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Artistas de la A a la Z

Las dinastías Song, Yuan, Ming y Tsing


Bajo la dinastía Song, aun a pesar de las dificultades políticas en que el país a menudo se halló, la cultura china experimentó gran adelanto. El budismo, implicado en algunas de aquellas perturbaciones, fue objeto de una severa represión, y se refugió en los monasterios, principalmente en los de la secta Ch’an, más conocida en Occidente según la pronunciación japonesa Zen (introducida en China durante el siglo VI por el monje hindú Bodhidharma), mientras los aristócratas y letrados se interesaban de nuevo por la doctrina de Confucio, lo que preparó el triunfo del neoconfucianismo durante el siglo XIII.

⇨ Jarro verde (Museo Británico, Londres). Fechado entre los años 1127 y 1279, esta pieza procede de la provincia sureña de Zhejiang y pertenece a la dinastía Song Meridional. Tiene la forma de las piezas de jade ritual encontradas en muchas tumbas neolíticas de 2500 a.C. Muchos hornos cerámicos de los alrededores de Longquan comenzaron su producción hacia el año 1 000 y continuaron hasta la época de la dinastía Ming. 



La cerámica alcanzó gran excelencia, sobre todo las porcelanas, de elegantes formas o inspirada ornamentación incisa o pintada, generalmente de temas florales. Destacan ya las vasijas de coloración verdegris, famosas después en Europa (los vasos céladon, tan celebrados en Francia durante los siglos XVII y XVIII). La arquitectura se renueva; datan de esta época muchos de los pailús o monumentales portales de recintos urbanos, con sus tejadillos superpuestos.


Los emperadores Song protegieron la pintura de los estilos tradicionales, y a finales del siglo XI el emperador Huei-tsong se distinguió personalmente como autor de composiciones con pájaros y ramajes floridos. Pero aparte de este arte académico, existió una pintura progresista, que cultivó una forma de paisaje panorámico concebido en verticalidad y realizado, sobre seda o papel, a la tinta china, a veces con leves toques policromos. Son maestros en esta tendencia: King’ Hao, Tong Yuan, Yu-Kien y sobre todo Li Tang. Otro interesante grupo lo integraron autores como Mu-hi o Leang-kai, seguidores de la secta Ch’an y recluidos, como monjes, en los monasterios de esta secta. Su pintura, al lavado de tinta sobre papel, denota sensibilidad aguda, con destellos de una modernidad que aún sorprende.

En 1233 las hordas tártaras de Gengis Khan, procedentes de la Mongolia, se apoderaban de Kaifong, y el nieto de aquel gran guerrero, Kubilai Khan, tomaba en el año 1276 Hang-Tcheu e implantaba en toda la China una dinastía mongol, la titulada Yuan.

Pabellón del príncipe Teng. Esta pintura sobre seda forma parte de la serie del Salón de las Melodías Celestiales, en la corte de la exquisita dinastía Song. Su autor, hoy desconocido, dibujó con absoluto detalle la pagoda del príncipe, mostrando su enorme alzado en contraste con la nave que se acerca por el agua y las figuras humanas que se asoman a recibirla por las ventanas y terrazas. 

Bajo esta dinastía, que duró hasta 1368, se incrementaron ciertos aspectos de la literatura, como el teatro y la novela; en cambio, el arte no experimentó gran progreso. Sin embargo, el veneciano Marco Polo, que vivió en China desde 1276 a 1292, pudo trazar un brillante cuadro del lujo que reinaba en la corte de Khanbaliq, asentada en lo que sería después la actual Pekín (Beijing). En pintura, la predilección de los soberanos mongólicos se encaminó hacia los temas de caza y escenas con caballos, en los que se distinguió el pintor Jen Jen-fa. Al final de la dinastía aparecen en el Sur destacados paisajistas, como Wang Mong y Ni Tsan.

La dinastía fundada por Kubilai introdujo poco después en China el arte de elaborar alfombras. Sedas y cerámicas se produjeron también en abundancia, y ya entonces destacó el centro porcelanero de Ching-te-chen, uno de los más importantes durante la época siguiente.

En 1368 un antiguo monje budista, Yuan-chang, que asumió el nombre de Tai-tsu, fundó la dinastía Ming, destinada a reinar largamente (hasta 1644) y cuya capital estuvo al principio en Nanking, hasta que en el año 1403 se instaló en Pekín, que había sido la de los emperadores de la dinastía anterior.

Joven noble a caballo, de Qian Xuan (Museo Británico, Londres). Pintado durante el período Yuan del siglo XIII, su autor ha dibujado con un trazo muy sutil del pincel un joven arquero cuya sencilla majestuosidad contrasta con la simple carencia de fondo. Esta exacerbación de la belleza de la juventud es extremadamente importante en una época en la que los soberanos morían muy pronto en pleno combate, dadas las circunstancias tan conflictivas que vivía el imperio. 

La dinastía Ming (“Luminosa”) fue intensamente nacionalista y reaccionaria. Preocupada por preservar de posibles invasiones el territorio chino, restauró y amplió la antigua Gran Muralla, erigida durante el siglo II. Se emprendieron, en cambio, por mar algunas grandes expediciones, que cesaron bruscamente durante la primera mitad del siglo XV, y desde entonces las costas fueron hostigadas por aventureros o por los corsarios japoneses, mientras China volvía a recluirse en su antiguo aislamiento. Por un caprichoso contraste, Europa comenzó entonces a establecer, por mar, contactos directos y regulares con China; los primeros navegantes portugueses arribaron en 1517, y los holandeses en 1601.

Salvo el fundador de la dinastía y su tercer representante, Yung Lo, todos los soberanos Ming murieron jóvenes, tras haber vivido recluidos en la atmósfera viciosa de la corte y haber abandonado el manejo de los asuntos en manos de eunucos del harén imperial. Desde sus comienzos, la dinastía se esforzó por restablecer las instituciones culturales del período Song. Su interés por la arquitectura se concentró en el esfuerzo para urbanizar la nueva capital, Pekín, según un plan presidido por las estrictas normas geománticas rituales; en el centro estaba la “ciudad prohibida”, donde únicamente podían vivir el emperador y las personas a él allegadas; esta parte quedaba englobada dentro de la “ciudad imperial”, y ambas estaban ceñidas por muros rojos coronados por tejas amarillas.

Templo del Cielo (Pekín). Esta plataforma de tres pisos coronada por un tejado circular de 30 m de diámetro fue construida para honrar anualmente a los ancianos dioses de la tierra. Sobre sus cónicos tejados resplandece el azul oscuro y el reflejo del cielo, ensombreciendo la base para refrescar el suelo y las paredes del templo. Esta composición arquitectónica y cromática, que imita el arte de los Song durante el renacimiento Ming, simboliza la conexión entre el mundo terrenal y el celestial. 

Ciudad prohibida (Pekín). El interior del recinto comprende varios pabellones donde sólo podía vivir el emperador y su corte, aislados del resto de la sociedad en calidad de rango superior de la humanidad. Estos palacios, de robusta monumentalidad, forman uno de los más grandes conjuntos palaciegos construidos en China.  

⇦ Piedra y flor, de Wen Cheng-Ming. Contemporáneo de los renacentistas italianos, que asimilarían sus técnicas pictóricas gracias al comercio con Oriente, el arte longevo de Wen Cheng-Ming recuperaría la tradición de sus maestros emplearía los mínimos elementos compositivos para obras como este poema ilustrado, de una sobriedad estremecedora, que sería posteriormente muy imitado por los impresionistas y los cartelistas europeos. 



Entre las construcciones más importantes de los Ming, que en Pekín o sus alrededores han logrado preservarse de devastaciones, destaca, en el recinto de la misma capital, el Templo del Cielo, empezado en 1420 y terminado en 1753, bajo el emperador de la dinastía manchú Kien-lung. Es circular, de tres plantas superpuestas, y con tejados que recubren tejas azules. Otro edificio importante es el santuario del mausoleo del emperador Yung Lo, situado en el conjunto monumental formado por las tumbas de la dinastía, a unos 30 kilómetros de Pekín. 


Con los Ming, prosiguen la tradición pictórica de la dinastía anterior Shen-Cheu (1427-1509), Wen Cheng-Ming (1470-1559) y Kiu Ying (1500-1550). Estos contemporáneos de Leonardo da Vinci, Miguel Ángel y Tiziano constituyen -como ellos~ una cima de la historia del arte. Nunca han armonizado tan viva y libremente en la pintura china, forma, contenido y tema. Wen Cheng-Ming, que vivió hasta una edad muy avanzada, es el que ejerció mayor influencia en la pintura posterior. Finalmente, Tong Ki-tchang (muerto en 1636) representa en esta época el paisaje concebido con realismo. 

Vasija con esmalte alveolado (Museo Británico, Londres). Esta pieza fue elaborada durante el período Xuande de la dinastía Ming (hacia 1426-1435) y la decoración representa a un dragón entre nubes. La inscripción que hay en el cuello de la vasija demuestra que fue fabricada bajo los auspicios del Yuyongjian, una sección de la casa Imperial. Los chinos perfeccionaron la técnica del esmalte alveolado en el siglo xv, época en que se hizo esta pieza, considerada adecuada para uso imperial. Algunos modelos de vasijas fueron copiados de los antiguos bronces chinos, y ciertas formas y motivos recuerdan la porcelana contemporánea. 

Las artes menores presagiaron ya bajo esta dinastía el gran florecimiento que experimentarían, durante el siglo XVIII, el bordado, la talla del marfil y la del jade, esteatita y cristal de roca, las labores lacadas y taraceas, la pequeña escultura en bronce y el adorno de esmalte cloisonné

En cuanto a las producciones cerámicas, la porcelana tiende a remplazar por completo el gres. En la fábrica imperial se elaboraron las piezas más lujosas (con fondos amarillo o turquesa), mientras las porcelanerías de Ching te-chen, en Fukien, producían ejemplares de blanc de Chine en forma de figuritas o vasijas (a veces con adorno calado al trasluz), junto con grandes cantidades de piezas de ornamentación azul o policroma. Mucho de todo esto fue importado por los holandeses a Amsterdam, a partir del siglo XVII. 

⇦ Plato de porcelana (Museo Guimet, París). Antes de caer en el academicismo formal y en el excesivo recargamiento ornamental de los dibujos, que degeneraría por la demanda constante del barroquista gusto occidental, los pintores y ceramistas preferían copiar a los maestros antiguos y reproducir lo más fiel posible sus técnicas y temáticas. El rococó europeo viviría un auge extraordinario de chinoiseries gracias a la liberalidad política del comercio propugnado por el emperador Yung-cheng. En esta pieza ya se entreve cierto abigarramiento de las figuras y los objetos, hábilmente repartidos sobre el fondo de la escena, destacando en el centro la joven que sostiene con languidez una flor de delicado colorido y líneas muy finas. 



La corrupción de la dinastía Ming provocó un descontento que determinó su súbita caída en 1644. Por escasez de espacio no se entrará a detallar la serie de acontecimientos que coadyuvaron a la insta uración de la dinastía Tsing manchú, la última que hubo en el Celeste Imperio. Su primer representante, el emperador Kang-hsi, que reinó 60 años desde 1662 a 1722, fue un gobernante esclarecido, y puede decirse que gracias a él China entró en su última etapa de prosperidad, que perduró hasta el siglo XIX. Kang-hsi se interesaba por las ciencias y por las artes. Estudiaba con misioneros jesuitas cuestiones matemáticas y de ciencias naturales (el jesuita Verbiest, que construía los cañones para su ejército, le proyectó en 1670 su observatorio astronómico). El gran centro porcelanero de Ching te-chen, destruido desde el año 1644, fue restaurado por Kang-hsi y bajo su reinado produjo las mejores porcelanas con abundancia de figuras y flores policromas de impecable calidad. 

⇨ Plato de porcelana "familia verde" (Museo Guimet, París). Según la tonalidad predominante que lucía la decoración de la porcelana, se denominaban por el color, como en este caso. Procedente de la época Kang-hsi del siglo XVII, aves y plantas forman la composición decorativa de este plato, dibujados con la delicadeza característica de los artesanos chinos. 



En pintura, antes del 1700, la anterior tradición refloreció en el Sur con Pa-ta-Chenjan (también llamado Tchi-ta), seguidor de Siu-Wei, mientras que un pintor que fue monje, Kuen-tsan (apodado Che-tchi), representó una modalidad del paisaje junto con Tao-tsi y Kong Hsien. Durante el siglo XVIII destacaron, con Kao-kipei, sus compañeros, los cultivadores de la "pintura con la uña" (llamada así porque pintaban valiéndose de la punta de los dedos), y en Yang-tcheu existió otro grupo importante, el de los "excéntricos", o individualistas, con Hua Yen, Li Chan, King Nong, y otros. 

Bajo Yung-cheng (1722-1735), hijo y sucesor de Kang-hsi, y después, durante el largo reinado de Kienlung (1736-1795), el ambiente de la corte china fue parecido al de las grandes cortes europeas del período rococó. El mismo emperador, aficionado a las Bellas Artes, mantuvo una academia que regentaba el jesuita milanés padre Castiglione (llamado Lang Chining). La brillantez de este reinado se reflejó en las artes decorativas, y especialmente en las bellas cerámicas y porcelanas policromas que entonces se exportaban a Europa a través de la Compagnie des Indes francesa, o de su rival, la compañía inglesa. Búcaros, tibores, taburetes para jardín (en forma debarril), figuras y platos, lucen delicadas composiciones florales cuya policromía sirve, según su tonalidad predominante, para clasificar en varios grupos toda esta lujosa producción:" familia negra","familia amarilla"," familia verde"," familia rosa". 

Esta fue la última gran época del arte chino, antes de que se produjera el estancamiento que caracterizó al siglo XIX. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Arte de China


China es un vasto país que vivió durante largo tiempo sin contactos con el mundo occidental, ni con el sur asiático, y algunos de los valores que exaltó en su humanismo difieren bastante de los occidentales. Esto contribuye a acrecentar el interés que esta civilización ofrece, no sólo desde el punto de vista de la historia del pensamiento, sino también desde el de la historia de las actividades artísticas.

Kuan Lin guiando a un alma (Mu-

seo Británico, Londres). La escena
representada en esta pintura, pro-
bablemente una copia del período 
Ming de un original hoy desapare-
cido, recuerda a una versión orien-
tal del mito de Caronte cruzando 
el Estigia.  
Este aislamiento se prolongó hasta que en primer lugar las conquistas del emperador Han Wuti, entre los años 121 y 102 a.C, y después, entre los años 74 y 102, las del general Pan Tchao, contribuyendo a prolongar a través del Pamir la Ruta de la Seda, permitieron un enlace permanente con Persia y la India. Esta comunicación había de significar, en su día, un aflujo de influencias artísticas persas, y desde luego facilitó la penetración de la estatuaria del budismo.

El arte chino cuenta también con una prolongada prehistoria. Los hallazgos de mayor antigüedad, realizados en Yang-chao, en el norte del Honan, datan de una época que cabe situar entre los siglos XIX y XVII a.C. y han proporcionado una cerámica con decoración pintada geométrica, además de cuchillos de hueso o sílex y hachas de jade. Contemporánea a ello, o poco posterior, es la cerámica encontrada en la región de Panchan, en Kansu, con espléndida ornamentación policroma de espirales, volutas y losanges.

Cabezas de hacha, discos y cuchillo ceremonial (Royal Ontario Museum, Toronto). Entre estas herramientas y utensilios de diversos períodos neolíticos, se han identificado algunas que pertenecieron a la dinastía Shang, que gobernó la zona entre los siglos III y II a.C. 

Ninguna relación ofrecen estas vasijas de Panchan con las blancas, de muy refinada forma y con adorno hecho a molde (zonas de grecas), que han proporcionado las excavaciones de la región de Anyang, correspondientes a la segunda de las dinastías semimíticas, la de los Shang (unos 1.500 años a.C).


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Las primeras dinastías


La dinastía Shang dominó una zona de 400 por 300 km cerca de la confluencia del Hoang-ho con su afluente Wei, dentro de la que se encuentra Anyang, que fue su capital, y en cuyas necrópolis se han hallado los maravillosos bronces de fines del segundo milenio a.C, orgullo de los museos de arte oriental. Fue probablemente en esta zona donde se inventó la escritura china, con lo cual la dinastía Shang dispuso de un poderoso instrumento para crear una tradición política y mantenerla fija.

Aquellas excavaciones tumbales han revelado la existencia de una cultura del bronce que había llegado a su apogeo sin que se hubiese renunciado por completo a los utensilios neolíticos. Los bronces, jades y cerámicas de Anyang son ejemplares depuradísimos de este período histórico al que se está haciendo referencia. El jade debió de ser considerado ya entonces como una materia mágica, que se había de labrar con especial delicadeza y que se convertiría en uno de los rasgos idiosincrásicos del arte chino. En cuanto a las vasijas de bronce, bellamente patinadas, su ornamentación por relieves curvilíneos es muy fastuosa e incluye a veces el engaste de turquesas o de malaquita.


Antiguas vasijas chinas (Royal Ontario Museum, Toronto). Estas piezas sin barnizar tienen una antigüedad que va de finales del III milenio a.C. al siglo 11 d.C. De izquierda a derecha: jarra del período Anyang tardío del siglo XI a.C.; vasija de la dinastía Han o anterior con impresiones textiles de 206 a.C. a 220 d.C.; cuchara de la dinastía Han Oriental de 25 a 220 d.C.; vasija del período Machang de la cultura Majiayao con decoración de serpientes del III milenio a.C.; vasija con dos asas de la dinastía Han Occidental del siglo II a.C.; ting de la dinastía Han Occidental de 206 a.C. a 24 d.C. 

La Edad media china y clasicismo T'ang


Caída la dinastía Han en el año 220, el Imperio quedó sumido en la anarquía, y más tarde, a partir de fines del siglo IV, China estuvo por espacio de doscientos años escindida en dos, y el Norte quedó dominado por linajes extranjeros (los Wei y a partir del siglo VI los Tsi, en un período durante el cual en Chen-si dominaron los Cheu).

Éste fue un período intermedio, que tuvo profundas consecuencias para el futuro de este enorme país que es China. La aristocracia y las antiguas tradiciones culturales se habían refugiado en el Sur, donde el taoísmo (con su inclinación al individualismo místico) tendía a remplazar la moral confuciana. Estas circunstancias acabaron de favorecer la difusión del budismo, ya sólidamente introducido en el Norte.

Gran Muralla. La muralla fue concebida como defensa de un imperio que se extendía a lo largo de 7.300 km. En su construcción participaron los ejércitos de los más de veinte estados que lo conformaban y las dinastías de más de dos mil años, aunque miles de soldados murieron a causa del agotamiento y la desnutrición.  

A partir del siglo I la nueva religión se había difundido, desde Gandhara y el Estado de los Kushana, por el actual Turquestán chino, donde desde entonces florecieron centros búdicos, importantes no sólo en el aspecto religioso, sino también en el artístico. Destacan, entre ellos, el santuario de Bamiyán (siglos II-III), uno de los que jalonaban esta ruta de enlace entre Persia e India y la China, con sus grandes esculturas al aire libre, inspiradas en las greco-búdicas de Gandhara y que sirvieron de modelo para los budas y bodhisattvas chinos de las numerosas grutas de Yün-kang (Shanxi), como el colosal Buda rupestre allí labrado durante la época de los Wei del Norte, en la segunda mitad del siglo V.

Urna funeraria (Museo Británico, Londres). Esta pieza esculpida en forma de puerta palaciega fue hallada en un sepulcro de la dinastía Han. En la escena representada pueden apreciarse las figuras de los guardianes que custodian la entrada y el entrenamiento de dos luchadores.  

Pronto la iconografía búdica se fue adaptando a la idiosincrasia china, y a los tipos helenizantes derivados de la escuela de Gandhara sucedieron otros más esbeltos, íntegramente envueltos en los pliegues del largo y amplio ropaje, con rostros alargados y de pómulos salientes, párpados casi cerrados y labios en que se insinúa una tierna y mística sonrisa. Esta nueva iconografía china se halla representada desde fines del siglo V en los santuarios rupestres de Longmen, cerca de Loyang, la nueva capital de los Wei.

Yan-kien, fundador de la nueva dinastía Suei, volvió a reunir en 589 la China del Norte y la del Sur. Fue ésta una dinastía brillante, sobre todo en el reinado de su segundo y último representante, el emperador Yan-ti. Más mundano que religioso, el arte de este momento imprime a las figuras búdicas un aire de solemne profanidad que se manifiesta en los tocados, tiaras y pinjantes de los bodhisatrvas, que parecen evocar el lujo de la corte de Yan-ti, enTchangn-gan. Esta dinastía fue sucedida, tras un período de revueltas, en el año 618, por la T’ang, fundada por Li Yuan, la cual perduraría hasta principios del siglo X. 

Estatuas búdicas (Grutas de Yun-kang, Shanxi). Las esculturas rupestres de budas y bodhisattvas chinos adoptaron una estilización helénica que progresivamente iría volviéndose más esbelta, vistiéndolos con ropajes de amplios pliegues, caras de ojos rasgados y pómulos pequeños y prominentes, con una sonrisa más abierta e infantil.  

En tiempo de los emperadores T’ang el budismo se ha generalizado y las figuraciones búdicas experimentan entonces otro cambio, debido sin duda a aportaciones del estilo escultórico hindú gupta, a consecuencia, quizá, del famoso viaje del monje chino Hiang-tson, que regresó de la India en el año 644. Las siluetas enteramente vestidas de la época anterior son sustituidas por personajes de torso desnudo y cuyo cuerpo se contornea. Aparecen entonces, con toda su variedad, las grandes figuras de los lokapala y dvarapala, genios guardianes de los templos, en actitudes enérgicas o violentas, mientras continúa evolucionando la iconografía de los bodhisatrvas, en especial de Maitreya y Kuan-yin, figuraciones búdicas de la Sapiencia y la Misericordia.

Transformación del stupa bulbar típico de la India, la pagoda aparece en forma cúbica o poliédrica, o adopta la de alta torre de piedra o ladrillo, con numerosos pisos y tejadillos superpuestos, que es la modalidad que tenderá a imponerse. Esta superposición de tejados es la evolución, por multiplicación y crecimiento, de los tres pequeños parasoles o sombrillas superpuestas que aún podemos ver en el stupa I de Sanchi, en la India de la época Maurya, hacia el siglo II a.C.

Buda flanqueado por bodhisattvas (Grutas de Long-men, Honan). En el interior de la llamada cueva de los Mil Budas, se encuentran santuarios rupestres con figuras como este Buda, caracterizado con elementos iconográficos y raciales del pueblo chino. Encerrados en grandes nichos de tosco ladrillo se guardan estos símbolos religiosos para ser reverenciados por sus fieles.  

Las figuras de terracota que se han hallado en las tumbas lujosas de este período forman séquitos numerosos, en los que figuran los animales del difunto: piafantes caballos, camellos, yaks, y gran variedad de personajes y aun seres irreales. Es típico de toda esta cultura funeraria un naturalismo intenso, de empaque clásico, y unos maravillosos colores que -cuando las figuras de terracota son de gran tamaño- no las recubren totalmente.

Lokapala y Dvarapala (Grutas de Long-men, Honan). En el exterior del templo rupestre de Honan se esculpieron las representaciones de estos dos genios guardianes para que protegieran el Interior del monasterio de los saqueos y del vandalismo. El aspecto fiero de ambos guerreros queda realzado por la diminuta figura del personajillo que están aplastando con el pie.   



El vidriado de la época T’ang prosigue usando los tonos perláceos e irisados del barniz plumbífero, utilizado desde la dinastía Han, y añade los colores más sencillos: el verde, que se consigue con la adición de cobre, el amarillo y el marrón, con la de hierro, y el azul, con la del cobalto. Con tan pocos elementos los ceramistas chinos realizaron maravillas. Con toda tranquilidad colocaban los tres colores en potentes manchas, y permitían incluso que los vidriados fluyeran por la pieza formando goterones. Los bajos relieves en piedra, como los de la tumba de Tai Tsung (muerto en 648), el segundo emperador T’ang, reflejan bien la solemnidad clásica del período.


⇦ Monstruo guardián. Realizada en terracota policromada, esta estatuilla de la dinastía rang ejemplifica el rechazo por el forastero, representando un ser grotesco con cuerpo de bestia y una cabeza de rasgos occidentalizados, con barba y nariz prominente. Las patas acabadas en pezuñas parecen sugerir una metáfora comparativa con una amenaza diabólica.



La época T’ang fue brillante además por otros conceptos; es la época de la invención y primer gran desarrollo de la imprenta, una herramienta de enorme importancia como es sabido para la expansión de la cultura, y en ella adquieren toda su complicación e importancia los exámenes previos para el ejercicio de los cargos públicos. También durante esta época florece con gran brillantez la cerámica y se produjo, a este respecto, un acontecimiento muy importante: el descubrimiento de la porcelana, uno de los capítulos más brillantes del arte chino, que será llevada a su mayor perfección durante la época siguiente, la de la dinastía Song, pero que ya entonces destaca por sus elegantes formas y adorno inciso, bajo barniz blanco.

Estatua funeraria (Museo Real de Arte, Bruselas). En el período T'ang, el feldespato sustituyó el vidriado blanco en la cerámica china, confiriendo en este caso a la figura ecuestre una irisación de tonos perlados y amarillentos producido por el paso del tiempo. 

El arte de la caligrafía, estimado desde los Han como el medio por excelencia de expresar las virtudes morales e intelectuales que deben adornar al hombre letrado, viene entonces a favorecer mucho el desarrollo de la pintura sobre seda o papel. Desgraciadamente, nada se conserva de la obra realizada en este apartado del arte chino por el pintor Wu-Taotseu, que aparece como uno de los artistas más renombrados en los escritos de la época, ni de Li Seu-hsun, que fue honrado por el emperador con un nombramiento de general; pero se conocen obras del hijo de éste, el paisajista Li Tchao-tao, y las pinturas de personajes realizadas por Yeu Li-pan (muerto en 673), cuyo estilo se basó en un delicado empleo del sombreado y de la gradación de los tonos, como medios de realzar las finuras del dibujo. 

Algunas hojas de papel y rollos de seda hallados en las grutas funerarias de Tuen Huang permiten imaginar los esplendores de esta pintura que ha desaparecido casi por completo: personajes de elevada alcurnia están representados con caballos lujosamente enjaezados, las líneas son claras y la aplicación libre y segura de los sencillos rojo y verde confieren un aire vivo y gracioso a las composiciones.

Presentes para China, de Yeu-Li-pan (Biblioteca Nacional, París). En esta pintura sobre seda, el autor ha representado a varios portadores de tributos dirigiéndose a Ch'an, entonces capital de la dinastaía T'ang. Yeu-Li-pan solía dibujar a personajes conocidos empleando delicadamente el sombreado y la gradación de tonalidades, realzando las figuras sobre fondos de escasas y finas líneas. 

Al caer la dinastía T’ang en 906, se produjo otra época de división, y durante más de cincuenta años cinco dinastías reinaron, entre perturbaciones, en la gran llanura del Norte, mientras el Sur se desintegraba en diez reinos. Finalmente, en 960 se instauró en Kaifong (Honan) la dinastía Song, que reunificaría el país y reinaría durante un largo período, aunque no exento de dificultades muy serias, como las que representaron la ocupación de parte del Norte chino, durante la primera mitad del siglo XII, por tártaros y turcos, lo que determinó que los emperadores Song trasladasen su capital a Hangchou.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El emperador de la Gran Muralla china


Guerreros de Ch'in-Han (Xianyang). Después de unificar el reino levantando la Gran Muralla, la última voluntad del emperador Ts'in Shi Huang Ti fue ser enterrado bajo un túmulo de 48 m de altura con sus concubinas, los obreros que trasladaban su tesoro antes de cerrar el sepulcro y un ejército de terracota de más de 7.000 soldados de casi dos metros de altura y 1.300 caballos de barro cocido y carros de combate de bronce, dispuestos en 11 corredores de 200 m de largo. Las estatuas son fieles reproducciones realistas de sus soldados reales, por lo que no hay dos figuras que presenten las mismas facciones. 

La más colosal obra de ingeniería que haya podido imaginar y llevar a cabo la humanidad se extiende 7.300 km en la China septentrional, presenta una altitud de 6 a 8 metros y tiene torres defensivas. Se trata, como es sabido, de la Gran Muralla china, cuyas obras inició en el año 221 a.C. el emperador Ts’in Shi Huang Ti, soberano de la dinastía Ch’in. Ya se ha señalado que su construcción demuestra la existencia de un estado unificador, pues, por qué habría que proyectar una muralla de tan vastas magnitudes si no para proteger casi todo el territorio chino de los ataques de los tártaros, por aquel entonces la principal amenaza que llegaba del norte. Así, el citado emperador ha pasado a la historia con el doble mérito de haber puesto en marcha la construcción más enorme que se haya realizado jamás a la par que fue el primero en unificar la totalidad de las regiones de China.

Además, Ts’in Shi Huang Ti llevó a cabo una serie de iniciativas políticas y diplomáticas sin las cuales el curso de la historia del denominado hoy día gigante rojo sería bien diferente. Primero inició una de las campañas militares más efectivas de la historia, pues en apenas diez años acabó con el secular problema del descontrol y la amenaza que suponían algunas regiones bárbaras. Por otro lado, con más astucia y falta de escrúpulos que diplomacia, destruyó a todos los rivales que amenazaban su gobierno, y, una vez ampliados los límites de China, impulsó una rígida organización territorial, política y administrativa que la dinastía Han recibió como legado.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El rollo de los Trece emperadores



Entre los nombres de los numerosos y grandes pintores de la dinastía T’ang (618-907) destaca el de Yan Lipen, cuya reputación se debe al llamado Rollo de los Trece emperadores.


Yan Upen fue un pintor especializado en el género de personajes, que ocupó distintos cargos en la corte de los T’ang. A su muerte, acaecida en el 673, desempeñaba el cargo de Primer Ministro. Desde su puesto en la esfera política tuvo la ocasión de retratar a los principales dignatarios y embajadores que visitaban la capital. Sin duda, su obra más importante es el Rollo de los Trece emperadores, una antigua copia de verdadero valor artístico y una auténtica galena de antepasados imperiales, entre los que hay retratados dos emperadores del período Han, seis de la casa de Nankín y tres emperadores del norte, con los dos de la dinastía Sui, que precedió inmediatamente a la T’ang.

El largo rollo está dividido en trece grupos, cada uno de los cuales comprende tres personajes, al menos en la mayoría de los casos. El personaje central de cada grupo corresponde a un retrato de cuerpo entero de un emperador de la serie de los que reinaron entre el siglo II a.C. y el final de la breve dinastía de los Suei.

Los grupos son independientes, y todos, salvo dos, parecen componer un gran desfile. No hay tentativa alguna para ligar una escena con otra. Una de las partes más interesantes es la que muestra a los altos dignatarios sentados. Citamos la escena que representa al emperador Wen-ti de la dinastía Tch’en. El dignatario ocupa un asiento bajo y dos servidoras están de pie detrás de él. Una de ellas mira por encima de su propio hombro, como dirigiendo su mirada hacia el grupo precedente. La perspectiva del asiento y la desproporción entre el emperador y sus sirvientas corresponden a las concepciones arcaicas.

De igual manera, cabe señalar el que representa al emperador Ch’en Hsüanti, que reinó en Nankín desde 569 a 582, llevado por criados y acompañado por dos cortesanos. El emperador, al igual que sus acompañantes, está retratado con una espléndida precisión. Incluso los portadores de la silla están individualizados, captados en movimientos diversos.

El artista fue sin duda un gran dibujante que se esmeraba en representar la apariencia de sus nobles modelos. Sus personajes tienen la calma y la dignidad que corresponde a sus imperiales funciones. Su expresión es variada con sutileza. En sus rostros, Yan Lipen se ha preocupado sobre todo de mostrar el carácter de los diferentes emperadores, revelando un gran poder psicológico.

Ha sabido pintar con precisión las vestimentas. Los ropajes cuelgan con naturalidad en torno al cuerpo. La utilización de una densa sombra para subrayar mejor los pliegues de las telas en las rodillas de las figuras sentadas es particularmente interesante. 

Los retratos asombran por su elevado detallismo, casi hasta el punto de reproducir los pelos de la barba uno a uno.

A pesar del estado precario de la obra, ésta se mantiene como uno de los documentos más importantes de la pintura china primitiva. Este magnífico rollo de seda policromada, con unas dimensiones de 51 x 531 cm, se halla en la actualidad en el Museum of Fine Arts de Boston.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Arte del sudeste asiático

La potente y rica civilización de la India de la época gupta no pudo extender su influencia hacia Occidente. A pesar de que se trataba de una cultura poderosa que probablemente hubiera sido capaz de llevar su influjo mucho más allá de los territorios que dominó, se encontró con un pueblo no menos importante que frenó sus deseos expansionistas. De este modo, la India gupta tropezó con la barrera del Irán que se encontraba en su período de máximo esplendor bajo el estado militarizado de los sasánidas. El Irán sasánida actuó como un tapón que obligó a que el comercio hindú se viera obligado a tomar la ruta marítima del Sudeste, y el resultado de ello fue la propagación de la cultura de la India en aquella zona del continente asiático. Seguramente, de no haber existido una dinastía sasánida tan eficiente en la defensa de sus intereses, hoy se hablaría de la influencia gupta en la zona que es conocida como Oriente Medio. A partir del siglo IV, pues, se constituye poco a poco una especie de “Magna India”, un inmenso territorio, que abarca prácticamente todo el sudeste de Asia. Asimismo hay que destacar un hecho que puede parecer sorprendente por el modo en que tradicionalmente se han expandido otros imperios a lo largo de la historia. De este modo, jamás los reinos hindúes practicaron una colonización política; la religión, la cultura y la lengua de la India se difundieron al ritmo de los contactos comerciales y de los viajes de sus mercaderes. La poderosa influencia intelectual de la cultura hindú, sin que nunca fuese utilizada la fuerza, impuso el sánscrito como lengua sagrada, de la literatura y de la corte de esos países, mientras el pueblo seguía hablando las lenguas locales.

Buda en actitud de meditación

Esta escultura típica del perío-
do khmer muestra a Buda sen-
tado con las manos en la posi-
ción denominada mudra.
A lo largo de este capítulo se centrará la atención, sucesivamente, en la civilización khmer que se desarrolló en el territorio de la actual Kampuchea (Camboya) desde fines del siglo VI hasta principios del siglo XIV, en el arte de la isla de Java, por las mismas fechas, y en el arte de Tailandia, país de los tai, a partir del siglo XIV.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Arte y cultura de los khmer

El arte del pueblo khmer, que se desarrolló hasta la invasión de los tai llegados desde el Norte hacia el año 1300, es dividido por los especialistas en tres períodos denominados arcaico, clásico y barroco. De este modo, la primera de estas épocas se afirma antes de la mitad del siglo VII, bajo el reinado de Ishavarman I, que fundó la capital del reino en Sambor. Allí, en esta antiquísima urbe, existen restos de templos de planta cuadrada, la mayoría de ellos construidos en ladrillo, con torres poligonales que recuerdan los sikhara que se encuentran en la India. Pero la influencia más clara del arte hindú, especialmente de la India gupta, se aprecia en la escultura, que ofrece estatuas de Buda sumamente parecidas a las gupta de Sarnath y una célebre figura de Lakshmi, conservada en el Museo de Phnom Penh, que se la puede considerar el prototipo de las figuras femeninas que se esculpieron durante el primer estilo khmer. Esta estatua deriva directamente del canon indio de belleza femenina, y la serenidad y sonriente plenitud del rostro hacen de ella una visión inolvidable.

⇦ Lakshmi (Museo de Phnom Penh). Creada probablemente a mediados del siglo XI d.C.. esta representación de la diosa de la buena fortuna presenta una sonrisa típica de la escuela khmer y una turgente desnudez, enaltecida por la esbeltez de la figura. Esta escultura responde perfectamente al canon de belleza khmer por la serena plenitud que se le ha conferido a la estatua.




Hacia el final del período arcaico se sitúan las construcciones de Jayavarman II (802-854), príncipe que había vivido en la corte de los Sailendra, de Java, y que regresó a su país impregnado de cultura javanesa (su reinado es contemporáneo de la obra maestra del arte de Java, el templo de Borobudur al que se hará referencia más adelante) y seguramente deseoso de imitarla. El reinado de este príncipe se muestra especialmente relevante desde el punto de vista artístico porque al parecer se inventó durante su época de gobierno la fórmula que constituye el rasgo más característico de la arquitectura khmer: el templo-montaña. En efecto, el magnífico templo de AkYum, en el Baray occidental, es como una pirámide de ladrillo de tres pisos, de tamaño cada vez más reducido, coronada por cinco torres dispuestas al tresbolillo.



Llegamos ahora al período clásico, que se inició a finales del siglo IX, bajo el reinado deYashovarman I (889-910), y se prolongó hasta mediados del siglo XII. Jayavarman II (h. 800-850) y Yashovarman I (899-900) fundaron Angkor, la mundialmente célebre capital del reino khmer descubierta en la jungla de Camboya por el explorador Mouhot el año 1860, y construyó un gigantesco lago artificial, el Baray oriental, de siete kilómetros de largo por 1.800 metros de ancho, para aprovisionamiento de la ciudad y regadío de sus arrozales. En el centro de esta gran superficie de agua había una colina, el Phnom Ba-kheng, sobre la que se erigió un templo-montaña de cinco terrazas superpuestas en forma de pirámide de 13 metros de altura, coronada por cuatro torres en los ángulos y una en el centro.

Escalera de los Leones. Templo de Phnom Bakheng, Angkor. Estas representaciones escultóricas dan la bienvenida a los fieles antes de su ascenso por la pirámide escalonada, idóneamente integrada en el medio vegetal de la zona hasta recortarse en el cielo como si se tratase de una montaña creada expresamente para llegar a él.

Templo de Banteay Srei, en Angkor. Al noroeste se erige uno de los complejos sagrados mejor conservados de la arquitectura del siglo x d.C. Protegido por una muralla, miles de figuras escultóricas que se retuercen entre sí, trabajadas sobre arenisca roja, decoran fachadas, frontones, tímpanos y dinteles de todo el templo. Al pie de las escalinatas suelen encontrarse representaciones de seres fantásticos cuya función simbólica era la de guardar el lugar sagrado.

Unos años más tarde de la construcción de la citada ciudad de Angkor, se construyó el templo de Banteay Srei, en el año 967, que, hecho que constituye toda una excepción en el arte khmer, no está ligado al nombre de un rey. Efectivamente, en este caso, el templo recuerda con su nombre la figura de un importante personaje del pueblo khmer, el brahmán Yajnavaraha, Sivaíta ferviente, cuya inmensa cultura estuvo sostenida por una curiosidad insaciable. Situado a 20 kilómetros al noroeste de Angkor, el templo de Banteay Srei revela la personalidad de su fundador en cada detalle. Formado por varios recintos cuadrangulares concéntricos en los que se abren los típicos pabellones de acceso, fascina sobre todo por las mil pequeñas figuras que se retuercen entre el follaje de los arquitrabes y la decoración. Los muros cincelados como joyas en la piedra arenisca rosada sostienen frontones de un perfil originalísimo. Estos frontones contienen relieves narrativos con personajes que ilustran episodios de la leyenda sagrada.

Templo de Banteay Srei, en Angkor. Construido por el brahmán Yajnavaraha, las paredes del templo están cubiertas de relieves esculpidos sobre la piedra arenisca, como el que se reproduce aquí, que representan las epopeyas religiosas con el fin de ponerlas al alcance del pueblo.

⇦ Cabeza de Jayavarman VII (Museo Real, Phnom Penh). Las características estéticas del fin del arte khmer quedan sintetizados en este retrato del último de los monarcas, de finales del siglo XII, en el que se mantiene y se potencia la serenidad de la mirada y la sonrisa plácida del representado. De 41,5 cm de estatura, fue realizado en piedra cincelada con extremada finura y sensualidad para incitar a sus seguidores a acariciarle el rostro para dejarse impregnar por los sentimientos del soberano.



Pero el momento culminante del segundo estilo khmer, el que corresponde al período clásico, lo constituye el reinado de Suryavarman II (1113-1150), el rey que edificó Angkor Vat, el enorme templo de inspiración visnuísta que cubre una superficie de 200 hectáreas. Aparte de la monumentalidad del templo y de los ricos detalles decorativos que lo adornan, como se verá seguidamente, éste sirve simultáneamente de sepulcro a su fundador, razón por la que está orientado hacia el sol poniente. Su recinto exterior, de forma rectangular, mide 1.000 metros de largo por 800 de ancho. Las puertas, cubiertas por pabellones monumentales, se encuentran en los extremos de los ejes de cada uno de los rectángulos que constituyen los sucesivos recintos. Las torres de Angkor Vat son sikharas parecidos a los del norte de la India, pero cuya planta cuadrada se convierte en una sección estrellada antes de iniciarse la curvatura de sus aristas que confiere a estas torres el característico perfil en forma de obús.


Las molduras y elementos horizontales que las componen se superponen armoniosamente. Aunque quizá lo más sorprendente de Angkor Vat es la enorme cantidad de bajorrelieves que suman varios kilómetros de representaciones de hombres y mujeres, animales, genios, titanes y dioses reflejando el gran drama de la manifestación cósmica.

Templo de Angkor Thon, Camboya. En mitad del palacio del Bayon se levanta el monasterio, que fue redescubierto casualmente por un grupo de expedicionarios que perseguían una especie exótica de mariposa. Desde entonces, el templo ha sufrido incontables saqueos antes de ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.


Cabezas del templo de Angkor Thom, Camboya. El rey Jayavarman VIl, mecenas, filántropo y principal promotor del arte khmer en el siglo XII, plagó el templo del Bayon de retratos escultóricos de Suda, colocados en la base de cada una de las cincuenta y cuatro torres que completan el conjunto.


Se trata de un inacabable tapiz de piedra, un elemento decorativo realmente original y sorprendente y de una gran potencia de sugestión mágico-religiosa. La extraordinaria calidad de su acabado recuerda ciertos marfiles preciosos. En los relieves de Angkor Vat se combina el delicado modelado de la carne viviente con la grandiosa inmovilidad hierática que evoca la escultura egipcia del Imperio Antiguo.


La escultura exenta del período clásico khmer no llega ni con mucho a la belleza única de los relieves de Angkor Vat. Las características de este tipo de escultura son, por regla general, mucho más sencillas. Así, los rostros aparecen casi cuadrados, el cuerpo tiene un modelado convencional y los labios están apretados en una mueca característica que lo que consigue es uniformizar en exceso las representaciones. Por otro lado, son típicas de esta época las estatuas de Buda sentado en actitud de meditación, protegido por la serpiente Naga.


Templo de Borobudur, Java. La obra maestra de los Sailendra, también denominados reyes de la montaña, fue esta impresionante construcción del siglo IX d.C. realizada en andesita cortada en enormes bloques uniformes que eran esculpidos tras su colocación. Su composición mantiene la estructura del stupa, que culmina cada una de las terrazas escalonadas y circulares que contiene el conjunto del templo. El peregrino puede ascender desde cualquiera de los cuatro puntos cardinales para ir adentrándose paulatinamente en las sucesivas esferas de espiritualidad, que representa cada una de las partes del complejo arquitectónico. Un total de más de dos mil altorrelieves decoran los muros a lo largo de más de 6 kilómetros con escenas de la vida de Buda.


Por último, el tercero de los períodos khmer citados anteriormente, el período barroco, está centrado en el reinado de Jayavarman VII (1181-1219). Este soberano se trata, sin lugar a dudas, de uno de los personajes mas fascinadores que se conocen de la civilización khmer. Jayavarman VII era un budista ferviente que hizo campaña activa en contra del brahmanismo que profesaron todos sus antecesores. De este modo, durante su reinado hizo escribir en una estela que” sufría de las enfermedades de sus súbditos más que de las propias, pues es el dolor público la causa del dolor de los reyes y no del suyo propio”. Las estatuas que se han conservado de este hombre expresan la fuerza y energía que irradian de su frente y de sus labios apretados, pero fuerza y energía parecen veladas tras los párpados caídos como en meditación.


Templo de Prambanan, Java. Dedicado a Shiva, este monasterio es una imponente muestra de la arquitectura hindú de Indonesia anterior a la conquista musulmana. Los pináculos de las torres crecen apuntando hacia el cielo para permitir a los fieles alcanzar el Nirvana prometido, hasta una altura de 50 m por encima del nivel del suelo. Tras sufrir varios terremotos se comenzó a reconstruir en el siglo xx con fines turísticos.

Entre las aportaciones que hizo Jayavarman VII al arte de su pueblo es preciso señalar que reconstruyó Angkor, que había sido asolada y destruida en buena parte por la invasión de los cham, y además llevó a cabo una ambiciosa y costosa de restauración de la mayoría de los monumentos del país. Al mismo tiempo, recubrió su reino de templos budistas, monasterios, refugios para los peregrinos y hospitales para sus súbditos. Por tanto, se trata éste de uno de los períodos más fecundos desde el punto de vista artístico de la historia del pueblo khmer. Pero su obra más extraordinaria fue el conjunto urbanístico de Angkor Thom (“La Gran Capital”), ceñido por un recinto cuadrado de tres kilómetros de lado y centrado por el hoy mundialmente famoso templo del Bayón con sus torres enormes que llevan esculpidas caras humanas que representan al rey como bodhisattva, dominando las cuatro direcciones del espacio.

Esferas de la No-Forma del templo de Borobudur, Java. En las terrazas circulares abiertas, situadas en la cima del monumento arquitectónico se hallan 72 stupas de paredes perforadas por cuya celosía se pueden observar las estatuas del Buda sedente con las manos entrelazas que se custodian en su interior. Situadas sobre otros muchos pisos de base cuadrada, estas terrazas circulares simbolizan la unión entre el mundo terrenal y el celestial.

Son cuatro rostros gigantescos en cada torre que aparecen como protectores apacibles del universo. Angkor Thom era un templo-monasterio de grandes dimensiones en el que vivían millares de monjes, y cuyos inmensos recintos concéntricos contenían los palacios del rey y los centros administrativos del gobierno. Por tanto, era algo más que un simple edificio religioso, pues se trataba de un centro social y también religioso que concentraba el poder de la civilización khmer. En estos edificios del período barroco se encuentran las estatuas y relieves de temas budistas en los que figura la famosa sonrisa khmer. Son rostros con los ojos entornados que expresan la serenidad tranquila y fuerte del que está desligado de todas las cosas y siente una dulce compasión por el sufrimiento de todos los seres.

Al llegar al final del estudio de la civilización khmer que, como se ha tenido ocasión de comprobar, se prolongó durante más de seis siglos y ha dejado excelentes muestras de su arte. En el siglo XIV los tai saquearon Angkor, que fue abandonado por sus habitantes. El clima tropical ayudó a que la selva recubriera todas las construcciones hasta el extremo de perderse memoria del lugar. Su descubrimiento en 1860 atrajo la atención de la Escuela Francesa de Extremo Oriente, que inició su restauración.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.


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