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El período neosumerio

La restauración sumeria no fue una vuelta de la civilización mesopotámica hacia atrás. La Historia no retrocede nunca, y si bien los guti no aportaron nada al arte y a la cultura, la impronta acadia había sido tan fuerte que no pudo ser olvidada. La huella semita puede ser detectada en las obras de este período: una suavización de la rigidez ancestral de los sumerios muestra que, aunque el vigor y la potencia vuelvan a ocupar el primer plano de la creación artística, la lección acadia ha dejado una huella imborrable.

Ruinas de Ur, en el actual lraq. Vista de las ruinas de las murallas que rodeaban la antigua ciudad sumeria de Ur con el zigurat al fondo.
Ur se convirtió nuevamente en ciudad real y con el soberano Ur-Nammu dio comienzo a su ID Dinastía. Ur-Nammu debió de reinar dieciocho años y le sucedió su hijo Shulgi que ocupó el trono cerca de medio siglo. Incontables monumentos, cuyos ladrillos llevan impresos los nombres de estos dos soberanos, muestran la potencia constructora de ambos reyes. La primera preocupación de Ur-Nammu fue fortificar su capital de manera que pudiera resistir cualquier ataque. Las murallas de Ur, que son de esta época, tienen casi 25 metros de ancho en su base. Pero esta obra formidable no es ni mucho menos la construcción más importante de los neosumerios. A mediados del siglo pasado, el emplazamiento de la venerable metrópoli se destacaba en el llano por una gigantesca montaña de ladrillo. Era la ruina del templo de Sin, el dios lunar. Los árabes la llamaban Mugayyar, o sea "la montaña de hormigón", porque veían entre los ladrillos el hormigón que había servido de mortero a los constructores.

Ello permitió que, en 1854, J. E. Taylor, cónsul inglés en Basara y agente del Museo Británico, identificase el lugar de Ur. Las excavaciones iniciadas en 1922 nos han dado la posibilidad de conocer detalladamente este monumento. Era un zigurat o torre escalonada, dispuesta sobre todo para que la divinidad pueda descender del cielo a la tierra. La mayoría de poblaciones sumerias tienen construcciones análogas. Además de Ur, Uruk, Nippur, Larsa y Eridu han conservado los restos de su zigurat entre sus ruinas. Estos monumentos tenían de tres a siete pisos, cada uno de base más reducida que el inferior, y corresponden al tipo de edificio que describe la Biblia con el nombre de "Torre de Babel", el zigurat de Babilonia, al que nos referiremos al hablar del arte neobabilónico. Antes de visitar el zigurat de Ur, vale la pena que hagamos mención a las características generales de estos importantes monumentos. Desde un punto vista arquitectónico, el zigurat no es más que una torre compuesta por una superposición de pisos de diferentes colores que formaban una pirámide escalonada. Estas terrazas superpuestas, que servían de base al templo, iban decreciendo en altura, la superficie superior más pequeña que la inferior. Las terrazas comunicaban de un piso a otro a través de las escaleras o rampas de acceso que permitían llegar hasta la cúspide, lugar donde se situaba el templo o la capilla del dios. Allí, en la cima, lo humano intentaba contactar con las fuerzas divinas, al igual que en las pirámides se establecía el vínculo con lo sagrado. La idea de una escalera entre el cielo y la tierra quedaba así maravillosamente plasmada.

Himno a Ur-Nammu (Musée du Louvre, París). Himno grabado en escritura cuneiforme sobre una tablilla de terracota procedente de lsin. El texto es una loa a Ur-Nammu, monarca de la III dinastía de Ur, al que describe como protector, piadoso, justo, valiente y garante de la fertilidad de la tierra.
El zigurat apareció a finales del III milenio, aunque su tipología constructiva es antiquísima, se remonta al IV e incluso a finales del V milenio a. C. El origen de estas formas escalonadas debe buscarse efectivamente en los templos levantados sobre plataformas de uno o dos escalones, que eran la base de muchos templos del año 3000 a.C. Pero es a partir del año 2000, durante la III Dinastía de Ur (2112- 2004 a.C), cuando se empiezan a construir en forma de terrazas de muchos pisos, logrando proporciones monumentales.

Una tipología bien definida de zigurat se fija en su época de mayor esplendor, alrededor del II milenio a. C., aunque su estructura fue evolucionando al introducirse pequeñas modificaciones.

Las excavaciones de Mesopotamia han dado a conocer tipologías diferentes de este monumento. En el sur, la base era rectangular. De uno de sus lados mayores salía una escalera, perpendicular a la tenaza, y otras dos se reunían en la cúspide. A esta terraza se añadían otras dos, más pequeñas, y con una escalera que las comunicaba. El norte del país poseía otra tradición arquitectónica. La superposición de terrazas era con base cuadrangular y los lados iban estrechándose progresivamente. Podían tener rampas en lugar de escaleras. Y finalmente, una tercera tipología combinaba ambas soluciones.

Estos monumentos arquitectónicos eran construidos en ladrillo, por lo que muchas arquitecturas han llegado hasta la actualidad en estado de completa destrucción. Algunos, incluso, exigían continuas obras de restauración y reconstrucción ya en su momento.

Escritura cuneiforme. En esta tablilla de barro fragmentada procedente del sur de Mesopotamia, hace más de 3000 años se grabó para siempre un texto sobre arcilla húmeda que, al secarse, se ha podido conservar hasta hoy. Es la escritura cuneiforme que nos ha permitido conocer la vida y las costumbres de los pueblos de la Antigüedad.
En cuanto al zigurat de Ur, iniciado por Ur-Nammu, se construyó como una torre de tres pisos. El primero, completamente macizo, tenía sesenta y cinco metros de largo por cuarenta y tres de ancho y una altura de veintidós metros. Sus paredes son ligeramente inclinadas y formadas por un revestimiento de ladrillos cocidos, de tres metros de espesor, que mantiene la masa interior de ladrillos secados al sol. Se subía a la plataforma del primer piso por tres escalinatas monumentales: dos adheridas a la fachada y una tercera de frente que conducía al mismo rellano que las otras dos. Las tres tienen cien escalones.

Encima de este pedestal gigantesco se alzaban las otras dos plataformas superpuestas, en la cima de las cuales estaba el templo de recibimiento para el dios. Otro templo en la base, acondicionado como morada de la divinidad, convierte el conjunto -con sus escalinatas para el despliegue de los cortejo- en una monumental escalera para ascender o descender del cielo, análoga a la del sueño de Jacob por la que veía ir y venir a los ángeles."Y he aquí que el dios estaba en lo alto", precisa el capítulo 28 del Génesis. Jacob, después de la visita a la tierra de donde salió su padre, debía recordar las ceremonias religiosas y los cortejos que circulaban por las gigantes­cas escalinatas del zigurat de Ur.

El zigurat de Ur, en lraq. Vista aérea del que se considera un ejemplo de zigurat. Fue construido por la cultura más importante de la época, que corresponde al momento de máximo apogeo y esplendor de Sumer.
Todavía hoy resulta increíble imaginarse que estas arquitecturas gigantescas fueran realizadas con la­drillos, ninguno de los cuales alcanza los cuarenta centímetros. Debieron ser necesarios millones de piezas hechas a mano y vencer dificultades enormes para acoplar el conjunto.

No se sabe con certeza cuál era la función de estos monumentos emblemáticos de la Mesopota­mia antigua. Se ha especulado mucho acerca de su intencionalidad existiendo en la actualidad varias teorías. Algunos especialistas piensan que básicamente era proporcionar un lugar para hacer ofrendas a la deidad; para otros representa el trono terrenal del dios e incluso no falta quienes lo ven como un lugar monumental para el ofrecimiento de sacrificios.

Escalinata monumental del zigurat de Ur, en lraq. La amplia escalera central se iniciaba lejos del cuerpo del zigurat y continuaba hasta la plataforma superior. Este diseño tenía el significado simbólico de la unión entre la tierra y el cielo.
Fachada nordeste del zigurat de Ur, en lraq. Las raíces tipológicas del zigurat se hallan en los templos construidos sobre plataformas o montañas artificiales, algunas veces con dos terrazas superpuestas, que aparecieron en Mesopotamia en el V milenio. Concebido, ya a finales de III milenio, como templo, el zigurat quedó plenamente integrado en la vida de la ciudad. El zigurat de Ur es, junto con el de Uruk, el mejor conservado de toda la baja Mesopotamia. Fue construido en honor del dios Sin, entre los años 2111 y 2046 a.C., con ladrillo crudo recubierto de un paramento de ladrillo cocido. Al piso inferior se accede por tres escaleras que convergen en un portal, que, a su vez, da a un rellano intermedio entre el primer y el segundo piso.
El zigurat, no existía más de uno por ciudad, se convirtió en el monumento central del culto mesopotámico a lo largo de toda su historia. Se mantuvo en vigor en todos los períodos de la historia mesopotámica: sumerio, acadio, casita, babilónico y asirio. Fueron edificios dignos de un elevado respecto y profunda admiración.

Comparadas con los zigurats, las otras obras arquitectónicas de los neosumerios, pese a su colosalismo, parecen secundarias. Así los palacios y las tumbas, entre las que destacan las de los reyes Dungi y Bur-Sin, en Ur, pero ambas violadas y despojadas de sus tesoros antes de que las explorasen los arqueólogos.

Ruinas de la llamada Casa de Abraham, en Ur.
Cabeza de una princesa de alabastro (Museo de la Universidad de Pensilvania, Filadelfia) Procedente de Ur y fechada hacia 21 00 a.C., ha sido identificada con una princesa neosumeria y también con la divinidad Ningal. A pesar de la terrible mutilación, no ha perdido su encanto ni la extraña expresión de su mirada.
Las estatuas neosumerias son el mayor argurnento sobre la sencillez y nobleza de aquellos príncipes y de sus consortes. Pero el principal atractivo para quien los contempla es su belleza. Nos presentan una interpretación estética completamente original del rostro humano. En este sentido es impresionante la cabeza de una princesa, encontrada en Ur en 1927, que conserva el Museo de la Universidad de Pensilvania. Lleva una diadema lisa, circular, como un anillo de oro para retener los cabellos, y, pese a que le falta la parte inferior del rostro, sus ojos incrustados en lapislázuli nos miran con una expresión milenaria de asombro. El alabastro en que fue esculpida está viviendo una vida tan fuerte como la del mismo Gudea.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat.

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