Desde
la más remota antigüedad se ha considerado a Egipto como el abuelo venerable de
todos los pueblos de la
Tierra. Cuando el griego Solón visitó los santuarios del
valle del Nilo, los sacerdotes egipcios le recibieron orgullosos de su pasado,
declarando despectivamente que, para ellos, los griegos serían siempre unos
niños. Herodoto, el historiador viajero, ávido como un hombre moderno de
sensaciones arqueológicas, regresó de su viaje por Egipto, el siglo V a.C., vivamente
sugestionado con la misma idea de su antigüedad, creyendo ver en los dioses
egipcios el origen del Panteón helénico.
Más tarde, en la época imperial romana, se
visitó el valle del Nilo por pura moda y con la misma superficial afición que
despierta hoy entre el turismo internacional. El rico senador, la voluble
cortesana, el hombre de ciencia y la muchacha joven, intelectual emancipada,
como los viajeros de la actualidad, quisieron conocer aquel país famoso, que
era la cuna de la
humanidad. El viaje se hacía cómodamente por mar hasta la
boca del Nilo, y después se remontaba el río hasta el Alto Egipto; los templos
de Filé, asentados en las primeras cataratas, están llenos de nombres, dibujos
y escritos de los turistas de la época romana. Escritores como Plinio hablan de
las pirámides como de un monumento muy conocido y aun familiar.
En la Edad Media , el Egipto antiguo se reduce para
Europa a las pirámides. Los peregrinos, en sus itinerarios de Palestina, las
describen sumariamente en su escala obligada de El Cairo para recoger los
permisos necesarios para visitar los Santos Lugares. Los árabes, por codicia y
curiosidad, violan los enormes monumentos que se levantan cerca de la capital. Tienen
también conciencia de su antigüedad. "Todas las cosas temen el tiempo
-dice Abd-ul-Latif-, pero el tiempo tiene miedo a las pirámides."
Durante el Renacimiento, Egipto es un
completo desconocido, como la
misma Grecia ; sólo se conocían los obeliscos y las esculturas
que los romanos habían trasladado a Italia. Delante de las estatuas de pórfido
y los obeliscos de Roma, los eruditos del Renacimiento admiraban su labra
maravillosa, el pulimento de las piedras duras, la técnica y su antigüedad,
pero no gozaban del secreto encanto del arte egipcio. Ellos fueron los que
empezaron a dar vida a la fatal leyenda, creída aún demasiado, de que Egipto
era, no sólo el pueblo más antiguo, sino también un pueblo inmóvil, cerrado al
progreso, sin la movilidad incesante de las escuelas vivas. Winckelmann, en el
siglo XVIII, siguiendo este punto de vista, hoy abandonado, recuerda
maliciosamente la frase de Estrabón, según el cual "las Gracias eran
divinidades desconocidas en Egipto".
Puede decirse, pues, que Egipto fue
descubierto por la expedición francesa dirigida por Bonaparte, en los primeros
años del siglo XIX. A imitación de Alejandro, que se hizo acompañar en la
conquista de la India por los más ilustres naturalistas, geógrafos e
historiadores griegos de su tiempo, asimismo el primer cónsul iba acompañado de
los hombres de ciencia más eminentes de Francia, a cuyas investigaciones se
deben el primer paso para el moderno conocimiento del Egipto antiguo. Cuando
algunos años más tarde de la célebre expedición, la Commission inició la publicación los primeros tomos colosales de la
famosa obra Description de l'Egypte,
Bonaparte, a quien iba dedicada, estaba en la cumbre de su apogeo y era ya
entonces Napoleón le Grand. Los
volúmenes, ilustrados con profusión de planos y grabados de sus colaboradores
científicos en la campaña de Egipto, constituyen ciertamente uno de los
monumentos más perdurables de su gloria.
De aquella expedición de Bonaparte derivan
los derechos y la tradición de la escuela francesa de egiptología. A los dos
Champollion sucedió el ilustre Mariette, el cual exploró las necrópolis de
Menfis, Saqqarah, el Serapeum y la mayor parte de los templos tebanos, y más
tarde Maspero y sus discípulos.
Simultáneamente, un Comité de iniciativa
privada, el Egypt Exploration Fund,
creado en Londres para activar las excavaciones, empezó a colaborar de acuerdo
con los franceses donde la labor de éstos era insuficiente, y los Institutos
Arqueológicos alemanes e italianos y las universidades americanas tienen
también comisiones casi permanentes de excavación.
Ya es de todos sabido que el descubrimiento
en Rosetta, el año 1799, por un soldado de Napoleón, de una piedra con una
inscripción trilingüe, en griego, en escritura demótica y en jeroglíficos,
permitió que Jean-François Champollion interpretase estos últimos, y, con su ayuda,
la historia y el conocimiento de Egipto han avanzado enormemente. La cronología
de las dinastías se ha aclarado casi por completo, la lectura de las
inscripciones y papiros no presenta ninguna dificultad, y cada día se publican nuevos
textos; las imprentas académicas disponen hoy de las tipografías jeroglíficas
como una cosa corriente, y se traducen los libros sagrados y las obras
literarias de las más lejanas dinastías. El viejo mundo egipcio, con sus dioses
subterráneos y barcas solares, su moral extraña, de conceptos aún oscuros para
nosotros, está renaciendo; su espíritu se incorporará de nuevo a la humanidad,
y viviremos más ricos con sus ideas, como hoy circulan asimilados por los
conocimientos actuales las ideas, griegas y orientales.
El Egipto antiguo es un inmenso oasis que se
extiende a lo largo del río Nilo sobre una longitud de dos mil kilómetros. La
estrechez de esta franja de tierra fértil es tal que, pese a su enorme
longitud, cubre una superficie de sólo 30.000 kilómetros
cuadrados (como la extensión actual de Bélgica). A ambos lados de esta cinta
verde fecundada por las aguas del río, se extiende el desierto. Con razón
Herodoto, el primer viajero que visitó Egipto y que ha dejado un relato de su
viaje, escribió que "Egipto es un regalo del Nilo". Los antiguos
egipcios dieron a su país el nombre de Kemi
(Tierra Negra) a causa del color oscuro del limo que allí deposita la
inundación anual del Nilo, y para diferenciarlo de los desiertos circundantes a
los que llamaban Khaset (Tierra Roja).
Los hebreos llamaban a Egipto Misraím y los griegos, desde Homero, Aigyptos, de donde viene el nombre con
el que hoy se le conoce.
Hasta principios del siglo XIX, los
monumentos más antiguos que se conocían de Egipto eran las pirámides,
contemporáneas de la IV Dinastía y, por lo tanto, de tres mil años a.C. Por aquella
época, Egipto había llegado a producir un tipo monumental perfecto, tenía ideas
propias, poseía cierto estilo arquitectónico y un arte nacional. Lo más
singular era que no se conocían aún los tanteos preliminares de las pirámides;
para llegar a resolver estos monumentos de formas tan simples, pero precisas,
no se veían las vacilaciones de ensayos anteriores. La escuela artística de
Egipto parecía haber nacido como Minerva, sin los dolores del parto, armada de
casco y lanza de la cabeza de Júpiter.
Y no obstante, desde el año 1869, en el que
Arcelin presentó en un congreso de arqueología los primeros sílex recogidos en
el valle del Nilo, el problema de los orígenes del arte en Egipto no ha cesado
de apasionar. Mariette, creyendo que esto disminuiría el carácter maravilloso
de su antiguo Imperio, se negaba a la evidencia, combatiendo a Arcelin en estos
precisos términos: "Los antiguos egipcios estaban de acuerdo en asegurar
que su arte no había tenido infancia. Los monumentos y objetos artísticos más
antiguos son los que llevan el carácter de una civilización más avanzada.
Cuando los egipcios vinieron a establecerse en el valle del Nilo, habían
llegado al apogeo de su civilización. Los instrumentos de piedra, pues, no
pueden sedes atribuidos; pertenecieron todo lo más a la época faraónica, ya
que, según Herodoto, los sacerdotes egipcios usaban útiles de sílex para
preparar las momias y como instrumentas de cirugía ... ".
A lo que replicaban los prehistoriadores,
desde luego, que el empleo de los sílex tallados para el rito funerario de
preparar las momias, o para un servicio religioso como era tenida por entonces
la cirugía, demostraba paladinamente que había existido un tiempo en que la
piedra era el material único, porque es precisamente en las prácticas sagradas
donde se perpetúan los recuerdos tradicionales de la antigüedad. El
sílex, empleado en los usos religiosos, era el superviviente del pasado
prehistórico, que se conservaba en medio de los mayores cambios, progresos y
transformaciones industriales.
⇦La piedra de Rosetta (Museo Británico, Londres). Este
trozo de basalto negro fue hallado en 1799 por un capitán del ejército
napoleónico durante la construcción de un fuerte militar en Rosetta, actual
Rashid. Su escritura jeroglí fica, demótica y griega fue de vital importancia
para el conocimiento del antiguo Egipto.
⇨Página ilustrada de la Gramática Egipcia de Jean François Champollion
(Biblioteque du College de France, París). A partir de la piedra de Rosetta
Champollion descifró la escritura jeroglífica y dio un paso fundamental para la
creación de la
egiptología. Gran parte de su obra, como su Diccionario
egipcio en escritura jeroglífica, se publicó tras su muerte, ocurrida en 1832.
En la actualidad se siguen con el mayor
empeño los descubrimientos de este Egipto prehistórico; él habrá de dar, sin
duda alguna, la cronología de las edades humanas más remotas. Mientras que en
el resto del mundo antiguo tan sólo pueden fijarse las edades neolíticas por el
estudio geológico de las capas de terrenos superpuestos, el país fecundado por
el Nilo está destinado a ser el punto de unión entre la prehistoria y los
tiempos históricos; él informa también que antes del tiempo de las pirámides, o
sea entre cuatro mil y cinco mil años antes de la era cristiana, el hombre
mediterráneo estaba suficientemente preparado para emprender la conquista de una
civilización superior.
Entonces, como ahora, la geografía física
marcaba dos legiones claramente delimitadas: el Bajo Egipto, formado por el
delta del Nilo, triángulo de tierra fértil que cruzan los innumerables brazos
del río en su desembocadura, y el Alto Egipto, formado por la larga y estrecha
franja de tierra entre los desiertos. Los reinos más primitivos, cuya historia
aún es desconocida y Sethe ha intentado reconstruir basándose en las leyendas
muy posteriores de los llamados "Textos de las Pirámides"
(correspondientes a la V
Dinastía ), debieron ser los dominios de los reyes
"Caña", cuyo tótem era la serpiente cobra que más tarde los faraones
colocaron en su corona, y de los reyes "Abeja", cuyo tótem era el
buitre. Había además los pueblos del León, del Toro, del Chacal etc., de los
que se hará referencia al analizar las denominadas paletas predinásticas.
⇦Vasija decorada con
unos flamencos
(Museo Egipcio, El Cairo). Cerámica datada en el 3600 a .C. procedente de
Abydos y perteneciente a la cultura neolítica Negade II del Egipto
predinástico.
Los primitivos habitantes del valle del Nilo
se supone que vivirían desnudos, tatuados y pintados, acaso igual que otras
poblaciones neolíticas. Este hábito se conservó mucho tiempo en las clases
bajas, así como la costumbre de acentuarse las líneas de las cejas y los
párpados con el kohol perfumado, que
podemos ver en los frescos de los templos faraónicos. Los grabados y pinturas
prehistóricos del Alto Egipto y los dólmenes de la Nubia son parientes próximos
de los europeos. La cerámica prefaraónica lleva sólo dos colores: el del fondo,
rojizo, y el morado oscuro de la decoración.
En ella van pintadas personas, aves, barcas,
gacelas y, entre líneas onduladas, el río, que revelan muchos detalles de la
vida de los primitivos habitantes de Egipto. En algunas barcas pintadas en
estas vasijas de cerámica, se distingue que llevan en la popa la vela que se
usa para remontar la corriente del Nilo aprovechando las brisas constantes del
mar al desierto; en otras son visibles los numerosos remos que, a ambos lados
de la embarcación, empujan la nave en el sentido de la corriente para descender
el Nilo. En los mástiles aparecen emblemas totémicos que repiten los símbolos
de los nomos o principados del delta.
Este pueblo pacífico que vivía con sus
bueyes, antílopes, gacelas, cabras, asnos, ocas, patos y palomas, grababa
animales en las rocas y los pintaba en sus vasos, junto con luchas humanas y bestias
salvajes. En la cultura predinástica del Egipto antiguo las mujeres se
representan asimismo desnudas y con el dibujo triangular del pubis. Pero en el
ajuar funerario aparecen peines altos de marfil, probablemente usados para
mantener el velo en las ceremonias del entierro. Estos peines van también
rematados con figuras de animales.
Uno de los objetos de marfil más famosos es
el llamado cuchillo de Djebel el-Arak, del lugar donde se encontró, en el Alto
Egipto. La hoja es de sílex y su mango, de marfil, es uno de los objetos más
preciosos de la sección egipcia del Louvre. Los pequeños relieves que decoran
este mango extraordinario representan un combate entre guerreros de cabello
largo y otros con la cabeza afeitada. Un rey, con maza, coge al primer
prisionero de larga cabellera. Debajo hay dos clases de barcas, las superiores
con grandes proas como góndolas; las inferiores, idénticas a las pintadas en
los vasos. En el reverso hay un personaje entre dos gigantescos leones que
parece recordar la alianza entre un rey y el pueblo del León.
Proporcionan asimismo información legendaria
-por no decir histórica- del Egipto predinástico muchas placas de pizarra con
un depósito circular en el centro, que serviría para diluir el kohol y cosméticos de los faraones y
magnates. Por esto se las ha denominado con el nombre de paletas, aunque sus dimensiones hacen creer que tenían más
importancia que la de objetos de tocador. Además, los asuntos representados en
los relieves de estas llamadas paletas son, sin duda alguna, referentes a
episodios épicos de conquistas.
⇦Figura femenina de época predinástica
(Museo Británico, Londres). Esta estatuilla del eneolítico egipcio, 4000 a .C., procedente de
El-Badari, constituye un bello ejemplo de la primitiva estatuaria egipcia, que
se caracteriza por la simplicidad significativa de sus líneas.
En una de éstas, cuyos fragmentos se reparten entre el Museo del Louvre y el Británico, el León, que probablemente representa al príncipe de Menfis, es derrotado por una coalición de animales menores representantes de los pueblos del Ibis, del Avestruz, de la Cabra, del Ciervo y del Chacal. Los guerreros que figuran en esta paleta llevan una indumentaria ya casi egipcia. En otra, el mismo León, con la ayuda de los Halcones, derrota a unos bárbaros desnudos y chupa la sangre de uno que seguramente debe de ser el jefe. En las paletas que se encuentran en el Museo del Louvre figuran otros animales totémicos: en una de ellas, chacales y una jirafa rodean el depósito circular central; en otra, de la que sólo se conserva un fragmento, el Toro del Gran Poder (título que más tarde usaron los faraones) aplasta y da cornadas a un enemigo caído. En esta pieza ya se observa el circuito de una ciudad amurallada con el León, su animal patronímico, en el interior.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario.