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Artistas de la A a la Z

La difusión del rococó en Europa

Los primeros ornamentistas diseñaron imaginativas y rompedoras formas con la intención de proponerlas como modelos fueron ornamentistas franceses que quisieron así reaccionar contra los ornamentos ideados por Bérain para el estilo del reinado de Luis XIV. Por tanto, las obras de estos pioneros pretendían "enfrentárse" a las líneas sometidas al rigor de lo clásico que caracterizó a las obras propugnadas por el Rey Sol. De este modo, los ornamentistas de más renombre que debemos incluir sin duda entre los pioneros del rococó son: Gilles-Marie Oppenordt (1672-1742), parisiense e hijo de un ebanista holandés, y Just-Auréle Meissonier (1695-1750), proyectista francés nacido en Italia, concretamente en Turín, y que llegó, en París, bajo Luis XV, al importante cargo de déssinateur du cabinet du roi, todo un privilegio para cualquier artista de la época, y publicó álbumes muy difundidos, especialmente los titulados: Livre d'ornements y Livre d'orfévrerie. Oppenordt presentó un proyecto para la fachada de San Sulpicio que no prosperó al ser preferido el completamente académico que había presentado Servandoni. En cambio, se le encargó el altar de la iglesia, para el que Meissonier había presentado un diseño de líneas tumultuosas.


⇦ Salón oval del Hôtel Soubise, de G. Boffrand (París). Esta sala es una buena muestra de la decoración rococó en todos sus elementos, desde la ornamentación pictórica hasta los estucos de las paredes y la decoración escultórica del mobiliario, que se unifican de manera abarrocada conformando un espacio interior muy característico de la época.


Y es precisamente este rechazo muy sintomático de lo que habría de ser la evolución del arte rococó. En realidad, la trascendencia del estilo rococó sobre la arquitectura francesa no fue muy abundante; más bien, tuvo un carácter muy discreto en este sentido. Oppenordt no pudo llevar a la realidad su proyecto de la fachada de San Sulpicio que seguramente debió de provocar algunas expresiones de perplejidad entre quienes tenían la responsabilidad de aceptar o rechazar el proyecto. Pero sí que su innovador estilo era adecuado para redecorar el interior del templo. Así, se comprueba que la arquitectura notaría en bien poco la innovación del rococó, que se halla bien representado, sin embargo, en algunos interiores: en un salón ovalado, de hacia 1732, de Germain Boffrand, en el Hôtel de Soubise (hoy sede de los Archivos Históricos de Francia). Otro de sus más claros reflejos, en el arte aplicado de alcance monumental, son las historiadas rejas que forjó Jean Lamour para la Plaza Stanislas, de Nancy.

En cambio, en los países germánicos el rococó venía a renovar el barroquismo arquitectónico allí existente desde el siglo XVII. Algunos palacios, como el Belvedere, cerca de Viena, construido hacia 1720 para el príncipe Eugenio de Saboya, o el Zwinger de Dresde, pabellón de fiestas edificado en 1711-1722, para Augusto II el Fuerte de Sajonia, por Mattháus Daniel Pöppelmann, señalan bien claramente el traspaso entre el barroco y las construcciones de pleno gusto "rocalla", que triunfan, con esplendor verdaderamente exuberante, en varias residencias principescas alemanas, como el Amalieriburg, pabellón construido, en 1734, por François Cuvilliés, arquitecto de la corte bávara, para la electora de Baviera en el parque muniqués de Nymphenburg, o la residencia del príncipe-obispo de Würzburg, de 1734, obra, principalmente, de Balthasar Neumann. Ésta es, por tanto, una de las principales diferencias entre el rococó alemán, que pudo renovar sin mayores ataduras la arquitectura, y el galo, que quedó reducido, a pesar de ser una innovación francesa, a los interiores.

Pabellón central del Zwinger, de Matthaus Daniel Pöppelmann (Dresde). Construido entre 1711 y 1722, este tipo de palacio a la francesa se fusiona con abigarramiento con la decoración escultórica de Balthasar Permoser. Nombrado director jefe de edificaciones reales por la Corte de Dresde, Póppelman está considerado uno de los arquitectos esenciales del rococó alemán. El conjunto conformado por el Kronentor, el Wallpavillon y la amplia galería de un solo piso que enlaza ambos pabellones servía de teatro de grandes dimensiones y cumplía una función ceremonial, dedicado a los torneos, las fiestas y las diversiones públicas. En la sección norte, que no se llegó a construir en vida del arquitecto, Gottfried Semper construyó un museo a mediados del siglo XIX, que ha sufrido varias remodelaciones a lo largo de los años.  

Neumann fue el autor y decorador de algunos hermosos templos del nuevo estilo. Casi todos ellos están en Baviera o en Suabia, pero el más importante, el de Vierzehnheiligen (o de Los Catorce Santos) se halla en Alta Franconia.
Otros arquitectos y artistas desplegaron aquel mismo aéreo estilo, que en la decoración interior de las iglesias crea un optimista ambiente de devoción, muy distinto al del barroco de las iglesias romanas. Los más significativos fueron Johann Fischer, constructor, en 1736, de la iglesia del monasterio de Ottobeuren, y antes que él, los hermanos Asam y Zimmermann.


Cosmas Damián y Quirin Asam, bávaros, el primero arquitecto y pintor -autor de las escalinatas de los palacios de Schleisheim y de Mannheim-, y el segundo estuquista, habían realizado ya, alrededor del año 1715, la iglesia de Weingarten, en Suabia, y decorado en Suiza la del monasterio de Einsiedeln, construida según los planos de E. Moosgrubber. Actividad parecida fue la que ejerció otra pareja de artistas, también hermanos: Johann Baptist y Dominikus Zimmermann, aquél pintor, éste decorador estuquista y también constructor. Su obra maestra es el santuario de Steinhausen (poco posterior a 1727), y Dominikus es autor, en Munich, de la iglesia de San Juan Nepomuceno, y en colaboración con F.Cuvilliés cuidó allí del exorno interno de la Residenz del elector bávaro.

La escultura religiosa experimentó asimismo, en esa parte católica de Alemania, un gran florecimiento de íntima inspiración rococó, aunque el imaginero de más valía trabajó ya a mediados del siglo. Fue Ignaz Günther (1725-1778), natural del Alto Palatinado, pero que ejerció su arte en Munich. Su bello grupo de la Anunciación, para la iglesia de los canónigos agustinos de Weyarn, data de 1764 y es una magnífica muestra de la escultura germana de corte rococó.

Templo de los Catorce Santos, de Balthazar Neumann (Santuario de Vierzehnheiligen, Bamberg). Construido entre 1743 y 1772, el conjunto arquitectónico da la impresión de gran unidad entre elementos procedentes de muy diverso origen, desde el estilo versallesco adaptado de Hildebrandt hasta rasgos típicos de la arquitectura y la decoración de Bohemia, el norte de Italia y el sur de y Alemania. Esta iglesia de peregrinación rompe grotescamente con la imagen ascética y sencilla de los templos románicos, dada la estrecha relación que existía entre la Corte y la iglesia Católica.  

Asimismo, es obligado señalar que Prusia es la región histórica alemana en donde el estilo rococó -del que fue decidido entusiasta Federico II el Grande- llegó, bajo tales auspicios, a sus mayores delicadezas. Aquel rey, amigo personal de Voltaire, estuvo imbuido de las mismas ideas francesas que prestaban razón de ser al estilo. Vale la pena detenerse, siquiera unas líneas, a analizar la figura de este personaje, que heredó un ducado que vivía cómodamente instalado en la tradición. Efectivamente, Federico II recibió en 1740 de manos de su padre Federico Guillermo I un ducado, Prusia, que no tenía excesivo protagonismo en una Europa que bullía de conflictos entre grandes potencias como España, Francia e Inglaterra, por ejemplo. Precisamente, el esplendor de Prusia se inicia con el reinado de Federico II, quien, aparte de emprender una política militar que le llevó a ampliar los límites de su reino, puso en marcha una serie de iniciativas modernizadoras de gran calado. De este modo, saneó la economía, en un estado de salud ciertamente precario debido a los años de guerras que había tenido que soportar Prusia, y aplicó muchas de las ideas que imperaban en la moderna Francia de esa época. Como se ha dicho, Federico II el Grande mantuvo una gran relación de amistad con Voltaire y, como muestra de ello, el filósofo francés tuvo una importante influencia en algunas de las medidas que emprendió el rey para reformar el sistema agrícola prusiano.



Biblioteca de Sans-Souci, de Wenzeslaus von Knobelsdorf (Pabellón de Sans-Souci, Potsdam). Convertida en refugio privado de Voltaire, íntimo amigo de Federico 11, la sala de lectura luce un encantador recogimiento casi familiar. El fino enmaderado de los muebles de la librería contrasta con el recargado y sinuoso decorado que lo envuelve.   

Así, Georg Wenzeslaus von Knobelsdorf, el arquitecto de este rey tan próximo a Francia en muchos aspectos, completó y rehizo el Palacio Real de Potsdam y se mostró hábil cultivador del más atractivo estilo rococó en el palacete de Sans-Souci, edificado también en Potsdam, en el centro del extenso parque de aquel nombre. Este edificio era el refugio íntimo de Federico II, y se construyó entre 1744 y 1747 bajo planos trazados en colaboración con el mismo monarca, quien en no pocos proyectos deseaba participar muchas veces de una forma activa. Este palacio es, en realidad, un pabellón de una sola planta cuyo ambiente resulta extraordinariamente atractivo. Se levanta en una terraza, en lo alto de una escalinata formada por invernaderos que se construyeron posteriormente. En su interior, especialmente en la biblioteca y en la graciosa cámara que el rey dispuso para Voltaire, cuando este escritor allí se refugió, el estilo "rocalla" se ofrece con un refinamiento prácticamente inigualado en cualquier otra construcción.

⇦  Bandeja con doble mancerina (Museo Arqueológico Nacional, Madrid). Realizada en algún taller de Meissen por encargo de Carlos 111 de España, fue donada como dote de bodas en 1738 a María Amalia de Sajonia, esta bandeja de porcelana esmaltada presenta en el centro de la ilustración que la decora el emblema real sobre un corazón de color rubí.


En España, el Transparente de la catedral de Toledo, obra de Narciso Tomé -al que se ha hecho referencia en su lugar-, realizado en 1721-1732, enlaza con el estilo rococó principalmente por su atrevimiento: es una capilla sacramental cuyo espacio queda concretado por la luz que irrumpe por un ojo del muro correspondiente a la girola gótica del templo. Esta capilla abierta, a modo de trascoro, se halla encuadrada por una composición de columnas y drapeados. Es una obra, pues (por los elementos de que se compone), aún plenamente barroca. En Valencia, donde el alemán Conrad Rudolf había introducido, a comienzos del siglo (con su fachada catedralicia), si no la forma, el espíritu del rococó, existe un edificio típico del estilo, doblemente interesante por ser obra exclusiva de un constructor español: es el Palacio del Marqués de Dos Aguas, proyectado hacia 1740 por el pintor y arquitecto Hipólito Rovira. La composición escultórica de su portal alude a las aguas de los dos ríos que riegan Valencia, el Turia y el Júcar, representados en forma de dos figuras colosales, rampantes. El edificio tiene ventanas que se transformaron con estucos en 1867, pero cuyos marcos son todavía los originales, y muestran lo que pudo dar de sí el estilo rococó en España. En cuanto a la iglesia de Belén, en Barcelona, es también plenamente barroca, del estilo típico de las iglesias de la Compañía de Jesús (éste fue su origen), por más que contenga detalles escultóricos que hagan pensar en el espíritu del rococó.


⇦ Porcelanas de Sajonia (Staatliche Kunstsammlungen, Dresde). El diseño pintado de azul de estas vasijas manufacturadas por artesanos de Meissen para la vajilla personal del rey Augusto 11 el Fuerte imita el gusto chino por los detalles florales y el paisajismo colorista típicos de la cerámica dieciochesca, que se potenciaría con los años hasta su máximo esplendor durante el modernismo de principios del siglo XX. 



Bien diferente es el caso, comparado con Francia, Alemania y España, de Italia, cuya tradición dominaba con gran fuerza todavía. Y es que demasiado fuerte y profunda era la huella del barroco en Italia para posibilitar la penetración en aquel país de esta nueva versión de las concepciones barrocas. Pero con el espíritu "rocalla" se relacionan directamente, sin duda, las esculturas de Giacomo Serpotta en San Domenico de Palermo (1714-1717), o, también, de Francesco Queirolo en San Severo de Sangri, en Nápoles. Lo más realmente rococó se realizó en aquel país, sin embargo, en Turín y en el real palacio napolitano de Caserta, en la decoración de salones regios, y también a través de un aspecto que es muy típico del arte "rocalla", el de su aplicación a la porcelana, y que en Italia gozó de muy buena aceptación. Es el caso del salón revestido de adornos de aquella materia, con motivos chinescos, que originariamente estuvo en el Palacio de Capodimonte y después se reconstruyó en el de Portici. Es un alarde de la fábrica de porcelana fundada en 1743, en Capodimonte, por el rey Carlos III de España cuando lo era de las Dos Sicilias, y es muy parecido a la sala que, por iniciativa del mismo monarca, se halla en el Palacio de Aranjuez, también con escenas chinescas y motivos de frutas, guirnaldas y cestas. Dirigió la decoración de ambas salas (la napolitana y la española) la misma persona, Giuseppe Gricci, primer modelista de Capodimonte, como después lo fue de la fábrica madrileña del Buen Retiro. En la realización de la mencionada obra napolitana fue asistido por Johann Sigismund Fischer y por Luigi Restile. La razón de que esta misma idea se repitiera en España fue la traslación de la porcelanería de Capodimonte a Madrid, en 1759, por orden del rey Carlos, sucesor en España de su hermano Fernando VI.

En cambio, la sala que el mismo rey hizo elaborar e instalar en Madrid, en el Palacio Real de Oriente, entre 1765 y 1770, combina ciertos diseños decorativos del rococó con temas ya enteramente neoclásicos.

Más específicamente dentro del estilo que aquí se comenta son algunos techos y adornos murales datados hacia 1725 o 1730 (cuya autoría seguramente habría que atribuir a un autor francés) que existen en el palacio de San Ildefonso de la Granja, y, de época posterior, la Sala titulada de Gasparini, en el Palacio Real de Madrid.

Vasos de estilo holandés (Colección privada). El tipo de porcelana de Sevres denominado bleu du roí ejerció una influyente hegemonía artística en Europa a finales del siglo XVIII. En estas piezas de vajilla de 1756, decoradas con una elegancia exquisita con escenas marítimas del sitio de Maó, emulan la finura de la pintura china. 

Rastros inequívocos del estilo rococó se pueden señalar en un país ciertamente alejado de Francia, como es el caso de Suecia, en el ornato interior aplicado a algunas residencias. En cambio, no se conoce ningún ejemplo claro de ello en un país del que apenas le separan unos kilómetros de océano, como Inglaterra. Allí, aquel estilo influyó tan sólo en aspectos del arte aplicado, como son el mueble y las porcelanas, quedando reducido prácticamente a la categoría de anécdota y de capricho artístico; y en lo que respecta a su reflejo en el mobiliario este influjo fue ciertamente muy parco, aunque se ejerció de un modo consciente a mediados del siglo, a través del constructor y proyectista de muebles Thomas Chippendale. De la serie de grandes mueblistas ingleses del siglo XVIII, él fue, en realidad, el único que aplicó algunos motivos de pura inspiración "rocalla" en sus muebles de asiento, sin que por ello hubiera de perturbar las reglas de su personal estilo, en el que siempre rehuyó el exceso de adorno. Según puede uno cerciorarse hojeando su famoso álbum de proyectos: The Gentleman and Cabinet-Maker's Director (editado por primera vez en 1754), a Chippendale lo que en los muebles le interesaba era la solidez y la elegancia de líneas; sus respaldos incurvados y a menudo con entrelazos de curvas, nunca rebasan la norma de una sobria estética. A pesar de todo, algunas veces emplea motivos rococó, como también, cediendo a otra moda de su tiempo, emplea motivos chinescos. Pero no es en lo de Chippendale donde se puede hallar el mueble rococó más característico, sino en ejemplares de cómodas y bureaux de ciertos ebanistas franceses de mediados del siglo que trabajaron para Luis XV, como Charles Cressent, y, sobre todo, en los proyectados por otro francés que ya ha sido mencionado, el decorador y arquitecto de la corte de Baviera, François Cuvilliés.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El estilo rococó

A principios del siglo XVIII parecían estar agotadas las formas clásicas en el arte europeo, que habían dictado el estilo artístico a seguir en los siglos precedentes y que habían permitido que proliferara en toda Europa un arte poderosamente elegante. Era, por tanto, la época del barroco, que había tomado el relevo del clasicismo como arte dominante oponiéndose precisamente a éste en sus concepciones más esenciales. De este modo, al período clásico le siguió un siglo de esplendor barroco que cubrió de imaginación y también de algunos excesos las obras más relevantes creadas en esos tiempos.
Escena galante, de Franz Anton Bus-
telli (Residenz Museum, Munich). El
famoso modelador fue una eminencia
en este tipo de figuras de porcelana
típicas de Nymphenburg, en el sur de
Alemania. 
Y, aunque el barroco parecía haber llevado prácticamente hasta su última expresión el gusto más recargado en lo decorativo, aún habría de producirse una nueva evolución que haría de la exuberancia ornamental el rasgo más característico de su estilo.
Efectivamente, como se tendrá ocasión de comprobar a lo largo del presente capítulo, el estilo rococó, el propio del siglo XVIII porque es en él cuando surge, es producto, como no podía ser de otra manera, de una sociedad que ya no vuelve la vista atrás en busca del esplendor de la antigüedad. Han cambiado los referentes y en ese momento los espejos en los que mirarse ya no están en Roma o Atenas; ahora, en ese siglo XVIII, lo procedente es dejarse atraer por el exotismo de otros países, dejar volar la imaginación y romper esa última contención que se había autoimpuesto el barroquismo. De este modo, los artistas se complacen en buscar nuevas fuentes de inspiración para ese nuevo arte que están creando, se fijan en las formas más caprichosas de la naturaleza y elevarán a la categoría de arte el sentimentalismo algo ligero y caprichoso del que tanto hacía gala la aristocracia de la época. Así, se asiste en el siglo XVIII a la difusión en Europa del rococó, estilo artístico que habría de triunfar sobre todo en Francia, Alemania, España e Italia y que halló en la porcelana el medio más adecuado para trasmitir sus valores artísticos y morales.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El rococó en la porcelana

En la porcelana y en las piezas de cerámica en general -que entonces ofrecen tanta variedad y riqueza en toda Europa- halló el rococó un amplísimo campo para su aplicación. Sin duda, se trata de uno de los campos que le fueron más propios a este nuevo estilo y en los que mejor pudo y supo desarrollar las características que le son propias. Esa materia cerámica presenta en la historia de su desarrollo europeo durante el siglo XVIII tantas concomitancias con lo que aquí estamos tratando, que no es exagerado afirmar que, a través de ella, puede seguirse perfectamente la evolución de aquel estilo.

⇦ Tintero de María Antonieta (Residenz Museum, Munich). El contraste entre el color verde de la porcelana de Sèvres y los dorados de la base conforman una delicada armonía en la composición de este tintero, que formó parte de los enseres personales de la reina.  



Materia exótica ya apreciada de antiguo como una rareza (por sus cualidades de dureza, transparencia y blancura, así como por la finura de su adorno pintado), durante más de un siglo, en todos los países europeos la estima por la porcelana china creció avivada por la importación que de ella se hacía, primero (en el siglo XVI) a cargo de los portugueses, y desde 1602 por la Oost-Indisches Compagnie holandesa, a través del puerto de Amsterdam, verdadero emporio de aquel "oro blanco", adonde anualmente llegaban piezas chinas en cantidades ingentes. Años más tarde, se importó también a Francia e Inglaterra por la Compagnie des Indes Orientales y la East India Company, dedicada también al comercio del té, y aún, posteriormente, fueron navíos suecos y daneses los que realizaron su transporte a Europa.


⇨ Diana y Endimión (Museo Arqueológico Nacional, Madrid). Tras la coronación de Carlos III como rey de España en 1759, todos los talleres de artesanos de la manufactura ceramista de la corte se trasladaron desde Capodimonte hasta el Casón del Buen Retiro, cerca de Madrid. La fábrica, levantada sobre la antigua ermita de San Antonio, tenía a su alrededor un precioso jardín mantenido con las donaciones de Ricardo Wall. Las figuras, de aire chinesco, como era la moda en Europa, presentaban un primoroso modelado y un colorido brillo.  



El prestigio alcanzado por los búcaros, vasijas, figuritas y cuencos importados de China, ya en el siglo XVII había provocado en Europa una gran actividad de probaturas con vistas a lograr la obtención de esa sustancia, cuya composición se ignoraba. Multitud de artistas dedicaron tiempo y energías en realizar un descubrimiento con el que pretendían obtener no poco sustanciosos réditos. De este modo, los intentos para "descubrirla" se multiplicaron desde aquellas fechas en Inglaterra, Holanda, Francia y Sajonia.

Esta actividad desembocó, en Francia, en el descubrimiento de una materia que era, en el fondo, de composición vítrea, la llamada porcelaine de pâte tendre. Realmente, no era auténtica porcelana, sino una porcelana imitativa, con la que se conformaron las manufacturas (oficiales o privadas) que en el curso de la primera mitad del siglo XVIII fueron apareciendo en los países del occidente de Europa. Los porcelanistas ingleses descubrieron, por su parte, en 1748 (en la fábrica instalada en Bow), una variante de esa porcelana de imitación, la "porcelana fosfática", o bone-porcelain, hecha con fosfato de cal, por adición en su pasta de ceniza obtenida de la combustión de huesos.

Por otro lado, ya unos años antes, en 1709, los esfuerzos realizados bajo el patrocinio de Augusto II el Fuerte, en Sajonia, habían por fin obtenido el éxito apetecido: un alquimista de vida aventurera y conducta dudosa, Johann Böttger, vigilado y ayudado por un científico (que falleció en 1708, sin ver el resultado de sus esfuerzos), el caballero Walther von Tschirnhausen, había descubierto el secreto de la auténtica porcelana, al emplear en su composición una arcilla procedente de las cercanías de Aue (en la parte occidental de los Montes Metálicos), que resultó ser, por suerte para él, la misma tierra de que se valían los chinos: el caolín.



⇦ Cornucopia de Alcora. Estos pequeños espejos de marco tallado y dorado, que solían disponer adosados varios brazos para las velas, produciendo un exótico efecto de iluminación al reverberar la luz en la propia luneta del espejo, presentan siempre grabados decorativos de cristal o porcelana, como el de esta cornucopia, ornada con una escena entre Venus y Marte en su fragua acosados por dos amorcillos alados. De gran difusión en España durante el siglo XVIII es, no obstante, la ciudad de Venecia la principal procedencia de estos objetos de artesanía.  



De este modo, Böttger se llevó el mérito de conseguir reproducir la misma porcelana que era un autentico producto de lujo en la Europa de aquella época. Así se fundó la fábrica real de Sajonia, que quedó instalada en la fortaleza de Albrechtsburg, en Meissen. Un decreto oficial, de 23 de enero de 1710, anunciaba el acontecimiento en cuatro idiomas: alemán, holandés, francés y latín. Sin embargo, durante dos años la porcelana sólo se produjo en Meissen en poca cantidad, por vía de ensayo; su producción no se normalizó hasta el año 1713.

Actualmente, sigue siendo primordial en la elaboración de la porcelana el empleo del caolín, que, como se ha señalado antes, constituye el “ingrediente" básico. El caolín es una arcilla primaria que es el resultado de la descomposición de rocas feldespáticas y que otorga a la porcelana su característica coloración blanca. Asimismo, éste es el material que logra mantener la rigidez y estabilidad en la pasta cuando ésta se está trabajando a las altas temperaturas que deben conseguirse para elaborar correctamente la porcelana.

Como es de suponer -dada la mentalidad de la época y los beneficios económicos que se pretendía lograr-, la obtención de esa verdadera porcelana se rodeó del más impenetrable de los secretos, pues no eran pocos los gobiernos que iban detrás de ese mismo logro; ello explica, por ejemplo, la severa organización que se dio a la nueva fábrica, y que sirvió de modelo a todas las demás oficiales que posteriormente lograron elaborar porcelana auténtica o "sajona" en Austria y varias localidades de Alemania y aun del extranjero. Entre las principales manufacturas de esta clase que derivaron de la de Meissen y cuya fundación fue posible gracias a indiscreciones e intrigas (a veces muy novelescas, todo sea dicho), se encuentran: la de Viena, fundada por Du Paquier, en 1718, desde 1744 fábrica imperial; la de Höchst (1746), que desde 1753 fue protegida por el elector-arzobispo de Maguncia; la del duque de Brunswick, en Fürstenberg (1747); la de Frankenthal, perteneciente a la Corte Palatina desde 1762 y fundada por el ceramista francés Paul Hannong, en 1757, al verse obligado éste a cerrar (en favor de Sèvres) la fábrica que tenía en Estrasburgo; las dos de Berlín, la segunda de las cuales, en 1763, pasó a propiedad del rey de Prusia; la de la corte bávara en Nymphenburg (1753); la de Ludwigsburg (1858), del gran duque de Württenberg. Pero existieron otras muchas que acaban conformando una lista de lo más extensa que da una idea de la importancia que se daba a la fabricación de este tipo de porcelana.

En los principales centros oficiales de esta clase hubo un director oficial y otro efectivo, un grupo de arkanisten (o "secretistas", como se les llamó en español), que eran estrechamente vigilados, y los modelistas y pintores, dirigidos por un artista de nota, escultor o pintor.



⇦ Dragón Kirin, de Adam Friedrich von Lbwenfinck (Staatliche Porzellanmanufaktur, Meissen). En 1746, Friedrich von Lbwenfinck fundó una manufactura artesanal que inicialmente se dedicaba a la cerámica de gusto rocaille, pero posteriormente se especializaría en un tipo de decoración que imitaba sin disimulo los motivos florales, paisajísticos y figurativos de inspiración japonesa, enfatizando el uso de las policromías y las líneas finas del dibujo. 



Una organización parecida tuvo la manufactura oficial francesa, que, instalada desde 1741 en el castillo de Vincennes, pasó en 1753 a ser protegida por la marquesa de Pompadour, y tres años más tarde, esta vez ya bajo el patrocinio directo del rey, se instalaba en una finca de Sèvres (la sede que aún conserva actualmente) que antes perteneciera al músico Lulli, cerca del dominio de Bellevue, donde aquella favorita de Luis XV tenía una de las numerosas residencias de que disfrutaba. La fábrica de Alcora, en España, del conde de Aranda, que fabricó loza, pero también porcelana, tuvo, asimismo, organización similar, aunque bien es cierto que las medidas de seguridad eran considerablemente menos rigurosas.

Por último, en Inglaterra también se pusieron en marcha diversas fábricas de porcelana, debidas a la iniciativa privada y fundadas todas ellas a mediados del siglo, y entre las más destacadas cabe señalar las de Chelsea, Bow, Derby y Worcester.


Concierto galante, de Johann Joachim Kandler (Porzellansammlung, Dresde). Este simpático grupo de sofá de 1737 es una muestra de la porcelana de estilo rococó que se hacía en Meissen. Sus seguidores desarrollaron aún más las técnicas del azul vidriado formuladas por la escuela de Horoldt en piezas escultóricas de muy diverso tamaño que representaban escenas costumbristas, recreaciones de algunos oficios, retratos de personajes célebres de la época y modelos tomados de la Commedia dell'Arte

Meissen creó, por su parte, una tradición artística que, partiendo del barroco, rápidamente se incorporó a las características del rococó, y su influjo alcanzó, no sólo a las otras porcelanas alemanas, sino también a las inglesas y a las de las fábricas de Doccia, en Italia, y a las de Capodimonte y del Buen Retiro, fundadas por Carlos III de España.

En Francia, en cambio, desde la primera fábrica de pâte tendre, que se mostró activa por iniciativa particular, la de Saint-Cloud (1702), así como en la de Chantilly (del príncipe de Conde) o la Mennecy (del duque de Villeroy), se llegó al empleo de lo rococó tras una prolongada etapa en la cual predominó el gusto chinesco, que, como ya se ha señalado antes, habrá de ser una de las tendencias principales de este estilo.

Entre Meissen y la fábrica real francesa de Sèvres pronto se estableció una rivalidad; de este modo, mientras la porcelana sajona triunfaba en la superior calidad técnica y en el modelado de las figuras, Sèvres triunfó en las coloraciones, sobre todo en sus famosos matices que resultaron inimitables: bleu du roi y "rosa Pompadour".



⇦ Capitano y Leda, de Franz Anton Bustelli (Residenz Museum, Munich). Procedentes de la escuela de Nymphenburg, estos dos personajes de la Commedia dell'Arte forman parte del conjunto de ocho parejas originales que se modelaron en los talleres de Bustelli. La simplicidad formal, fina y brillante, y la elegancia de los movimientos se adaptan perfectamente a las temáticas típicas de las damitas aristocráticas, los pastores de égloga y los gremios de artesanos. 



En Meissen destacaron, en la pintura chinesca, Johann Gregor Hóroldt y Adam Friedrich von Löwenfinck que hasta 1735 produjeron platos, tazas, búcaros y fuentes con graciosas figuras doradas o policromadas, muchas de ellas inspiradas en álbumes holandeses del siglo anterior, con escenas de ambiente chino o japonés. Hacia 1730 empezó a desarrollarse, también en Meissen, la aplicación de la escultura a la porcelana. En ello tuvo gran trascendencia, que se reflejó en toda Europa, el modelista escultor Joachim Kändler. La gran aportación de éste fue crear infinidad de figuras que reproducen personajes de la corte sajona, tipos callejeros, pastores idealizados, escenas galantes y personajes de la Commedia dell'Arte. En todas ellas destaca su vigor característico y siempre planea en ellas una intención satírica o meramente burlesca, unas veces más explícita que otras, que se expresa acompañada de un colorido llamativo, rico en contrastes. En las manufacturas de Höchst y de Frankenthal sobresalió otro gran especialista alemán de la figura: Simón Feilner, muy apreciado por sus personajes ingenuamente bucólicos, realizados a mediados del siglo XVIII. Pero, sin lugar a dudas, el mejor autor de figuritas y grupos de porcelana fue Franz Antón Bustelli, nacido en Locarno (Suiza italiana) en 1723. Gracias a Bustelli adquirieron un inmenso prestigio las porcelanas de Nymphenburg, en las que podemos afirmar sin riesgo a mostrarnos exagerados que se encarna el espíritu mismo del estilo rococó, con sus audaces curvas. Bustelli se especializó en parejas o grupos entretenidos en escenas de galanteo, muy "rococó" en su sentimentalismo algo ligero y superficial, concebidos de tal forma que el menor cambio del punto de vista adoptado por el espectador ofrece aspectos completamente imprevistos e inesperadas variaciones de actitud. Por ello puede considerarse a Bustelli, además de un delicado escultor que muestran la maestría de sus composiciones, como un sutil ironista con plena conciencia de ello.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Arte de los pueblos aldeanos

Las primeras aldeas agrícolas de carácter estable aparecen en el antiguo México hacia los principios del segundo milenio a. C. Gracias a la progresiva modernización de la agricultura, se hace posible que se creen unos poblados en los que la sociedad que los habita tenga más tiempo para dedicarse a la producción de objetos tales como cerámicas o estatuillas de barro, por ejemplo. No se conoce exactamente el modo en que se dio el paso de la vida cazadora y recolectora al desarrollo de la agricultura, antesala de la entrada de los pueblos del antiguo México al neolítico. Parece claro que los importantes cambios climáticos que se produjeron en la zona provocaron que no hubiera ya tantos grandes mamíferos que cazar, que, hasta ese momento, constituía el principal medio de vida. De este modo, no hubo más remedio que dirigir la mirada al suelo y a los árboles para recolectar los alimentos y empezar a conocer el ciclo de vida de los productos que, a partir de entonces, serían fundamentales para la subsistencia. Quizá, en ese momento, empezaron a darse los primeros pasos para crear una agricultura que se convirtiera en un medio de vida estable y seguro o, como apuntan otros investigadores, los indígenas aprendieron los rudimentos de la agricultura por la influencia de los pueblos asiáticos que, como sostienen muchos investigadores, llegaron al Nuevo Mundo mucho antes que Cristóbal Colón a finales del siglo XV. 

⇦ Ajalpán (3450-2850 a.C.), momento en que termina el proceso de domesticación de animales y plantas.  (Departamento de Prehistoria de la UNAM, Ciudad de México). Estas piezas de cerámica, correspondientes a la fase Manantial (1 000 a 800 a.C.), se caracterizan por una decoración incisa, como la del plato, y engobes en color café, rojizo y bayo.   



En 1800 a.C. -en los albores del período conocido como "formativo" o "preclásico"- existen ya claras evidencias de algunas de estas pequeñas aldeas en el valle de México, entonces cubierto en gran parte por una cadena de lagos. Todo parece indicar que la estructura social de estos pueblos era todavía muy simple, de carácter comunitario, en torno a núcleos familiares quizá. No quedan claros indicios de que los textiles, que serían posteriormente tan característicos del arte de los pueblos americanos, hayan existido al iniciarse aquel período, y el utillaje sigue siendo bastante rudimentario. En cambio, ya empieza a elaborarse una cerámica de uso tanto utilitario como ritual, y se modelan estatuillas en arcilla. 

Pues si la religión se halla al nivel del chamanismo, la presencia de numerosas sepulturas -en los cuales el cadáver es acompañado usualmente de ofrendas-permite deducir que, a partir de esta época, existe ya un importante culto a los muertos, lo que implica casi necesariamente la creencia en algún "más allá" mejor ... 

Y es precisamente en estas tumbas donde los arqueólogos han hallado la secuencia evolutiva del arte de los pueblos aldeanos. Así, gracias a los numerosos objetos de cerámica y de barro que han conservado durante cientos y miles de años las tumbas de los primeros habitantes del gran continente americano ha sido posible componer por los menos un esquema de la evolución del arte de estos pueblos. Es importante señalar que era más fácil que llegaran hasta hoy los objetos de cerámica y de barro que las pinturas de los pueblos precolombinos, quienes también cultivaban este arte mucho más sensible a los estragos que causa el paso del tiempo. 

Platos y vasijas (Museo de Tehuacán). Procedente del valle de Tehuacán, estas piezas de cerámica corresponden a la fase Ajalpán (3450-2850 a.C.), momento en que termina el proceso de domesticación de animales y plantas.

Por una parte, la cerámica, generalmente de soportes trípodes o de fondo curvo, tiene formas sencillas y se realza a menudo con una decoración geométrica lograda mediante incisiones. Este apartado de la cerámica es, sin lugar a dudas, uno de los más interesantes del arte precolombino pues permite recorrer esos primeros pasos de las manifestaciones artísticas de los pobladores del Nuevo Mundo, desde América del Norte hasta el extremo más meridional de América del Sur, ya que en prácticamente todo el continente se producen, con estilos muy distintos, objetos de cerámica que en la mayoría de los casos simbolizan aspectos de las creencias religiosas. En algunos casos, estas cerámicas tenían un modelado complejo, componiendo extrañas formas que representaban el universo simbólico de divinidades y demonios, mientras que, en otros, las formas eran muy sencillas y esquemáticas y se realizaba un detallado trabajo de líneas y colores. A la vista de los hallazgos realizados se puede concluir que el grado de evolución del arte de la cerámica precolombina fue a la par que el alcanzado por los pueblos prehistóricos del Viejo Mundo. 

Y, por otra parte, como se ha indicado anteriormente, se dispone, para el estudio del arte precolombino, de las estatuillas de barro, modeladas a mano -con la llamada técnica del pastillaje, que consistía en aplicar trozos de barro a la estatuilla que se iba modelando, pues no conocían el torno de alfarero- y de factura un tanto tosca al principio. Suelen ser en un elevado porcentaje representaciones femeninas casi desnudas, cuyas abultadas caderas parecen informar de un culto a la fertilidad, tanto humana como de la madre Tierra, cosa muy plausible en una sociedad aún primitiva, de carácter agrario. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Tlatilco

En los inicios del llamado período preclásico medio (1300-800 a.C.), algunas de estas aldeas han crecido hasta transformarse en aglomeraciones de una estructura social más compleja, mientras que nuevas aldeas han hecho su aparición en esta y otras regiones del antiguo México. Uno de estos grandes poblados, Tlatilco (al noroeste de la actual ciudad de México) fue además uno de los primeros de esta zona del valle de México, a orillas del lago Texcoco. Por otro lado, el nombre con el que actualmente se hace referencia a esta cultura, Tlatilco, es un vocablo náhuatl que significa "donde hay cosas ocultas". Esta denominación deriva del hecho de que los nahuas llegaron a la zona cuando la cultura de Tlatilco ya había desaparecido y sólo debían de asomar algunas de sus manifestaciones artísticas entre la espesa vegetación. Los restos que se han podido hallar reflejan claramente el nivel alcanzado entonces, y las ingenuas estatuillas identificadas como pretty ladies o "mujeres bonitas" constituyen la culminación de este culto a la fertilidad al que se ha hecho referencia. 

⇦ Plato con peces (Departamento de Prehistoria de la UNAM, Ciudad de México). Correspondiente a la fase Manantial de la cuenca de México (1 000-800 a.C.) esta cerámica se caracteriza por su decoración incisa con uno o dos engobes.    



Más adelante se verá cómo, durante esta misma fase del período preclásico, habrá de surgir en la zona del golfo de México una nueva y pujante cultura, la de los olmecas, cuya influencia se extenderá en muchas direcciones del antiguo México en el último milenio a.C., ejerciendo una profunda mutación en la cultura de algunas regiones que siembran las bases de muchas de las teocracias del llamado período" clásico". 


⇦ Botellón zoomorfo (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Pieza de cerámica perteneciente a la cultura preclásica del altiplano Central, en cuyo cuerpo se ha modelado un animal, del que sólo aparecen la cabeza y las patas delanteras. 



Precisamente, cabe distinguir un punto de inflexión en la cultura de Tlatilco con el inicio del influjo de los olmecas. Así, antes de la llegada de éstos, el medio de vida de los habitantes de Tlatilco estaba sostenido fundamentalmente por su actividad de caza y de recolección, y apenas conocían los rudimentos de la agricultura. Asimismo, parece demostrado que andaban siempre o, por lo menos, casi siempre desnudos, pues no se han encontrado restos de vestidos en los yacimientos excavados hasta el momento. Además, tampoco habían creado ningún sistema de escritura. 


⇨ Botellón antropomorfo (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Perteneciente a la cultura preclásica del altiplano Central, esta pieza de cerámica proviene de Las Bocas (Puebla).



Así, con el influjo olmeca, la sociedad de Tlatilco se convirtió en una de las primeras de Mesoamérica en desarrollar un moderno y eficaz sistema de agricultura. Por otro lado, como ocurre en tantos yacimientos arqueológicos de la América precolombina, se ha encontrado valiosa información sobre la cultura de sus habitantes en las tumbas de los mismos. De este modo, las costumbres funerarias de los pobladores de Tlatilco revelan que no construían cementerios, en el sentido estricto de la palabra -es decir, recintos cerrados o claramente identificables- sino que las tumbas están más o menos dispersas, excavadas directamente en la tierra. Los muertos eran enterrados con numerosos objetos de su vida cotidiana, y entre los más abundantes se encuentran los objetos de cerámica, de los cuales destacan, como ya se ha señalado, aquellas hermosas figurillas de barro femeninas. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El occidente de México

Pero si el influjo olmeca será especialmente poderoso y habrá de fructificar plenamente en zonas como en el área del golfo de México, en el altiplano central mexicano, en Oaxaca, en la inmensa zona maya -y aun más allá-, otras regiones del antiguo México, una inmensa porción del territorio americano, proseguirán, casi hasta los finales del primer milenio a.C., su vida de simples aldeas agrícolas, conservando con pocas modificaciones un estrato cultural similar al que se ha mencionado por ejemplo en Tlatilco. Por tanto, es posible hablar de que la cultura del antiguo México presenta, cuando se alcanza la época en la que el influjo olmeca se hace patente, dos claras líneas de evolución, netamente diferenciadas. Así, ya se ha señalado que extensos territorios quedarán bajo el influjo de la citada cultura, mientras que otros se detendrán, prácticamente, en el tiempo, y para sus pobladores la vida y el arte serán casi una repetición de los usos y costumbres que heredan de sus antepasados, a excepción, como se consigna seguidamente, del fenomenal desarrollo que conseguirán en el campo de la cerámica. Tal parece ser, por ejemplo, el caso del área situada al oeste del altiplano central, y que se conoce por esta razón como "el occidente de México", abarcando los actuales estados de Guanajuato, Michoacán, Jalisco, Nayarit, Colima y Guerrero. 


⇦ Figurilla femenina (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Este tipo de escultura de barro procedente de El Opeño es característica de la cultura de Colima, que se desarrolló en la costa noroeste de México entre el año 200 a.C. y el 500 d.C. 



De todos modos, también es preciso señalar que las mencionadas zonas no serán totalmente impermeables a la irradiación de la cultura olmeca. Aunque, salvo algunas penetraciones de los olmecas -y, en fechas ulteriores, teotihuacanas- en algunas zonas del occidente mexicano, todo parece indicar que las aldeas de esta región permanecieron, en gran medida, al margen del fuerte impulso cultural que sacudió al antiguo México, llevando las otras regiones del país hacia alturas insospechadas en las artes y el pensamiento. 

Así las cosas, el signo de división más evidente entre las dos velocidades que caracterizará el desarrollo de la cultura del antiguo México será el progresivo avance en el terreno de las artes mayores por parte de los pueblos que entren en intenso contacto con los olmecas, mientras que los que se queden al margen de este influjo seguirán con sus tradicionales trabajos de cerámica. 
Pretty Lady de Tlatilco (Colección A. Ta-
pies, Barcelona). Ingenua estatuilla pal-

pitante de vida que representa una "mujer
 bonita" como símbolo mágico del culto a 
la fertilidad, tanto humana como agrícola. 
Estas figurillas son la representación más  
sensual y erótica del cuerpo humano que 
ha dejado el arte del México antiguo. Las 
trenzas que le caen sobre los hombros a-
penas permiten adivinar los diminutos se-
nos, que contrastan con las amplias cade-
ras de muslos opulentos. 


Por tanto, mientras que se desarrollaban entre los teotihuacanos, los totonacas, los zapotecas y los mayas, la gran arquitectura en piedra, la escultura monumental, la pintura mural y otras artes mayores, los pueblos del occidente mexicano continuaron empleando la cerámica como medio casi exclusivo de expresión artística y religiosa. Aunque esto no debe interpretarse en el sentido de que se estancaron completamente, pues, como ya se ha avanzado, lograron notables logros en el campo de la cerámica. Y es que alcanzaron en esta rama del arte sorprendentes resultados, que los coloca a una altura envidiable dentro del panorama de la cerámica universal. 

Antes de entrar en mayores detalles sobre esta cerámica, cabe señalar que la causa principal del aislamiento tanto de la evolución de las culturas que quedaron bajo el influjo olmeca como también entre ellos, hay que buscarla en las características del medio físico que habitaban. Así, no tenían una organización social y política excesivamente compleja porque, básicamente, no la necesitaban. Las montañas de la Sierra Madre occidental impedían que se comunicaran entre ellos y, también, que se enfrentaran. Por otro lado, la naturaleza era especialmente generosa, porque llovía en abundancia y disponían de toda la caza y la pesca que deseaban. En resumen, el medio no les exigía demasiados avances para sobrevivir. 

Volviendo a la cerámica, esta peculiar vocación de ceramistas que tuvieron los pueblos del occidente de México puede observarse desde la cerámica ritual de Chupícuaro -con su rica y bien contrasta da policromía- que se remonta a los principios de nuestra era. Por otra parte, tanto las estatuillas individuales como las escenas de grupo provenientes de Jalisco, Nayarit y Colima, constituyen no sólo un verdadero documental de la vida sencilla de aquellas aldeas, sino un mensaje humano lleno de vida y de buen humor (o de ternura). Y dentro de esta increíble gama de formas, las vasijas y estatuillas huecas y finamente policromadas de Colima representan sin duda un punto culminante. 

⇦ Pretty Lady o "mujer bonita" de Tlatilco (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Esta figura tiene un rostro enigmático con un alto grado de estilización. Modelada en arcilla, denota una técnica perfecta del pastillaje. Su tocado acaba en un moño que le recoge el cabello sobre la cabeza. Va desnuda, tal como permitía el cálido clima a las mujeres de esta civilización, que basaban su adorno en el tatuaje policromo.  

⇨ Bailarina (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Las figurillas de barro femeninas son muy comunes en Tlatilco, de donde procede esta pieza, y suelen tener senos pequeños y caderas rotundas. En este caso, se ha utilizado una elaborada técnica de pastillaje para realizar los rasgos de la cara y los pliegues de la falda. 



Ya sean inspiradas en formas naturales -vegetales, animales o humanas- o de un avanzado grado de abstracción, las obras de Colima sorprenden por la plenitud y la diversidad de sus formas, fruto de una sensibilidad plástica muy evolucionada. En esta rica producción artística, la realidad visual está modificada por la mano del artista hasta transformarse a menudo en un signo abstracto. Pero cualquiera que sea el t~ma manejado por el artista -un cangrejo, un perro, u'na calabaza sostenida por tres periquitos, un guerrero, un aguador o un jugador de pelota-, los problemas formales aparecen resueltos de tal manera que en ningún caso afectan el aspecto funcional del recipiente. Más bien parecería que el artista se divertía buscando renovadas soluciones plásticas. Y cabe incluso mencionar aquí las palabras de un poeta azteca quien, al referirse a la actividad del farero, decía que aquélla consistía en saber "hacer mentir el barro". 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El arte olmeca y su difusión

Como se ha mencionado con anterioridad, muchos cambios decisivos van a ocurrir en otras regiones del antiguo México a partir del período preclásico medio (1300-800 a.C.), fecha que marca la aparición de una cultura mucho más avanzada en la región olmeca, localizada en el golfo de México, al sur de Vera cruz y al norte de Tabasco. Con los olmecas surge, por primera vez en la América precolombina, la gran escultura en piedra, así como la talla de piedras finas, como el jade o la serpentina. No hay que perder de vista, sin embargo, el que sólo se contaba, para labrar y pulir la piedra, con cinceles y otros utensilios del mismo material, aparte de las enormes dificultades que había que vencer para extraer pesados y voluminosos bloques de piedra en canteras muy distantes, y luego acarrearlos mediante plataformas de madera, cuerdas y rodillos, hasta el lugar elegido para esculpirlos. 

El acróbata (Museo Nacional de Antropología, 

Ciudad de México). Vasija antropomorfa proce-

dente de Tlatilco, que pertenece a la cultura
preclásica del Altiplano y representa a un con-
torsionista realizando una complicada maniobra 
con su cuerpo.   

Los resultados alcanzados por los olmecas no reflejan desde luego aquellas dificultades, y las cabezas colosales de San Lorenzo, La Venta y Tres Zapotes, muestran desde las fechas más tempranas una madurez estética verdaderamente sorprendente. Junto a las cabezas colosales que presentan una faceta del arte olmeca, se esculpen altares, estelas y otras obras de grandes o pequeñas dimensiones, en las que se advierte otro aspecto aún más frecuente entre los olmecas: el de los rasgos indígenas combinados en mayor o menor grado con elementos de carácter felino. En efecto, numerosas esculturas olmecas nos hablan del culto a un ser mítico, "hombre-jaguar", y este culto se refleja en todas las gamas imaginables de "humanización" del jaguar o de "felinización" del hombre. 


Del chamanismo de las aldeas agrícolas del principio, se pasa a una concepción mítica que antecede a la religión propiamente dicha. Además, con los olmecas se asiste por primera vez a una gigantesca labor de edificación de plataformas y basamentos elevados hechos de tierra compactada, integrando los primeros "centros ceremoniales" elaborados del México prehispánico. La regularidad en el trazo, así como la importancia de algún eje principal orientado de acuerdo con los puntos cardinales, permiten suponer que ya existen las preocupaciones por la observación astronómica -y tal vez por la medición del tiempo-, preocupaciones que se pueden ver cristalizadas más adelante en los asombrosos cálculos siderales y en el ingenioso sistema de datación de pueblos como el maya. Pues los adelantos culturales logrados por los olmecas van a transmitirse en muchas áreas del antiguo México, durante el milenio que precede nuestra era. Y de este rico fermento cultural surgirán las grandes teocracias del período clásico, en casi toda aquella área que se conoce hoy como "Mesoamérica"y que no sólo abarca gran parte del actual México, sino también hasta Guatemala, Belice, Honduras y El Salvador, en América Central. 
Figurilla femenina (Museo Nacional de Antro-
pología, Ciudad de México). Realizada en ba-
rro con adornos de pastillaje y perteneciente
al período Preclásico Formativo, esta pieza
procede de Chupícuaro (Michoacán), en el
oeste de México.   

Salvo la zona occidental de México -de la que ya se ha hecho referencia-, el último milenio antes de nuestra era representa para Mesoamérica una importante fase de transición en que, sobre el trasfondo de influencias olmecas -verdadera "cultura madre"-, empiezan a gestarse las bases de ulteriores culturas, cada una con su personalidad y su trayectoria propias.

Uno de los más destacados focos de esta época es la región de Oaxaca, en donde ya aparecen -por primera vez en Mesoamérica- algunas representaciones de deidades claramente identificables, y cuya evolución habrá de perdurar por espacio de unos dos milenios en el arte de Monte Albán. Es ahí también donde parece desarrollarse el primer sistema -aún primitivo- de escritura glíptica. Mientras tanto, surgen al sur de la zona maya otros importantes focos, como Izapa y Karninaljuyú, cuyo arte constituye una transición entre lo propiamente olmeca y aquello que más adelante podrá identificarse plenamente como maya. Y en el valle de México, el gran basamento escalonado de Cuicuilco anuncia con su monumentalidad a la futura Teotihuacán. 

Así, durante estos últimos siglos que anticipan nuestra era, se ha venido operando una profunda metamorfosis en la estructura de muchos pueblos aldeanos. Y en esta fase decisiva han sido elaborados numerosos factores culturales comunes a toda Mesoamérica: la preponderancia de los "centros ceremoniales" con sus edificios dispuestos de acuerdo con alguna orientación particular, sus plazas integradas por plataformas, escalinatas y pirámides escalonadas, sus canchas destinadas al juego ritual de pelota y su arquitectura funeraria; la jerarquización social en tomo a una estructura marcadamente teocrática y la consiguiente creación de un complejo panteón de dioses así como de un ceremonial muy elaborado; el empleo simultáneo de dos calendarios: el solar, de 365 días, y el ritual, de 260 días; el desarrollo de un principio de numeración de base vigesimal y de un sistema de escritura glíptica. Sobre estas bases comunes se van a levantar las grandes culturas clásicas, tales como la teotihuacana, la zapoteca, la totonaca y la maya, cuyo esplendor clásico se sitúa aproximadamente -con algunas diferencias en el tiempo- dentro del primer milenio de nuestra era. 

Figurilla masculina. Esculpida en barro rojizo con aros en la nariz y orejas con ornamento, esta escultura pertenece a la fase lxtlán de la época Clásica, correspondiente a la cultura de Nayarit.

Mujer encinta desnuda (Colección D. Olmedo Phillips, México). Es un magnífico ejemplo de la cultura de Nayarit, desarrollada en la costa oeste de México, que refleja aspectos de la vida cotidiana y nunca tiene matiz religioso. La maternidad está aquí tratada de modo descarnado explícito: el voluminoso vientre contrasta con la delgadez de los brazos. 
Grupo bailando (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). La escultura representa a un grupo de hombres y mujeres que hacen una ronda alrededor de un músico que toca sonajas. La pieza de cerámica pertenece al período Preclásico de la cultura de Colima. 

Guerrero con casco y peto (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Figura de cerámica de Colima que representa un guerrero empuñando un bastón y en actitud de ataque. 

Para simplificar este breve panorama del arte prehispánico mesoamericano, se analizará a partir de ahora el arte que se produjo en cada una de las cuatro principales áreas del antiguo México desde los principios del período clásico hasta la conquista española: el altiplano central, la zona de Oaxaca, la del golfo y por último la inmensa zona maya, marcando en cada caso las principales fases de desarrollo cultural y artístico así como también las influencias ejercidas por otras regiones. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Arte del altiplano central mexicano

El altiplano central de México es una inmensa porción del territorio del país que incluye los actuales estados de México, Morelos, Tlaxcala, Puebla, el sur de Hidalgo y el Distrito Federal, que alberga la capital de la nación. Se empezará este recorrido por el arte del altiplano central mexicano en Teotihuacán, una de las ciudades más fabulosas que haya conocido el período precolombino, y se acabará con el nacimiento de una cultura realmente fascinante, la azteca. Se trata de un recorrido que se inicia unos siglos antes de nuestra era y que finaliza con la llegada de los españoles al continente americano. De este modo, la primera aproximación será a la gran Teotihuacán para seguir por Xochicalco, Tula y el arte tolteca y acabar, como ya se ha señalado, en el período azteca. 

Cabeza colosal de la civilización olmeca, en el parque arqueológico de La Venta (Villahermosa). Es sin duda una de las más famosas muestras del arte precolombino de México. Se ha dicho que represen.tan sacerdotes engendrados por el dios jaguar que gobernaron teocráticamente en diferentes períodos las ciudades olmecas. tsta que ofrecemos se halla en Tabasco. 

Se ha establecido que la construcción de las grandes pirámides del Sol y la Luna de Teotihuacán se inició en el siglo II a.C, por lo que puede suponerse que la pujanza de esta ciudad debió de iniciarse algo antes. 

Estela olmeca (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Hallada en Viejón (Veracruz), en ella se pueden ver el relieve de dos personajes. 


La abuela ( Parquemuseo La Venta, Vi llahermosa). F igura olmeca hallada en las ruinas del sitio arqueológico de La Venta y trasladada por el poeta Carlos Pellicer al hermoso lugar que hoy ocupa en la capital del estado de Tabasco. 


⇒ El luchador olmeca (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Es una de las más famosas piezas del México antiguo, que procede de Uxpanapán, al sur del estado de Veracruz. Lo extraordinario es el hecho de que en ella se halle una preocupación por la belleza del cuerpo humano, algo muy ajeno al arte mexicano. Lleva bigote y barba y la cabeza rapada; está sentado y las caderas y vértebras se indican mediante un suave modelado. Su autor la trabajó para que pudiera ser admirada desde todos los ángulos, desde todos los puntos de vista. 



Por otro lado, también se sabe que en el siglo VII de nuestra era un terrible incendio arrasó parte de la dudad y con ello aceleró el proceso de decadencia que seguramente ya se había iniciado. Así, durante más de mil años, Teotihuacán se convirtió en una de las ciudades más importantes de su tiempo en Mesoamérica, tanto por la modernidad de sus construcciones como por su relevancia como centro religioso.

De este modo, el declive de Teotihuacán marca el fin de un época en la que, en líneas generales, se puede afirmar que dominaba el respeto entre las diversas ciudades-estado que albergaba Mesoamérica. Por tanto, y aunque todavía la ciudad de que Xochicalco, por ejemplo, seguiría siendo un núcleo importante, el período clásico mesoamericano estaba llegando a su fin. A pesar de que Xochicalco no será un enclave tan importante como Teotihuacan, sí que cobra un especial protagonismo porque se convierte en una ciudad que recibe múltiples influencias artísticas, sobre todo por parte de la propia cultura de Teotihuacán, pero también de otros pueblos, entre ellos los mayas. 


Altar olmeca (Parquemuseo La Venta, Villahermosa). Este bajorrelieve, que muestra a un hombre con un niño en brazos, es otro de los preciosos restos arqueológicos de la antiquísima cultura olmeca, que Carlos Pellicer logró trasladar desde La Venta con el fin de preservarla y poderla exponer al público en un medio parecido al original. 

En la transición del período clásico a la siguiente etapa, denominada período posclásico y que se inició durante la segunda mitad del siglo X, destaca, como se ha señalado, la ciudad de Xochicalco. Ya en pleno período posclásico, el enclave más relevante del altiplano central mexicano será Tula, ciudad que nunca llegará a igualar el esplendor que durante tantos siglos se vivió en Teotihuacán. Por otro lado, la brillante actividad cultural de esta última ciudad se verá relegada a un segundo plano por el carácter claramente militar de la cultura tolteca. De este modo, y aunque este hecho no debe llevar a infravalorar la aportación de Tula al arte precolombino, el guerrero será el gran protagonista de las manifestaciones artísticas que se produzcan en la ciudad. Por ello, las excavaciones arqueológicas han descubierto una ciudad en la que no faltan los motivos guerreros como, por ejemplo, los jaguares devorando corazones humanos.

La hegemonía de Tula finaliza con la destrucción de la ciudad por parte de los chichimecas a finales del siglo XII. Y, aproximadamente desde esa época y hasta la llegada de los conquistadores españoles, el pueblo de los aztecas conseguirá que la cultura de Mesoamérica alcance otro período de gran esplendor. Así, y durante el siglo XIII, el valle central de México ve nacer una de las más fabulosas ciudades que haya conocido jamás toda América Latina: México-Tenochtitlán.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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