de la época anterior al Diluvio. Estaban construidos uno sobre el otro y eran de ladrillo cocido. Asimismo, el Templo Blanco se trata del primer intento realizado de construir una escalera entre la tierra y el cielo para asegurarse a toda costa el descenso de los dioses.

Casco de oro del rey Meskalamdug (Museo de Bagdad). Este casco exquisitamente labrado hacia 2450 a.C. fue hallado en una de las lápidas del cementerio real de Ur.
Cada ciudad se encontraba dedicada a un dios. Y el templo, símbolo de la divinidad, era el centro económico, político y religioso, poseía tierras de cultivo, rebaños, almacenes y talleres. Los sacerdotes organizaban el comercio y empleaban a campesinos, pastores y artesanos, quienes recibían como pago tierra para cultivo o cereales, dátiles o lana.

La lira de la reina (Museo Británico, Londres). Instrumento de cuerda con una cabeza de toro hallado en las tumbas reales del cementerio de Ur, que tiene una antigüedad entre 2600 y 2400 a.C. Junto al instrumento se encontraron los cuerpos enjoyados de diez mujeres, que se supone fueron sacrificadas, y una de ellas tenía los huesos de las manos en posición de hacer sonar las cuerdas inexistentes.
Placa de concha (Museo Británico, Londres). Hallada en la tumba de Pu-Abi en el cementerio de Ur, posiblemente fue la decoración de una lira. El motivo decorativo, dos carneros enfrentados, está silueteado sobre la concha, y el fondo está cubierto de betún.
Era obligatorio acercarse al templo, aunque no lo fuese creer en lo que representaba. El templo y su dios tenían un valor simbólico, no salvífico. En épocas antiguas la religión no se podía establecer directamente con los dioses, sino que pasaba forzosamente por el templo, que controlaba la relación con la divinidad. 

Los templos, instrumentos políticos, ponían y quitaban gobernantes. El rey gobernaba la ciudad como un designado por los dioses, y se dedicaba a funciones menos especializadas que los sacerdotes, como la política exterior y sobre todo a la guerra. El rey vivía en el palacio, que solía estar cerca del templo pero era mucho más pequeño, lo que ilustra bien quien detentaba realmente el poder. Esta situación fue cambiando a medida que los ejércitos crecían, ya que el jefe del ejército era el rey. En las zonas sagradas empezaron a construirse palacios, y los palacios comenzaron a rivalizar en tamaño y esplendor con el templo. Cuando el templo y el palacio se convertían en dos sistemas opuestos de poder, se mantenían en un equilibrio con frecuencia difícil. Para beneficio del ciudadano, un poder vigilaba al otro.

Estatua de macho cabrío en oro, plata y lapislázuli, procedente de las tumbas reales de Ur (Museo Británico, Londres). Este animal, apoyado sobre un arbusto florido, o árbol sagrado, ilustra una tema mesopotámico cuya significación no está del todo clara, pero que se relaciona con aquella preocupación por la fecundidad que fue idea fija, obsesiva, de un pueblo que todo lo fiaba en la divinidad: desde la protección del ganado contra las fieras hasta la protección de las buenas cosechas.
 
Casa circular (Museo Nacional, Damasco). Modelo de terracota del período presargónico (2900-2460 a.C.), hallado en el sudeste del templo de Nini-Zaza, en Mari.

 Cuando los vencedores deseaban asimilar a un pueblo conquistado, los dioses de las ciudades vencidas, con sus templos y sus sacerdotes, eran reconocidos como tales por los vencedores, aunque puestos a menudo en el lugar jerárquico de poderes protectores secundarios dentro del panteón del vencedor. Cuando los vencedores deseaban destruir a los vencidos, destruían su templo, que era el símbolo de su existencia no sólo como nación, sino también como pueblo. Por eso las luchas no eran sólo entre gobernantes de ciudades rivales, sino también entre dioses.

Casa cúbica (Museo Nacional, Alepo). Modelo de terracota del período acadio (2900-2290 aC), procedente de Salamiyya, cerca de Hama.
       En general, en los templos se busca la solidez de los muros, por lo que predomina la horizontalidad por encima de la verticalidad. Son muros muy gruesos en la parte inferior y se busca abrir el mínimo número de puertas y ventanas para ganar en robustez. Los templos, al igual que los demás edificios, estaban hechos de ladrillos de barro sin cocer, y para que los muros, vistos desde el exterior, no fueran grandes masas de ladrillos sin ningún tipo de ornamentación, se realizaban, a lo largo de todo el perímetro, filas de ladrillos que sobresalían del resto, como amplias franjas verticales que daban cierto dinamismo al conjunto y mediante las luces y las sombras que se producían provocaban cierta plasticidad.

Como en el caso de los palacios, se construyen sobre un terraplén. Los techos suelen ser planos y sólo en el Alto Tigris se ha conocido la noticia de tejados a doble vertiente o a dos aguas. Las columnas eran poco utilizadas, aunque en los templos de El Obeid, de la I Dinastía de Ur, se han encontrado restos de un tronco de palmera recubierto con cobre o incrustaciones policromas que reproducían la textura del auténtico árbol.

Cabeza de bronce. Esta escultura puede representar al rey Sargón o a su nieto Naram-Sin que gobernaron a los acadios, un pueblo semita que vivía al norte de la antigua Babilonia.
    En este mismo templo puede observarse otra de las constantes que aparecían en los templos mesopotámicos, la ornamentación en las paredes en forma de frisos. Destaca el friso de la lechería, donde sobre un fondo de betún se han dispuesto una serie de figuras humanas y vacas. Algunos hombres se disponen a ordeñar a las vacas mientras otros recogen la leche en odres.

En la antigua Mesopotamia no existía el sentido del arte actual, sino que estaba al servicio del gobierno y era una expresión del poder. Así que los artistas eran anónimos y el arte estaba supeditado al poder, el gobierno era su dueño, por lo que los artistas eran anónimos. El arte era una técnica para relacionarse con lo sobrenatural reproduciendo su poder mágico para relacionar a las divinidades con la vida de los humanos.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat.

El arte acadio

Todo el esplendor sumerio debió ser destruido hacia el año 2470 a.C. por los semitas nómadas, los "cabezas negras", instalados en la zona central de Mesopotamia desde principios del III milenio. El vencedor fue un guerrero semita de origen humilde que se hizo coronar con el nombre de Sharrukenu (rey legítimo). De ese nombre deriva el de Sargón, con que normalmente lo designamos. Para diferenciarlo del asirio Sargón, del que tratará el capítulo próximo, se le llama Sargón de Akkad, lo que alude al país de los semitas, de donde procedía.

Escritura cuneiforme (Ashmolean Museum, Universidad de Oxford). Tabletas de barro cocido, en las que se registran unos contratos. Pertenecen al período acadio (hacia 2400- 2200 a.C.).

    
Estos semitas o acadios dominaron Mesopotamia durante dos siglos, y pudieron haberlo hecho por más tiempo si sus reyes hubieran mantenido el poder férreo de Sargón y sus inmediatos sucesores.

Hacia el 2470 a.C. los semitas de Akkad, guiados por Sargón, conquistan, no sólo la zona de Sumer, sino toda Mesopotamia y Siria hasta el Mediterrá­neo. Sargón creó un aparato burocrático mucho mayor que el que ya existía y quiso potenciar la idea de adoración al rey como un rey-dios en vida. Otra de las modificaciones que introdujo el rey en su reinado fue la lengua oficial, que pasó a ser el acadio, una lengua semita. No cambió los dirigentes de las ciudades sometidas y sólo nombró nuevos mandatarios en las ciudades conquistadas o de nueva fundación.

Entre el reinado de Sargón y el de Naram-Sin existió un período gobernado por los reyes Rimush y Manishtusu, momento en el que el Imperio consolidó sus fronteras.

Naram-Sin pasó a denominarse «rey de las cuatro regiones», tal era su grandeza de poder y tan amplio su territorio conquistado.

Estela del rey Sargón de Akkad (Musée du Louvre, París). Fragmento de la estela de diorita que relata la historia de este rey. Aquí los prisioneros no están representados en forma de masa como en el arte sumerio, sino que tienen cierta individualización, a pesar de que las escenas siguen distribuyéndose en registros superpuestos. Está fechada hacia el año 2400 a.C.
El arte acadio tiene las mismas características de su política. Desde el primer momento, los príncipes acadios tuvieron el acierto de presentarse como continuadores de los monarcas sumerios, y el arte de este período demuestra que no hubo ningún corte en la civilización, Sólo el espíritu semita aporta una sensibilidad y una fantasía que alejan la rigidez, el duro hieratismo de los sumerios, Los acadios adoptaron también la escritura cuneiforme de los sumerios, pese a que debió costar gran esfuerzo es­cribir una lengua semítica con aquellos signos in­ventados para un idioma completamente distinto, lo que más cambió fue la moda: toda la población empezó a dejarse crecer el pelo y a usar grandes barbas. Eran señal de fuerza que caracterizaban a los dioses y a los reyes.

Diosa de Sumer (Musée du Louvre, París). Adoptada por los acadios con el característico cetro de la doble serpiente, símbolo de la fecundidad de la tierra, su túnica de flecos de lana se inspira indiscutiblemente en el kaunakes sumerio.
Esta continuidad política y artística del período acadio se hace visible desde las obras que datan de su primer soberano, Sargón de Akkad hizo esculpir el relato de sus victorias en una estela de diorita, uno de cuyos fragmentos se conserva actualmente en el Musée du Louvre. Allí se aprecia la procesión de prisioneros, buitres y una gran red, los mismos temas usados en la estela del sumerio Eannatum.

      Mucho más importante es la estela de Naram-Sin, nieto de Sargón, también en el Louvre. Fue hallada en Susa, adonde había sido transportada desde el país acadio, mil años más tarde, como botín de guerra. Es un bloque de arenisca rosada que ha sufrido algo por la erosión, pero aún está lo suficiente bien conservado para que haya sido considerado como una de las obras maestras de la plástica del Oriente antiguo.

Aquí también, como en la "estela de los buitres", se narra una victoria militar, pero, mientras el relieve sumerio se impone a la contemplación por su rigidez lógica que aspira a la máxima claridad, la estela de Naram-Sin destaca por su fantasía creadora que hace que se vean dos ejércitos donde no hay más que quince personajes: ocho en un bando y siete en otro. El rey Naram-Sin está en lo alto y usa un casco con dos pares de cuernos, como los que hasta entonces sólo se habían visto sobre las cabezas de los dioses. Victorioso, pisotea los cadáveres de dos vencidos y se apresta a matar a otros dos: uno, de rodillas, ya está atravesado por una lanza; el otro, aún de pie, junta las manos suplicante. Los guerreros acadios que acompañan al rey avanzan en doble columna hacia arriba, mientras los enemigos yacen en el suelo o huyen. En lo alto, brillan dos estrellas, símbolos astrales de las divinidades propicias al vencedor.

Cilindrosello acadio (Museo Británico, Londres). Este sello tiene grabada una escena ritual, en la que un hombre sujeta un buey que tira de un arado al que guían dos figuras barbadas.
La fantasía y la libertad aportadas al arte mesopotámico por los acadios introdujeron también cambios análogos en la religión y, naturalmente, en las representaciones religiosas. Hasta entonces, los dioses sólo habían intervenido muy discretamente en el campo del arte, ahora en cambio, en manos de artistas semitas, aparecen con frecuencia. Shamash, el dios solar, e Ishtar, la diosa de la guerra y del amor, son figuras que empiezan a hacerse familiares y esta familiaridad aumentará en las producciones artísticas del período babilónico, nueva etapa de preponderancia semita, de la que tratará en el capítulo próximo. Las figuras celestiales con cuernos, masculinas o femeninas, abundan cada vez más.

Con frecuencia aparecen en tabletas de arcilla, con un carácter activo, extrañamente próximo a los humanos, como las abundantes representaciones de diosas que andan sublimemente cubiertas de cuernos y con una túnica de flecos de lana que recuerda el viejo kaunakes de los sumerios. A veces llevan en una mano o en ambas cetros simbólicos de difícil interpretación.

Igual impresión de libertad y fantasía nos proporcionan los cilindros de piedra que se utilizaban para sellar las tabletas de arcilla en las que se escribían todos los textos: poemas, epopeyas religiosas, leyes, correspondencia privada o simples cuentas de comerciantes e inventarios. Sustituían a la firma que se pone al pie de un texto. Los sellos más antiguos son piedras talladas planas o ligeramente convexas que producían una impresión al comprimir la arcilla tierna. Pero muy pronto empezaron a usarse sellos cilíndricos que, rodando sobre la arcilla, desarrollaban una imagen repetida tantas veces como giraba el cilindro. De este tipo era ya el llamado cilindro de la Tentación, sumerio, del III milenio a.C. Se trata de un cilindro de piedra, cuyos relieves en negativo, al ser impresos en arcilla, muestran un hombre, una mujer, un árbol y una serpiente. Esta pieza pertenece al III milenio a.C., y, pese a que evoca bastante bien la escena del Edén bíblico, los especialistas opinan hoy que no representa la historia de la primera pareja humana tal como la refiere el Génesis.

Sello de Babilonia (Museo Británico, Londres). Conocido popularmente como cilindro de la Tentación, en él se representa el árbol de la vida, entre un hombre y una mujer, y la sierpe. Se sitúa a mediados del lll milenio a.C., cuando comienzan a aparecer documentos que hacen referencia a la etapa previa al descubrimiento de la escritura. Pese a las analogías con la primera pareja tal como la cuenta el capítulo segundo del Génesis, es dudoso que represente el Jardín del Edén.
En manos de los acadios semitas esta vieja costumbre mesopotámica proporcionó verdaderas obras maestras del relieve que, si fuese mayor su tamaño, ocuparían un lugar preeminente en los museos. La escala minúscula en que fueron realizadas y el hecho de que se trata de grabados hundidos, "en negativo", para que produzcan una huella en relieve, aún hace más notable su perfección. Tales joyas artísticas sólo pueden ser estudiadas haciendo ampliaciones fotográficas de sus pequeños relieves impresos en cera o en arcilla. En ellos, los dioses y los hombres mesopotámicos aparecen con una familiaridad que no se encuentra en los relieves monumentales.

El rey Zu juzgado por el dios Ea (Musée du Louvre, París). Huella en cera de un sello de Akkad, correspondiente a un cilindro de piedra que en el segundo milenio se utilizó para sellar, a modo de firma, las tabletas de arcilla donde se escribían los textos. Su extraordinaria perfección sólo puede apreciarse mediante una gran ampliación fotográfica como la que se ofrece en esta imagen.
El intermedio acadio sólo duró dos siglos. Hordas de guerreros feroces, procedentes de las montañas del Nordeste, destruyeron, hacia el 2285 a.C., el Imperio creado por Sargón de Akkad. Es una historia que se repite a menudo en Mesopotarnia, tierra fértil, entre ríos. En este caso, los invasores fueron los guti. Se sabe poco de ellos, pero es seguro que en esta época las viejas ciudades sumerias, Uruk, Ur y Lagash alcanzaron una autonomía que jamás habían tenido bajo el dominio acadio y, finalmente, lograron una nueva situación política, un estado de cosas que puede considerarse como un retorno a la situación anterior al dominio acadio. Es el período que se llama -por esta razón- neosumerio y que alcanza hasta la caída de Ur, hacia el año 2015 a.C., bajo una nueva invasión semita.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat.

La estela de Naram-Sin


Con la estela de Naram-Sin, hallada en Susa, el relieve acadio alcanza su máximo esplendor. En ella se narra, únicamente por una sola cara, la victoriosa campaña del rey acadio contra los lulubi, pueblo montañés del Zagros.

El rey está en lo alto de una montaña, con un pie sobre un enemigo caído y se yergue potente ante otros dos jefes: uno de rodillas está ya atravesado por una lanza; el otro todavía de pie, tal vez Satuni, el rey de los lulubi, junta las manos suplicando clemencia. Corona la composición los dos astros solares: la estrella del alba, la Venus babilónica, lshtar, y Sin, el astro lunar. Debajo del soberano, aparecen los soldados subiendo al monte por una escarpada ladera.

La temática es evidente: el triunfo del rey ante sus enemigos. La estela presenta sólo el momento más significativo de la batalla, la escena culminante. Destaca la importancia otorgada a la figura del rey, que se ha representado convencionalmente mucho mayor que los soldados. La categoría divina de la figura real está expresada mediante el casco con cuernos, símbolo de poderío y potencia. El plano donde lo divino y de lo humano están perfectamente delimitados.

Los dioses protegen la acción del rey y son, en última instancia, sus valedores supremos, no intervienen como humanos en la lucha, no participan real ni alegóricamente en ella, tan sólo se limitan a observaría con su presencia simbólica en lo alto del cono-montaña donde finaliza el triunfo real.

El período neosumerio

La restauración sumeria no fue una vuelta de la civilización mesopotámica hacia atrás. La Historia no retrocede nunca, y si bien los guti no aportaron nada al arte y a la cultura, la impronta acadia había sido tan fuerte que no pudo ser olvidada. La huella semita puede ser detectada en las obras de este período: una suavización de la rigidez ancestral de los sumerios muestra que, aunque el vigor y la potencia vuelvan a ocupar el primer plano de la creación artística, la lección acadia ha dejado una huella imborrable.

Ruinas de Ur, en el actual lraq. Vista de las ruinas de las murallas que rodeaban la antigua ciudad sumeria de Ur con el zigurat al fondo.
Ur se convirtió nuevamente en ciudad real y con el soberano Ur-Nammu dio comienzo a su ID Dinastía. Ur-Nammu debió de reinar dieciocho años y le sucedió su hijo Shulgi que ocupó el trono cerca de medio siglo. Incontables monumentos, cuyos ladrillos llevan impresos los nombres de estos dos soberanos, muestran la potencia constructora de ambos reyes. La primera preocupación de Ur-Nammu fue fortificar su capital de manera que pudiera resistir cualquier ataque. Las murallas de Ur, que son de esta época, tienen casi 25 metros de ancho en su base. Pero esta obra formidable no es ni mucho menos la construcción más importante de los neosumerios. A mediados del siglo pasado, el emplazamiento de la venerable metrópoli se destacaba en el llano por una gigantesca montaña de ladrillo. Era la ruina del templo de Sin, el dios lunar. Los árabes la llamaban Mugayyar, o sea "la montaña de hormigón", porque veían entre los ladrillos el hormigón que había servido de mortero a los constructores.

Ello permitió que, en 1854, J. E. Taylor, cónsul inglés en Basara y agente del Museo Británico, identificase el lugar de Ur. Las excavaciones iniciadas en 1922 nos han dado la posibilidad de conocer detalladamente este monumento. Era un zigurat o torre escalonada, dispuesta sobre todo para que la divinidad pueda descender del cielo a la tierra. La mayoría de poblaciones sumerias tienen construcciones análogas. Además de Ur, Uruk, Nippur, Larsa y Eridu han conservado los restos de su zigurat entre sus ruinas. Estos monumentos tenían de tres a siete pisos, cada uno de base más reducida que el inferior, y corresponden al tipo de edificio que describe la Biblia con el nombre de "Torre de Babel", el zigurat de Babilonia, al que nos referiremos al hablar del arte neobabilónico. Antes de visitar el zigurat de Ur, vale la pena que hagamos mención a las características generales de estos importantes monumentos. Desde un punto vista arquitectónico, el zigurat no es más que una torre compuesta por una superposición de pisos de diferentes colores que formaban una pirámide escalonada. Estas terrazas superpuestas, que servían de base al templo, iban decreciendo en altura, la superficie superior más pequeña que la inferior. Las terrazas comunicaban de un piso a otro a través de las escaleras o rampas de acceso que permitían llegar hasta la cúspide, lugar donde se situaba el templo o la capilla del dios. Allí, en la cima, lo humano intentaba contactar con las fuerzas divinas, al igual que en las pirámides se establecía el vínculo con lo sagrado. La idea de una escalera entre el cielo y la tierra quedaba así maravillosamente plasmada.

Himno a Ur-Nammu (Musée du Louvre, París). Himno grabado en escritura cuneiforme sobre una tablilla de terracota procedente de lsin. El texto es una loa a Ur-Nammu, monarca de la III dinastía de Ur, al que describe como protector, piadoso, justo, valiente y garante de la fertilidad de la tierra.
El zigurat apareció a finales del III milenio, aunque su tipología constructiva es antiquísima, se remonta al IV e incluso a finales del V milenio a. C. El origen de estas formas escalonadas debe buscarse efectivamente en los templos levantados sobre plataformas de uno o dos escalones, que eran la base de muchos templos del año 3000 a.C. Pero es a partir del año 2000, durante la III Dinastía de Ur (2112- 2004 a.C), cuando se empiezan a construir en forma de terrazas de muchos pisos, logrando proporciones monumentales.

Una tipología bien definida de zigurat se fija en su época de mayor esplendor, alrededor del II milenio a. C., aunque su estructura fue evolucionando al introducirse pequeñas modificaciones.

Las excavaciones de Mesopotamia han dado a conocer tipologías diferentes de este monumento. En el sur, la base era rectangular. De uno de sus lados mayores salía una escalera, perpendicular a la tenaza, y otras dos se reunían en la cúspide. A esta terraza se añadían otras dos, más pequeñas, y con una escalera que las comunicaba. El norte del país poseía otra tradición arquitectónica. La superposición de terrazas era con base cuadrangular y los lados iban estrechándose progresivamente. Podían tener rampas en lugar de escaleras. Y finalmente, una tercera tipología combinaba ambas soluciones.

Estos monumentos arquitectónicos eran construidos en ladrillo, por lo que muchas arquitecturas han llegado hasta la actualidad en estado de completa destrucción. Algunos, incluso, exigían continuas obras de restauración y reconstrucción ya en su momento.

Escritura cuneiforme. En esta tablilla de barro fragmentada procedente del sur de Mesopotamia, hace más de 3000 años se grabó para siempre un texto sobre arcilla húmeda que, al secarse, se ha podido conservar hasta hoy. Es la escritura cuneiforme que nos ha permitido conocer la vida y las costumbres de los pueblos de la Antigüedad.
En cuanto al zigurat de Ur, iniciado por Ur-Nammu, se construyó como una torre de tres pisos. El primero, completamente macizo, tenía sesenta y cinco metros de largo por cuarenta y tres de ancho y una altura de veintidós metros. Sus paredes son ligeramente inclinadas y formadas por un revestimiento de ladrillos cocidos, de tres metros de espesor, que mantiene la masa interior de ladrillos secados al sol. Se subía a la plataforma del primer piso por tres escalinatas monumentales: dos adheridas a la fachada y una tercera de frente que conducía al mismo rellano que las otras dos. Las tres tienen cien escalones.

Encima de este pedestal gigantesco se alzaban las otras dos plataformas superpuestas, en la cima de las cuales estaba el templo de recibimiento para el dios. Otro templo en la base, acondicionado como morada de la divinidad, convierte el conjunto -con sus escalinatas para el despliegue de los cortejo- en una monumental escalera para ascender o descender del cielo, análoga a la del sueño de Jacob por la que veía ir y venir a los ángeles."Y he aquí que el dios estaba en lo alto", precisa el capítulo 28 del Génesis. Jacob, después de la visita a la tierra de donde salió su padre, debía recordar las ceremonias religiosas y los cortejos que circulaban por las gigantes­cas escalinatas del zigurat de Ur.

El zigurat de Ur, en lraq. Vista aérea del que se considera un ejemplo de zigurat. Fue construido por la cultura más importante de la época, que corresponde al momento de máximo apogeo y esplendor de Sumer.
Todavía hoy resulta increíble imaginarse que estas arquitecturas gigantescas fueran realizadas con la­drillos, ninguno de los cuales alcanza los cuarenta centímetros. Debieron ser necesarios millones de piezas hechas a mano y vencer dificultades enormes para acoplar el conjunto.

No se sabe con certeza cuál era la función de estos monumentos emblemáticos de la Mesopota­mia antigua. Se ha especulado mucho acerca de su intencionalidad existiendo en la actualidad varias teorías. Algunos especialistas piensan que básicamente era proporcionar un lugar para hacer ofrendas a la deidad; para otros representa el trono terrenal del dios e incluso no falta quienes lo ven como un lugar monumental para el ofrecimiento de sacrificios.

Escalinata monumental del zigurat de Ur, en lraq. La amplia escalera central se iniciaba lejos del cuerpo del zigurat y continuaba hasta la plataforma superior. Este diseño tenía el significado simbólico de la unión entre la tierra y el cielo.
Fachada nordeste del zigurat de Ur, en lraq. Las raíces tipológicas del zigurat se hallan en los templos construidos sobre plataformas o montañas artificiales, algunas veces con dos terrazas superpuestas, que aparecieron en Mesopotamia en el V milenio. Concebido, ya a finales de III milenio, como templo, el zigurat quedó plenamente integrado en la vida de la ciudad. El zigurat de Ur es, junto con el de Uruk, el mejor conservado de toda la baja Mesopotamia. Fue construido en honor del dios Sin, entre los años 2111 y 2046 a.C., con ladrillo crudo recubierto de un paramento de ladrillo cocido. Al piso inferior se accede por tres escaleras que convergen en un portal, que, a su vez, da a un rellano intermedio entre el primer y el segundo piso.
El zigurat, no existía más de uno por ciudad, se convirtió en el monumento central del culto mesopotámico a lo largo de toda su historia. Se mantuvo en vigor en todos los períodos de la historia mesopotámica: sumerio, acadio, casita, babilónico y asirio. Fueron edificios dignos de un elevado respecto y profunda admiración.

Comparadas con los zigurats, las otras obras arquitectónicas de los neosumerios, pese a su colosalismo, parecen secundarias. Así los palacios y las tumbas, entre las que destacan las de los reyes Dungi y Bur-Sin, en Ur, pero ambas violadas y despojadas de sus tesoros antes de que las explorasen los arqueólogos.

Ruinas de la llamada Casa de Abraham, en Ur.
Cabeza de una princesa de alabastro (Museo de la Universidad de Pensilvania, Filadelfia) Procedente de Ur y fechada hacia 21 00 a.C., ha sido identificada con una princesa neosumeria y también con la divinidad Ningal. A pesar de la terrible mutilación, no ha perdido su encanto ni la extraña expresión de su mirada.
Las estatuas neosumerias son el mayor argurnento sobre la sencillez y nobleza de aquellos príncipes y de sus consortes. Pero el principal atractivo para quien los contempla es su belleza. Nos presentan una interpretación estética completamente original del rostro humano. En este sentido es impresionante la cabeza de una princesa, encontrada en Ur en 1927, que conserva el Museo de la Universidad de Pensilvania. Lleva una diadema lisa, circular, como un anillo de oro para retener los cabellos, y, pese a que le falta la parte inferior del rostro, sus ojos incrustados en lapislázuli nos miran con una expresión milenaria de asombro. El alabastro en que fue esculpida está viviendo una vida tan fuerte como la del mismo Gudea.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat.

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