De
los diversos centros políticos semitas, Babilonia fue el que terminó
dominándolos a todos. Esta obra de unificación fue debida a una gran
personalidad histórica cuya biografía conocemos con detalle, pese a estar
alejada de nosotros casi cuatro mil años: el rey Hammurabi, que reinó entre los
años 1790 y 1750 a .C.
Su largo reinado, de más de cuarenta años, demuestra que Hammurabi era más que
un guerrero. En 1760 a .C.
conquistó y destruyó la ciudad de Mari, pero supo esperar durante veinticinco
años a que su enemigo más poderoso, el rey Rim-Sin de Larsa, fuese
suficientemente viejo para poder vencerlo sin dificultad. Hammurabi fue además
el primer gran legislador de la Historia; las leyes reunidas en su código de
282 artículos ejercieron su influencia incluso después de la desaparición del
reino babilónico.
En las excavaciones de las ciudades del
primer Imperio babilónico aparecen con frecuencia tabletas de arcilla cocida en
las que se representa a los dioses y a los hombres con gran familiaridad. Las
divinidades aparecen en ellas, a veces, ejecutando acciones de difícil
interpretación, porque no existen textos que documenten sobre ello. Muy
característica es la nueva representación de Ishtar, la antigua Venus
sumeria, que los babilonios representan desnuda, con el cabello corto y
enjoyada con collares. Frecuentemente tiene las manos sobre el vientre o se
levanta los pechos con ellas.
León sedente (Museo Nacional de lraq, Bagdad).
Escultura de terracota de 1
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Se trata de una Venus que parece no sospechar que pueda existir algún impudor en mostrarse así, pero hace recordar cómo los profetas hebreos predican contra el culto a Astarté, que es el nombre que dan a, la Ishtar babilónica. Las mismas tabletas de arcilla representan escenas de la vida diaria de los babilonios, que tanto interés se tiene en conocer. Son pequeños relieves que causan un placer análogo a las figuritas de cerámica griega que se denominan tanagras; encantadoras como ellas por su valor episódico y local. Sin embargo no se encuentran ecos de las mismas en la épica sagrada que nos han transmitido las inscripciones en signos cuneiformes.
Ello parece sugerir que debía haber una
poesía más ligera, que no copiaron los escribas de los templos, pero que las
restituyen estas imágenes de las tabletas: el labrador con la pala; el
campesino montado en un búfalo; la arpista, sentada en una silla plegable, que
puntea las cuerdas de su instrumento; la mujer que teje la lana; los feriantes
que exhiben sus monos; unos boxeadores barbudos que luchan con los puños
cerrados, y tantas otras que encantan a los visitantes de los museos.
Diosa kasita (Vorderasiatische Museum,
Berlín). En la antigua ciudad de Uruk, en lraq, el rey Karaindash mandó
construir el templo de lnanna, en cuya fachada se insertaron esculturas como
este relieve realizado en ladrillo. Las representaciones de 1 dioses estaban
repartidas de forma simbólica por todo el panteón según su jerarquía
mitológica, culminando las cimas con los tres dioses astrales del sol, la luna
y la diosa lshtar. Los otros se solían ubicar en zonas inferiores en razón de
su situación celestial, como son el aire, el cielo y el agua. En ciertas ocasiones,
algunas esculturas vienen acompañadas de emblemas que indican el nombre del
dios que simbolizan.
Fragmento de kudurru (Museo del Monasterio,
Montserrat). Proveniente de la dinastía kasita de Babilonia se conserva este
fragmento de una piedra infeudatoria, en el que se muestran figuras
animalizadas y dos edificaciones humanas. Estos bloques de piedra servían para
delimitar los territorios de los señores feudales y espantar a los forasteros
con representaciones de dioses y seres mitológicos amenazadores.
Durante el primer Imperio babilónico
aumentó la producción de ciLindros para sellar los documentos redactados en
tabletas de arcilla. El tema preferido es Gilgamesh, el héroe de una vieja
epopeya mesopotá mica, luchando con búfalos y -sobre todo- con leones.
Sorprende su popularidad que casi monopolizó la imaginación de todos los
pueblos mesopotámicos.
La última fase de este período del arte
babilónico se desarrolló bajo la dominación extranjera de los kasitas,
invasores de Mesopotamia que recuerdan en muchos aspectos a los guti que ya se
han nombrado en el capítulo anterior que los habían precedido quinientos años.
Como ellos, llegaron de los montes Zagros; como ellos, demostraron poseer
extraordinarias facultades de adaptación y se convirtieron en continuadores del
primer Imperio babilónico. Los kasitas ocuparon Babilonia hacia el año 1600 a .C. y construyeron una
nueva capital, Dur-Kurigalzu (cuyas ruinas recibieron de los árabes el nombre
de Aqarquf), cercana a la actual Bagdad. Allí se han encontrado varios
templos de tipo babilónico, un gran palacio con la típica estructura de
sectores diferentes organizados en torno a grandes patios, y un magnifico
zigurat que todavía hoy, con sus sesenta metros de altura, domina el campo de
minas.
Lo más original de los kasitas fue el
empleo de ladrillos moldeados, cuyo montaje posterior hizo posible construir
gigantescos muros con grandes relieves cerámicos en barro cocido, y unas
curiosas piezas de piedra con relieves e inscripciones, llamadas kudunus.
Kudurru de
Melishipak (Musée
du Louvre, París). El escultor de esta piedra infeudatoria dispuso la escena en
una serie de viñetas superpuestas cuya sucesión supone una criptografía de
difícil interpretación. En la escena superior figura la tríada suprema
compuesta por la luna, la estrella de Ishtar y el sol. En el segundo registro
aparecen los dioses del infierno y la guerra. En el inferior, una serpiente con cuernos
y un escorpión venenoso.
Los kudurrus eran bloques de piedras, generalmente diorita negra, que tenían por objeto delimitar las fincas y que se guardaban en los templos. Sus largas inscripciones describen los límites de la propiedad y la posición de los mojones y terminan con una invocación a los dioses y terribles conjuros de maleficio para los que osen cambiar las lindes. Para espantar más al trasgresor, se esculpieron las imágenes de los dioses, o sus animales simbólicos o, simplemente, sus altares. El kudurru del rey Melishipak (hacia el
Estas criptografías no siempre son
fáciles de descifrar en la actualidad, pero los babilonios comprenderían en
seguida de quiénes se trataba y, aunque no supieran leer, la vista de los
símbolos protectores bastaría para espantarlos. Se trata de una formidable legión
de enemigos movilizados del cielo y de la tierra que esperan al que dé el mal
paso de entrar en la propiedad defendida por el conjuro.
Con la entrada en escena de los asirios
y su poderoso ejército, disciplinado y superiormente equipado, termina este
primer período babilónico. Sumando la etapa de los diversos soberanos
regionales semitas, la del primer Imperio babilónico propiamente dicho, y la
fase de dominio de los kasitas, el período que se acaba de estudiar había
durado poco más de ocho siglos.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat
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