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La Edad media china y clasicismo T'ang


Caída la dinastía Han en el año 220, el Imperio quedó sumido en la anarquía, y más tarde, a partir de fines del siglo IV, China estuvo por espacio de doscientos años escindida en dos, y el Norte quedó dominado por linajes extranjeros (los Wei y a partir del siglo VI los Tsi, en un período durante el cual en Chen-si dominaron los Cheu).

Éste fue un período intermedio, que tuvo profundas consecuencias para el futuro de este enorme país que es China. La aristocracia y las antiguas tradiciones culturales se habían refugiado en el Sur, donde el taoísmo (con su inclinación al individualismo místico) tendía a remplazar la moral confuciana. Estas circunstancias acabaron de favorecer la difusión del budismo, ya sólidamente introducido en el Norte.

Gran Muralla. La muralla fue concebida como defensa de un imperio que se extendía a lo largo de 7.300 km. En su construcción participaron los ejércitos de los más de veinte estados que lo conformaban y las dinastías de más de dos mil años, aunque miles de soldados murieron a causa del agotamiento y la desnutrición.  

A partir del siglo I la nueva religión se había difundido, desde Gandhara y el Estado de los Kushana, por el actual Turquestán chino, donde desde entonces florecieron centros búdicos, importantes no sólo en el aspecto religioso, sino también en el artístico. Destacan, entre ellos, el santuario de Bamiyán (siglos II-III), uno de los que jalonaban esta ruta de enlace entre Persia e India y la China, con sus grandes esculturas al aire libre, inspiradas en las greco-búdicas de Gandhara y que sirvieron de modelo para los budas y bodhisattvas chinos de las numerosas grutas de Yün-kang (Shanxi), como el colosal Buda rupestre allí labrado durante la época de los Wei del Norte, en la segunda mitad del siglo V.

Urna funeraria (Museo Británico, Londres). Esta pieza esculpida en forma de puerta palaciega fue hallada en un sepulcro de la dinastía Han. En la escena representada pueden apreciarse las figuras de los guardianes que custodian la entrada y el entrenamiento de dos luchadores.  

Pronto la iconografía búdica se fue adaptando a la idiosincrasia china, y a los tipos helenizantes derivados de la escuela de Gandhara sucedieron otros más esbeltos, íntegramente envueltos en los pliegues del largo y amplio ropaje, con rostros alargados y de pómulos salientes, párpados casi cerrados y labios en que se insinúa una tierna y mística sonrisa. Esta nueva iconografía china se halla representada desde fines del siglo V en los santuarios rupestres de Longmen, cerca de Loyang, la nueva capital de los Wei.

Yan-kien, fundador de la nueva dinastía Suei, volvió a reunir en 589 la China del Norte y la del Sur. Fue ésta una dinastía brillante, sobre todo en el reinado de su segundo y último representante, el emperador Yan-ti. Más mundano que religioso, el arte de este momento imprime a las figuras búdicas un aire de solemne profanidad que se manifiesta en los tocados, tiaras y pinjantes de los bodhisatrvas, que parecen evocar el lujo de la corte de Yan-ti, enTchangn-gan. Esta dinastía fue sucedida, tras un período de revueltas, en el año 618, por la T’ang, fundada por Li Yuan, la cual perduraría hasta principios del siglo X. 

Estatuas búdicas (Grutas de Yun-kang, Shanxi). Las esculturas rupestres de budas y bodhisattvas chinos adoptaron una estilización helénica que progresivamente iría volviéndose más esbelta, vistiéndolos con ropajes de amplios pliegues, caras de ojos rasgados y pómulos pequeños y prominentes, con una sonrisa más abierta e infantil.  

En tiempo de los emperadores T’ang el budismo se ha generalizado y las figuraciones búdicas experimentan entonces otro cambio, debido sin duda a aportaciones del estilo escultórico hindú gupta, a consecuencia, quizá, del famoso viaje del monje chino Hiang-tson, que regresó de la India en el año 644. Las siluetas enteramente vestidas de la época anterior son sustituidas por personajes de torso desnudo y cuyo cuerpo se contornea. Aparecen entonces, con toda su variedad, las grandes figuras de los lokapala y dvarapala, genios guardianes de los templos, en actitudes enérgicas o violentas, mientras continúa evolucionando la iconografía de los bodhisatrvas, en especial de Maitreya y Kuan-yin, figuraciones búdicas de la Sapiencia y la Misericordia.

Transformación del stupa bulbar típico de la India, la pagoda aparece en forma cúbica o poliédrica, o adopta la de alta torre de piedra o ladrillo, con numerosos pisos y tejadillos superpuestos, que es la modalidad que tenderá a imponerse. Esta superposición de tejados es la evolución, por multiplicación y crecimiento, de los tres pequeños parasoles o sombrillas superpuestas que aún podemos ver en el stupa I de Sanchi, en la India de la época Maurya, hacia el siglo II a.C.

Buda flanqueado por bodhisattvas (Grutas de Long-men, Honan). En el interior de la llamada cueva de los Mil Budas, se encuentran santuarios rupestres con figuras como este Buda, caracterizado con elementos iconográficos y raciales del pueblo chino. Encerrados en grandes nichos de tosco ladrillo se guardan estos símbolos religiosos para ser reverenciados por sus fieles.  

Las figuras de terracota que se han hallado en las tumbas lujosas de este período forman séquitos numerosos, en los que figuran los animales del difunto: piafantes caballos, camellos, yaks, y gran variedad de personajes y aun seres irreales. Es típico de toda esta cultura funeraria un naturalismo intenso, de empaque clásico, y unos maravillosos colores que -cuando las figuras de terracota son de gran tamaño- no las recubren totalmente.

Lokapala y Dvarapala (Grutas de Long-men, Honan). En el exterior del templo rupestre de Honan se esculpieron las representaciones de estos dos genios guardianes para que protegieran el Interior del monasterio de los saqueos y del vandalismo. El aspecto fiero de ambos guerreros queda realzado por la diminuta figura del personajillo que están aplastando con el pie.   



El vidriado de la época T’ang prosigue usando los tonos perláceos e irisados del barniz plumbífero, utilizado desde la dinastía Han, y añade los colores más sencillos: el verde, que se consigue con la adición de cobre, el amarillo y el marrón, con la de hierro, y el azul, con la del cobalto. Con tan pocos elementos los ceramistas chinos realizaron maravillas. Con toda tranquilidad colocaban los tres colores en potentes manchas, y permitían incluso que los vidriados fluyeran por la pieza formando goterones. Los bajos relieves en piedra, como los de la tumba de Tai Tsung (muerto en 648), el segundo emperador T’ang, reflejan bien la solemnidad clásica del período.


⇦ Monstruo guardián. Realizada en terracota policromada, esta estatuilla de la dinastía rang ejemplifica el rechazo por el forastero, representando un ser grotesco con cuerpo de bestia y una cabeza de rasgos occidentalizados, con barba y nariz prominente. Las patas acabadas en pezuñas parecen sugerir una metáfora comparativa con una amenaza diabólica.



La época T’ang fue brillante además por otros conceptos; es la época de la invención y primer gran desarrollo de la imprenta, una herramienta de enorme importancia como es sabido para la expansión de la cultura, y en ella adquieren toda su complicación e importancia los exámenes previos para el ejercicio de los cargos públicos. También durante esta época florece con gran brillantez la cerámica y se produjo, a este respecto, un acontecimiento muy importante: el descubrimiento de la porcelana, uno de los capítulos más brillantes del arte chino, que será llevada a su mayor perfección durante la época siguiente, la de la dinastía Song, pero que ya entonces destaca por sus elegantes formas y adorno inciso, bajo barniz blanco.

Estatua funeraria (Museo Real de Arte, Bruselas). En el período T'ang, el feldespato sustituyó el vidriado blanco en la cerámica china, confiriendo en este caso a la figura ecuestre una irisación de tonos perlados y amarillentos producido por el paso del tiempo. 

El arte de la caligrafía, estimado desde los Han como el medio por excelencia de expresar las virtudes morales e intelectuales que deben adornar al hombre letrado, viene entonces a favorecer mucho el desarrollo de la pintura sobre seda o papel. Desgraciadamente, nada se conserva de la obra realizada en este apartado del arte chino por el pintor Wu-Taotseu, que aparece como uno de los artistas más renombrados en los escritos de la época, ni de Li Seu-hsun, que fue honrado por el emperador con un nombramiento de general; pero se conocen obras del hijo de éste, el paisajista Li Tchao-tao, y las pinturas de personajes realizadas por Yeu Li-pan (muerto en 673), cuyo estilo se basó en un delicado empleo del sombreado y de la gradación de los tonos, como medios de realzar las finuras del dibujo. 

Algunas hojas de papel y rollos de seda hallados en las grutas funerarias de Tuen Huang permiten imaginar los esplendores de esta pintura que ha desaparecido casi por completo: personajes de elevada alcurnia están representados con caballos lujosamente enjaezados, las líneas son claras y la aplicación libre y segura de los sencillos rojo y verde confieren un aire vivo y gracioso a las composiciones.

Presentes para China, de Yeu-Li-pan (Biblioteca Nacional, París). En esta pintura sobre seda, el autor ha representado a varios portadores de tributos dirigiéndose a Ch'an, entonces capital de la dinastaía T'ang. Yeu-Li-pan solía dibujar a personajes conocidos empleando delicadamente el sombreado y la gradación de tonalidades, realzando las figuras sobre fondos de escasas y finas líneas. 

Al caer la dinastía T’ang en 906, se produjo otra época de división, y durante más de cincuenta años cinco dinastías reinaron, entre perturbaciones, en la gran llanura del Norte, mientras el Sur se desintegraba en diez reinos. Finalmente, en 960 se instauró en Kaifong (Honan) la dinastía Song, que reunificaría el país y reinaría durante un largo período, aunque no exento de dificultades muy serias, como las que representaron la ocupación de parte del Norte chino, durante la primera mitad del siglo XII, por tártaros y turcos, lo que determinó que los emperadores Song trasladasen su capital a Hangchou.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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