Como ya hemos indicado, los arquitectos mesopotámicos
tenían pocos materiales para poder realizar sus edificaciones y debían
abastecerse con lo que más tenían a mano, que en este caso era el barro.
Realizaban ladrillos de arcilla cruda, amasados y secados al sol para levantar
sus edificios. Estos ladrillos reciben el nombre de adobe. En algunas ocasiones
los llegaban a cocer, pero sólo en el caso de servir como revestimiento o para
las partes ornamentales de las edificaciones. Esta técnica influirá en toda
Asia Occidental, pero como podemos deducir, era una técnica muy poco estable y
en numerosas ocasiones los reyes debían ocuparse, durante su reinado, de
reconstruir y restaurar los edificios más importantes de la ciudad.
Daga
y vaina de oro. Piezas sumerias procedentes del cementerio
real de Ur, que están datadas hacia 2450 a C. y denotan una extraordinaria habilidad
en el tratamiento de los metales y su decoración.
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Se analizarán las
distintas tipologías arquitectónicas que se podrían encontrar en una ciudad
importante de la época. La más común; la vivienda. Como pasaba con el resto de
edificaciones, resultaba muy inestable y en ocasiones era la misma familia la
que reconstruía su propia casa, sobre los escombros de la anterior. Solían ser
de forma cúbica, con una planta cuadrada. En la parte superior de la casa se
encontraban las habitaciones de los diferentes miembros de la familia y en la
zona inferior se centraban las estancias comunes, como la cocina, el vestíbulo,
la despensa, etc.
Otro de los edificios que
podíamos encontrar en las ciudades más importantes es el palacio, centro
neurálgico de la administración de la ciudad. En él vivía el soberano rodeado
de su séquito, criados, lacayos, etc., con varias zonas muy bien delimitadas.
La más privada, donde el monarca desarrollaba su vida más íntima. La zona de
trabajo, donde los funcionarios desarrollaban y hacían posible funcionar la
gran maquinaria burocrática. Y la zona sagrada, donde se celebraban algunas
ceremonias religiosas. Dado su gran polivalencia, el palacio era una gran sucesión
de pasillos y estancias que se desarrollaban de forma horizontal y no vertical.
Los funcionarios, escribas, artesanos, etc., no sólo trabajaban allí, sino que
además vivían en este edificio, por lo que es posible hacerse una idea de las
dimensiones que en ocasiones llegaban a adquirir.
Como muchos de los
edificios públicos de las ciudades mesopotámicas, los palacios se construían
sobre un terraplén para evitar las humedades propias de un país situado entre
dos ríos. Aunque los sumerios conocían el arco y la bóveda, los techos
normalmente eran planos y se recubrían con betún para aislarlos con mayor eficacia
de las inclemencias del tiempo. Normalmente, en las entradas de los edificios
se colocaban esculturas con representaciones de genios o toros alados y
barbudos, con cabeza humana y con una función doble de protección y vigilancia.
Y no existían edificios dedicados al deporte o a los espectáculos porque toda
la vida cotidiana estaba condicionada por la religión.
Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial
Salvat
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