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Artistas de la A a la Z

El diablo metido a pintor

El jardín de las delicias (detalle del panel derecho). Museo del Prado
EL BOSCO V CENTENARIO

El diablo metido a pintor
Quimeras, demonios y caprichos son los protagonistas de los alucinados relatos pictóricos del genial flamenco que vio mejor que nadie los vicios y terrores ocultos del ser humano y encandiló con su audacia a varias generaciones de reyes de España. Su ciudad natal, El Escorial y el Prado nos recuerdan que, par aun gran talento, 500 años no son nada.
UNA ASOMBROSA VISIÓN DEL MUNDO
Del sueño a la pesadilla
Pintor que alcanzó tempranamente la fama, el Bosco, además de estar considerado como un precursor del costumbrismo, fue el creador de un personal universo de monstruos, quimeras, diablillos y caprichos que deleitaron y sorprendieron a sus contemporáneos con su visión satírica y moralizante, y aún ejercen un enigmático magnetismo.

Lateral izquierdo de El carro de heno,
que muestra el origen del mundo, desde
los ángeles caídos al pecado de
 
         El gran historiador holandés Johan Hulzinga, estudioso del "otoño de la Edad Media", dice que en el Bosco se mezcla el aire sulfuroso del infierno con las ventosidades de la bufonada. Dado que fue víctima del nazismo, de infiernos llegó a saber mucho, y de bufonadas también, como deja claro su inmersión en las extravagancias y la fantasía desatada de la literatura del siglo XV: esta mezcla de burlas y veras, dice, se da en esa época en todos los órdenes de la vida. La obsesión de la Baja Edad Media por la muerte, el más allá y la salvación, y la creencia en demonios y brujas, son campo abonado para ello. El diablo aparece como figura cómica no solamente en la literatura sino –añade- en los procesos por brujería, y ello al estilo del Bosco.   

          A esta obsesión contribuían las descripciones tremebundas de las penas del infierno en textos y sermones: al igual que los padecimientos de Cristo, se pintan los eternos tormentos de los réprobos tan a lo vivo que serían causa de terror e inspirarían a artistas de fecunda imaginación como el Bosco y sus seguidores. La importancia de los textos, literarios o de otro tipo, en relación con las artes plásticas es materia fascinante de estudio, pero en el caso de las diablerías de nuestro artista es referencia imprescindible para entenderlo en el marco histórico-cultural, dejando atrás interpretaciones “alternativas” que no pueden tomarse demasiado en serio. Las muestras española y holandesa son diferentes y complementarias.
          Dada la imposibilidad de establecer una cronología ni siguiera aproximada de la producción bosquiana, ambas han tenido el acierto de presentar las obras agrupadas por temas. Al margen de las discrepancias acerca de la autoría de tres obras del Prado –que, sean o no de mano del Bosco, son excelentes y del mayor interés por sí mismas-, el trabajo de investigación y restauración desarrollado por ambas instituciones, en Holanda en el marco del BRCP (Bosch Research Conservation Project), ha llevado el conocimiento del elusivo y misterioso artista al punto más alto. Si la estrella de la exposición holandesa es El carro de heno, aunque se incluye la más reciente atribución, el San Antonio del Nelson-Atkins Museum de Kansas, al parecer fragmento de una composición más extensa y liberado por fin de repintes y retoques, en el Prado el centro de atención es una vez más El jardín de las Delicias, cuya interpretación sigue ocupando a los investigadores.

         Antes de volver a los deleites sulfúreos de sus infiernos y de su variada fauna de quimeras, sabandijas y demoñuelos, conviene dar unas pinceladas para situarlo en el contexto adecuado, no exento de contradicciones que aflorarán en la producción más radicalmente personal y anticonvencional del Bosco, pues no hay que olvidar que también ejecutó obras religiosas –seguramente muchas más que las que han llegado hasta nosotros- sin duda de encargo y ciñéndose a las normas imperantes. No obstante, aun en este terreno no dejó de buscar ocasiones para dejar su peculiar sello enigmático, como el misterioso personaje que atisba desde el segundo plano a los protagonistas de La Adoración de los Reyes del Prado, interpretado como el Anticristo, Heredes o el "cuarto rey".

          PARODIA DE LA CORONA DE ESPINAS Este hombre, barbado y semidesnudo, aparece con una llaga en la pierna y una extraña tiara que se diría parodia de la corona de espinas y que reaparece en la cabeza de un esbirro en el exterior del Juicio Final de Brujas (de autoría no compartida), una grisalla cuyo asunto es precisamente la Coronación de espinas. Acaso guarde relación con la tradición de aludir, contraponiéndolas, a la sinagoga judía y a la iglesia cristiana.

Lateral derecho de El carro de heno,
donde se muestran el infierno y los
castigos que aguardan a los pecadores

El Bosco es un hombre de su tiempo, y su tiempo es la Baja Edad Media en la Europa septentrional, una época de transición donde conviven rasgos góticos y vislumbres de la Edad Moderna. Los expertos han visto su sistema de valores como una mezcla de pensamiento bajomedieval, humanismo temprano e influencia de la Devotio moderna, que aspira a una religiosidad mas basada en la meditación y en la vida interior. 

CLASE MEDIA URBANA 

El haber desarrollado su carrera en 's-Hertogenbosch, una de la principales ciudades de Brabante, y su ascenso social gracias a su matrimonio, su ingreso en la Cofradía de Nuestra Señora y sobre todo su genio, contribuyeron a situarlo ideológicamente en una clase media urbana donde se gestaban y difundían las novedades, superando el entorno aun artesanal de los talleres de artistas, muchos de ellos familiares, como el de los Van Aken, originarios seguramente, como este apellido o linaje indica, de Aquisgrán (cuyo nombre neerlandés es Aken). El taller fue instalado en la ciudad brabantina por el abuelo del pintor y en el podemos suponer que se formara este. Nada se sabe de viajes ni del conocimiento que pudo tener de obras de otros artistas; pocas relaciones concretas se han podido descubrir con los maestros de los Países Bajos -mas los del norte, acaso alguna referencia a Geertgen tot Sint Jans y a Dierick Bouts-, aunque sí algo mas con alemanes como Schongauer. Lochner, Wolgemut, el Maestro E. 5 .. Grunewald ...
Se han señalado muchas fuentes, tanto visuales como literarias, en las que el Bosco pudo inspirarse, pero nunca una imitación directa y apenas referencia concretas. Es obligado mencionar los márgenes de los manuscritos de los siglos XIII y XIV -donde bulle una infinita variedad de seres grotescos que por obra suya pasará a ser tema de pinturas de mayor tamaño-, grabados, imágenes de bestiarios, ilustraciones del Roman de la Rose, misericordias de sillerías, esculturas de piedras como los diablos que cabalgan los arbotantes de la entonces iglesia y posterior catedral de 's-Hertogenbosch, máquinas de guerra, objetos de uso cotidiano -en ocasiones símbolos comunes, como el embudo invertido-e incluso recipientes alquímicos y alusiones a los castigos judiciales de la epoca, de los que parecen trasunto fiel las manos y orejas cortadas que decoran las salas de tortura infernales. Por otra parte, textos bíblicos y posiblemente algunos apócrifos; obras piadosas o de carácter humanista tan difundidas como la Nave de los locos de Sebastian Brant, la Peregrinación de la vida humana de Guillaume de Deguileville, el Ars moriendi o la Visión de Tondal, la Leyenda Dorada y vidas de santos como la de san Antonio por san Atanasio, amén de relatos fantásticos de viajes de descubrimiento, sobre todo relativos al Nuevo Mundo o al Extrema Oriente; el Malleus Maleficarum o Martillo de las Brujas; desde luego la cultura popular con sus proverbios y retruécanos, y las representaciones teatrales, procesiones y funciones de las cámaras de retórica.  

El clima religioso de la España de la Contrarreforma hace comprensible el interés que el artista suscita en los hombres de letras españoles; para muchos, su arte es fantástico y monstruoso, e incluso herético, pero otros saben ver su intención moralizante. Muy citados son los testimonios de Ambrosio de Morales y Felipe de Guevara, en clave humanista, y el de fray Jose de Sigüenza, que acertó en su defensa: sus obras son "una sátira pintada de los pecados y desvaríos de los hombres"; no son disparates, "y si disparates son, son los nuestros, no los suyos", pues pinta al hombre "cual es dentro" recurriendo a un género artístico equivalente al "macarrónico" en  literatura, esto es, satírico y grotesco, y por cierto de herencia clásica. 

Pero el supremo creador de diablos de la literatura española es naturalmente Quevedo, quien menciona al pintor en El alguacil endemoniado, segundo de los Sueños y al que en su segunda edición dará el nuevo título de El alguacil alguacilado. La obra se inscribe en la tradición literaria de las visitas al infierno, pero no relata una excursión efectiva -como el Sueño del infierno-, sino una conversación del narrador con el demonio que ha hecho del alguacil su hogar, del cual pretende expulsarlo el clérigo al que llama Licenciado Calabrés con sus hisopazos de agua bendita. En ella, el sutil y bienhablado demonio describe al visitante con gran donosura los pecados cometidos por los condenados y las condignas penas.

La Creación (El jardín de las Delicias), por
El Bosco, 1500-1505, óleo sobre tabla.
205,6 x 384,9 cm
QUEJAS DE DIABLO

Aquel simpático diablo se queja al autor en estos términos: "Os quiero decir que estamos muy sentidos de los potajes que hacéis de nosotros, pintándonos con garra, sin ser aguiluchos: con colas, habiendo diablos rabones: con cuernos, no siendo casados, y mal barbados siempre, haciendo diablos de nosotros que podemos ser ermitaños y corregidores. Remediad esto, que poco ha que fue Jerónimo Bosco allá, y preguntándole porqué había hecho tantos guisados de nosotros en sus sueños dijo que porque no había creído nunca que había demonios de veras".  

Francisco Pacheco, suegro de Velázquez, muestra en su Arte de la Pintura que no le agradan los "ingeniosos caprichos" del Bosco, "con la variedad de guisados que hizo de los demonios", expresión que toma del cornudo interlocutor de Quevedo en el Sueño citado.  

Algo de sabroso habían de tener los diablejos y demás criaturas de la fantasía bosquiana para que se les dedicaran tales denominaciones culinarias, aunque desde luego se usan en su acepción de mezcolanza o revoltijo. Por otro lado, la misma insistencia en los detalles terroríficos en los sermones para apartar al creyente del pecado resulta sospechosa: cabe preguntarse si un manjar tan fuerte y sazonado no provocaría insensibilidad por puro hartazgo, si el paladar estragado del devoto no acabaría viendo estos excesos como caricaturas. Lo cierto es que esos "guisados" y "potajes" revelan que al menos mentes creativas tan preclaras como el Bosco y Quevedo ya no tenían mucho respeto a los pobres demonios. 

Tríptico de San Antonio Abad (panel izquierdo,
Prendimiento), 1505-1506, óleo sobre tabla
131,5 x 119 cm.
Lisboa, Museu Nacional de Arte Antiga
Claro que elucubrar sobre la manera en que los veían las gentes de hace quinientos años sería vano si no contásemos con documentos en los que encontrar reacciones individuales. Algunos pasajes muestran a sus autores tomándose en serio la intención de dar miedo: Lomazzo habla en 1584 de "extrañas figuras y espantosos, horribles, sueños"; Van Mander, en 1604, de "espectros y monstruos infernales, a menudo tan repugnantes como espantosos", y Baldinucci, en 1681, de "caprichos de cosas extremadamente terribles y espantosas". Menos amedrentados parecen los humanistas citados: para Morales, como después para Sigüenza, El carro de heno representa "todo nuestro vivir"; Guevara se ocupa en establecer relación entre las "raras composturas" del Bosco y el género pictórico de los "grillos" o figuras híbridas El jardín de las Delicias, denominación que Plinio atribuye al pintor Antífilo. Es importante recordar la función de divertimento y juego intelectual que al parecer tenía El jardín de las Delicias en el palacio de Enrique 111 de Nassau, su posible comitente, en la tradición que ya conocemos por ejemplos como los que cuenta Van Mander sobre la contemplación lúdica de los cuadros de Patinir y Herri met de Bies y la búsqueda, apuestas incluidas, de determinadas figurillas.
 
PROCESIÓN EN LISBOA

A esos testimonios hay que añadir el de un personaje que se lleva la palma de lo siniestro y que fue además un gran coleccionista del Bosco. En una carta de 1582 a sus hijas, Felipe II les describe una procesión en Lisboa, "aunque hubo unos diablos que parecían a las pinturas de Jerónimo Bosco", que teme hubieran asustado al hermano pequeño, el futuro Felipe III, si bien pocos días después les dice que no cree que el niño hubiera tenido miedo de ellos "porque venían buenos y veíanse de lejos. Y más parecían cosas de Jerónimo Bosco que no diablos. Y cierto que eran buenos. Pues no eran verdaderos". Los diablillos del Bosco son referencia burlesca y no aterradora, cual serían los "de verdad".
Las tentaciones de San Antonio, taller del Bosco h. 1500-1510, óleo sobre tabla, 70 x 115 cm.
Madrid, Museo del Prado
         No faltan, pues. motivos para pensar si no será todo una broma gigantesca. Por supuesto, el deleite que el Bosco manifiesta en sus creaciones fantásticas ha de considerarse en estrecha relación y dependencia de su actitud: la de un moralista cristiano que se propone fustigar el vicio y la locura. entendida como necedad: disuadir del pecado y advertir de sus consecuencias. la condenación y las penas eternas en el infierno: divertir, sí, pero también enseñar. Si en la Alta Edad Media la sabiduría era resultado de la virtud, en esta época la relación es la inversa: uno es virtuoso en la medida en que es sabio: el fundamento de la sabiduría es ya, por ende, no tanto moral como intelectual. Este es el mundo del Basca, por mucho que en sus "disparates" hayan percibido algunos una invasión de la irracionalidad o de lo subconsciente.

Las tentaciones de san Antonio Abad, por el Bosco, h. 1490, óleo sobre tabla73 x 52,5 cm,
Madrid, Museo del Prado
         Es el sueño de la razón el que produce esos monstruos: pecado y locura equivalen para el Bosco a la pérdida del dominio de uno mismo, a la desintegración de lo racional; suponen haber cedido a los bajos impulsos que acechan al ser humano como las figurillas grotescas acechan a los santos anacoretas que representa, de los cuales es epítome san Antonio como personificación de la resistencia a las tentaciones. Falta saber si esos diablillos son presentados como pobladores del mundo real en alguna dimensión pavorosa o simples alucinaciones del santo amenazado. Puede que su presencia tuviera también una función de exorcismo -muy intelectualizado frente al miedo a la muerte, a los terrores de ultratumba, a la condenación.

Las lecciones bosquianas no son siempre fáciles de comprender. Hay acuerdo general en el mensaje moralizante de El carro de heno, basado en la imagen bíblica de la hierba o el heno como símbolo de la fugacidad de la vida y la vanidad de los bienes materiales, como se expresa en el libro de lsaías Y óleo sobre tabla, refuerza el proverbio neerlandés según el cual el mundo es como un carro de heno y cada cual agarra lo que puede. Sin embargo, El jardín de las Delicias ha dividido las opiniones en cuanto a si la tabla central muestra una visión positiva o negativa de la vida. Puesto que los dos son trípticos y dejan ver en las alas sendas representaciones de la Creación y el infierno, como sucede con los trípticos del Juicio Final, y en estos se impone la lectura de izquierda a derecha, es decir, desde los comienzos de la humanidad en el paraíso terrenal hasta la caída de los réprobos al infierno -como innovación respecto del uso general en los juicios de colocar a los elegidos a la izquierda y a los condenados a la derecha (siempre del espectador: los lados "oficiales" son los contrarios)-, hay que inferir que la lectura de todos estos trípticos debe ser diacrónica: representa el destino de la humanidad, que marcha fatalmente al infierno a causa de los pecados cuya comisión se describe en la tabla central. Por tanto, se puede postular una interpretación del Jardín según la cual las fresas, cerezas, moras y otras bayas que todos tratan de atrapar son el equivalente del heno e imagen simbólica de la concupiscencia. Se ha dicho que el Jardín presenta un "falso paraíso": a su carácter engañoso corresponde esa misma ambigüedad, que ha suscitado diversos análisis: para algunos es la imagen de la vida terrenal si no hubiese habido pecado original. Pero ¿por qué, entonces, se vería finalmente arrojada al infierno esa misma humanidad inocente? 
Extracción de la piedra de la locura, por El Bosco, 1500-1510, óleo sobre tabla,
48,5 x 34,5 cm, Madrid, Museo del Prado

El pesimismo es evidente en sus Juicios Finales. Donde son pocos los salvados y muchos los condenados, quienes, a la derecha del Jardín, devienen alimento y excremento del Gran Cabrón, entronizado y con cabeza de pájaro. Por si esto fuera poco, en los Juicios de Viena y Brujas la tabla de la vida terrenal se diferencia poco de la del infierno. El protagonismo del inframundo se debe también al deseo de poner en juego su fantasía, que puebla las regiones subterráneas ya de figuras diabólicas, ya de monstruosos deslizamientos entre lo animal, lo humano y lo demoníaco, híbridos de toda especie imaginable que invaden naturaleza y edificios, estos poseedores de una suerte de vitalidad maligna que perturba hasta el recogimiento de san Jerónimo (Gante), cuyo cobijo de rocas coronan dos peñascos que semejan siniestros cráneos equinos o asnales.
Mesa de los siete pecados capitales, por el Bosco, 1490-1510, óleo sobre tabla de chopo, 120 x 150 cm.
Madrid, Museo del Prado
        Que además se considere al Bosco como un pionero de la pintura de género por ciertos detalles de observación realista -perceptibles en El carro o en su exterior, que muestra a uno de sus dos "peregrinos de la vida"- no puede sino aumentar el asombro y la admiración que merece, cuando se vale de este realismo para dotar de presencia más intensa a sus quimeras, con los que nos pinta sus jocosas pesadillas, en las que quisiéramos colarnos un rato para trabar conocimiento con personajillos tan terriblemente cómicos como el que enarbola un mazo en Las tentaciones de san Antonio del Prado.

(Revista Descubrir el Arte. nº 207 Mayo de 2016) 

Los Boscos de Felipe II. La obsesión de un Rey

 


V CENTENARIO DE EL BOSCO


San Cristóbal con el Niño Jesús a cuestas,
por el Bosco, 1490-1505, óleo sobre tabla
113 x 71,5 cm. Róterdam,
Museum Boijmans van Beuningen



LOS BOSCOS DE FELIPE II


La obsesión de un rey


El monarca conoció la obra del pintor durante una visita a los Países Bajos y a lo largo de toda su vida coleccionó cuantas obras pudo salidas de su mano. La mayoría se conservó en El Escorial. Otras se perdieron en un incendio en el palacio de El Pardo

LUIS REYES

EL PRÍNCIPE Felipe emprendió el Felicísimo Viaje siendo lo que se consideraba un hombre maduro: tenía 21 años, estaba viudo, era padre de un varón y durante cuatro años había gobernado España como regente en ausencia de Carlos V. Sin embargo, su jornada tendría carácter de viaje iniciático, un Grand Tour para que conociese los Estados que un día heredaría. Hizo el periplo de Europa por Italia, Alemania y los Países Bajos, y encontró muchas maravillas. aun que nada le deslumbró tanto como los antiguos Estados de Borgoña. Los Países Bajos eran la nación más civilizada del mundo, solar de la pintura flamenca, de las mejores imprentas, de la más pujante industria y de ciudades con magníficos mercaderes y humanistas.

Tizio, por Tiziano, h. 1565, óleo sobre lienzo,
253 x 217 cm, Madrid, Museo del Prado

La fascinación del príncipe fue ayudada por los designios de su tía, la gobernadora María de Hungría. La hermana pequeña de Carlos V montó un fastuoso teatro para darle la bienvenida. Reconstruyó el palacio de Binche y encargó a Tiziano unas pinturas ad hoc de carácter colosal. Carlos V y su hijo fueron recibidos en la Gran Sala, un espacio de mil metros cuadrados decorado por las Furias de Tiziano, escenas de los espantosos castigos de quienes se rebelaban contra los dioses, en alegoría a los príncipes rebeldes alemanes que el emperador acababa de derrotar en Mühlberg. Cualquiera se sentiría sobrecogido, excepto Carlos y Felipe. Lo que otros verían amenazante, para ellos era un homenaaje.

Doña María halagó a sus invitados con la más fantástica fiesta que se vio en el siglo. Duró diez días de comilonas., bailes, juegos y un torneo dramatizado, donde los Caballeros Errantes lucharon por la Espada Mágica de la Afortunada. El vencedor fue Beltenebros, heterónimo de Amadís de Gaula, quien resultó ser, naturalmente, el príncipe Felipe. Para culminar la bienvenida se celebró el banquete de la Cámara Encantada donde, por la magia de la ingeniería, la mesa descendió entre los comensales como si cayera del cielo, pues el techo era un firmamento de estrellas del que llovían dulces entre sonoros truenos.

Además de los artificios de María de Hungría, a Felipe le impactó la naturaleza de los Países Bajos, tanto de sus paisajes tan verdes, con las aguas domadas por el hombre, como de sus gentes tan exquisitas, su etiqueta, sus palacios, su música y su arte. Porque en Flandes cualquiera que fuese alguien, noble o burgués, poseía colecciones de arte, libros o antigüedades -solamente en Amberes estuvieron registradas 129 colecciones privadas.

FLECHAZO EN BRUSELAS
Si cualquier buen burgués mantenía su galería de pinturas, puede imaginarse lo que habría en las mansiones de la alta nobleza, como el magnífico palacio de Nassau en Bruselas. Fue allí donde Felipe contempló una obra que le conmovería como un epítome de la fascinación de los Países Bajos, un gran tríptico "imposible de describir a quien no lo ha visto", según el secretario del cardenal Luis de Aragón, que solo alcanzó a explicar que estaba lleno de "cosas tan agradables y fantásticas". Era conocida con el críptico nombre de Tríptico del Grial, aunque hoy la llamamos El jardín de las Delicias, la obra más notable de Hieronymus van Aken, el Bosco, de la que Felipe se debió enamorar de inmediato, aunque tendría cuarenta y dos años y una guerra para poseerla.

Retrato de Felipe II, por Tiziano, 1551, óleo sobre lienzo,
193 x 110 cm. Madrid, Museo del Prado

Felipe II volvió a España en 1559, tras pasar siete de los últimos once años fuera, la mayor parte del tiempo en Flandes o Inglaterra. donde había sido rey cuatro años. Ahora lo era de España, el rey más poderoso del mundo. Enseguida puso en marcha sus dos proyectos más importantes en política interior, instalar la capital en Madrid y construir El Escorial.

VICTORIA SOBRE FRANCIA
En el segundo puso más ilusión. No se trataba solo de levantar un monumental palacio-monasterio que conmemorase su victoria sobre Francia y sirviese de panteón real, quería reproducir el amable Flandes de su juventud. Trajo jardineros, ingenieros e hidrógrafos de los Países Bajos para que recreasen en lo posible el húmedo paisaje de allá, rodeando El Escorial de embalses, lagunas artificiales y jardines a la flamenca. Para reforzar aquellas visiones colgó en sus paredes paisajes de Patinir y vistas de ciudades belgas. Emular a los mecenas de los Países Bajos no le resultó difícil al monarca tan magnífico, que sobrepasó en El Escorial cualquier colección flamenca, porque heredó quizá la más importante de aquellas, la de la gobernadora María de Hungría. Como señala Parker, entre 1563 y 1598, Felipe II acumuló en El Escorial unas 1.150 pinturas,  gastándose la friolera de 80.000 ducados. Y eso que muchas eran he redadas, regaladas o confiscadas a los rebeldes de los Países Bajos.
María de Hungría, por Jan Cornelisz Vermeyen, siglo XVI,
óleo sobre tabla, 54,6 x 45,7 cm. Nueva York
Metropolitan Museum of Art

Pieza esencial para revivir su Flandes añorado eran las pinturas del Bosco, lo que explica su acumulación en la colección filipina, una afición que ha suscitado infinidad de peregrinas especulaciones. Algunos han buscado razones esotéricas y mágicas: los adeptos a la tópica figura negativa de Felipe II pretenden que era el gusto de un pervertido por las imágenes monstruosas, pornográficas y sádicas que pueden encontrarse en el universo bosquiano, y la falta de rigor riza el rizo en Pellegrino Orlandi, que publicó a principios del siglo XVIII que el gusto del Bosco por duendes, trasgos y diablos se desarrolló en El Escorial, lugar siniestro para la Leyenda Negra, aunque el pintor murió medio siglo antes de su construcción.
El Bosco había sido a principios del siglo XVI el pintor más caro y apreciado de los Países Bajos, símbolo de excelencia y modernidad, un artista solo para las élites que trabajaba poco y por encargo. Ser su mayor coleccionista -en 1574 Felipe II poseía ya treinta y tres boscos- debía proporcionar al rey parecida satisfacción a ser soberano de la Orden del Toisón de Oro. Felipe II apreciaba la novedad del Bosco, su realismo y profundidad psicológica, y decía que si los demás pintaban a los hombres como querían ser, él los pintaba como eran. Coincidía la apreciación del rey con la del primer especialista que hubo sobre la pintura del Bosco, Felipe de Guevara, que le consideraba en sus Comentarios de la Pintura "observantísimo del decoro (que) había guardado los límites de la naturaleza cuidadosísimamente".
LECTURA EN CLAVE DEVOTA
Mientras otros solo veían morbo y extravagancia, Felipe II lo interpretaba "en clave devota", en palabras de Yarza Luaces, pero también lo hacía en clave simbólica y humorística, y prueba de su distanciamiento crítico son los comentarios escritos en cartas a sus hijas, cuando desde Lisboa les explicaba las extravagantes procesiones de los portugueses diciendo: "Los diablos de la procesión( ... ) más parecían cosas de Jerónimo Bosco que no diablos". Y es que aunque fuese en Flandes donde el Felipe príncipe tuvo su mágico encuentro con el Bosco, debía estar familiarizado con él de antes, pues los reyes de España, desde Isabel la Católica, habían adquirido obras suyas. Pese a los muchos boscos destinados a El Escorial, entre las doscientas pinturas de gran calidad que decoraban el Real Alcázar había una docena. Todavía en 1636 colgaban siete boscos en la Galería del Cierzo. Otra docena se exhibía en el palacio de El Pardo,  que Felipe II reconstruyó dándole aspecto flamenco para albergar una auténtica pinacoteca, destruida por un incendio en 1604. 
 
Niño Jesús jugando con un molinete
 y un andador,  medalla del reverso
de Cristo con la cruz a cuestas, óleo
sobre tabla, 28 cm de diámetro, Viena
Kunsthistorisches Museum
         
        La rebelión de los Países Bajos de 1567  supuso la llegada a España de nuevos boscos. El duque de Alba expropió bienes de los sediciosos y envió al rey la preciosa Adoración de los Magos, incautada a Jan van Casembroot, aunque se guardó para él El jardín de las Delicias de Guillermo de Orange. Por cierto, tuvo que dar tormento a su mayordomo, que lo había escondido. Usos de la época ...
EL TESORO DE GUEVARA
Pero la gran adquisición de Felipe II fue la colección de don Felipe de Guevara, que Allende Salazar presentaba como "amigo y protector de sabios ( ... ) tratadista de amplio espíritu, historiador, numismático, arqueólogo, coleccionista de gustos refinados". En 1570, el rey forzó a sus herederos a que le vendiesen unas casas aledañas al Alcázar, un par de libros y un buen número de pinturas, pagando por todo ello 14.000 ducados. 400 al contado y el resto mediante una renta para los Ladrón de Guevara sobre los derechos de los "puertos secos de Castilla".
Entre las pinturas adquiridas había cuatro tablas de Patinir y cinco " lienços de Geronimo Bosco" descritos como "dos ciegos que guía el uno al otro y detrás una mujer ciega. ( ... ) Danza a modo de Flandes. ( ... ) Unos ciegos andan a caza de un puerco jabalí. ( ... ) Una Bruja. ( ... ) Otro lienzo cuadrado donde se cura la locura" -todos perdidos-, además de otro gran tríptico, El carro de heno.
Ya sesentón, Felipe ll logró otra gran operación, al fallecer en 1591 don Fernando de Toledo, hijo natural del duque de Alba que había acompañado a su padre en las campañas de Flandes. De su almoneda llegarían cuatro boscos a El Escorial, según el inventario de entrega de 1593: "Un Juicio cifrado de disparates ... Un retablico de la tentación de san Antonio" y otra pintura" con diversos disparates de Hieronimo Bosco". Pero la joya de la operación era "una pintura de la Variedad del Mundo ( ... )que llaman del Madroño".
Se trataba, por fin, del Tríptico del Grial, el amor juvenil que había encontrado tantos años atrás en el palacio de Nassau, y que hoy conocemos como El jardín de las Delicias.

El Juicio Final, h. 1495-1505, Brujas. Groeningemuseum, ambas por el Bosco

EL GUSTO ESPAÑOL El Bosco no se prodigaba, aunque fuese muy solicitado. Llama la atención por eso la repetida conexión que tuvo con España y los españoles, que culminaría con Felipe II y nos permite disfrutar ahora de tantos boscos, pese a los expolios. La explicación está seguramente en las intensas relaciones comerciales y culturales que se establecieron al final de Edad Media entre Castilla y Flandes, que luego se transformarían en alianza dinástica. La impulsora de esa unión, Isabel la Católica, aparece como un punto de referencia en el coleccionismo del Bosco. La bisabuela de Felipe II fundó la colección real, con una galería de pintura italiana y flamenca de 250 o 300 obras. Sabemos poco de ella, pero incluía las primeras pinturas del Bosco en España, como señaló Sánchez Cantón: "Dos san Antón con diablerías, una mujer desnuda cubierta de pelo en un prado y un Crucificado". Juan Velázquez, testamentario de la Reina Católica, señalaba que la tabla de la mujer desnuda de cabellos largos tenía "un letrero que dice Jeronimus". Embajador de Isabel fue don Juan Manuel de Villena, afortunado comprador de un Descenso a los infiernos autógrafo del Bosco. Curiosamente, los dos mecenas más importantes de Flandes eran los hijos políticos de Isabel la Católica: Margarita de Austria, breve princesa de Asturias, poseía unas Tentaciones de san Antonio del Bosco, regalo de una dama de la infanta Leonor; su hermano Felipe el Hermoso también tenía otras Tentaciones -el argumento más repetido del Bosco-, y encargó un tríptico de El Juicio Final de nueve por once pies, la mayor pintura del Bosco, ue desapareció. Quizá haya un fragmento en Múnich y una copia en Viena, en la que aparece en la puerta Santiago, patrón de España. Una dama de la Grandeza de Castilla, doña Menda de Mendoza, esposa del príncipe de Nassau, poseyó un tríptico de la Coronación de espinas del taller del Bosco que se trajo a Valencia, al casarse en segundas nupcias con el virrey don Fernando de Aragón. Los mayores mecenas españoles del Bosco fueron los Ladrón de Guevara, linaje al que pertenecieron Diego y Felipe de Guevara. Don Diego fue otro de esos nobles castellanos que andaban entre las cortes de Castilla, Flandes y el emperador Maximiliano, para terminar sus días de servicio con Carlos V. Exquisito coleccionista, fue mayordomo de Felipe el Hermoso, a quien aconsejó encargar El Juicio Final, y además tenía una relación personal con el Bosco, pues ambos eran miembros de la Cofradía de Nuestra Señora de 's-Hertogenbosch. Su hijo Felipe de Guevara reunió la mayor colección del Bosco de la época -después de la real, a la que acabó engrosando.
  
(Fuente: Revista "Descubrir el arte" nº 207. Mayo 2016)  

Lecturas de un genio en el Escorial. El estilo de un clásico

 

Las tentaciones de San Antonio (detalle). Bruselas, h. 1550-70, tapiz de oro, plata, seda y lana, 293 x 352cm,
Patrimonio Nacional, Madrid, Monasterio de El Escorial
V CENTENARIO DE EL BOSCO

LECTURAS DEL GENIO EN EL ESCORIAL

El estilo de un clásico

La muestra que Patrimonio Nacional dedica al pintor holandés en el palacio-monasterio edificado por F elipe II permite entender mejor la interpretación que dieron sus contemporáneos a sus cultos "disparates", a l saber junto a qué otras obras colgaban y al contemplar los ricos tapices que se mandaron fabricar en Bruselas inspirados en sus tablas.

FERNANDO CHECA

El Cristo con la cruz a cuestas, por el Bosco,
1505-1507, óleo sobre tabla, 142 x 104 cm,
Patrimonio Nacional,
Monasterio de El Escorial
AUNQUE Hieronymus van Aken. más conocido como el Bosco (h. 1450-1516) murió en su ciudad natal el año que señalamos, su éxito y su fama se prolongaron durante la segunda mitad del siglo XVI y todavía fueron frecuentes, sobre todo en el ámbito nórdico. las repercusiones de su arte hasta bien entrado el siglo XVII. Baste recordar al respecto las obras bosquianas de Teniers o las estampas de Jacques Callot. Igualmente, aunque su círculo de admiradores y coleccionistas se centró, en un principio, en el mundo de los Países Bajos, muy pronto se extendió por otros ambientes muy alejados geográficamente del mismo, como fueron los de Portugal, la corte madrileña de Felipe II, la ciudad de Valencia y la misma Serenísima República de Venecia.

Todo ello manifiesta la complejidad cultural y artística del tiempo del Renacimiento, tan difícil de ceñirse al tópico de las "escuelas artísticas nacionales" o al lugar común que considera el arte de esta época desde unos puntos de vista predominantemente italianos y clasicistas. En aquella época la movilidad de ideas, gustos, obras de arte. comitentes y coleccionistas era mucho mayor de lo que pensamos.

Un personaje de la importancia cultural del cardenal Grimani, que, por ejemplo, había encargado al miniaturista Giulio Clovio uno de los códices más bellos del Renacimiento, el llamado Codex Grimani, obra cumbre de la ilustración manierista, poseía en su palacio de Venecia, al menos en 1521, es decir, en pleno Renacimiento, varias tablas del Bosco con extraordinarias visiones del Más Allá, que todavía hoy se conservan en la ciudad lagunar. Por aquella época, el Bosco ya había fallecido, pero estas pinturas, sea cual fueren las fechas en que se enviaron a Venecia, fueron modificadas en el taller del Bosco para adaptarlas a los gustos y necesidades de Grimani, como ha demostrado su reciente restauración.

         En los años treinta de esa misma centuria, doña Mencía de Mendoza la mejor coleccionista española del Renacimiento, que había vivido en Bruse las en el palacio de Nassau –el lugar donde entonces se conservaba El jardín de las Delicias- como tercera mujer de Enrique de Nassau, con el que se había casado en 1524, compró una obra de la importancia del Tríptico de la Pasión (Museo de San Pío V, Valencia). que hay que atribuir al taller del Bosco. Mencía de Mendoza había sido amiga de  humanistas como Erasmo o Luis Vives, tan cercanos al mundo intelectual del Bosco en las primeras décadas del siglo XVI.

Es, por tanto, en el mundo de la alta cultura cortesana de Flandes, de España, e incluso de Italia. donde hemos de con comprender las pintura del maestro, lo que aleja cualquier interpretación de su arte en clave esotérica y, mucho menos, popular. Además de los ya citados, no estaría de más recordar que entre los primeros poseedores de sus obras están personajes de la talla de Isabel la Católica o Felipe el Hermoso.

Cristo coronado de espinas, taller del Bosco, primer cuarto del
siglo XVI, óleo sobre tabla, 170 x 207 cm,
Patrimonio Nacional, San Lorenzo de El Escorial
La primera recepción del Bosco tras su muerte hay que situarla ya en la segunda mitad del siglo XVI y tiene su epicentro en la corte madrileña de Felipe II. Desde los tiempos de su juventud, el monarca mostró una gran predilección por la pintura flamenca, ya fuera la del siglo anterior, ya la de su propia época. En la mayor parte de sus palacios y monasterios, como el Real Alcázar de Madrid, el palacio de El Pardo y el monasterio de El Escorial, dejó una abundante muestra de este gusto, con obras de Van der Weyden, Robert Campin, Gerard David y, naturalmente, del Bosco, un pintor por el que nunca perdió su admiración, como demuestra el hecho de que todavía en 1593, cinco años antes de su muerte, entregara algunas de sus obras capitales como El jardín de las Delicias al monasterio escurialense.

     En estos edificios mandados construir,  ampliar o decorar por el Rey Prudente, las pinturas del Bosco convivían, sin excesivo problema, con otras obras del Renacimiento italiano, mostrando de esta manera cómo en aquella época todavía no era tan rígida la división entre escuelas nacionales que más adelante se convirtió en paradigma explicativo de la historia del arte. Por ejemplo, en El Escorial el men cionado tríptico de El jardín … colgaba en la Galería de la Infanta con obras de Bassano, uno de los pilares de la escuela veneciana, cuya iconografía se basaba en el Arca de Noé y el Diluvio Universal, a pocos metros, además, de la Galería de Batallas, obra de fresquistas y decoradores del manierismo italiano, con escenas de la guerra antigua y moderna y algunas de las victorias más relevantes de Felipe II. Y la gran cantidad de boscos que sabemos se instalaron en el palacete de El Pardo estaban no muy lejos del famoso Sueño de Venus (Museo del Louvre) de Tiziano.

 RÍOS DE TINTA

La amplia colección de obras del Bosco de Felipe II, la mayor de su época, se trata con más detalle en otro artículo de este Dossier. El alto número de pinturas del maestro que reunió el rey de España ha hecho correr ríos de tinta acerca de las razones de la pasión filipina por estas extrañas obras, sobre todo debido a la ortodoxia católica y purista que se atribuye, casi siempre con razón, al rey.

La extrañeza por este gusto ya se manifestó en su propia época, y el mismo padre Sigüenza así lo manifestaba en sus descripciones de El Escorial a principios del siglo XVII. Y aunque habitualmente se ha explicado el gusto de Felipe II por este autor dotando de una explicación moralizante a sus tablas, es posible observarlo desde otros puntos de vista que, en realidad, no se contradicen con el anterior.

El interés de la corte de Felipe II por el Bosco tiene tres manifestaciones escritas de la máxima significación que, por sí solas, constituyen las mejores y más amplias críticas a su pintura de todo el Renacimiento. Son las tres, además, obra de personajes e intelectuales muy cercanos entre sí. En primer lugar hemos de referirnos a Ambrosio de Morales, cronista y anticuario regio, profesor en la Universidad de Alcalá de Henares e inspirador de buena parte de las ideas cultura les de las primeras décadas del reinado de Felipe II. Morales nos describe ampliamente una pintura como El carro de heno uniendo a su interpretación moralizante una muy interesante comparación con una pintura de la Antigüedad, la Tabla de Cebes, desconocida para nosotros y también para el siglo XVI, pero cuya extraña iconografía fue descrita por este Cebes. Esta comparación debió de escribirse hacia 1549.

Poco tiempo después, Felipe de Guevara glosa en sus Comentarios a la Pintura las obras del flamenco y las inserta dentro de una historia de los pintores de la Antigüedad griega –basada en la que escribió el autor clásico Plinio-. Se trata de un escrito, el de Guevara, que no se publicó en su época, pero que redactó hacia 1560 con destino a la corte del joven Felipe. Su autor, de manera retórica, viene a considerar el arte bosquiano como un ejemplo más de pintura antigua, algo realmente sorprendente desde las tesis actuales.

Por fin, el ya citado Sigüenza, a quien se debe el más amplio comentario del Bosco de todo el Renacimiento, comparaba sus obras con las de Merlín Cocayo, un autor del sig lo XV que escribía en un latín deliberadamente "macarrónico" y burlesco, ajeno a las convenciones de la gramática clásica. Lo mismo hacía el Bosco, dice Sigüenza. que pintaba "macarrónicamente" sus disparatadas invenciones.

Por todo ello, no es exagerado decir que, a pesar de lo anticlásico de las propuestas figurativas del Bosco, en la corte de Felipe II no se dudaba en comparar algunas de sus obras, como El carro de heno, con pinturas de la Antigüedad, ni de insertar su vida en la de los pintores griegos, como hizo Guevara, o comparar su producción con la de algún autor neolatino-

Todo esto hace que sea especialmente interesante la contemplación de la pequeña pero muy exquisita exposición que sobre el pintor se presenta en los muros de El Escorial, el lugar, como ya hemos dicho, al que Felipe II destinó parte de su colección bosquiana. De esta manera podemos contemplar las obras del Bosco en uno de sus contextos más genuinamente históricos, no solo en lo que a la arquitectura herreriana se refiere, sino también muy cerca de las pinturas de Tiziano, Tintoretto o Veronés, y al lado de los frescos de los renacentistas y manieristas italianos tan abundantes en el monasterio.

DESEOS DE UNIVERSALIDAD

En este ambiente, las contradicciones estéticas se diluyen y aparece con toda su potencia la presencia de una época y de una corte, la de Felipe II, de ambiciones universalistas también en lo que se refiere a cuestiones artísticas. A pocos metros de los cuadros del Bosco, en la basílica, no solo hay pinturas y frescos italianos, sino que en más de cuarenta altares se puede admirar, aun hoy día, el gran ciclo de pinturas de santos, obra de Navarrete el Mudo y varios artistas españoles más. La complejidad territorial y la unidad política de la Monarquía Hispánica tiene aquí su mejor respuesta estética, perfectamente complementada con la muestra que comentamos.

(Fuente: Revista “Descubrir el Arte” nº 207. Mayo 2016)

La creación del mundo de El Bosco

 

De izquierda a derecha, La creación del mundo, puertas exteriores del tríptico El jardín de las Delicias. h. 1 500-1505, óleo (grisalla) sobre tabla de roble. 205,6 x 384,9 cm, Madrid. Museo del Prado, depósito de  Patrimonio Nacional, y El mundo después del diluvio de la Tabla del Diluvio, h. 1514, óleo sobre tabla. 69.5 x 36 cm, Róterdam, Museum Boijmans van Beuningen, ambas del Bosco.
V CENTENARIO DE EL BOSCO

LOS DILUVIOS DEL BOSCO

         Observar las pinturas del Bosco conlleva el intento de descifrar en ellas posibles mensajes y narraciones ocultas. Ocurre sobre todo en el tríptico El jardín de las Delicias, pintado entre 1500 y 1505 por el Bosco, aunque no consta su firma. Tampoco tuvo este título. Felipe II lo instaló en su dormitorio de El Escorial, donde entró en 1593 bajo el nombre genérico de “pintura de la variedad del Mundo”.

         Del cuadro fascinan las pulidas figuritas humanas de nítidos contornos, sin sombras arrojadas, desvestidas, depiladas, y pálidas, que pueblan el panel central en actitud erótica. Son personajes serenos, mecánicamente felices, que se congregan en un paraje inverosímil presentado a vista de pájaro, repleto de monstruos y de habitáculos fantásticos, y alterado por la escala gigante de peces, aves y frutos. No se sabe qué significan, pero tanta rareza surrealista se atribuye a la intención de representar el pecado.

         Los postigos laterales, a ambos lados del panel central, incluyen a la izquierda el Paraíso, sin duda, y a la derecha el Infierno, o quizá el Apocalipsis. Cerradas las puertas del tríptico se muestra en ellas la pintura en grisalla de una esfera transparente que contiene en forma de disco la Tierra, desolada, sin gente y anegada. La escena viene identificándose con la Creación del Mundo porque se corona con el texto latino Ipse dixit et facta sunt, Ipse madavit et creata sunt (Él lo dijo, y todo fue hecho. Él lo mandó, y todo fue creado). Ernst Combrich propuso una alternativa al significado de la esfera. Para el ilustre historiador vienés, el tema no sería la Creación del Mundo sino el Diluvio Universal bajo el arcoíris. En su artículo “Como era en los días de Noé” (1969) detalló sus conjeturas comparando el cuadro del Bosco con el grabado del siglo XVI Sicut autem erat in diebus Noe, de Sadeler, que muestra a la Humanidad, antes de ser castigada por el Diluvio, mediante la escena de un banquete de personas desnudas. En su opinión, este mismo banquete sería el argumento de la fiesta celebrada en el panel central de El jardín de las delicias, que proponía cambiar de nombre por el más apropiado de La lección del Diluvio. Creía también que el Arca pudo estar representada en el centro de la esfera, donde las tablas muestran signos de los recortes para instalar el marco. No resulta la suya una idea descabellada, y existen imágenes del Diluvio parecidas a mapas circulares con arcas instaladas en el extremo vertical. Además, hacia 1515, el Bosco pintó el Arca con todo detalle en otro bellísimo postigo. El Diluvio, que se conserva con su pareja, El Infierno, desmembrados ambos del tríptico al que pertenecieron, en el Museum Boijmans de Róterdam. MERCEDES PELÁEZ

         (Fuente: Revista “Descubrir el Arte” nº 207. Mayo 2016)

Francesco Borromini (1599-1667)



Borromini, Francesco Castelli, llamado (Bissone, Suiza, 25 de septiembre de 1599 - Roma, 3 de agosto de 1667) Arquitecto italiano.

Junto con Bernini fue uno de los grandes innovadores de la arquitectura barroca italiana y sus principales obras se realizaron todas en Roma. Creador de originales y exuberantes formas decorativas, fue precursor del rococó. Discípulo de Maderno, trabajó en las obras de la basílica de San Pedro y más tarde colaboró con Bernini en la construcción del palacio Barberini y del baldaquino de San Pedro; las diferencias de criterio entre ambos arquitectos, en cuanto a esta obra, condujeron a una enemistad que se convertiría en una dura pugna. Ya de modo independiente, Borromini demostró su gran talento en obras como San Cario alle Quattro Fontane (1635-1639) y San lvo della Sapienza (1642-50), una de sus creaciones más audaces, con fachada en exedra. El papa Inocencia X le otorgó su protección y le encargó numerosas obras: el palacio Pamphili (1645-50), la restauración de San Juan de Letrán (1647-50), el Colegio de Propaganda Fide (1646-67) y el templo de Santa Inés en la plaza Navona.

Los templos de Borromini, todos característicos por su extremada tensión formal y por su originalidad que los aleja de toda herencia clásica o humanista. Por ello su autor fue denunciado por sus contemporáneos como el colmo de la extravagancia. El hecho mismo de que Borromini se suicidase por creer que no llegaba a alcanzar los valores espirituales que quería expresar por medio de la arquitectura, es una prueba más del clima inquieto y angustiado de toda su creación.

Borromini: Planta de la iglesia de San Cario alle Quattro Fontane de Borromini, Roma (1638-1641).       

El interior de la pequeña iglesia de San Cario alle Quattro Fontane fue su primera obra (1638-1641) y su fachada (1665-1667) fue la última. La planta de este maravilloso edificio, que los romanos llaman cariñosamente San Carlino, es de lo más intrincada. Se basa en un óvalo, sobre el que se alza un espacio complicado, de gran dramatismo, coronado por una extraña cúpula elíptica. La fachada alterna los sectores cóncavos y los convexos, insertando pequeñas aberturas, flanqueadas por pequeñas columnas, dentro de espacios más amplios, flanqueados por columnas grandes.

Entre 1653 y 1657, Borromini tomó la dirección de las obras de Santa Inés o Sant’Agnese, en la Piazza Navona de Roma, cuyo interior ya había sido iniciado por los Rainaldi. La fachada que añadió Borromini presenta una graciosa disposición, con una zona central curvada y entrante, y dos cuerpos laterales salientes que avanzan sirviendo de base a los elegantes campaniles. En el centro de la fachada se levanta una cúpula sobre un alto tambor, situada sobre el plano frontal del edificio, gravitando inmediatamente sobre la puerta y no sobre el centro del espacio interior, como hasta entonces habían venido haciendo todos los arquitectos.

La continua búsqueda de formas originales del Borromini ya lo había llevado en 1642 a la utilización de paramentos curvos en la fachada del Oratorio de los Filipenses. La misma independencia creadora lo hizo lanzarse en la fachada occidental del Palacio de Propaganda Fide (1662) a combinar unos elementos macizos con otros filiformes, pilastras colosales y delicadas columnitas, flores, guirnaldas y palmas, y clásicas formas arquitectónicas.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Obras comentadas


Obra
Fachada de San Carlo alle Quattro Fontane, 1635-1639

Palacio Pamphili, 1645-1650

Iglesia de Sant'lvo a la Sapienza en Roma

 


El interior de la cúpula sigue la forma de estrella de seis puntas de la planta, abriéndose una gran ventana en la base de cada segmento. La tendencia vertical es muy acusada y las formas contrastantes se van resolviendo hasta terminar en la linterna circular decorada con doce estrellas.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat. 

Oratorio de los Filipenses de Borromini, en Roma

 


Fue concebido como un sólido bloque que reúne tres edificios anteriores, a la vez que se integra inteligentemente en las estructuras vecinas. La fachada cóncava sugiere el tema de los brazos abiertos de la Iglesia que acogen a los fieles. Los efectos de claroscuro dividen la fachada en recuadros y aligeran con el movimiento de luces la tensa masa de una superficie que ha de cubrir a la vez la capilla y las dependencias monásticas de los Filipenses. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Punto al Arte