Pero si el influjo olmeca será especialmente poderoso y habrá de fructificar plenamente en zonas como en el área del golfo de México, en el altiplano central mexicano, en Oaxaca, en la inmensa zona maya -y aun más allá-, otras regiones del antiguo México, una inmensa porción del territorio americano, proseguirán, casi hasta los finales del primer milenio a.C., su vida de simples aldeas agrícolas, conservando con pocas modificaciones un estrato cultural similar al que se ha mencionado por ejemplo en Tlatilco. Por tanto, es posible hablar de que la cultura del antiguo México presenta, cuando se alcanza la época en la que el influjo olmeca se hace patente, dos claras líneas de evolución, netamente diferenciadas. Así, ya se ha señalado que extensos territorios quedarán bajo el influjo de la citada cultura, mientras que otros se detendrán, prácticamente, en el tiempo, y para sus pobladores la vida y el arte serán casi una repetición de los usos y costumbres que heredan de sus antepasados, a excepción, como se consigna seguidamente, del fenomenal desarrollo que conseguirán en el campo de la cerámica. Tal parece ser, por ejemplo, el caso del área situada al oeste del altiplano central, y que se conoce por esta razón como "el occidente de México", abarcando los actuales estados de Guanajuato, Michoacán, Jalisco, Nayarit, Colima y Guerrero.
⇦ Figurilla femenina (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Este tipo de escultura de barro procedente de El Opeño es característica de la cultura de Colima, que se desarrolló en la costa noroeste de México entre el año 200 a.C. y el 500 d.C.
De todos modos, también es preciso señalar que las mencionadas zonas no serán totalmente impermeables a la irradiación de la cultura olmeca. Aunque, salvo algunas penetraciones de los olmecas -y, en fechas ulteriores, teotihuacanas- en algunas zonas del occidente mexicano, todo parece indicar que las aldeas de esta región permanecieron, en gran medida, al margen del fuerte impulso cultural que sacudió al antiguo México, llevando las otras regiones del país hacia alturas insospechadas en las artes y el pensamiento.
Así las cosas, el signo de división más evidente entre las dos velocidades que caracterizará el desarrollo de la cultura del antiguo México será el progresivo avance en el terreno de las artes mayores por parte de los pueblos que entren en intenso contacto con los olmecas, mientras que los que se queden al margen de este influjo seguirán con sus tradicionales trabajos de cerámica.
Por tanto, mientras que se desarrollaban entre los teotihuacanos, los totonacas, los zapotecas y los mayas, la gran arquitectura en piedra, la escultura monumental, la pintura mural y otras artes mayores, los pueblos del occidente mexicano continuaron empleando la cerámica como medio casi exclusivo de expresión artística y religiosa. Aunque esto no debe interpretarse en el sentido de que se estancaron completamente, pues, como ya se ha avanzado, lograron notables logros en el campo de la cerámica. Y es que alcanzaron en esta rama del arte sorprendentes resultados, que los coloca a una altura envidiable dentro del panorama de la cerámica universal.
Antes de entrar en mayores detalles sobre esta cerámica, cabe señalar que la causa principal del aislamiento tanto de la evolución de las culturas que quedaron bajo el influjo olmeca como también entre ellos, hay que buscarla en las características del medio físico que habitaban. Así, no tenían una organización social y política excesivamente compleja porque, básicamente, no la necesitaban. Las montañas de la Sierra Madre occidental impedían que se comunicaran entre ellos y, también, que se enfrentaran. Por otro lado, la naturaleza era especialmente generosa, porque llovía en abundancia y disponían de toda la caza y la pesca que deseaban. En resumen, el medio no les exigía demasiados avances para sobrevivir.
Volviendo a la cerámica, esta peculiar vocación de ceramistas que tuvieron los pueblos del occidente de México puede observarse desde la cerámica ritual de Chupícuaro -con su rica y bien contrasta da policromía- que se remonta a los principios de nuestra era. Por otra parte, tanto las estatuillas individuales como las escenas de grupo provenientes de Jalisco, Nayarit y Colima, constituyen no sólo un verdadero documental de la vida sencilla de aquellas aldeas, sino un mensaje humano lleno de vida y de buen humor (o de ternura). Y dentro de esta increíble gama de formas, las vasijas y estatuillas huecas y finamente policromadas de Colima representan sin duda un punto culminante.
⇨ Bailarina (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Las figurillas de barro femeninas son muy comunes en Tlatilco, de donde procede esta pieza, y suelen tener senos pequeños y caderas rotundas. En este caso, se ha utilizado una elaborada técnica de pastillaje para realizar los rasgos de la cara y los pliegues de la falda.
Ya sean inspiradas en formas naturales -vegetales, animales o humanas- o de un avanzado grado de abstracción, las obras de Colima sorprenden por la plenitud y la diversidad de sus formas, fruto de una sensibilidad plástica muy evolucionada. En esta rica producción artística, la realidad visual está modificada por la mano del artista hasta transformarse a menudo en un signo abstracto. Pero cualquiera que sea el t~ma manejado por el artista -un cangrejo, un perro, u'na calabaza sostenida por tres periquitos, un guerrero, un aguador o un jugador de pelota-, los problemas formales aparecen resueltos de tal manera que en ningún caso afectan el aspecto funcional del recipiente. Más bien parecería que el artista se divertía buscando renovadas soluciones plásticas. Y cabe incluso mencionar aquí las palabras de un poeta azteca quien, al referirse a la actividad del farero, decía que aquélla consistía en saber "hacer mentir el barro".
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
⇦ Pretty Lady o "mujer bonita" de Tlatilco (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Esta figura tiene un rostro enigmático con un alto grado de estilización. Modelada en arcilla, denota una técnica perfecta del pastillaje. Su tocado acaba en un moño que le recoge el cabello sobre la cabeza. Va desnuda, tal como permitía el cálido clima a las mujeres de esta civilización, que basaban su adorno en el tatuaje policromo.
⇨ Bailarina (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Las figurillas de barro femeninas son muy comunes en Tlatilco, de donde procede esta pieza, y suelen tener senos pequeños y caderas rotundas. En este caso, se ha utilizado una elaborada técnica de pastillaje para realizar los rasgos de la cara y los pliegues de la falda.
Ya sean inspiradas en formas naturales -vegetales, animales o humanas- o de un avanzado grado de abstracción, las obras de Colima sorprenden por la plenitud y la diversidad de sus formas, fruto de una sensibilidad plástica muy evolucionada. En esta rica producción artística, la realidad visual está modificada por la mano del artista hasta transformarse a menudo en un signo abstracto. Pero cualquiera que sea el t~ma manejado por el artista -un cangrejo, un perro, u'na calabaza sostenida por tres periquitos, un guerrero, un aguador o un jugador de pelota-, los problemas formales aparecen resueltos de tal manera que en ningún caso afectan el aspecto funcional del recipiente. Más bien parecería que el artista se divertía buscando renovadas soluciones plásticas. Y cabe incluso mencionar aquí las palabras de un poeta azteca quien, al referirse a la actividad del farero, decía que aquélla consistía en saber "hacer mentir el barro".
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario.