La
ciudad de Mari -actualmente Tell Hariri-, situada en el curso del Éufrates
medio y cuna de una civilización antiquísima y siempre influida por Sumer, fue
fundada a principios del tercer milenio a. C. De los archivos de esta ciudad,
se han extraído hasta el momento más de 20.000 tablillas de arcilla, botín
cultural incalculable que permite tratar, con más o menos propiedad, sobre el
período a que éstas se remontan.
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Puerta de Palmira (Ciudad de Mari, Tell Hariri).
Construida en honor del dios Baal, al que convocaban por medio de sacrificios
animales, la ciudad de Mari pasaría a ser provincia romana tras la ocupación
militar de Marco Antonio, prosperando a partir de ese momento gracias al
comercio de la
seda. Posteriormente, fue convertida al rito musulmán en 634
y terminaría sus días de gloria tras la destrucción por un terremoto, en 1089.
Actualmente se conserva la columnata de 1.200 m que servía de eje central de la ciudad,
que albergaba cerca de 200.000 habitantes, varios templos religiosos y
funerarios, así como campamentos militares, un ágora para el oficio comercial y
un cementerio de hasta 500 tumbas.
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Se conoce que en la época dinástica
primitiva, Mari fue una importante ciudad-estado y estaba registrada como una
de las dinastías reinantes en la Lista de
los reyes Sumerios. Según esta lista real, tras la II Dinastía de Ur la
soberanía pasó a la ciudad de Adab y, después de la caída de esta última, fue
trasladada fuera del tradicional núcleo sumerio. En esta ocasión es cuando se
fijó en la ciudad de Mari y, gracias a ello, esta urbe conoció una época de
gran esplendor.
Pese a que la lista real está en muy mal
estado de conservación en este pasaje y se hace muy dificultoso apreciar
claramente lo que en él se indica, se ha descifrado que atribuye seis reyes a
esta dinastía pero no se dan a conocer sus nombres, con excepción del primero,
Ansud -leído también como Anbu y Ansub-. También se ha constatado que la
duración total del reino de Mari fue de ciento treinta y seis años, un período
relativamente largo para, por lo menos, poner en marcha numerosas
construcciones.
Con respecto al primero de estos reyes
no se sabe prácticamente nada aparte de que ocupó el trono durante treinta
años. Hasta no hace mucho tiempo se desconocía el nombre del que había sido el
primer soberano de la
ciudad. Así, el nombre de Ansud fue confirmado hace pocos
años, cuando se encontraron dos ladrillos con esta inscripción. Se presume que
el segundo de los reyes fue Lugaltarzi y que reinó durante un período de
diecisiete años. De los otros cuatro la Lista
revela sólo los años que duró su gobierno.
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Palacio real (Ciudad de Mari, Tell Hariri). La
que fuera residencia oficial del rey Zimri-Lin ocupaba una extensión enorme
dentro del perímetro total de la ciudad de Mari, complementándose con varias
edificaciones anexas de uso público, como templos, almacenes, talleres,
comedores, terrazas ajardinadas, baños y hasta una biblioteca en la que se
guardaban documentos cuneiformes de tipo administrativo grabados en tabletas de
piedra.
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De todos modos, en los últimos años se
han llevado excavaciones que han permitido que salgan a la luz diferentes
objetos arqueológicos que, por lo menos, han posibilitado que se esclarezcan
algunos aspectos en lo que se refiere a los nombres de los soberanos. Así, se
han descubierto los nombres de otros reyes mariotas cuyo orden cronológico se
desconoce. Tal es el caso de Ilshu, que figura en una copa de calcita que al
parecer su hijo o hija Ninmetabare dedicó a una divinidad. También el de
Ishqimari -o Lamgi Mari, que significa "rey de Mari", como aparece en
la tablilla en la que se indica su nombre-, vicario de Enlil que dedicó su
estatuilla de piedra a Inanna, y el de Iku(n)shamash, vicario del mismo dios por
cuya vida dedicó su estatuilla a Shamash un tal Arra' il.
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León (Musée du Louvre, París).
Procedente de uno de los templos de la ciudad de Mari, esta simpática escultura
está dedicada al rey lshtupilum. Entre otras representaciones escultóricas
también se hallaron retratos de gobernantes, dioses, bailarinas, animales y
seres mitológicos en actitudes sumisas o de confrontación.
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Algo más se sabe sobre Iplulil -o
Iblu-TI-, citado reiteradas veces por súbditos suyos que dedicaron estatuas a
Inanna, ya que está presente también en los textos de Ebla -actualmente Tell
Mardikh-. Gracias a estos textos se conoce que Iplulil, aliado a otras
ciudades, deseaba apoderarse de la ciudad de Ebla después de haber sometido en
Siria importantes enclaves dependientes de aquella potencia. Estos textos
eblaítas tienen gran importancia para que podamos conocer el curso de la
historia del reino de Mari, ya que en ello, asimismo, se ha podido determinar
que fue durante el reinado de Iplulil cuando se produjo el gran apogeo de Mari.
Efectivamente, al parecer este soberano tenía pretensiones de ampliar los
límites de su reino tanto como fuera posible y que llevó a cabo importantes
campañas militares. Aparte de la conquista de numerosas zonas de la actual Siria, Iplulil
llegó incluso a controlar Assur.
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Diosa aspirando el
perfume de una
flor (Musée du Louvre, París) En es-
te bajorrelieve puede apreciarse el
rígido collar alrededor del cuello que
ornamenta a la diosa, así como los
brazaletes y los cuernos sagrados
que adornan el casco. Dichos aus-
teros atributos van a ir progresiva-
mente liberándose en posteriores re-
presentaciones, y la imagen recata-
da de los inicios se volvería cada vez
más voluptuosa y sugerente.
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No obstante el gran poderío alcanzado
por Mari, Ebla, que por entonces era gobernada por Arennum, atacó Garaman,
frente de Mari, y obtuvo de este ataque un gran botín pero sobre todo lo utilizó
para advertir que no estaba dispuesto a tolerar el expansionismo mariota por
Siria. Sólo cabía, por tanto, que los mariotas dieran muestras evidentes de que
no estaban dipuestos a poner en peligro la soberanía de Ebla, pero, por lo que
determina luego la historia, parece ser que esto no ocurrió así. Poco tiempo
después de este episodio se produjo el enfrentamiento definitivo entre las dos
ciudades.
Conocemos con relativa exactitud lo que
sucedió en aquel enfrentamiento que puso punto y final al reinado de Iplulil.
Sabemos, por ejemplo, que Ebla envió a Enna-Dagan, uno de sus hombres de
confianza para que dirigiera personalmente la campaña. Este Enna-Dagan
era un jefe militar que además de recuperar muchas de las ciudades y enclaves
conquistados por Iplulil consiguió intimidarlo, al punto que Iplulil se dio a la fuga. Finalmente
el rey Iplulil fue capturado y al mismo tiempo perdonado. En adelante se le
permitió, en un gesto de magnanimidad por parte de Ebla, que continuara en el
gobierno de Mari a cambio de pagar un considerable tributo de guerra.
Cuando Iplulil murió Ebla envió a un
funcionario de nombre Nizi para que gobernara en Mari, y luego a quien había
vencido a Iplulil, al propio Enna-Dagan. El dominio de Ebla sobre Mari era
especialmente beneficioso para la primera urbe ya que durante estos dos
mandatos Ebla se vio favorecida con enormes cantidades de oro y plata, como
consecuencia del antiguo tributo que Mari debía continuar pagando a la ciudad
que la había vencido.
Después del mencionado gobierno de
Enna-Dagan, Mari llegó a tener su propio rey, aunque no llegaría a gozar de
autonomía política, pues siempre estaría sometido a las directrices que se
marcaban desde Ebla y además debía seguir haciendo generosas contribuciones a
las arcas de los soberanos eblaistas, que, lógicamente, no estaban muy
dispuestos a renunciar a tan eficaz sistema de financiación. El nombre de este
rey de Mari era Iku(n)ishar, y fue controlado durante todo su mandato por dos
gobernadores eblaítas de nombre Igi e Hidar, mandados por Ebrium, el entonces
rey de Ebla. A continuación de este rey es el hijo de Ebrium, Shura-Dumu, quien
asume el gobierno de Mari. Como vemos, era evidente que los eblaítas
controlaban muy de cerca la
ciudad Mari y no querían que se iniciara una saga de
gobernantes propios de la ciudad que pudieran poner en peligro su dominio sobre
la misma. De
esta manera, la ciudad funciona como una provincia de la ciudad de Ebla.
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Cuatro figuras
danzantes. La
complejidad compositiva de este sello de piedra hallado entre las ruinas de
Mari contrasta con la aparente sencillez de la representación, un entramado
circular de cuatro cuerpos masculinos desnudos entrelazados entre sí y armados
con un puñal, creando una simbólica rueda cuyo eje queda enmarcado entre las
piernas de las figuras.
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Otra serie de objetos arqueológicos
compuesta por vasos y estatuillas revela todavía dos nombres más atribuibles a
reyes mariotas. Se trata de Iku(n)shamagan y Shalim, de los que, por desgracia,
se sabe poco más que el nombre y de cuya intervención en la ciudad no se tiene
ningún dato.
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Diosa del vaso
surtidor (Museo
Nacional, Alepo). Esta escultura
de piedra procedente de la anti-
gua civilización que pobló Mari
refleja la especial atención que se
le tributaba al agua. Los atavíos
de la diosa siguen siendo muy re-
catados, y la postura hierática y
muy rígida, adornada con sutiles
brazaletes en sus muñecas, la cor-
namenta del casco y el collarín
enjoyado.
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Tras los ciento treinta y seis años que
duró su realeza Mari, no obstante haber utilizado las armas en su defensa, se
vio obligada a ceder el mando a otra de las ciudades-estado sumerias: esta vez
a Kish.
Tras pasar largos años de decadencia y
silencio, el renacimiento de la urbe se produce antes de que Hammurabi, rey de
Babilonia, restablezca la unidad mesopotámica, fragmentada entre cuatro
soberanos regionales. Durante el período anterior a la unificación en torno a
Babilonia se produce un rico florecimiento artístico, de inspiración semítica,
en el que ya aparecen las características del que después podrá llamarse, con
toda propiedad, arte babilónico. Por tanto, se trata éste de un período de gran
importancia para anticipar la evolución del posterior arte babilónico.
Varias son las sorpresas que nos depara
esta época de esplendor artístico que viviría Mari antes de que Hammurabi se
convirtiera en el verdadero señor de Mesopotamia. Y, entre todas ellas, sin
duda lo más relevante de este nuevo período de florecimiento de Mari es el
formidable empuje arquitectónico que han revelado las excavaciones. Ello parece
una prueba evidente de que se disponía de mano de obra suficiente y de recursos
económicos importantes en la ciudad de Mari, pues, de otra forma, resulta muy
complicado llevar a cabo las empresas arquitectónicas que las excavaciones han
descubierto.
Entre todos los edificios explorados
destaca el gigantesco palacio del rey Zimri-Lin, que cubría una superficie de
más de tres hectáreas y mectia. Se trata de una superficie realmente descomunal
que sin duda nos muestra el poder del que debió de gozar el mencionado
soberano. Una extensión tan fantástica para "una sola casa" obligó a
organizar este palacio de una forma algo especial pues era evidente que no se
podía estructurar alrededor de un único centro. De este modo, este gran palacio
se organizó en torno a una serie de centros o patios que definían diferentes
sectores afectados a actividades distintas. De esta forma, se encontraban el
sector administrativo, el sector de las habitaciones privadas de la corte, la
zona sagrada con el templo palatino, y el sector de servicios con almacenes,
cocinas y talleres diversos.
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lshtar (Museo Británico, Londres). La diosa babilónica se representa en este
bajorrelieve procedente de Larsa con la misma configuración que en otras
típicas esculturas y pinturas murales de la divinidad, con los brazos
levantados, su generoso busto desnudo y alas y patas de ave rapaz. Flanqueado
por dos búhos mitológicos y erigida sobre el lomo de dos leones custodios, la
diosa era la encargada de enviar los mensajes desde el Más Allá. |
⏪ Grupo de tres cabras
monteses (Musée
du Louvre, París). Esta extraordinaria pieza ornamental de bronce fue chapada
en oro para realzar algunas partes de la figura, haciendo uso de una técnica
que, además de su embellecimiento, pretendía también una purificación simbólica
de la
representación. En esta escultura, las cabezas de las cabras
han sido bañadas en oro, mientras los cuerpos se levantan en equilibrio sobre
sus patas traseras formando una perfecta unidad sobre el pedestal, sostenido
por dos enigmáticos personajes barbudos.
Toda la construcción, realizada con
enormes muros de ladrillo que se abrían al exterior por una única puerta,
estaba coronada con azoteas y terrazas. Las instalaciones del palacio revelan
un confort refinado: salas de baño con bañeras de cerámica, calefacción por
grandes chimeneas, biblioteca en la que se hallaron 25.000 tabletas grabadas
con textos cuneiformes, y multitud de obras de arte, esculturas y pinturas
murales.
Las estatuas de los gobernadores de
Mari, Ishtupilum (en el Museo de Alepo) e Idi-ilum (en el Louvre), forman
parte, a justo título, del tesoro artístico de la humanidad. Estos
impresionantes personajes tienen sus manos juntas a la manera de Gudea, pero se
diferencian de él por sus pobladas barbas y bigotes, al estilo sernita, que les
confieren un feroz aspecto. Son dos imágenes que aún hoy nos resultan de
tremenda fuerza expresiva y que seguramente se realizaron de este modo para
dejar constancia del poder de ambos gobernadores. Dos estatuas femeninas de
Mari merecen ser citadas: la diosa
aspirando el perfume de una flor, del Musée du Louvre, adornada con
brazaletes y un collar de numerosas vueltas en torno al cuello, y la diosa del vaso surtidor, del Museo de
Alepo, cuya trenzada cabellera se desparrama sobre los hombros y sirve de marco
a seis soberbios collares de cuentas que cuelgan de su cuello. Ambas diosas van
coronadas por el pesado casco lleno de cuernos sagrados.

⏪Orante de Larsa (Musée du Louvre, París). Esta
pequeña escultura de 19 cm,
realizada en bronce y oro, probablemente representa al rey Hammurabi, famoso
por edificar su gobierno sobre un rígido código que identificaba el castigo con
el daño causado, una justicia vengativa denominada Ley del Talión. En la
representación escultórica se muestra al rey postrado ante los designios y las
obligaciones morales propugnadas por los dioses babilonios, en una tensa
armonía con el espacio que ocupa y el aire que lo envuelve.
Pero en el palacio de Mari no sólo había
esculturas. Muchas paredes de sus salas o de sus patios estaban ornamentadas
con pinturas murales realizadas al temple con vivos colores, que los
arqueólogos franceses han descubierto de manera casi milagrosa. En efecto,
apenas se comprende que tales decoraciones hayan llegado hasta hoy, a través de
las destrucciones que el palacio sufrió durante la guerra que terminó con el
poderío de Mari y a casi cuatro mil años de abandono y olvido.
Los temas son muy variados:
composiciones geométricas abstractas, escenas de guerra, ceremonias religiosas
y episodios de la vida cotidiana. Algunas de estas composiciones han recibido
nombres que hoy ya son célebres: el rey y
el ordenador de sacrificios, la investidura del rey de Mari, el friso de los pescadores, etc. Lo más
notable es que estas pinturas, contemporáneas de los frescos de los palacios
prehelénicos de Creta que serán tratados en otro momento, muestran ciertas
relaciones estilísticas con los mismos. ¿Quién influyó en quién?
Por el momento, los arqueólogos no
pueden responder a esta pregunta, pero no tiene nada de sorprendente que
hubiesen relaciones artísticas entre Creta y Mesopotamia cuando en los archivos
diplomáticos del palacio de Mari se han hallado tabletas que dan cuenta de
relaciones económicas y comerciales.
Otros centros importantes desde el punto
de vista artístico, en el período en que se incuba el poder de Babilonia, son
las ciudades de Ishchali y Larsa. La primera se ha hecho célebre por su templo
consagrado a la
diosa Ishtar. Concebido como morada de la divinidad, su
estructura con diversas cámaras ordenadas en torno a cuatro patios, recuerda el
esquema general que ya se ha visto en el palacio de Mari, morada de un
soberano. La única particularidad del templo es que los patios están
intercalados entre una puerta y el santuario, de manera que los tres elementos
se disponen en línea recta, siguiendo un mismo eje. Los fieles no tenían más
que andar en línea recta desde la calle, de forma que, desde el exterior, sus
ojos podían permanecer fijos en el lugar donde se hallaba la estatua de la divinidad. A veces,
una sala de ofrendas precede al santuario propiamente dicho, entre éste y el patio.
El prestigio de Larsa le viene no de sus
obras arquitectónicas, sino de los bronces maravillosos que se han hallado
entre sus ruinas. Fueron descubiertos en 1930 por excavadores clandestinos que
vendieron sus hallazgos. El Musée du Louvre adquirió dos de estas piezas en las
cuales aparece claramente la impronta semítica del gusto por el movimiento y
por la vida. Una
de ellas es un grupo de tres cabras monteses que se sostienen sobre sus patas
traseras y cuyas cabezas están chapadas con una lámina de oro; la otra, llamada
el orante de Larsa, es una figura masculina de bronce, con una rodilla en
tierra, cuyo rostro y manos también están chapados de oro.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.