La arquitectura religiosa mesopotámica más antigua es
la Caldea y existen dos tipos de templos caldeas. El primero, y más antiguo, es
un templo de un solo piso, con tablados de madera en el interior para depositar
las ofrendas e imágenes de la divinidad. El segundo tipo, algo más moderno, es
un templo levantado sobre una terraza, con un santuario al fondo y un altar de
sacrificio, a menudo fuera, al pie del terraplén, en el eje de la puerta.
Existen dos ejemplos muy conocidos de templos caldeas, nos referimos al Templo Blanco y al Templo Rojo. Eran construcciones de la época anterior al Diluvio.
Estaban construidos uno sobre el otro y eran de ladrillo cocido. Asimismo, el Templo Blanco se trata del primer
intento realizado de construir una escalera entre la tierra y el cielo para
asegurarse a toda costa el descenso de los dioses.
Casco
de oro del rey Meskalamdug (Museo de Bagdad). Este casco
exquisitamente labrado hacia 2450 a.C. fue hallado en una de las lápidas del
cementerio real de Ur.
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Cada ciudad se encontraba
dedicada a un dios. Y el templo, símbolo de la divinidad, era el centro económico,
político y religioso, poseía tierras de cultivo, rebaños, almacenes y talleres.
Los sacerdotes organizaban el comercio y empleaban a campesinos, pastores y
artesanos, quienes recibían como pago tierra para cultivo o cereales, dátiles o
lana.
Era obligatorio acercarse
al templo, aunque no lo fuese creer en lo que representaba. El templo y su dios
tenían un valor simbólico, no salvífico. En épocas antiguas la religión no se
podía establecer directamente con los dioses, sino que pasaba forzosamente por
el templo, que controlaba la relación con la divinidad.
Los templos,
instrumentos políticos, ponían y quitaban gobernantes. El rey gobernaba la
ciudad como un designado por los dioses, y se dedicaba a funciones menos
especializadas que los sacerdotes, como la política exterior y sobre todo a la
guerra. El rey vivía en el palacio, que solía estar cerca del templo pero era
mucho más pequeño, lo que ilustra bien quien detentaba realmente el poder. Esta
situación fue cambiando a medida que los ejércitos crecían, ya que el jefe del
ejército era el rey. En las zonas sagradas empezaron a construirse palacios, y
los palacios comenzaron a rivalizar en tamaño y esplendor con el templo. Cuando
el templo y el palacio se convertían en dos sistemas opuestos de poder, se
mantenían en un equilibrio con frecuencia difícil. Para beneficio del
ciudadano, un poder vigilaba al otro.
Casa
circular (Museo Nacional, Damasco). Modelo de terracota del
período presargónico (2900-2460 a.C.), hallado en el sudeste del templo de
Nini-Zaza, en Mari.
Cuando los vencedores deseaban asimilar a un
pueblo conquistado, los dioses de las ciudades vencidas, con sus templos y sus
sacerdotes, eran reconocidos como tales por los vencedores, aunque puestos a
menudo en el lugar jerárquico de poderes protectores secundarios dentro del
panteón del vencedor. Cuando los vencedores deseaban destruir a los vencidos,
destruían su templo, que era el símbolo de su existencia no sólo como nación,
sino también como pueblo. Por eso las luchas no eran sólo entre gobernantes de
ciudades rivales, sino también entre dioses.
Casa
cúbica (Museo Nacional, Alepo). Modelo de terracota del
período acadio (2900-2290 aC), procedente de Salamiyya, cerca de Hama.
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En general, en los templos
se busca la solidez de los muros, por lo que predomina la horizontalidad por
encima de la verticalidad. Son muros muy gruesos en la parte inferior y se
busca abrir el mínimo número de puertas y ventanas para ganar en robustez. Los
templos, al igual que los demás edificios, estaban hechos de ladrillos de barro
sin cocer, y para que los muros, vistos desde el exterior, no fueran grandes
masas de ladrillos sin ningún tipo de ornamentación, se realizaban, a lo largo
de todo el perímetro, filas de ladrillos que sobresalían del resto, como amplias
franjas verticales que daban cierto dinamismo al conjunto y mediante las luces
y las sombras que se producían provocaban cierta plasticidad.
Como en el caso de los
palacios, se construyen sobre un terraplén. Los techos suelen ser planos y sólo
en el Alto Tigris se ha conocido la noticia de tejados a doble vertiente o a
dos aguas. Las columnas eran poco utilizadas, aunque en los templos de El Obeid, de la I Dinastía de Ur, se han
encontrado restos de un tronco de palmera recubierto con cobre o incrustaciones
policromas que reproducían la textura del auténtico árbol.
Cabeza
de bronce. Esta escultura puede representar al rey Sargón o a su
nieto Naram-Sin que gobernaron a los acadios, un pueblo semita que vivía al
norte de la antigua Babilonia.
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En este mismo templo puede
observarse otra de las constantes que aparecían en los templos mesopotámicos,
la ornamentación en las paredes en forma de frisos. Destaca el friso de la lechería, donde sobre un
fondo de betún se han dispuesto una serie de figuras humanas y vacas. Algunos
hombres se disponen a ordeñar a las vacas mientras otros recogen la leche en
odres.
En la antigua Mesopotamia
no existía el sentido del arte actual, sino que estaba al servicio del gobierno
y era una expresión del poder. Así que los artistas eran anónimos y el arte
estaba supeditado al poder, el gobierno era su dueño, por lo que los artistas
eran anónimos. El arte era una técnica para relacionarse con lo sobrenatural
reproduciendo su poder mágico para relacionar a las divinidades con la vida de
los humanos.
Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial
Salvat.
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