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Los grandes monumentos de Roma

Muchos de los edificios que Nerón había realizado en su delirio constructor, y que los Flavios encontraron casi abandonados y ruinosos, fueron transformados por los nuevos emperadores en obras de utilidad pública. Por ejemplo, sobre la parte del Palatino que ocupaba la Domus áurea construyeron un nuevo palacio imperial, más reducido y destinado casi únicamente a recepciones.

En el lugar que ocupaban los jardines y el coloso de Nerón, Vespasiano y Tito construyeron el Anfiteatro Flavio, o Colosseo, que es todavía hoy el monumento más gigantesco que conserva Roma. Tiene la forma elíptica, la más a propósito para las luchas de fieras y gladiadores. El anfiteatro es un tipo de edificio que pasa por ser genuinamente romano.

El Anfiteatro Flavio (también conocido como Colosseo), en Roma. Iniciado por Vespasiano y acabado en el año 82 por Domiciano, es un enorme anfiteatro en el que cabían 40.000 espectadores sentados y 5.000 de pie. Más que por sus enormes proporciones, la importancia arquitectónica del monumento estriba en la introducción de nuevas fórmulas constructivas, típicamente romanas, como son el empleo de materiales ligeros en las bóvedas y de muros formados por series de arquerías; innovación técnica, estructural, en la que la función crea la belleza. 

Los antiguos griegos no sintieron afición por esta clase de diversiones, y, sin embargo, la forma del edificio procede de la del teatro griego. En efecto, un anfiteatro no es más que la reunión de dos teatros acoplados, y existen referencias de ciertos teatros giratorios en que las escenas podían desaparecer y, juntándose, convertirse los dos edificios en un solo anfiteatro. La gradería, pues, daba la vuelta a todo su alrededor y estaba dividida en varios pisos.


El Anfiteatro Flavio, el mayor de todos los del mundo romano, tiene cuatro pisos, y el más alto estaba resguardado interiormente por una galería de columnas. Casi todo él está construido de piedra labrada; las bóvedas ya son de mortero concrecionado, y en la planta baja tiene un pórtico monumental del que arrancan las escaleras que conducen a los pisos superiores; una combinación muy hábil de estas escaleras permite la salida en pocos minutos a los cuarenta mil espectadores que podía contener el edificio. Exteriormente, el Anfiteatro Flavio reproduce el mismo tipo monumental del teatro de Marcelo, con su elegante superposición de los tres órdenes arquitectónicos: dórico el inferior, jónico el segundo y corintios los dos más altos, lo que le quita monotonía; por otra parte, los tres inferiores están abiertos con arcadas, que disminuyen la impresión de pesadez de tan enorme masa.

Anfiteatro Flavio, en Roma. tsta es una de las construcciones más importantes que han llegado hasta hoy, no sólo de la época de los Flavios sino de todo el Imperio romano. En la imagen se aprecian los cuatro pisos que lo componen y las arcadas que, en los tres pisos inferiores, fueron ideadas para aportar algo de ligereza a la construcción.  

Frente al grandioso anfiteatro y contrastando con aquel que los romanos han acabado por llamar Colosseo, se levanta todavía un gracioso arco de triunfo, testimonio de las campañas de Tito en Asia. Se terminó seguramente en tiempos de Domiciano, y su excelente situación en lo alto de un promontorio del terreno lo hace aparecer como la verdadera entrada del antiguo Foro romano. Para conmemorar las campañas de Tito bastó un pequeño arco de líneas sencillísimas, y, sin embargo, aquel monumento se erigió para recordar uno de los hechos más importantes de la historia del mundo: la toma y destrucción profetizadas de la Jerusalén rebelde el año 70 d.C.

Exteriormente, el arco tiene poca decoración, sólo unos relieves en el friso y en las enjutas de la entrada, pero en el paso de la puerta hay otros dos relieves que son el testimonio auténtico de los resultados maravillosos que podía conseguir el arte romano en aquella época. Son dos esculturas del género que ha sido llamado relieves históricos. En uno de ellos aparece el cortejo triunfal con la cuadriga y el carro del emperador, precedido de dos figuras: una con casco, la cual sostiene la brida de los caballos, al parecer personificación de Roma, y otra de un genio semidesnudo, hoy decapitado, que debía de ser la misma representación del Senatus o del Populus romano que se encuentra ya en el friso del Ara Pacis.

El arco de Tito en Roma, de la misma época, muestra asimismo una articulación más compacta y pesada, muy distinta de la elegancia helenística. En estas dos obras, tan próximas en el tiempo y en el espacio, el arte romano empieza a encontrar su auténtico camino: la funcionalidad en arquitectura.

En el segundo relieve está representada otra parte del cortejo triunfal: un grupo de sirvientes que llevan los utensilios del templo de Jerusalén como trofeos de guerra: la mesa para los panes de la propiciación, los vasos y trompetas del culto judaico y, por fin, el famoso candelabro de los siete brazos, tal como lo describe Josefo, con su vastago central, del cual arrancan los otros seis, que, a modo de tridente, se encorvan para llegar todos a una misma altura. Lo más interesante de estos dos relieves es la hábil combinación de las figuras de bulto entero del primer término con las dibujadas simplemente en el relieve plano del fondo; entre ambos queda una capa de aire que produce una extraordinaria ilusión de perspectiva.

Esta particularidad, que apenas se notaba en los relieves del Ara Pacis y mucho menos en el friso del Partenón, donde todas las figuras estaban en un solo plano, empieza a manifestarse en el período helenístico, pero no tiene su completo desarrollo hasta Roma, y particularmente en la época de los Flavios. La policromía que sin duda tuvieron los relieves del arco de Tito debió de contribuir no poco a este efecto de ilusionismo y perspectiva. Son obras que contradicen también la vieja teoría de la uniformidad del arte romano imperial y su falta de originalidad, reproduciendo únicamente motivos griegos. No sólo la arquitectura, con los grandes edificios de bóvedas colosales, fue original en el arte romano, sino que prosiguió también la evolución ascendente incluso en la técnica puramente artística.

Relieves internos del arco de Tito, en Roma. Ilustran dos aspectos del cortejo triunfal que tuvo lugar en Roma, el año 71, después de la toma de Jerusalén: El emperador Tito montado en su cuadriga, lo que históricamente es falso, por cuanto se sabe que Vespasiano le acompañó en el triunfo.

En las paredes de un arco que mandó erigir Constantino con materiales más antiguos se han conservado, por ejemplo, varios medallones del tiempo de los Flavios que reproducen escenas de caza y sacrificio de extraordinaria belleza. No se conoce todavía el monumento que decorarían; durante mucho tiempo hubo de suponerse que habían pertenecido a un arco de Trajano o tal vez de Adriano, y hasta se creía reconocer en las figuras algunos de los personajes de la familia de este último emperador; pero los relieves o medallones a los que se hace referencia se han atribuido modernamente al tiempo de los Flavios y muestran aún vestigios de aquella finura helenística de los relieves augústeos con la perspectiva atmosférica que se les añadió después.

Además de los edificios ya citados, los emperadores Flavios construyeron unas termas, conocidas aún hoy por termas de Tito. En honor de Domiciano se erigió una gran estatua ecuestre en el Foro, se restauró el templo Capitolino y se construyó expresamente un edificio en el Esquilmo para que le sirviese de panteón de familia.

Relieve del arco de Tito en Roma. Representa el instante más brillante del cortejo, aquel en que los vencedores exhiben los trofeos más significativos, como el candelabro de los siete brazos. La linea de la composición no es recta, sino ondulada. Las diversas profundidades del rel ieve, sabiamente buscadas, crean la ilusión de un espacio atmosférico, donde las figuras se mueven libremente; de modo tal que al espectador, situado frente al relieve, le parece recibir la comitiva.

Esta misma actividad edilicia tenía que continuarse durante el extenso reinado del glorioso emperador hispano Trajano, nativo de Itálica, quien sucedió a Nerva, su padre adoptivo. Nerva apenas tuvo tiempo de edificar en Roma un Foro imperial, del cual aún quedan restos importantes; pero en los veinte años de gobierno de Trajano, desde el 98 al 117 d.C, todo el Imperio, principalmente Roma, se llenó de edificios suntuosos. Como típico ejemplo del arte imperial en tiempo de Trajano se hace referencia al bellísimo arco triunfal de Benevento, donde comenzaba la vía que conduce a Brindisi.

Este arco se construyó en el año 114 para conmemorar el gobierno paternal del gran emperador, que en la inscripción lleva ya el nombre de óptimo que el Senado le había conferido. Los relieves que decoran exteriormente los muros y la parte inferior del arco están consagrados a perpetuar la gloria de Trajano como príncipe perfecto, justo administrador y padre generoso de los ciudadanos de todo el Imperio. El excelso emperador, a quien, en los relieves de la columna que adornaba su Foro en Roma, se le ve combatir personalmente en las largas campañas contra los bárbaros, aquí está siempre representado en las escenas de paz, no como infatigable general, sino como el supremo magistrado de cuyas manos fluyen los beneficios sobre las vastas regiones cuyo gobierno le han concedido los inmortales. En lo alto del ático del monumento, a la izquierda, hay un relieve en que las tres divinidades capitolinas, Júpiter, Juno y Minerva, contemplan los generosos actos de Trajano y van a abdicar la protección de Roma en su favor.

 El medallón del tiempo de los Flavios, colocado en el arco de Constantino en Roma, de época muy posterior, reproduce una escena de caza. De este modo, aprovechando relieves de otros edificios -cosa que ya practicaban los egipcios- se han conservado numerosas obras de arte.


En todos los demás relieves del arco de Benevento están representadas escenas de concesión de tierras a los veteranos, promulgación de privilegios a las provincias o recepción de comisiones de mercaderes, mientras en el fondo las divinidades menores de los puertos presencian, en forma de dioses desnudos, con áncoras como atributos, las liberalidades del emperador.

Pero los más interesantes de estos relieves para perpetuar el paternal gobierno de Trajano son los dos que decoran el interior del arco de Benevento. En uno de ellos, el emperador efectúa un sacrificio para inaugurar otra era de paz, mientras que en el de enfrente, el pueblo, rodeando familiarmente al cortejo de Trajano, lo aclama por sus múltiples beneficios; los pobres acuden con sus pequeñuelos sobre las espaldas para presentarlos al gran magistrado, que extiende sobre ellos su mano justa y generosa.

En cambio, para glorificación de Trajano como militar y en recuerdo de sus campañas contra los partos y los dacios se levantó el grandioso Foro, al pie del Capitolio. El arquitecto director de la obra fue un sirio, Apolodoro de Damasco, a cuyas órdenes debió de trabajar toda una escuela de insignes artistas escultores, que decoraron el monumento con exquisitas balaustradas y relieves.

El arco de Trajano en Benevento, obra probable de Apolodoro de Damasco, fue construido en el año 114 para conmemorar la nueva vía que uniría Brindisi a la metrópolis. Los relieves que lo adornan resumen la historia de Trajano: en la cara orientada a Roma, las escenas aluden a su política interior; en la orientada a Brindisi, a sus empresas fronterizas.

Del Foro de Trajano proceden un sinnúmero de fragmentos de sorprendente belleza diseminados por las iglesias y los museos de Roma: el águila de Sancti-Apostoli y otros dos medallones aprovechados más tarde para decorar el arco de Constantino. El conjunto del edificio era casi de grandiosidad oriental; un arco de triunfo daba acceso al patio porticado, que constituye el verdadero Foro, con la estatua ecuestre del emperador en el centro. A cada lado de este patio había un hemiciclo y en el fondo la basílica Ulpia, de cinco naves con dos ábsides. Detrás de ésta, dos bibliotecas, y en medio un patio con la columna triunfal, que tiene en sus cimientos una pequeña cámara, actualmente vacía, donde estaba el sarcófago del emperador.

Detrás de la columna había un templo dedicado al emperador divinizado. Todo el conjunto monumental, casi intacto en tiempo de la invasión bárbara, hubo de causar indecible asombro a los descendientes de aquellos germanos que el gran emperador había domeñado.

Hoy el Foro de Trajano es uno de los monumentos más destruidos en Roma; sólo por milagro se ha conservado la columna erigida encima del sepulcro del emperador con el rótulo helicoidal de relieves donde se describen puntualmente sus campañas en la región del Danubio. Ya Dante la vería así aislada: “Allí estaba historiada la alta gloria del príncipe romano”, dice en la Divina Comedia. En aquellos relieves aprendieron, por decirlo así, la grandiosidad de su estilo los más grandes artistas romanos, como Rafael y Miguel Ángel. Este último decía, viendo un cuadro de Tiziano, que los venecianos nunca llegarían a la perfección artística porque no poseían una columna Trajana como la tenían ellos en Roma.

⇦ Planta del Foro de Trajano, en Roma . Poco queda de lo que debió de ser una de las construcciones más espectaculares del Imperio. Aquí se observa el gran tamaño de la sala dedicada a la estatua ecuestre de Trajano y la armónica disposición del espacio.



Realmente, desde cierto punto de vista, la columna de Trajano es también uno de los términos de llegada del arte en la antigüedad. Descansa sobre un pedestal cúbico, decorado con relieves con trofeos militares; después de una basa simple, como una corona de laurel, arranca la hélice de los relieves, los cuales describen paso a paso las campañas del gran emperador, y no puede uno menos de admirar con qué minuciosos detalles están descritos los sucesos; hay que tener en cuenta que el arquitecto Apolodoro de Damasco, director de la obra, había acompañado al emperador en sus expediciones militares; además también que él fue quien dirigió la famosa construcción del puente sobre el Danubio. Es fácil, pues, que se representen con fidelidad hasta los accidentes del terreno y que muchas de las figuras sean retratos, de cuyo parecido podemos juzgar por el del emperador, que está representado no menos de setenta veces en el friso helicoidal.

Las escenas se suceden unas a continuación de otras; no hay un marco de separación para cada combate o cada momento de la acción, pero las figuras están habilísimamente agrupadas, y aunque el ambiente general continúa, fácilmente se comprende el sentido de cada cuadro. Es el mismo estilo continuado de representaciones históricas que se adoptará en el arte cristiano. El rótulo gigantesco de la columna Trajana no es sino la ilustración de la crónica de las campañas, como un libro esculpido en el mármol. En ciertos momentos, las ilustraciones son de un realismo extraordinario, pero se advierte que el espíritu romano está en contacto con el elemento nórdico, romántico, de los pueblos bárbaros, que tenían que infundir su espíritu en los tiempos medievales.

Hay grupos de bárbaros, con gesto dolorido, que discuten la marcha de los acontecimientos en los bosques de Germania, las mujeres participan en la lucha y, por fin, cuando el jefe y alma de la resistencia, Decébalo, muere en la batalla, la Luna se le aparece como una valquiria germánica. Luego se ven las escenas bellísimas de la paz, cuando los jefes bárbaros prestan acatamiento al emperador, que generosamente acoge a los vencidos; las escenas pintorescas del campamento, los cuadros de la vida militar romana, llenos de realidad y naturalismo. Pero en todo el largo friso, que, desarrollado, tiene más de doscientos metros, el protagonista de la acción, Trajano, está siempre presente; él acude en todos los momentos difíciles, ordena en persona las marchas, dirige las construcciones y asimismo interviene en la batalla como un simple soldado. Los relieves de la columna Trajana son el mayor elogio que puede hacerse del gran emperador hispánico; en los trances difíciles de la guerra él está siempre presente e infunde valor y serenidad a las tropas con su augusta persona.

Además de los relieves descriptivos, este período de guerras continuas y de recta administración despertó el gusto por las decoraciones con escenas militares y civiles. Así es, por ejemplo, el relieve naval de la colección Medinaceli. El friso del templo de Vespasiano, en Roma, está lleno de objetos litúrgicos: páteras, hachas para el sacrificio, jarros y cascos militares, alternados con bucranios.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat. 

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